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𝟖


𝐑𝐄𝐒𝐈𝐃𝐄𝐍𝐂𝐈𝐀 𝐒𝐂𝐇𝐔𝐋𝐙𝐄, 𝐁𝐀𝐇𝐈𝐀 𝐀𝐕𝐄𝐍𝐓𝐔𝐑𝐀 (𝐂𝐀𝐋𝐈𝐅𝐎𝐑𝐍𝐈𝐀, 𝐄𝐄.𝐔𝐔.)

𝐒𝐄𝐏𝐓𝐈𝐄𝐌𝐁𝐑𝐄 𝟏𝟏, 𝟐𝟎𝟐𝟓. 𝟎𝟕:𝟓𝟒 𝐀𝐌


Skye Schülze se hallaba en medio de la gigantesca cama matrimonial, recostada plácidamente por debajo de las cobijas de seda egipcia. Tras terminar de chequear las notificaciones y mensajes pendientes que tenía en sus perfiles de Facebook, Instagram, X, Wattpad y OnlyPaws, depositó su teléfono móvil —un HUAWEI Mate X3 hecho especialmente para los usuarios caninos— en la mesa de noche. Y apresuró en coger el control de mando. Encendió el televisor y sintonizó el canal 4. Lo que vio le hizo soltar un grito ahogado de felicidad y que sus ojos brillasen. Los medios estaban pasando una nota importante respecto al "producto innovador" elaborado por BM BioTec —compañía farmacéutica con sede principal situada en Bahía Aventura desde hacía nueve meses— y que muy pronto estaría disponible en todas las farmacias del país; pero aquello no fue lo que le causó alegría a Skye, sino el reloj superpuesto que yacía en la esquina superior/derecha del aparato que ponía: <<07:55 AM>>. 

Aún era temprano, había encendido el televisor con cinco minutos de sobra antes de que empezase su serie favorita y se transmitiese el último episodio. Por lo que había estado leyendo Skye en las redes, los guionistas habían preparado un final de infarto, lleno de giros y sorpresas que harían que los espectadores quedaran en completo estado de shock. Y por nada el mundo se lo iba a perder. 

A los diez segundos, y para su desgracia, el reverberante timbre comenzó a hacerse audible. 

<<¡Ahora no!>>

Miró la puerta que daba acceso al pasillo por un breve momento antes de decidir que ignoraría el llamado; así como lo había hecho hacía varios minutos. Y volvió a clavar la vista en el televisor de pantalla plana. Este era su momento privado, y no iba a perderse el desenlace por el que había estado esperando por siete largos días. Pero en cuanto el timbre volvió a sonar, seguida por una tercera y cuarta vez, Skye, ligeramente frustrada, cogió su almohada, la mordió con fuerza, gritó un par de improperios y la arrojó contra la pared oeste.  

Acto seguido, volvió a jurar por lo bajo y, de mala gana, se levantó de la cama. 

<<A la próxima...—pensó para sí al tiempo que se colocaba la bata y un par de pantuflas—, desconectaré ese maldito timbre>>.

Llegó a la puerta. Pero antes de que cruzara el umbral, se detuvo en seco. Algo más captó su atención.

Se volvió hacia su derecha y, a paso lento, se encaminó hacia el extremo opuesto de la habitación, situándose a unos pocos centímetros de la pared de la que colgaba un grupo de fotografías enmarcadas. Tres en total. La primera, de marco rosado, mostraba a una joven Skye, de cinco años de edad, acompañada por sus amigos rescatistas: Chase, Marshall, Zuma, Rocky, Rubble y Ryder. Estaban reunidos en el salón comedor del Cuartel Cachorro. Todos llevaban sombrero con forma de cono, de color magenta. Y, en la pared del fondo, se veía un cartel que ponía: <<𝐅𝐄𝐋𝐈𝐙 𝐂𝐔𝐌𝐏𝐋𝐄𝐀Ñ𝐎𝐒, 𝐒𝐊𝐘𝐄>>.

Una sonrisa leve se dibujó en el rostro de Skye. Apartó la vista y se centró en la segunda instantánea. En la parte inferior de la misma, se veía una diminuta etiqueta blanca que rezaba: "VACACIONES". En la fotografía, podía verse a la cockapoo, de nueve años, abrazada de su amado. Ambos sonreían ante la cámara. Y en la mirada de ambos se apreciaba la felicidad genuina. Detrás de ellos, y con gran claridad, se observaba un prominente gigante de metal, redondo y de color blanco; el London Eye, la rueda de la fortuna londinense, ubicada a unos escasos metros de la orilla del río Támesis.

<<Una tarde inolvidable —dijo para sí Skye. Su sonrisa aumentó tras recordar algo—, ¡y una muy divertida, además!>>

Resulta que, ese mismo día, poco después de visitar la famosa atracción turística de 135 metros de altura, Skye y Chase recorrieron un par de calles y avenidas llenas de tiendas de recuerdos antes de arribar a una feria renacentista. Curiosos, compraron un par de boletos y se pasearon por el lugar. Observaron a un montón de gente entusiasta con vestimenta de la época: Campesinos sucios, esclavos harapientos, caballeros de brillante armadura montando a caballo, bufones bailando mientras tocaban oboes y mandoras, reyes y reinas. Caminaron un poco más y arribaron a un puesto de juegos; uno de tirar una pirámide de seis latas con una pelota de béisbol. Fue cuando la cockapoo se detuvo en seco y puso una mirada perdida. Se había quedado perdidamente enamorada de uno de los premios del puesto; un gigantesco peluche con forma de conejo. Chase soltó una risilla al notar su expresión, y le prometió a Skye que ganaría ese conejo para ella. Luego de media hora, en el que se gastó la mayor parte de sus ahorros —producto de dos años de arduo trabajo y esfuerzo—, Chase logró su cometido.

La sensación de felicidad que tenía invadida a la fémina canina comenzó a acrecentarse.

<<Siempre podré contar con Chase>>

Fue entonces cuando volvió la vista hacia la última fotografía enmarcada, tomada hacía tres meses. Era más grande que las otras dos, y el marco era de plata pura. En ella, podía verse a Skye, vestida de blanco, sonriendo de oreja a oreja. A su lado derecho estaban Chase y Marshall, ambos de negro. Y, a su izquierda, aparecían Everest, Avery y Kelly, sus tres damas de honor.

Al cabo de unos segundos, y sin apartar la vista de la foto, Skye puso una pata sobre su prominente vientre.

<<Ahora soy esposa... —reflexionó—, y futura madre>>

Estas ideas hicieron que la sonrisa de Skye aumentara un poco más. Literalmente, estaba a unos cuantos meses de llegar a la mitad del camino de su vida mortal y, aun así, estaba feliz porque, en todos esos años, desde la época en que se unió al equipo Paw Patrol hasta la actualidad, había vivido grandes aventuras. Y ahora, dentro de unas cuantas semanas, un nuevo capítulo de su vida comenzaría a escribirse. Con delicadeza, frotó su vientre. <<Ya ansío tenerte entre mis patas>>, pensó. Todavía no sabía nada sobre el género del ser que llevaba dentro. Pero de lo que sí estaba segura, era que en cuanto su cachorro (o cachorra) naciera le querría y le daría todo el amor y cariño que todo hijo merece.

El estruendoso y molesto timbre sacó abruptamente a Skye Schülze de sus pensamientos. Su expresión alegre desapareció casi al instante, siendo reemplazado de inmediato por una expresión ceñuda. Los malos ánimos volvieron a consumirle. Refunfuñó. Maldijo por lo bajo. Volvió a refunfuñar y salió de la habitación. Cruzó el pasillo y, con sumo cuidado, descendió por las escaleras de mármol. 

Por séptima vez, el timbre volvió a sonar.

—¡Un momento! —exclamó con furia Skye Schülze. Trece segundos después, llegó y abrió la puerta.

Allí, en el pórtico, una enérgica samoyedo, vestida con uniforme blanco, le regaló una afable sonrisa.

—Buenas días, Skye —saludó alegremente la enfermera Rachel Holden. Pero Skye no dijo nada. Su mirada era tan fría como el acero, y penetrante como un taladro—. Wow, ¿y esa cara?

Nada otra vez.

—Jeje. No me digas... —agregó Rachel, sin dejar de sonreír—; o estabas haciendo algo y te interrumpí, o sigues siendo víctima de los cambios de humor matutinos.

Tardó un momento en responder. Pero cuando hubo recobrado la calma, Skye puso su mejor cara y dijo:

—Lo primero.

Rachel Holden dejó escapar una risilla.

—He acertado, jeje. ¿Lo ves? Nunca fallo.

Skye rodó los ojos.

<<Presumida>>

—Y bueno... —prosiguió la samoyedo, sin cambiar su tono alegre—, ¿me dejarás entrar o nos vamos a quedar aquí todo el día?

