Capítulo 15: Un destello de esperanza
16:31 P.M, lunes día 14 de septiembre, año 2023.
Félix:
Me dejé caer. Sin oponer resistencia, sin luchar. Ya estaba harto de todo aquel sufrimiento. De ese dolor que parecía perseguirme a todas partes, que no me dejaba en paz. No es solo que ensombreciera mi vida.
Es que se había convertido en mi vida misma.
Primitivo, como siempre, había acabado teniendo razón. Yo siempre había sido un paria, alguien de quien avergonzarse y al que había que ocultar por el bien del apellido Durand. Un mocoso malcriado que no sabía mantener el control de sus emociones. Un pecador incapaz de cumplir con las exigencias de su misma sangre.
No tiene sentido que las personas que se han criado entre tinieblas traten de aferrarse a la mera esperanza de una luz, pues estarán condenados a una eternidad de oscuridad. Ese trauma era lo que me definía, y jamás lograría superarlo.
Era mejor así.
El frío comenzó a envolverme a medida que me internaba más y más en el pozo, perforando mi cuerpo hasta alcanzar mi alma. Las sombras parecían tornarse más densas, y mi figura era cada vez más fantasmagórica, más espectral.
Abrí los ojos en medio de la caída, que no parecía acabar nunca. Las estrellas rojizas del firmamento no eran más que un punto lejano en el horizonte, e incluso ellas desaparecieron una vez hube alcanzado la profundidad suficiente.
Tal y como esperaba, mi cuerpo empezaba a desvanecerse. El brazo que Primitivo me había roto ya no estaba. Simplemente se había esfumado, y a juzgar por lo que le pasaba al resto de mis extremidades, sabía cómo.
Mis piernas, mi torso, y mi brazo restante, se estaban tornando grises, y se disolvían en el aire, dejando pequeñas motas de ceniza a su paso. Pensándolo bien, tenía bastante sentido. Para poder entrar al Mundo de las Pesadillas, no bastaba con simplemente caer por un agujero. No, mi cuerpo debía morir primero, para que así mi alma pudiera ser atormentada allí.
Sin embargo, pese a todo, no había dolor. De hecho, me atrevería a decir que el proceso era incluso placentero. Sentía como si me estuviera librando de una gran carga, de un peso absurdo. Una sensación de efímera paz me envolvía. Mi dolor al fin había cesado.
Observé, impasible, como mis extremidades quedaban reducidas a muñones, y cómo todo mi torso y cuello se consumían también. A estas alturas, ni siquiera era consciente de estar cayendo. Las sombras eran omnipotentes, y dominaban todo mi entorno. No quedábamos más que aquella profunda oscuridad, y yo.
Supe que todo estaba llegando a su fin cuando mi cabeza también se empezó a disolver. De pronto, ya no veía nada. Mi cuerpo finalmente había sucumbido, y ahora mi alma era libre... Para ser torturada.
Y justo cuando el frío se intensificaba todavía más, formando una espiral a mi alrededor, oprimiéndome de forma terrible, como si quisiera reducir a pedazos mi misma esencia, una luz fantasmagórica resquebrajó las tinieblas a mi alrededor.
Era un resplandor débil, pero poderoso al mismo tiempo. Y venía acompañado de un rítmico tic tac. Sin pensarlo, abrí los ojos que creía haber perdido, y vi un reloj ante mí.
Este estaba alterado. Las agujas se movían con una lentitud insufrible, casi como si el tiempo se hubiera detenido. Y eso era lo que estaba sucediendo.
— No esperaba encontrarte en este lugar — dijo la familiar voz de Cronos, resonando en aquel espacio cavernoso.
Contuve la respiración.
— ¿Cronos, eres tú? ¿Qué haces aquí? — le pregunté, casi queriendo saltar de la alegría.
A estas alturas, lo daba por muerto.
— Fobétor me encerró en una pesadilla profunda, a las puertas mismas de su Reino, para evitar que escapara. Pero la pregunta es, ¿qué haces Félix?
Parpadeé un par de veces, sin entender a qué se refería.
— ¿De qué hablas? — lo interrogué.
Cronos se limitó a reírse.
— Hablo de que no deberías estar aquí. ¿Por qué no estás en la superficie, peleando contra Primitivo, y ayudando a Eris con su sobrino? — me preguntó, de forma cálida y amable.
Bajé la mirada, sin ser capaz de mantener el contacto visual con él. O mejor dicho, con el reloj fantasmagórico del que brotaba su voz.
— Te has dado por vencido — adivinó él.
Asentí con la cabeza, mientras respondía:
— ¿Qué puedo hacer yo contra él? Es más fuerte que yo. Es la personificación de todo lo que siempre me ha estado persiguiendo...
Pude sentir entonces cómo Cronos posaba su mano en mi mejilla. Sé que él no estaba allí, pero ese contacto cálido en mi mejilla parecía desafiar toda explicación.
— Félix, ¿no fuiste tú el que me dijo, que mientras estuviéramos vivos habría esperanza? ¿Qué ha cambiado?
