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Capítulo 10: Un camino sin retorno

Me agaché junto al cuerpo de Torres, y, tembloroso, le tomé el pulso, solo para verificar lo que ya sabía. Aquel hombre amable y sabio, que siempre había sabido ayudarme y reconfortarme desde que llegara por primera vez a este instituto, ahora estaba muerto. Eris no solo había robado su alma, sino que además había drenado toda la energía vital que quedaba en su cuerpo, hasta acabar con él. 

Sintiendo como las primeras lágrimas afloraban y recorrían mis mejillas, le cerré los ojos, los cuales aún tenían la luz de Eris grabada en las retinas. Era una lástima. Era una buena persona, que nunca había dañado a ningún otro ser vivo. No se merecía este final. 

Y todo por mi culpa. 

Cronos me lo había advertido, y era yo quien había tomado la decisión de ignorarlo. Yo, y no Eris, era el auténtico asesino de Torres. 

Cronos, al percatarse de mi tristeza, me abrazó torpemente mientras me retiraba suavemente del lado del cadáver. Me ayudó a sentarme en el sofá de recepción, mientras él volvía al lado del cuerpo. 

— Quédate aquí Félix. No quiero que veas lo que va a pasar ahora — me advirtió. 

Sin embargo, hice caso omiso de sus palabras, y reuniendo fuerzas, me puse en pie. 

— No. Quiero estar con él hasta el final. Compartir su dolor — afirmé, lleno de remordimientos. 

Cronos intentó persuadirme, pero no cedí ni un ápice. Mi decisión era firme. Yo era el responsable de lo que había pasado, y permanecería con Torres hasta que desapareciera. 

— Será muy desagradable, así que yo que tú cerraría los ojos — dijo, mientras se arrodillaba junto al cadáver. 

Ignoré su aviso. Y juro que desearía no haberlo hecho, pues las imágenes que vi a partir de ese instante me perseguirán hasta el día de mi muerte. 

El titán extendió su palma unos centímetros por encima del pecho de Torres, y de inmediato, la imagen de un reloj fantasmagórico flotó en el aire, suspendida bajo su mano. De un instante para otro, las agujas del mismo comenzaron a moverse a toda velocidad en sentido horario. Al principio no supe lo que estaba pasando, sin embargo, lo entendí cuando el cuerpo comenzó a descomponerse. 

En un primer momento, las extremidades se entumecieron, y su carne fue tornándose más y más pálida. Heridas sangrantes comenzaron a aparecer en sus brazos y rostro, mientras el cuerpo se llenaba de gases, y su rostro se deformaba hasta quedar irreconocible. De la nada, toda clase de insectos comenzaron a proliferar y manar de las heridas, alimentándose de la carne podrida del cadáver, mientras el proceso de descomposición se aceleraba. 

Pasados un par de minutos, su ropa desapareció completamente, así como su piel y músculos, quedando únicamente los huesos. Para aquel entonces ya había vomitado dos veces en el tiesto de una planta cercana, y estaba de rodillas, sujetándome el estómago, luchando por contener las arcadas. 

Aquello era demasiado para mí. 

Y al parecer aquel proceso no solo afectaba a mi persona. Poco después de que los huesos comenzaran a resquebrajarse, Cronos cayó al suelo, pálido y debilitado, cubierto por una capa de sudor frío, y comenzó a retorcerse de dolor mientras a duras penas lograba continuar con el proceso. Su cuerpo comenzó a humear, mientras gritaba de la agonía. 

— Tengo que seguir. Ya falta poco — masculló. 

Me volví preocupado, hacia él, y al llegar a su lado, todo había terminado. Donde antes estaban los huesos de Torres, ahora solo quedaba un puñado de polvo. Nadie habría dicho que él hubiera estado aquí. 

Pero aquel proceso se había cobrado un precio muy alto. 

El titán estaba tirado en el suelo, completamente derrotado. Sus ojos se abrían y cerraban de forma intermitente, y su piel quemaba al tacto. Sus labios humeaban. Era como si estuviera muriendo. Y de pronto, la sola idea de perderle se me antojó catastrófica. ¿Qué me estaba pasando?

— Cronos, necesitas ayuda. Voy a ir a la enfermería, ahora — afirmé, mientras me daba la vuelta y me dirigía a grandes zancadas a las escaleras. 

Sin embargo, un debilitado Cronos logró tomar mi muñeca con una mueca de dolor. 

— Por favor Félix... N-no te vayas — tartamudeó con un hilo de voz — No me dejes solo. No quiero morir solo — me suplicó. 

De inmediato regresé a su lado, y, olvidando mi propio dolor por un instante, acomodé su cabeza en mis muslos, mientras le acariciaba el cabello plateado. 

— No te preocupes Cronos. Todo va a estar bien. Te recuperarás... — afirmé, tratando de transmitirle confianza a través de mi voz. 

Pasados unos minutos, la temperatura corporal del titán se normalizó, y poco a poco fue recuperando el color en su rostro. La verdad es que nunca supe cuánto tiempo estuvimos así, en esa posición, pero debo decir que su cercanía no me molestó nada. De hecho, me agradó bastante. 

Finalmente, Cronos se recuperó casi en su totalidad, y lo ayudé a ponerse en pie, extendiendo su brazo alrededor de mi cuello. 

— Vaya, vaya. ¿Me voy dos minutos y ya os habéis hecho amantes?  — comentó, una familiar voz femenina. 

Eris estaba sentada en el sofá, con las piernas cruzadas. Vete tú a saber por qué, su atuendo había cambiado, y volvía a ser el mismo que llevaba cuando la vi por primera vez: Un lujoso vestido carmesí, con todas aquellas baratijas de oro engarzadas y esparcidas por todo su cuerpo. Remataba el conjunto con unos tacones negros, y una especie de tobillera (como no, de oro) en forma de cobra que recorría toda su pierna derecha hasta culminar en la cabeza del animal, a la altura del tobillo. 

No pude responder a sus insinuaciones, pues todo mi cuerpo ardía de la rabia con solo pensar en lo que había hecho hacía unos minutos. Aquella mujer era un auténtico monstruo, sin alma ni compasión. Una cosa tenía clara: No volvería a mirarla a los ojos en lo que me quedara de vida. Era simplemente inhumana. 

A pesar de no hablarle, ella continuó, como si nada. 

— Bueno, ya he arreglado el pequeño problema del papeleo. Oficialmente somos tus primos perdidos, Durand. Pensaba hacer que Cronos y tú fuerais hermanos separados al nacer, pero entonces pensé que si acababais enredados os acusarían de incesto, así que he mantenido tu versión de los hechos. ¿No deberías darme las gracias? — me preguntó, llena de veneno. 

Pero me mantuve en silencio. 

— También me he ocupado del asunto de Torres — continuó, captando mi atención de inmediato. — He implantado recuerdos falsos en las mentes de todos los empleados de la administración. 

La ira se apoderó de mí. 

— ¿¡Recuerdos falsos!? ¿Qué has hecho ahora Eris? ¡Torres era un hombre honrado! — afirmé, lleno de rabia. 

Ella le quitó importancia con un gesto de la mano. 

— No te preocupes, no es nada grave — afirmó, quitándole importancia con un gesto de la mano. Sin embargo, antes de que pudiera tranquilizarme, su siguiente frase me dejó helado — Según mi versión de los hechos, a Torres le gustaban mucho las chicas jóvenes. Tanto, que hoy mismo ha mandado todo al cuerno, y se ha fugado con su amante quinceañera. Todos los empleados los han visto, y le han dado la noticia a su mujer, o mejor dicho, su viuda. Tendrías que haber visto cómo lloraba la pobre — comentó, su voz cargada de falsa compasión. 

Me quedé petrificado. No solo había asesinado a aquel gran hombre, sino que para colmo manchaba su reputación y hería a sus seres queridos aún tras su muerte. Era suficiente. 

— ¡Ya basta Eris! No voy a seguir estando con una diosa tan despreciable como tú. No vuelvas a acercarte, ni a Cronos ni a mí. Y desde luego, ya puedes ir buscándote otro lugar donde dormir, ¡Porque a mi casa no vuelves! — estallé, perdiendo el control por completo. 

Eris se limitó a reír, divertida por la situación. Antes de poder decir nada más, Irene salió de la nada, con su melena negra ondeando a su paso, y se plantó ante nosotros con una encantadora sonrisa. 

— ¡Buenos días chicos! — nos saludó, efusivamente. — Desde secretaría me han dicho que habían llegado dos alumnos nuevos, y como delegada de nuestro curso, estoy aquí para enseñaros el centro — remató, con un tono amable y cordial. 

La diosa de la Discordia recorrió su figura con la mirada de los pies a la cabeza, y se levantó con delicadeza tendiéndole la mano. Al parecer, acababa de encontrar a su nuevo juguete. 

— Buenos días Irene. Mi nombre es Eris y soy la prima de Félix — se presentó, dulcemente. 

Irene, al contemplar el gran volumen de joyas y su belleza natural, quedó embelesada por la diosa de la Discordia. Era como una serpiente, que engatusaba a sus presas con sus encantos hasta que se hartaba y las estrangulaba. 

— Y él es Cronos — comentó ella, apuntando con su dedo al titán semiinconsciente que se apoyaba en mi cuerpo como un peso muerto. 

Irene nos observó, con una expresión de preocupación. 

— ¿Qué le ocurre? — preguntó, al notar su demacrado aspecto. 

Antes de que pudiera responder, Eris habló primero, aprovechando la oportunidad para humillar al dios del tiempo. 

— Digamos que mi primo se junto con gente que no debía y... Tiene problemas por consumir sustancias, tú ya me entiendes — parloteó fingiendo pena, mientras los ojos de Irene se desorbitaban — Tras todos los crímenes que cometió para sacar dinero para la droga, tuvimos que trasladarnos aquí. Creí que al llegar aquí podríamos empezar de cero pero... Ya ha tenido una recaída — confesó, mientras empezaba a llorar. — Él me juró que no volvería a hacerlo, que no volvería a consumir. Pero aquí estamos... 

Y siguió llorando, mientras Irene le daba un abrazo cargado de amor y buenas intenciones. Por primera vez, me di cuenta de que había juzgado mal a aquella delegada. Siempre había creído que era una mala persona que solo aparentaba tener bondad... Sin embargo, aquella reacción era genuina. 

Era una lástima que Eris usara esa compasión para manipularla sin piedad. 

— Ven, te presentaré al resto de compañeros. Anímate. Seguro que todo sale bien — la reconfortó Irene, mientras le tendía un pañuelo. 

Eris se dejó guiar por la chica, mientras la diosa se limpiaba aquellas falsas lágrimas. Finalmente desapareció entre los pasillos del instituto, no sin antes dirigirme una de sus malévolas sonrisas. 

***

Tras dejar a Cronos en la enfermería, vagué por los pasillos, sin rumbo fijo, mi mente aún procesando todo lo que acababa de ocurrir. 

Siempre había sabido que Eris no era precisamente alguien inocente, pero esta vez sus acciones habían ido demasiado lejos. Y es que no solo había asesinado a Torres, sino que además lo había calumniado, manchando su imagen de la manera más terrible. Para colmo, estaba todo el asunto de Cronos. 

Aunque aún no lo entendía del todo bien, parecía haber una especie de rivalidad entre ambos dioses. No habría sabido decir a ciencia cierta el porqué, pero en su actitud, y en su forma de actuar quedaba patente. No obstante, esta vez la diosa no se había limitado a burlarse del titán, sino que lo había humillado. 

Al llegar a la enfermería, había intentado inventarme una historia falsa frente a la profesora al mando, y ella me había respondido entregándome una ficha con los "antecedentes penales" de Cronos. Y válgame Dios, aquello parecía el Quijote. 

Había cargos por posesión y tráfico de estupefacientes, unido a denuncias por robo a mano armada y agresión, así como dos cargos de asesinato en los que había sido absuelto a duras penas y por falta de pruebas e irregularidades del sistema. Aquellos documentos hablaban de un chico violento y sádico, adicto a todo tipo de drogas, y dispuesto a todo por obtener su próxima dosis. 

Sabía que, en cuanto aquella información se esparciese por el instituto (y no tardaría en hacerlo, dado la tendencia al chismorreo de mis queridos compañeros y profesores), la vida de Cronos se complicaría mucho. Todo el mundo lo miraría con desprecio, y lo trataría mal. Y puede que aquel titán fuera un poco arrogante o engreído, pero no se merecía eso. Nadie se lo merecía. 

Decidí entrar al baño sin pensarlo dos veces, y allí me lavé la cara con agua fría, tratando de despejar la cabeza. 

Con Eris suelta por ahí, todos corríamos peligro. Tenía la impresión de que, en lugar de haber retrocedido para salvar a la humanidad, lo único que aquella diosa pretendía era hundirla antes en la miseria. Como si quisiera crear su propio apocalipsis para luego burlarse de Tártaro y Nix diciendo que ella había destruido la Tierra antes. 

En medio de todas aquellas reflexiones, una voz conocida me hizo volver a la realidad. 

— ¿Le quieres a él más que a mí? — me preguntó Carlos al entrar en los aseos, cerrando la puerta tras de sí. 

 Yo me volví hacia él, confundido por su pregunta. 

— ¿De qué hablas? — quise saber, confuso. 

Carlos tenía un aspecto desaliñado. Su cabello estaba completamente despeinado, y su ropa, bastante desarreglada en comparación con el día a día ordinario. Sus ojos castaños escrutaban los míos, cargados de avidez. Entre nosotros flotaba una especie de tensión, indescriptible y silenciosa. 

— No he podido quitármelo de la cabeza desde ayer — continuó él, acercándose a mí poco a poco — Tú estabas con aquel desconocido, en tu casa. ¿Qué tiene él que yo no? — me interrogó, su tono de voz cargado de súplica. 

Yo no sabía siquiera qué responder. 

La creciente cercanía de Carlos comenzaba a abrumarme, mientras al mismo tiempo me envolvía aquella calma, esa calidez que sentía cada vez que él se encontraba presente, puesto que era mi alma gemela. 

Antes de poder reaccionar, Carlos me había arrinconado en la esquina de los baños, su cuerpo impidiéndome moverme, su respiración chocando con la mía. 

— Félix yo... — comenzó, dudando al principio. Sin embargo, su voz fue ganando fuerza a medida que pronunciaba las siguientes palabras — Te he querido desde el primer momento en que te vi. Nunca antes había sentido algo así. No hacia... hacia un hombre — explicó. 

Mis ojos se desorbitaron a medida que me iba haciendo consciente de la situación tan surrealista que estaba viviendo. ¿Esto era una confesión de amor? El momento que tanto tiempo había estado esperando. Desde que lo conocí, para ser exactos. 

Sentí como la llama de la pasión se prendía en mi interior, inundando mi cuerpo de una oleada de emociones y sensaciones. Era indescriptible y maravilloso, como un éxtasis que únicamente se acentuó a medida que mi alma gemela proseguía con su discurso improvisado. 

— Nunca tuve el valor para confesarte lo que sentía porque tenía miedo. Estaba asustado porque nunca había querido a nadie tanto como a ti. Traté de hacer que me odiaras, para que te alejaras, e incluso yo mismo me distancié creyendo que al final me olvidaría de ti. Pero mis sentimientos siguen tan vivos como la primera vez que nos besamos. Es como si fuéramos... 

— Almas gemelas — concluí por él. 

Él me miró, esperanzado, mientras parecía suplicarme con la mirada para dar el siguiente paso. Y al final, me decidí. A fin de cuentas, si yo mismo no tomaba las riendas de mi vida, nadie iba a hacerlo en mi lugar, ¿cierto?

Y nos besamos. 

A diferencia de la primera vez, que estuvo marcada por la vergüenza y el posterior arrepentimiento, ahora ya no había ninguna barrera entre nosotros. Ambos nos dejamos llevar por aquellos sentimientos que tanto habíamos luchado tanto por reprimir, sucumbiendo a la atracción, a la conexión que existía entre ambos. 

Tras varios minutos, acabamos abrazados, sentados al pie de la puerta, para impedir que nadie entrara y arruinara nuestro momento. Dejé que Carlos me envolviera con sus fuertes brazos, mientras yo descansaba mi cabeza sobre su hombro. Nuestras respiraciones, e incluso nuestros corazones parecían latir al mismo ritmo, como si ambos fuésemos uno. 

— ¿Y qué será del otro chico? — me preguntó Carlos, jadeando ligeramente. 

Me volví hacia él, y mi felicidad solo creció. 

— Lo del otro día fue solo un malentendido Carlos. Aquel no era mi novio, ni mucho menos mi amante. No era nada para mí. Solo mi primo, Cronos, que acababa de llegar a la ciudad — le expliqué. 

Y entonces aquella pícara a la par que irresistible sonrisa hizo acto de aparición, creando esos hoyuelos tan adorables en sus mejillas. 

— En ese caso, Félix, tengo una propuesta para ti — me dijo, mientras me tendía la mano para ayudarme a levantarme. 

Alcé una ceja. 

— ¿De qué se trata? — pregunté, intrigado.

De golpe, Carlos acortó la distancia entre nosotros, y me susurró la respuesta al oído, logrando que el rubor subiera a mis mejillas. 

— En dos semanas, Laura celebra una fiesta en su casa. Quiero que me acompañes... Como mi novio. 

El asombro me dejó completamente sin habla, mientras la felicidad en mi interior no dejaba de crecer. Esta situación, la declaración, el beso, la fiesta... Era todo cuanto siempre había soñado, todo cuanto siempre había querido. Ya no me importaba Eris, e incluso por un rato logré olvidarme del propio Cronos. 

Solo Carlos y yo importábamos ahora. 

— Lo haré — afirmé. — Pero tengo una condición. 

— ¿Y cuál es? — me preguntó Carlos, mientras depositaba un beso en mi mejilla. 

Solté aire, sin creer lo que estaba a punto de decir. 

— No podemos escondernos más. Quiero ser libre para poder abrazarte, e incluso besarte en público. No quiero que te avergüences de mí — susurré, bajando la mirada al suelo. 

Mi alma gemela sujetó con ternura mi barbilla, y la alzó hasta que nuestros ojos volvieron a encontrarse. En ese instante, abrió la puerta del baño, y entrelazó su mano con la mía. Ambos, comenzamos a recorrer los pasillos, abrazados, mientras alumnos y profesores por igual se volvían boquiabiertos a nuestro paso. 

Y en aquel mágico momento, Carlos volvió a susurrarme al oído, una última vez, logrando que mi corazón se acelerara hasta el borde de la taquicardia. 

— ¿Cómo podría avergonzarme de lo mejor que me ha pasado en la vida?

***

Nota del autor: Os adjunto una posible imagen de Eris en la galería. ¿Qué os parece? ¿Os la imaginabais así? 

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