Capítulo 26: Maquinaciones en el Edén
14:27 A.M, martes día 15 de septiembre, año 2023.
Eris:
Bostecé sonoramente mientras, desde las alturas, contemplaba cómo los incautos que habían decidido salir a pelear se mataban entre sí. Suspendida sobre las vigas, con todas las miradas puestas sobre el estrado, era como si fuera invisible.
Normalmente adoraba esta sensación.
Poder observar sin ser vista, deleitarme viendo cómo esos mortales desesperados por llegar a mi presencia combatían entre sí, derramando su sangre sobre la lona, partiéndose las mandíbulas. Me recordaba a la Era Mitológica, cuando los conflictos bélicos me engrandecían, elevando mi fuerza hasta superar a la del mismo Zeus.
Incluso ahora, pese a la reducida escala del espectáculo que había montado, podía sentir el poder del odio y la muerte surcando mis venas. Con cada puñetazo, cada gota de sangre derramada... Este se incrementaba. Es lo que tiene ser la diosa de la Discordia: te nutres a base de conflictos.
Aspiré el aroma metálico de la sangre que flotaba en el aire, combinado a la perfección con los gritos del gentío y su desesperación por presenciar la violencia que yo había orquestado para ellos. Los niños a los que había secuestrado ya no daban abasto con todo el dinero que aquellos indefensos abuelitos apostaban por ver pelear a sus nietos.
La corrupción humana siempre lograba ponerme de buen humor.
Pero hoy, en cambio, no lograba sacudirme la tristeza que parecía haberme embargado desde que presencié como Hiperión mataba a Fobétor. Había recuperado todas mis fuerzas físicas, pero mentalmente seguía igual de inestable que por la mañana.
Ni siquiera la perspectiva de llevarme a la cama a aquel chico fornido, de pelo castaño y hombros anchos, que parecía tener la ventaja en la arena lograba levantarme el ánimo. Aunque tengo que admitir que me sentía complacida al verlo matar de esa manera, tan cruel e irreflexiva. Y todo por una noche conmigo.
Desde luego, yo lo valía.
En un instante, el joven (que, a juzgar por los gritos del público, se llamaba David), le cortó el cuello a uno de sus oponentes, Isaac Pedregal, dejándolo desangrarse sobre la lona. Nada más segar su vida, David elevó su mirada hasta impactar con la mía, esbozando una sonrisa cargada de picardía, mientras lamía las gotas de sangre de sus labios.
Sonreí con satisfacción, tachando otro nombre más de la lista de hoy. Ahora que Pedregal había muerto, solo quedaban tres más... Cuatro, si contábamos a Félix.
Seguramente os estaréis preguntando de qué hablo, ¿cierto? Pues para que quede claro, esto de los sádicos combates a muerte a cambio de una cena conmigo no fue idea mía.
Bueno, no solamente mía.
Y es que, cuando llegué a este instituto, pensé que traería conmigo la depravación, corrupción, discordia y muerte. Bajo mi punto de vista, este no era más que otro centro elitista, uno de esos lugares donde la gente rica mete a sus hijos para perderlos de vista una temporadita, mientras se van de vacaciones con sus amantes, o hacen pactos con el diablo.
En su momento, me divertí mucho pensando en formas de sembrar el odio, el caos, acabar con romances y amistades por igual. Creí que sería la primera semilla del mal en el Edén adolescente.
Pero, ¡sorpresa!
Resultó que ya había alguien aquí que se me había adelantado. Una persona que tenía las manos tan manchadas de sangre, que si acabara en manos de un juez no volvería a ver la luz del día en lo que le quedaba de vida. Esa mujer se había convertido en mi cómplice, y a pesar de ser una humana, tengo que admitir que sentía cierto respeto por ella.
Y su nombre era Eurídice.
Todo comenzó una semana atrás, unos dos días después de haber llegado a este centro, y de haber asesinado a Torres. Por aquel entonces ya andaba seduciendo a jóvenes para quedarme a dormir en sus casas, y había destrozado en gran medida el "ambiente de compañerismo" que imperaba en el instituto.
El tonto de Félix andaba ocupando dándose besitos con ese tal Carlos por las esquinas, así que no se dio cuenta de nada.
