Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 17: ETHAN

Esto no puede estar pasándome a mí.

Los ojos verdes de Laia me atraviesan el pecho llegando incluso a quedarse a vivir en mi corazón y de un momento a otro unos brazos suaves, pero firmes, me tienen rodeando la cintura.

No puedo reaccionar, porque ¿qué se hace cuando tu hermana que no conoces te abraza sonriendo y mirándote con un destello en los ojos que no es de este mundo?

—Hola, chicas —dice Julio al fin tras veinte minutos en los que Laia me abraza más fuerte de lo que me han abrazado nunca.

Tampoco reacciono ahora, porque ahora el inmóvil soy yo. Una estatua perfecta de museo esculpida por los mismísimos dioses del Olimpo. Así me siento.

—Laia, amor, puedes soltarle —dice Julio desde atrás de mí.

No me había dado ni cuenta, pero se me han entumecido las manos de tenerlas en el aire para no tocar a esta pequeña.

—¡Qué fuerte, papi! Está aquí con nosotras —dice Laia yendo a abrazar a su padre, el cual le devuelve el abrazo, pero sin apartar los ojos de mí.

—Ella lo sabe todo —dice al fin dando contexto a la situación.

Me cago en la puta. Jamás pensé que en ese abrazo me sentiría tan en casa. Sólo había sentido estar en casa con Val y ahora, parece ser que con Laia también.

—Cariño, ven a sentarte —Julio aparece tras de mí para coger a Alicia, la cual aún sigue mirándome como si fuera el mismísimo Jesucristo que hay hecho acto de presencia y yo observo a Laia de nuevo.

Es preciosa y la viva imagen de mi madre.

—Sentaos todos, por favor —comenta Julio.

Me siento, como hace Laia, Alicia y él, pero ni siquiera sé por qué hago caso a su petición. Bueno, sí, porque estoy desconcertado y puede que me desmaye de un momento a otro.

—Alicia, cariño, ¿puedes hablar?

—Ethin, mi amor... —Alicia empieza a sollozar y cada vez sus lágrimas son más abundantes en sus ojos. Algunas caen haciendo carreras terriblemente rápidas y otras se quedan en la comisura de sus labios.

—No me llames Ethin, por favor —el clic que se había apagado en mi interior y el que había dejado cubierto mi lado oscuro, vuelve a encenderse.

—P-perdón, yo... no sé qué decir —sonríe con cobardía.

—No hace falta que digas nada, ya le he dicho todo a tu marido.

Intento huir, más que nada porque necesito aclarar mis ideas, pero la voz de Laia hace que se me paralice mi mundo bajo mis pies.

—No te vayas, tete, por favor —dice en apenas un susurro y suplicándolo con ojos brillantes.

Frunzo el ceño y miro a Julio. ¿Tete? ¿Qué significa eso?

—"Tete" es la forma que tienen aquí en el mediterráneo de llamar a los hermanos —dice Alicia como si me leyera la mente. ¿Es un súper poder de madre o algo así? No estoy muy familiarizado con esto.

—Ah.

—¿Te quedas y hablamos los cuatro? —pregunta Laia haciendo que su voz sea ahora mismo mi melodía favorita.

Algo dentro de mí se conmueve cuando escucha su voz. Siento algo, pero no sé qué es. ¿Ternura tal vez? ¿Melancolía? ¿O tal vez sea odio porque ella tuvo lo que a mí me arrebataron?

No me gustaría echarle la culpa a ella, porque es la que menos pinta en todo esto, sin embargo, algo en mí la rechaza y otra parte quiere quedarse y conocerla. Únicamente a ella.

Asiento con la cabeza y vuelvo a sentarme.

Soy un blando, aunque sé que Carlos estaría orgulloso de mí porque me estoy enfrentando a mi pasado.

No sé qué pasará, pero al menos lo estoy intentando.

—Soy todo oídos —digo por fin haciendo que se expliquen.

Laia sonríe y a mí me entran ganas de devolverle la sonrisa, pero me contengo.

—Tienes acento del norte —ríe Laia para sus adentros y con un poco de timidez.

—¿Acento del norte? —pregunto arqueando las cejas.

—Sí, se nota que no eres de aquí.

—Vaya, eso deberíamos preguntarles a tus padres el por qué, ¿no crees?

Mi mirada pasa a la de Julio y Alicia alternándose, a ver si se dignan a hablar de una vez, ya que Laia lo ha hecho y ha bajado la vista al suelo.

—Volvimos a por ti —dice Alicia en apenas un susurro.

—Ya se lo he dicho, cariño —continúa Julio dándole la mano y apoyándola en sus piernas.

—Nadie nos dijo nada de dónde estabas, no nos dejaron pasar a Mil Colores y pensamos que era mejor así. Pensamos que no recordarías nada y que al no tener nada nuestro te olvidarías de nosotros —dice Alicia recogiendo sus lágrimas en un pañuelo.

Me levanto de golpe, realmente enfadado y me subo la camiseta para que se vea bien la cicatriz que llevo.

—Sí que tengo algo vuestro, ¿no lo recuerdas?

Alicia ahoga un grito, Laia aparta la mirada y Julio niega con la cabeza.

—Lo sentimos, Ethan, de verdad —dice Julio mirando a su mujer.

—No queríamos que pasaras por todo esto, Ethan, debes creerme, soy tu madre.

Alicia se levanta y viene hacia mí. Me bajo la camiseta y me alejo todo lo que puedo de ella.

—Puedes irte a la mierda —finalizo la conversación, cojo mis cosas y me largo de la consulta cagando hostias.

No quiero saber nada más de ellos. Ya no formo parte de sus vidas. Lo mejor es que coja mis cosas y me marche con la única persona que ha estado para mí durante dieciséis años. Valeria.

—Ethan, por favor, para —la voz melodiosa de Laia resuena en mis oídos, pero no hace que aminore el paso.

Salgo del hospital y me pongo rumbo a mi casa. Ojalá haya llegado ya José para hablar con él y buscar al siguiente inquilino que le ayude con los muchachos. Yo necesito pirarme de este sitio.

—Ethan, ¡para! Necesito hablar contigo. Yo... necesito tenerte a mi lado. Lo sé todo, Ethan. Sé por lo que has pasado, dame la oportunidad de conocerte y de que tú me conozcas a mí.

No quiero escucharla, si sigo escuchándola me quedaré aquí y no avanzaré y he logrado mucho en todo este tiempo. No quiero volver a la ansiedad, los ataques de pánico, el miedo y la frustración contenida. Quiero ser libre para siempre.

—Ethan, ¡eres mi hermano! —grita Laia a pleno pulmón haciendo que me pare en seco frente a un paso de cebra en el que un conductor revienta el claxon por mí.

Pido perdón al conductor y me dirijo hacia Laia.

—No te conozco, no sé quién eres y no quiero saberlo —digo enfadado e intentando respirar todo lo lento que puedo.

—Yo tampoco te conozco, pero sí quiero hacerlo. Quiero saber quién eres y quiero que me conozcas —me pone una mano en el corazón y otra en el suyo y respira conmigo —. Te lo contaré todos y después, después de que sepas toda la verdad, podrás elegir si quedarte o irte. Pero dame la oportunidad, por favor.

Respiro hondo, miro al cielo y un resplandor de luz me da la señal. Quiero conocer a mi hermana.

—Está bien —digo al fin.

—Te invito a un colacao y hablamos —dice sonriendo y quitando la mano de mi pecho —. Bueno, a lo mejor prefieres un café, no lo sé, es que... eres mayor de edad y bueno, no te conozco, así que te invito a lo que tú quieras —finaliza poniéndose rumbo a no sé dónde.

Sonrío incrédulo y niego con la cabeza. Esto no puede estar pasando.

Si Val estuviera aquí se burlaría de mí como suele hacer, sacando la lengua y poniendo los ojos bizcos.

Tras diez minutos caminando llegamos a una cafetería igual de mona que Laia. Ella se pide un colacao con un cruasán de mantequilla y yo un café bien cargadito para sobrellevar lo que me espera. Ambos nos sentamos en unos sillones bastante cómodos y después de observarnos por lo que se me antoja una eternidad, Laia abre la boca para dar las gracias al camarero por los pedidos y hablar sobre "nuestra familia".

—Supongo que esto para ti es un shock terrible —afirma llevándose un trozo de cruasán mojado en leche a la boca —. Para mí lo es, no te creas que no, pero al final yo me he criado contigo sin ni siquiera tenerte cerca.

—¿Cómo dices? —pregunto llevándome la taza a los labios un poco confuso.

—Sí, quiero decir, papá y mamá me han criado con fotografías tuyas en mi mesita de noche. Desde que tengo uso de razón han hablado de ti conmigo. Cada día, cada noche y en cualquier ocasión. Hablaban de su pequeño Ethin, del niño de sus ojos, del amor de sus vidas y de la bendición que fue tenerte.

Estoy completamente exhausto con esta declaración. No sé ni por dónde empezar a asimilar todo.

—Es cierto que fueron a por ti, de hecho, yo también fui y vi el arcoíris que había encima de la puerta de la entrada al orfanato —le da otro sorbo a su colacao y le pega un buen bocado al cruasán.

—Me estás tomando el pelo —digo observando cómo la gente de la cafetería ríe sin cesar.

—No, para nada —se limpia la boca y prosigue —. Yo tenía ocho años, supongo que tú estarías a punto de cumplir los doce, pero allí que fuimos. Preguntamos por ti, por tu paradero, pero nadie nos dijo nada. Un señor bastante mayor, con canas por todas las partes del cuerpo y un bastón, salió fuera del orfanato y nos dijo que ya no vivías ahí, que en el momento que te dejaron perdieron el derecho a preguntar por ti y saber dónde estabas.

—Don Sebastián —digo sorbiendo de mi taza de café.

—Sí, así lo llamó papá —sonríe con los ojos —. Fue un cretino, la verdad. Fue frío, distante y bastante calculador. Mamá dijo que parecía que midiera sus palabras. Nunca supe qué significaba eso, pero yo fui con toda la alegría y la esperanza de conocer a mi hermano mayor y no fue así. Me volví a casa llorando como nunca lo había hecho antes.

—Lo siento —digo y no sé ni por qué.

—Yo también lo siento —me acaricia la mano y sonríe, otra vez —. Siento lo que has tenido que pasar, Ethan. No puedo ni imaginarme lo que es crecer alejado de tu familia, pero tenemos una oportunidad para arreglar esto y para que formes para de mi vida.

—No sé si puedo —digo retirando mi mano de la suya.

—Intuyo que no es fácil, pero créeme cuando te digo que están muy arrepentidos de todo lo que hicieron en el pasado. Lo único que han hecho ha sido redimirse por lo mal que lo hicieron, buscarte sin parar y hablar de ti constantemente.

» Están destrozados por haberte hecho pasar por lo de la cicatriz, por vivir en la calle, por haberse metido al juego, por perderte y abandonarte a tu suerte, pero créeme que intentan arreglarlo.

—No sé si podré perdonarlos, Laia —digo terminándome la taza de café.

—Lo entiendo y no te digo que los perdones ya, solo te pido que les des la oportunidad de explicarse, de que te cuenten todo lo que ha pasado hasta ahora y que vuelvas a casa, aunque sea por mí.

—No te conozco, Laia, no voy a irme a una casa por ti.

—Puedo presentarme, además, el tiempo lo cura todo y ayuda mucho a sobrellevar las cosas —sonríe con la boca llena de cruasán y me río.

Mierda, no quería que viera esa parte de mí, no todavía.

—Al menos te he sacado una sonrisa, algo es algo.

—Sí, supongo que sí —me levanto, saco la cartera y voy a pagar.

—Ya está pagado, lo he pagado yo. Bueno, no, miento, en realidad lo han pagado los papás.

Que diga "papás" me retuerce por dentro. No son mis padres, son los suyos. Yo soy huérfano.

—Gracias —le digo cuando se pone en pie y salimos fuera de la cafetería.

—Gracias a ti por dejar que me explique, aunque parezca que tienes un petardo metido en el culo y que quieras huir de aquí antes de lo que canta un gallo.

Me río a carcajada y ella lo hace conmigo también. Esto niña tiene mi sentido del humor.

—Podrías venir esta noche a cenar a casa y así terminamos de hablar y de conocernos mejor.

—No sé, Laia... no sé si puedo...

—Venga, porfa —¿acaso intenta poner ojos de corderito degollado? —. Porfi, porfi, porfi.

—Está bien —resoplo.

Sí, soy un blando.

—Genial —sonríe de oreja a oreja —. Nos vemos a las ocho y media en Blasco Ibáñez, este es mi número, llámame si necesitas algo.

—Está bien —le digo guardándome un trozo de mantel de papel en el que en algún momento que no sé ha escrito su número de teléfono.

—Gracias, hermanito, nos vemos a la noche.

< Hermanito >.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro