Los días pasaron y a pesar de la enorme tristeza que tenía, había decidido seguir yendo los días que hacían falta para que se terminara el semestre. Trabajé varios días hasta que por fin di por terminado mi cuadro…, mi obra de arte.

Me encontraba en el salón de exposiciones de la feria de arte y más de una persona que pasaba por donde estaba puesto mi cuadro no podían evitar parar a mirarlo fijamente.

La maestra Argüello, se paró frente aquel lienzo y por la expresión que había en su rostro era claro que no entendía nada. Se giró hacia mí como queriendo una explicación.

—Hablan de paz cuando ni siquiera han sido capaces de contemplar un atardecer, esos atardeceres que con sus colores irradian más de una emoción; o llegar a sentir ese sentimiento inefable que produce el observar ese maravilloso regalo que es la luna. Tantos sentimientos en un mismo lugar; así como lo era aquella pintura para mí. Muchos sentimientos indescriptibles plasmados en en un lienzo.

Una cofia asegurada por un wimple con un velo en la parte posterior. La túnica del hábito es lo suficientemente larga para llegar al suelo…; y aquel rostro, un rostro que reflejaba un sentimiento pero no se podía descifrar cuál.

La expresión de aquella mujer aún era de confusión.

—¿Jamás pensó que eso era lo que yo quería? Como puede ver he sabido ocultarle al mundo mi verdadero ser.