Exactamente el miércoles pasado, la directora me llamó a su despacho. Envió a su esclava, Clotilde, a buscarme en medio de clase, interrumpiendo mi sesión de humillaciones al profesor de turno. Recuerdo que me despedí con una reverencia burlona de mis compañeros.
— Chicos, me voy a hablar con la jefa — dije de forma casual, mientras retorcía uno de los mechones de mi cabello rubio, con la mirada fija en un joven llamado Ismael, que, al darse cuenta de que me lo estaba comiendo con los ojos, apartó la mirada, sonrojado.
Decidí que él sería la víctima de esa noche.
Sé lo que estaréis pensando. ¿No podías alquilar una casa Eris? ¿O al menos matar a los dueños de una casa, y dormir en ella?
La respuesta a ambas preguntas era sí. Pero, en mi defensa, debo decir que seducir a muchachos adolescentes ingenuos, ansiosos, y despreocupados era mucho más divertido.
Volviendo al tema, el día anterior había obligado a un par de jugadores del equipo de fútbol a pelearse a navajazos a cambio de un beso mío. La cosa había terminado un poco mal, ya que uno había apuñalado al otro, había venido una ambulancia... En fin, que la profesora de gimnasia se había enterado, y había tratado de expulsarme.
Así que había tenido que sellar su alma. Temporalmente.
Su cuerpo estaba vivo, en coma en el hospital más cercano. Por tanto, supuse que la jefa de estudios me habría convocado para hablar del tema. Mentalmente, me fui preparando para hacer lo de siempre: Sonreír, asentir, e implantar recuerdos falsos.
Pero al llegar a su despacho, me llevé una grata sorpresa. Me condujo a un rincón de lo más acogedor, con dos sillones mullidos, y, tras servir un par de copas de vino, comenzamos a hablar de negocios.
— Bueno querida, tengo que felicitarte. En apenas dos días, has conseguido lo que yo no he podido hacer en diez años — comenzó, apurando ligeramente el contenido de su copa.
Intrigada, me incliné hacia delante.
— ¿Y qué es exactamente lo que he conseguido? — repuse, aún desconfiando de sus intenciones.
La directora optó por reírse levemente, mientras agitaba suavemente el exquisito caldo carmesí que reposaba en su vaso.
— ¡Has traído de vuelta la criminalidad al centro! Cuando ayer escuché que habías logrado que dos alumnos modélicos, con buenas notas, relaciones estables, y para colmo deportistas, dos míster perfectos, se hirieran mortalmente hasta acabar en la UCI, supe que eras la indicada para este trabajo — expuso templadamente, aunque con una ligera nota de entusiasmo en su voz.
A pesar de que llevaba siglos observando la peor faceta de los seres humanos, me quedé un poquito sorprendida. Tanto, que no pude siquiera responder. Eurídice se tomó mi silencio como una respuesta afirmativa, y procedió a ponerme en contexto.
— Verás, este instituto no es como los demás. Podría soltarte todo ese rollo sobre nuestro excelente nivel académico, o nuestro profesorado impecable, pero eso no es más que pura palabrería — siseó, restándole importancia con un gesto de la mano. — Lo que verdaderamente distingue a este centro son los... encargos especiales que llevamos a cabo.
— ¿Encargos especiales? — inquirí, intuyendo lo que la directora estaba por revelarme.
Mientras su sonrisa se ampliaba cada vez más, ella confirmó mis sospechas.
— Verás, muchos de los alumnos que ves por aquí, son adoptados. Otros, son meros hijastros. Ya fuera por probar algo diferente, o como equipaje de mano a causa de un matrimonio, han acabado integrados en varias familias — expuso, con una frialdad que me hizo estremecerme. — Y bueno... Algunos de sus padres se cansan de ellos. No quieren que vuelvan a casa. Ahí es donde entramos nosotros.
Reí a carcajadas al percatarme de la sombría realidad que se escondía tras aquella decoración suntuosa y falsa apariencia de glamour. Creí haber llegado al Edén, pero al parecer había sido arrojada al Infierno.
— ¿Así que sois sicarios? — pregunté, entre risas.
Eurídice negó con la cabeza, mientras en sus labios aleteaba una sonrisa viperina.