Comencé a llorar, sintiendo cada irritante lágrima surcado mis mejillas. Ahora, las agujas del reloj habían comenzado a girar en sentido anti-horario, con menor lentitud que antes.
— Nunca podré con él. No soy más que un niñato estúpido. Alguien que mató a su madre al nacer, solo para vivir una vida llena de dolor. ¡Yo debería estar muerto! — exclamé, entre sollozos.
Esta vez, no se limitó a acariciar mi mejilla, sino que pude sentir cómo los brazos del titán me envolvían en un abrazo cargado de calor y esperanza.
— No digas eso Félix — me susurró él al oído. — Tú sobreviviste al apocalipsis por méritos propios. Fuiste capaz de resistir la oscuridad de Nix, y por eso pude salvarte. Te has impuesto a tus traumas, los has dejado atrás. Has enfrentado a Eris, y le has dado una segunda oportunidad. Aunque ella te incitó a huir, te quedaste para pelear con un dios. Un ser patético no haría eso, te lo aseguro — me animó.
Cada una de sus palabras me cubrió como un bálsamo, sanando mis heridas. Por primera vez, vi más allá de los golpes, de los correazos. No era alguien patético. Era un superviviente que había tenido la fuerza suficiente como para escapar de aquel lugar, como para continuar con su vida hasta llegar hasta este punto. No podía darme por vencido ahora.
Debía vivir para luchar.
— Eso es Félix. Yo no he olvidado tus palabras. Me dijiste que aquellos que renuncian a la idea de salir victoriosos sin antes luchar siquiera, ya habían perdido la batalla, ¿verdad?
— Fueron las últimas palabras que me dirigió mi padre — afirmé, con tristeza.
Sin verlo, pude presentir que Cronos sonreía.
— Entonces no lo defraudes. Usaré mis últimas energías para devolverte a la superficie — declaró el titán.
Pero yo me negué rotundamente.
— ¡No puedes hacer eso Cronos! Entonces tú... — me apresuré en aclarar.
No obstante, él me interrumpió.
— Yo he vivido por miles de millones de años. He visto cómo se formaba todo el universo, y la humanidad misma. He amado, odiado, y asesinado. Cometí errores que jamás podré perdonarme — dijo, mientras suspiraba con melancolía. — Ahora es hora de que tú vivas. ¡Vive Félix! — exclamó.
Y esas fueron sus últimas palabras, pues las agujas del reloj se aceleraron hasta alcanzar una velocidad vertiginosa. Al mismo tiempo, yo comencé a ascender. Por un instante, creí ver la forma fantasmal de Cronos, despidiéndose de mí mientras agitaba su mano, pero la perdí de vista en pocos segundos.
Mi cuerpo se regeneró con rapidez, mientras cada mota de ceniza que había sido derramada volvía a su lugar exacto. Recuperé mi corporeidad con rapidez, e incluso mi brazo roto sanó (aunque dolió bastante).
Las estrellas volvieron a reaparecer, y, a cada segundo, el oscuro cielo se fue ampliando, hasta que finalmente, salí de aquel pozo, aterrizando justo en el borde desde el que había sido arrojado.
Sin embargo, a mis pies, en las profundidades de aquel abismo, sentí que alguien moría. Un alma que se apagaba.
— Gracias por todo Cronos. Te juro que no desperdiciaré la oportunidad que me has dado — prometí, mientras trataba de percibir, en vano, un atisbo de luz en la oscuridad de aquella fosa.
Acto seguido, volví la vista al frente, y ahí estaba él, a pocos metros de mí.
Primitivo me observaba con una sonrisa arrogante. Parecía tener incluso más fuerza que antes, como si finalmente hubiera recuperado todo su vigor. No aparentaba más de diecisiete años. Había sustituido la fusta por un alargado látigo negro, rematado en una punta de obsidiana, y sus ojos negros me observan con ira y diversión.
— Así que has vuelto, ¿eh? — me dijo, con tono despectivo.
Extendí los brazos a ambos lados, en actitud chulesca.
— ¿Es que no lo ves? — lo provoqué.
La Pesadilla estalló en carcajadas, mientras hacía restallar el látigo en mi dirección. Si quería vencerlo, debía librarme de aquella arma.
En pocos segundos, arremetió contra mí. Sin embargo, yo ya no era el mismo.
Anticipando su primer movimiento, capturé la punta de su látigo al vuelo, y la sostuve con fuerza. Por más que Primitivo tiró, no logró recuperarla.
— ¿¡Qué crees que estás haciendo!? — exclamó, enrabietado.
Sonreí, mientras comenzaba a tirar del cable, obligando a aquella Pesadilla a acercarse más y más a mí.
— ¿Sabes qué es lo malo de ser un trauma con patas? — le pregunté, irónico, dejándolo boquiabierto. — Que conozco todos tus malditos movimientos. Bastantes veces los he visto ya, como para no poder predecirlos, ¿no crees? — me burlé.
Y acto seguido, hice un giro brusco, arrojándolo al borde del abismo, mientras sus preciadas armas se precipitaban por él. Aprovechando el instante que permaneció en el suelo, me alejé lo máximo posible del pozo, para enfrentarlo con la pendiente a mis espaldas.
