Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 25: Fuego fatuo

14:01 A.M, martes día 15 de septiembre, año 2023. 

Carlos: 

Aquel fuego me estaba consumiendo. 

Tendido en mi cama, hiperventilaba mientras trataba de tranquilizarme, sin éxito. Numerosos espasmos sacudían mi cuerpo de arriba a abajo, haciéndome retorcerme de la agonía. El deseo era muy fuerte, muy grande... Pero el calor era lo peor de todo. 

Era como si llamaradas líquidas surcasen mis venas, propagando oleadas de dolor y pasión por todo mi ser. Es curioso, porque, al mismo tiempo que sufría por ese calor antinatural, también tenía escalofríos heladores, que recorrían mi columna vertebral de arriba a abajo, producto de la fiebre. 

Mis sentidos estaban completamente encendidos. Percibía cada una de mis respiraciones, incluso creía oír el latido del corazón de mi perro, que estaba en la planta baja. Me sentía aterradoramente presente, como si no pudiera escapar de esta situación. 

Después de que Félix me dejara plantado ayer, no supe qué hacer, ni adónde ir... Estuve esperándolo por dos horas en la mesa del restaurante, mientras las primeras brasas de este fuego se prendían en mi interior. Incluso el dueño del local se compadeció de mí, dejándome marchar sin pagar lo poco que comí. 

— Recuerdo demasiado bien los plantones que me dieron cuando era joven... — me dijo, antes de pedirme amablemente que me fuera. 

Decidí volver a casa, abatido. 

Ese chico rubio y adorable, con ese sentido del humor tan crítico, que poco a poco había sabido ganarse mi corazón, había desaparecido sin dejar rastro. Ni siquiera un mensaje, o una llamada. No lo entendía. ¿Qué había hecho mal?

Tenía la impresión de que la semana que habíamos pasado juntos había sido maravillosa. Habíamos reído, ido al cine, e incluso nos quedamos dormidos en su casa, abrazados hasta que las primeras luces del amanecer nos sorprendieron. 

Recordaba muy bien ese momento.

Yo había abierto los ojos primero, mientras Félix continuaba dormido. La noche anterior, habíamos estado viendo una película hasta tarde, y antes de que ninguno de los dos quisiéramos darnos cuenta, habíamos caído en las garras de Morfeo. 

En aquel instante, mientras los primeros rayos de luz matutina se filtraban a través de las cortinas, lo miré con ternura. Ambos estábamos acostados sobre el sofá, y él me abrazaba con fuerza, como si no quisiera dejarme ir. Es curioso, pues nunca antes había permitido que nadie me abrazase así. No solía dejar que me tocaran, ni mucho menos que invadieran mi espacio personal. 

Pero con Félix era diferente. Disfrutaba de cada segundo que pasaba con él, e incluso perdía la cabeza algunas veces. 

Solo sé que, en aquel momento capturado en el tiempo, jugueteé con su cabello rubio, contemplándolo dormir como un ángel, y me di cuenta de que deseaba pasar el resto de mi vida con él. 

Más tarde, ese mismo día, cuando le propuse nuestra cita, él se había mostrado muy ilusionado. Ahora, no podía evitar pensar que quizá había estado fingiendo. A lo mejor... él no me quería. Igual solo era un capricho para él. Aunque lo había intentado por todos los medios, aquella imagen de su primo desnudo en su casa no se me iba de la cabeza. 

Solo de pensarlo, unos celos compulsivos y enfermizos me llenaban por completo. 

Y no lo entendía, pues en el resto de relaciones que había tenido (y sí, habían sido bastantes), jamás me había pasado algo semejante. Pero desde que había ido a visitar a Félix a su casa aquel día... Todo había cambiado. 

Yo era diferente. 

Desde la primera vez que lo vi, tuve claro que sentía algo por él. Aquella primera noche, en mi armario... No fue un error, como hice creer a todos. Tampoco podía perdonarme el no haber impedido que ese imbécil de Pablo se riera por primera vez de Félix, haciendo que el resto de mis "amigos" se abalanzaran sobre él como hienas. Desde ese día, siempre había estado confundido. De alguna manera, Durand siempre acababa colándose en mi cabeza. 

