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Capítulo 31:

Después de la increíble charla en el comedor con mis amigos me siento realmente bien, nos hemos abierto de par en par y, aunque hay muchísimas más cosas de las que hablar, nos hemos podido conocer un poco más y estoy feliz por ello. Hemos intentado animar a Gemma todo lo que hemos podido, pero ella ha hecho como si no lo necesitara, y sí, ya sé que la conozco poco tiempo, pero sus ojos reflejaban un brillo extraño, como de estar ocultando los sentimientos y tener una coraza de la leche.

Y así pasa toda la semana, además de huir de la que se supone que es mi familia, comer a hurtadillas o en la habitación, Gemma, Leslie, Abel y yo comenzamos a trazar lazos más fuertes y a hablar de nuestra vida. Siento como si los conociera de siempre y eso me encanta. Pero ahora viene lo peor, es viernes y tengo que pedir dinero para ir de compras con ellos para la fiesta del sábado.

No tengo nada que ponerme, la primera vez que fui de compras solo compré ropa cómoda, sudaderas, vaqueros y leggins, zapatillas de deporte y chaquetas gordas, pero ropa de calle, normativa y sin más, y con eso no puedo ir a una fiesta. Según Abel hay que ir "despampanante" y nada de mi ropero entra dentro de esa definición.

Así que como la verdadera falsa que llevo dentro, después de llegar de clase, ducharme y dormir la siesta, bajo en busca de Camilo y Reina para regalarles mi mejor sonrisa, pedir dinero e irme de rositas. Y no sé por qué, pero intuyo que me va a caer la del pulpo.

— Ho... hola — digo casi tartamudeando desde el umbral del comedor.

Reina y Camilo están viendo la televisión, por suerte hoy no trabajaban y creo que o han pasado de mi cara o el tartamudeo realmente era un susurro y ni me han escuchado.

— Hola — digo ahora más firme.

Ambos se quedan mirándome fijamente, sin parpadear y siento cómo un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Esto no va a ir bien. Admito que están igual de impresionados que yo al intentar hacer esto sin pensar en las consecuencias.

— ¿Ahora sí que nos diriges la palabra? Has estado toda la semana evitándonos — Camilo me mira con una mirada tan fría que se me congelan hasta los sentimientos.

— Lo sé, y lo siento — en cierta parte es verdad, aunque después de todo... ¿me van a culpar?

— ¿Sientes lo que dijiste o que hayas estado pasando de nosotros? — prosigue Camilo que ignora la mirada furiosa que le está echando Reina.

Camilo es un hombre bastante rudo, y aunque ronda los cincuenta y debería ablandarse un poco y empezar a pensar en los nietos, su fachada es impenetrable y dice las cosas con una dureza que me revientan.

— Camilo — interviene Reina fusilándolo con la mirada —. Ya basta, todos hemos cometido errores en esta casa. ¿O no? — se levanta y se dirige a mí.

La miro de arriba abajo y me doy cuenta de que realmente es preciosa, es una mujer de unos cuarenta y tantos y siempre va impecable, muy bien vestida, perfectamente peinada y con el maquillaje intachable. El nombre de Reina le viene que ni al pelo. No sé cómo se fijó en Camilo que, aunque es inglés y puede parecer refinado es más bruto que un arado.

— ¿Qué pasa, cariño? — pregunta Reina llevándome fuera del comedor.

— A ver... sé que me he pasado con vosotros, que os dije cosas bastante feas, pero necesito un favor — sueno estúpida, tonta e incrédula, una mezcla de todo.

— No te preocupes por eso, aquí todo el mundo ha dicho una palabra más fuerte que otra, que no se repita y ya está, ¿vale? Entiendo que para ti era un momento duro y te pilló todo por sorpresa —vaya, no me esperaba nada de esto.

— Gracias — es lo único que se me ocurre decir.

— Gracias a ti, porque eres lo mejor que nos ha pasado desde... — se para en seco. ¿Qué iba a decir? —. ¿Quieres tomar algo?

No voy a insistir con lo que iba a decir, pero después de negar con la cabeza prosigue su charla.

— ¿Qué necesitas? — se sirve un vaso de zumo de naranja, y mientras observo cómo sorbe un trago de un zumo de naranja y se relame, intento pensar en algo coherente para decir.

— Mañana hay una fiesta en casa de la delegada de clase.

— Vaya, qué bien, ¿te han invitado? — pregunta cogiendo pipas para picar.