No correría ningún riesgo.
— ¡Eres un malnacido! — vociferó Primitivo, su voz ligera y grotescamente distorsionada.
Arremetió contra mí, pero logré esquivarlo en el último momento, rompiéndole la nariz de un rodillazo. La Pesadilla retrocedió, retorciéndose de dolor, expulsando sangre negra. Casi estaba saboreando mi inminente victoria, cuando, frente a mis ojos, la herida sanó en pocos segundos.
— Una Pesadilla no puede morir tan fácilmente — repuso, con una sonrisa macabra en los labios.
Sin intención de rendirme, encajé un gancho en su mandíbula, y otro en su estómago. Pero el tercer puñetazo, que iba directo a su entrecejo, lo capturó con su mano, dejándome atrapado e indefenso.
Al segundo, aquel dichoso anillo de Vizcaya se estampó contra mi boca, no una, sino cinco veces. Desorientado, estuve a punto de caer al suelo... De no ser porque Primitivo posó sus manos en mis hombros, y usando su enorme fuerza, me lanzó por los aires, en dirección al abismo.
El impacto me dejó sin aliento, con los brazos colgando sobre el vacío inexorable del que acababa de escapar. Antes poder reaccionar, la Pesadilla pateó mi cabeza, y me hizo caer de nuevo.
— ¡Vuelve a las sombras de las que no deberías haber salido! ¡Déjate consumir por la oscuridad que siempre llenó tu patética vida!
Antes, esas palabras me habrían desestabilizado. Habrían hecho que me compadeciera de mí mismo, que suplicara la pena y compasión propia y ajena. Que me rindiera.
Pero ese Félix estaba muerto. Ahora, gracias al sacrificio de Cronos, me había vuelto más fuerte. Y gracias a esa fuerza, logré aferrarme al borde del peñasco con mi mano derecha, sosteniendo todo el peso de mi cuerpo.
Solo ella me separaba de una caída sin fin, y una muerte irremediable. Sin olvidar la tortura eterna, claro está.
Y esa mano empezó a ser pisoteada. Grité de dolor mientras un pisotón daba paso al siguiente, y al siguiente.
— ¡Muérete ya! ¡Quiero ser libre, y surcar este mundo experimentando los placeres humanos! — repetía sin cesar Primitivo, con un deseo oscuro y malévolo contenido en su voz grave.
Cerré los ojos, sin poder aguantar el dolor. Lo mejor sería que me soltara, y que cayera de nuevo. Así al menos me ahorraría aquel sufrimiento. Mis dedos se empezaron a aflojar... Pero las palabras de Cronos me devolvieron el aliento, y me impulsaron una vez más.
— Primitivo o Pesadilla, seas quien seas. Estás equivocado — proclamé, con toda dignidad que pude reunir.
A pesar de no poder verlo, juraría que aquel ser me miraba con diversión.
— ¿Y en qué me equivoco exactamente? — me preguntó, mientras intensificaba sus golpes.
Esa vez fui yo quien sonreí.
— Aunque los humanos nos hayamos criado bajo la más profunda de las tinieblas, en la peor de las guerras, o el más terrible trauma, la oscuridad, el mal, o la muerte, son una elección. Las personas poseemos la capacidad de elegir el bien, pase lo que pase — afirmé apasionadamente.
Primitivo se limitó a seguir riendo.
— ¡Eso no son más que patrañas! Los humanos como tú sois seres egoístas por naturaleza. Usáis a las personas como meras marionetas, en el momento y lugar correctos, solo preocupándoos por vuestro propio beneficio. Y ante la menor adversidad, optáis por culpar y odiar a los otros, en vez de ver vuestros propios errores. Aparentáis ser compasivos... ¡Pero sois más monstruosos que yo!
— Tal vez así sea — le concedí. — Pero no olvides una cosa. El dolor que tanto presumes de personificar, no nos define. ¡Porque incluso la más profunda de las oscuridades, se quiebra ante la menor chispa de luz! — exclamé, dispuesto a terminar con todo.
Antes de que lograra darme un solo golpe más, tomé su pierna, y lo arrastré conmigo. El borde del pozo se hizo pedazos, y mientras él caía hacia las sombras, yo ascendía a la superficie.
Finalmente, aterricé, jadeante, sobre la colina, mientras el cuerpo y la voz de Primitivo se perdían entre las tinieblas.
— ¿Qué harás ahora sin mí? ¿Cómo vas a vivir? — me interrogó, empleando su último aliento.
Por mi parte, me alejé de aquel lugar, mientras aquella antesala del Mundo de las Pesadillas se resquebrajaba. El negro cielo estalló con un rugido ensordecedor, dejando entrar la luz del plano terrenal. Incluso la niebla, el relieve, y el mismo pozo, se desvanecieron como polvo, dejando pasar el resplandor que habían tratado de eclipsar.
— Dejaré atrás el pasado y caminaré hacia un mundo lleno de luz — me digné a responder, mientras me encaminaba hacia mi destino.
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