— ¡Por supuesto que no! — me aseguró, con un tono cargado de falsedad. — Nosotros no nos manchamos las manos de sangre. Simplemente, hacemos algo de presión. Unas cuantas calificaciones bajas como para destrozar sueños, y sobornos varios en las manos de los matones adecuados normalmente es suficiente. ¿Para qué asesinar a alguien, si él mismo puede hacer los honores?
Levanté una de mis finas y delgadas cejas.
— ¿Así que quiere que la ayude a hacer que jovencitos confusos y hormonales se quiten la vida? — pregunté, empezando a disfrutar del rumbo que tomaba la conversación.
La directora me respondió con una sonrisa macabra.
— Serás generosamente recompensada por tus servicios. Con tu influencia sobre las personas, estoy segura de que no te costará nada deshacerte de la tanda de este año — me comentó.
Sin embargo, una idea había empezado a tomar forma en mi cabeza.
— Disculpe el atrevimiento, pero, ¿cuánto cobran por asesinato? — quise saber, mientras cruzaba las piernas.
Sin ningún reparo, ella me respondió que la tasa estándar era de veinte mil por alumno. Me deleité sobremanera cuando sus ojos se abrieron como platos al escuchar mi siguiente frase.
— ¿Y si le dijera que podemos completar el trabajo, y ganar todavía más dinero?
Eurídice se inclinó hacia delante.
— ¿Cómo lo harías exactamente? — me interrogó, la curiosidad y codicia llenando su mirada.
Me encogí de hombros.
— Fácil. En lugar de obligarlos a suicidarse, haremos que se maten entre ellos. ¡Y organizaremos apuestas! — canturreé. — ¿Qué me dice?
La jefa de estudios chocó su copa con la mía.
— Que voy a meter a mi marido en la lista — me respondió, y ambos sellamos el acuerdo con una carcajada común.
Volviendo al presente, tengo que admitir que la aparición de Félix me dejó un poco descolocada al principio, pero luego supe aprovecharla en mi beneficio.
— ¿No querías hablar conmigo? ¡Pues esta es tu oportunidad! — exclamé, mientras el público me respaldaba con sus aplausos y vitoreos. — Tú eliges Félix: O ganas, y salimos tranquilamente a cenar y charlar, y yo respondo todas tus preguntas... O David te mata aquí mismo y no vuelves a pisar tu casa, ver a Carlos, ni a Cronos. ¿Cuál es tu elección? — lo interrogué, mientras le lanzaba una navaja automática.
Me moría de ganas por ver cómo reaccionaba Durand. Había sido capaz de enfrentarse a Primitivo, y escapar del Mundo de las Pesadillas, pero lo había hecho gracias a la ayuda de Cronos y la mía. Esta sería la primera vez que se enfrentaba a un desafío en solitario.
Y sí... Sentía una ligera punzada de culpabilidad. Félix me había salvado de Fobétor cuando este estaba a punto de ejecutarme. Había tenido la oportunidad de deshacerse de mí, y no la había aprovechado. Cualquier otro lo habría hecho.
Sin embargo, Durand aún tenía mucho que demostrar. Debía probar que era digno de trabajar conmigo, de que lo considerase como un igual, y no como un mero subordinado.
Solo dos cosas podían pasar en aquel combate.
O bien Félix ganaba, y yo me vería obligada a salir a cenar con él, y hablar de mis sentimientos o alguna chorrada por el estilo, además de hacer confesiones varias. O David lo aplastaba y lo mataba allí mismo, rematando la labor de Fobétor. Y si eso llegaba a suceder, mientras yo daba buena cuenta de aquel aguerrido joven, el cadáver de Durand se pudriría bajo una capa de cemento. Así podría estar más tranquila, pues habría borrado un nombre más de la lista de Eurídice.
¿O es que pensabais que Primitivo había liberado a Félix, y lo había enviado a este instituto porque sí?
Hacía tres años que aquel magnate de la industria del metal había pagado porque se deshicieran de su querido nieto. Lo había liberado de un infierno, para conducirlo directamente al matadero.
Y si Félix no se esmeraba, el deseo de su abuelo se vería cumplido hoy mismo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro