Capítulo XXXV
XXXV - FAMILIA
Al despertarme, lo primero que veo es una pared que no conozco. Y unos cuántos pósters de bandas desconocidas. Entonces, me acuerdo de que estoy en el cuarto de la infancia de Jared y no en mi habitación o en la suya.
Y siento un dedo paseando por mi espalda, por encima de mi camiseta.
Giro la cabeza sobre la almohada y veo que él está despierto, mirándome de reojo.
—Buenos días —murmuro, frotándome los ojos—. ¿Qué tal has dormido?
Por su cara, puedo deducir que no muy bien.
—Esto de dormir vestidos no me gusta.
Esbozo una sonrisa divertida y me acerco para darle un beso en los labios. No lo responde con mucho entusiasmo. La verdad es que yo tampoco estoy muy acostumbrada a esto de dormir vestida con él. No me puedo creer que se me haga raro.
Me separo y mantengo mi mano en su mejilla.
—¿Cuánto hace que estás despierto?
—No mucho —me asegura—. Verte dormir es relajante.
—Voy a suponer que no ronco, entonces.
—No, pero hablas en sueños.
Le estaba acariciando la mandíbula, pero me detengo de golpe.
—¿Eh?
—Aunque eso lo descubrí hace un tiempo —añade, divertido por mi cara de espanto.
—Por Dios, dime que no he dicho ninguna burrada.
—No entiendo la mayoría de lo que dices —me asegura.
—¿Y lo demás?
Sonríe, divertido, y se inclina para besarme en la nariz, en los labios y en la mandíbula. Y sé que no me va a decir nada más.
Estúpido Jared.
Suspiro y decido dejarlo pasar. Mejor cambiar de tema. Aunque el tema que voy a sacar no va a entusiasmarle demasiado.
—¿Estás nervioso? —pregunto.
—¿Por qué iba a estarlo?
—Tu padre cenará con nosotros —le recuerdo.
Ya se ha vuelto a poner la máscara de hielo. Se encoge de hombros como si no le importara en absoluto.
—Y tus padres comerán contigo. Estamos igual de jodidos. Voy a ducharme.
Lo miro de reojo cuando se pone de pie y sale de la habitación. Me pregunto si algún día va a confiar lo suficiente en mí como para abrirse completamente.
Una parte de mí, una pequeñita y triste, lo duda mucho.
***
—He cambiado de opinión. Vámonos.
Jared me engancha de la mano y me devuelve a mi lugar, delante de la puerta de casa de mis padres.
—De eso nada.
—De verdad que quiero irme —le suplico en voz baja.
—Enfréntate a tus miedos, Rocky.
—Ahora mismo no soy Rocky, soy ese oponente estúpido al que derribó con solo dos golpes.
Él esboza media sonrisa, pero no me suelta la mano y mi plan de salir corriendo se ve frustrado.
A estas alturas no estoy segura de si estaba más nerviosa ayer por tener que llegar a casa de Gail u hoy por tener que enfrentarme a mis padres. Bueno, quizá lo esté un poco más ahora. No me puedo creer que vuelva a estar aquí. Y con Jared. Y sin estar borracha.
Dios, voy a ver a papá. Y a mamá. Papá me da más miedo que ella. Es más terco. Y mamá... espero tener su apoyo. Lo voy a necesitar.
—No están —canturreo felizmente cuando pasan cinco segundos sin que nadie nos abra.
—Quieta —advierte.
—Jared, vamos, no est...
Me detengo de golpe cuando la puerta se abre. Mi corazón da un respingo cuando me encuentro de frente con mamá.
Oh, mierda. Voy a vomitar por los nervios. Esta vez sí lo haré.
Por favor, no nos humilles así.
Ella me dedica una sonrisa un poco nerviosa. Estoy casi segura que es la misma que tengo yo ahora mismo.
—Hola, Brooke.
Tras mirarme un momento, se gira hacia mi novio y le dedica una sonrisa más relajada.
—Me alegra veros, chicos.
Jared le asiente con la cabeza con educación.
—¿Cómo está?
—Bien. Gracias por hablar conmigo ayer. Y a los dos... por... por venir. Eh... pasad.
Pasar. A mi casa. No he estado ahí dentro en un año. Mi estómago se vuelve un nido de nervios y aprieto inconscientemente la mano a Jared, que me dedica una mirada de soslayo antes de tirar de mí para seguir a mamá.
El pasillo estrecho de la entrada, el espejo del fondo encima del tocador, las dos puertas conduciendo al salón y a la cocina... esto es muy raro. Es como si no hubiera venido en años y, a la vez, hubiera estado aquí todo este tiempo. Me muerdo el labio inferior, nerviosa, cuando mamá nos hace un gesto hacia el salón.
—Esperad aquí un momento. Tengo que ir a ver una cosa a la cocina.
Me dedica otra sonrisa nerviosa antes de dejarnos solos.
—¿Crees que ha ido a por un cuchillo? —pregunto en voz baja.
Jared empieza a reírse —cosa que podría calmarme incluso en medio de una persecución policial— y me pasa un brazo alrededor para guiarme al salón.
—¿Es como lo recordabas? —me pregunta.
Me separo de él para inspeccionar a mi alrededor. La chimenea de piedra, el sofá pequeño, el sillón de mi padre, la mesita de café... incluso los libros de las estanterías son los mismos. Como si nada hubiera cambiado. Trago saliva cuando me acerco a la chimenea encendida y veo que no han quitado las fotos en las que yo salgo.
Recuerdo el día en que me fui, cuando a mi padre rompió la foto que tenían de mí en el pasillo, y sigo sintiendo escalofríos.
Sin embargo, ahí están. Impolutas. Y de alguna forma sé que no las han tocado en todo este tiempo.
Jared se asoma a mi lado y apoya la mandíbula en mi hombro, rodeándome con los brazos. La verdad es que agradezco un poco de calidez ahora mismo.
—Mírate —murmura cuando acerco una de las fotos a nuestras caras—, no has cambiado nada.
La foto es de una versión de mí misma de siete años con un casco de béisbol que tengo que sujetarme con una mano porque me va gigante, una sonrisa sin uno de los dientes y un guante de beisbol en la mano. En el patio trasero de casa.
—He crecido —protesto.
—No tanto.
Intento darle un codazo, divertida.
—¿Te gustaba el béisbol? —pregunta, curioso.
—A mi padre siempre le ha encantado. Estuve en el equipo de la escuela por un tiempo, pero... bueno, cuando me crecieron las tetas, el entrenador decidió echarme para sustituirme por un chico. Muy igualitario todo.
—Si te consuela, yo lo habría considerado un aliciente para que te quedaras.
Sonrío, negando con la cabeza, y le cuento un poco lo que es cada foto. Menos mal que no hay ninguna vergonzosa.
No sé si estoy siendo pesada, pero es obvio que él escucha cada palabra. Jared es muy bueno escuchando. Aunque jamás se lo diré, claro. No quiero darle otra excusa para quedarse callado. Ya es lo suficientemente rarito.
Pero es nuestro rarito.
—A lo mejor debería comprarte un guante de béisbol para esta noche —bromea.
Oh, cierto. Esta noche le daré su regalo. Y él me dará el suyo.
—¿Para que pueda golpearte? —sugiero.
—Para que puedas golpear a tus pretendientes.
—Oh, sí, como tengo tantos...
—El crío que hay en casa de mi madre babea contigo.
—¡Y contigo babea medio mundo, Jared!
Sonríe de lado.
—No me digas que estás celosa de mis fans.
—Claro que no —me enfurruño—. Pero ellas me odian.
—No te odian, Brooke.
—Me odian. Se creen que estoy contigo porque eres fam...
Me quedo callada cuando escucho pasos por el pasillo. Mamá aparece en la puerta del salón con una pequeña sonrisa.
—Perdonadme, no quería que se quemara la comida —se aclara la garganta, claramente incómoda—. Papá llegará en cualquier momento, de hecho, ya debería...
Como si quisiera confirmarlo, escucho el característico ruido del coche de papá deteniéndose delante del garaje. Unos segundos más tarde, la puerta principal abriéndose y cerrándose.
Oh, ahora sí que voy a vomitar.
Jared se mantiene a mi lado —sospecho que para sujetarme en caso de que me dé un ataque de algo— cuando papá aparece en la puerta del salón. Está claramente tenso. Ni siquiera se molesta en ocultarlo. Mamá le echa una ojeada y le pone una mano en el hombro.
—Phil —le dice con toda la calma que puede reunir—, ya te dije que Brooke vendría a comer con su novio.
Él me echa una ojeada que hace que me ardan las mejillas. He perdido la costumbre a que me revise de arriba abajo con escepticismo.
Sin embargo, a Jared no parece afectarle en absoluto cuando se lo hace a él. Y, aunque papá no lo expresa de ninguna forma, sé que eso le habrá gustado.
En lugar de decir algo educadamente a modo de saludo, nos echa una última ojeada antes de marcharse a la cocina. Mamá suspira y nos hace un gesto para que la sigamos.
La mesa de la cocina está puesta y el plato que mamá coloca en el centro hace que el estómago me ruja. Tomo asiento con Jared en uno de los lados y ellos dos se quedan en el otro. No soy consciente de que muevo la pierna de arriba abajo frenéticamente hasta que Jared pega su rodilla a la mía para calmarme.
Y ahí empieza el silencio incómodo que solo interrumpen Jared y mi madre con sus vagos intentos de conversación.
Por cierto, ¡Jared intentando empezar una conversación! Es tan poco habitual en él que saber que lo está haciendo solo por mí hace que quiera abrazarlo y besarlo sin parar.
Por mi parte, solo como en silencio, apartando la mirada cada vez que mi padre clava en mí unos ojos considerablemente amargos.
—He visto que mirabais las fotos del salón —comenta mamá al cabo de un rato—. ¿Cuál te ha gustado más, Jared?
—La del casco de béisbol es interesante —asegura él.
—Oh, a Brooke le encantaba el béisbol, ¿verdad, Phil?
Papá sigue teniendo los hombros tensos cuando asiente con la cabeza sin mirar a nadie.
—¿Qué se te daba mejor? —me pregunta Jared.
Trago saliva para poder hablar encontrando mi propia voz.
—Intenté ser lanzadora durante un tiempo, pero... no era muy buena.
—Se te daba bien lanzar —dijo papá.
—Sí... —me aclaro la garganta—. Bueno, cuando me ponía nerviosa no lograba llegar al receptor.
—¿Cómo se llamaba eso que hacías? —pregunta mamá, ilusionada por ver que estamos hablando—. Eso de hacer que la pelota hiciera un movimiento raro...
—Un slider —murmura papá.
—Su entrenador babeaba cada vez que conseguía hacer un lanzamiento de esos —mamá sonríe a Jared, que también parece más relajado.
Bueno, Jared no ha parecido tenso en ningún momento, la verdad.
—Lástima que te fueras del equipo —finaliza papá.
Remuevo la comida con el tenedor.
—No me fui, papá. Me echaron.
Él me echa una ojeada irritada.
—¿Y te hubieras quedado de haber podido?
—Pues si hubiera podido compaginarlo con la fotografía, quizá.
—La fotografía —repite, negando con la cabeza—. Hubieras podido hacer algo de provecho con el beisbol... pero tuviste que centrarte en hacer fotos.
—Porque me gusta hacer fotos —replico, un poco tensa—. Por eso lo estoy estudiando.
—Menuda pérdida de tiempo.
—Oh, ¿y el beisbol sí?
—Pues sí. Te encantaba.
—Te encantaba a ti, no a mí.
Nos miramos el uno al otro, cada uno más tenso.
—Bueno, Jared —mamá corta la discusión enseguida—, tú eres guitarrista, ¿no?
Jared asiente con la cabeza y parece que papá se centra en él, cosa que hace que relaje mi cuerpo por un pequeño momento de paz.
—¿Y eso no es también un pasatiempo? —pregunta bruscamente.
Oh, venga ya, ¿por qué me recuerda tanto a Sam?
Pero Jared no se inmuta. Solo le dirige una sonrisa educada.
—Lo mejor de un pasatiempo es la probabilidad de convertirlo en tu profesión. Yo he tenido suerte y lo he conseguido.
Silencio.
Jared ha conseguido callar a papá.
Creo que me acabo de enamorar todavía más de él.
—Es un buen punto de vista —le concede mamá—, además, dedicarte al mundo de la música debe ser muy entretenido. Siempre tendréis que estar creando canciones nuevas, ¿no?
—Bueno, nos dividimos el trabajo con los demás miembros de la banda. El batería y yo solemos encargarnos de la melodía y los otros dos se encargan de la letra.
—¿Y si un día os quedáis sin ideas? —le pregunta papá—. ¿No te preocupa?
—No mucho. Tengo ahorros por si eso pasa. O por si algún día quiero, simplemente, dejar la banda.
Papá parece un poco desconcertado al no ser capaz de hacer que tiemble. Está demasiado acostumbrado a intimidar a la gente. Y Jared no es que sea fácil de intimidar, precisamente.
—¿Y esos tatuajes son por tu profesión? —le pregunta directamente.
—No —Jared lo mira—. Son por gusto.
—Por gusto. ¿No sabes que eso es para siempre?
—Phil, claro que lo sabe —le dice mamá en voz baja.
—Bueno, bueno... pero es que no se quitan, ¿eh? Ni con el láser ese. Siempre te quedará la marca.
—No tenía pensado quitarme ninguno.
—¿Cuántos tatuajes tienes? —le pregunta mamá.
—Cincuenta y dos.
Whoa. ¿Tantos? Bueno, la mayoría de los que tiene en la espalda y los brazos son tatuajes pequeños mezclados entre ellos que causan la impresión de estar unidos. Tiene sentido.
—Brooke tiene uno en la muñeca —le dice mamá.
Jared me mira de reojo e intenta no sonreír cuando se da cuenta de que mamá no conoce la existencia del que tengo en la cadera.
—Lo sé. Es... curioso.
—Yo le advertí que no se tatuara nada por ese chico, pero no me hizo caso. Ahora, lo tiene en la piel para siempre.
—Bueno, siempre puede cubrírselo —comenta Jared.
—¿Cubrírmelo? —repito, confusa.
—Sí. Cambiarle la forma para que parezca algo distinto. Mucha gente lo hace.
Pues no es mala idea.
Curiosamente, después de esa conversación sobre tatuajes y láser, la cosa se vuelve bastante más relajada. No hasta el punto de que tenga la sensación de que todo vuelve a ser como antes, pero al menos puedo mirar a mi padre sin sentir que va a volver a echarme. Es un alivio.
Casi me siento mal cuando llega la hora de irnos de nuevo. Papá se ha ido al salón sin querer despedirse, pero mamá nos acompaña a la puerta y nos dedica una breve sonrisa.
—Gracias por venir. A los dos.
Por la mirada que dirige a Jared, supongo que sabe que él me ha convencido.
—A ti... a vosotros... por... eh... invitarnos —murmuro torpemente.
Mamá me mira y, por un breve momento, me da la sensación de que va a abrazarme, pero no lo hace. Yo tampoco. Simplemente, nos miramos un momento antes de que asienta con la cabeza y me aleje de la puerta de la mano de Jared.
Cuando ya estamos en su coche, suelto todo el aire de mis pulmones de golpe.
—Bueno —él me sonríe—, no ha ido tan mal, ¿no?
—No cantes victoria. Todavía nos queda la cena.
***
Creo que estoy más tensa que Jared cuando alguien llama al timbre. Gavin está con la nariz hundida en su móvil y Tex se pasea por el salón. Jared, Robert, Gail y yo estamos de pie en la cocina. Cassie está sentada en una encimera mordiéndose las uñas.
Sin embargo, esta última levanta la cabeza de golpe cuando su madre va a abrir la puerta. Veo que todos parecen un poco tensos. Todos menos Jared. A él parece que le da igual todo. Parece.
Pasa una eternidad hasta que Gail reaparece con una pequeña sonrisa. Veo que echa una ojeada a Jared antes de que un hombre entre en la cocina tras ella.
El parecido es tan obvio que me pilla desprevenida. La mandíbula, los labios, la nariz... incluso los ojos verdes y azules. Joder. Es prácticamente igual a Jared, solo que con el pelo más corto y canoso y una ligera barba oscura. Y sin tatuajes, claro.
Pero... Dios, no me esperaba que se parecieran tanto. Incluso en la forma de moverse y en sus expresiones. Él tiene la mirada serena, como si nada le importara, aunque sospecho que no es así. Exactamente igual a su hijo.
Me deja tan impresionada que no reacciono al instante en que entra para saludarlo. Robert ya se ha acercado a estrecharle la mano. Cassie pasa por mi lado.
—Hola, papá —le dice, simplemente, dándole un pequeño abrazo.
—¿Cómo estás? —le pregunta él—. Mírate. Cada vez que te veo pareces más adulta.
Cassie sonríe y se separa. Entonces, el padre de Jared nos mira a ambos. Especialmente a mí, con curiosidad. Y porque soy un objetivo más fácil que su hijo, supongo.
—Supongo que tú debes ser Brooke —me dice con una sonrisa amable—. Me llamo Dan. Es un placer conocerte.
—Igualmente —sonrío tan sinceramente como puedo por los nervios.
Él extiende una mano hacia mí y, justo cuando yo hago un ademán de estrechársela, noto que los dedos de Jared se cierran en mi muñeca, manteniéndola en su lugar. Lo miro, sorprendida, pero él tiene los ojos clavados en su padre.
—Papá —dice simplemente, a modo de saludo.
Su padre deja caer la mano y suspira, mirándole.
—Hace mucho que no sé nada de ti —replica en el mismo tono formal.
Su padre echa una ojeada a la mano que Jared mantiene entorno a mi muñeca y una de las comisuras de su boca se levanta ligeramente.
—Me alegra ver que las cosas te van bien, Jared.
Estoy a punto de dar un respingo involuntario. ¿Lo ha llamado Jared? Es el primero que oigo que lo llama por su nombre. A parte de mí. Miro a mi novio de reojo y veo que le tiembla un músculo de la mandíbula. No entiendo por qué, pero esto está cargado de tensión.
—¿No deberíamos ir a comer? —pregunto, intentando aliviar la situación.
Gail parece profundamente agradecida cuando me mira.
—Tienes toda la razón del mundo, Brooke. Id a sentaros. Nosotros dos traeremos las cosas.
Respiro, aliviada, y veo que Cassie va al comedor. Sin embargo, Jared se queda quieto un momento más, mirando a su padre. Y él le devuelve una mirada bastante más fría que la que ha usado hace un momento.
—Vamos —le digo a Jared en voz baja.
Para mi sorpresa, baja la mano hacia la mía y deja que lo guíe al comedor sin mirar atrás. Noto cada músculo de su cuerpo tenso cuando nos sentamos uno al lado del otro, con su padre delante. Veo que Dan le echa una ojeada, pero no se la devuelve. En absoluto.
La comida parece amenar un poco la velada. Dan echa unas cuantas ojeadas más a su hijo que no son correspondidas. Ni siquiera me mira a mí cuando intento decirle algo. Se limita a responder con monosílabos mirando su plato.
Finalmente, Dan me dedica una sonrisa amable.
—¿Y a qué te dedicas, Brooke?
