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26


Marcus

Los recuerdos se tornan muy borrosos.

La nitidez de mi mente me resulta abrumadora y pensar, me produce un fuerte dolor. Las imágenes aparecen como cruentos y afilados dardos; y cada segundo que transcurre en busca de algún indicio concreto dentro de mi mente... me abrasa aún más.

El puñetazo me provocó un irremediable dolor en mi mano. Los nudillos están ensangrentados y observo con cierta satisfacción como Paul se estremece de dolor. No obstante, algo o quizás alguien me toma de improviso y me empuja sin siquiera poder defenderme. El choque con la barandilla de metal me golpea con fuerza en mi tórax y me deja por varios segundos sin respiración.

Mi visión se nubla.

La oscuridad aparece como un manto sólido y corpóreo y luego, para mi gran sorpresa vislumbro el desastre natural cernirse ante mis ojos.

El plan ha tomado un rumbo distinto.

Lo sé, por como Camille me observa con decepción y furia.

<<Lo lamento, Camille, lo lamento mucho>>, intento decirle pero, sucede lo inimaginable. Los asaltantes pierden el control de la situación y la pugna toma origen en la embarcación. Los estruendos se alzan de manera amplificada y resisto el impulso de buscar refugio en el interior del yate cuando entonces, la tormenta cae sobre nosotros.

Eso sí lo recuerdo con mucha claridad. De hecho, para ese entonces ya soy consciente y capaz de pensar por mi propia cuenta.

La explosión, en cambio, me toma por sorpresa y el fuego comienza a expandirse a la velocidad de la luz. Cada recodo es cubierto por las lenguas de fuegos que se elevan con su forma amenazante. El barco da una gran sacudida y algunos ceden por la fuerza de la misma, otros en cambio caen al agua y sus gritos desaparecen en el sombrío mar.

Mis brazos están aferrados a la barandilla pero el calor es sofocante y aunque la lluvia está cayendo puedo sentir que todo se mezcla en un impenetrable caos.

Otra explosión.

Otros gritos.

Todo estalla.

La expansión energética choca contra mí y pierdo las fuerzas del autocontrol. El suelo del yate cede y sin poder evitarlo me elevo por los aires, por la fuerte sacudida, hasta caer sobre las negruzcas y bravías aguas. La frialdad me cubre y todo mi entorno se oscurece. Salgo a la superficie y doy una bocanada. Respiro y mis pulmones arden por un instante. Los gritos inundan el lugar y observo muy cerca como Salma nada con dificultad hacia una pequeña plataforma de madera que flota hacia el lado contrario.

Nado hasta allí pero una enorme ola me golpea el rostro y me hunde unos cuantos metros por debajo de la superficie. Mi piel se eriza y la presión dentro del agua es enorme. Salgo al exterior. El estertor que sale de mi boca refleja que he ingerido gran cantidad de agua salada.

— ¡Ayuda! ¡Ayuda!

Los gritos emergen de mi alma pero no con la fuerza que deseo. La embarcación está desapareciendo poco a poco entre las fauces oscuras y el fuego ya ha desaparecido en su totalidad. Los relámpagos irrumpen la noche y los gritos se escuchan por doquier.

¡Esto es un maldito caos!

Siento miedo, por primera vez en mi vida siento miedo de morir. Y comprendo para mis adentros, que parte de este desastre ha sido por mi culpa.

<<Tú te lo has buscado>>.

Alguien grita y vuelvo a la realidad.

— ¡Chicos, cuidado!

Los alaridos aparecen otra vez y yo sigo nadando hacia ningún rumbo, alejándome más y más del yate cuyo extremo ya se ha hundido.

— ¡Ahí viene!

Mis pies están moviéndose a todos lados y me mantengo apenas a flote. Nadar es sumamente difícil en estas tortuosas aguas. Sin embargo, ni por los años de experiencia para nadar me imaginaba algo así. La imagen se materializa a pocos metros de distancia y observo con el frío me estremece. A continuación, una enorme cortina grisácea se eleva por encima de mí y vislumbro en primera instancia como se aproxima uniforme y corpórea entre los relámpagos y la incesante lluvia. El vaivén del agua me atrapa y me hunde otra vez pero ya estoy un poco más prevenido ante el movimiento y nado de vuelta a la superficie.

Asomo la cabeza y respiro, esta vez no he tragado agua. No obstante, la pared grisácea se acerca más y más y justo cuando comprendo que es una cortina neblinosa, me absorbe y el frío me cubre cual manto mortífero.

La muerte me ha atrapado, pienso.

Cierro los ojos sin dejar de moverme en el agua pero mi cuerpo comienza a perder la fuerza y siento como una ingravidez me rodea cada una de mis terminaciones nerviosas hasta que de pronto, dejo de luchar.

Me rindo y dejo que la fortaleza neblinosa me rodee.

Sí he muerto, pienso, y entonces el tiempo transcurre a destiempo. Todo parece suceder rápido o con lentitud, pues ya no tengo la más remota idea de mi entorno. Me limito a respirar y ceder ante mi inevitable fin.

Lentamente, abro los ojos; un gran haz de luz se impone ante mí y sin dar créditos a lo que observo a continuación, vuelvo a nadar hacia lo que se materializa en mi campo visual. Está a varios metros de distancia pero su imponente forma se erige cual monstruo ctónico.

Es una salida.

Un camino.

Es, sin duda, un nuevo destino.




Paul.

La imagen de mi madre aparece con cierta dificultad.

Su rostro angelical me sonríe afable y su cabellera se mece por un viento que no comprendo de dónde proviene. La estancia está oscura pero la luz que emana del cuerpo de ella me hace sentir a plenitud... me hace sentir muy tranquilo.

Abre los brazos esperando mi abrazo. Me acerco, pero no puedo moverme. Mis piernas están paralizadas y aunque ejerzo mucha fuerza para correr a su encuentro algo me opone cierta resistencia.

Ella sigue sonriendo y coloca sus brazos en jarras, con gran aplomo.

Siento una extraña sensación en mi pecho.

<<No temas>>, me susurra su voz.

Sus labios permanecen fijos tal como los recordaba la última vez. Siempre fue así de hermosa aun en los últimos y tétricos días de su vida.

<<Lo has hecho muy bien>>, vuelve a decir, sin siquiera inmutarse.

Yo niego con la cabeza. En ese momento ya he dejado de luchar con las cuerdas invisibles que me aprisionan. Mi madre me mira y vuelve a sonreír con pureza.

— ¿Estoy muerto? –le pregunto en un hilo de voz.

Ella no responde.

Su ondeante cabellera resplandece aún más y noto como comienza acercarse como un ligero vapor. El aroma a rosas inunda la estancia y de inmediato la algarabía se incrementa en lo más recóndito de mí ser.

— Quiero ir contigo, mamá...

Mi voz rayana en el suplicio. Ella sigue aproximándose en silencio.

Se detiene a escasos centímetros de mi rostro.

— Despierta... –me ordena.

¡No! ¡No quiero dejarte!

Las palabras se quedan en mi garganta y cada esfuerzo que ejecuto para poder hablar me carcome como fuego abrasador.

¡No me dejes mamá!

Me besa en la mejilla. El aroma a rosas me relaja y detengo el impulso de gritar.

— Despierta, Paul... –

Y entonces, la gravedad se evapora y doy un fuerte respingo.



***


Salma me atrae hacia ella y comienzo a toser con un fuerte estruendo. El agua emana de mi boca y el ardor me estremece por completo.

— ¡Respira, Paul! ¡Respira!

Haciendo acopio de las pocas energías que me quedan, inhalo y el aire entra a raudales a mis doloridos pulmones. El entorno está muy húmedo y el frío me cercena hasta lo inimaginable. Mi visión, tórpida por momentos, se adapta a la oscuridad y entonces me doy cuenta de que estoy suspendido en la bravías aguas del océano.

El vaivén de las olas me empuja y succiona al mismo tiempo hacia abajo, pero Salma me rodea con su cuerpo y no permite que me hunda de lo que parece ser una improvisada plataforma flotante. El objeto rectangular es uniforme y puntiagudo pero nos mantiene en la superficie. Alrededor todo es caos: los relámpagos caen a diestra y siniestra y las olas golpean nuestros cuerpos con una furia descomunal.

Mis ojos se han adaptado al entorno y noto como varios compañeros luchan por mantenerse con vida en medio de aquella catástrofe.

El yate ha desaparecido.

¿Cómo diablos he sobrevivido a esto?

No puedo dar una respuesta en concreto porque en ese momento alguien me toma por el brazo. No es Salma, por supuesto.

— Ayúdame, Paul. –la voz de Camille resurge de su maltratado cuerpo flotante.

Lleva el cabello adherido al cuello y un hilo de sangre le cubre gran parte del rostro. Un ojo está reducido a una fina línea blanquecina. En otra circunstancia, me hubiese reído de ella. En este momento... no.

—Salma... –empiezo a decir, buscando una respuesta o ayuda.

— Ni de coña. –me fulmina mi amiga, arisca.

Camille se vuelve a hundir por el choque de una inmensa ola. Los gritos se elevan como lamentos fantasmales. Alguien grita y su voz se apaga de golpe. Mi corazón se acelera.

— Por favor. –suplica Camille que ha aparecido un poco más alejada de nosotros.

Está luchando por mantenerse en la superficie. Por su parte, Salma no se preocupa en lo más mínimo por ayudarla. No puedo juzgarla, entiendo su posición pero tampoco podría vivir con la conciencia sucia.

<<Muy bien, hijo>>, reconozco la voz de mi madre en mi cabeza.

— ¡Ven aquí! –grito y Camille nada en contra de la fuerte corriente.

Mi cuerpo está entumecido por el frío y la adrenalina me recorre el flujo sanguíneo pues puedo sentir los latidos en mis oídos como una prensa metálica.

— Lo siento, Salma, por favor.

Ella asiente con resignación y se mueve un poco para dejar que Camille coloque los brazos sobre la plataforma. El movimiento irregular nos informa que otro peso adicional podría romper el objeto en mil pedazos. La recién llegada suelta una larga bocanada y deja caer la cabeza sobre la madera y en ese preciso instante se desploma, sin duda, perdiendo el estado de la conciencia.

Es difícil rememorar las cosas tan nítidamente. Lo que es indudable fue la serie de acontecimientos que ocurrieron en los próximos minutos y horas siguientes: Camille se desmaya y el miedo nos carcome a Salma y a mí.

— ¿Murió? –preguntó en tono de sorpresa.

Entre el atroz movimiento es complicado discernir si está respirando. Luego, hallo su latido en una arteria del cuello y librero el aire con alivio.

— Está viva –respondo.

Posterior a ello, trato de mantener a Camille sobre la plataforma esperando que vuelva en sí y es allí donde un aire gélido nos rodea y nuestros cuerpos, incluido el de mi amiga inconsciente... comienzan a temblar. Presas del pánico, los gritos aumentan y los alaridos de terror atraviesan la densa masa blanquecina que se materializa ante nuestros ojos.

— ¡Ayuda!

— ¡Anabelle!

— ¡Dan, auxilio!

— ¡Ahhhh....!

Estoy en una terrorífica pesadilla.

Mis miedos se han vuelto realidad.

<<Quiero vivir, quiero vivir>>, pienso.

<<Entonces lucha>>, dice la voz de mi madre.

De pronto, salimos de la sólida masa neblinosa y nos hallamos en un amplio lugar iluminado por el sol; los gritos han desaparecido por completo. El agua aquí es igual de bravía pero el sol resplandece en lo alto con las nubes moviéndose de manera muy sutil. A lo lejos, vislumbro un lugar cuya cúspide se eleva hasta el cielo como un guardián dormido.

¿Una isla?, me pregunto.

, es una isla.

Y con la esperanza inundar mi fatigado cuerpo, y sin mediar palabras con Salma y una desmayada Camille... comenzamos a dar brazadas hasta el fantasmagórico pero quizás, seguro lugar. 

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