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𝐏𝐀𝐑𝐐𝐔𝐄 𝐍𝐀𝐂𝐈𝐎𝐍𝐀𝐋 𝐀𝐑𝐂𝐀𝐃𝐈𝐀, 𝐈𝐒𝐋𝐀 𝐌𝐎𝐔𝐍𝐓 𝐃𝐄𝐒𝐄𝐑𝐓 (𝐌𝐀𝐈𝐍𝐄, 𝐄𝐄.𝐔𝐔.)
𝐀𝐆𝐎𝐒𝐓𝐎 𝟐𝟓, 𝟐𝟎𝟏𝟔. 𝟎𝟕:𝟑𝟒 𝐏𝐌
A diferencia del Parque Nacional Yellowstone (Nevada) y el Parque Nacional Rocky Mountain (Colorado), el Parque Nacional Arcadia, que abarca la mitad de la isla Mount Desert, consumiendo un total de 192 kilómetros cuadrados, es la opción de visita para pasar las vacaciones de medio año menos pensada y casi desconocida por las familias estadounidenses. No obstante, es el lugar predilecto de los visitantes y turistas extranjeros.
Posee un aproximado de 4.500 árboles; pinos blancos en su mayoría, lagunas y ríos, algunos valles en forma de <<U>>, un par de senderos perfectos para trotar y un paisaje costero cubierto de glaciares. Es el hogar de varios animales, principalmente zorros, patos y águilas. Incluso, también, es la sede de la majestuosa Montaña Cadillac, cuya altura de 470 msnm le hizo merecedora de ser clasificada cómo: "La montaña más alta en toda la costa Este de los EE.UU.". Su imponencia le hacía digno de admiración y respeto. Y el sol que se escondía detrás de ella una vez llegado el atardecer, le daba un toque casi hipnótico. Después de todo, una vez que se hacía presente el ocaso, la montaña Cadillac cambiaba, literalmente, de color, pasando de un grisáceo azul tapia a un brillante matiz celeste. Para los turistas, que recorrían el lugar con ayuda de un guardabosques, de Lunes a Viernes entre las 07:00 AM y las 06:00 PM, esto era admirable. Tanto así que, sin dudarlo, se detenían para tomarse una foto con aquella joya natural. Sin embargo, ese no fue el caso para Judy Smollock, preadolescente de trece años. Ella corría a todo dar, con las zapatillas llenas de tierra y fango. No podía parar, aunque quisiera. Porque en cuanto llegase a detenerse, aunque sea por unos segundos, perdería la ventaja... y su vida llegaría a su fin.
<<Continúa, Judy —dijo para sí al tiempo que apresuraba el paso a pesar del cansancio—. Si deseas vivir, tienes que seguir corriendo>>.
Hacía dos horas y media, dicha fémina se hallaba en el patio trasero de su casa, arreglando los frenos de una bicicleta BMX; perteneciente a Alexis McHufield, su novia. Dentro de unos días, iban a cumplir tres meses de relación. Con esto en mente, y para cuando hubo terminado con la reparación de los frenos, Judy decidió utilizar su nuevo lápiz grabador eléctrico Dremel Engraver y grabar <<YOUR LOVE IS MY STRENGTH. THANKS FOR EXITING>> en la cubierta de los pedales.
Llevaba puesto ambos audífonos y escuchaba, a todo volumen, <<Good to be alive>>, de Meghan Trainor. Como consecuencia, jamás escuchó al intruso que trepó la cerca de madera, que degolló a su cachorro —un labrador dorado de dos años— que advirtió su presencia y estaba a punto soltar ladrido, y que, posteriormente, se le acercó por detrás y le durmió con un pañuelo de seda bañado en cloroformo. Judy despertó tiempo después —cuando ya había caído la noche—, amordaza y amarrada de pies y manos, dentro de un auto, en el asiento del copiloto. <<Morirás aquí mismo>>, le susurró su secuestrador al oído una vez que se detuvieron, en lo más profundo del parque. Acto seguido, él se apeó del vehículo. Lo rodeó. Abrió la puerta y, tras tomar a Judy de los cabellos rojizos, la sacó con fuerza y la arrojó, violentamente, al suelo. Le quitó la mordaza de la boca, y le sonrió. <<Grita todo lo que quieras, linda. Nadie te podrá oír>>. Mientras él iba de regreso al auto, a su respectivo asiento, Judy, por su parte, advirtió que sus nudos, que le mantenían sujetas las muñecas, estaban ligeramente sueltas. Con ayuda de sus dientes, logró aflojarlas más, liberándose. Iba a desatarse los nudos de los tobillos cuando el ruido de las pisadas le hizo frenar de golpe. Sintió miedo, más no se dejó vencer. Puso a su cerebro a trabajar y, a duras penas, logró improvisar un plan. Cogió un poco de tierra y la ocultó entre sus manos; haciéndolas puño. Luego se echó boca abajo.
El secuestrador se detuvo ante ella, le admiró por escasos segundos. Anhelaba infligirle la tortura de una vez. Misma que había infligido otras cinco veces allí.
Se acuclilló y jugó con su cabellera rojiza; era suave al tacto. Estaba a punto de soltar palabra cuando Judy, sorpresiva e inesperadamente, se volvió hacia él y, sin que pudiera verlo venir, le arrojó tierra a los ojos. El hombre retrocedió, lanzó una pulla a los cuatro vientos e instintivamente se llevó las manos a la cara. Judy no perdió tiempo, aprovechó los nanosegundos y desató sus tobillos. Ya libre, se puso en pie de un salto. Se acercó al hombre y, sin pestañear, le propinó una fuerte patada en la entrepierna. Para cuando él cayó al suelo, Judy giró en redondo y echó a correr; adentrándose en el área arbolada.
<<¡Maldita! —gritó el hombre, furioso, aún sin levantarse—. ¡En cuanto te ponga las manos encima, vas a suplicarme a que te mate de forma rápida!>>
Habían transcurrido quince minutos desde entonces.
Judy tenía la vista al frente, atenta ante cualquier cosa. Esperaba lograr divisar alguna carretera que pudiera tomar para poder encaminarse fácilmente hacia la cabaña del guardabosques del Parque y, a su vez, evitar dejar pisadas definidas que atraigan a su vengativo captor. También se aseguraba de evitar tropezar con alguna roca o de caer en algún agujero o alguna trampa oculta. Si se lastimaba, sería el fin. Su fin. Descendió una pequeña colina, atiborrada por una extensa estela de arbustos de hiedra venenosa que le llegaban a la altura de las rodillas. Sus jeans no tan largos no le protegieron por completo. Ahora los tobillos le escocían, le quemaban. Pero se aguantó las ganas de pararse a rascarse. Saltó por encima de un tronco caído y siguió corriendo; arribando a un área llena de pinos blancos. Fue entonces cuando lo oyó..., un ruido seco y quebradizo. Se paró en seco y agudizó el oído. Volvió a captar el mismo ruido. Alguna presencia, oculta en la oscuridad, no muy lejos de su ubicación, había pisado un par de ramas.
Presa del pánico, optó por buscar escondite. Se situó por detrás de un árbol muerto; del que quedaba un tronco hueco.
Pegó la espalda al tronco y, poco a poco, se sentó sobre la tierra. Una parte dentro de sí quería derrumbarse, obligarle a aceptar el fatídico fin y hacerle a llorar a mares. Pero Judy no lo permitió, tenía mucho por qué continuar. Apresuró en guardar la calma, con ayuda de una serie de ejercicios de respiración. Para cuando su mente hubo quedado despejada de toda preocupación y miedo, volvió a agudizar el oído. No escuchó nada, qué raro. Soltó un suspiro y reunió el suficiente valor para sacar, ligeramente, la cabeza por el lado izquierdo del tronco. Trató de observar algo. ¿Había sido él? ¿Le había encontrado? Las respuestas llegaron por sí solas. De entre un par de arbustos, emergió una diminuta figura cuadrúpeda. Tenía grandes orejas, cuerpo alargado, cola larga, hocico chato, y un pelaje era de color grisáceo. Aquello hizo que Judy pegara un bote.
<<Maldito zorro —masculló mentalmente mientras se llevaba una mano al pecho—. Casi me mata del susto>>
Tras recobrar nuevamente el alivio, sostuvo con una expresión ceñuda al animal. Estaba dispuesta a ahuyentarlo, y hacerle pagar por el susto. Cogió una roca, que halló cerca a sus pies. Pero cuando estaba a punto de arrojársela, el animal levantó las orejas. Se dio media vuelta y apresuró en correr, despavorido.
<<Extraño. Algo le ha asustado. ¿Pero qué...?>>
Un nuevo ruido, que se oyó detrás suyo, a unos escasos metros, hizo que Judy volviera a la realidad y sintiera nuevamente el terror, esta vez a grandes escalas.