Noto que Jared se tensa aún más —si es posible— cuando escucha que me habla, pero no dice nada.
—Soy estudiante. De fotografía.
—De fotografía —repite, sorprendido—. Vaya. Debe ser interesante estudiar eso. Debéis centraros mucho en el arte.
—La mayor parte de la carrera está enfocada en todo tipo de pintura o expresión artística visual.
—Yo estudié historia del arte, ¿sabes? —me dice—. Recuerdo que me encantó la parte del Impresionismo.
—Oh, es muy importante en la historia de la fotografía... los pintores hacían lo mismo que nosotros hacemos ahora con una cámara.
—Intentar captar la impresión del momento —añade.
—¡Exacto! —sonrío. Dios, hace mucho que no puedo hablar de esto con nadie que me entienda—. El juego de tonos calurosos era increíble. Especialmente en Renoir.
—¿Te gusta Renoir? Yo prefería a Monet.
—¡Yo también! Es de mis pintores favoritos de la historia.
—¿Sí? ¿Cuál es tu cuadro favorito?
—El paseo. Sin duda.
—Su obra cumbre —sonríe.
—Pero no es mi pintor favorito. Mi debilidad es Vermeer.
—Un barroco —observa—. Especialista en luces y sombras.
—Es de los pocos pintores que imitaban la luz y la oscuridad casi a la perfección. En La joven de la perla, los detalles no están mal. Pero en La lechera es sublime.
Hay un momento de silencio cuando nos sonreímos interrumpido por el resoplido de Cassie.
—¿De qué demonios estáis hablando?
—De arte —le digo, confusa—. ¿No te ha sonado nada?
—A mí déjame con mis botas y mis vestidos y no me marees con señores muertos.
Hay una risa general en la mesa a la que solo no se une Jared. Me doy cuenta de que está mirando a su padre como si quisiera matarlo y parpadeo, confusa. ¿Qué problema hay? Si esto está yendo de maravilla.
Intento no hacer caso y sigo hablando tranquilamente con su familia. Sin embargo, cada vez que me doy la vuelta, me da la sensación de que está más tenso. Alargo una mano bajo la mesa y se la pongo en la rodilla. No me aparta, pero tampoco reacciona. Es la primera vez que mi contacto no sirve para nada.
Y, cuando termina la cena, llega el momento que Tex ha estado esperando de manera bastante impaciente durante todo el tiempo.
—Bueno, ¿podemos abrir ya los regalos?
Vamos todos al salón y yo me quedo en uno de los sillones con Jared por la falta de lugar libre. Él se sienta y me hace un gesto para que me ponga en su regazo, pero opto por dejarme caer en el reposabrazos, a su lado. Le paso un brazo por encima de los hombros y me alegra ver que se ha relajado un poco.
Casi todos los regalos son para Tex, pero me sorprende un poco ver que Cassie y Gail me han comprado un regalo cada una. El de Cassie son unas botas de diseño —que creo que voy a morir cuando me pruebe por el tacón— y el de Gail son unos pendientes en forma de aros muy bonitos.
Menos mal que Jared les ha dicho que sus regalos son de parte de los dos o habría quedado como la peor nuera/cuñada del mundo.
Y, finalmente, veo que Jared me sonríe de soslayo antes de alcanzar el regalo rojo y de tamaño mediano que hay en el montón. Me lo tiende con una ceja enarcada y yo lo agarro, intrigada.
—Me das miedo —murmuro.
Se limita a sonreír.
Dan nos observa desde una distancia prudente mientras que Robert, Gail y Cassie se inclinan hacia delante para poder cotillear mejor.
Rasgo el papel, algo nerviosa, y mis nervios aumentan cuando me encuentro con una caja negra bastante elegante. Lo miro de reojo y veo que él no se pierde detalle de mi reacción cuando sospeso la caja, intrigada. Finalmente, la abro y aparto el papel blanco.
No puede ser.
Me quedo mirando la cámara nueva y carísima por un momento, pasmada, antes de levantar la mirada hacia él.
—¿Q-qué...?
—No quería sustituir a Betty, pero pensé que una compañera no le vendría mal —se encoge de hombros.
Sigo mirándolo unos segundos con la boca abierta antes de sacar la cámara y verla mejor. Dios. Es preciosa. Es perfecta. Y es mía. No me lo puedo creer. La reviso en cada detalle, todavía perpleja, mientras escucho que Cassie y Gail empiezan a soltar preguntas a Jared como dos bombarderas.
—¿Te gusta? —me pregunta él, ignorándolas.
—¡Claro que sí! ¿Cómo no...? ¿Cómo no me va a gustar?
—Me alegro —sonríe, divertido.
Sin embargo, toda mi diversión se evapora cuando Cassie alcanza el pequeño regalo que he traído yo para Jared. Cuando él se da cuenta de mis intenciones, lo atrapa enseguida y me mantiene apartara con un brazo.
—¡No, espera, devuélvemelo! —le suplico, roja como un tomate.
—¿Por qué? —pregunta, sorprendido.
—P-por... porque... no lo abras, ¿vale? T-te... te compraré algo mejor.
—No quiero algo mejor. Quiero este regalo.
Su familia parece bastante divertida con la pequeña disputa.
—No, en serio, no lo abras —le suplico, desesperada—. Te parecerá una basura en comparación a...
—Déjate de tonterías —protesta.
—¡No lo...!
—Brooke, voy a abrirlo de todas formas.
Suspiro y me tapo la cara con las manos. Él pone los ojos en blanco antes de arrancar el papel de la pequeña cajita. Lo miro de reojo cuando sostiene en una mano la pequeña cajita ahora desnuda.
—¿No será un anillo? —bromea.
—Cállete y no lo abras.
—Ya lo creo que voy a abrirlo.
Cassie y Gail prácticamente están sobre nosotros para no perderse detalle.
Finalmente, me atrevo a mirar la cara de Jared cuando abre la cajita y se queda mirando su interior con el ceño fruncido. Ay, no...
Levanta el pequeño llavero con un guante de boxeo y una guitarra. Se queda mirándolo, algo confuso.
—Un llavero —me dice, sin terminar de entenderlo.
Me atrevo a asomarme entre las rendijas de los dedos, completamente roja.
—Es decir... —se apresura a añadir—, es... original, Brooke. Me encanta.
—No es así porque sí —protesto—. El del guante es por Rocky. Y el de la guitarra se supone que es por Hendrix. El de la tienda me dijo que esa guitarra era como la suya. Seguramente me timara, pero... bueno...ejem...
