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Capítulo 20: ETHAN

(Un mes antes del dieciocho cumpleaños de Valeria)

Por el amor de mi vida y de mi corazón. Qué rápido pasa el tiempo.

Hoy se cumplen casi veintidós meses desde que Valeria comenzó su nueva vida en Algeciras, la cual la llevó a alejarse de mí todo lo posible y más. Sin embargo, ha llegado el momento de reencontrarnos, y lo sé porque todo lo que ha pasado en este tiempo ha valido tanto la pena para nuestro futuro más inmediato, que no soy capaz de asimilar todo.

Para comenzar, después de aquella primera y única cena en casa de mis padres, mis lazos con Laia se estrecharon cada vez más. Quedábamos para recogerla de clase, para que viniera a mi facultad y conociera lo que estudiaba porque ofrecían clases voluntarias, les presenté a mis muchachotes y a José – los cuales admitieron que era mi versión mejorada –, nos íbamos de viaje juntos, nos contábamos historias, anécdotas y movidas de nuestra vida anterior a nosotros y nos lo pasábamos en grande el uno con el otro.

Por supuesto que no todo fue color de rosa, los exámenes nos separaban muchísimo porque ocupaban gran parte de mi vida, al igual que el cuidado de los muchachotes, pero Laia siempre estaba ahí para mí.

Le presenté a Val a través de todos los recuerdos que me llevé de nosotros del orfanato, le conté historias, anécdotas y le abrí mi corazón en canal, haciendo que llorara cada dos por tres. Con tan sólo la primera fotografía, Laia quería conocer a su hermana. Sí, dijo que para ella ya era como su hermana, que así lo sentía y que quería que se hicieran amigas inseparables.

En aquel momento me reí, pero me gustó más de lo necesario. Mi hermana y el amor de mi vida juntas en mi mundo. No podía pedir más.

La relación con los padres de Laia se quedó tal cual les dije en la cena. Saludos y comentarios corteses por mi hermana y poco más. A veces sí que es cierto que Laia me tramaba emboscadas para que fuera con ellos en el coche, para cenar o comer con ellos, pero le pillaba las mentiras al vuelo y casi siempre terminaba pidiéndome perdón y yéndose conmigo a donde ella quisiera.

Sus padres lo aceptaron, de hecho, hoy se viene conmigo a Algeciras. No es que se hayan desentendido de ella, no me malinterpretéis, eso sólo lo hicieron conmigo, pero han dejado que pase el verano conmigo y con Val en Algeciras. Es agosto y no hay mes más bonito para pasarlo con las dos personas más importantes de mi vida y... bueno, con Carlos también.

De hecho, Carlos no sabe absolutamente nada de Laia, quería que la conociera en persona y que se quedara patidifuso con ella, aunque le he ido dando detalles y pequeñas pinceladas de todo lo que ocurría con ella - sin decir su nombre - y con sus padres.

Estos últimos años me han dado una experiencia increíble. He podido sobrevivir por mí solo, coexistir con personas de diferentes edades y ayudarlas, hacerme una amistad para siempre, estudiar y sacar unas notas de infarto en Biología y conocer a mi pequeña Laia.

Estoy muy orgulloso de lo que he conseguido, de haber podido cerrar ciclos, de sanar mis heridas e irme libre y tranquilo para reencontrarme con mi niña.

Sí, todavía a día de hoy sueño con ella, con volver a rozarle la mano, acariciarle las pecas que tiene sobre su nariz y comérmela a besas cada dos por tres.

Es imposible olvidarse de ella por mucho tiempo que pase.

Laia todavía no ha llegado, bueno, también es cierto que no son ni las cinco de la mañana, pero es que estoy tan nervioso que no he podido pegar ojo en toda la noche. Ya tengo casi la maleta hecha y todos los trastos recogidos. Ni siquiera soy consciente de que en apenas unas horas Valeria estará en mis brazos.

Termino de guardar las últimas camisetas en la maleta y la cierro con cuidado. Reviso toda la habitación para cerciorarme de que no me dejo nada y saco todos los trastos a la puerta de la entrada con mucho cuidado de no despertar a mis muchachotes.

Con muchísimo pesar, dejo atrás a José, Max, Ricardo y Miguel, les voy a echar tanto de menos que esto es lo único que puede encogerme el corazón ahora mismo. Sin embargo, ellos ya tienen todo solucionado para cuando me marche. Un sustituto vendrá poco después de mi marcha. Durante los dos últimos meses hemos estado haciendo entrevistas sin parar buscando a una persona que cumpliera con todos y cada uno de los requisitos de mis muchachos, hasta antes de ayer, que encontramos a Rob y parece un buen tío. Si no es así, no me costará nada dar media vuelta y calfarle unas buenas hostias. Nadie debe dejar que a mis muchachotes les cuiden mal.

