Capítulo 13: La Discordia y la Pesadilla
15:37 P.M, lunes día 14 de septiembre, año 2023.
Eris:
Me adentré con pasos vacilantes en aquel blanco edificio situado en medio de la nada. A mi alrededor solo había árboles, cientos de ellos, que alcanzaban hasta los límites de mi visión. Había estado informándome, y al parecer este hospital se encontraba en el corazón de una reserva natural. En torno al siglo XIX había sido un psiquiátrico, una respetable institución privada donde confinar a los enfermos de familias adineradas hasta que la Parca viniera a buscarlos.
Sin embargo, tras varios incidentes y revueltas que finalizaron con un trágico derramamiento de sangre, el lugar había quedado abandonado a su suerte. Hasta que, a principios de los 2000, un inversor privado cuya identidad era desconocida incluso para mí, había llevado a cabo una completa remodelación tanto del edificio como de sus vías de acceso, creando aquel hospital, esperando ser capaz de dar esperanza a aquellos que esperaban el frío abrazo de la muerte.
Ahora, recorriendo el vestíbulo y los pasillos de aquel lugar, solo podía estar completamente horrorizada. Como diosa de la Discordia que era, sabía reconocer un buen trabajo cuando lo veía. Fobétor había reducido a todo el personal de seguridad, había mandado a dormir a cualquier testigo potencial, torturándolos en sueños, y había asesinado a aquellos lo suficientemente fuertes como para resistir su poder.
Había llegado hasta aquí recorriendo una carretera completamente destrozada. El hormigón que la constituía estaba resquebrajado, incluso pulverizado en algunos puntos.
El vestíbulo del hospital estaba regado en sangre, con cadáveres adheridos a las paredes y techo por sus propias heridas. El impacto había sido tan fuerte que prácticamente se habían fusionado con la estructura del hospital. Sus rostros eran pálidos, sus ojos estaban en blanco, y todas sus bocas estaban muy abiertas, como si alguien se hubiera dedicado a hurgar en ellas.
A algunos les faltaban los dientes. No era de extrañar, pues Fobétor siempre había sido un gran coleccionista.
A pesar de que me divertía atormentar a los seres humanos, de hacer que se odiaran hasta el punto de verlos matarse entre sí, esto era demasiado. Mi sobrino había cogido un bello sueño, y lo había tergiversado hasta convertirlo en la más horrenda de las pesadillas. No había hermosura en su obra.
Era monstruoso.
Recorrí los pasillos de aquel lugar sin rumbo fijo, observando la masacre y la devastación que me rodeaba. No importaba que no supiera adonde ir, pues a fin de cuentas aquello era una trampa orquestada por Nix, la diosa de la noche, para acabar conmigo. Había enviado a su nieto... Para matarme a mí, su hija.
Finalmente, pude verlo.
Nos encontrábamos en extremos opuestos de un mismo corredor. La electricidad iba y venía, haciendo que las luces fluorescentes del techo parpadearan de forma ominosa. Las baldosas estaban rotas, y solo tres cuerpos sin vida, desangrados hasta la muerte se interponían entre nosotros. Entre la Discordia y la Pesadilla.
Fobétor me observaba, con una sonrisa macabra. No había cambiado en nada. Era un joven alto y apuesto, de hombros anchos y pelo color gris ceniza. Dos pecas negras adornaban su mejilla derecha, y sus iris negros iban a juego con el elegante traje de dos piezas que empleaba, de la misma tonalidad. A diferencia de mí, a él no le gustaban en exceso las joyas. Solamente lucía un intrincado brazalete de plata, en su muñeca derecha.
Su sonrisa se amplió al verme, al mismo tiempo que efectuaba una pequeña reverencia.
— Es un placer volver a verte por fin querida tía. La mortalidad te favorece — me saludó, con su carisma habitual.
Procurando ocultar mi horror (tengo una reputación cruel e inflexible que mantener), le respondí con mi mejor y más pícara sonrisa.
— Lo mismo digo estimado sobrino — repliqué, sarcástica.
Él comenzó a dar zancadas lentas y gráciles hacia mí, con una seriedad y al mismo tiempo una coquetería que me maravillaban.
— ¿Qué tal si obviamos todas las normas de etiqueta, y vamos directamente a un lugar más privado? He reservado una habitación solo para los dos... — me dijo, con una sonrisa sugerente, tratando de seducirme.
En un instante, estaba sobre mí, y nuestros labios estaban rozándose. Y para ser sinceros, yo me moría de ganas de besarlo.
Todo había comenzado varios eras atrás. Tras el diluvio universal, aquel castigo divino que había purgado a la humanidad, solo las personas más puras y bondadosas sobrevivieron. Se creó una utopía terrenal, donde las principales deidades fueron adoradas y engrandecidas mientras que yo... Casi desparezco.
Por más que lo intenté, no pude corromper ni tan siquiera a uno solo de aquellos humanos. Sin Discordia en la Tierra, yo misma empecé a desaparecer, a caer en el olvido. Y entonces Fobétor me ayudó. Él me abrió las puertas de su palacio, y juntos, atormentamos a los mortales en sus pesadillas, sembrando la Discordia en sueños.
En un principio solo éramos compañeros. Dos villanos unidos por las circunstancias, con un objetivo común: la ruina de la humanidad. Sin embargo, una cosa llevó a la otra, y antes de saber siquiera que sucedía, me vi envuelta en un ardiente romance lleno de pasión. Aquella etapa de mi vida fue oscura, pues conocí lo que los humanos llamáis amor.
Y casi me pierdo a mí misma.
Por suerte, lo abandoné antes de que todo se saliera de control. Escapé de su palacio en mitad de la noche, y no volví a verlo en siglos. Tampoco contacté con él, ni le permití verme. Esto funcionó mejor de lo que esperaba, pues finalmente pude superar los banales sentimientos que había desarrollado por él. A fin de cuentas, una diosa como yo no puede enamorarse.
Sin embargo, pasado un tiempo, aquel apego físico que había desarrollado por Fobétor no desapareció, y fui a verle, convirtiéndose él en mi amante una vez más. Nos estuvimos viendo dos o tres veces cada siglo, sin sentimientos, sin diálogo. Solo entregándonos el uno al otro, sin reservas. Tenía intención de ir hasta él de nuevo en este siglo, pero pocos días antes de iniciar mi viaje, estalló el Juicio Final tan cuidadosamente planeado por mi madre.
Y ahora, aquí estábamos, cara a cara, solo que esta vez como enemigos.
— Lo siento Fobétor, pero no he venido aquí por ti — le respondí, lo más seria posible, tratando de ignorar la ligera punzada de dolor que golpeó mi divino corazón.
Mi sobrino esbozó una mueca de incomodidad, y se retiró, algo tenso, mientras se revolvía el cabello con la mano y fijaba sus ojos en los míos.
— Ya veo... Así que vienes por Cronos, ¿no? — preguntó él, señalando con gesto despectivo una habitación al final del pasillo.
Asentí con la cabeza.
— Antes de nada Eris, quiero hacerte una oferta — me dijo Fobétor, a modo de respuesta.
Parpadeé un par de veces, desconcertada.
— ¿Qué tipo de oferta? — pregunté, intrigada a la par que aterrada.
Mi sobrino amplió su sonrisa.
— Estoy dispuesto a interceder por ti ante tu madre, y mi abuela — me propuso, dejándome anonadada. — Has cometido errores en el pasado, pero estoy seguro de que ella te perdonará si te unes a nuestra causa. Ven conmigo, y vivamos juntos en el Olimpo Oscuro que tu madre está creando. Pasemos juntos el resto de la eternidad — remató él, tendiéndome su pálida mano.
La sorpresa hizo mella en mí. Jamás habría esperado un ofrecimiento semejante por parte de Fobétor. Él era el encargado de torturar a los humanos e incluso a algunos dioses en sus sueños, trayendo a la vida sus peores miedos. Nunca antes había mostrado sus emociones, ni mucho menos intercedido por nadie. Normalmente, mientras no se lo molestara, a él no le importaba nada.
Entonces, ¿por qué quería ayudarme ahora? ¿Sería posible que, con el paso de los milenios, sus sentimientos por mí hubieran permanecido intactos?
Por un instante quise aceptar su oferta. Al fin y al cabo, era lo que todos esperaban de mí. Yo Eris, diosa de la Discordia, siempre he sido y siempre seré una villana, la mala de la película. La deidad maligna a la que hay que exterminar para que reine la paz en el mundo. Y aunque no era mi intención, las palabras de Félix vinieron a mi cabeza.
Él dijo que yo aún tenía una oportunidad. Aún podía escoger hacer el bien.
Sacudí la cabeza, tratando de liberarme de ese maldito discurso barato. Era la personificación del odio y la sed de sangre humana. Y tenía un motivo de peso mucho mayor que la redención para no aceptar aquel condenado ofrecimiento.
La venganza.
— Querido — le repliqué, pasando mis dedos por su cuello y pecho, disfrutando del escalofrío de placer que recorrió al dios de pies a cabeza. — Siento muchísimo tener que rechazarte por segunda vez hoy. Sin embargo, tengo una cuenta pendiente con madre. Ella osó permitir que uno de sus lacayos me asesinara en el Olimpo. No pienso descansar hasta vengarme de ella, impidiendo que realice su estúpido apocalipsis. Mucho me temo que ese es mi capricho actual — finalicé, haciendo un mohín con mis bonitos labios.
Fobétor torció el gesto, pero pareció asimilar mis palabras.
— Sigo sin entender el motivo por el que te empeñas en proteger a esos estúpidos mortales... No son más que seres inferiores, condenados a sufrir en vida y en sueños, y ser torturados eternamente en las llamas del Infierno. ¿Qué tienen de especial?
Reí amargamente, sintiendo como mi habitual odio y malevolencia me llenaban de nuevo.
— ¡No tienen nada de especial! Pero, ¿con quién me divertiré si ellos no están? — repliqué, con tono de niña mimada.
Finalmente, mi sobrino se dio por vencido mientras negaba con la cabeza.
— Veo que no podré convencerte Eris. Es una pena, pues siempre creí que algún día seríamos algo más que amantes. Pero eso ya no importa — afirmó, dejando de lado su actitud seductora para centrarse en su papel como Amo de las Pesadillas. — Si es lo que quieres, pelearemos. Hasta que uno de los dos, o ambos, muramos.
Asentí con la cabeza, mientras extraía la Manzana Dorada de los pliegues de mi vestido. La fruta de inmediato comenzó a brillar con toda su fuerza, propagando olas de luz dorada que surcaron el pasillo e iluminaron los ojos de Fobétor.
— Que así sea — le respondí, dispuesta a acabar con él.
***
15:48 P.M, lunes día 14 de septiembre, año 2023.
Félix:
No hacía otra cosa más que correr.
Desde el momento en que leí las palabras de Eris, y me di cuenta del peligro que pendía sobre la vida de Cronos, no pude hacer otra cosa más que eso. Cualquier pensamiento acerca de Carlos, o las palabras de Laura, se habían desvanecido de mi mente. Ni siquiera recordaba que hoy era nuestra cita.
Y aunque mi teléfono sonó varias veces, no me molesté siquiera en ver quién me llamaba. Sencillamente ahora mismo solo podía imaginar a ese tal Fobétor, oniro de las Pesadillas, arrebatándole la vida a aquel titán de pelo cano y ojos color miel.
Cronos me había salvado del apocalipsis. Y no solo eso, sino que, en el breve lapso de tiempo que nos habíamos conocido, siempre me había intentado ayudar y confortar en la medida de lo posible, a pesar de haber perdido sus poderes divinos, y de no entender a los mortales como yo, siempre se había preocupado por mí.
Lo último que me dijo, antes de caer inconsciente, fue que no le abandonara, que no quería morir solo. Y yo había incumplido mi promesa. Me había centrado en mi idílica relación con Carlos, y había olvidado a Cronos tras perderlo de vista. Si hubiera ido a verlo al hospital, quizá esto no hubiera sucedido.
A lo mejor podría haber evitado la aparición de Fobétor. Podría haber ayudado a Cronos a escapar de él. En cambio, había actuado como un egoísta.
Y por mi culpa, en el mejor de los casos aquel arrogante titán estaría siendo torturado eternamente en pesadillas sádicas y tenebrosas. Eris había comentado en su nota que era una trampa, para deshacerse de Cronos y de ella.
Quizá ya fuera demasiado tarde. A lo mejor la diosa había enviado a Laura con la nota hacía horas, y el enfrentamiento ya se había zanjado. Ahora, la cabeza de Eris rodaría por los pasillos del hospital, y probablemente Cronos estuviera desmembrado en la sala de descanso.
Sin embargo, si aún quedaba una esperanza, por pequeña que fuera, debía seguir avanzando. No podía rendirme y esperar a que el destino de la humanidad se sellara sin tenerme en cuenta.
Cuando me encontraba a tan solo kilómetro y medio del hospital, incluso ya pudiendo atisbar la estructura a lo lejos, enclaustrada entre los pinos, pude oír un impacto. Como un gigantesco choque de fuerzas.
Ese sonido me motivó a acelerar el paso.
Allí dentro había alguien peleando. Un ser que desafiaba la voluntad de los dioses para forjar su propio destino y proteger a la humanidad de la arbitrariedad divina.
Yo también lucharía.
***
15:48 P.M, lunes día 14 de septiembre, año 2023.
Eris:
El tiempo de las palabras había terminado. Con un chasquido, las sombras se arremolinaron alrededor de Fobétor, creando un remolino a sus pies del que surgió su temible arma: Un báculo de obsidiana, templada en la fragua de Hefesto, alargado y rematado en una punta bañada con la sangre de los Ángeles Caídos.
Del báculo, brotaban las siluetas y formas de centenares de bestias, que parecían arremolinarse y cambiar a cada segundo, como un temible ejército dispuesto a despedazar a su víctima.
Por mi parte, sostuve la Manzana Dorada en alto, lista para efectuar mi primer movimiento.
Y así lo hice. En un segundo, el brillo de la fruta se tornó cegador, inundando el corredor son su resplandor dorado, distrayendo a mi sobrino, obligándolo a cerrar los ojos. Al volver a abrirlos, no una, sino trece Eris diferentes lo observaban, en distintas posturas y a diversas distancias, todas ellas con una Manzana en sus manos.
Todas reímos al mismo tiempo, mientras exclamábamos, llenas de diversión:
— ¿Puedes encontrarnos Fobétor?
En ese instante, de cada fruta sagrada brotó una cobra alada, mi aliado supremo a la hora de sembrar el caos y destruir a mis enemigos. Sus colmillos venenosos serían capaces de corromper y emponzoñar a los mismos olímpicos.
Las trece se abalanzaron al mismo tiempo sobre Fobétor, en apariencia, sellando su muerte. Y lo digo así, porque mi expresión fue de puro horror al escuchar sus siguientes palabras.
— ¡Vaya! — proclamó, contemplando todo aquel despliegue. — Estás mucho más débil de lo que pensaba Eris. Estos trucos baratos no funcionarán conmigo.
Alzando su báculo lo golpeó contra el suelo, provocando que una onda de luz violeta surcase el pasillo hacia mí, destruyéndolo en el proceso. Con el mínimo roce del resplandor, tanto mis cobras como mis ilusiones se desvanecieron. Y no solo eso. El impacto me hizo tambalearme, y me arrojó metros atrás, haciendo que mi delicado cuerpo se estampara contra una de las paredes.
Gemí por el dolor del impacto, y caí al suelo, sosteniendo con fuerza la Manzana Dorada. Un dolor lacerante en mi abdomen mi indicó que al menos me había roto tres costillas. ¿Era tan doloroso ser mortal? Ni siquiera mi propia muerte me había dolido tanto como aquello.
— Retiro lo dicho querida tía. ¡Ser mortal es asqueroso! — estalló Fobétor, liberando la fuerza de su báculo contra mí.
Un relámpago violáceo surcó el lugar, dispuesto a fulminarme, y únicamente fue detenido por el escudo que pude a duras penas formar empleando mi poder restante. El impacto fue demoledor, creando una onda expansiva que seguramente habría podido percibirse a kilómetros.
La luz que emanaba de la Manzana Dorada comenzó a atenuarse poco a poco, mientras mi escudo se debilitaba y las primeras grietas hacían acto de presencia. Si Fobétor mantenía este nivel de poder, a este paso... Acabaría conmigo.
Y desde luego, si estaba cansado, mi sobrino lo disimulaba muy bien.
Finalmente, con un suspiro de satisfacción, Fobétor quebró mi escudo, y el rayo impactó directamente en mi hombro, atravesándome la parte izquierda del pecho y arrancándome el brazo. Mi única arma, mi fruta sagrada, rodó lejos de mí, mientras yo la observaba, impotente, sin ser capaz de hacer otra cosa que no fuera contener la hemorragia.
Si creía que lo de antes había sido doloroso, esta lesión superaba todas mis expectativas. Era como si el mundo se desgarrara a mi alrededor, y todo se tornara en oscuridad. ¿Qué se suponía que haría ahora?
Sentí como una mano tomaba mi barbilla, y mi mirada se conectó con la de Fobétor. Sus ojos, completamente negros, eran hermosos, y al mismo tiempo, se encontraban profundamente atormentados. A veces me preguntaba si era aquella mirada la que me había enamorado.
— Créeme cuando te digo, que esto me va a doler más a mí que a ti — me susurró al oído, mientras una solitaria lágrima surcaba su mejilla.
En cuestión de segundos alzó su báculo... Y atravesó limpiamente mi corazón.
Extrajo el arma con la misma rapidez con la que la había desenvainado, y me tendió suavemente sobre el suelo, besando mi cabeza por última vez, antes de darse la vuelta para abandonar aquel hospital. Aunque seguramente primero mataría a Cronos.
Por mi parte, comencé a desangrarme en aquel frío suelo. En ausencia de un corazón que aportara vida y ritmo a mi cuerpo, ahora solo había un desagradable silencio que se propagaba en todas direcciones. A mi alrededor, mi vida se extinguía, mientras un relámpago helador de puro dolor recorría todo mi ser, abrasándome hasta mi alma.
Así que, aquello era morir.
Siempre me había burlado de los tontos humanos que temen a la muerte, pero ahora me daba cuenta de que era aterrador. El saber que ya no vas a estar ahí para cuidar a tus seres queridos, o para dirigirle la palabra a alguien, aunque lo odies. La duda de saber qué pasará con tu alma y tu cuerpo tras el final de todo. Desde luego, la muerte no era una experiencia que hubiera que tomarse a la ligera.
Por suerte, yo no iba a morir. Ni hoy, ni nunca.
De un salto, me puse de pie, mientras todas mis heridas se comenzaban a cerrar y curar casi al instante. Segundos después, la Manzana Dorada voló de vuelta a mi mano, y, alzándola en el aire, liberé todo su poder.
Fobétor, estupefacto, se volvió hacia mí, sin comprender nada.
— P-pero tú estabas muerta... — murmuró, terriblemente confuso.
No pude hacer otra cosa que no fuera reír con ganas.
— Mucho me temo que te has confundido de diosa sobrino — le comenté, con cierta ironía. — La Manzana Dorada contiene mi alma divina. Mientras esta siga existiendo, da igual cuánto dañes mi cuerpo, ¡pues este es inmortal! — exclamé, llena de orgullo y satisfacción.
Antes de que Fobétor pudiera siquiera reaccionar, puse en marcha mi auténtico plan, mi jugada maestra. Mi sobrino tendría sus recursos, pero yo no me quedaba corta.
— ¡Ahora escuchadme! — grité al aire. — ¡Almas atormentadas por la locura, que aquí descansáis! ¡Acudid a mi llamado, y venced a mi enemigo para obtener el descanso eterno!
Invocadas por la fuerza de la Manzana Dorada, las almas de todos aquellos pobres humanos, que habían sido torturados durante décadas en aquel manicomio, fueron surgiendo de las paredes y del suelo, como titilantes ondas de fuego fatuo que se enroscaron en los brazos y piernas de Fobétor, dejándolo completamente inmovilizado.
— ¡Maldita sea! — exclamó este. — No permitiré que unos espíritus insignificantes...
Pero era la hora de morir para él.
— ¡Se acabó sobrino! ¡Sellaré tu alma en la Manzana Dorada, por toda la eternidad! — grité, mientras el brillo de la fruta crecía hasta tornarse en un sol, hasta quemar al contacto, inundándolo todo con su luz.
Por un momento, pude ver el amor y el deseo de Fobétor reflejados en su mirada. Él me amaba, y lo seguía haciendo. Juntos, podríamos haber sido felices, de alguna manera. Pero ya era tarde para eso.
Con un grito de guerra, lancé la Manzana hacia él, preparada para extraer su esencia divina, y poner fin a la existencia del ser que más había amado en este universo. Con un último impacto, todo acabó.
O eso era lo que yo pensaba.
***
Nota del autor: Os adjunto dos posibles imágenes del personaje de Fobétor, para que podáis imaginarlo mejor. ¡Dejadme vuestra opinión en comentarios! ¿Cuál os parece más adecuada para él?
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