Silencio.
Jared vuelve a mirar el llavero y esboza una sonrisa divertida.
—No podrías regalarme algo que no me gustara.
Frunzo el ceño y me quito las manos de la cara.
—¿No lo entiendes?
—¿El qué?
Señalo la llave que hay en medio.
—Es... es la llave de mi residencia. Y... ejem... la de... la de mi habitación.
Silencio. Otra vez.
Cómo odio el silencio últimamente.
Veo que su expresión pasa de ser tierna a ser una completamente distinta que no sé ubicar muy bien. Estoy a punto de volver a taparme la cara con las manos cuando vuelve a clavar la mirada en las llaves, pensativo.
—Sé que es un mal regalo —añado rápidamente.
—Brooke...
—...debería haberme gastado más dinero, pero...
—Déjate de tonterías. Es perfecto. Me encanta.
Me quedo mirándolo, pasmada.
—¿En serio?
—Sí. Ven aquí.
Si antes estaba pasmada, cuando tira de mí para sentarme en su regazo y me da un corto beso en los labios delante de toda su familia creo que me voy a desmayar.
Y, sinceramente, toda su familia parece tan sorprendida como yo.
Intento no estar tensa y nerviosa cuando, durante los siguientes veinte minutos, él me mantiene en su regazo y juguetea felizmente con su llavero. No me puedo creer que esté feliz con un maldito llavero cuando él se ha gastado una fortuna en una cámara.
Una cámara que me ha robado Cassie para hacer fotos a lo primero que pilla, por cierto. Al principio va a por nosotros, luego a por su familia y, después de hacerse dos a sí misma como puede, la devuelve a su caja.
Y yo sigo en el regazo de Jared. Su familia finge educadamente que no se da cuenta cuando me da unos cuantos besos más.
Bueno... casi todos.
Jared me sonríe y hace un ademán de besarme otra vez, pero veo que se detiene con el ceño fruncido y mira abajo. Tex tiene un dedo clavado en su rodilla y el ceño fruncido.
—¿Qué haces? —pregunta Jared directamente.
Tex le dedica una mirada de ojos entrecerrados antes de girarse hacia mí.
—Yo también quiero un beso de esos.
Intento no reírme con todas mis fuerzas, pero al final no puedo evitar una sonrisa divertida cuando Jared le pone cara de asesino en serie.
—Oye, Tex —se apresura a intervenir Cassie—, ¡todavía no has abierto este regalo!
—¡Oh, es verdad!
Y se vuelve a marchar felizmente, olvidándose del beso.
Al final, parece que las cosas están yendo bien. Yo vuelvo a mirar mi cámara, ilusionada, y no puedo esperar a estrenarla. Seguro que mi profesor Addams estará encantado cuando le diga que tengo un objetivo nuevo. Y las fotos serán de mucha mejor calidad. Esto es genial.
—¿No estará Betty celosa? —pregunta Jared cuando ve que vuelvo a juguetear con la cámara.
—Betty se ha ganado su jubilación —murmuro—. Merece descansar en paz en mi estantería.
Él sonríe y me acerca un poco más. No entiendo el por qué hasta que baja la voz junto a mi oreja.
—Tengo una condición con esta cámara.
—Ya me das miedo —susurro también.
Su sonrisa se vuelve más divertida cuando me me mira.
—Si quieres usarla, tienes que dejarme hacer una cosa.
—Eso es chantaje.
—Es una proposición —se defiende.
Entrecierro los ojos.
—¿Qué cosa?
—Es muy sencilla.
—¿Qué cosa, Jared?
—Dejar que te fotografíe yo a ti...
Su sonrisa se ensancha.
—...como yo quiera.
—No me gusta que me hagan fotos. Y no estoy muy segura de qué quiere decir esa última parte.
—Quiere decir que será con y sin ropa.
Si mi cara antes era roja, ahora debe estar radiactiva. Me giro enseguida para asegurarme de que nadie lo ha oído. Menos mal que estamos un poco apartados. Le dedico mi mirada de odio profundo por avergonzarme hasta que me doy cuenta de que... está hablando en serio.
—No —digo enseguida.
—¿Por qué no?
—¿Hace falta que te lo explique?
—Sí.
—¡Porque... no! Mira lo que pasó con la última foto que me hice de ese estilo. Nick la publicó en Internet.
A Jared se le frunce el ceño al instante.
—Yo no soy Nick.
—Lo sé. No lo digo por eso.
—¿Entonces?
Me aclaro la garganta, incómoda.
—¿Tenemos que hablarlo aquí?
Suspira y, gracias a los cielos, me hace caso y lo deja pasar. Aunque volverá a sacarlo en algún momento, estoy segura. Y yo seguiré negándome.
De eso me gustaría estar más segura.
Aunque...
No.
...la perspectiva de él haciéndonos fotos sin nada puesto...
No. De eso nada.
...no es que sea desagradable.
Mierda, tengo que pensar en otra cosa o volveré a ruborizarme como una idiota.
Poco después de terminar con los regalos, Tex arrastra a Jared al patio trasero para jugar con la nieve. Por mucho que me suplica con la mirada que lo salve, no lo hago hasta cinco minutos más tarde. Me pongo de pie, dejando a los demás en el salón, y cruzo la cocina para alcanzarlo. Sin embargo, me detengo cuando noto que alguien me sigue. Dan, su padre. Me detengo con él junto a la puerta de cristal.
—No creo que la cosa haya ido muy bien —me dice, señalando a Jared con la cabeza.
Él nos da la espalda mientras soporta con toda su paciencia infinita que Tex le tire bolas de nieve, entusiasmado. Pobrecito. Iré a rescatarlo en cuanto pueda.
—Sí ha ido bien —no sé por qué, pero tengo necesidad de fundarle la falsa esperanza de que esto puede ir a mejor aunque algo me dice que no será así—. Solo... está un poco tenso.
—Jared siempre está un poco tenso, ¿no?
Lo miro con curiosidad. Dan sigue teniendo una sonrisa amable en los labios.
—¿Puedo... puedo preguntarte algo?
—Sí, claro —parece sorprendido—, ¿de qué se trata?
Lo pienso un momento.
—¿Por qué... le llamas Jared?
Si antes parecía sorprendido, ahora todavía más. Levanta una ceja.
—Es su nombre, Brooke.
—Sí, pero... todos los demás lo llaman Jed... ¿no?
—Yo elegí ese nombre. Creo que tengo derecho a usarlo.
No me pasa por alto que no se molesta en responderme directamente. Porque esa no es la respuesta real ni de lejos. Cada vez se parece más a su hijo.
