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Capítulo 20:

— Buenos días, ricura — la sonrisa de Nick aparece de la nada junto a mí en la cama.

— Buenos días, Nick. ¿Te he dicho alguna vez que odio que me llames ricura? Es insoportable.

No sé en qué momento exacto de todo este tiempo que he vivido con él he empezado a llamarle Nick, pero es que creo que Nicolás es demasiado serio, todo el mundo en esta casa le llama Nick, así que me he acostumbrado a ello.

— No, no me lo has dicho nunca, pero me importa literalmente una mierda — vuelve a sonreír.

Tiene una sonrisa bonita, y acompañada de esos ojos azules parecidos al mar que rodea esta montaña en la que estamos situados, la verdad es que tiene una cara preciosa. Quién lo diría, con lo insoportable que era hasta que pasó lo de los borrachos del Parque del Centenario. ¡Pero si el día que lo conocí me trató como si fuera una colilla! En fin, supongo que las cosas cambian y las personas también.

— Camilo y Reina me han dicho que venga a por ti, nos vamos de compras. Supongo que será para comprarte los uniformes del instituto.

Abro los ojos como platos. ¡¿UNIFORMES?! Ay no... se me había olvidado contároslo. Al final he accedido a volver la próxima semana al instituto y Reina ya ha comenzado con el papeleo que eso supone, pero nadie me ha comentado que teníamos que llevar uniformes. Uniformes como en el orfanato.

Pongo los ojos en blanco. Lo que me faltaba.

En verdad, me quejo mucho, pero el uniforme de hace casi tres semanas no era tan malo comparado con el de años atrás. Esos eran de Tutankamón mínimo. Eran horribles y apestaban a desagüe aunque los limpiaran con el mejor jabón de la lavandería. ¿Qué esperábamos? No había presupuesto, ni familia que te acogiera y los limpiara bien, ni gente que tuviera ganas de hacerlo bien en el orfanato. Espero que los de este instituto no sean tan feos y horribles como los de entonces.

— Uff — resoplo.

— Lo sé, llevar uniforme es un asco, pero por lo menos son bonitos de ver — continúa dándome la taza que lleva en las manos para que desayune algo.

En realidad, tengo hambre, y es raro que lo diga porque me he pasado una semana y pico casi sin comer nada más que lo esencial para no desmayarme.

— Espera, espera... ¿Tú llevas esos uniformes? ¿Voy a ir al mismo instituto que tú? — digo con una sonrisa.

— Así es, estoy en primero de bachillerato, pero no creas que me hace especial ilusión verte todos los días por los pasillos del instituto — sonríe pícaro.

— Claro que te hace ilusión, soy lo mejor que te ha pasado en mucho tiempo — le doy con el hombro un empujoncito.

Vaya, parece que se ha puesto un poquito rojo. Tiene la mirada gacha y cuando la levanta el brillo de sus ojos indica que tal vez sí sea lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo. ¿Es posible que una tipa de metro y medio de dieciséis años y gordita en cierto sentido sea algo bueno? Lo dudo. Seguro que tiene fiebre y por eso le brillan los ojos.

— No te lo pienso decir, quédate con la duda — y se va.

Desaparece de mi habitación en menos de dos segundos y luego miro el reloj de la mesilla de noche. Las doce de la mañana, vaya tela, sí que se me han pegado las sábanas sí.

Después de que bajara al salón a decirle a Reina y a Camilo que me parecía bien volver al instituto, me quedé la mayor parte de la noche pensando en millones de cosas. Echo de menos mis clases en el orfanato a pesar de todo, echo de menos pasar por la sala de música y tocar el piano, echo de menos cruzarme a Camila por los pasillos entre clase y clase y echo de menos a Ethan. Da igual cuando leas esto último, porque jamás dejaré de echar de menos a Ethan. No sé si estoy preparada para ir al instituto, seguramente no, pero ¿qué otra opción me queda?

Bajo corriendo las escaleras en pijama y me dirijo a la cocina. Tengo un hambre voraz.

— Ahí está mi cocinera favorita — le digo desde la puerta a Caterina y me sonríe con amplitud.

