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17


Marcus.

— ¡Joder, Camille, me lo has repetido cinco veces!

Su voz, al otro lado de la línea telefónica, me responde escandalizada.

— Pues entonces has lo que quieras. –fulmina, y me cuelga.

Mierda. La he cagado. Ahora sí que la he cagado. De inmediato, marco el número rápidamente.

— ¿Qué sucede Marcus? –responde con sequedad.

— Perdón, perdón, no quise decir eso.

Ella emite un gruñido.

— ¿Entonces qué quisiste decir? ¿Te estás rindiendo? ¿Es eso? Porque si es así...

— ¡No! ¡No repitas eso amor!

Mi voz suena suplicante y por un momento creo que sí la he cagado y me arrepiento totalmente de mis palabras. Camille sigue enfurecida, lo sé por el tono de voz que está empleando.

— Perdóname, por favor.

Resopla. En otras circunstancias estas discusiones terminarían en un buen revolcón pero ahora, y justo en este momento, no creo que eso suceda.

— Está bien, Marcus. –ya se ha calmado, pienso—. Estamos muy nerviosos pero debemos mantener la calma, ¿sí?

Asiento desde mi habitación y me siento un completo idiota.

— Sí, sí, así es, lo que pasa...

— Marcus. Pon el plan en marcha y nos vemos en una hora.

La llamada se corta y siento que Camille sigue molesta conmigo.

¡Estas mujeres me volverán loco!

A veces pienso, como sería tener otros gustos. Las mujeres en muchos aspectos me resultan un tanto complicadas que, ¡maldición!, me resulta curioso como el marica de Paul se disfruta todo sin mucho esfuerzo.

¿Acaso ser maricón te hace la vida más fácil?

¿¡Pero qué coño estoy pensando!?

Me levanto de la cama y me dirijo al baño. Pongo el reproductor de música del teléfono a todo volumen y abro la válvula de la regadera. El agua está caliente y siento como los poros de mi piel se erizan ante el contacto. El vapor se eleva por las puertas de cristal y salgo con la toalla cubriéndome apenas la cintura.

Hoy es el cumpleaños de Anabelle y la sorpresa que tengo preparado para esta noche me pone sumamente nervioso. Aunque básicamente no es mi plan sino el de Camille. Lo cual si me pongo a sopesar todo con sumo cuidado, me resulta mucho peor.

Annie odia el mar. No comprendo por qué, pero se pondrá sumamente furiosa cuando sepa que iremos a navegar y celebrar su cumpleaños en medio de un yate. Sí que se va a molestar, pero si no cumplo lo que Camille quiere entonces tendré algo peor con lo que lidiar. Y la verdad, es que todo me resulta tan confuso que no sé cómo debo actuar ante este dilema. Por un lado, está el hecho de que Annie quiere que nos vayamos a Atlanta, sin más. Empezar una vida juntos y desde cero. En una segunda instancia, radica el hecho de que no puedo darme el lujo de perder mi gran amor por Camille; aunque también soy netamente consciente de que no entiendo el porqué de estos extraños planes para con su "mejor amiga", pero si Camille dice que me beneficiará por completo debe ser así, ¿no?

Confío plenamente en ella y sé por la forma en que me mira cuando estamos follando, que jamás me mentiría.

Con destreza comienzo a vestirme con mi ropa más elegante y recuerdo que hace semanas me había puesto ésta misma indumentaria para una festividad del Instituto Jewells y Camille me obligó a follarla en el asiento trasero del carro mientras todos bebían y celebraban dentro del instituto.

Ufff.

No puedo evitar tener una erección y quisiera en estos momentos masturbarme pensando en ella, como siempre hago.

Respiro.

Me controlo.

El plan, el plan. La voz de Camille resuena en mi cabeza y no puedo sentir al menos cierta culpabilidad por seguir sus órdenes y poner mi futuro en riesgo solo por este obsesivo amor.

Porque esto es lo que es, ¿no?: obsesivo.

¿En verdad la amo? O ¿solo son tonterías mías?

Impregno mi ropa con el perfume costoso que me regaló Anabelle y salgo de la casa en busca de mi novia. Poco antes de llegar hasta donde ella vive, me persigno y pido a Dios que me acompañe en esta gran odisea que me aguarda. Si las cosas salen mal no viviré para contarlo y mi vida se irá por completo a la mierda. No obstante, si todo sale como espero, tendré un futuro asegurado con la chica que me dará los recursos para estar cómodamente el resto de mis días y además, tendré a mi entera disposición a Camille.

Tengo otra erección con solo imaginarme haciéndola mía a mi antojo.

Me bajo del vehículo y me arrepiento de haber rechazado la opción de haberme masturbado.


***

La parte delantera de la casa de Annie está bordeada por un muro de setos perfectamente cortados que separa cada una de las viviendas que conforman tan prestigioso sector. La puerta principal está cerrada y un pequeño letrero de bienvenida reza: Familia Simmons, con letra cursiva y un poco ornamentada.

Toco el timbre dos veces, como es mi costumbre.

Me resulta abrumador el hecho de pensar que dentro de poco formaré parte de esta noble familia como en un principio lo había deseado o (y espero no sea así), dejaré de venir tan a menudo para acá porque ya mi futuro será incierto y consecuente.

Me concentro. No puedo permitir que los sentimientos me carcoman.

No, no, no.

Vuelvo a tocar el timbre y entonces la puerta se abre lentamente y aparece Hunter, el primo de Anabelle.

— Pasa, hermano. –me dice, saludándome.

Deja un espacio para que pueda entrar y la música se escucha a través de la estancia que constituye la hermosa sala. Aquí, las paredes son altas y muy blanquecinas, hermosos muebles de terciopelo negro hacen juego con la cocina del fondo cuyo color azabache y forma italiana resalta con solo entrar.

Hunter cierra la puerta tras de mí y se adelanta a la cocina. Abre la nevera, y coge varias cervezas. Me ofrece una y la rechazo de inmediato. Una de las condiciones de Camille era precisamente eso: te quiero sobrio. No es que me considere mala copa, pero lo mejor es evitar algún fallo en lo acordado.

Aunque muy en el fondo deseo con ansias tomar unas cuantas cervezas y así poder apaciguar esta ansiedad que parece crecer en mi interior.

Hunter agita las manos en el aire. Yo sacudo la cabeza.

— Annie, está en el patio con mis tíos. –informa abriendo las botellas.

Asiento. Y cruzo el vestíbulo hacia la parte posterior de la vivienda.

El patio es una cosa delicada y a la vez elegante. Rodeada por completo por unas altas fortalezas de enredaderas que cubren todas las paredes, es en lo personal uno de los sitios favoritos para mí. Aquí se puede respirar calma.

Algo que realmente necesito en este instante.

Una vez en el umbral, la música se eleva por todo el lugar. Los padres de Anabelle están enzarzados en un abrazo fundidor y mi objetivo yace a pocos metros de ellos con su móvil en sus manos. Odio decirlo así, pero vine por un plan y debo cumplirlo a cabalidad. Odio ser tan déspota después de tanto pero no puedo permitirme fracasar en lo que a mí respecta: es la misión más importante de mi vida.

Ella corre a mi encuentro. Y yo solo pienso en todo lo que está por venir.

Me da mucha lástima.

Por ella y por todos.

Incluso, por mí.

La abrazo. Y la beso con pasión.

<<Eres un maldito, Marcus>>, apuntaría Camille desnuda y fumando un cigarrillo después de haberla follado.

Sonrío y miro a Anabelle.

No puedo negar que mi novia es hermosa, evidentemente.

Pero a diferencia de todo eso hay algo más importante que quiero de ella... su dinero.

¡Sí que soy un maldito!

— Feliz cumpleaños, mi amor. –le digo dándole otro cálido beso—. Te amo mucho.

— Yo también te amo, Marcus. –concluye.


***

8:31 P.M.

La comida está suculenta. Miro el reloj con cierto disimulo y sé que tengo unos veinte minutos de retraso. ¡Oh, mierda! Camille debe estar muy molesta y debo actuar rápido.

— Pequeña deberíamos dar una vuelta. –suelto con prisa.

<<La estás cagando>>.

— ¿Qué? –responde ella, confusa.

Lo vuelvo a intentar.

— Me refiero a que deberíamos dar unas vueltas por la ciudad y después vernos con los muchachos un rato.

<<Bueno, eso sonó mejor>>.

Respiro, esperando su respuesta.

— Marcus, pero estamos aquí en casa y la estamos pasando bien, yo solo quiero que...

— Por supuesto, si no quieres no hay problema. –interrumpo, y me quedo seco por mi imprudencia.

<<Esto no formaba parte del plan, claro que no>>.

Anabelle se lo piensa.

La miro expectante.

— Si no quieres, lo entenderé solo deseo pasar una buena noche contigo, nena.

<<Lo estoy logrando>>.

Ella asiente y suelta la cerveza totalmente vacía. Ha bebido mucho y sé que eso es bueno para mí. Hará las cosas mucho más fáciles y no debería esforzarme tanto para lograr lo que deseo.

— Está bien, vamos. –masculla y se levanta.

<<Joder, lo hice>>.

—Te amo, princesa. Prometo hacerte muy feliz. –le miento.

Ella me besa y puedo ver algo genuino en sus ojos lapislázuli: se ha enamorado. No confíes en nadie, dice mi madre cada vez que puede, ahora entiendo a qué se refiere realmente.

Nos despedimos y entonces yo cojo una cerveza y me la tomo a fondo blanco. Esto merece una celebración. Y por supuesto, lo más importante está en nuestras narices.

<<No me falles, Camille>>, me repito para mis adentros cuando ya hemos salido de la casa de Anabelle y nos hallamos en el carro besándonos con pasión.

No confíes en nadie, hijo mío, me repite la voz de mi madre en mi subconsciente.

Espero que no tenga nada de razón. 

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