17:37 P.M, lunes día 14 de septiembre, año 2023.
Cronos:
Sin perder un segundo, conjuré la imagen de un reloj espectral tras de mí, revirtiendo rápidamente todo el daño que mis "hijos" me habían infligido. Las tres Pesadillas me observaban con atención, ligeramente sorprendidos, como si no se esperasen aquella declaración de guerra por mi parte.
— Así que al fin te decidiste a pelear... — masculló Fobétor, entre jadeos y envuelto en un velo de sombras que ni siquiera me dejaba verlo. — Matadlo — ordenó.
Poseidón, Hades y Zeus se abalanzaron contra mí. Sin embargo, sabía lo que debía hacer. A mi espalda apareció la figura de un gran reloj de arena, majestuoso e imponente. Tal y como había supuesto, Hades fue el primero en atacarme intentando nuevamente apuñalarme.
No obstante, yo también tenía mis propios trucos. Justo cuando su cuchillo se encontraba a pocos centímetros de mi piel desnuda, el reloj de arena dio una vuelta, permitiéndome retroceder unos segundos en el tiempo.
Así que, al final fui yo quien sorprendió al dios del inframundo, arrebatándole su preciado Yelmo con una mano y arrojándolo al vacío, mientras con la otra hacía retroceder su tiempo hasta antes de su creación, logrando en el proceso que la Pesadilla se descompusiera en una nube de sombras.
Poseidón y Zeus me observaban aterrados. Y esto acababa de empezar.
A mi señal, el reloj de arena dio tres vueltas hacia la derecha, permitiéndome surcar el tiempo hacia delante, y empalar al dios del mar usando su propio tridente en cuestión de segundos.
Poseidón se balanceó bruscamente, con el metal sobresaliendo de su espalda, mientras luchaba por pronunciar unas últimas palabras. Sin embargo, de su boca solo brotaron borbotones de sangre negra y putrefacta. Casi por pena, acabé con él de igual forma que con su hermano mayor.
Con dos Pesadillas menos, solo quedaba una.
Zeus retrocedió, aterrado, dejando caer su rayo y arrodillándose ante mí.
— Por favor padre. Perdóname, te lo suplico — me imploró, para acto seguido tratar de manipularme. — Ya estuviste a punto de matarme una vez, ¿lo recuerdas? Pero yo te salvé del Tártaro, te traje de vuelta al Olimpo. Me apiadé de ti y quise ayudarte. ¿Así es como me lo vas a pagar? — me recriminó, su voz teñida de auténtica pena y desolación.
Por un instante, sus ojos negros dieron paso a los iris dorados que tanta alegría habían vuelto a traer a mi vida. Zeus tenía una sonrisa torcida que te encandilaba, que te hacía sentirte especial por tener su afecto. Esa misma sonrisa fue lo primero que yo vi tras años de estar encadenado en el Averno. Él llegó a mí y me liberó, a pesar de todos mis pecados. ¿Con qué derecho yo lo iba a herir ahora?
No obstante, mi respuesta fue tajante.
— Ni yo soy tu padre, ni tú mi hijo Pesadilla inmunda — respondí con frialdad, haciendo que él también se desvaneciera en las brumas del tiempo.
Ahora ya solo quedaba un aterrado Fobétor ante mí.
— ¿Unas últimas palabras antes de visitar el inframundo? — le pregunté, avanzando en su dirección, mientras él me contemplaba muy erguido, en postura desafiante.
— Solo decirte que eras y vuelves a ser un homicida — me acusó, su voz cargada de veneno.
Me negué a responder a sus débiles intentos de manipulación.
En aquel instante, nos envolvía un silencio absoluto y poderoso. Los fragmentos restantes de la habitación se separaban cada vez más en el vacío que nos rodeaba, como ruinas de una época olvidada.
A medida que me acercaba a él, la actitud del dios no cambió, sino que se hizo más osada y arrogante. Se cruzó de brazos, y una mueca que se asemejaba a una malévola sonrisa se plasmó en sus facciones.
