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||Capitolo 5||

||FICHAS NEGRAS, FICHAS BLANCAS||

Concentrados en aquella partida, donde las velas y la chimenea ilumina ambos cuerpos pensativos al tablero que tenían en frente. El rubio peino su cabellera hacia atrás y dejo salir un suspiró; él iba ganando, pero no se fiaba de su compañero. Guido miraba sus movimientos con una sonrisa oculta detrás de ese cigarrillo mientras su otra mano movía con sus dedos aquel peón que acababa de eliminar.

–¿Cómo estás seguro que el rey cooperará sin ninguna trampa? –preguntó sin mirarlo y solo comió el alfil negro con su torre.

El castaño esbozó una silenciosa risa, colocó el cigarro en sus labios y sin mirarlo solo movió su caballo del punto de vista de la torre.

–Soy hay una forma de tener al rey bajo nuestras órdenes y es mediante su corazón.

Ciccio levanto un poco su vista mostrando su ceja arqueada al mismo tiempo que solo movía su peón en medio del tablero.

–Antes de llegar a los Visconti a los quince, él perteneció a cuatro casas antes donde todas estaba con su madre, Abeni, hasta que los separaron al ser comprado por los Visconti. Nunca supo el paradero de ella...y si llegaran a tan siquiera maltratarla, Alberto no dudaría en atacarlos a todos.

–¿Leíste todo el documento?

–Lo más esencial –dijo con una sonrisa burlona mientras movía su caballo y comía al peón blanco–. El rey tiene una historia detrás, pero el mismo ciclo se repite cuando llega alguien especial para él que daría todo y actuaría como un perro leal.

–El rey necesita una reina...–musitó pensativo antes de mover su alfil y acorralar al rey negro.

Guido al notar que estaba en jaque mate, rio con suavidad.

–No será fácil encontrar alguien que logre dominar por completo el corazón de alguien que ha sufrido tanto –dijo mientras con delicadeza tiro a su rey negro con su simple movimiento–. Dejar la vida de pasiones y sexo recurrente por alguien, no es algo digno del rey de corazones.

[...]

Caminando tan ágilmente como un gato callejero, sus botas maltratadas pisaban los tejados antiguos con tanta facilidad. Los cielos eran su dominio, camuflándose entre las columnas de humo de las chimeneas. Observaba todo con indiferencia, buscando cualquier cosa que lo distrajera esa noche helada donde la media noche inundaba los sitos. No falta mucho para que el violinista apareciera para inundar las calles con su magnífica melodía que lo enfurecía.

Ese anciano –como él pensaba que se trataba detrás de esa capa blanca– era todo lo contrario a él. Su simple presencia le hacía recordar lo jodida y maldita que era su vida. El blanco de la nieve no combinaba con el negro del humo. Eran dos polos opuestos, uno traía miedo e inseguridades, y el otro traía paz y bondad en un mundo de mierda. Solo lo había visto de lejos, siempre acompañándolo desde las alturas, intrigado por su habilidad con sus dedos, que se flexionaban a un nivel inhumado entre las cuerdas; logrando notas que otro mortal jamás podría.

El violinista siempre se camuflaba con la niebla y la nieve, tocando para todos sin precio o recompensa...solo por pasión. Algo que jamás entendería. Lo más seguro era de que se trataba de un anciano de la alta clase, aburrido o demente para tocar en climas así.

Siguió paseando por los tejados con calma y tranquilidad, no tenía prisas ni ganas de correr solo quería pasar la noche con la escasa luz de la luna que iluminaba sus ojos esmeraldas tan brillantes y únicos. Amaba las alturas, sentirse superior, más de lo que ya lo era. Aunque estaba vez el aburrimiento y la fatiga le ganaban al buscar cualquier cosa que lo distraje; como una víctima cualquiera. Le daba igual lo que se encontrase solo quería divertirse ante la ausencia de su hermana con sus investigaciones en plantas medicinales o toxicas. Lo que menos quería era ser su muñeco de pruebas –de nuevo–.