La verdad es que le he cogido un cariño especial a Caterina. No sé cómo es el amor de una abuela, porque jamás he tenido una, pero Camila me contó que su abuela era lo mejor del mundo. Era una señora mayor de pelo canoso que cocinaba de perlas, que le daba dinero a escondidas, que la cebaba a comer y que en cada menú del día podía elegir entre más de cuatro postres y que si su abuela estaba, sus padres dejaban de tener autoridad y mandaba ella, y pues bueno, se ve que con su abuela hacía lo que quería y más. No tenía restricciones ni le faltaba comida ni amor.

Así que sí, la verdad es que muchos atributos se los adjunto a Caterina y no sé por qué. La veo como a esa abuela que jamás he tenido. Es buena conmigo, dulce, amable, cariñosa, me da todo lo que quiero de comer y más, me abraza cuando lo necesito y su mirada me parece la más adorable de todo el planeta. A lo mejor Caterina se convierte en mi abuela adoptiva y la verdad es que no me importa dejarme querer por ella.

— Eres una pelota — dice al fin mientras pela una patata tras otra.

Supongo que está haciendo la comida, porque que a mí se me haya ido el santo al cielo no quiere decir que el resto de la gente del mundo no lleve un horario de vida rutinario como debería de llevar yo. Pero bueno, queda poco para eso. Exactamente dos días, pasa el fin de semana y ya seré una colegiala en toda regla. ¡Qué ilusión!

< Nótese la ironía > Pongo los ojos en blanco.

— Sí, pero me estás empezando a querer — digo pasando por la isla de la cocina para sentarme junto a ella. Aunque no sin antes coger leche, cereales y comerme un buen bol.

— Siempre te he querido, Val — sonríe con amor.

Me pregunto si las sonrisas de las abuelas del mundo son así, tan bonitas, tan sinceras y tan de verdad.

— Eso es porque antes de que viniera a esta casa me habéis estudiado con lupa, eh, pelleja — le sonrío con tontería y apuntándole con la cuchara.

— No cariño, te he querido desde el día en el que naciste — dice llevándose la mano a la boca seguida de una cara de póker increíble.

— ¿Cómo? — se me cae la cuchara al bol salpicándome de leche el pijama.

¿Desde el día en el que nací? Pero si no me conocía, ¡no me vio cuando nací!

— Nada, cosas de anciana cariño, perdona tengo que ir a limpiar — dice evitando el tema completamente.

Intento decir algo antes de que se vaya, algo así como a qué se refería, cómo es que me quiere desde el día en el que nací si tan siquiera me conocía y cómo es que se ha ido por patas cuando le he preguntado, pero no me ha dado tiempo. No tiene sentido.

< Seguramente sean cosas de anciana, Val > Dice mi Conciencia.

Quiero creer que sí, pero hay algo en mí — llámalo intuición o sexto sentido — que no está bien desde que llegué a esta casa, nada tiene sentido y mi corazón lo nota y lo sabe. Algo no cuadra, algo no casa, algo no está bien. Ni conmigo ni con ellos ni con esta casa. Siento en todo momento que algo me ocultan y quiero averiguarlo. Porque a santo de qué no van a tener cuadros familiares en una casa.

Camila me contó que en su casa no había ni un hueco por las paredes para poner un solo cuadro familiar más, me contó que tenía el recibidor lleno de fotos de su familia, de sus padres cuando se casaron, de sus abuelos con los nietos, los nietos solos y toda la familia en celebraciones importantes. ¿Cómo es que aquí no hay ni una sola foto así? Tan solo hay un cuadro en el salón de dos niñas, solo dos niñas que resultan ser Reina y su hermana, ¡pero tan siquiera es una fotografía real! Es una imagen de dos niñas y está dibujada a mano, con lápiz y nada más y otra de sus padres.

Tal vez debería meter más las narices donde no me llaman, quiero saber por qué no hay fotografías, eso es señal de una familia unida, ¿no? Al menos eso es lo que decía Camila. Ella tenía su casa así, repleta de fotografías y en casa de sus abuelos también. Todo eran fotos aquí y fotos allá. ¿Por qué aquí es diferente?

< No serán tan familiares y ya, Valeria > Quiere pensar mi Conciencia.

Pero no, no está bien, tal vez en otra vida fui bruja, pero sé y presiento que no tiene nada que ver con que sean familiares o no.

Termino mi bol de cereales con rapidez y lo dejo en el lavavajillas. Quiero buscar a Caterina y preguntarle qué está pasando, por qué ha dicho eso, por qué se ha ido pitando, por qué no hay fotografías y por qué parece que la casa esté en un silencio sepulcral todo el día. Es abrumador.

Camilo y Reina están en el salón principal, supongo que porque es sábado quieren pasar tiempo juntos, aunque sea leyendo el periódico. Me dirijo hacia ellos con la intención de sonsacar cualquier información que sea capaz de cumplimentar las piezas del rompecabezas que tengo ahora mismo pirulando por mi cerebro.

— Hola, cariño — sonríe Reina desde el sofá beige. Están los dos acurrucados en él. Qué monos.

— Hola, Reina. Hola, Camilo.

— Hola — sonríe Camilo sin quitar la vista del periódico.

— Reina... ¿puedo hacerte unas preguntas?

— Claro, cariño, dime — quita la vista de su libro.

Me acomodo en el sofá que hay frente a ellos y me armo de valentía para preguntarle todo lo que tengo en mente. A ver qué sacamos de esto.

— Nick me ha dicho que vamos a ir a comprar el uniforme del instituto — digo con la vista puesta en la alfombra que está bajo la mesilla central. La verdad es que es suave y bonita. Muy Reina.

— Sí, esta tarde, después de comer. ¿Estás lista? — sonríe con una amplia sonrisa.

Solo sé asentir. No sé qué me pasa, pero desde que Caterina ha dicho esa frase no puedo tener otra sensación que la de que me están mintiendo descaradamente en algo. No sé en qué, pero algo hay.

— ¿Qué querías preguntarme, cariño? — dice Reina impaciente.

— Em... ahora he tenido una conversación un poco rara con Caterina... no sé qué ha querido decirme.

— ¿Qué te ha dicho? — pregunta un tanto asustada y con los ojos puestos en Camilo. A estas alturas Camilo ha levantado la vista de su periódico.

— Em... bueno, estábamos hablando de querer y todo eso y bueno... me ha dicho que ella ya me quería desde el día en el que nací y pues bueno, ella no me conoce cuando nací... ¿o me equivoco? — inquiero mirándolos fijamente.

— Claro que te equivocas — dice Camilo superserio a la vez que se sienta en el sofá mirándome fijamente —. Es una señora mayor, es normal que a veces delire.

— ¡Camilo! — levanta Reina la voz más alto de lo normal.

— ¿Qué? Es la verdad. ¿Cómo va a querer a Valeria desde el día en el que nació si no la conocía?... ¿Eh? Dime — mira a Reina más que serio y siento esa mirada como algo que sugiere que no se diga la verdad bajo ningún concepto.

< ¿Qué está pasando? > Me pregunta mi Conciencia.

Reina mira hacia el dibujo enmarcado que está justo en la repisa de la ventana, donde le da una luz realmente preciosa e intenta sonreír. ¿Por qué mira ahí ahora mismo?

— A lo mejor se ha confundido, cariño. Es mayor, es normal — intenta decir sin mirarme.

No puede ser que esté diciendo que Caterina es mayor, pero si solo les sacará veinte años a lo sumo. Achacar eso a la edad me parece un poco triste. Caterina tenía pinta de estar diciéndolo muy en serio, como si hubiera rebuscado en un rincón de su corazón y lo hubiera dicho con todo el amor del mundo. Se le plasmaba en los ojos. Lo he visto.

— No me pareció que lo dijera como si estuviera delirando, Reina — digo casi con malagana.

No me gusta hablarles mal, pero creo que se están pasando. Caterina no es mayor, hablan de ella como si estuviera senil. De verdad que alucino.

— Bueno, no creo que tenga sentido esta conversación —Camilo se levanta y se va del salón.

— Perdónale, cariño — dice Reina intentando sonreír y sin quitar la vista del dibujo de la repisa.

¿Qué está pasando?

— Si tú lo dices... — digo dando por finalizada esta conversación y salgo del salón.

No sé por qué tengo la sensación de que todos son unos mentirosos compulsivos, pero esto no acaba aquí, averiguaré qué traman.

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✨¡Aquí está el capítulo 20!✨

Diooooos... estoy emocionada. ¿Qué creéis que pasa con esta familia? ¿Creéis que guardan secretos?

Os leo 👀 y os quiero 💖

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