¿Pipas de sabor a pistacho? ¿Es que acaso eso existe?

< Céntrate, Valeria, esto es serio >

— Eso creo — digo, porque es verdad, no me han dado una invitación como tal. ¿Deberían hacerlo?

— ¿Y qué necesitas? ¿Permiso?  — empieza a pelar las pipas.

— Esto... no, bueno, sí, evidentemente necesito permiso para ir, pero me preguntaba si...

Es que no sé cómo pedir dinero, nunca lo he hecho y me parece demasiado violento.

— Venga, cariño, estamos en familia, dime qué necesitas — continúa con sus pipas.

— Me preguntaba si... si podríais prestarme algo de dinero... es que necesito algo arreglado para ir a la fiesta y no tengo nada en el armario, sé que debería buscar trabajo y no ser una mantenida y todo eso, pero es que no encuentro nada, no tengo experiencia y nadie quiere a una cría de dieciséis años. Te juro que cuando encuentre trabajo te devuelvo el dinero, de verdad, pero es para ir de compras con mis amigos y coger algo que me venga y me quede bonito y podamos ir bien a la fiesta y...

— Eh, cariño, cariño, calma — se ríe. Sí, se está riendo de mí, porque he dicho todo a correprisa y no he parado ni a respirar —. Te vas a ahogar. Tranquila, que te vamos a dar dinero, respira — vuelve a partirse el culo de la risa.

Inhalo y exhalo con tranquilidad, menudo peso de encima me acabo de quitar. Sin pensarlo el rubor se me sube a las mejillas y todo me parece tan extraño. Esto de pedir algo a alguien de esta casa y más después de lo que les dije me sabe fatal, de verdad os digo, pero no tenía otra opción, bueno sí, ir como una pordiosera a la fiesta y creo que nadie quiere ver eso. Ni yo misma.

— De hecho, ven Cam — chilla Reina desde la cocina.

¿Qué pasa ahora? Me late el corazón a mil por hora. Camilo impone y no sé si podré tener algún otro tipo de relación con él. Pensaba que después de lo que ocurrió y de que por las noches se quedara conmigo en la cama cuidándome, todo iría a mejor, pero parece que no. Ahora parece un iceberg.

— Escucha, cariño, no queremos que te pongas a trabajar, eres nuestra hija y queremos hacer esto por ti, porque te lo mereces. ¡Camilo, ven! — vuelve a chillar.

Por Dios, no sabía que tenía esa voz. Mi tímpano palpita.

— ¿Qué pasa? — Camilo entra en la cocina y pasa literalmente de mí, como si no existiera. Se acerca a su mujer y le da un beso en la mejilla.

A veces observo cómo se le queda mirando y es realmente admirable, hacen una pareja bonita y se nota a leguas que se quieren demasiado.

— Es hora de dársela — dice Reina sonriendo y mirándole como si de un momento a otro me fueran a dar la clave de la caja fuerte del Estado.

— ¿Darme el qué? — pregunto totalmente atónita.

Camilo se acerca a un armario de la cocina y saca algo de una caja pequeña.

Oh. Dios. Mío.

Una tarjeta de crédito.

No entiendo nada, estoy más que asombrada. ¿Me han dado una tarjeta de crédito? ¿A pesar de todo? ¿Confían en mí de esa forma?

— Por qué... — comienzo a decir cuando Camilo me interrumpe.

— Aunque no estoy de acuerdo con cómo nos hablaste el otro día, esta tarjeta te pertenece, es para ti — sonríe.

Camilo SONRÍE y me mira. Qué alegría, madre mía. ¡Existo para él!

— ¿En serio? ¿Por qué? — pregunto mirando la tarjeta una y otra vez, no me lo puedo creer.

Pone mi nombre y, oh, caramba, los apellidos de ellos. Se me nubla la vista de un momento a otro. Tengo apellidos, madre mía, madre mía, estoy alucinando. Se me hincha un poco el corazón y creo que se está recomponiendo un trozo de puzle que estaba roto. Qué fantasía por favor, no me lo puedo creer.

La giro, la pongo del derecho y del revés y parpadeo un par de veces para no mancharla con las lágrimas. Estoy tan emocionada que se me chinan los ojos de la sonrisa que tengo en la cara.

— Porque eres nuestra niña, nuestra familia, y queremos que tengas un dinero ahorrado para lo que necesites — se acerca a mí y me abraza. Y yo se lo devuelvo. Y lloro, por cierto.