La noche era hermosa incluso si la luna no se observaba con totalidad, las calles estaban en un silencio pacífico y la nieve caía sobre él; llegando a tocar su piel para hacer brotar aquellas escamas únicas. Salto de tejado entre tejado, sin miedo alguno. Termino deslizándose por el último para saltar con profesionalismo balcón por balcón hasta llegar al suelo. Llenando de nieve parte inferior de su capa como también su pantalón. A regañadientes comenzó a limpiarlo soltando una que otra pequeña maldición, siendo que Giulietta le echara una bronca horrible si llegaba sucio a su hogar.

Todo era tan tranquilo hasta que sintió una mirada posada en él, rápidamente se sobresaltó cuando su mirada se encontró con aquellos ojos marrones detrás de los anteojos. A unos pasos de él estaba el asistente del bibliotecario, abrigado con un enorme abrigo negro y un gorro gris mientras agarraba su boso con fuerza. Ambos estaban iluminado por la luz del farol. De nuevo sintió como su mirada resaltaba más allá de la de cualquier humano. Si no fuera por sus estúpidos anteojos lo notoria más.

Ninguno dijo nada, Luca solo retrocedió un paso hacia atrás de forma tímida; sabía que el rey nunca dejaba testigos. Él al notarlo solo chasqueo la lengua de forma despreocupada, ¿se la jugaría en matar a alguien inocente para llevarse los regaños de Visconti?

–No te voy a hacer nada, niñato –dijo cortante.

El joven lo miro sorprendido, por su tono de piel el sonrojo natural de sus mejillas y la punta de su nariz era más notorio. Alberto recordó las palabras de Giulietta cuando se trataba de ese chico; tímido como reservado. Sonrió mañosamente y se acercó a él, si siendo Alberto él lo aborrecía, tal vez siendo el rey podría hacer que caiga en su red.

Esta segunda vez, él no retrocedió, solo miro sus ojos en medio de la tormenta de nieve que caía sobre ellos. Luca termino acorralado de espaldas contra la pared del edificio, la gran diferencia de altura era notoria, el rey le ganaba por mucho –como un balde de madera de diferencia–. No mostraba miedo, solo curiosidad debajo del grueso cristal de sus anteojos circulares; cosa que llamo la atención del ladrón. El café y el verde se analizaron uno al otro. Había algo en la vista del otro que los llamaba; no de una forma romántica, pero si necesitada.

El criminal ladeo un poco su cabeza, al ser la primera vez alguien no le temía. Algo extraño ya que el menor parecía intimidado siendo él mismo.

No fue hasta que un par de copos de nieve tocaron las mejillas del joven provocando que brotaran unas escamas tan brillantes y hermosas. Alberto rápidamente retrocedió y Luca toco inconscientemente su mejilla al notar su reacción; comprendiendo lo que pasaba.

–Eres una bestia –musitó desconcertado.

Luca no dijo nada y solo desvió la mirada, Alberto no sabía cómo reaccionar. Jamás había visto a alguien como él, al menos vivo. Antes de que ambos pudieran reaccionar o decir algo, fueron interrumpidos por el suave sonido de un violín a lo lejos. El rey al darse cuenta que era el violinista se tensó. Luca por su lado giro su mirada hacia donde lo escuchaba, solo existía un loco como él para tocar en una noche congelada. Su emoción desvaneció al recordar el encuentro con el ladrón, pero cuando volteo para verlo de nuevo, él ya no estaba, en su lugar estaba una carta del rey de corazones posada sobre el montículo de nieve del suelo.

Giro su mirada hacia todos lados; las calles estaban vacías y abandonadas, lo único que se escuchaba era el violín acercándose, pero en ese momento no le intereso. Lentamente se agacho para tomar la carta en sus manos. No tenía idea que pensar, ni cómo reaccionar. Jamás se esperó que se encontraría con el criminal y mucho menos afuera del edificio donde se hospedaba.

Miro la carta antes de levantar su vista hacia los tejados, donde nada se podía ver por el humo de las chimeneas.

[...]

Fuertes golpes se escuchaban en la puerta principal de la residencia, sosteniendo un candelabro de plata de tres brazos, Giulietta bajaba las escaleras con prisas, sosteniendo la gran falda roja de su vestido. Desconcertada de quien invadía su hogar a esas horas; ya que sabía que su hermano no podía ser, él siempre entraba sin avisar por las ventanas o la puerta del patio.

No sentía temor alguno, todo el tiempo podía atacar con la navaja de su tobillo o las agujas llenas de veneno del cinturón de sus piernas. Siempre estaba armada. Al abrir la vieja puerta haciendo que un fuerte rechinido y una ventisca de nieve se adentrara al lugar. Ella retrocedió de inmediato, sorprendida al ver la imponente figura de su dueño. Una fuerte ventisca azotó el lugar, apagando consigo las velas del candelabro dejando ambos cuerpo con la poca luz de las lámparas de las paredes.

–¿Señor Visconti? –musitó ella mirándolo incrédula de pies a cabeza.

Ercole se adentró a la residencia y cerró rápidamente la puerta antes de que alguien los viera juntos. Giulietta dejo el candelabro sobre uno de los mueble y ponerse de pie en frente de su señoría en señal de respeto, un acto que aprendió hacer a las fuerzas cuando comenzó a trabajar para los Visconti y lo hacía ya de forma manual.

–Buenas noches, Giulietta, espero no molestarte –dijo mientras se quitaba su gorro y abrigo de alta calidad para colocarlos en el pequeño perchero de la entrada.

–Usted no es ninguna molestia, mi señor –dijo educadamente.

Ercole suspiró cansado, cuando era niño adoraba que la servidumbre hiciera eso, le daba poder, pero verlo en su amada le hacía recordar cada golpe que le azotaban si no se dirigía hacia él con respeto.

–Ya te he dicho que dejes de comportarte así.

Giulietta lo miro desconcertada por unos segundos para después sonreírle un poco sonrojada. Ercole se acercó a ella y acomodo mejor el reboso de sus hombros no quería que ella se congelara.

–Creí que solo lo haríamos en su hogar, mi señor.

–No tienes que dirigirte hacia mí de esa manera –dijo irritado.

–Pero tú no quieres que lo deje de hacer –coqueta entrado sus brazos al alrededor de su cuello y comenzó a juguetear con su cabello.

Aun con un semblante fastidiado y un sonrojo en sus mejillas, él la tomó de su fina cintura sintiendo el corset que ella poseía. Acaricio su cuerpo, conteniendo las ganas de cargarla y despojarla de sus ropajes; Giulietta Scorfano no era una doncella como las demás a las que tenían que cortejar siempre, de lugar de arreglos de flores, siempre le daba libros científicos o instrumentos que una dama jamás debe poseer. Es lo que le encantaba de ella, pero sabía que ella solo era así con él porque era su obligación como prostituta oficial.

Ella se acurrucó provocativamente sobre su cuerpo, aun así mantenía una sonrisa entre lujuria y dulzura.

–¿Qué haces aquí? –inquirió mientras desataba el agarre de sus manos para bajar sus manos e intentar desabrochar su pantalón.

No obstante ella se sorprendió al sentir las manos del mayor sobre las de ellas, impidiéndole el paso. Lo miro sonrojada y desconcertada.

–No vengo para hacerlo.

Lo soltó y retrocedió un poco, apoyándose en el barandal de la escalera para prestarle atención.

–Necesito hablar con usted, Giulietta, sobre su nueva misión.

Sus ojos castaños se abrieron con sorpresa, nunca tenían misiones tan de consecutivas. A pesar de eso enderezo su postura y acomodo su falda para guiarlo a tomar asiento. Moviendo su cintura provocativamente sabiendo que él siempre tenía la mirada fija en ella.

[...]

Sentando en las escaleras de la entrada del edificio, guardo la carta y solo se dispuso a mirar a lo lejos aquel demente músico que se acercaba a él. Con una gran sonrisa y moviendo sus dedos al mismo compas de las cuerdas como si de memoria supiera cada una de las notas. Solo existía un demente igual que él para tocar en plena tormenta de nieve; su maestro.

El sacerdote que fabrico su primer violín cuando era un niño que ni sabía leer. Aprendió primero a tocar el violín antes de pronunciar sus primeras palabras. El hombre alto y delgado, tocaba para él con algo de dificultad al no acostumbrarse al helado clima como él. Con un violín hermoso de color blanco como el marfil.

Se levantó de su lugar y se acercó al padre quien al verlo le sonrió mostrando sus dientes y aquel diente de oro que poseía. Siguió tocando tratando de llegar a la misma pasión con lo que hacía su pupilo. Luca identifico de primera el Caprice No. 24 que interpretaba su mentor. Ambos comenzaron a "bailar" entre sonrisas, aunque lo que reamente hacia el menor era apreciar los acordes que toca el mayor imaginando que lo acompañaba con su violín. La nieve caía sobre ambos envolviéndolos en un suave viento helado que movían como las copas de los arboles aquellos cabellos que se escabullían bajo sus gorros. Al terminar su verso paró de tocar de forma algo brusca al sentir sus dedos congelados.

–Padre Héctor –lo saludo con educación y con una pequeña reverencia.

–Ay, chaval, lo que hace uno por ti –exclamó en un tono cantadito con una gran sonrisa mientras sacudía sus pobres manos azules.

Luca rio y solo lo miro con algo de asombro como él rápidamente cubría sus dedos con unos guantes.

–¿Qué hace aquí padre?

–Ay, hijo, quise el primero en felicitarte –dijo mientras le extendía el violín blanco.

La mirada única del menor se sorprendió y parpadeo unos instantes al darse cuenta que era ocho de diciembre, su "cumpleaños". Desconcertado como perdido tomo con cuidado el nuevo violín, sorprendiéndose aún más con la gran calidad que esta tenia, la madera, el barniz e incluso las cuerdas ese violín era increíble que no se sentía digno de tomarlo. En los bordes tenia minutos y finos grabados similares a su cola. El padre Héctor fabricaba los mejores instrumentos de Gran Bretaña.

–Feliz cumpleaños, hijo –susurró sonriente entregándole el arco de este–. Anda tócalo que me tarde más de un año para hacerlo.

Luca lo tomó, posiciono el violín en su puesto, respiro hondo y replicó las mismas notas que hizo su maestro, con la única diferencia que el menor se dejaba inducir por cada una de las melodías moviéndose delicadeza. El mayor sonrió al ver que era el violín perfecto para un prodigio como él.

Lentamente dejo de tocar manteniendo aquella expresión de asombro, miro el instrumentó y lo giro para encontrarse con el grabado:

《"Gioca per le stelle, figlio mio"

Escrito en italiano, tratando de similar la letra cursiva de la nota con la que le dejaron en la entrada del orfanato. Héctor se colocó a su lado, posicionó su mano en su hombro, obteniendo la mirada curiosa de su pupilo.

–En una noche nevada y solitaria de ocho de diciembre, llego a la puerta un bebé único y especial. Cual asusto a Ernesto cuando lo baño por primera vez.

Ambos rieron, siempre contaba la misma historia, pero lo hacía sentir especial.

–Llegaste a nuestras vidas, pequeño –le sonrió de lado antes de separarse y colocarse en frente de él en medio de la calle solitaria–. Eres nuestro hijo, al igual que el Miguelon, pero eres el más listo de los dos, no se lo digas.

El menor soltó una risa sutil.

–No sé qué decir –miro el instrumento no podía evitar hacerlo no se podía creer que era suyo–, es simplemente hermoso.

Él no sabía de quienes eran sus verdaderos padres, solo sabe que por lo visto sabían italiano; por aquella nota que solo decían que lo cuidaran y lo guiaran a un buen camino. En la misma nota decía aquel nombre que le dieron antes de abandonarlo: Luca Paguro. Desde esa noche nevada fue criado por los tres padres del orfanato, en toda su vida muchas familias quisieron adoptarlo, pero siempre era denegado por los hombres, por obvias razones. Cada vez que lo visitaban las familias para conocer a los huérfanos él se encerraba en la iglesia a tocar su violín con el padre Héctor. Nunca se molestó por eso, en parte no quería separarse de ellos, en especial del padre Bruno. Ellos lo amaban como si en verdad fuera su hijo y quería a Miguel como un hermano mayor.

Dejo salir un suspiró melancólico y miro con una hermosa sonrisa al mayor.

–Gusta acompañarme a tocar esta noche –propuso.

El sacerdote rio y asintió, siempre estaría encantado de escucharlo tocar. El menor al cumplir los doce lo supero por completo y siguió mejorando. Luca lo invito a su hogar para ir por su capa y guantes especiales. Héctor lo seguía pasos atrás, pero antes de adentrarse al edificio noto como de su ropa cayó una carta. La tomó rápidamente antes que cayera al suelo y cuando estaba dispuesto a entregársela se quedó sin palabras al ver que se trataba de la carta del rey de corazones. Levanto la mirada desconcertado a la espalda del menor y suspiró. En que te estas metiendo, hijo; pensó temiendo por su seguridad.

[...]

Perdido en su mente y sus creencias, Alberto sentía que se volvería loco. Otro monstruo como él, ¿eso era posible? Monstruo que encontraban, monstruo que moría para saciar el apetito de la alta sociedad. Alguien como él apenas logró sobrevivir. Ahora tenía más sentido porque sus ojos le parecían lo más bellos que haya visto.

Salto rápidamente entre los tejados para caer sin cuidado alguno en el pequeño pasillo que separa su hogar del invernadero de su hermana, estaba sorprendido de que las velas estuvieran ya apagadas, siendo que ella se desvelaba demasiado con sus investigaciones. No le tomo mucha importancia y se adentró a su "amado" hogar con intenciones de irse a dormir y no despertar por más de un día entero, con la esperanza de olvidar aquel rostro blanco manchado de pequeñas escamas de sus mejillas.

El rechinido de la puerta se hizo presente y antes de cruzar la pequeña cocina, grata fue su sorpresa ver a su hermana y su dueño sentado en la pequeña mesa compartiendo un poco de té Assam. Desconcertado se acercó a ellos colocándose detrás de su hermana. Ercole lo miro con indiferencia y gruñendo al notar que vestía su traje negro, no obstante, solo suspiró y dejo la taza de porcelana sobre la mesa para verlos a ambos.

–Hay un nuevo objetivo, necesito que roben los documentos sin matar a alguien –ordenó con firmeza y seriedad.

Hubo un silencio entre los hermanos, ese tipo de misiones no era su estilo era difícil no encontrarse objetivos de por medio. A parte que eso no les divertía y saciaba su sed de venganza.

–Siempre matamos a los dueños –aclaró con molestia el rey.

–Pero con este objetivo no será posible –le aclaró sacando de su maletín de cuero un pedazo del diario local donde sorprendía a ambos criminales al ver el anuncio de la boda de los primos Madrigal. Giulietta tomo la fotografía donde mostraban a los nietos de Madame Alma; una de las mujeres más poderosas de la burocracia–; necesitó que tomen seriedad al asunto y se preparen –del mismo maletín sacó una invitación elegante y la dejo caer en frente de ellos–, iremos a una boda.

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