¿Cómo podía ser que no tuviera miedo? Estaba a punto de acabar con él. Podría verdaderamente destruir su cuerpo y alma ahora que tenía parte de mi poder divino de vuelta. Y ello no solo lo condenaría al Infierno, sino que lo aniquilaría por completo, sin posibilidad de volver a reencarnar. A no ser que...
Tuviera un as en la manga.
Una gran lanza me golpeó por la espalda, lanzándome por los aires, dejándome débil y desorientado. Me volví con rapidez, solo para ser recibido por dos golpes más, y el calor de unas llamas humeantes que comenzaron a quemar mi ropa. La silueta de mi hermano Hiperión se alzaba ante mí, recortada por el resplandor del círculo de fuego que danzaba a sus espaldas.
Él era la cuarta Pesadilla.
— Ha pasado mucho tiempo hermano — me saludó Hiperión, vestido con su armadura de escamas doradas, emergiendo de entre las flamas cuan fénix llameante.
Blandía una gigantesca lanza de mango de plata rematada en una punta de oricalco, y sus ojos, pese a ser negros, resplandecían como dos poderosos soles. Su piel emitía un resplandor sobrenatural, sus venas color ámbar abriéndose paso sobre su morena tez.
¿Realmente Fobétor tenía tanto poder como para crear una réplica de uno de los titanes más poderosos? De ser así, estaba perdido. Hiperión había sido mi mano derecha durante la Titanomaquia, y era, de lejos, un ser supremo. Titán de la observación, y padre del Sol, su poder rivalizaba con el mío, e incluso me superaba.
El Amo de las Pesadillas aplaudió lentamente, conectando su mirada sedienta de sangre con la mía. Podía percibir el brillo de la victoria en sus ojos.
— Bueno, bueno... Creo que va siendo hora de terminar el espectáculo — bramó. — Acaba con él Hiperión. Te lo pondré fácil, de hecho — comentó Fobétor, risueño.
Antes de que pudiera reaccionar, tres anillos de oscuridad se arremolinaron a mi alrededor, inmovilizándome, y alzándome en el aire, mientras poderosas descargas eléctricas me recorrían todo el cuerpo, haciéndome gritar de dolor. El reloj de arena que había conjurado se deshizo en el aire.
En semejantes condiciones no podía usar mi poder.
— Quiero su cabeza para colgarla sobre mi chimenea — dijo el Amo de las Pesadillas, entre risas, consciente de que se avecinaba el final.
Mi hermano alzó sus manos, y el fuego se movió junto a él, formando una espiral a nuestro alrededor, un tornado llameante que nos envolvió con rapidez y que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Las ascuas danzaban en el aire, brillando débilmente.
— Siento mucho que deba ser así Cronos — se disculpó Hiperión, mientras posaba la punta de su lanza en mi pecho. — Tú siempre me protegiste y me salvaste de padre... Pero ahora me obligan a tomar tu vida. Lo entiendes, ¿verdad hermano? — me preguntó, con la voz quebrada de dolor.
A pesar de ser solo una Pesadilla, aquello se me estaba antojando de lo más realista.
Hiperión blandió su lanza... Y me iba a atacar justo cuando la Manzana Dorada emergió del torrente de llamas, trayendo consigo un cegador resplandor dorado, y atravesó limpiamente el pecho de mi hermano, haciéndolo caer de rodillas, retorciéndose de agonía.
— ¡Deberías cuidar tus espaldas estúpido! — exclamó la melodiosa voz de Eris.
Las llamas comenzaron a apaciguarse y descender, hasta quedar casi a ras de suelo, mientras la diosa lograba entrar al círculo y recoger su fruta sagrada.
— Me quedo inconsciente dos minutos, y no solo te matan una vez, sino que encima casi lo vuelven a hacer. Eres como un niño Cronos — me regañó, con una mueca de enfado fingida.
Iba a responderle, justo cuando una débil voz atrajo mi atención.
— Cronos... — me llamó Hiperión, agonizando en el suelo.
Verlo así hizo que me asaltara la duda. ¿Debía ayudarlo, o dejar que muriera? A fin de cuentas, no era más que una Pesadilla creada por Fobétor para atormentarme.
— Sé lo que estás pensando. Y no te falta razón, al menos en parte — me replicó mi hermano, como si hubiera leído mi mente. — Soy, o al menos era una Pesadilla. Pero, ¿de verdad crees que una creación de Fobétor podría ser tan poderosa como yo? — me interrogó, mientras me tendía la mano.
Su mirada se unió a la mía, y entonces lo pude ver. Sus ojos habían vuelto a ser los de siempre, y su sonrisa era cálida y esperanzadora. Al estrecharle la mano, un recuerdo de Hiperión se materializó en mi mente.
Nos encontrábamos ambos, confinados en las profundidades de la tierra. A pesar de que Hiperión era mayor que yo, era él quien estaba escondido en una pequeña cueva, llorando desconsolado. Urano lo había maltratado pocos minutos antes, dejándole el rostro deformado por la fuerza de sus golpes. Hiperión, fascinado por el mundo situado más allá de las profundidades del vientre de madre, había intentado escapar del presidio que nuestro padre nos había impuesto. Y las consecuencias habían sido fatales.
Yo, siendo solo un niño, me senté a su lado y lo abracé.
— ¿P-por qué padre no nos quiere? — sollozó Hiperión sobre mi hombro.
Pude sentir entonces como su cuerpo se contorsionaba por el dolor, no físico, sino emocional por el rechazo de aquel que debía amarnos y protegernos. ¿Para qué traernos al mundo, solo para aborrecernos y ocultarnos bajo tierra? Lo observé con dulzura mientras le acariciaba el cabello con lentitud, hasta que se tranquilizó.
— No te preocupes hermano — dije, con una voz infantil que había olvidado y abandonado hacía eones. — Sé que algún día todo cambiará, y podremos ser felices juntos — le aseguré, tratando de animarlo con mi mejor y más traviesa sonrisa.
Y dicho esto, usé mi habilidad de manipulación del tiempo para revertir sus heridas. Él me dio un beso en la frente, y ambos permanecimos en aquel rincón, abrazados durante largas horas...
A medida que el recuerdo se desvanecía, las lágrimas acudieron en tropel a mis ojos mientras abrazaba a mi hermano. No sabía cómo, ni tampoco por qué. Sin embargo, había una verdad irrefutable. Aquel ser, era mi hermano Hiperión.
El auténtico.
— Sé que debes tener muchas preguntas, pero ya no queda tiempo. Me han enviado hasta aquí con un mensaje — me dijo él, poniéndose en pie a duras penas.
Mi confusión solo se acrecentó.
— ¿Un mensaje? ¿De quién? — quise saber.
Hiperión negó con la cabeza, mientras Eris nos observaba a ambos, atónita, alternando su mirada entre mi hermano y yo.
— Ni siquiera yo lo sé. Hace poco tiempo, una presencia semidivina llegó al Tártaro desde los Confines del Tiempo. Cayó encadenado, pero aún conservaba vestigios de su poder. Sabía que Fobétor crearía una Pesadilla con mi forma, y usó sus últimos restos de energía para traerme hasta aquí. Todo, para darte un último mensaje, que dijo que cambiaría el rumbo de las batallas que se avecinan — declaró mi hermano.
Antes de que pudiera hablar, Eris intervino, mientras acariciaba sus labios con una ligera sonrisa.
— ¿Y cuál es ese dichoso mensaje? — preguntó la diosa, su tono cargado de irritación, la cual contrastaba vivamente con su mirada perdida y soñadora.
Hiperión la miró molesta, pero logró susurrar las frases que había traído consigo desde el mismo Averno.
— El día que los vivos desciendan al Meikai, y el pacto quede sellado, las cadenas del Maligno se romperán, y tras la encrucijada del corazón, él volverá a caminar sobre el mundo oculto tras un rostro humano — recitó él.
Parpadeé, sin entender lo que quería decirnos, y a juzgar por su expresión, Eris estaba tan confusa como yo. Quise preguntar, saber más, pero Hiperión colocó su dedo índice sobre mis labios antes de darme un cálido abrazo.
— Todo llegará, a su debido tiempo hermano. Hasta entonces, te estaré esperando, cuidando de ti desde las sombras — me susurró al oído.