Estúpido Jared.
Abro la boca para decir algo más, pero él se me adelanta.
—No me esperaba tener la oportunidad de decir esto jamás, pero creo que Jared es realmente feliz contigo.
Parpadeo, sorprendida por el cambio de rumbo.
—Yo... oh, bueno...
—Puede que hoy estuviera un poco tenso, pero me alegra ver que tiene a alguien en su vida que cuida de él. Ya sabes a lo que me refiero.
Sí, lo sé muy bien.
Sigo sin saber qué decir cuando me da un apretón amistoso en el hombro.
—Solo espero que no te dé muchos dolores de cabeza —añade.
—No... bueno... —¿por qué estoy tan nerviosa de repente?—. ¿Qué novio no da dolores de cabeza?
Suelto una risita un poco nerviosa cuando intento dar un paso atrás y sus dedos se aprietan casi imperceptiblemente en mi hombro.
—¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
Aparto la mirada, incómoda sin saber muy bien por qué.
—Eh... dentro de unos días hará... mhm... nueve meses.
—Nueve meses. Eso es mucho tiempo.
—Sí.
Doy por sentado que la conversación ha terminado e intento dar un paso atrás, pero me tenso completa e indudablemente cuando él me retiene moviendo su mano hacia mi nuca.
—¿Y eres feliz con él? —pregunta.
—Mucho —digo enseguida—. Creo que debería ir a...
Me corto a mí misma, asustada, cuando la puerta de cristal se abre con tal golpe que casi estallan los cristales. La mano de Dan desaparece de mi nuca cuando Jared pasa por mi lado hecho una furia y se pone entre nosotros, agarrándolo del cuello de la camiseta y empujándolo hacia atrás. Su padre da unos pasos hacia atrás y choca con la encimera, sujetándose el cuello.
Y, sin embargo, no parece sorprendido. En absoluto. De hecho, por su expresión, diría que lo ha estado esperando.
Un momento, ¿dónde está Tex? Escucho su voz en el salón. ¿Ha entrado y ni siquiera me he dado cuenta? Sí que estaba absorta en los nervios de la conversación.
Veo que la espalda de Jared está completamente tensa cuando me esconde tras ella. No entiendo nada, pero de alguna forma agradezco que haya aparecido.
—No vuelvas a tocarla —le advierte en voz baja a su padre.
—Relájate, Jared —él le resta importancia con un gesto—. Solo habl...
—No era una sugerencia —le espeta de malas maneras—. No vuelvas a hacerlo en tu vida.
Dan deja de sonreír por fin y lo mira fijamente. Quiero alargar la mano y agarrarme a Jared para que no vuelva a lanzarse hacia delante, pero estoy tan impresionada que no puedo moverme. Además, no sé hasta qué punto agradecería que interviniera en esto.
—Muy bien —dice Dan finalmente—. Ni siquiera la rozaré si es lo que quieres.
Jared no se relaja en absoluto. De hecho, parece que se tensa aún más.
Vale, me da igual si se lo toma a mal o no. Estiro la mano hacia la suya y echo una ojeada a Dan antes de tirar de él hacia fuera. Jared se suelta de mi mano y baja las escaleras del porche. Cierro la puerta de cristal con suavidad —no sé cómo no se ha roto— y lo sigo, confusa.
—¿Estás bien? —pregunto cuando se queda de espaldas a mí.
—Sí.
—Jared... yo... ¿qué pasa?
—Nada —me dice en voz baja, pasándose la mano por el pelo.
Agacho la cabeza un momento, algo decepcionada.
—Cariño, habla conmigo —me acerco, cautelosa, y le pongo una mano en el brazo—. ¿Qué está mal?
Me quedo pasmada cuando quita su brazo de mi toque, como si quemara. Nunca había hecho esto. Nunca me había rechazado. Y me siento peor que si me hubiera dado una patada en el estómago. Mucho peor.
Mi mano se queda suspendida en el aire un momento antes de que caiga inerte a un lado de mi cuerpo.
—No deberíamos haber venido —dice finalmente.
—Jared, las cosas estaban bien hasta ahora, ¿qué ha cambiado?
Esboza una sonrisa irónica sin mirarme.
—Tú eres el único que está tenso, ¿se puede saber qué te pasa? —insisto.
Él se gira hacia mí y me dirige una mirada gélida. Casi doy un paso atrás por puro impulso, pero me contengo.
—Él —señala la cocina con la cabeza—. Eso es lo que me pasa.
—Pero... se ha portado bien con todo el mundo. Ha sido muy simpático conmigo.
Si mi intención era calmarlo, creo que estoy consiguiendo lo contrario. Le empieza a palpitar un músculo de la mandíbula.
—¿Simpático? —repite en voz baja.
Me paso las manos por la cara, frustrada.
—¿Puedes decirme qué está mal? —casi le suplico—. ¿Qué pasa? ¿No han ido las cosas bien?
—Las cosas nunca van bien cuando él está presente.
—Jared, estás siendo desproporcional, él no...
—¿Desproporcional? —esta vez, sí se ríe irónicamente—. No sabes nada, Brooke.
—¡Pues no, no sé nada porque nunca me cuentas nada! ¡Absolutamente nada!
Mi repentino ataque de rabia lo pilla desprevenido, porque la ironía desaparece por completo de su expresión.
—¡No me dices qué pasa, no dejas que te toque y te atreves a ponerte irónico cuando no entiendo nada! ¿Se puede saber qué pasa, Jared? ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que te deje solo? ¿Que me quede contigo? ¿Qué demonios quieres?
Se queda callado por unos instantes, mirándome. Me da la sensación de que algo en su mirada se suaviza.
Pero no lo suficiente, porque aprieta los labios.
—Quiero irme. No sé ni qué hago aquí.
Parpadeo cuando se da la vuelta y entra otra vez en casa de su madre, hecho una furia. Yo me quedo casi cinco minutos enteros fuera antes de pasarme las manos por el pelo y volver a entrar.
Y lo que me encuentro es a Cassie intentando detener a su hermano, que arrastra nuestras maletas pequeñas hacia el coche de nuevo. Gail no se molesta en hacer nada. Supongo que sabe que no servirá.
Cuando Jared sale de su casa, me giro hacia ella.
—Lo siento —murmuro.
—No es por ti, Brooke —me asegura Gail—. Ya nos veremos en otra ocasión. Podéis volver cuando queráis.
O cuando quiera él, más bien.
Me despido brevemente de Cassie y me da lástima no tener la oportunidad de hacerlo con los demás, pero no me queda otra que subirme al coche del loco que dudo que en estos momentos esté en condiciones de conducir.
Me cruzo de brazos, irritada, cuando él da marcha atrás y sale de la calle sin decir una palabra. Tiene las manos apretadas en el volante. Y yo en mis brazos. Y estamos los dos en silencio, cada uno más enfadado que el otro.
Nunca pensé que un trayecto en coche pudiera llegar a ser tan largo. El silencio se me hace sofocante e insoportable y abro un poco la ventanilla pese a que fuera hace mucho frío.
—Cierra eso —me dice al verlo.
—Cállate, Jared.
—Hay maldita nieve fuera, ¿quieres ponerte enferma?
—¡Lo que quiero es no tener que salir corriendo de casa de los padres de mi novio!
Veo que un músculo en su mandíbula va tensándose más a medida que las palabras van saliéndome de la boca, pero ahora mismo me da igual que esté enfadado.
—Tu madre se merecía que te despidieras de ella en condiciones. Y Cassie. Y Robert. Y los demás.
—Déjame en paz.
—No, Jared. Estás demasiado acostumbrado a que la gente te deje en paz, pero yo no pienso hacerlo. Has sido un imbécil.
—Pues como siempre —masculla.
—No, Jared. Tú no eres un imbécil, pero tienes tendencia a portarte como si lo fueras.
Lo miro con el ceño fruncido y él no se digna a girarse ni por un momento.
—¿No me vas a decir nada? —preguntó, enfadada.
—¿Y qué quieres que te diga, Brooke?
—¡No lo sé! ¡Qué ha pasado, por ejemplo!
—Nada —dice secamente.
Lo miro, perpleja, antes de soltar una risa irónica y dejarme caer en el asiento. Él me mira de reojo.
—¿Qué?
—Nada —repito—. Te gusta mucho esa palabrita, ¿no? Pues yo voy a empezar a usarla contigo también. Nada.
—Brooke...
—Si no me vas a dar una explicación, no te molestes en hablarme.
Pasan unos segundos en silencio en los que yo miro por la ventanilla, enfadada. Frunzo el ceño cuando veo que toma un desvío que conozco demasiado bien.
—Oh, no, de eso nada —le aseguro enseguida.
—¿Qué? —me frunce el ceño.
—¡Que no pienso ir a tu casa! Llévame a la residencia.
Aprieta los labios.
—No.
—¡Jared!
—No seas cría, Brooke.
—¡¿Que yo no sea...?!
Oh, oh.
Ya me ha sacado la vena de histérica.
—¡Para el coche!
Se queda mirándome un momento antes de centrarse en la carretera otra vez.
—¿Qué...?
—¡Que pares el coche!
—No.
—¡No te lo estoy pidiendo, te lo estoy exigiendo!
—No te dejaré en medio de una carretera cualquiera de noche, Brooke.
—¡Si no me vas a llevar a mi habitación, iré andando!
—No pienso parar el coche.
—¡Jared, lo digo muy en serio!
Suelta una palabrota en voz baja y detiene el coche en el arcén. Cuando hago un ademán de salir, él da la vuelta en redondo y empieza a conducir en dirección contraria.
—Ya te llevo a la residencia, ¿contenta?
—No. En absoluto.
—Pues bien.
—Pues vale.
Me vuelvo a cruzar de brazos y él aprieta los labios, pero ninguno dice nada más en todo el camino.
Noto que la tensión en mis hombros va en aumento a medida que veo que se acerca a la residencia. Y me da la sensación de que él se encuentra en la misma tesitura. Estoy enfadada, agotada física y emocionalmente y, ahora mismo, solo tengo ganas de llorar o estampar algo contra una pared.
En cuanto detiene el coche delante de mi residencia, bajo de un salto y me dirijo directamente a la parte de atrás. Él ya está sacando mi maleta. Se queda un momento mirándome sin llegar a dármela.
—Brooke, yo...
Enfadada, se la quito de la mano y voy directa a la puerta de la residencia. Y justo tiene que coincidir con uno de los pocos días en que está cerrada. ¿Por qué solo la cierran cuando quiero entrar rápidamente? Maldita sea. Lanzo la maleta al suelo de malas maneras y empiezo a buscar en mi bolso. Jared se detiene a mi lado y hace un ademán de decirme algo.
—No quiero oírlo —le espeto.
—No me iré sin haber hablado contigo.
—¡No has querido hablar conmigo hace un momento, así que ahora no finjas que quieres hacerlo!
—¿No puedo haber cambiado de opinión?
Oh, ese tono de voz es nuevo. Está empezando a perder los nervios conmigo. Nunca le había pasado.
Mucho estabas tardando en dinamitar su paciencia.
—¿Por qué solo podemos hablar cuando a ti te apetece? —pregunto, enfadada—. ¿Por qué nunca me escuchas?
—¿Que yo no te escucho? —repite, perplejo.
—¡No, no lo haces! ¡Siempre que intento hablar contigo, te cierras completamente!
Por fin, las malditas llaves. Pero no me sirven de nada, porque en cuanto abro y empiezo a ir hacia la escaleras, él me sigue.
—Déjame en paz, Jared —le advierto.
—No me iré estando enfadados.
—¡No estoy enfadada, estoy furiosa!
—¿Y quieres pasarte así el resto de la noche? ¿No prefieres hablarlo, joder?
Me detengo delante de mi puerta y me giro para encararlo.
—¿Hablar de qué? ¿De que nunca me cuentas nada?
—¿Que nunca te cuento nada? ¿Tienes idea de lo mucho que sabes de mi vida?
—¡No sé nada de ti!
—¡Lo sabes todo! ¡Nunca hablo de nada con nadie, pero siempre intento hacerlo contigo porque sé que te gusta!
—¡No deberías hacerlo porque a mí me guste, Jared, deberías hacerlo porque es lo que quieres!
Es en este preciso momento en que me doy cuenta de que hay, al menos, diez cabezas asomadas por el pasillo mirándonos desde sus habitaciones. Intento decir algo, pero Jared lo ignora completamente y me obliga a centrarme en él otra vez.
—¿No puedes entender que no es tan sencillo como eso? —me pregunta, frustrado.
—¿El qué? ¿Hablar conmigo?
—¡No, Brooke! ¡No contigo, con todo el mundo!
—¡Debería ser fácil hablar conmigo! ¡Siempre intento que lo sea!
—¡Y yo intento ser lo más abierto contigo que puedo! ¡Joder, lo intento, pero no puedes obligarme a ser alguien que no soy!