La cockapoo tardó un momento en reaccionar. Finalmente, se hizo a un lado. Rachel avanzó, pero tras poner una pata en el umbral, se detuvo en seco.

—Casi lo olvido —comenzó a decir. Entonces, regresó al exterior—. Parece que alguien te ha dejado algo.

Desconcertada, la cockapoo salió de la casa. Se volvió hacia la izquierda, encontrándose con un extraño paquete. ¿Y eso qué hacía ahí? ¿Y en qué momento lo habían dejad...? En esa milésima de segundo, Skye recordó que, hacía varios minutos, poco después de la partida de su marido, alguien había tocado el timbre. Pero debido a que en ese momento estaba contestando un mensaje de parte de Rubble, no se había molestado en salir a atender.

Rachel Holden se acercó al paquete y leyó lo que ponía la etiqueta blanca pegada en la parte superior del mismo. Estaba dirigido a Chase. Luego, leyó los datos del remitente: <<Pöppelmann TEKU>>. Skye no pudo evitar soltar una risilla tras oír el nombre de la compañía alemana, que, desde hacía tres años, comenzó a dedicarse a la fabricación y comercialización de maceteros.

—De seguro Chase ordenó otro de esos maseteros de colección. Jeje. Literalmente tiene el jardín lleno de macetas.

Se colocó por detrás del paquete. A la par, se volvió hacia Rachel.

—¿Me ayudas a empujarlo?

La samoyedo hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Tras situarse por detrás de la caja, ambas féminas comenzaron a empujar el paquete hacia el interior de la casa, arribando a la sala.

—Vaya... —dijo Rachel una vez terminado la labor—, creía que las masetas pesaban mucho. Pero este paquete resultó ser mucho más... ligero.

—Tal vez... Chase ordenó una maseta pequeña —aventuró Skye.

La enfermera canina le miró y asintió en señal de aprobación, era lógico la idea. Luego, y por alguna extraña razón, Rachel volvió a examinar la etiqueta del paquete.

Tras tener en frente de su campo de visión la parte trasera de la cabeza de la samoyedo, Skye advirtió algo que le hizo abrir los ojos como platos. Allí, encima de la nuca de Rachel, casi cercano a la base de su oreja derecha, se apreciaba un corte suturado y para nada imperceptible.

—Oye, Rachel. ¿Y ese corte?

—¿Ah? ¿Cuál corte? —preguntó, volviéndose hacia Skye. Ésta última se lo dijo—. Oh, bueno... —agregó, apartando ligeramente la vista—. No es nada. Me lo hice en el hospital. Resulta que, el día de ayer, un paciente con esquizofrenia reaccionó de muy mala manera cuando traté de suministrarle un sedante. Cogió unas tijeras y casi me cortó la oreja. Afortunadamente mis colegas estaban allí y lograron someterlo.

Para cuando terminó la breve explicación, la cockapoo asintió. Más no le creyó en lo más mínimo.

Al ser esposa de un policía, sabía de sobra cuando alguien mentía. No le había costado nada en reconocer los principales indicadores.

<<Ha vacilado antes de responder, y no me miró a los ojos cuando me brindó la explicación>>

Abandonó sus pensamientos y, acto seguido, empezó a volver la vista hacia los ojos color miel de la samoyedo. Pero a mitad de la acción, advirtió otra cosa que atrajo su total atención. En la pata delantera/izquierda de Rachel, yacía un moretón leve. Rachel se dio cuenta que estaba viendo su pata, así que apresuró en bajar la manga de su chaqueta blanca.

—M-Me lo hice en casa —respondió, casi vacilante—. Tropecé y me caí.

Skye asintió por segunda vez, pero tampoco se tragó eso. Con base en ese moretón, daba la impresión de que alguien le había apretado la muñeca con fuerza.

La cockapoo comenzó a poner a su cerebro a trabajar y analizó todas las pruebas presentadas: El corte por detrás de la cabeza de Rachel y el moretón. Si a eso se le sumaba la extraña conducta y el titubeo, así como en la pésima excusa para lo del moretón, Skye se hizo una idea de lo que pasaba. Su conclusión era precipitada, pero Skye no dudó. Ya había visto este tipo de cosas hacía mucho, cuando, por un período de dos meses y medio (Enero-Marzo/2025), trabajó como voluntaria para "Angel for Women"; una asociación destinada a ayudar —y a brindar asilo— a mujeres y féminas caninas que eran víctimas de abuso doméstico.

Dentro del interior de Skye, se encendió la llama de la ira. Si había algo más en el mundo que odiaba además de la explotación infantil, el maltrato animal, las águilas, Sweetie Harris, el ex-alcalde Humdinger y su sobrino Harold, el equipo Gatástrofe, el Duque de Flappington y "La Bombardera de la Mochila Azul", eran los abusivos. Una idea se le apareció en la mente:

<<¿Quién está maltratando a Rachel?>>

No tardó más de cinco segundos en formalizar una posible respuesta: Unai Abad Tercero, pareja de Rachel. La cockapoo no le conocía muy bien, ni siquiera sabía cómo era físicamente. Pero con base en lo que le dijo Chase hacía varios meses, en una conversación en la cena, sabía que Unai era un militar de personalidad divertida, amigable y agradable. Sin mencionar que era increíblemente eficiente en su labor.

<<"Amigable y agradable". Sí, claro —pensó Skye, molesta—. ¡Así son todos los abusivos!>>

Ante el prolongado e incómodo silencio, Rachel carraspeó.

—Eh, ¿Skye?

La aludida tardó un momento en salir de su mundo.

—Perdón, ¿me decías?

—Te habías congelado en el aire, ¿todo bien?

Skye respondió que sí. Y se reprendió mentalmente por mentir. Iba a retractarse y a confrontar a Rachel para que le dijera la verdad oculta detrás de sus lesiones cuando, y sin que pudiera verlo venir, la samoyedo se le adelantó:

—Por cierto, ¿te has enterado de que Luke Estrellas va a ir a la plaza Square a dar un pequeño concierto?

Skye Schülze se le quedó viendo brevemente. Ya sabía lo que estaba pasando.

<<Otra más que intenta cambiarme el tema>>

—Sí —respondió finalmente la cockapoo—, me he enterado. Dicen que dará inicio a la apertura del Bicentenario.

Rachel esbozó una sonrisa.

—Me gustaría poder ir a verlo —prosiguió Rachel, recobrando el buen ánimo—. Pero me temo que no se podrá.

—Vamos a mi habitación —sugirió de repente Skye—. Seguramente pasarán la apertura en la televisión.

La samoyedo le miró por un breve momento antes de soltar un grito de felicidad. Abrazó a Skye. Luego, y a paso de liebre, se encaminó a la habitación de la cockapoo. A ésta última le agradó esto, tanto que el atisbo de una diminuta sonrisa se hizo visible en su rostro. Misma que desapareció cuando recordó las lesiones de Rachel. Había un asunto por discutir. Pero optó por dejarlo para después.

.............

Idar Petrov, de diecinueve años y de descendencia rusa, conducía por la calle Sverre Olsen. Echaba de menos la cómoda cama de la suite presidencial del Hotel Plaza, de Nueva York.

<<Pero dentro de poco, el largo viaje habrá valido la pena>>

Mantuvo la velocidad por debajo de ciento diez a pesar de que, a esas horas del día, tenía la calle para él solo. Para cuando hubo llegado al final de la calle, pero antes de que pudiera torcer a la derecha y tomar Melody Avenue, sonó el móvil. Ese móvil, negro y desechable. Lo cogió y atendió el llamado. La conversación que tuvo con Diacco, la mano derecha de El Regente —más que un subordinado. Un viejo amigo suyo, de hecho—, fue breve y desalentadora. Tanto así que, en un acto inevitable, Idar soltó un suspiro. Colgó, y soltó otro suspiro. De decepción. Siguió conduciendo hasta que localizó un callejón oscuro entre dos tiendas de abarrotes, donde aparcó.

De acuerdo con lo que Diacco le había informado, el blanco estaba siendo vigilado. Así que, de momento, Idar no iba a hacer nada. ¡Rayos! Diacco le dijo que, seguramente, la situación se iba a resolver sola. Si es que todo el plan salía al pie de la letra, claro está. Pero aun así le dijo que debía estar preparado, tanto mental como físicamente. Idar iba echarse una siesta cuando, de un momento a otro, decidió primero meter la mano izquierda en el bolsillo trasero de su pantalón, de donde sacó un gran objeto. El mango estaba forrado en cuero negro, y de la base del extremo superior del mismo partía una enorme y fina hoja de metal. Lo contempló por un momento al tiempo que fantaseaba con una gran cantidad de sangre manando de un cuello degollado.


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