Limpié rápidamente una lágrima solitaria de mi mejilla, mientras trataba de recuperar la compostura.
— ¿Por qué hablas como si nos estuviéramos despidiendo? Tú estás aquí, y juntos podemos... — comencé a decir, pero él me interrumpió.
— Cada uno de nosotros cumple un rol en el destino Cronos. Y el mío termina aquí. Solo te pido que me dejes hacerme cargo de esto — me pidió Hiperión, mientras se giraba hacia Fobétor, que nos contemplaba estupefacto, como un niño que acaba de descubrir que la magia no es real.
Balbuceaba cosas sin sentido, sin saber exactamente a quién o a qué mirar. Sin embargo, pude darme cuenta de que sus ojos estaban fijos en la figura de Eris, como si buscara respuestas a una pregunta nunca planteada.
Mi hermano se alejó de mi lado, y con pesar, tuve que dejarlo ir, aunque me doliera el corazón. Él tenía razón. Había recorrido un largo camino para llegar hasta aquí, y al menos debía respetar sus últimos deseos.
A medida que Hiperión se acercaba a Fobétor, un sendero llameante se fue prendiendo a su paso, mientras los ojos de mi hermano relampagueaban de ira.
— ¡Dios de las Pesadillas! ¡Te has atrevido a jugar con los sentimientos de mi hermano Cronos! Y no solo eso, sino que además has torturado a sus compañeros de batalla, y los has hecho sufrir. ¡Es hora de que recuerdes cuál es tu lugar, y recibas un castigo ejemplar! — exclamó, mientras blandía su lanza contra Fobétor.
El oniro retrocedió, como si aquellas palabras hubieran tenido un impacto físico en él. Sin embargo, su mueca de terror se transformó en una sonrisa burlona.
— Yo si fuera vosotros no cantaría victoria todavía... A fin de cuentas, no eres más que una Pesadilla, y yo, tu Amo. Haré que te desvanezcas al igual que te di la vida — siseó, mientras chasqueaba los dedos.
Hiperión simplemente se quedó mirándolo, sin inmutarse siquiera. El oniro, perplejo, chascó los dedos una y otra vez, sin obtener ningún resultado.
— ¿Sorprendido? — lo interrogó Hiperión, mientras sonreía. — Aunque no sé por cuánto tiempo, he recuperado mi cuerpo original. Puede que tú seas un dios, Fobétor, pero no puedes rivalizar con el poder de un titán. ¡Eres un insecto ante mí! — bramó mi hermano.
Fobétor, consciente de la precaria situación en que se encontraba, empezó a temblar de pura rabia. Alzando ambas manos, liberó un torrente de tinieblas en nuestra dirección.
Pero mi hermano fue más rápido.
En un abrir y cerrar de ojos, Hiperión se abalanzó contra el Amo de las Pesadillas envuelto en un océano de llamas que engulló a ambos en cuestión de segundos.
Tras de ellos, las sombras se arremolinaron hasta crear un vórtice, un portal al Mundo de las Pesadillas que comenzó a absorberlos. En el interior de aquella monstruosa bola de fuego, pude entrever cómo mi hermano golpeaba a Fobétor, una y otra vez con su lanza, cómo lo abrasaba, cómo lo humillaba.
Cómo acababa con él, tras decapitarlo limpiamente.
Hiperión me dirigió una última sonrisa mientras se desvanecía en el portal, sus ojos cargados de calidez mientras me decía "Te quiero" con los labios.
Y en un instante, todo acabó.
El portal se cerró, y ambas deidades se desvanecieron en él. Caí de rodillas, mientras Eris, a mi lado, rompía a llorar, desesperada. Volví a injertar la habitación en el universo, y mientras todo se recomponía, yo también me rendí frente al asalto de las lágrimas.
Por fin todo había terminado. Habíamos ganado.
***
Nota del autor: Como siempre, os adjunto tres posibles imágenes del personaje de Hiperión. ¿Qué os parecen? ¿Lo imaginabais así? ¿Cuál os gusta más? ¡Os animo a dejar vuestra opinión en comentarios, y gracias por leer!
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