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Anabelle y Marcus.

10:20 A.M.


El profesor McFarlland nos deja a todos con evidente escepticismo mientras abandona la clase. Las puertas aún siguen moviéndose por su abrupta salida. Está loco, como la mayoría de los profesores del instituto pero, ¡hey!, jamás había hecho algo así. Siempre ha sido tan pacífico y tan soso que realmente me deja sorprendida con aquella extraña actitud de su parte. Bueno, en verdad creo que le he dado demasiada importancia así que recojo mis cosas y procedo a retirarme de clases para ir a la cafetería con mis amigas.

— ¡Chicas, hora del café! –avisa Camille pisándome los talones.

El corredor del instituto esa mañana está abarrotado. Algunos permanecen sentados en las pequeñas banquetas y otros mantienen sus conversaciones de pie, adheridos como insectos a la impoluta pared. Gran parte de las chicas que nos acompañan, amigas de Camille por cierto, nos siguen como súbditos. Todos nos miran al pasar y algunos, osan la virtud de saludar.

—Feliz cumpleaños, Anabelle.

—Hola, Anabelle.

—Adiós, chicas.

Los saludos van y vienen y yo solo quiero largarme de aquí de una vez por todas. Camille por su parte, camina con su estilo más fresa posible y teléfono celular en mano. Si por alguna vez dejara ese maldito aparato creo que sabría con exactitud quienes son todas esas personas que la miran con avidez y deseo.

Sí, sobre todo deseo.

—Oh, mira ahí viene Dan. –masculla.

Miro alrededor pero es en mi campo visual delantero donde noto la presencia del mejor amigo de Marcus. Él se aproxima con arrogancia. Ser capitán del equipo sí que le ha subido las ínfulas al pobre Dan, eh.

—Buenos días, a las chicas más hermosas del instituto. –dice y de una vez y sin disimulo alguno Camille le planta un beso en la mejilla.

Él sonríe malévolo, mostrando su perfecta dentadura.

Aquí pasa algo entre estos dos, lo sé. <<Camille, Camille, hasta cuando tú>>.

Sonrió. Y entonces Dan se vuelve hacia mí.

—Vaya, vaya, estoy en presencia de la cumpleañera más hermosa de todo Orlando y más... –empieza a decir—. Feliz cumpleaños Anabelle.

Y a diferencia de mi mejor amiga es él quien me da un fuerte abrazo y un caluroso beso en la mejilla. Lo ves, Camille, observa y aprende querida.

—Gracias, Dan, muchas gracias. –le susurró al oído y al cabo de un rato nos separamos del abrazo.

No puedo verla por el ángulo en el que me hallo pero sé que Camille se está carcomiendo de rabia.

—¿Qué harás hoy? –pregunta Dan tomando su mochila con sus manos.

Hasta ese pequeño momento no había detallado en lo hermosos que son sus tatuajes y lo fornido de sus músculos. Guao, Dan es realmente demoledor, como lo apodan.

Bueno en realidad no lo sé pero...

—Es una sorpresa, querido. –se adelanta en responder una tajante Camille.

Dan, frunce el ceño.

— ¡Oh, por Dios! ¡Anabelle y las sorpresas!

Y ríe y por supuesto, que yo también. En cambio Camille se relame los labios y sus fosas nasales se ensanchan, comienza a escribir en su teléfono con agresividad.

Está molesta.

Y Dan lo sabe. Pero lo está disfrutando al igual que yo.

—Bueno chicas, me voy, las espero en el entrenamiento. –se despide y las chicas a mi alrededor liberan el aire retenido con gran placer.

—Es hermoso, Dios. –murmura una.

—Me encanta, es el hombre perfecto. –dice otra.

—Escuché que es muy exigente en la cama.

Todas nos giramos y miramos a Catalina, creo que se llama, con sorpresa.

Ella mueve las manos en el aire deteniendo nuestra perorata.

—Hey, hey, es lo que escuché. No es nada seguro, vale.

Y nos retorcemos en carcajadas. Cuando me acerco a una furiosa Camille, puedo ver como segundos antes de que bloquee el celular aparece fugazmente un nombre en la pantalla de la mensajería.

No un nombre. El nombre. Claro que no puedo asegurar nada, pero mirémoslo de este modo, no hay tantos Marcus en este estúpido instituto, o ¿sí?

—Ya es hora, vámonos. –me dice ella guardando el aparato y caminando firmemente por el conglomerado pasillo.

<<Tú dices que no pasa nada pero eso mismo voy averiguar. ¿Qué está sucediendo realmente?>>, pienso, y la sigo en silencio hasta la cafetería. 


***


Marcus.

Hora del entrenamiento.

Me desvisto rápidamente en el baño del equipo y comienzo a colocarme frenéticamente la indumentaria correspondiente. Mis compañeros van saliendo y otros apenas entran con el mismo apuro de siempre. Dan podrá ser cualquier cosa pero jamás permisivo. Dan, Dan, Dan. Ya casi parezco a Camille hablando todo el tiempo de él. Si no fuera realmente porque sé que se la ha follado no permitiría que me hablara de ese idiota pretencioso.

Y menos ahora que es capitán de Los Linces Plateados.

La otra noche, en Halloween, ella llegó a mi casa como de costumbre y se introdujo por la ventana abierta con el sigilo que siempre le ha caracterizado. Cerró tras de sí la ventana de mi habitación y se sentó en el alfeizar con su minifalda de colores. No llevaba ropa interior.

Ella me incitó con un ademán.

Como un león me acerqué, no sin antes desprenderme de mi bermuda y quedar desnudo a escasos centímetros del centro de su excitación.

—Dime que la trajiste, amor mío. –le digo con voz robótica.

Ella asiente y se muerde el labio inferior.

—Niña mala. –puntualizo.

Camille me mira con ojos feroces. En ese instante, me está relamiendo los dedos con su húmeda boca.

—¿Fue muy difícil? –pregunto, mientras hiperventilo.

Mi erección toca su introito y ambos estamos inundados en la humedad placentera del deseo. Camille succiona mis dedos una y otra vez.

Vuelve a asentir.

—Entonces mereces tu recompensa, pequeña. –informo rozándole con mi miembro.

Ella libera mis dedos y extrae de su brassier un pequeño cajetín metálico.

Miro el objeto y siento mi corazón latir a galope.

<<Eres la mejor, maldita sea>>, pienso.

Cojo las pastillas y vislumbro la etiqueta con el nombre de mi querido amigo Dan Ground. Me despego de Camille y hurgo en la gaveta más cercana. Saco las otras cápsulas. Parecidas, muy parecidas. Pero completamente diferentes.

Releo por enésima vez el envoltorio.

Éxtasis, sustancia ilegal.

Camille me abraza y sé que se ha desnudado por completo.

—Mañana debes ponerla en el mismo lugar, ¿entendido?

Ella asiente con sumisión.

—Cuenta con eso querido. –dice y me quita las verdaderas pastillas que Dan utiliza para la ansiedad.

Me giro y la contemplo como una la diosa afrodita.

—Ven aquí, coño. –le ordeno, fundiéndonos en la oscura noche de aquel octubre.

Despejar la mente se me hace muy fácil pero en aquel instante percibo el sonido de un mensaje de texto procedente de Camille. Nuestro código siempre ha sido el mismo desde hace dos años que llevamos viéndonos a escondidas: nada de mensajes, ni llamadas, dentro y fuera del instituto.

Es nuestra ley.

Nuestra ilegitima ley.

Con disimulo leo el mensaje, sabiendo muy bien que en cuestión de segundos dejará de existir para siempre.

"Marcus todo está listo así que queda de tu parte hacer lo demás", C.

Siento la adrenalina recorrer mi cuerpo y por primera vez quisiera tener al menos una de las tantas pastillas que hemos cambiado a Dan en estas últimas semanas; y que por supuesto, arruinarán para su desgracia sus sueños más anhelados. Claro que tampoco es que voy a crear un vínculo o adicción con estas píldoras, pero al menos una no me caería nada mal, a decir verdad.

Sonrío ante el sarcasmo.

Rememoro las indicaciones en mi cabeza de nuestro plan.

Maldito plan. Me volverá loco.

Aunque realmente no lo creo, estaba loco desde mucho antes de conocer a Camille. 

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