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Capítulo 22: VALERIA

Hoy es nochebuena, y tal vez sea la mejor fiesta del año para mí, aunque me duela el corazón de forma increíble.

Este día duele tanto que incluso maquillarme es extraño.

Hace justo un año que Ethan y yo tuvimos nuestra última navidad juntos y nadie sabía que iba a ser la última.

Es increíble cómo de un momento a otro la vida puede cambiar tanto y alejarte de las personas que más quieres, sobre todo cuando has hecho cosas por última vez que no sabías que iban a serlo.

Hay veces que es mejor cerrar los ojos y confiar en la vida, en lo que te va a deparar y dejar de sobre pensar las cosas, porque llega un punto en el que todo cambia y esas últimas veces se te quedan marcadas para siempre porque ya nada volverá a ser igual y mucho menos se volverán a repetir.

Nunca sabes cuándo será el último beso o el último abrazo, tampoco si las "buenas noches" se convertirán en pesadillas porque ha sido la última vez que se lo has dicho a alguien y ya no está, ni sabrás jamás cuándo será tu último "te quiero", "te amo", "te necesito" ni cuál será tu última palabra, y creo que por eso este día me duele tanto, porque las últimas veces con Ethan no quería que fueran las últimas.

No sé si tiene sentido, pero al fin y cabo hoy siento un vacío que será difícil de llenar.

Desde mi habitación ya empieza a oler delicioso. Seguro que Reina y Caterina llevan horas poniéndole a la cena su mayor empeño. Últimamente Reina está muy cocinitas, más que nada porque Caterina estuvo enferma unos días por coronavirus, pero la verdad es que tampoco se le da nada mal. Caterina está bien, no os preocupéis, pasó el virus como un constipado común y todos estamos genial en cuanto a salud.

Termino de maquillarme dándome un toque rojo en los labios con mi labial Velvet y me miro en el espejo. ¿Cómo es posible cambiar tanto en tan poco tiempo? Ya casi han pasado tres meses desde que me fui del orfanato y me siento mayor, como si salir a la vida real me hubiera hecho cambiar de alguna forma.

Llevo el pelo recogido en una perfecta cola de caballo bien estirada, el flequillo mejor planchado y peinado que nunca y un maquillaje impoluto. Como dice Camilo estoy "bien preciosa". Sí, lo sé, ¿qué es de mi autoestima? Aquí estamos, trabajándola. Pero sí, admito que hoy estoy despampanante. Además, me he puesto un vestido blanco ajustado, el cual resalta todas y cada una de mis curvas y mi hermoso trasero, y lo he combinado con unos zapatos rojos de poco tacón a juego con mis labios. Sí, una diosa empoderada, lo que debería haber sido desde hace mucho tiempo.

Antes de echarme colonia unos ojos marrones en forma de oliva me atraviesan a través del espejo. Estoy orgullosa de lo que he conseguido. Estoy mejorando en mí misma, tengo una familia, unos amigos que me quieren y unos estudios de provecho. Estoy contenta con los resultados que estoy obteniendo y los lazos que he creado con mi nueva vida, pero todavía sigue faltando algo, y es que en lo más profundo de mí algo me grita que algo va mal.

Esa parte de mí siempre está, de hecho, desde que salí del orfanato está, es como si hubiera un vacío, algo que no se puede llenar con unas cuantas sonrisas y unas risas fuertes. Ese vacío que todavía me dice que estoy incompleta. Y no, no es por Ethan, eso ya lo tengo asumido. Sé que no necesito a nadie para que me complete, aún que sí para que me complemente, el problema es esa persona no está, porque nos separan cientos de kilómetros.

—Ya, Valeria, deja de pensar en él —digo en voz alta mientras dejo la colonia en su sitio.

—¿En mí?

—¡Joder! —grito—. ¿Pero tú eres tonto o peinas cactus?

—Perdón, no quería asustarte. Solo vengo a decirte que... oh, espera, estás preciosa. —Me observa de arriba abajo relamiéndose el labio inferior.

—Lo sé —le sonrío con malicia.

Cojo mi móvil y me dirijo fuera de la habitación. Escucho unos pasos por detrás de mí y una mano fuerte que me agarra suavemente por el codo y me hace frenar.

—En serio, estás muy guapa esta noche —Nick me mira como si fuera un barco a la deriva que lleva años sin tocar tierra. Con ansia y fervor.

Nick se adelanta a cualquier palabra que iba a soltar y me planta un beso en la mejilla. La piel se me eriza, pero hago cuenta de que no ha pasado.

—Gracias. —Únicamente me sale sonreír porque su cercanía me está afectando demasiado —. ¿Bajamos?

Él asiente, me doy la vuelta para bajar las escaleras y siento cómo me da una pequeña palmada en el culo.

—Atrevido —dijo por lo bajo en risas.

Sí, sé lo que estáis pensando, pero no, solo puedo decir que... ¿tonteo? Sí, eso, exacto. No hay nada más, le dejé bien claro que nos habían pillado y que era nuestro último beso, y lo he cumplido. ¿Por qué? Ni idea, bueno sí, porque me encanta el tira y afloja.

No sé definir nuestra relación, si es que la hay, pero me gusta estar con él. Me siento a gusto con él y fomenta la evasión de la realidad que me envuelve.

A pesar de que después de la fiesta no hemos hablado casi, el ritual del chocolate que establecimos después del altercado en el Parque del Centenario con los borrachos se ha mantenido incluso hasta día de hoy. Bueno, después de la fiesta era complicado, pero ahora es... no sé, más íntimo. Nos sentamos juntos, bebemos del vaso del otro, compartimos las nubes que le hemos incorporado, nos contamos cómo ha ido el día y qué hay de nuevo y nos reímos como dos tontos enamorados. ¿Qué lo estoy? Ni de coña, pero es bonito sentirte así.

Cuando estamos bajo observo la decoración navideña y he de admitir que me encanta absolutamente todo, desde el increíble árbol de casi dos metros y medio de altura con sus mil quinientas luces de colores, pasando por las luces de LED y las figuras navideñas que están por toda la entrada de la casa junto con el belén, hasta las guirnaldas, las velas aromáticas adornadas y los centros de mesa.

Está todo realmente increíble.

—Eh, ¿estás bien? —pregunta Nick a mi lado.

Mierda, no me había dado ni cuenta de la cara que tengo. ¿Por qué tengo que ser tan expresiva? No es que esté triste, me alegra estar en un sitio así, de verdad. La navidad me encanta y debería estar más feliz que nunca, pero una parte de mí quiere compartir esto con alguien más.

Todavía recuerdo las navidades en el orfanato, eran tristes, simples y frías. No tenían ni punto de comparación con lo que puedes respirar en esta casa. Allí todo era sombrío y no se acercaba ni una parte a lo que tengo ahora mismo. Supongo que lo de ahora me lo merezco, al menos es lo que quiero creer, pero los niños y las niñas del orfanato sí que no se merecen aquello.

En el orfanato no había decoración en navidad, ni árboles gigantes ni guirnaldas ni luces ni belén, bueno, únicamente teníamos un pino de los de fuera muy pequeño decorado con una luz en lo alto con cuatro regalos en el suelo que además eran para compartir entre todos. Siempre dejábamos que los más pequeños abrieran los regalos y los mayores mirábamos con anhelo. Todavía puedo escuchar las carcajadas de los niños cuando veían un juego de mesa, patines para compartir o una casa de muñecas por estrenar. Creo que a ningún niño se le va la ilusión en navidad, pese a no estar rodeado de lo que se merece.

A mí no me importaban los regalos, porque siempre tenía a mí lado al mejor de todos. Tener a Ethan en navidad para mí era suficiente. Él era mi familia, el amor de mi vida, mi locura en todos los sentidos, y durante los días de navidad vivía casi en mi habitación, por eso esas fechas eran tan especiales para mí, porque compartía hasta la pasta de dientes con él. Dormíamos abrazados toda la noche y nos mirábamos mutuamente mientras respirábamos pausadamente. ¿Que por qué lo sé? Porque en más de una ocasión le pillaba y me hacía burlas.

Me duele el pecho de recordar todo eso.

Nosotros no nos hacíamos regalos, no en el sentido de ir de compras como el otro día con Reina y Camilo, pero intentábamos que fueran los mejores días del año. Compartíamos todo, nos encontrábamos a altas horas de la noche por los pasillos para dormís juntos, a veces nos escapábamos a la cocina para comer algunas chucherías que dejaban escondidas para el día siguiente y nos escribíamos cartas por cada día de navidad que pasábamos juntos.

Las cartas me las traje conmigo, luego os leo alguna.

—Tierra llamando a Valeria —dice Nick sacándome de mi ensimismamiento.

—¿Qué? Oh... perdón, me quedé impactada con la decoración. Me encanta —le sonrío.

El brillo en mis ojos me delata, y sin decir absolutamente nada Nick me abraza.

—Feliz navidad, ricura —me susurra en el oído.

Sorbo por la nariz y me quito las cuatro lágrimas que corren por mis mejillas. Nada puede deshacer el increíble maquillaje que me he puesto.

—Feliz navidad, Nicolás. —Me aparto de él, me quita la última lágrima y entramos en la cocina.

—Por el amor de Dios, si esto huele riquísimo —Nick le da un beso en la mejilla a Reina y abraza a su madre tan fuerte que esta se queja.

—Me gustaría poder respirar, cariño —dice Caterina.

—Esto es... —me limito a decir.

Reina deja el trapo encima de la encimera y se acerca a mí.

—¿Qué te parece, cielo? —Reina me pasa el brazo por los hombros y me acerca a ella.

Ambas contemplamos la mesa en silencio y tengo una sensación en el pecho que, además de arder, se siente como si estuviera completándose algo. No sé, chicos, no sé explicarme ahora mismo, tengo demasiadas emociones a flor de piel.

—Es increíble —digo con una sonrisa en la cara e interceptando una lágrima furtiva.

—Feliz navidad, cielo. —Reina me acaricia el flequillo y sigue a su faena de cocinera.

Camilo aparece por detrás, me levanta en brazos y me hace girar en volandas.

—¡Feliz navidad, Valerieta! —grita por toda la cocina.

Todos se ríen por mi cara de "por favor, bájame que vomito" y cuando termina me abraza.

Estoy cogiendo muchísimo cariño a Camilo y creo que él a mí, aunque no sé esa fea costumbre que ha cogido de llamarme Valerieta, parece que diga valeriana y eso es una pastilla de hierbas para relajar a la cual no me asemejo ni de lejos.

—Feliz navidad a todos —digo en voz alta para que no vuelvan a repetirlo.

Observo cómo está decorada la mesa y se me abre un agujero en el corazón.

Qué bonita, hasta la mesa es impoluta. Tiene copas de todos los tamaños, más cubiertos de los que sé usar, mantel rojo con decoraciones doradas, servilletas doradas con decoraciones en negro, centros de mesa de todos los estilos que podáis imaginar y... un momento, ¿por qué hay siete sitios si somos cinco?

Observo a mi nueva familia que está reunida en la isla de la cocina y sonrío. Realmente he tenido demasiada suerte.

Nick está chinchando a su madre, la cual no para de sonreír y está realmente preciosa. Él va vestido como si se fuera de boda, lleva un traje azul con tirantes negros y Caterina se ha recogido el pelo en un moño bajo, se ha puesto un vestido por debajo de las rodillas de color azul cielo con flores blancas y unas manoletinas a conjunto.

Mientras Reina termina de cortar en filetes el pavo relleno de queso, Camilo la abraza por detrás y le da besos sin cesar en la mejilla. Ella lleva un vestido negro y blanco hasta las rodillas, un delantal manchado de harina, unos tacones blancos con detalles negros casi parecidos al mármol y el pelo suelto hasta mitad de la espalda con ondulaciones. Camilo, por el contrario, ha decidido ir menos formal, lleva una bermuda blanca con unos mocasines a juego y una camisa de manga larga negra a juego con su mujer.

Respiro hondo y vuelvo a sonreír. Son una familia realmente bonita y entrañable.

—Estás preciosa, Val —dice Caterina mientras Nick hace el amago de comerle la oreja.

¿Qué le pasa a esa persona? Se le va la cabeza.

—No más que tú —le sonrío.

Salgo de la cocina y me dirijo a la entrada en un amago de huir de la realidad para poder seguir respirando.

Debajo del árbol hay una especie de mantel de color rojo y está hasta los topes de regalos, los mismos que fuimos a comprar hace apenas días atrás. Yo me fui con Reina y Camilo se fue por su parte, aunque a media jornada de compras tuve que quedarme sola buscando regalos estúpidos porque no sabía qué comprar y Reina quería comprar algo para mí. Puedo observar más de cinco con el nombre de cada uno y... ¡la leche, no me lo puedo creer!

—¡Hola, hola, familia!

Una mujer morena, más o menos de mi estatura, vestida con un traje blanco de pantalón y chaqueta con una camisa azul cielo, unos tacones negros de infarto y una sonrisa en la cara hace acto de presencia en el salón mientras deja la puerta de la casa entreabierta.

Me quedo impactada no, lo siguiente. Abro los ojos como platos. No puedo creer lo que veo ante mí.

—¿Ana? —digo en apenas un susurro y casi al borde del desmayo. Otra vez.

—¡Valeria, por Dios, estás increíble! —Crriendo viene a mí y me abraza más fuerte de lo que esperaba.

Me quedo totalmente quieta, como un gato cuando le ciegan los faros de un coche en medio de la carretera cero iluminada. Si me viera Nick se reiría.

¿Esto está pasando en serio o es que hay alguna cámara oculta?

—¿Qué...? ¿Estás aquí de verdad? —le digo sin poder creerme que la persona que tengo ante mí es la hija de Reina y Camilo y la única que me ayudó cuando salí del orfanato.

—Sí, por supuesto. —Se ríe a carcajada limpia —. ¡Estás preciosa! Qué mayor, parece que ha pasado una eternidad, estás irreconocible. —Me coge por las mejillas y me da dos besos.

—Pues anda que tu... no te había reconocido sin el uniforme.

Ana se vuelve a reír y se aparta de mí, deja el abrigo en el perchero y vuelve a mirarme.

—Sí, soy algo más guapa fuera de ese horrible uniforme, ¿verdad?

Sin que pueda contestar, Camilo, Reina, Nick y Caterina aparecen por la entrada de la cocina y los cuatro van corriendo a los brazos de Ana. Hay sonrisas y risas por todos lados y yo no me puedo creer que Ana esté aquí. Su presencia es como volver a sentir que no he salido de ahí, que no he avanzado, que todavía hay un pasado que me condena.

—Dios, mi niña, estás preciosa —dice Reina entre besos y sollozos.

Nick después de darle un fuerte apretón viene a mi lado y entrelaza su mano con la mía, como si supiera que realmente mi cabeza se ha ido de viaje a un infierno del que pensé que ya salí victoriosa. Su gesto me reconforta, pero no cierra la herida que este encuentro ha abierto en mi pecho.

—Ay, mi amor, qué mayor estás —dice Caterina dándole otro abrazo a Ana.

—¿Por qué siempre estás tan guapa? —dice Camilo besándole la sien.

—Un momento chicos —dice Ana mientras se dirige a la puerta de la entrada de la casa y la abre de par en par —. Tengo una sorpresa para Valeria. —Sonríe de oreja a oreja.

—¿Para mí? —Suelto la mano de Nick y me la pongo en el corazón.

¿Es posible que me muera de un ataque al corazón ahora mismo? Me va a mil por hora, he empezado a sudar con las primeras palabras de Ana, se me ha secado la boca y mis pensamientos no tienen dueña. ¿Será él? ¿Es posible que sea Ethan?

Me moriré aquí mismo de ser así.

—Sí, por Dios, que entre —dice Camilo por fin.

De repente, unos pasos que suben la escalera se escuchan fuera de la casa y por cada uno de ellos mi corazón comienza a hacer las maletas e irse de viaje. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo y empiezo a tiritar cuando una figura aparece ante mí y me siento desfallecer.

—Hola, mi niña —dice esa voz que tantísimo quiero y adoro.

No puede ser verdad, ¿esto es un sueño? Me llevo las manos a la boca y aunque creo que nadie me ha escuchado, pregunto lo más absurdo que podría preguntar.

—¿Francisco?

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