Ya tengo el traslado pedido para seguir con mis estudios en Algeciras y comenzar el año en la universidad de allí. Está algo alejada de donde trabaja Carlos y, por ende, de donde vive Val, pero servirá. Me gusta el programa que tienen y las modalidades que prestan, así que seguro que me irá bien.

—Eh, colega, ¿todo bien? —José hace acto de presencia en el salón y sin decir nada me acero a él y le abrazo con fuerza.

—Os voy a echar muchísimo de menos —digo en apenas un susurro.

—Y nosotros a ti, colega. ¿No puedes dormir? —pregunta cuando se separa de mí y se dirige a la cocina a por un vaso de agua.

—Qué va, tío, estoy desesperado. No sé ya qué hacer. He reorganizado mi habitación quince veces y comprobado todas mis cosas unas cien. Espero que no se me olvide nada.

José sonríe con añoranza y sorbe de su vaso.

—Sabes que si te dejas algo podemos enviártelo por correo.

—Sí, lo sé...

—Todo irá bien, Ethan —José deja el vaso en el fregadero y viene hacia mí —. Sé feliz, ¿vale? Cueste lo que cueste. Llevas años luchando por esta vida y ahora la tienes casi rozando la yema de tus dedos, no dejes que nadie te haga pensar lo contrario. Ha sido un placer tenerte con nosotros todo este tiempo, te queremos mucho.

Que no pare de llorar, ya no es algo nuevo. De hecho, llevo haciéndolo desde que conocí a Laia. ¿Por qué? Por todo. Por perderme gran parte de su vida, lo cual hace que odie un poquito más a sus padres porque me la quitaron porque sí; por dejar atrás la vida que he construido yo solo en Valencia y a cinco personas que han sido mi familia durante casi dos años; porque voy a volver a ver a Valeria y ni siquiera sé cómo se va a tomar eso porque Carlos es más cerrado que un tanque y me cuenta lo mínimo; y por haber crecido tanto y no ser consciente de todos los cambios que ha tenido mi vida en tan poco tiempo.

—Gracias, José, yo también os quiero mucho —termino la conversación con un abrazo y le acompaño para despertar a los muchachotes.

¿En qué momento ha pasado una hora?

Son las seis de la mañana y hoy José junto a mis compis de piso tienen que ir a hacer varias visitas médicas y hay que asearlos para la ocasión. Me ofrezco voluntario para ayudar hasta que llegue Laia y esperemos juntos a Carlos, el cual creo que llega sobre las ocho de la mañana. Espero que no se haya dormido, porque no me ha contestado a los mensajes que le he enviado.

—¡Buenos días, Maximiliano! —digo con muchísimas energía en la voz tras abrir las cortinas de la habitación de Max.

Como siempre, Max se caga en todo lo que se menea y me mira con desdén.

—Días, porque buenos los tortazos que te daba por despertarme con el alma en vilo y llamándome Maximiliano.

—Anda, ¿es que acaso no te llamas así y yo no lo sabía después de dos años? —le sonrío.

Le da muchísimas rabia que le llamen Maximiliano, porque dice que no es una momia, que es joven y Max es un nombre que le da más vida.

—Max para los amigos —dice cogiendo un cojín de detrás de su cabeza —. Aunque ahora que lo pienso, tú ya no lo eres. Eres un desertor. Mejor llámame, Maximiliano.

Me lanza el cojín a la cabeza y se parte de risa porque me da en toda la cara. Ni siquiera me había percatado de ese movimiento.

—Eso ha sido un golpe bajo —le advierto sacando su ropa del armario.

—En realidad ha sido alto, pero qué te voy a decir, ni siquiera sabes ni cómo vestirte ya.

Max pone los ojos en blanco y yo me río a carcajada limpia. Observo mi ropa a través del espejo de su habitación y giro la cabeza.

—¿Qué le pasa a mi ropa?

—¿Que qué le pasa? Bien, definitivamente has perdido la cabeza.

—Oye, ¿no te gusta? —digo dando una vuelta ante él sosteniendo en la mano su camisa blanca lisa y sus vaqueros negros.

—Pareces un mendigo. ¿Quieres que te cosa los vaqueros? Se me da bastante bien coser.

Una risa demasiado escandalosa sale de mí y José viene a vernos.

—¿Qué os da tanta risa? —Miguel y Ricardo aparecen tras de él ya arreglados para la ocasión y se preguntan lo mismo.

—Max, que quiere coserme el pantalón porque se piensa que están rotos.

José comienza a ensanchar la comisura de sus labios y se gira a Miguel y Ricardo.

De verdad, admiro lo bien que se le da cuidar de estas personitas y lo rápido que hace su trabajo.

—Serás carcamal, esa es la moda ahora, Maximiliano —dice Miguel riéndose de Max.

—¿Qué moda es esa de ir enseñando parte de pierna y de rodilla? Además, ¿y ese agujero en la pantorrilla? Se te va a salir el gusanito. Para eso no te pongas pantalones.

Max pone los ojos en blanco y todos los demás nos reímos, incluso Ricardo, el cual se ríe con su ordenador de última generación y nos contagia su risa robótica.

—Sois lo peor —finaliza Max.

—Perdón, Max, ten, vístete que te vas al médico —continúo riéndome y ofreciéndole la ropa que he escogido.

—Menos mal que te marchas en breve, porque me vistes como si fuera camarero y ni siquiera puedo caminar erguido.

—Por Dios, Max —José se parte el culo y lleva a los demás al salón para prepararles los papeles del médico —. ¡Ponte la ropa ya, no te quejes tanto que parece que te parieron con quejas!

Max me observa y se ríe con su típica sonrisa de ojos achinados. Es maravilloso.

—¡Dime otra forma en la que una mujer pueda parir sin quejarse!

Ninguno contesta ya porque las risas son suficientes.

Les voy a echar muchísimo de menos.

Cuando todos están listos para irse, José los alista y todos se despiden de mí. Ni siquiera puedo contener las lágrimas e incluso Max se apunta al club de lloricas.

—Cuídate mucho, por favor.

—Lo haré, Max.

—Ven aquí, muchachote.

—Ay, Ricardo, os voy a echar mucho de menos.

Abrazo a todos de la mejor forma que sé, desde el corazón y con muchísima fuerza.

—Cuídate, colega y llámame cuando lo necesites. Somos tu familia, recuérdalo siempre.

—Gracias, José.

Ambos nos fundimos en los brazos del otro, y tras varios besos, palabras y miradas de añoro, se marchan por la puerta. Unas últimas lágrimas de alegría hacen carreras desde mi lagrimal y sonrío. Sí, porque estoy realmente orgulloso de ellos y de la gran familia que somos.

El suave timbre de la entrada de casa me hace reaccionar. Observo el reloj de pared del salón. Son las siete y media de la mañana y Laia ya debe estar desesperada por que le abra la puerta.

—¡Por favor, no son ni las ocho y ya voy a derretirme del calor! —dice cuando abro la puerta de par en par.

—Qué exagerada —pongo los ojos en blanco porque sé que le molesta y se lanza a mis brazos para darme un abrazo bien grande.

Ya me he acostumbrado a que cada vez que nos veamos me dé un abrazo tremendo.

—Buenos días, peque —le digo cogiendo sus maletas y guiándola dentro del piso.

—Buenos días, tete. ¡Hola, familia! —grita dirigiéndose dentro de la habitación de Max.

—Se han ido hace apenas cinco minutos, hoy tenían médico.

—Vaya, quería despedirme de ellos.

—No hace falta, volverás enseguida y podrás venir siempre que quieras.

—¿De veras?

—Claro, ya eres una más de la familia.

—Gracias, tete.

—Gracias a ti por ayudarme tanto en este tiempo y bueno... por querer venir conmigo unos días a Algeciras.

—Es un placer para mí, no lo dudes.

Laia me sonríe, se sienta en el sofá y la acompaño.

—¿Has desayunado?

—Sí, en casa. ¿Cuándo viene Carlos?

—Estará al caer.

—Tengo muchas ganas de conocerlos, bueno, en realidad a Valeria más —dice un tanto nerviosa.

—Yo también —la abrazo y antes de que podamos decir nada más, una llamada de Carlos aparece en mi teléfono.

—¿Será que puedes bajar tu hermoso trasero para aposentarlo en mi increíble Audi A3?

—Es él, ya está aquí, vamos —le digo susurrando a mi hermana, la cual coge las maletas y se dirige fuera del piso —. ¡Te vas a cagar cuando te vea, Carlitos!

Carlos se ríe al otro lado de la línea y ambos colgamos para vernos en menos de treinta segundo.

—¿Vamos? —pregunta Laia desde el rellano.

—Un segundo.

Cojo un folio en blanco de la mesita pequeña del salón y escribo en él una dedicatoria para mis muchachotes y José.

Gracias por haber sido la mejor familia que podría haber tenido.

Cuidaros mucho, por favor.

Os quiero y os admiro a partes iguales.

Llamadme siempre que queráis, da igual la hora que sea.

Os echaré de menos, gamberrillos.

Con amor, Ethan.

—Listo, podemos irnos.

Echo un último vistazo al piso que ha sido mi hogar durante casi dos años y comienza a pasar ante mí una película de recuerdos que no quiero olvidar nunca.

Sonrío con añoranza, dejo las llaves dentro del piso, cierro la puerta tras de mí y tras varios suspiros haciéndome el ánimo, observo a Laia y digo en voz alta con una sonrisa de oreja a oreja:

—Ahora sí que sí. Ha llegado el momento. Algeciras, ¡allá vamos!

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