Giró con lentitud. Entornó los ojos y, a duras penas, advirtió, entre dos pinos blancos, el contorno de una figura oscura. Lanzaba suspiros pesados; como si se tratasen de gruñidos. Era enorme, casi del tamaño de un oso macho. Y sus ojos, rojos por la irritación, echaban chispas. Judy sintió pánico. Mismo que aumentó cuando observó el objeto que la figura llevaba en la mano derecha; un cuchillo de cazador. La figura soltó una risa tenebrosa y musitó algo ininteligible, y dio un paso al frente. Durante aquella fracción de segundo, y movida por el instinto de supervivencia, Judy Smollock le aventó la piedra que había cogido. Se puso en pie de un salto y salió pitando del lugar.
—¡Auxilio! —gritó a los cuatro vientos—. ¡Ayúdenme, por favor!
Luego de dos minutos de huida, sintió que el corazón le latía con fuerza y los músculos de sus piernas, sufrieron el efecto del sobreesfuerzo. Ahora el cansancio se la estaba poniendo difícil.
Atravesó un par de arbustos, también de hiedra venenosa. Debido al gran tamaño de estos, sus descubiertos brazos y manos no se salvaron. Mandó al Diablo el escozor y prosiguió. Rodeó una gran roca. Esquivó a una familia de conejos. Pisó un charco. Saltó un mediano tronco y... ¡Carajo! Su pie derecho aterrizó en una madriguera poco profunda. Volvió a mascullar por lo bajo al tiempo que sacaba el pie. Su tobillo estaba morado e hinchado, le dolía con fuerza. Optó por hacerse la valiente, y resopló. Con dificultad, se puso en pie y, poco a poco, volvió a andar. El trayecto era tortuoso —por no decir tardado—, pero Judy lo ignoró. Tras recorrer un par de metros más, se percató que los árboles, que tenía enfrente, parecían cernirse sobre ella. No le dio mucha importancia y persistió. A su vez, levantó la cabeza y dio un rápido vistazo al cielo. La luna, cuyo brillo era increíblemente claro, parecía estar... ¿retrocediendo?
Sin saberlo, Judy Smollock había estado subiendo una pendiente, de un risco discreto. Y por tener la vista clavada en la luna, no advirtió el peligro que tenía enfrente. El paso en falso que dio le puso en alerta máxima, pero fue demasiado tarde para reaccionar. La gravedad y el peso de su cuerpo hicieron el resto. Judy cayó al vacío. Y sus gritos de terror resonaron en el ambiente, haciendo eco.
.............
El dolor de cabeza era fuerte, insoportable. Así lo percibía Judy mientras recobraba el conocimiento. También advirtió un líquido, de consistencia espesa, creciendo por debajo de la sección de su sien que estaba apoyada contra una textura rasposa y húmeda.
Abrió los ojos y lo primero que observó fue una extensa carretera, desierta. Trató de levantarse. Pero la acción le fue imposible, por no decir dolorosa. Ahora también le dolía el brazo derecho y el hombro..., y la cadera. Intentó pedir auxilio, pero solo logró dejar escapar un fino hilo de sangre.
—Te has roto la espalda —le dijo una voz cercana.
Debido a su posición, Judy no pudo verle la cara a esa persona. Ni era necesario, sabía de sobra quien era.
Un par de pasos acompasados resonaron a continuación. Y frente al campo de visión de Judy, se materializaron unas botas negras, de trabajo. Con lentitud, la figura se acuclilló. Tras tener frente a frente a la preadolescente, le lanzó una mirada carga de ira.
—¿En serio pensaste que podrías escapar?
La chica seguía sin hablar. Su mirada se empañó.
—Te dije que me la ibas a pagar caro, linda.
—P-Por favor —alcanzó a decir Judy, con dificultad—. Ayúdeme.
El hombre se le quedó viendo por un largo rato. Luego, metió una mano en su chaqueta de cuero y sacó su cuchillo.
—Éste es tu fin, niñita.
Judy Smollock gimió y dejó escapar un par de lágrimas. Estaba a punto de volver a suplicar. Pero la puñalada en la espalda le hizo aullar de dolor. Miró el rostro de su futuro asesino. Y con base en su fría sonrisa, daba la impresión de que el sujeto se estaba divirtiendo.
—Me tomaré mi tiempo contigo —siseó él. Entonces, asestó la segunda puñalada.
[1.883 PALABRAS]
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