Pero no había sido hasta la noche en que lo vi, cuando algo se activó en mí. Una determinación que desconocía, una claridad repentina que me hizo no querer esperar. ¿Para qué perder más tiempo?

Y pese a todo, allí estaba, solo y sufriendo. Me había enamorado, pensaba que era mutuo. Pero nadie estaba a mi lado. 

El calor se fue haciendo más intenso, tornándose infernal incluso, como si estuviera abrasando cada fibra de mi ser, destrozándola y recomponiéndola de forma diferente. Me sacudí en un nuevo espasmo, mientras todo dejaba de importar, lentamente. 

Las llamas parecían traer una voz consigo, una petición que despertó todo tipo de sensaciones en mí. Empecé a jadear ligeramente, mientras me debatía conmigo mismo, contra aquella maldición que parecía correr ahora por mis venas. 

A mí no solo me atraía Félix. Lo amaba. Era la única certeza en mi vida. Desde que crucé el umbral de aquella granja sembrada de sangre, y corrí a los brazos de la policía, Félix era la única persona a la que verdaderamente había querido. 

Y por ello, no podía dejarme someter. Aquella fuerza era abrumadora... Traté de concentrarme en mis recuerdos felices, en la risa de Félix, en sus besos rápidos y profundos al mismo tiempo. Pero todo parecía en vano. Los recuerdos se desvanecían, convertidos en imágenes distantes, que se difuminaban, como si su luz fuera engullida por las sombras.

Ya solo me quedaba una última cosa por hacer. 

Dejándome guiar por mi instinto, me levanté de la cama con paso trémulo, tiritando hasta el punto de caer dos veces. Casi arrastrándome, logré llegar hasta mi escritorio, donde mi teléfono reposaba, silencioso. 

Logré recogerlo a duras penas, y desbloqueé la pantalla. Pese a que empezaba a ver borroso, pude encontrar la fotografía de Félix entre mis contactos. Necesitaba escuchar su voz, una última vez, antes de... 

— Ha llamado a un número que no se encuentra operativo. Puede dejar su mensaje después de la señal — bramó una voz metálica e inhumana, acabando con mis esperanzas. 

— Hola Félix — susurré débilmente. — Soy yo, Carlos, tu novio. Espero que no te hayas olvidado de mí... Solo quiero que sepas que no estoy bien. Me está pasando algo muy extraño, y y-yo, de verdad que te necesitaría... conmigo — logré decir, antes de que el teléfono se me escurriera de las manos, y cayera al suelo, dando por finalizado el mensaje. 

De pura impotencia, volqué el escritorio usando mis últimas fuerzas. Me desplomé en el suelo, a sabiendas de que ya nada importaba. Las llamas ardían dentro de mí, por todas partes. Lo consumían todo. 

Y yo me entregué a ellas, sabiendo que cuando Félix me volviera a ver, su corazón acabaría partido en mil pedazos. 

***

14:17 A.M, martes día 15 de septiembre, año 2023.

Félix:

Llevaba ya media hora buscando a esa diosa escurridiza. 

Cuando no quería verla, aparecía por todas partes, siempre con una palabra desagradable a punto de caramelo. En cambio, si necesitaba hablar con ella... De pronto se esfumaba. 

Había recorrido cada aula preguntando por ella, e incluso había hablado con un par de chicos que se rumoreaban que habían sido sus amantes a lo largo de la semana pasada. Uno de ellos, Isidro, solo negó asustado cuando le mencioné su nombre. Aunque, curiosamente, también me apuntó su número de teléfono en un papel, y me pidió que se lo entregara a la diosa con una sonrisa a medio camino entre la picardía y el miedo. 

Al parecer, nadie sabía dónde estaba. 

Antes de lanzarme a la búsqueda de Eris, había perseguido a Irene para impedir que se fuera. Por mucha oscuridad que la diosa hubiera sembrado en su alma, creo que me hacía una idea de cómo podía lograr que se recuperara. Pero, antes de poder decirle nada, había desaparecido. 

Y mientras todo esto pasaba, el pobre Cronos debía estar en casa. Solo, y sufriendo. De pensarlo, se me encogía el corazón.  

Finalmente, obtuve una pista fiable de boca de Laura. 

