Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 15: ETHAN

Sinceramente, qué rápido pasa el tiempo.

Todavía sigo asimilando mi marcha del orfanato, que tengo trabajo, una carrera digna de admirar y que sigo buscando a mis padres. Por fin, por fin soy mayor de edad y he comenzado a vivir de verdad.

Pese a que mi cumpleaños lo pasé completamente solo y viajando de Oviedo hasta Valencia, no puedo estar más contento con todo lo que he conseguido en tan poco tiempo. El día de mi cumpleaños, después de despedirme de Ana y dos personas más, Carlos me llamó y, después, me mandó un mensaje por WhatsApp diciéndome que mi regalo era el libro de su padre con las fotos de Val, y no sabéis cuánto se lo agradecí, en serio. También me llamó Camila y me contó cómo le estaba yendo con la rehabilitación y, sinceramente, me alegré mucho por sus progresos. Y, la última persona que me llamó fue Ana desde el orfanato. Me comentó un par de cosas sobre mi nuevo trabajo, me mandó la dirección y me estuvo hablando de cómo hacer todo el papeleo para comenzar en la universidad, y tras desearme toda la buena suerte del mundo, colgó.

Cuando llegué a Valencia miré el móvil y tenía una llamada perdida de un número oculto. El corazón me dio un triple salto mortal y por un momento tuve la esperanza de que fuera Valeria, pero era imposible, Carlos todavía no me había dicho nada de ella y tras los múltiples intentos por hacerme con ella, siempre me salía el buzón de voz.

Hoy se cumplen tres meses desde que salí del orfanato, es navidad y me duele la vida entera no poder celebrar esta fecha con ella, porque navidad siempre era especial para ambos, era nuestra época favorita del año y, aunque no esté conmigo, solo deseo que donde esté disfrute tanto o más que como lo hacía conmigo.

José siempre dice que cuando quieres de verdad a una persona quieres que sea feliz pase lo que pase, aunque sea sin ti, y cuánta razón tiene. Deseo con todas mis fuerzas que Val sea feliz, pero más me gustaría que fuera a mi lado.

José es mi compañero en el piso tutelado que me consiguió Ana. Él trabaja para poder ayudar económicamente a su familia y pagar los estudios de su hermana pequeña, la cual acaba de comenzar a estudiar arte y su grado es carísimo, y la verdad es que agradezco mucho su presencia, porque muchas veces este trabajo se me hace cuesta arriba.

Sí que es cierto que es un trabajo que te da bastante dinero, pero no tienes tiempo casi ni para respirar. Las personas con discapacidad física requieren de muchísimos cuidados, y si no sé cuidar de mí mismo, peor se me da cuidar a los demás, pero lo intento, de verdad que sí y José es un gran apoyo. Cuando tengo que ir a la universidad él no duda en suplirme, y cuando es al revés no pongo impedimento. Nos ayudamos mutuamente y eso me gusta. No solo somos amigos, sino que en todo este tiempo ya somos como una familia.

—Eh, tío, ¿te apetece hacer algo esta noche? — pregunta José mientras doblo unas sábanas blancas por la mitad.

—¿Esta noche? — ni siquiera sé qué día es hoy.

—Es nochebuena, tío — resopla y pone los ojos en blanco.

Vaya, ni me acordaba.

—Pues lo que tú quieras — guardo las sábanas dobladas en los cajones y me dirijo a la cocina.

La verdad es que la casa es bastante pequeña, pero tiene lo suficiente para que convivamos cinco personas, tres de las cuales tienen discapacidad física. Las familias no pueden estar con ellos las veinticuatro horas del día, así que nosotros somos casi como esa familia, además, los queremos igual o más que ellos.

Me sirvo un vaso de agua y me lo bebo de un trago. Debo hacer nota mental de hidratarme más, sino la retención de líquidos va a poder conmigo.

—¿Te parece si vamos al super y compramos algunas cosas y hacemos una cena especial? — pregunta José a la vez que recoge la cocina.

La hemos dejado hecha un asco cuando hemos terminado de cocinar las galletas que al señor Ricardo se le han antojado comer de una sentada.

—Sí, si quieres preparo a Ricardo y a Miguel y nos vamos los cuatro.

—Perfecto, yo mientras termino de recoger la cocina.

Y así quedamos, yo arreglo a los muchachotes y él recoge la cocina. Somos un gran equipo. Jamás pensé que podría compartir casa con alguien y mucho menos compenetrarme y llevarme tan bien como me llevo con José, pero si no fuera por él, este mundo se me vendría encima.

