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18


Dan.

El timbre de la puerta suena varias veces y de forma continua; de inmediato, bajo los peldaños corriendo de dos en dos. Cuando me hallo en el vestíbulo de la casa puedo sentir un ligero movimiento en la cocina y noto como Cristina, la joven de servicios, me está observando con mucha curiosidad.

— ¿Espera a alguien señor? –pregunta sin desviar la mirada.

No le respondo, por supuesto. Por el contrario quiero decirle que me espere en mi habitación para reclamarle por tal acto. A ella le gusta, y sé por cómo me sigue mirando que espera que lo diga pero lo cierto es que a veces no quiero tener contacto con nadie y menos cuando tengo necesidad de otras mejores cosas.

Abro la gran puerta de roble y vislumbro a Camille de pie en el umbral.

Le sonrío, cruzándome de brazos.

— Necesito tu ayuda. –dispara con su jovial voz.

Frunzo el ceño.

No es lo que esperaba de ella, la verdad.

— ¿Me ayudarás o no? –pregunta.

Ahora suena impaciente.

— Pero espera un momento. No tengo ni idea de que quieres, vale.

Ella expira el aire con pesadez. Tiene una apariencia desesperada, además de hermosa. Sí que esta muy hermosa.

Se acerca a mí con lentitud.

Siento su aliento muy cerca.

Yo relajo los brazos y los dejo caer.

Ahora, Camille sonríe.

— Sólo necesito que digas "sí", y luego haré lo que me pidas. Cualquier cosa. –puntualiza en la última frase.

— Siempre haces lo que te pido, así que para mí no es algo nuevo. –le atajo.

Ahora estamos muy cerca y ella toca mi miembro que crece dentro de mi bermuda deportiva. Me asesta un manotazo en mi brazo.

— Hablo en serio, Dan.

Camille abre la boca y saca su lengua y la pasa por mi pectoral con suavidad. Ya casi es de noche y a pesar del viento intenso del exterior, me siento más caliente que nunca.

— Camille...

— ¿Te gusta verdad? –dice y sigue lamiendo mi pectoral.

Joder, quiero desnudarla aquí mismo, quiero...

— Tu respuesta Dan. –

Sin decirlo, ya ella la sabe. Nuevamente soy su presa.

— Está bien. Sí, solo no hagas una maldita locura.

Ella me mira, malévola.

— De hecho, ya lo estoy haciendo. –contesta y me aprieta con fuerza el short.

Suelto un gemido y entonces ella se gira y desaparece por el camino de gravilla hacia su vehículo. Cuando cruza la esquina que constituye este conjunto residencial y el chirrido se mantiene aún por la solitaria calle, me giro y Cristina sigue mirándome curiosa. Al final de todo, sí que va a recibir su castigo por fisgona.

Cierro la puerta principal y le digo en tono autoritario que me acompañe a la habitación para darle su merecido.




Camille.

— ¿Pero de cuánto dinero estamos hablando? –preguntó el hombre y se dio la vuelta para que le mirara directamente el rostro.

Tenía unos ojos fríos y hostiles; tan profundos que denotaban un aire certero de desesperación y temor. Sobre todo, temor. Al momento de articular palabras salió rápidamente desde su escondite, en las densas sombras del almacén abandonado de la costa, y entonces noté que debía ser sumamente cuidadosa con estos individuos.

El desconocido agitó sus manos con cierta arrogancia, tenía prisa.

Al igual que yo.

— Cinco mil dólares. –respondí un poco confundida pues no sabía si lo había dicho en tono de pregunta o de afirmación.

Casi después de haber dado esa cifra los compañeros soltaron sendas carcajadas. Sus alientos eran una mezcla de cigarrillo barato y pescado descompuesto.

Por un segundo tuve el irremediable deseo de vomitar; sin duda alguna, quería largarme de allí de una vez por todas.

— No. –respondió el delincuente—. No me tomes por tonto, chiquilla.

Abrí los ojos de golpe ante el arrebato de confianza.

¿Qué se creía este idiota para hablarme de esa forma?

— Diez mil, sino dejamos todo hasta aquí. –amenazó sin darme chance alguno para responder.

Quise protestar; no se iban a salir con la suya. Además, era mucho dinero por lo poco que iban a hacer, lo demás corría por nuestra cuenta y el mayor riesgo...

— Lo tomas o lo dejas. –finalizó y dio unos pasos hacia el enorme portón metálico que funcionaba como entrada.

Mierda.

Esto se ha puesto difícil.

Los dos compañeros que resguardaban al jefe de la pandilla que había contratado hacia días para este desesperado plan, caminaron de una forma muy sincronizada: en silencio y con un toque amenazador, se posaron detrás del hombre quien daba el aspecto de ser el de mayor edad... y también el de mayor experiencia.

Los segundos transcurrían rápido y faltaba poco para que comenzara el gran show. La noche iba a ser larga, de eso no había duda.

¡Mierda!, quise gritar y asestarle unos golpes directos en su rostro.

Quise abalanzarme sobre él y romperle la cabeza.

Quise hacer muchas cosas.

Pero no pude.

Así de tonta soy para algunas cosas.

— Perfecto. Trato hecho. –concluí y salí del almacén.

Tras cruzar el portón apresuradamente pude ver como el jefe de aquellos malhechores me sonreía irónicamente.

<<Maldito seas>>, pensé. Pero en vez de eso, le mostré el dedo de mi mano en señal de odio e inconfundible repugnancia. 




Paul.

La hora de la fiesta ha llegado.

Camille creó hace cuatro horas un grupo por whatssap con el título: "Fiesta de nuestra querida Anabelle", y mandó las indicaciones respectivas como siempre: dictatorial. Todos respondieron al llamado, menos yo. Y por supuesto Salma, que una vez creado el fulano grupo decidió salirse sin explicación aparente. Obvio, que yo sé el motivo principal. Así que me armo de valor y la llamo.

No puedo dejar de pensar una y otra vez que mi amiga tiene toda la razón. Ir a un sitio donde no encajas en lo absoluto, pero que de igual forma te quieren ahí me resulta un poco perturbador. Inverosímil. Conozco la respuesta a la pregunta que ronda por mi mente: <<NO DEBO IR>>, pero lo cierto es que algo en mi si quiere que lo haga y necesito demostrarle a todos que no soy un cobarde como ellos creen.

Meses después de que mi madre falleciera, comprendí que sus palabras tenían una gran verdad escondida; debía hallar mi identidad. Descubrir que te gustan los hombres en una sociedad arcaica y machista es sumamente difícil por no decir imposible. Las cosas para todos nosotros estuvieron de cabezas y aunque hace mucho tiempo atrás decir que eras homosexual acarreaba una muerte inminente, hoy en día, y con el avance del tiempo aún existen personas como Marcus que no toleran ni un poco a gente como yo.

Realmente no siento que merezca la aprobación de nadie. Y mucho menos de él.

O ¿sí?

El móvil suena y leo el último mensaje que envía Camille al grupo de una manera insistente.

<<Ya estoy aquí chicos, pueden ir llegando>>.

Respiro profundamente y hasta ese momento soy consciente de que tenía el aire retenido en mis pulmones.

<<No debo ir. No debo ir>>.

El aire entra a raudales por la ventana corrediza. Aunque todo está en silencio puedo oír a mi tía Melinda remover con esmero los trastes de la cocina. Ya es la hora de la cena pero no quiero comer nada.

Estoy nervioso, y la verdad es que no entiendo el porqué.

Miro mi celular y decido llamar a Salma. Lo mejor es regodearse con la única persona que te entiende a la perfección. Marco el número, pero justo en el momento mismo que voy a realizar la llamada...me llega un nuevo mensaje.

Mi corazón se detiene bruscamente.

Dejo de respirar y siento como mi piel se eriza por la sorpresa.

Lo leo una y otra vez. Es evidente que estoy confundido:

<< ¿Vas a venir a la fiesta?>>.

Me llevo el teléfono al pecho con emoción.

¡Oh, por Dios! ¡Marcus me ha escrito!

Siento como una ligera corriente eléctrica asciende por mi columna vertebral. Llega hasta mi cabeza y hace que mis manos tiemblen incesantes. No le voy a responder, claro está. No podría ser tan osado para hacerlo. Pero no hace falta que lo haga.

Me levanto de la cama y salgo disparado a arreglarme. Si hay algo que voy hacer a escondidas de Salma, tiene que ser por todo lo alto. 



Salma.

La foto de perfil del nuevo grupo es el rostro de Anabelle.

Casi un minuto después de la creación del mismo comienzan a decir una sarta de estupideces sobre lo que harán para celebrar el cumpleaños de ella. Pongo los ojos en blanco. Ya esto es demasiado. No lo pienso tolerar.

Pulso el botón: "Salir", y me siento más tranquila tras realizar esta acción.

La verdad es que ando un poco decepcionada y al mismo tiempo dolida. Este mundo se ha vuelto un caos, no entiendo en qué momento la humanidad se convirtió tan desposta. No puedo concebir siquiera, como aun en nuestros días haya personas tan maliciosas. Tan inhumanas. La hora de nuestro inexorable final ha llegado. Es el fin del mundo tal y como lo conocíamos; nuestros mayores miedos se han vuelto realidad y ahora solo se puede sobrevivir si estás dispuesto a hacer lo que sea por lograr lo que quieres.

Lo que sea.

Niego con la cabeza. La incongruencia de todo esto me pone más arisca de lo normal. Me hace sentir asco y aprehensión por todo. Sin embargo, no todo es tan malo. Mientras existan personas como yo: que tengan buenas intenciones en la vida sin dañar a nadie más... creo al final las cosas no son tan malas, después de todo.

Comienzo a visualizar las redes sociales. Noto con pesar que el boicot comercial se ha vuelto superfluo. Es exasperante ver todo desde otra perspectiva.

<<No puedes ser tan dura contigo misma>>, apuntaría mi padre.

Tanto pensar me ha dado hambre. Y recuerdo que tengo una conversación pendiente con mi mejor amigo. Intento contactarlo pero la verdad prefiero llegarle por sorpresa. De igual forma, no vive tan lejos de aquí.

Cojo un suéter negro de los Yankees y me pongo un holgado pantalón jeans. Luego, tecleo el número de un servicio de pizza exprés. Hago el pedido correspondiente y doy la dirección de Paul. Para el momento que esté llegando a su casa coincidiré con la cena y ambos nos sentaremos a comer frente al tv, viendo nuestras series favoritas.

<<Como en los viejos tiempos>>, diría él, mientras comemos pizza hasta saciarnos.

Aunque de algo estoy sumamente segura...

Ya nada es como los viejos tiempos. 

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