Me topé con ella justo al girar por uno de los pasillos, de forma que casi nos chocamos. De todas formas, no pareció importarle demasiado. Una sonrisa juguetona aleteaba en sus labios, mientras mandaba mensajes a toda velocidad. 

— Si buscas a Eris, debe estar en la reunión de su asociación —  me contó, señalando con el dedo hacia la puerta del gimnasio, del que provenían varias voces. 

Quise encaminarme de inmediato hacia allá, pero tengo que admitir que la curiosidad pudo conmigo. 

— ¿Una asociación? ¿De qué tipo? —  pregunté, intrigado. 

Laura se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia. 

—  ¿Cuál es el único tipo que nos deja montar el instituto? Por supuesto, es parte de un proyecto de voluntariado para ayudar a la comunidad —  me explicó. 

Me eché a reír a carcajadas ante semejante respuesta. Podía imaginarme a la diosa haciendo muchas cosas, pero, por favor, ¿ayudar a la comunidad? Lo único que Eris sabía hacer era destrozar sociedades y echar a perder a las personas. 

— ¿Así que Eris ha montado una ONG? ¿Y qué se supone que hace? ¿Son sicarios del ayuntamiento? — bromeé. 

— Entretienen a los ancianos de una residencia cercana. Ya sabes, con actuaciones y esas cosas... — se limitó a responder la chica. 

Antes de que pudiera preguntarle más, desvió la mirada abruptamente del teléfono, y prácticamente se marchó corriendo pasillo abajo, mientras atendía una llamada muy emocionada. 

Sin más dilación, me encaminé al gimnasio, dispuesta a ver a Eris subida a un escenario, cantando para señores de noventa años. Un millar de situaciones diferentes desfilaron por mi cabeza, cada cual más estrafalaria que la anterior. 

Pero, como suelen decir, la realidad acabó superando a la ficción. 

El gimnasio era un lugar amplio, mayormente vacío, solo con unas cuantas líneas de colores pintadas en el suelo (nadie sabía para qué servían), y un par de porterías de fútbol. Unas gradas imponentes coronaban el lugar, frente por frente con la puerta de entrada. 

Y justo en esas gradas se encontraban los ancianos, vitoreando mientras agitaban papeletas en el aire. Muchos alzaban sus bastones, sus voces entremezclándose en un barullo del que solo pude rescatar pocas palabras. 

— ¡Vamos! ¡Quiero ver sangre! —  gritaba una abuelita, mientras hacía punto con rostro impasible. 

En el centro del lugar había una gran muchedumbre congregada en torno a una especie de estrado circular, de diez metros de largo, vallado con alambre de espino. Y dentro... Al menos ocho alumnos diferentes peleaban a puño partido, o directamente a navajazos. Dos de ellos estaban desangrándose sobre la lona que cubría el suelo, con su ropa hecha pedazos, y sus espaldas tachonadas con sendos cortes y moratones. 

No me costó reconocerlos. 

Eran, en su mayoría, voluntarios de las asociaciones que habían cerrado a la llegada de Eris. Allí estaban Pablo, Paula, e incluso el mismo Javier, agazapado en un rincón del escenario. Curiosamente, habían pasado de ayudar a los más necesitados, a derramar sangre por diversión. 

Aún así, mentiría si dijera que no me alegré de ver a ese insufrible de David dentro del recinto, siendo acribillado a golpes por tres chicas con un pie en Harvard, que solían trabajar en el comedor social sirviendo sopa. 

Peiné el área con la mirada, tratando de dejar de lado aquel macabro espectáculo, mientras buscaba a Eris. Lo único que vi, en cambio, fue un mostrador con un letrero que rezaba: "Apuestas". 

Sin lugar a dudas, era el segundo lugar más transitado después del escenario, con personas de todas las edades y géneros haciendo cola, agitando billetes al aire, o gritando con indignación, mientras un par de niños de no más de nueve años los atendían. 

Fantástico.  

Así que, no contenta con matar al portero, y traumatizar a alumnos varios, ahora la diosa de la Discordia explotaba a niños y entretenía a los ancianos haciéndoles apostar sus pensiones por peleas ilegales entre adolescentes. En su propio instituto y en plena jornada escolar. 

