Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 28: El Tormento

Laberinto de Satán

Fobétor:

Hiperión se abalanzó sobre mí, envuelto en una bola de fuego. Pese a estar agotado, traté de invocar las pocas fuerzas que quedaban en mi interior, rodeándome de un aura de sombras, mientras seguía contemplando a Eris. 

Las preguntas aún danzaban en mi cabeza. ¿Por qué había ayudado a Cronos? ¿Debía entender que me había rechazado de nuevo?

En aquel instante, cuando nuestros labios se encontraron, pensé que había sido un momento especial. El que había estado esperando desde el día en que, por primera vez, me di cuenta de que estaba enamorado de ella. Creí que al fin Eris me susurraría esas palabras, que tanto había deseado que pronunciara. 

Te quiero. 

Pero había tomado su decisión. No le había importado las muestras de afecto hacia ella que había ido mostrando durante toda nuestra pelea. Por los dioses, ni siquiera recordaba cuántas lágrimas había derramado. Seguramente, más que en toda mi existencia, exceptuando el día en que Eris me abandonó, claro está. 

Le había prometido que, cuando acabara con el titán del tiempo, volvería con ella. Pero aquella terca diosa había decidido salvarlo, pese a que era el único obstáculo que se interponía entre nosotros. De haber logrado eliminarlo, juntos habríamos podido ir al Infierno, donde Nix nos habría recibido con los brazos abiertos. 

Casi podía imaginar cómo habría sido nuestra vida allí. Podríamos haber habitado una de las imponentes mansiones del dios del inframundo, seguramente en el Quinto Círculo. Cada mañana podríamos habernos levantado, después de pasar toda la noche juntos, y, con una bebida caliente, haber contemplado como aquellos mortales que dejaron que la rabia los poseyera en vida se masacraban entre sí en las aguas lodosas del río Estigia. Cuánto nos habríamos reído...

Después, quizá hubiéramos podido formar una familia. Me habría encantado ver a pequeñas y conflictivas deidades correteando por los pasillos, sembrando el caos y el sufrimiento entre los mortales. Todo, mientras Eris y yo envejecíamos juntos (en sentido figurado, pues el cuerpo de un dios viene a ser inmortal), por la eternidad. 

Sería un sueño hecho realidad. 

Pero ya nada de eso importaba. Hiperión, titán de la observación y padre del Sol, se abalanzó sobre mí, y me decapitó limpiamente con su lanza, sin que pudiera hacer nada por impedirlo. Un dolor atroz me sacudió, mientras sentía con claridad, y cierta curiosidad, como mi cabeza se separaba del resto de mi cuerpo. 

Dejé la vista fija en los ojos carmesí de Eris. Esa mirada que había sabido cautivarme desde el principio. Por su crueldad, y su pasión. 

Todo se tornó oscuridad, mientras mi cadáver cruzaba la frontera hacia el Mundo de las Pesadillas. Aquel titán me había matado. Y aunque fuera un dios, ahora seguramente iría a parar al Infierno. Nix trataría de mostrar clemencia hacia mí, pero Tártaro... Él simplemente dejaría que Minos me condenara eternamente. 

Mi abuela había cometido un gran error al asociarse con él. Era arrogante y temerario, y para colmo su ejército superaba en número al nuestro. No me cabía la menor duda, de que esta "alianza" acabaría saldada con nuestras cabezas ensartadas en picas. 

Me preparé mentalmente para la visita al Vacío, esperando sentir el calor del fuego fatuo en torno a mi alma desnuda. No obstante, sucedió algo que no había anticipado, y que no podría haber previsto ni tan siquiera en mis peores pesadillas (las cuales creo con mucho cariño solo para mí). 

Desperté. 

Abrí los ojos con lentitud, mientras un fogonazo de distintos colores me cegaba temporalmente. El resplandor provenía de todas partes, y ninguna al mismo tiempo. Los haces luminosos atravesaban vidrieras que representaban escenas mitológicas, desde la caída de Urano hasta la ascensión de Zeus. Una ligera capa de polvo estaba suspendida en el aire, como si aquel momento estuviera congelado en el tiempo. 

Era un espectáculo hermoso y cautivador a partes iguales. Del cristal emanaba una calidez casi celestial, y una sensación de paz y bienestar se asentó en mi corazón. El dolor del cuello casi remitió por completo, y las quemaduras que el titán me hizo también sanaron. 

La única vez que me había sentido así de bien, fue cuando volví a ver Eris después de tres siglos de ausencia. 

— Es agradable, ¿cierto? — susurró una voz etérea, suspendida en el aire. 

Asentí con la cabeza, mientras la luz me envolvía por completo, calándome hasta los huesos, purificando mi alma. Era un resplandor noble y gentil, bañado en una calidez que parecía proceder de los mismos Elíseos. 

Pero mi dicha se desvaneció pocos segundos después. 

Aquella luz... Era demasiado potente. El resplandor fue creciendo hasta hacerse cegador. Al contacto con mi piel, mi delicada tez comenzó a humear, dando paso a quemaduras atroces. El suave entramado multicolor de las vidrieras se tornó negro, y el cristal comenzó a chorrear sangre. 

Las escenas mitológicas fueron sustituidas por muestras de castigos del Infierno, tapices vivos, donde las víctimas se retorcían de dolor y gritaban aterradas. Sus súplicas resquebrajaron el silencio del lugar.

— Todo lo que te ha sido dado, te puede ser arrebatado — continuó la voz, con un tono dulce que no encajaba del todo bien con la grotesca situación en que nos encontrábamos. — Pero, si colaboras con nosotros Fobétor, te obsequiaremos la Luz. 

Sin poder aguantar más, me eché a reír. 

Mis carcajadas resonaron por todo el lugar, con fuerza, entremezclándose con los gritos de clemencia. Abrí los ojos, sonriente, y me encontré a la alada figura frente a mí. 

— Gadreel, ¿creíste que tus trucos baratos funcionarían conmigo? Ese asunto del Cielo y el Infierno se pasó de moda hace mucho — me burlé. 

El ángel caído batió sus alas, y quedó suspendido a solo unos centímetros de mí. Su rostro exhibía una sonrisa a medio camino entre la picardía y la rabia. 

— Solo pretendía darte una cálida bienvenida viejo amigo — replicó él, haciendo una reverencia burlona. 

Intenté devolverle el saludo, y solo entonces me di cuenta de que tenía un pequeño problema. Mis muñecas estaban colocadas sobre mi cabeza, y una argolla se cerraba en torno a ellas, conectada a una cadena que se perdía en la distancia. Con mis tobillos ocurría exactamente lo mismo. 

Así que estaba encadenado, y en presencia del ángel caído que había provocado la expulsión de la humanidad del Edén mitológico. No se me ocurría una forma mejor de acabar el día. 

— Mucho me temo que no he venido a hacerte una visita por cortesía — continuó Gadreel, mientras aferraba mi cuello con la mano derecha, y empezaba a apretar. 

Sus ojos, completamente blancos, emanaban una luz sobrenatural. Su melena cobriza rizada le llegaba hasta el inicio de la estrecha espalda, justo al punto donde nacían sus preciadas extremidades angelicales. Sus plumas, de un intenso color negro, se enlazaban con el brillo metálico del platino. 

— ¿N-no crees que sería mejor si al fin te las quitaras? — dije, casi sin aire. — Para ser un ángel caído, te has hecho un apaño bastante chapucero. 

Gadreel estalló en carcajadas, momento que aproveché para propinarle un buen cabezazo, que lo hizo retroceder. El ángel se llevó la mano a su nariz sangrante, ahora rota. 

— Te crees muy listo, ¿verdad Fobétor? Pero olvidas una cosa: Ahora estás muerto. Has perdido tu esencia divina, y para colmo estás desarmado. Aquí, tu poder es nulo — siseó el ángel. 

