43
Dan.
Camille está de pie ante nosotros con el ceño fruncido.
No tengo idea alguna de cuanto tiempo ha transcurrido pero supongo que deben de haber pasado varios minutos que se me han hecho, admito, más rápido de lo normal. Por su parte, Anabelle comienza a ponerse mi franela con rapidez y por el tono que está empleando al hablar a su amiga, reconozco que se aproxima una discusión.
—Me encanta que lo veas con tus propios ojos—responde—. Así entiendes de una puta vez que Dan no quiere nada contigo.
Camille me observa y levanta una ceja, escéptica.
—Entonces, ¿es cierto, Dan? –
No respondo.
Al igual que Anabelle me he puesto de pie y estoy entre ambas evitando así que se toquen pero, el fuego que emana de ellas es palpable y casi sofocante.
—Responde. –exige Camille.
—Pero, ¿Cuál es tu problema? ¿Qué te molesta, dímelo?
— ¡Esto no tiene nada que ver contigo, Annie! –contesta Camille acercándose a mí.
— ¡No me llames así!
Anabelle está roja de furia. Su mano tiembla y estoy seguro que va a golpearla.
—Dímelo... —insiste Camille a pocos centímetros—. Quiero escucharlo.
Mi corazón late desbocado. El sudor ha amainado de forma considerable y siento que vuelvo a tener las fuerzas de mi cuerpo pero esto... esto es distinto de poder controlar.
— ¿Lo ves? –interroga Camille con tono arisco y tras lanzar una mirada furtiva a Annie.
Ella nos mira con detenimiento y yo estoy mudo del todo. Sin embargo, no creo que haga falta decir mucho cuando todo es realmente evidente aquí. Así que inhalo y me aproximo a Anabelle. Le paso mi brazo derecho por su cuello y la atraigo hacia mí.
—Es un hecho. Y no quiero discutir sobre esto. –dictamino.
Camille sale corriendo entre lágrimas por la arena y se aleja por donde ha llegado. Debo admitir que siento un poco de lástima por ella pero la verdad todo lo que ha hecho y lo que ha logrado no es más que el resultado de sus propias acciones. Anabelle me mira y se acerca a mi pecho.
—Gracias. –dice y nuestras miradas se fijan en las olas que golpean la blanquecina arena.
Y la sensación de estar realmente flotando me carcome el alma. Quiero abrazarla más y pasar todo el rato con ella. Por un momento, no quiero cambiar nada de lo que está sucediendo en la isla.
—Vamos... –le digo.
Ella me observa.
— ¿Cómo? –pregunto en un hilo de voz.
Con agilidad me separo de ella y le hago un ademán con mi mano mientras corro en dirección al mar.
— ¡Acércate! –le grito y ella se despoja de mi franela con cierta inseguridad.
Le sonrío y la persigo en el punto que las olas chocan. Ella me esquiva pero soy más rápido y más ágil por lo que la cojo por los brazos y la alzo entre mi regazo.
— ¡No! ¡No! –balbucea un poco nerviosa cuando nos introducimos en el agua.
Comprendo que tiene miedo y de inmediato sé que debo ser muy cauteloso con lo que pretendo hacer.
— ¡Dan, cuidado! –dice y se sujeta con fuerza a mi cuello.
—Tranquila, no te lastimaré. Somos como una sola persona. Ahora somos sólo tú y yo, ¿vale?
Y con el agua al nivel de nuestra cintura la comienzo a besar.
Al principio ella permanece rígida en mis brazos y temerosa de que la suelte o la deje sola en el agua. Siento su miedo salir y comprendo que es una chica frágil aun, quiero protegerla y no dejarla sola jamás.
La sigo besando y no me importa nada más salvo ella.
—Te quiero, Anabelle.
Y abro los ojos para observar su reacción. Está llorando.
—Yo también te quiero, Dan. –responde entre lágrimas.
Entonces, pienso, después de todo... el día no podía ser más perfecto.
Salma.
Los pensamientos me invaden la cabeza una y otra vez.
El grito de Paul nos ha dejado, me ha dejado completamente confundida y temerosa por su integridad. Nadie lo imagina y muchos no tienen la valentía para decirlo en voz alta o cerca de mí: pero sé que todos creen que no hay forma de que lo encontremos con vida en esta maldita isla.
... Qué ya no es del todo una isla sino el mismísimo Triangulo de las Bermudas.
¿Podría salir algo peor?
He leído muy poco sobre él pero lo que si es cierto y si mis cálculos no fallan, estar aquí no sería para nada del todo dichoso. Mientras camino por la orilla de la playa trato de recordar todos los documentales y entresijos que rodean el misterio de este lugar pero lo cierto es que incluso con una mente tan brillante como la mía, debo tener más respuestas que interrogantes.
Necesito saber en primera instancia, si Paul está vivo y posteriormente ocuparme de lo demás.
¿Dónde estamos? ¿Qué será de nosotros? ¿Dónde está Mcfarlland? ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones aquí? ¿Un hijo? ¿Quién?
Llamarlo profesor me resulta inverosímil, no siento nada de respeto por él a estas alturas y creo que tiene mucho que explicar si llegase aparecer.
—Hola... –saluda Jared.
Su voz hace que lo mire de una manera un poco indeterminada. Y lo lamento a los pocos segundos por la forma en que reacciona.
—Lo siento, no quería molestar. –se lamenta.
Me agacho y tomo una pequeña caracola rosácea y la lanzo por la superficie del agua.
—No pasa nada. –respondo.
Jared intenta hacer lo mismo con otra caracola más grande pero al lanzarla esta se hunde abruptamente.
—Debes hacerlo con un objeto plano y pequeño. –explico—. Sino sólo harás que se hunda por la fuerza de propulsión que ejerces sobre ella.
Ahora, el coge una diminuta concha marina y la tira; ambos observamos como da saltitos en el agua hasta hundirse más allá de nuestros ojos.
— ¡Muy bien! –comento.
Jared se ríe e inicia un nuevo lanzamiento.
— ¿Cómo es que sabes tanto? –suelta sin mirarme.
Agradezco el hecho de que no me esté observando porque sus palabras me provocan un leve calor en mi rostro. Si Paul estuviera aquí se retorcería de la risa al verme envuelta en esta extraña situación.
—Supongo que los libros han ayudado mucho. –digo al cabo de un rato.
Jared asiente y mira hacia el frente donde Camille y Ariadna van charlando y riendo a carcajadas. Nuestras huellas en la húmeda arena dejan una estela irregular y aunque el lugar sigue pareciendo igual, las palmeras del borde del bosque han desaparecido por completo dando paso a ciertas estructuras rocosas que emergen de los árboles y formando prominentes y fantasmagóricas cuevas.
—Es extraño, ¿sabes? Todo lo que sucede aquí y me resulta un poco difícil entender que estamos en un lugar desconocido para los humanos.
Lo observo.
—Pensé que todo esto eran mitos. Una forma de engendrar temor a lo desconocido. –comenta Jared con voz sobria.
—No es desconocido del todo, la verdad. Se dice que muchos han sobrevivido al Triángulo de las Bermudas y aunque los datos no son realmente concluyentes supongo que así como han desaparecido gente aquí, otras han podido salir con vida.
Ahora es él quien me mira.
— ¿Quiere decir que podemos salir de aquí?
Su tono es soñador... con un deje de esperanza.
Miro al cielo y noto las densas nubes conglomerarse sobre nosotros. Algunas gaviotas alzan el vuelo más allá de las aguas cristalinas que nos rodean.
—Tal vez. Pero lo cierto es que creo que debemos buscar a Paul y al profesor Mcfarlland. El primero, me dará tranquilidad... –afirmo—. Y el segundo me dará respuestas.
Entonces Jared se detiene bruscamente y emite un sonoro alarido.
— ¡¿A quién?! –pregunta, sombrío.
Le observo y frunzo el ceño.
—A Paul y al profesor Mcfarlland.
—No puede ser. ¿¡Me estás tomando el pelo!?
Abro los ojos como platos ante sus palabras y comprendo todo de una forma nítida. Los engranajes en mi cabeza se mueven rápidamente y sé por experiencia propia que tengo razón a lo que estoy pensando.
— ¿Tú eres el hijo del profesor...?
Jared se mueve de un lado a otro como si estuviese alucinando. Se lleva las manos a la cabeza y su lanza permanece en la arena incrustada como un gran alfiler ondeante.
No está en sus cabales.
— ¡Jared! ¡Tienes que tranquilizarte! –intento agarrarlo pero no deja de girar una y otra vez sobre sus propios pies.
¾ Esto no está pasando. Esto no está pasando. –repite con voz mecánica.
De pronto, Ariadna grita a lo lejos.
— ¡Chicos! ¡Corred! ¡Mirad esto!
El grito que emerge de ella se eleva por la playa y giro para observar la escena que se cierne ante mí.
Lo que mis ojos ven me deja atónita.
A pocos metros de distancia y como una fantasmagórica osamenta gigante, un buque está varado en la orilla con una inclinación fantasmal y cuyo casco está partido a la mitad. Las olas golpean su oxidada estructura y unas negruzcas letras ornamentadas y casi borradas por completo, rodean todo el ancho de la embarcación.
Me acerco con sigilo preparada para todo mal. Jared se ha detenido de su trance y nos mira con contrita sorpresa. Me acerco con sigilo esperando lo peor. No obstante, mis ojos no se separan ni un segundo del nombre que se expande por la enorme embarcación.
SEALIGTH
— ¡Busquen a los otros! –grita Ariadna, con un estupefacto Jared a su lado.
Camille corre a toda velocidad y me roza por poco mientras regresa por el camino que hemos dejado atrás.
Me aproximo hacia la tétrica escena y comprendo que ahora tengo más preguntas que respuestas. Comprendo que si no me había vuelto loca años atrás, probablemente ahora no correré con la misma suerte.
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