—Si tanto sientes que te obligo a ser lo que no eres, no sé qué haces aquí.
Meto la llave en la cerradura y un escalofrío me recorre el cuerpo entero cuando pone una mano sobre la mía. Incluso en una situación así mi sistema nervioso está de su parte.
—Estoy aquí porque te quiero —me dice en voz baja—. Si cualquier otra persona en el mundo se enfadara conmigo y quisiera encerrarse en su habitación, la ignoraría, pero no puedo hacer eso contigo, Brooke.
Intento no mostrar el efecto que sus palabras tienen en mí. No puedo. No ahora.
—No uses las llaves que te he dado —mascullo sin mirarlo.
Abro la puerta y, sin mirar atrás, me meto en mi habitación y cierro a mis espaldas.
Maldita sea.
Dejo la maleta bruscamente en el suelo y me entran ganas de llorar casi al instante en que me quedo sola.
Me paso las manos por la cara e intento no llorar con todas mis fuerzas, pero a cada segundo que pasa siento que el oxígeno de la habitación va disminuyendo y formándome un nudo en la garganta.
Nunca me había sentido así por pelear con alguien. No me pasó con las mil veces que discutí con Nick. No me pasó cuando me peleé mil veces con Sam. Ni siquiera con Lexi. Esto es horrible.
Ni siquiera recuerdo por qué ha empezado la discusión, pero cada vez que pienso en ella me doy más y más cuenta de que me parece una tontería. Y mi enfado va desapareciendo. Al menos, con él. Porque comigo misma se multiplica por mil.
Mierda, ¿qué he hecho?
Vuelvo a la puerta precipitadamente y miro a ambos lados del pasillo. Las cabezas siguen asomadas, pero me da igual. Mi corazón se acelera cuando vio que Jared está yendo a las escaleras.
Y aquí llega el momento drama.
—¡Jared, espera!
Se detiene de golpe y se da la vuelta, sorprendido. Menos mal que lo hace, porque me pilla justo en el momento en que me lanzo —literalmente— sobre él. Da un paso hacia atrás y me rodea con un brazo para mantenernos en equilibro. Mis pies no tocan el suelo cuando le rodeo el cuello con los brazos y escondo la cara en su cuello.
—Lo siento. No quería decir todo eso —digo atropelladamente—. De verdad que no quería.
Noto que su cuerpo se relaja bajo el mío y me coloca la mano libre en la nuca. Sus dedos se aprietan en mi cadera.
—Yo también lo siento, Rocky. Te voy a contar lo que me pidas. No hoy, pero... te lo voy a contar.
No puedo más. No quiero estar así con él. No con Jared. Me separo un poco y le sostengo la cara con las manos. Me da la sensación de que ya lo esperaba, porque responde al beso incluso con más ganas que yo. Hundo los dedos en su pelo para acercarlo incluso más mientras noto que me mueve para que le rodee la cintura con las piernas. Ni siquiera me he dado cuenta de que se estaba moviendo y no sé cómo no nos hemos matado, pero escucho una puerta y abro los ojos. Estamos en mi habitación.
Noto mi espalda pegada a la pared que hay junto a mi puerta y su beso se vuelve más urgente al tiempo que yo me quito el jersey y la camiseta por encima de la cabeza, quedando solo en sujetador. Noto una de sus manos acariciando cada centímetro de mi piel ahora desnuda antes de subirme la falda con un puño hasta que puede colocarse mejor entre mis piernas.
—¿Cómo demonios te has puesto una falda habiendo nevado? —protesta.
—Creí que no saldríamos de casa de tu mad... —me detengo con la respiración agitada y lo miro—. ¿En serio quieres hablar ahora de ropa?
—Tienes las piernas heladas, Brooke.
—Pues caliéntamelas y déjate de tonterías.
Lo noto algo sorprendido cuando vuelvo a besarlo, esta vez con muchas más ganas que antes, y le desabrocho el cinturón. Me corresponde al beso enseguida y me rodea uno de los muslos con una mano para levantarme un poco. Siento un escalofrío bajándome por la espalda cuando aparta mis bragas y jadeo sin poder evitarlo cuando noto sus dedos helados contrastando con mi piel ardiendo. Al cabo de unos pocos segundos, sin más preámbulos, se introduce en mí. Suelto una bocanada de aire y aprieto las piernas en sus caderas. Joder, no me había dado cuento de hasta qué punto necesitaba esto. En cuanto empieza a moverse, le rodeo la nuca con una mano y hundo la cara en su hombro. Noto su respiración agitada en mi cuello y me estremezco.
Pero cada vez que se mueve la espalda me da contra la pared y empieza a doler. Él debe notarlo, porque enseguida me sostiene con ambas manos y, en menos de un segundo, estoy tumbada en mi cama. Vuelve a colocarse y me sujeta la mandíbula con una mano para besarme sin un solo atisbo de delicadeza —y confieso que esos besos son mis favoritos— antes de seguir con lo que hemos empezado en la pared.
Un rato más tarde —un rato agradablemente largo—, estoy enroscada encima de él en la cama, con la cabeza en su pecho. Notar su corazón palpitando con calma es... relajante. Cierro los ojos cuando se mueve para acomodarme mejor y noto que me pasa los dedos por la raíz del pelo.
—Si todas nuestras discusiones van a terminar así, no me importaría discutir más —murmura.
Toda mi calma del momento se evapora cuando empiezo a reírme. Levanto la cabeza y escalo un poco en su cuerpo para tener la cara a la misma altura. Le acaricio la mejilla con los dedos y me inclino para darle un beso corto en los labios.
—No quiero que te sientas forzado a contarme nada —murmuro.
La sonrisa que tenía desaparece, pero no parece tenso o enfadado. De hecho, solo parece relajado.
—Si tardo en contarte algo, Brooke, no es por ti. Es por mí. Confío en ti —frunce ligeramente el ceño—. Más de lo que probablemente crees.
—No tienes por qué contármelo si no quieres.
—¿El qué?
—Lo de... de tu padre. El por qué has querido irte de esa forma.
Esta vez noto que se le tensan los hombros. Mierda. Vuelvo a besarle en los labios, esta vez de forma prolongada, hasta que noto que vuelve a relajarse.
—No hablemos de él —murmura.
—Está bien —accedo.
Vuelvo a besarlo en los labios y en las comisuras antes de recorrer su mandíbula. Finalizo con un beso bajo su oreja, justo donde él suele dármelos, y vuelvo a acurrucarme para dormirme.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro