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||Capitolo 4||

||MUSAS||

La capa blanca como la nieve del campo solitario resaltaba entre las lujosas paredes del teatro Royal Opera House. Era lo único puro entre tanto lujo. Su mirada castaña –adornada por la negrura de sus ojeras– admiraba con asombro e inocencia cada una de las pinturas, accesorios dorados y detalles extravagantes de aquel largo pasillo hacia el teatro. El sonido de los pasos de las botas de nieve resoba en todo el lugar. Era la primera vez que los dos entraban a un sitio tan hermoso.

El violinista miro su desgastado violín al ver los retratos de otros grandes músicos. No se sentía intimidado –jamás ha dudado de su talento–, simplemente pensaba en las melodías que causarían esos instrumentos tan caros. Levanto su mirada delante de él donde veía la expresión insegura de su hermano mirando todo su alrededor sintiéndose que él no encajaba en un lugar tan fino como este.

–¿Enserio ella bailara aquí? –preguntó en un tono suave intentando calmar las inquietudes del mayor.

Destapo un poco su capa para que su rostro pálido fuera más visible para él. Miguel parpadeo un poco y rio de forma melancólica. El moreno lo acompaño en su tocadas matutinas solo para ir juntos aquel elegante lugar y encontrarse con la mujer que ambos amaban.

–Que puedo decirte –alzó sus hombros con una sonrisa algo nerviosa; hace mucho que no la veía–, ella siempre tuvo talento. No me sorprende que llegue a bailar aquí y pienso que algún día lo hará para la realeza; simplemente ella es un ángel al bailar.

–¿Estás seguro de que podemos verla aquí?

–En su última carta me recalcó un horario especificando que era la única hora donde madame Alma sale a merendar con sus nietas –suspiró y bajó con pesar su mirada al suelo pulcro–. Es la única oportunidad que tengo para verla –miro a su hermano–, no pienso desperdiciarla.

–Me encantaría estar entre el público admirándola –musitó con una pequeña sonrisa.

–A mi también –susurró apagado.

Luca exhaló y paró sus pasos para dejar por un momento su instrumento en el suelo. Bajó su gorro mostrando su abundante y risada cabellera castaña oscura, desabrochó su abrigada capa, mostrando su traje casual al igual que su delgada y fina figura. Una camisa de manga larga blanca y chaleco grisáceo mientas que en su hombro sostenía aquella mochila de cuero y barbas de ballena; la cual se quitó para poder guardar su vestuario. Antes de doblar su capa saco sus anteojos de botella y su gorro del mismo todo de gris de desgastado chaleco.

Miguel le arrebató sus anteojos para limpiarlos mientras el guardaba sus cosas. La identidad del violinista era algo de suma importancia para el menor, muchos se querían aprovechar y explotar su talento intentando incluso perseguir en las noches donde él solo tocaba para los más necesitados. Muchos comparaban el talento de Luca con Niccolò Paganini; muchos rumores surgían ante la silueta blanca que tocaba para todos y sin cobrar. Nadie sabía que ese misterioso músico solo tenía veintiún años, pero él llevaba practicando el violín desde los tres años y todos los días tocaba mínimo por diez horas –la verdadera razón de sus ojeras–. Sus manos siempre estaban vendadas ante las lesiones que se provocaba, ocultándolas siempre bajo sus guantes sin dedos. Tenía un talento incomparable el cual hizo ganarse –para desgracia del menor– el apodo de "El músico del rey de los ladrones": por ser la única persona que puede andar por las calles sin morir a manos del par de criminales. Rumores embudaban y más al surgir el rumor de que él famoso amante de la Dama roja, pero nada que ver con la realidad, donde simplemente Luca no le temía al par de criminales y no los ha molestado ni retado.

Jamás tocaría para el Rey de corazones, aunque si tenía una sonata que hacia recordar su encuentro siempre que sus dedos tocaban el trino del diablo.