Y no miento, literalmente siseó, ya que comenzó a transformarse en una gigantesca boa constrictor. Su constitución enclenque y tez morena dieron paso a una figura alargada, de piel salpicada de escamas amarillas y negras. Sus dientes se alargaron hasta convertirse en afilados colmillos, mientras que sus cuencas oculares se estrecharon y pasaron a ser negras. 

Antes de poder decir nada más, se enroscó en torno a mi cuerpo, reptando poco a poco, comprimiendo mis extremidades con tal fuerza que mis huesos crujieron y se hicieron añicos. Su cabeza serpentina acabó posada en mi hombro derecho, como un pequeño diablo que susurra pecados al oído de su amo. 

— Ahora no pareces tan valiente — se carcajeó él. 

Intenté romper las cadenas que me inmovilizaban, sin éxito. Peiné mi entorno con la mirada, pero tampoco encontré nada que pudiera servirme de ayuda. Ahora que la influencia de Gadreel se estaba centrando más en mí que en mi prisión, podía ver claramente dónde estaba. Era una especie de jaula, completamente elaborada de vidrieras, que parecía infinita. Sus límites se perdían en la distancia, como si no tuviera fin. 

Decidí ganar tiempo. 

— ¿Dónde estamos? — lo interrogué. 

Justo entonces, Gadreel se enroscó en torno a mi cuello, y empezó a apretar incluso con más fuerza que antes. Jadeé por la sorpresa, tratando de sobreponerme, pero apenas podía respirar. 

— Estamos en el Pandemonio, el Laberinto de Satán. Como bien sabes, es un santuario perdido ubicado en el Vacío, entre el Infierno y la Tierra. Aquí no hay nada que puedas hacer. 

Emití un grito ahogado cuando el ángel hundió sus colmillos en mi hombro derecho, inoculándome su veneno. Un aura roja carmesí me envolvió en cuanto este entró a mi torrente sanguíneo. Entonces, y solo entonces, mis pecados comenzaron a atormentarme. Ese era el poder de Gadreel: mostrar y atormentar a las personas y dioses con sus pecados ocultos. Con sus peores deseos. Hasta conducirlos al suicidio, o incluso algo peor. 

Uno tras otro, todas las faltas cometidas durante mi inmortal existencia me atormentaron. Para cualquier otro, el dolor psicológico habría sido insoportable. Ver cada uno de nuestros peores crímenes, y ser consciente del daño causado enloquece a la mayoría de humanos y dioses. 

Pero eso solo funciona contra aquellos que tienen conciencia. Y ese no es mi caso. 

No obstante, como seguramente el ángel caído había previsto esta pequeña incidencia, planeó algo especial para mí. Todo el daño que había infligido a cualquier ser, tanto a través de mis Pesadillas como personalmente, comenzó a verse reflejado en mí. 

A pesar de que mi cuerpo sanaba constantemente (para poder ser torturado más), perdí brazos, piernas, me arrancaron el corazón un par de veces... Y el dolor no cesaba. 

Aguanté bien la primera hora. Después, no me enorgullece afirmar que la tortura hizo añicos mi espíritu, mente y cordura con facilidad. Tras diez horas que se me antojaron eternas, finalmente el tormento cesó. 

El veneno se desvaneció, y quedé colgado e inmóvil. Mi mirada estaba perdida, fija en la nada. Mi mente estaba embotada, como si la hubieran separado de mi cuerpo, que no paraba de gritar de agonía. 

La figura de Gadreel se dignó a regresar, nuevamente convertida en un ángel. 

— ¿Y bien Fobétor? ¿Nos ayudarás, o debo morderte nuevamente? — inquirió, con una cruel sonrisa. 

Asentí débilmente con la cabeza, incapaz hasta de hablar. 

— Bien, en ese caso... Cuéntanos todo lo que sepas sobre la diosa Eris de la Discordia.

***

Nota del autor: Os adjunto tres posibles retratos de Gadreel, elaborados a partir de Dall-E 3... ¡Os animo a que me dejéis en comentarios vuestras opiniones! ¿Os lo imaginabais así? ¿Alguna sugerencia para el diseño del personaje? 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro