❥ 𝐋𝐚 𝐅𝐚𝐦𝐢𝐥𝐢𝐚 𝐏𝐞𝐫𝐟𝐞𝐜𝐭𝐚 1/1
En el pueblo la familia Overland era una de las más respetadas, era una familia de prestigio y elegancia. Todos envidiaban el joven matrimonio que había conseguido construir su propio imperio.
Jaqueline y Jackson Overland.
Con el pasar de los años se convirtieron en padres de un simpático castaño: Jace Overland. El pequeño parecía crecer en el núcleo de la familia ideal, los demás niños solían envidiar la constante perfección que rodeaba al primogénito.
Ahora no solo eran vistos como el matrimonio perfecto, sino también como la familia perfecta.
Viajes, regalos, cenas, lugares costosos.
Pero Jace odiaba todo eso, él solo quería compañía, las tardes se le hacían demasiado aburridas y con apenas cinco años necesitaba y buscaba alguna forma de gastar todas sus energías.
Se podría decir que Jace nunca olvidaría el día en el que aquel gran camión de mudanza se estacionó en la casa frente a la suya, con curiosidad pasó sus ojos mieles por cada mínimo detalle y cuando divisó una hermosa cabellera platinada no hizo nada más que abrir su boca sorprendido. Sin siquiera darse cuenta su pequeño corazón de infante comenzó a latir fuertemente y un presentimiento se apoderó de él.
—Quiero a esa niña—exigió haciendo confundir a su madre—. Quiero a la niña de la casa de al frente.
— ¿De qué niña hablas, pequeño?—rió Jaqueline recibiéndolo en sus brazos.
—En esa casa hay una niña, quiero que sea mi amiga. Tiene un cabello muy bonito.
—Bueno cariño, así no funcionan las cosas,—la señora Overland revolvió el cabello del menor—si te interesa ser amigo de esa pequeña debes acercarte tú mismo.
—No sé cómo hacerlo—jugó nervioso con sus manos.
—Solo sé tú mismo, eres un niño increíble y esa niña no demorará en notarlo.
—Pero mamá,—Jace hizo un puchero—no sé cómo... yo...—titubeó—siento que saldrá mal.
Jaqueline soltó un suspiro al ver los ojos suplicantes de su hijo, y es que la mujer sentía que no podía negarle nada.
—Te aseguro que no.
Luego de un corto beso en la frente y una despedida dejó al pequeño solo en su habitación.
La noche ya caía fría como solía ser en DisWorks, la rubia siguió su camino por el largo pasillo y bajó las escaleras, notó la amplia espalda de su esposo frente al gran ventanal del comedor, no demoró en llegar a su lado para así rodearlo con sus brazos.
—Hay nuevos vecinos—escuchó la voz grave de su esposo.
—Si, Jace me lo dijo—ella rodeó el cuerpo del hombre quedando justo frente a él—. Le gustó la niña de esa pareja.
—Vaya...—sonó desinteresado—parecen ser una familia común, sabes a lo que me refiero.
Jaqueline esta vez giró su mirar hacia el ventanal que daba una perfecta vista hacia la casa de al frente, analizó curiosamente la situación.
—¿Qué te parece si nos hacemos sus amigos?—habló luego de un largo tiempo en silencio.
El pelinegro no pudo evitar reír, al menos desde su perspectiva, parecía más un chiste que otra cosa.
—Buen chiste, Jaqui.—bebió el líquido de su copa—No son el tipo de familia con el que una familia como nosotros deba codearse, posiblemente sus modales sean nulos.
—Jackson, nunca había visto a Jace tan emocionado con algo, debías verlo, sus ojitos brillaban como dos faroles—la mujer expresó risueña—. Sabes que luego de lo de...
—Ni lo menciones—alzó su mano en un ademán haciéndola callar—, ese tema no tiene nada que ver, es solo un niño, no es bueno que esté con esa clase de gente.
Jaqueline siguió viendo la casa vecina y guardó silencio, su esposo suspiró a su lado.
Con la mirada perdida logró notar a la pequeña niña platinada saliendo de su hogar, debió admitir que a pesar de ser apenas una pequeña niña, lucia como un verdadero ángel. Ahora entendía el asombro de su hijo, la niña no era nada parecido a lo que habían visto antes, su piel era blanquecina, sus mejillas tenían un hermoso rubor natural y su cabello, que a pesar de ser opaco lograba captar gran atención. Era una verdadera hermosura.
Le recordó tanto a...
—¡Elsa vuelve a dentro!—los gritos de una mujer fue lo que logró sacarla de sus pensamientos.
La niña no respondió y no demoró en notar salir a la que suponía era la madre de la niña.
Cuando observó a aquella mujer comprobó su teoría. Esa niña era la viva imagen de su madre, con la clara diferencia de que el cabello de la mujer era azabache y su mirada rasgada denotaba picardía mientras que la mirada de la menor era más expresiva e inocente.
Lo siguiente no fueron gritos, apenas y pudo entender lo que le decía la mujer a la niña.
—Lo haremos, sólo por Jace.
Todos se preguntaban ¿cómo? ¿cómo aquella nueva familia canadiense se había vuelto tan cercana a los Overland? los veían en cenas elegantes, en lugares que habitualmente una persona con salario promedio no podría visitar. Y no podían evitar murmurar, los rumores picaban ansiosos por salir de los labios de aquellos viperinos; habían teorías, algunas más graciosas que otras, pero con certeza nadie lograba atinar a la verdad.
—Mami, no me agrada ese niño—Elsa se escondió tras la falda de su madre—. ¿Por qué sonríe tanto?
Sin esperar mucho, Idunna tomó a su hija del brazo, apretándola de este. La pequeña retuvo el quejido que estaba apunto de soltar.
—No seas maleducada Elizabeth, es Jace, hijo de los Overland—recalcó—esa gente nos sacará de miseria en la que nos tiene tu padre así que más te vale ser amable, ¿entendiste?
—Pero mamá...
—¿¡No querías hacer amigos?! pues es la oportunidad perfecta, cariño aprende a ver las grandes oportunidades frente a ti, esta es una de esas.
Idunna peinó nuevamente el cabello de su hermosa hija.
—Está bien.—sonrió cuando la escuchó.
—Así se habla, mi vida, ahora ve y luce esa hermosa sonrisa tuya.
Aunque fue forzada, Elsa avanzó con sus pequeñas manos aferradas a su vestido azulado y su madre pareció satisfecha con ello. Oh, como amaba ese vestido. Fue un regalo de los Overland, aquella mujer había dicho que hacía un hermoso contraste con sus ojos, Elsa recordaba su sonrojo y a Jace a un lado mirándole a los ojos, con un brillo en sus orbes que aún no lograba entender, debido a su corta edad podía suponer.
Tal vez más adelante lo haría.
—Creo qué hay un lugar en la casa que te gustará—cuando se posó a un costado de Jace lo escuchó murmurar.
Tan bajo que parecía hablar consigo mismo.
—¿Eh?
—Quiero mostrarte un lugar—más alto habló.
—¿Y si nos regañan tus padres?—quiso reponer, la verdad era que no quería ir a ningún sitio con aquel niño.
—N-no...—Jace aclaró su garganta—no lo harán, confía en mí.
Elsa se cruzó de brazos viéndole con duda. El pequeño ante el silencio extendió su mano hacia ella.
—Por favor...
Ella resopló fastidiada, pasó de largo dejando al chico con la mano en el aire.
—¿Qué esperas?—y Jace reaccionó.
La sonrisa que iluminó su rostro sería capaz de dar luz hasta al más inhóspito lugar.
Siguió a la platinada que iba más adelante. Observó su cabello siendo iluminado por la luna, era sorprendente, como con apenas seis años podía sentir tantas cosas, al principió solo pudo saber que era mera curiosidad, intriga, estaba ansioso.
Jace ya acostumbraba a querer conocer nuevas personas, aún recordaba a aquella niña de cabello dorado que conoció hace un invierno, su nombre era Rapunzel. Ella era demasiado amable y no demoró en conocer sus actitudes, sus alegrías y sus tristezas; le gustaba analizar a las personas a pesar de su corta edad, aunque no negaría que se aburría muy deprisa, odiaba la monotonía y sus amistades no duraban más de lo que él quería.
Pero con Elsa todo estaba siendo más complicado.
Su mirada era difícil de descifrar, producía ese algo en él que ni siquiera dejaba a su mente sacar suposiciones.
—¿Qué te parece?—en cuanto llegaron al invernadero de su madre, Jace no dudó en cuestionar.
Observó a Elsa pasar su azulada mirada por todo el lugar.
—Es...—frunció sus labios para luego encogerse de hombros—bonito.
Siempre que traigo personas aquí quedan fascinadas. Que extraño.
—¿Y ya?—Jace sonreía incómodo.
—La verdad esperaba algo más sorprendente—la pequeña niña alzó su mentón orgullosa—. Añadiendo que soy alérgica al polen, digamos que no es mi lugar preferido, aunque tiene una muy hermosa vista.
El de ojos mieles alzó su mirar hacia el gran techo de vidrio, justo a donde Elsa miraba.
Aquella era la casa de verano, a las afueras de la ciudad, lejos de la contaminación lumínica, el bullicio y las almas atormentadas. Era un lugar en paz.
Las estrellas se veían más claras de lo que Elsa podía recordar y estaba encantada con lo que sus ojos divisaban.
—Nunca había puesto atención en ello...—el castaño rompió el silencio.
Jace la vió reírse, no supo porqué lo hacía ni tampoco le interesó saberlo. Ahora estaba centrado en un nuevo hermoso paisaje, uno que lo había sorprendido más que cualquier otro: ver a aquella platinada riendo.
—¿Por... por qué ríes?
Elsa paró y se recompuso en su lugar sonriendo de lado.
—Tonto niño rico.
—¡Jace eres un completo estupido!
El mencionado rió con cinismo.
—Que enojona, Elsie.
Ella solo le miró fulminante. Salió con su cuerpo goteando el agua de aquella enorme piscina y su ropa completamente mojada.
Notó como Jace la siguió soltando carcajadas burlonas y apretó sus manos en puños.
—Mamá...—los adultos en la mesa giraron hacia ella.
Inmediatamente abrieron sus bocas sorprendidos.
—Elsa... ¡¿Qué te sucedió?!—la madre de Jace fue la primera en hablar, acercándose a ella.
—Esa tonta miope no vió por dónde iba y cayó a la piscina—se burló el castaño, recibiendo una mirada de reproche por parte de sus progenitores.
—No... ¡no es cierto!—los ojos de la platinada se llenaron de lágrimas—¡Jace me tiró! ¡él lo hizo, dí la verdad!
—¿De qué hablas? Estas loca, yo nunca haría algo así.
Elsa casi se abalanza hacia dispuesta a golpearlo de no ser porque su madre se interpuso en su camino.
—¿Eso es cierto, Jace? ¿Tú la tiraste?—la señora Overland miraba a su hijo con notable enojo.
—Oh, Jaqueline, no es para tanto—la madre de Elsa rió—. De seguro Elizabeth cayó, es muy despistada.
Elsa notó la sonrisa victoriosa en el rostro de Jace. Se quedó estática, ni siquiera las lágrimas siguieron corriendo por sus mejillas.
—Anda pequeña Els, ve a cambiarte, tu padre y yo debemos seguir atendiendo a nuestros invitados—su madre la sacó de sus pensamientos.
Simplemente asintió agachando su mirada y avanzando hacia su habitación.
Tal vez solo tenía diez años, pero estaba agotada de aquella situación.
Jace solía hacerle bromas muy constantemente, desde que cumplió ocho años solo recuerda haber recibido burlas de mal gusto por parte de aquel chico. No sabía el qué, pero empezaba a odiarlo, al ser pertenecer a aquella familia su propia madre no hacía nada, no importaba lo que sea que le hubiese hecho Jace, Idunna siempre decía que no importaba. No recibía castigo, y mucho menos dejaba de hacer las bromas.
Elsa se sentía impotente y si tan solo no tuviese aquellas visitas al psicólogo los sábados, juraría que lo hubiese matado hace mucho.
Cuando llegó a su habitación soltó todas las lágrimas.
—Lo odio, lo odio, lo odio.
—¿En serio estás llorando?—notó la cabellera castaña de Jace asomada tras la puerta—¿No te cansas de llorar?
—¡Púdrete! ¡Púdrete! ¡Púdrete Jace Overland!—frenéticamente empezó a tirarle cosas.
—¡Estás loca!
El castaño lograba esquivar ágilmente todos los golpes. Por algo era el mejor de su colegio en fútbol americano.
—¡¿Qué quieres de mi?! No te estoy pidiendo ser amigos...—sollozó dejando de aventar objetos—solo quiero que me dejes en paz.
Las lágrimas corrían tal cascadas por sus mejillas. No alzó su mirada, pero pudo sentir la presencia de Jace a su lado, contuvo su respiración cerrando sus ojos. Elsa imploraba por paciencia.
No lo mates, no lo mates, no lo mates.
La verdad es que solo dió un pequeño brinco cuando sintió los brazos del castaño rodear su cuerpo, forcejeó un poco pero él la apretó más contra si.
—Lo siento, perdón Elsa... yo... yo soy un completo idiota—lo escuchaba murmurar.
Elsa no sintió paz, ni mucho menos se compadeció. A tan corta edad no entendía muchas cosas, pero veía constantemente a un Jace cambiante y solo podía asegurar una cosa: aquel castaño tenía un problema, un muy grande problema.
Y es que, no era la primera vez que Jace le lloraba pidiendo disculpas diciendo que no la merecía y que era un completo idiota, ya lo había escuchado demasiadas veces.
Quería entender qué pasaba por su cabeza, sin embargo, Jace Overland era el ser más difícil de entender que había conocido.
Elsa crecía, habia cambiado, al igual que Jace.
Ahora Elsa apenas recordaba aquellas bromas infantiles del pasado, claro que Jace seguía siendo un inmaduro desde su perspectiva. Pero digamos que era más... soportable.
Hasta cierto punto gracioso, en aquellas cenas formales era quien la hacía reír con sus estupidas bromas, y oh, como olvidar sus anécdotas, podría morir de la risa con solo escucharlas.
Para nadie era un secreto que Jace se había convertido en un adolescente destacable, poseía un encanto espontáneo, era el mejor en su clase y su atractivo físico lo hacía resaltar sobre los demás.
Y Elsa... bueno, seguía siendo ella.
Su relación con Jace no estaba bien definida y ninguno de los dos hablaba al respecto. Para la platinada, aquel chico era un simple conocido y si no fuese por la relación amistosa de sus padres, ni siquiera le dirigiera la palabra. Y para Jace, quien sabe, algunas veces se comportaba como si Elsa fuese su mejor amiga, mientras otras veces la ignoraba por semanas.
—Elsa, por Dios, sonríe niña—rodó los ojos en cuanto escuchó a su madre—. Oh, Agnar, Elsa es un completo desastre, sólo mírala, ya no sé qué hacer con ella.
Sus ojos se toparon con los de sus padre por medio del espejo del retrovisor.
—Elizabeth, obedece a tu madre.
—Papá...—siseó entre dientes.
Pudo concluir que no podría convencerlo por la mirada severa que le dirigió. Así que sonrió en grande mostrando forzadamente sus dientes.
Escuchó el quejido de su madre y a su padre resoplar hastiado.
Idunna simplemente decidió seguir retocando su maquillaje, después de todo, consideraba que Elsa estaba perdida, completamente perdida.
—¿Crees que los escoceses se lleven bien con nosotros?—Elsa oyó a su padre preguntar en cuanto pararon frente al semáforo.
Su madre se encogió de hombros mientras daba un último toque a su labial para luego mirar a su esposo:—No lo sé, cariño. Jackson dice que son amigos suyos, lo único que realmente me preocupa es que se olviden de nosotros, por lo que oí son mucho más refinados y por supuesto, mucho más adinerados.
La menor estaba cansada de oírlos hablar sobre el tema. Aquellos extranjeros que ni siquiera conocían habían provocado toda una revolución en su hogar.
Nuevos socios, nueva amistad. Los Arendelle estaban acostumbrados a ser los únicos cercanos a la famosa familia y ahora los DumBroch parecían estar incluyéndose al cerrado círculo, una familia completamente distinta, claro que podrían encajar mejor con los Overland, estaba claro que eran similares en muchos aspectos. Eso preocupaba a Idunna.
—Andando, Els—su padre le abrió la puerta del auto.
Ella soltó un suspiro cansado, alisó su vestido con las manos una vez estuvo fuera del auto. Era rosado y llegaba hasta sus rodillas, la verdad no entendía porqué tenían que vestir tan formalmente siempre, odiaba todo eso y también empezaba a odiar los encuentros con los Overland.
—¡Elizabeth!—Jace llegó a su lado con una radiante sonrisa—¿Lista para conocer a los escoceses? Dicen que tienen una hija hermosa y de nuestra edad.
Elsa sonrió forzadamente.
—Hola Jace, y respondiendo a tu pregunta—pausó—: no lo sé y no me interesa.
—Tan amable como siempre—soltó sarcástico—. Por cierto, creí odiabas el rosado.
—Lo hago, pero mamá me obligó a usarlo esta vez—musitó con su mirada pegada en su madre, con aquel vestido negro entallado que enfatizaba sus largas y esbeltas piernas—. Lo odio, como no tienes idea.
Y ahí estaba la razón del porque le empezaba a fastidiar la relación Overland-Arendelle, ella lo había notado, tal vez nadie más lo hacía pero ella si. Notaba como su madre y Jackson Overland compartían sonrisas cómplices, eso hacía que unas notables náuseas inundaran su ser. La hacían sentir asqueada.
Había una lucha interna en su interior, sobre callar o decir, sentía un gran peso en sus hombros y aunque no tenía pruebas, estaba más segura que entre aquellos dos adultos había más que una simple amistad.
Podía ser muy cínico de su parte, pero todas las noches rogaba al cielo porque la verdad saliera a la luz.
Sus deseos se hicieron realidad.
Y como regalo de su cumpleaños número quince, Elsa recibió a la señora Jaqueline Overland en la puerta de su casa, con los ojos llenos de lágrimas diciendo que necesitaba hablar con su padre.
Ni siquiera preguntó y la dejó pasar, ya lo suponía.
Se fijó en Jace, a varios pasos de la entrada del hogar Arendelle, con el entrecejo decaído y los labios fruncidos.
—Feliz cumpleaños, Elizabeth...—le dijo a la lejanía.
La platinada le sonrió en agradecimiento.
Pero cuando subió a su habitación lloró como ningún otro día. Tal vez porque Jace había sido el único que había recordado su cumpleaños, se quiso convencer de que era por eso y no porque le dolía algo que ya sabía, algo que siempre supo.
Y se dió cuenta de que quizás siempre se odiaría por ello.
Ya habían pasado tres meses, sus padres ya estaban oficialmente divorciados.
Elsa no sabía nada acerca de Jace, o de su madre, sólo sabía que aquella amistad había llegado a su fin, también sabía que ahora mismo su madre iba rumbo al aeropuerto, dejándola con la vaga excusa de que era lo mejor para todos, y ella solo podía preguntarse cómo amaba tanto a aquella mujer, cómo su partida le arrancaba una parte de su corazón mientras se reprochaba a si misma sobre el hecho.
—Estaremos bien, Elsa—su padre dejó un beso en su coronilla mientras se levantaba de aquel asiento colocado frente a la ventana.
La ojiazul completamente ida, solo asintió. Escuchó la puerta de su habitación cerrarse tras ella.
Elsa solo miraba a aquella casa, a la casa del otro lado de la calle. La casa de los Overland. Se fijó en los DumBroch llegando en su elegante carro, la gran puerta de la casa fue abierta dejando ver a aquel hombre que recibía a sus invitados con una grata sonrisa.
Quiso golpear su asqueroso rostro. Quiso olvidar a aquella maldita familia.
—Los Overland son unos... —tragó en seco en cuanto notó a Jace salir, con una sonrisa gigante en su rostro mientras corría hacia aquella pelirroja del piel de porcelana y la envolvía en sus brazos—. Dios, los odio, los odio.
Ahora ellos siguen con su perfecta vida, yo perdí la mía, yo perdí a mi madre, y ellos, ellos siguen siendo la familia perfecta.
Era injusto, claro que lo era.
Jaqueline Overland había decidido perdonar a su marido, habían decidido darse una nueva oportunidad y vaya que lo habían hecho bien. Parecían una familia completamente nueva, incluso más ideal que antes.
¿Y los Arendelle?
Bueno, ellos habían sido olvidados, habían sido repudiados y ahora solo eran un hogar roto, un hogar donde nada iba a volver a ser lo mismo. Nunca más.
¿Elsa odiaba a Jace? Claro que lo hacía.
Su vida estaba desmoronada y aquel primer día en preparatoria no fue el mejor para ella. Cuando lo vió entrar de la mano de aquella alta pelirroja, ambos sonrientes.
Quiso saber qué hacían ahí, en una común escuela pública del condado, su estómago se revolvió y sus manos empezaron a temblar.
Nunca en su vida había estado en la misma escuela que Jace, nunca en su vida, hasta ahora.
¿Acaso era una broma? ¿Los Overland buscaban torturarla?
Las personas al rededor empezaron a murmurar, era Jace Overland, el hijo de los famosos empresarios, el chico que tenía miles de chicas detrás y que, sorpresivamente solo tenía ojos para una: Merida DumBroch. Se podía decir que ambos juntos eran la definición de perfección.
El cuerpo de Elsa se estremeció cuando este pasó a su lado, dedicándole una cínica sonrisa ladeada.
Lo pudo presentir...
Su tortura apenas iniciaba.
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