Una vez guardo todo –como pudiese–, se puso de pie y tomo su instrumento. No obstante antes de avanzar Miguel lo detuvo para colocarle sus anteojos para que cubrieran un poco ante la notoria ausencia del sueño y enredando su bufanda maltratada roja al alrededor de su cuello para protegerlo como un auténtico hermano mayor. Ambos se sonrieron fraternalmente, antes de seguir avanzando con las ganas de verla de nuevo.

Ambos respiraron hondo y juntos abrieron las dos puertas principales, sorprendiéndose por el escenario y las luces del lugar. En el fondo Miguel se quedó sin palabras al ver a una única bailarina bella y delgada, sentada en la embocadura, golpeando de forma brusca su zapatilla con el suelo. Luca lo miro de reojo, sabía lo asombrado que estaba su amigo al ver a su hermanita tan cambiada a la última vez que lo vio. Ella no ha notado la presencia de ambos y por lo visto solo se encontraba ella.

Con una sonrisa pequeña se colocó su violín en el hombro, su mentón en la barbada y cerrando con delicadeza su mirada. Con su arco listo comenzó a tocar con una sonrisa mientras la suave melodía fluía como un eco entre todos los lugares vacíos, no necesitaba ver para saber que tenía la mirada de ambos hermanos.

La joven de piel pálida –ante los maquillajes y tratamientos–, de cabellera oscura como el carbón, estaba sorprendida de escuchar aquella vieja melodía. Los dos se sonrieron con lágrimas en sus miradas oscuras, tantos años sin verse; desde que ella fue adoptada a una temprana edad, nunca perdieron el contacto a pesar que se lo prohibieran, ella era ahora de la alta sociedad y más bella que nunca. Luca seguía tocando para ellos, los dos parecían indecisos si acercarse o no, pero no fue hasta que ella dejo sus zapatillas abandonadas para correr descalza –ignorando las heridas de sus pies maltratados– para saltar en los brazos de su hermano.

Miguel no dudo en alzarla en el aire, abrazándola con fuerza de su delgada cintura.

–Te extrañe tanto –exclamó la joven entre lágrimas.

–Nunca dejo de pensar en ti –le susurró él también feliz de verla.

La bella joven lloraba de la alegría de poder tenerlo a su lado tan siquiera un momento, lo abrazó con todas su fuerzas antes de bajar y llevarlo al frente del escenario y bailar los complicados acordes de Luca; quien trataba de no reírse ante el asombro del mayor. No lo culpaba, fue duro para los dos ser separados, pero fue lo mejor para la pequeña Socorro.

Se acercó a ellos para tocar la pieza solo para ella para que pueda demostrarle sus pasos, tan finos como elegantes que hacían que se perdieran en cada pieza. Miguel tomo asiento en la primera fila y la admiro con amor. Siempre seria su fan número, a pesar que jamás podría asistir a uno de sus recitales.

–Has mejorado mucho, Lucardo –dijo coqueta mientras giraba profesionalmente mientras alzaba su pierna lo alto posible.

Él solo rio sin dejar de tocar. Ambos tuvieron contacto visual, como si él solo tocara para la bella bailarina que tenía en frente. Siendo que no podía evitarlo, él siempre estuvo enamorado de ella y le gustaba pensar que ella siempre bailaría sus melodías. Ambos artistas se miraban con cariño y anhelo, siguiendo los pasos del otro como si un vals se tratara. Miguel sonrió con burla, siempre supo de los sentimientos del par; quienes se animaban mutuamente a seguir sus sueños. Los dos ya tenían la edad para contraer nupcias. Luca seguía moviendo como si bailara con ella en un gran bailable.

Había sincronización en cada nota alta, donde sus rostros se juntaban para en las bajas separarse lentamente. Jamás podrían estar juntos, no solo estaban en diferentes clases, ambos eran de diferentes especies, aunque eso no le importaba a ella quien bailaba buscando mucho más cercanía. Luca estaba hipnotizado por su más bella musa, que notaba las miradas juzgadoras de los asientos más altos; donde una mujer mayor apreciaba en silencio la melodía que transmitía aquel joven músico.

La anciana apretó con enojo e irritación el soporte dorado de su bastón. La melodía era demasiado hermosa, pero el músico era tan insignificante que tuvo la audacia de venir a su teatro a profanarlo al igual que una de sus bailarinas prodigio. Sin voltear atrás, cerró su mirada y ordeno a su servidumbre con unas palabras frías como afiladas:

–Investiguen quien es ese niñato y llévenlo conmigo.

[...]

El rechinido de la puerta principal de lo que llamaba hogar se hizo presente. Giulietta bajo el gorro de su capa café y cerró la puerta antes que la nieve se atreviera a entrar a su casa, sosteniendo en su brazo la canasta de suministro –donde la mayoría era robado– estaba dispuesta a ir a la cocina a preparar la cena, sino fuera las risas femeninas provenientes del segundo piso. Suspiró al darse cuenta que venían del estudio de Alberto.

Dejó la canasta sobre uno de los escasos muebles de la entrada, sin quitarse la capa subió por las escaleras haciendo que las pisadas de sus botas desgastadas se hicieran presente dentro de toda la casa. Entre más subía mas consiente era que no se trataban de risas, si no de gemidos ahogados. Gruñó y sin pensarlo abrió la puerta del estudio de la nada, encontrándose con Alberto estimulando el clítoris de una rubia desnuda. Ambos recostados en el viejo sillón del lugar mientras se besaban de forma apasionada dejando salir una que otro gemido entre los besos. Que no fue hasta que escucharon el falso carraspeo molesto de la otra dueña de la casa.

De lugar de estar avergonzados de que lo descubrieran, la rubia y Alberto le dedicaron una mirada divertida. Él se sentó en el sillón y la mujer en su regazo dejando descubierto sus senos pequeños y blancos manchados de pintura oleo; que iba desde el verde olivo hasta azul cerúleo. Su hermano sin descaro alguno seguía acariciando las piernas de su modelo y con la mirada en ella de forma relajada. No es la primera vez que eso sucedía, su hermano simplemente era un maldito mujeriego. Aun así solo se podría decir que: cualquiera puede acostarse con Alberto Scorfano solo abriendo las piernas frente a él, pero nadie con el rey de corazones. Era un idiota, pero también un profesional en el crimen.

–Hola, hermanita –dijo con una gran sonrisa burlona antes de morder el cuello de su amante; quien soltó un fuerte y obsceno gemido.

Giulietta suspiró y se mostraba indiferente, ignorando por completo al hombre miro a la rubia.

–Buenos días, señorita Andersen, ¿gusta un té después de posar?

Ella apenas logró asentir mientras mordía sus labios delgados y se revolcaba en el cuerpo del pintor, dejando que sus grandes manos la tocaran donde él quisiese. Para la pelirroja solo era una de las miles de amantes de su hermano; no necesitaba ser el rey de corazones para tener a quien quisiese bajo de él –incluyendo a jóvenes muchachos que querían aprender de uno de los mejores pintores de Gran Bretaña–. Albero tenía un gran talento en las artes de la pintura y dibujo que si no fuera ladrón ganaría algo de dinero vendiendo las pinturas en subastas. Incluso había llegado al punto de remplazar pinturas en los museos, solo por el gusto de ver su arte al lado de las grandes obras.

Pasando de largo de la escena del par de amantes la asesina encamino hacia el caballete, mostrando extrañeza a la pintura que realizaba. El bocetó de una hermosa mujer –inspirada fuertemente en su modelo– convirtiéndose en un árbol; su rostro mostraba rechazo y negación, parecía huyendo de alguien, un detalle casi imperceptible al ser una de las tres pinturas que narran aquella historia de desamor.

Alberto al notar que su hermana miraba su obrar, le dio un último y apasionado beso a la mujer embriagada de éxtasis y lujuria. La dejó botada sobre el sillón con la respiración agitada; al ser considerado un monstruo tenía más resistencia ante las relaciones, siendo muy difícil saciarlo con un humano.

Mientras se acerca a ella, sacó de su bolsillo uno de sus amados cigarrillos Andersen –los único que podía aguantar– y lo colocó en sus labios para después encenderlo con su mechero; cual tenía el grabado de la carta de la reina de corazones. Algo simbólico para él. Con la pequeña llama lo encendió, rápidamente le dio una larga calada antes de expulsar el humo a un costado y ambirar su trabajo con una sonrisa fanfarrona.

–¿Dafne y Apolo? –cuestiono la menor en un susurró aun con la mirada fija en el óleo–. ¿No es demasiado romántico para alguien como tú, señor nunca me he enamorado? –lo miro arqueando su ceja y manteniendo una sonrisa burlona en esos labios rojizos al igual que gruesos.

Él se quitó el cigarrillo de sus labios y lo compartió con ella; quien no negó y lo tomó entre sus finos dedos.

–Estoy enamorado de ti.

Ella rodeó la mirada con una sonrisa burlona mientras expulsaba el humo de sus labios.

–Pero ese tipo de amor no –añadió–, estoy enamorado de la vida y de mí mismo como para perder el tiempo amando alguien más. De que me he enamorado, lo hecho como cualquier mortal, solo que lo romántico no es mi estilo.

–¿Y el bibliotecario?

Blanqueó los ojos al recordar lo sucedido noches atrás y su intento fallido de cotejarlo.

–Digamos que encontré un reto más difícil –dijo mientras le quitaba el cigarrillo de sus manos y colocarlo en sus labios.

–¿Uno más difícil? –cuestionó cruzándose de brazos en su pecho.

–El joven asistente debilucho.

–¿Hablas de Luca? –se mostró sorprendida.

Alberto se mostró desconcertado, jamás supo su nombre; aunque tampoco le interesaba. Su nombre era raro al igual que el joven castaño cuya mirada le parecía peculiar, al igual que su cintura algo afeminada.

–Ese joven es un caso más difícil; algo molesto e inocente para mi gusto.

–Luca tiene veintiún años, Alberto, lo más probable es que este cortejando a una dama o algo.

–Algo más tentador, que te parece si aumentamos la apuesta.

Giulietta pareció dudarlo, si el bibliotecario era una presa difícil, ese chico Luca lo era peor al ser alguien tímido y reservado, apenas había cruzado palabras con él. Siempre tenía la cabeza metida en un libro o distraído con sus propios escritos que ignoraba todo su alrededor. Miro la pintura y luego suspiró.

Algún momento encontraras a tu Dafne, Apolo y lo único que te quedaras serán con las hojas de laurel –fue todo lo que dijo antes de alzar un poco su falda y dar media vuelta para retirarse.

Él frunció el ceño cuando la puerta fue cerrada en sus narices. Chasqueo la lengua y prosiguió a continuar su trabajo de seguir complaciendo a su modelo; quien lo esperaba en el sillón con una gustosa y coqueta sonrisa. Alberto sonrió complacido mientras apagaba su cigarrillo en el cenicero de su mesa de trabajo donde resaltaba sus libros de bocetos y aquel afiche de su propio autorretrato que tenía pendiente de entregar a la librería.

[...]

Ciccio saco las enormes cajas de documentos polvosos que había en el archivero de la comisaria, siendo seguido por el detective y el jefe de policías. Los tres se dirigieron a la oficina del mayor tratando de pasar desapercibidos por todos los cadetes, los cuales lo miraban con curiosidad. Desde el incidente en la mansión de los Greys habían visto a su jefe más concentrado en capturar a los hermanos, pero todo eso estaba afuera de la realidad; donde ahora no había dos asesinos en toda Londres, sino tres, el cual intentaba culpar al rey y la dama.

Las puertas se cerraron una vez que ellos se adentraron. La mirada del médico se abrió con sorpresa al encontrarse con aquel jarrón costoso, haciendo función de florero para aquellas rosas blancas, donde solo una estaba una manchada de sangre fresca; él siempre las cuidaba sin importar que eran parte de la escena del crimen. Guido también lo noto, pero no opino ni siguió viendo, no era secreto que la Dama roja y el jefe de policías se acostaban incluso antes de que sus caminos se separaran y se volviera "enemigos".

Ercole dejó los documentos sobre su escritorio y sacudiéndose las manos arrimo hacia ellos aquel pizarrón con todos los casos del par; era una línea de tiempo de todos los crímenes cometidos.

–Alguien intenta incriminarlos –dijo con seriedad mientras única con un hijo rojo las nuevas fotografías que sacaron al cuerpo del esclavo.

Ciccio suspiró.

–No veo tanto problema, ellos también matan –opinó con indiferencia en lo que tomaba asiento en el sillón de terciopelo rojo.

–Pero Alberto nunca ha matado inocentes al igual que Giulietta, era parte del trato –exclamó Guido, sentándose a su lado.

–No entiendo como ellos siguen el trato –atacó irritado–. ¿Cómo están seguros que ellos lo siguen a piel y letra?

–Hay solo dos cosas que le importan al rey –dijo indiferente Ercole acercándose a ellos con una carpeta en manos–; su hermana Giulietta –lanzo a la mesa de café la fotografía vieja de una niña con cara asustada y ropas viejas intentando pasar como finas–. Alberto solo sigue las indicaciones porque lo que buscamos podría guiarnos el paradero donde la secuestraron.

El rubio tomo la fotografía en manos y la analizo, parecía tener menos de ocho años cuando la tomaron. La pequeña mostraba miedo al otro lado de la cámara, por sus rasgos; parecía amenazada.

–¿Giulietta no era italiana? –preguntó levantando su vista con seriedad.

–No lo sabemos con exactitud –respondió en un tono firme–, solo hablaba italiano cuando mi tío la compro en aquella subasta; tenía cinco años y no sabía en donde estaba ni de dónde venía.

–¿Quieres llegar a la venta de niños explotados sexualmente? –trató de entenderlo Guido al escuchar todo eso.

Ercole suspiró y miro de reojo la pizarra de su espalda.

–Todos a los que han atracado, pertenecen a esa red, no han robado a grandes casa sin mis órdenes. Solo trabajan para mí para conseguir la información de Giulietta.

–Espera –alzó la voz Ciccio ante tanta información, dejo la fotografía sobre la mesa y miro a su jefe como si estuviera loco–, dijiste que al rey le interesan solo dos cosas, ¿Cuál es la otra? –preguntó con seriedad, ya que estaba involucrándose más de la cuenta al caso (y no negaría que le comenzaba a interesar).

Él rodeo la mirada con fastidio y de la misma carpeta donde guardaba toda la información del rey saco otra fotografía, esta vez más pequeña y maltratada, para colocarla en frente de ambos. Ambos estaban confundidos al ver a una mujer mayor de piel negra, cabello recogido y escondido bajo un gorro de sirvienta, algo gordita y con un rostro demasiado tranquilo y pacifico para ser una esclava. No entendían nada, levantaron la mirada y Ercole tenía una expresión neutra.

Abeni Scorfano, la madre del rey; ella lo adopto y lo salvo de ser sacrificado. Una mujer africana, quien fue comprada y separada de su único hijo cuando los compraron distintas familias. Él quiere recuperarla más que nada en el mundo, sin importarle a quien mate o se enfrente Alberto no se detendrá hasta hallarla.  

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