Mientras me dirijo a la habitación de Ricardo y Miguel y preparo todo para nuestra salida, pienso en todo lo que ha pasado estos tres meses.

Llegar a Valencia fue una auténtica locura, esta ciudad es un caos en toda regla y no encontraba ni un Burger King, aunque me lo señalaran con dibujitos. De casualidad encontré la casa, pero aclararme con el autobús y el metro para ir a la universidad era un caso completamente perdido. ¿De verdad pensaba que iba a manejarme bien en esta ciudad? Ni loco, pero lo hice y aquí estoy, tres meses después conociéndome Valencia como si viviera aquí desde hace siglos. La búsqueda de mi familia creo que se ha quedado en un caso perdido, encontrar a alguien en esta ciudad es como buscar una aguja en un pajar, vamos, completamente imposible, así que lo he dado por perdido. Ahora mismo, lo único que me ata a este lugar es esta pequeña familia que he formado y unos estudios que me apasionan.

Quién lo diría, el Ethan rompecorazones y chulo del orfanato estudiando algo que le apasiona y sacando buenas notas, todo un Albert Einstein. Mi nota media en el orfanato no subía del cinco con cinco, pero bueno, ahora mi media es bastante buena, de hecho, muchos profesores me han dado la enhorabuena por pasar este cuatrimestre con un nueve con tres de media. Estoy realmente orgulloso de todo esto.

He hecho amigos, he conocido una ciudad increíble, tengo un trabajo que me llena por completo, un compañero de piso realmente increíble y unas ganas locas de volver a ver a mi Val y casarme con ella. Bueno, eso último si ella quiere, claro. Llevamos demasiado tiempo separados, y aunque todas las noches me acuesto todavía pensando en sus ojos, sus pecas y su increíble belleza, siento que se está olvidando de mí y si no fueran por las fotos, seguramente mi cabeza me jugaría malas pasadas y me olvidaría de ella.

He conocido a muchas personas, he intentado rehacer mi vida amorosa tal y como José me dijo en su momento. He tenido citas, pero nada más. Ninguna ha estado a la altura de Val y ninguna lo estará nunca.

Por un lado, quiero dejar todo, coger un tren hasta Algeciras con Carlos y buscarla con él, pero por otro lado no quiero dejar todo lo que he formado aquí atrás, porque estas personas me han ayudado muchísimo estos tres meses y sin ellos ahora mismo no estaría donde estoy. También quiero encontrar a mis padres, más que nada porque ese era el objetivo principal antes de llegar aquí, pero no tenía ni puta idea de por dónde empezar.

Empecé buscando por lo obvio, los casinos, las casas de apuestas y cualquier bar con máquinas tragaperras, pero evidentemente, en una ciudad con casi ochocientos mil habitantes, encontrar a dos personas ludópatas fue completamente imposible.

Hablé con Ana un par de veces después de comenzar mi nueva vida aquí, a ver si ella podía darme alguna pista, pero nada, todos los intentos fueron en vano, así que sí, supongo que esa búsqueda se ha acabado. Ahora, lo único que quiero es terminar el año, pedir traslado a Algeciras y seguir buscando a Valeria con Carlos porque son las únicas personas que quiero volver a ver después de tanto tiempo de espera.

—Ricardo, Miguel — digo en voz alta entrando en la habitación de ambos con ropa en los brazos para ellos —. Vamos a ponernos guapos, hoy es nochebuena y tenemos que celebrarlo.

Ahí están, qué personas tan maravillosas.

Ricardo y Miguel fueron las primeras personas que me recibieron con una sonrisa en la cara cuando llegué al piso. Sus familias no pueden hacerse cargo de ellos, ni siquiera en navidad, y aunque me da una rabia y un coraje increíble, me alegra que se queden conmigo en estas fechas.

Los dos tienen setenta y cinco años, Ricardo sufre de hemiplejia, una parálisis que afecta a su lado derecho del cuerpo. Su causa fue una puta mierda, y es que el derrame cerebral que tuvo hace años le ha pasado una factura demasiado grande. Miguel tiene paraplejia, por lo que tiene parálisis en la mitad inferior del cuerpo, y fue causada por un accidente cuando tenía cuarenta años. Una auténtica putada con esa edad. A partir de entonces, las familias de ambos se han desentendido por completo, las cosas como son. Me gustaría partirles la boca, porque ambos son increíbles, pero así es la vida.

También está Max, un señor de ochenta años que tiene espina bífida, un daño que sufrió su médula espinal cuando nació. Él vive con nosotros únicamente entre semana, ya que su familia cuando es festivo se lo llevan de vacaciones o de casa en casa para que pueda estar con todos, pero entre semana quieren que nos encarguemos nosotros porque resulta que todos trabajan, vaya casualidad. No es que juzgue a la gente, sólo que me parece una putada que alguien que una vez te dio la vida, te la quite de esa forma: con desinterés y abandono a medias.

—¿Dónde vamos? No puedo caminar mucho, tengo artrosis — dice Miguel en su silla de ruedas con cara de fastidio.

—No tienes artrosis, Miguel — me rio agachándome frente a él para ponerle las zapatillas —. Eres paralítico.

—¿No me digas? ¿Desde cuándo? — se ríe con ganas.

Miguel es bastante bromista, de hecho, de lo que más se ríe es de su discapacidad. Dice que, si él no se ríe de sí mismo, cuando la gente lo haga por la calle le dolerá, así que supongo que es una forma de superar esta putada.

—¿Adónde vamos, joven? — Ricardo aparece con su silla eléctrica por detrás de mí y casi me atropella.

—Eh, pon el intermitente — le digo mientras me caigo de culo.

—No puedo, el intermitente está a la izquierda y resulta que no puedo mover mi mano derecha — dice riéndose con su ordenador eléctrico.

Qué modernidades.

Ricardo no puede hablar excesivamente bien, así que a mediados de noviembre su familia le compró un ordenador con el que puede comunicarse a partir de varios botones extraños que expresan lo que piensa, una auténtica locura.

Después de ponerle las zapatillas a ambos porque iban con las de estar por casa, ponerles las chaquetas porque fuera hace un frío que pela y ponerles los gorritos navideños, nos reunimos con José a la salida y nos dirigimos hacia el super para comprar la cena de nochebuena.

De camino al supermercado los cuatro hacemos bromas sobre este día, el frío que hace y algunas manías que tiene José, y sin quererlo me siento bien. Hace mucho tiempo que no me siento bien, simplemente estaba viviendo algo que creía que me correspondía, pero no era cien por cien yo, y ahora mismo me siento así, como si el Ethan de siempre hubiera vuelto.

Tras comprar un montón de comida y guarrerías, entramos en una tienda a comprar regalos que se supone que deben ser sorpresa. Miguel y Ricardo se han empeñado, así que aquí estamos, comprando regalos de nosotros para nosotros.

—¡Por favor, ayuda! — escucho gritar a una mujer fuera de la tienda.

Me giro y de repente observo cómo una niña de apenas cinco años se cae de la barandilla abajo, impactando su pequeño cuerpo contra las baldosas del centro comercial.

—¡Llama a una ambulancia! — grito a José a la vez que me alejo lo más rápido posible de ellos en dirección a la niña.

Mierda, maldita sea. Tiene la cabeza rodeada de un charco de sangre y los ojos cerrados. Se me cae el alma a los pies y el corazón se me sale del pecho. Por favor, por Dios, que no le pase nada. Un cúmulo de gente aparece alrededor nuestro y una madre desconsolada pide a gritos ayuda. Intento calmarla, decirle que todo irá bien, pero ni siquiera sé si eso es cierto, tal vez lo diga para calmarme yo, pero ni de lejos funciona. La alejo para que no toque a la niña, alejo a todo el mundo para que no se acerquen a ella cuando una ambulancia entra a toda hostia, cuatro médicos se arrodillan ante ella y una especie de celador se me queda mirando con cara de haber visto un fantasma.

—¿Qué? ¿Qué miras? ¿No vas a hacer nada? — le digo casi llorando.

Dios, por favor, que no le pase nada a esa niña.

—¿Ethan? — dice el celador.

¿Qué narices...?

—¿Quién eres? — pregunto desconcertado y apartando las lágrimas con el dorso de la muñeca del jersey navideño.

—Yo...

—Por favor, apartarse de la niña, debemos llevárnosla de inmediato — dice uno de los enfermeros gritando a pleno pulmón.

Me alejo de la multitud y el celador de antes me sigue, me agarra del brazo y hace que me quede frente a él.

—¿De verdad eres tú? — tiene los ojos brillosos y un rubor en la mejilla indescifrable.

—¿Qué? ¿Quién es usted?

Miro la chapa que tiene cosida al uniforme de trabajo y la leo en voz alta.

—Julio González — no puede ser. ¿Esto es en serio?

Me empieza a doler la cabeza, me pican las palmas de las manos y los oídos comienzan a pitarme inhibiendo el barullo que hay tras de mí. No puede ser, no puede ser posible. ¿Qué probabilidades había? Lo miro a los ojos y lo siento, puedo sentir cómo brota desde lo más hondo de mi ser ese sentimiento de familiaridad y esa sensación de haber encontrado al fin lo que tanto he buscado durante meses, y sigo sin poder creérmelo.

—¿Papá?

Los ojos de ese hombre se abren por completo, me observan como si me fueran a absorber el alma y sonríe, sonríe tanto que se le achinan los ojos. Esto no puede estar pasando.

—Hola, hijo — intenta venir hacia mí para darme un abrazo y me aparto bruscamente.

—No me jodas — le digo levantando las manos.

Ante nosotros pasa una camilla llevándose a la pequeña y alguien le dice a Julio que se pondrá bien, pero que lo necesitan en el hospital cuanto antes. Él únicamente asiente y da un paso ante mí después de ver cómo la ambulancia arranca.

—Ven a verme, por favor, hablaremos de todo — me da una tarjeta y se larga.

Miro exhausto el lugar por donde ha salido la ambulancia, doy varios traspiés y casi tambaleándome me dejo caer en el suelo. No me lo puedo creer, esto no acaba de pasar.

José, Ricardo y Miguel vienen a mi encuentro y yo no puedo fijarme en nada más que no sea esa tarjeta.

Julio González

Cirujano Pediátrico

Hospital La Fe – Valencia

Venga ya, no me jodas, ¿de ludópata a cirujano? ¿Quién puede creerse eso? Estoy en shock, lo admito y la llamada que tengo a continuación no hace que vuelva en mí ahora mismo.

—¿Ethan?

—Ajá — me limito a decir.

—Tío, la he encontrado — es Carlos.

—¿Qué? ¿A quién? — pregunto sin saber qué cojones acaba de pasar y está pasando.

—A Valeria, tío, he encontrado a tu chica — Carlos grita y ríe de alegría y yo únicamente puedo asentir mirando a la nada.

—No me jodas — ¿cuántas veces he repetido esta frase?

—¿Qué te pasa? ¿No te alegras?

—Acabo de ver a mi padre — suelto sin más.

José, Ricardo y Miguel me miran con la boca abierta, como si no dieran crédito de lo que acabo de decir y luego se miran entre ellos también con cara de: "este nos está tomando el pelo".

—No me jodas — repite Carlos.

—Sí — tengo la boca seca, necesito un respiro.

—Bien, bueno, pues... dos noticias buenas, ¿no? Has encontrado a tu familia y... ¡yo he encontrado a Valeria! Tienes que venir tío, ella está... está increíble.

Comienzo a llorar desconsoladamente.

No me lo puedo creer.

José, Ricardo y Miguel me miran con compasión y eso me duele todavía más. No me puedo creer nada de esto. Intento respirar, pero las lágrimas y los mocos me lo impiden. Lloro porque al fin puedo encontrarle sentido a tanto tiempo de espera y a tantos años de dolor. Lloro porque sé que ahora voy a encontrar las respuestas que llevo meses buscando y porque gracias a Dios, hoy estoy un poquito más cerca de encontrarme con ella.

—Eh, tío, ¿estás bien? — dice Carlos preocupado al otro lado de la línea.

—Sí — río con ganas a la vez que las lágrimas no dejan de caer —. No me lo puedo creer, Carlos. Dios... estoy tan contento ahora mismo, tío... gracias, gracias de verdad. Escúchame atentamente — me limpio las lágrimas con el dorso de la mano, me pinzo el puente de la nariz y respiro profundamente. Lo necesitaba muchísimo —. Tengo que quedarme aquí un tiempo, debo acabar la universidad, hablar con Julio... quiero decir, con mi padre y... no sé, solucionar cosas por aquí, pero después, necesito que vengas a por mí y me lleves contigo, ¿vale?

—Eso está hecho, hermano — sé que sonríe y ni lo veo.

—Ven a por mí el dieciséis de agosto del año que entra, ¿vale?

—¿Qué? ¿Por qué ese día?

—Porque el diecisiete es el cumpleaños de Val y en sus dieciocho voy a reencontrarme con el amor de mi vida.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro