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Capítulo 6:

No sé en qué momento de la noche me quedé dormida en el regazo de Ethan ni cómo llegué a mi habitación, porque ahora estoy en mi cama, acurrucada junto a mi oso y con el pijama. Espera un momento... ¿Qué cojones...? ¿Con el pijama? Pero si llevaba una falda y un jersey de punto.

— Buenos días, ratita — dice Cami riéndose a más no poder desde su cama —. ¿Has podido dormir bien?

Le tiro el primer cojín que pillo y hace una mueca de dolor.

— Eh — se queja Camila.

— ¿De qué te ríes tú? — le digo mientras me río un poco —. ¿Se puede saber qué hago en pijama si iba en falda?

— Tu amor platónico — me guiña un ojo.

— No puedes hablar en serio, ¿verdad? — veo cómo se ríe y sé que debo estar blanca como la cal.

— Es broma, te dejó en la cama y me dijo que te cambiara, que él no se atrevía, aunque, pensándolo bien, creo que tenía muchas ganas de verte sin esa horrible falta — finaliza entre risas mientras va al cuarto de baño.

— Tú estás flipando. Somos amigos.

— Sí, ya claro, tú convéncete de lo que quieras, ratita.

Me pone histérica que Cami piense que entre nosotros hay algo más que amistad, Ethan me lo dejó todo bastante clarito, ¿cómo iba a fijarse en mí? Me levanto y me dirijo al espejo que hay en el armario de madera más grande de la habitación, es bastante viejo, la madera está astillada pero el espejo lo cuidamos bien, no tenemos otro. Me miro y no quiero ni reconocerme, cada día me gusto menos, en realidad creo que he engordado, tal vez un kilo o dos, quién sabe, no tenemos básculas, pero mi pijama lo nota, me queda mucho más apretado que de costumbre, el cordón que sobresale por el ombligo está más justo que de normal, así que nada, más kilos a este cuerpo de mortadela, nada mal Valeria, nada mal. No es que aquí nos alimenten con cebada y chocolatinas todos los días, pero a mí hasta el aire me engorda, no como a Cami. Ojalá tener su cuerpo, es que está buenísima.

— ¿Qué haces? — observo como la cabeza de Camila se asoma desde la puerta del baño.

— Em... nada, estaba mirando... esto... que he engordado — digo con la cabeza gacha y tocando los michelines de mi estómago.

— Tú eres idiota. Eres preciosa, ojalá tuviera yo tus curvas.

Camila siempre dice que tengo las curvas más bonitas de todas las chicas del orfanato, también dice que cuando salga de aquí quiere comprarme un vestido ajustado para ver cómo se me marcan y lo bien que me queda puesto. Yo a veces creo que exagera un poco, es mi amiga, así que supongo que, como todas las amigas, me apoya e intenta que cada día me pueda querer un poco más. Ojalá fuera más como ella, ella es alta, rubia, con ojos azules y con unos pechos descomunales, no es que tenga mucho culo, pero para su edad es suficiente. Yo soy todo lo contrario, soy morena, bajita, con pecas en la nariz, con pocos pechos y un culo que parece un bebedero de patos. Mi objetivo cuando salga de aquí es ir a un gimnasio y tal vez a una entrenadora personal que pueda ponerme a dieta, porque seguro que me sobran más de diez kilos.

— Deja de mirarte en el espejo, lo vas a desgastar — dice Camila ya con el uniforme del orfanato —. Vístete ya, llegaremos tarde al desayuno y tengo hambre.

Al ser lunes tenemos que volver a las clases, después del fin de semana tan movidito que he tenido. Lo que prima en este orfanato son los uniformes, todo el mundo lleva uniforme, las Profesoras, el alumnado, las cocineras, la conserje y el director. Los uniformes me parecen de lo más horteras, honestamente, ¿qué necesidad existe de llevar una falda a cuadros verde y azul marino con rayas blancas y un jersey de punto verde con el logo del orfanato en el lado izquierdo?

Asiento con la cabeza al comentario de Camila y abro el armario. Cojo el jersey de la percha y lo coloco encima de la cama, después preparo una camisa blanca lisa, porque la tenemos que llevar puesta debajo del jersey, haciendo que las solapas del cuello sobresalgan. Hago lo mismo con la falda de cuadros y me vuelvo hacia la mesita de noche. Saco los calcetines largos verdes y de debajo de la cama cojo los mocasines negros. Esos mocasines son el diablo, son incómodos y los únicos que consiguen que mis mulliditos pies tengan rozaduras por todos los lados.

Giro sobre mis talones y me dirijo al cuarto de baño con la ropa entre los brazos, me cambio y me pongo de nuevo frente al pequeño espejo que tenemos encima del lavabo. No sé qué hacer con este pelo, lo único que llevo medianamente bien es el flequillo, pero no sé cómo moldear el resto, no lo tengo ni rizado ni liso, ahora mismo tengo como pequeñas ondulaciones. No me apetece en absoluto tener que peinarme el pelo o planchármelo, así que, paso de arreglarme y salgo por la puerta.

— Vaya, ratita, estás... irreconocible — dice Camila cogiendo su mochila y riéndose.

— No me apetece peinarme — sonrío.

— Ven, anda — dice mientras coge su cepillo de púas.

Cami me sienta sobre su cama y comienza a cepillarme el pelo con su cepillo se púas, no sé qué expectativa tiene sobre cómo cambiará mi pelo después de peinármelo, pero espero que no sean muy altas, yo no suelo hacerme muchas ilusiones, si me peino mucho a los pocos minutos vuelve a estar como siempre. Hecho unos zorros.

— Lista — me sonríe —. De nada, ratita.

Le sonrío.

Cojo los libros de las asignaturas que nos toca hoy y los coloco dentro de la bandolera. Casi todo lo que tenemos ahora mismo es prestado, todo pasa de una generación a otra, aunque supongo que tendremos que conformarnos con eso, total, menos da una piedra, ¿no?

Camila y yo salimos de la habitación, bajamos las escaleras y nos dirigimos hacia el comedor. Desde el otro lado de la escalera observo cómo Carlos comienza a bajarlas y se dirige hacia nosotras. No es que sienta nada por él, pero el corazón me ha dado un vuelvo y no sé si es por asco, por miedo o cosas que no sé ni reconocer. No me da buenas vibraciones.

— Hola, nena, volvemos a vernos — dice cuando Camila y yo hemos llegado casi al principio del comedor.

— Sí — intento sonreír.

— ¿Quieres desayunar conmigo?

< Vaya, qué directo. Ten cuidado con la respuesta, a ver si te saca una navaja > Dice mi amiga la Conciencia.

No es que sea un tipo horrible que dé miedo, al revés, es bastante... atractivo, sobre todo por el piercing que tiene en la oreja que me parece increíble, pero no me atrae la idea de desayunar con él, siempre desayuno con Camila y sus amigas y con Ethan y sus amigos.

— Esto...

— Creo que pasa — sonríe Camila.

— Ah, ¿sí? — se mira.

— Es que siempre desayunamos juntas, no quiero dejarla sola — le intento sonreír con ganas.

— Ella no va a estar sola, la están llamando — señala hacia un grupo de chicas que no paran de saludarnos y decirnos con la mano que vayamos hacia ellas —. Vente conmigo, nena, no te voy a hacer nada, no muerdo — finaliza.

Camila se me queda mirando con cara de pocos amigos, supongo que piensa como yo, que este chico trama algo. ¿Por qué de todas las chicas que hay aquí escoge molestarme a mí?

— Está bien — digo sin darme cuenta. Ambos se han quedado asombrados y admito que yo también. No sé en qué estoy pensando. Supongo que, si acepto dejará de darme la tabarra.

— Buena elección — me coge de la mano.

Mientras observo cómo Camila se une con su grupo de desayuno, Carlos me lleva hacia una mesa poco cercana a la de mi amiga y me ofrece un vaso de leche de los dos que lleva en la bandeja.

— Tengo que confesarte algo — dice Carlos colocando su bandeja de desayuno en la mesa, enfrente de mí.

— Dispara — le sonrío.

— Creo que me atraes un montón — suelta sin más.

Me atraganto con un trago de leche.

— ¿Cómo? — me río.

—Sí, bueno, desde que te vi, es que no puedo sacarte de mi cabeza — intenta cogerme la mano.

Intento esquivar con todas las fuerzas del mundo que esa mano fuerte y con un anillo toque la mía. Qué demonios. Es la persona más lanzada que conozco. Esto me hace mucha risa.

— Vaya — es lo único que consigo decir.

— Sí, sé lo que piensas. Que soy un quinqui que lo único que busca es aprovecharse de ti, pero oye, te lo digo con el corazón en la mano, no sé qué me has hecho, llevo aquí dos días y ya no puedo dejar de pensar en ti.

— Aja...

Creo que no he flipado tanto en la vida, es la primera persona que me dice a la cara que le atraigo, ¿de qué modo? Ni idea. Este está jugando conmigo en toda regla. ¿Es un tipo de apuesta o algo por el estilo? Debe de haber una cámara oculta muy cerca de esta mesa, porque esto es de chiste.

— Oye, oye... no quiero asustarte, en serio. Quiero ser tu amigo — me sonríe.

— No sé...

— De verdad, podemos ir poco a poco, nos podemos conocer y ya si luego surge algo pues mira, ni tan mal — sigue sonriendo.

Vaya, es una sonrisa muy bonita, no es la mejor sonrisa que he visto en mi vida, porque ese puesto ya está cubierto por una persona que ya conocemos, pero es bastante atractiva, tiene todos los dientes más que arreglados, brillantes y ... Oh, no, ¿y ese piercing? Tiene un piercing en la lengua. Ay, me están entrando calores. Camila dice que hay algo en la vida que se llaman fetiches, es algo así como una desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de excitación y de deseo, supongo que tengo ese fetiche, ¿no? Los piercings me atraen muchísimo.

— Tienes... esto, tienes... un piercing en la lengua — me sonrojo.

— ¿Qué? Ah, sí. ¿Te gusta? — me sonríe pícaro y saca la lengua.

— Bueno, esto... sí, supongo — sonrío.

— Te lo puedo enseñar de más cerca — me guiña un ojo y se acerca cada vez más.

Mientras intento centrar la atención en una boca carnosa, rojiza y una bola de piercing en la lengua, me doy cuenta de que por la puerta principal está entrando Ethan con uniforme y una mochila colgando de un hombro que le queda como un guante, lleva el pelo despeinado y está bostezando. Qué mono.

— Esto... creo que no es necesario... Es... es bonito.

— Supongo que sí — dice Carlos algo descontento mirando en la dirección a la que estoy mirando yo.

Intento no poner atención en la persona que pasa cerca de nuestra mesa, más que nada porque él no se ha dado ni cuenta de que estoy aquí, estoy acostumbrada a ser invisible, pero él siempre me busca por toda la cafetería, aunque he de admitir que por las mañanas está más empanado que de normal, se centra en entrar bostezado, ir como un zombi a por la bandeja del desayuno y sentarse en la mesa quejándose del sueño que tiene.

< Vaya, Valeria, qué observadora > Me sonríe mi amiga la Conciencia.

— Bueno, cuéntame algo de ti — le digo para frenar mis pensamientos sobre Ethan.

— ¿Te interesa, nena? — me sonríe de manera pícara y asombrado.

— No te habría preguntado si no me interesara.

La verdad es que su vida me interesa menos que desayunar esta asquerosidad todas las mañanas, pero bueno, me vendrá bien desviar la atención de Ethan, porque desde que ha entrado por la puerta ni me ha mirado, ni me ha buscado ni nada. Al traste nuestra amistad. Si es que ya me lo decía Cami, tengo que dejar de pensar que entre nosotros hay o podría haber algo.

— Me llamo Carlos Martínez Sánchez, tengo diecisiete años y soy de Sevilla.

— Ya decía yo que tenías algo de acento.

La verdad es que no me había dado ni cuenta, porque no le estoy prestando ni atención, pero bueno, todo sea por quedar bien.

— En realidad, no nací allí, solo que me mudé con mi madre porque se casó con un imbécil que vivía ahí — dice mirando hacia otro lado.

Vaya, esto se pone interesante.

— Nací en Madrid, mi padre murió en un accidente de avión y mi madre conoció a ese tipo que vive en Sevilla. Tuvimos que mudarnos a su casa, porque no teníamos dinero suficiente para pagar nada y él, bueno, básicamente nos mantenía, seguramente estaba con mi madre porque ella le haría cualquier favor, ya sabes, pero no creo que hubiera amor de verdad en ningún momento — suelta así, de una y sin respirar.

Me he quedado un poco atónica, no pensaba para nada que esa fuera su historia. Es bastante interesante, ahora entiendo un poco su postura de duro, parece que ha sufrido lo que no está escrito.

— Mi madre murió hace cinco días — agacha la cabeza —. Y obviamente el tipo con el que estaba, pues eso... que no quería mantenerme y me mandó aquí.

— Ay... lo siento muchísimo, Carlos — le toco la mano.

— Estoy bien — sonríe y pega un bocado a la tostada —. Supongo que la vida es así, ¿no?

— Sí, supongo que sí...

— ¿Y qué hay de ti, nena? — me mira fijamente.

— Poca cosa, la verdad — agacho la cabeza.

Mi vida es una perdición, para qué vamos a mentirnos. Lo más interesante que me ha pasado está en la otra punta del comedor.

— Algo tiene que haber, nena.

— No sé dónde nací, ni quienes son mis padres, no sé si tengo más familia o no, porque nadie me ha venido a buscar en los dieciséis años que tengo. Mi memoria solo recuerda este lugar, a las Profesoras que me criaron y a los amigos que tengo.

— Vaya — vuelve a agachar la cabeza para terminarse el desayuno —. Pues cuéntame sobre las Profesoras y tus amigos, nena.

— Bueno, las Profesoras supongo que son como las madres que nunca tuvimos. En realidad, no sabemos el nombre de ninguna, tienen prohibido decirnos el nombre por no sé qué rollo de que no les tengamos cariño y eso, porque en realidad aquí estás dieciocho años, si no te adoptan antes, y luego te piras. Nadie quiere cogerte cariño y viceversa, porque a saber dónde paras después y por aquí pasa mucha gente. Son las que cocinan, las que limpian, las que nos enseñan, las que nos sacan a dar un paseo por el bosque y las que nos ayudan con los deberes. A veces pienso que es un centro bastante sexista, porque no hay ningún hombre que pueda hacer todas esas tareas, solo el director y de su despacho no sale nunca. Bueno, lo hemos visto pocas veces. Y bueno, mis amigos, tampoco es que tenga muchos...

Carlos parece realmente interesado en todo lo que le estoy contando, no me quita los ojos de encima mientras se termina sus tostadas de mantequilla y azúcar.

— Bueno, dime cómo son y demás — me dice.

— Pues... primero está Cami, que es mi mejor amiga y la conocí cuando yo tenía seis años. Ella entró aquí porque sus padres murieron en un accidente de tráfico, pero la gente habla y dicen que los asesinaron. Ella en realidad no tiene ni idea de nada. Le costó mucho superarlo y yo era su único apoyo, por eso estamos tan unidas.

— Y ese grupo con el que está Camila, ¿no son tus amigas? — pregunta curioso.

— Sí, bueno, no sé. No somos muy amigas, no soy muy sociable, como puedes comprobar.

— Yo creo que sí que eres muy sociable, me estás contando tu vida — se ríe.

— Bueno... eso parece, no sé, parece fácil hablar contigo — le sonrío.

— Bien, sigue. ¿Qué hay del pavo ese?

— ¿Qué pavo? — pregunto curiosa.

— El pavo ese que se sentó contigo el día de la película, ¿es tu novio?

— ¿Qué? No, no...

< Ojalá > Subraya mi compañera la Conciencia.

— ¿Entonces?

— Es mi amigo. Es mi mejor amigo.

— Entiendo... ¿Y qué historia hay detrás? — insiste.

— Lo conocí cuando llegué aquí, me lleva un año y poco de diferencia y supongo que hizo de hermano mayor hasta que tuve uso de razón — sonrío, y tal vez sea la sonrisa más sincera que he mostrado nunca. Le quiero, y no solo como pensáis.

— ¿Hizo de hermano mayor?

— Sí, las Profesoras siempre me han contado que era el único que estaba al lado de la cuna cuando lloraba por las noches, les ayudaba a darme el biberón cuando tenía hambre y siempre me ha defendido cuando alguien se metía conmigo.

— Vaya, está hecho todo un Romeo infantil — se ríe.

— Se lo agradezco mucho — giro la cabeza para mirar a Ethan y ahí está esa mirada penetrante. ¿Desde cuándo lleva mirándome así?

— Pues el chaval lleva todo el puto desayuno mirándote. No te quita el ojo.

— Es muy... protector — finalizo y vuelvo la mirada a Carlos.

Todas mis alarmas se han disparado, el corazón me va a cien y eso con una sola mirada.

— ¿Entonces no hay nada entre vosotros? ¿Solo lazos... familiares? — espeta.

— Sí, más o menos — sonrío.

Ojalá fuera algo más que unos lazos familiares.

— Es un alivio, la verdad, así tengo pista libre — me toca el flequillo.

Gracias a los ángeles.
Ha sonado la sirena que marca el fin de la hora del desayuno. Sí, me ha salvado de la situación más incómoda que he vivido hasta el momento. Es hora de ir a clase y creo que no estoy lista para cruzarme con Ethan, no después de esa mirada que me ha revuelto el alma. Madre mía, esos ojos verdes me causan terror del bueno.

La primera clase que tengo es matemáticas, odio las matemáticas, pero menos mal que a este drama no se le une que tengo que aguantar a Carlos por la diferencia de edad, gracias a Dios.

— Nos vemos, nena — me saluda Carlos.

¿De verdad le intereso de esa forma?

__________

✨¡Buenas, buenas!✨

Aquí tenemos a Carlos... ¿Qué os parece este personaje? Y... por cierto, ¿qué me decís de las miradas de Ethan? ¿Son celos? Os leo 👀

Mil gracias por leerme, os quiero 🥰♥️✨

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