— Cariño, no llores, ay, madre... ¿por qué lloras? — pregunta Camilo acercándose a mí.

— Lo siento — me intento limpiar las lágrimas — Jamás pensé que llegaría un momento así, que confiarais en mí de esta forma y... que bueno, que en la tarjeta esté mi nombre y... vuestros apellidos, por fin tengo apellidos y no me lo puedo creer. Muchísimas gracias, de verdad, no tendríais que haberos molestado, esto significa mucho para mí.

Camilo y Reina se miran con tanto amor que no puedo parar de llorar, y Reina se une a mí. Los tres nos abrazamos y doy gracias por lo que tengo. Han confiado en mí, me han dado una tarjeta de crédito, sin pedirla y tiene mi nombre y sus apellidos.

< Tus apellidos > Me sonríe mi amiga la Conciencia.

Por fin ha llegado el momento de ser un poquito más feliz, ya no soy Valeria a secas y jamás lo volveré a se. Estoy llorando a pleno pulmón, y aunque me siento más querida que nunca, no puedo parar de llorar, porque siento que no voy a poder compartir esto con la persona que verdaderamente necesito hablar.

— Ah, que se me olvidaba, ibas por ahí sin documentar — Camilo me ofrece una caja pequeña envuelta en papel de regalo y si es lo que creo que es me voy a desmayar.

— ¿Qué es? — le miro entre lágrimas.

— Ábrelo, cielo — asiente Camilo en mi dirección.

Estoy impaciente y me tiemblan las manos. La vista la tengo nublada de tantas lágrimas, y cuando descubro lo que hay en ella ya no hay consuelo para mí.

¡Mi primera cartera, con el DNI y la tarjeta sanitaria!

— ¡Madre mía, madre mía, madre mía, estoy taaaaan emocionada que quiero gritar de la alegría!

Ambos se ríen y ni siquiera sé por qué... bueno, sí, es que he chillado literalmente lo que pensaba, qué vergüenza.

El DNI, el SIP y la tarjeta de crédito quedan más que bien en la cartera, sobre todo, porque en uno de los laterales que hay un hueco transparente está la foto de cuando era un bebé, la que me dio Ana y todo, de repente, comienza a tener un sentido increíble para mí.

Estoy taaaaaan feliz, de verdad gente, no os podéis hacer una idea. Me levanto y corro hacia las dos personas que literalmente me han devuelto las esperanzas, esas que me dicen que a partir de aquí comienza una nueva historia, una historia que me gustará vivir y contar, una historia que por fin me pertenece porque tengo... ¡NOMBRE Y APELLIDOS!

Vuelvo a llorar en sus brazos, cómo no. Parezco un bebé llorón. Y aunque parece que Camilo es más frío que un polo en pleno invierno, escucho cómo sorbe por la nariz e intuyo y siento que está igual de feliz que yo.

Pertenezco a una familia. Una familia de verdad. Y aunque sé que todavía hay muchas cosas por solucionar, sé que no puedo seguir enfadada con ninguno, ni con Nick, ni con Caterina, ni con Reina ni Camilo, porque todo lo han hecho por mi bien y para ofrecerme una segunda oportunidad.

Una segunda oportunidad que no voy a desperdiciar por nada del mundo.

— Muchísimas gracias, de corazón — les digo a Reina y a Camilo con el regalo puesto en el corazón cuando por fin consigo despegarme del abrazo en el que me han envuelto.

— Ahora sí que sí, no podrás escapar de nosotros, somos tu familia más que oficialmente. ¡Hasta tienes DNI nuevo! — chilla Reina.

Miro a ambos a los ojos y puedo observar lo realmente felices y emocionados que están, y es ahí donde me doy cuenta de que son los mejores padres que he podido tener.

— Gracias, familia — Y esta es mi última palabra.

Aquí comienza todo, lo sé.

Bienvenida, Valeria Jones Martín.

__________

✨Diooooos, helloooou✨

Qué contenta estoy, este es el penúltimo capítulo narrado por Valeria... estoy tan emocionada por ella... 🥺🥺🥺

Al fin tiene nombre y apellidos, al fin cierra un ciclo y comienza su nueva vida, por eso se titula "La Última Palabra - El Inicio -".

Para Valeria aquí empieza todo, porque ahora tiene una identidad, y para ella eso es muy importante... sin embargo, algo pasará en el epílogo... os dejo con la intriga y me voy.

Os quiero 💖

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