Cuando pensaba que no podía llegar más lejos, simplemente Eris se superaba. ¿En qué momento había montado todo esto?

Y como si el mero acto de pensar en ella la hubiera invocado, su voz resonó a través de los altavoces del gimnasio. 

— ¡Hoy tenemos una pelea interesante señores! —  exclamó la diosa, a la que por fin pude ver. 

Se encontraba sentada sobre una de las blancas vigas de hierro que surcaban el techo, cruzada de piernas mientras observaba la lucha desde las alturas, sosteniendo en alto la Manzana Dorada, mientras con la otra mano agarraba un micrófono. La luz de un foco se posó sobre ella, dándole más dramatismo a sus palabras. 

— ¡No olvidéis hacer vuestras apuestas! Dentro de este recinto, entran diez vivos... ¡Y la mayoría salen con los pies por delante! En cuanto al vencedor, ya sabéis que el premio es una cena conmigo... Y lo que surja —  comentó la diosa, con coquetería, antes de agregar — ¡Vamos! ¡Todos queremos ver sangre!

Para mi sorpresa, el público rugió y vitoreó en pleno éxtasis, mientras todos coreaban la palabra "sangre". El olor a sudor se entremezclaba con la fragancia metálica del líquido carmesí que bañaba el estrado. Los gritos de la multitud eran ensordecedores, pero aún así no lograban amortiguar los alaridos de dolor de aquellos que combatían. Por su parte, ya solo quedaban cuatro en pie, mientras que los demás estaban desparramados por el suelo, como marionetas cuyos hilos hubieran cortado. 

Era sencillamente estremecedor. La estampa era tan terrible que me daban ganas de echar corriendo para el lado contrario. 

No obstante, me armé de valor. Había venido hasta aquí para hablar con la diosa de la Discordia, y no me iría hasta lograrlo. El alma de Irene estaba en juego. Y, por lo que parecía, varias vidas inocentes. 

Sin más dilación, me abrí paso a codazos entre el gentío, siendo casi derribado un par de veces por aquella masa indistinta de cuerpos que se retorcían y clamaban sangre como un solo monstruo sin piedad. ¿Sería así como Eris nos veía a nosotros, los humanos? ¿Esta era para ella, la verdad de la humanidad?

Finalmente, comencé mi ascenso por las gradas, mi vista fija en el extremo izquierdo de las vigas, que fácilmente podría alcanzar si lograba llegar a la cima del lugar. Por el camino, me crucé con una sonriente Clotilde, que, al igual que todos, vociferaba a aquel por el que había apostado. 

— ¡No me decepciones mocoso! — gritaba a David. — ¡Aplástale el cráneo! 

Ignorando el escalofrío que ascendió por mi columna, al fin logré llegar a la parte superior de las gradas. Por algún motivo, desde allí arriba la peste era peor. Olía como... A carne podrida. Como si algo estuviera en pleno proceso de descomposición.

O alguien. 

Al levantar un par de tablas sueltas, y echar un vistazo en el vacío que había bajo los asientos (un almacén que usábamos para guardar trastos varios) dos ojos sin vida me devolvieron la mirada. Gritando de horror, solo pude contemplar, estupefacto, como varios restos humanos, mezclados indistintamente con gusanos e insectos de todas clases, se hallaban semienterrados entre cemento todavía húmedo. 

Como si alguna diosa impertinente estuviera deshaciéndose de cadáveres al más puro estilo de la mafia. 

Ignorando aquella sombría verdad, me encaramé a la viga más cercana. Era una superficie metálica, que a decir verdad parecía más estrecha que desde el suelo: Contaba con apenas unos dos pies de anchura. Sin embargo, no había otra vía para llegar hasta donde la diosa se encontraba. 

Casi sin saber cómo, avancé manteniendo el equilibrio, cada paso acercándome un poco más a Eris. Una asesina despiadada que había convertido mi instituto en su patio de juegos. Una víbora sin corazón que nos estaba devorando lentamente. 

— ¡Eris! ¡Tenemos que hablar! — clamé, captando la atención de la deidad, que se volvió a mirarme con una sonrisa burlona. 

— ¿Qué pasa Durand? — me preguntó a modo de respuesta. — ¿Ya me echas de menos? ¿O es que has venido a presenciar el espectáculo? — inquirió, mientras extendía sus brazos, señalando la pelea. 

Sentí cómo empezaba a temblar de la rabia. Aunque fuera una diosa, no podía jugar así con nosotros. 

Y entonces me caí. 

Mis pies simplemente no encontraron nada que pisar, y, como tenía la mirada puesta en Eris, fue como si la tierra desapareciera. Me debatí en el aire, cada vez más cerca del suelo. De seguir así, en pocos segundos acabaría muerto sobre un puñado de tablones de madera. 

Pero, ¿qué podía hacer?

Que yo supiera, no tenía un par de alas que usar para mantenerme a flote. Y si bien es cierto que poseía ciertas capacidades extrasensoriales, útiles que digamos útiles, no me eran en esta situación. 

Cerré los ojos, preparándome para el impacto... Y aterricé suavemente sobre una lona pegajosa, sintiendo cómo me rodeaban varios cuerpos. Algunos de ellos aún estaban calientes, mientras que otros parecían recién sacados de un congelador. 

Cuando finalmente me atreví a abrir los ojos, la realidad se me indigestó. 

De espaldas a mí, David tenía su mirada puesta en Eris, y aunque no podía verle la cara, habría apostado mi vida a que estaba esbozando una sonrisa triunfal. Su cabello castaño estaba erizado y revuelto, y su camiseta desgarrada por todas partes, dejando entrever parte de sus anchas espaldas. Sus brazos estaban manchados de sangre hasta los codos. 

Sin embargo, lo que verdaderamente me revolvió el estómago, fue lo que había a sus pies. Javier Mendoza, al que en un año igual a este (salvando pequeñas diferencias, como la presencia de dos dioses, o el apocalipsis), había acabado besando por accidente. Aquel que, aunque fuera muy torpe, o siempre andara manoseándose las gafas, siempre lograba sacarte una pequeña sonrisa. 

Estaba muerto. Sus ojos, vidriosos y sin vida, me contemplaban en silencio, con una súplica muda grabada en sus pálidos labios. Una navaja de mango de madera sobresalía de su entrecejo. 

David lo había asesinado. 

— ¡He ganado! ¡Soy el último que queda en pie! — gritó el muchacho, mientras sonreía a Eris de forma un tanto lujuriosa. — Supongo que es hora de reclamar mi premio... 

La diosa se limitó a encogerse de hombros, mientras negaba de forma coqueta. 

— Mucho me temo que tenemos a un participante de última hora... ¡Señoras y señores, con ustedes Félix Durand! — exclamó, haciendo que un foco recayera sobre mí. 

La luz me dejó ciego por unos instantes, y al recobrar mi visión, David me contemplaba, iracundo y sorprendido. Extrajo la navaja de la frente de Mendoza con un movimiento fluido, apuntando hacia mí. 

— Ningún problema que no pueda arreglarse — musitó el joven, antes de sonreír de forma macabra y confiada. 

Por mi parte, me pegué al alambre que impedía mi escapatoria, buscando cualquier fisura, una salida que me permitiera escapar antes de ser asesinado por ese monstruo. No obstante, las palabras de Eris me dejaron sin aliento. 

— ¿No querías hablar conmigo? ¡Pues esta es tu oportunidad! — exclamó, ganándose un grito de aprobación por parte del público. — Tú eliges Félix: O ganas, y salimos tranquilamente a cenar y charlar, y yo respondo todas tus preguntas... O David te mata aquí mismo y no vuelves a pisar tu casa, ver a Carlos, ni a Cronos. ¿Cuál es tu elección? — me preguntó, mientras me lanzaba una navaja automática, que atrapé en el aire. 

Sin tiempo para poder responder, David se abalanzó sobre mí con un rugido, mientras la diosa reía a carcajadas. 

***

Nota del autor: Os adjunto tres posibles imágenes (generadas a partir de Dall-E 3) del personaje de David... Como siempre, os animo a que dejéis vuestra opinión en comentarios. ¿Os lo imaginabais así? ¿Cuál de las ilustraciones os gusta más? ¡Muchas gracias por leer!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro