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Prólogo


Kakashi sabía que la encontraría en el campo de entrenamiento. Ella iba siempre ahí cuando necesitaba soledad eligiendo los horarios en que nadie se encontraría en práctica. Se sentaba bajo la sombra del árbol más frondoso, justamente el más cercano al pilar en el que había quedado atrapado Naruto, durante el primer día que se iniciaran como sus alumnos.

Recordaba ese día como si fuera ayer. Un discípulo con un desempeño prominente, fiel reflejo de su familia. Otro con mucha energía y un gran pasado, el hijo de su propio sensei, problemático y con un corazón enorme. Y luego, detrás de esas promesas, venía ella; esa menuda niña de enormes ojos jade y cabellos rosados, aplicada y obediente como ninguna, sin nada especial pero única en su clase.

Captó su completa atención cuando la vio llegar junto a sus compañeros. Algo sucedió en su interior la primera vez que le habló dirigiéndose a él como su futuro sensei. Ese leve sonrojo que le floreció en las mejillas mientras lo miraba desde abajo con los ojos bien abiertos, lo cautivó. De inmediato sintió que ella tenía algo que lo enloquecería y que no le sería indiferente en ningún sentido, aunque no llegara a entender en ese momento que era.

O no quería entenderlo.

Ella era tan pequeña, tan pura e inocente... tan indefensa.

Y él era su sensei. Catorce años mayor. Con experiencia, uno de los mejores de su generación entrenado por el mismísimo cuarto, y el encargado de formarla en el arte ninja, en guiarla hacia un futuro como shinobi.

Solo eso.

Nada más.

Y no comprendía porque cada nueva mañana, ni bien se miraba al espejo antes de desayunar para acudir a dar clases, debía recordárselo. No le encontraba sentido a ese ritual que inconscientemente respetaba cada día, pero lo necesitaba. Sentía que así, al verla a los ojos, todo estaría bien.

Respiró hondo buscando su chakra.

Allí estaba. Aun no la veía pero ya sentía la dulzura de esa energía. Y ya no era la de una niña. Ni siquiera indefensa, en la que de esa inocencia solo quedaban los sonrojos.

Normalmente no se acercaba tanto, era más cómodo para ambos observarla desde lejos, sobre todo cuando la encontraba en aquel lugar, al que ella acudía en busca de la calma de la soledad.

A veces, cuando no alcanzaba a ocultar su propio chakra a tiempo, pasaba con su andar despreocupado y casual, y la saludaba. Aunque de casualidad no tenía nada.

Pero, la mayoría de las veces, Kakashi realmente prefería observarla.

Apreciar sus facciones relajadas en esos instantes en que ella se abstraía dentro sus pensamientos, lo calmaban. Como el cabello se le desordenaba con la brisa resaltando esos hermosos ojos jade al ondear sobre ellos, y el gesto que hacía con sus labios cuando le picaban la nariz, le robaban más de una sonrisa inadvertida.

Realmente ya no era una niña. Para nada. Si bien su cuerpo era menudo y delgado, la madurez en ella había obrado maravillas al brindarle esas delicadas y sutiles curvas que le conferían una elegancia que pocas jóvenes de su generación tenían. Pero sin dudas, lo que más le fascinaba en ella eran esos hermosos ojos jade, y la forman en la que lo veían. Ella no miraba a nadie como a él, con esa ilusión y apocamiento que muchas veces le llevó a pensar que él no le era indiferente, aunque rápidamente lo descartara. Ella era prohibida.

Así que se conformaba con eso, del disfrute y la tranquilidad que le brindaban el observarla desde lejos, de esa sensación de que todo en su vida estaba en el correcto lugar cuando al menos podía tenerla así.

Y era en esos momentos en que se otorgaba a sí mismo la licencia para permitirle a su mente volar, saboreándola de otras formas, incontables formas, que muy pocas personas podrían llegar a comprender.

Sabía que no era del todo apropiado poseerla así en sus pensamientos, pero ese era su más recóndito secreto y, sinceramente, ya había dejado de sentir culpa por ello. Porque así, de esa forma tan privada, ella era suya, completamente suya. Y por más que su viciosa fantasía la añorara de miles de formas impúdicas, su sentir hacia ella era profundo y sincero.

A partir del primer día en que la conoció se preocupó por ella, ocupándose de su bienestar desde la clandestinidad. Sabía que no había sido el mejor sensei. Mucho no llegó a enseñarle. Pero la respetaba, profundamente, más allá de la inutilidad que ella misma se adjudicara. Intuía que debajo de toda esa fragilidad existía algo grande y le pesaba en cierta medida no haber sido él quien lograra hacerla florecer como shinobi.

Siempre la cuidó. Aunque ella no lo supiera o no se lo pidiera. Atento a cada paso, a cada uno de sus movimientos, siempre estaba al corriente de donde se encontraba en todo momento. Necesitaba saberlo, por si tenía que interferir y rescatarla de algún peligro.

Al principio encasilló esa necesidad como un mero acto machista, aunque no se considerara un hombre de esa clase. Pero eso no aplicó más cuando Sakura, con un simple puñetazo que no significara esfuerzo alguno para ella, pudiera romperle más de tres huesos juntos.

Y aun así, necesitaba protegerla.

Quizás en algún punto seguía viéndola como esa niña dulce, metódica y frágil. Su niña obediente, aplicada. Su niña rosa...

Aunque ya no fuera más una niña... Y eso comenzaba a ser un problema. Porque cuando asumió como hokage ella floreció como mujer en toda su expresión, como una hermosa, fuerte y deseable mujer. Y no solamente él lo notó. Su instinto protector recrudeció de una forma que nunca había experimentado, y fue así que se encontró lamentándose por la escaza libertad y tiempo que le dejaba su nuevo cargo, para procurar por el bienestar de su niña rosa.

Claro que ese no fue un impedimento para seguir velando por ella. Un ANBU de su entera confianza y reserva había sido designado especialmente para ese trabajo. Y si bien le traía algo de tranquilidad, no le agradaba y para nada. Otros ojos que la seguían, que la vigilaban tan de cerca todo el tiempo, lo mortificaban. Su vena posesiva rumiaba bronca cada vez que tenía que enviarlo a Seiyi, su amigo ANBU, a que lo cubriera.

Aun así lo prefería, porque era peor no guardar por la seguridad de la joven.

Pero, más allá de todo, lo que realmente le atormentaba en esos días era no llegar a entender la clase de fijación que tenía para con ella. Una fijación que superaba a cualquier exigencia de exclusividad que aplicara con aquellas mujeres dóciles que él eligiera. Nunca le había sucedido algo así. Nunca se había sentido así de abrumado, con ese celo profundo que lo tenía pensando en ella cada día, tan perdido y tan complacido al mismo tiempo.

No le buscó un nombre a lo que sentía. No era hombre de indagar demasiado dentro de sus emociones. No entendía nada y prefería no entenderlo. Dejarlo así le permitía estar cerca de ella, sentirla, disfrutarla observándola o de algún roce casual, sin caer en cuenta de que sólo eso era lo que podría ser para ella. Su ex sensei, su superior, su....amigo.

Nada más.

Aunque por alguna razón ese último título le daba cierto repelús al tan solo considerarlo, era el que le permitía estar más cerca y de forma más íntima.

Y así funcionaría por años.

Y funcionaría bien.

Hasta ese día.

Ese día era especial. Era el cumpleaños de Sakura, su dieciocho cumpleaños.

Una edad en la que legalmente se abandona la adolescencia para convertirse en un ciudadano en completo ejercicio de esa definición. Ella ya hacía años que había dejado atrás la adolescencia, de forma prematura para su gusto, pero aun así el simbolismo del número lo investía de una cierta importancia.

Y estaba sola, buscando soledad en ese lugar en su día especial.

Respiró hondo cuando al fin divisó la silueta de la joven acomodándose contra el árbol.

Lucía tranquila. Cualquiera que la viera no llegaría a notar la tristeza que sus verdes ojos derramaban, gritando a mil voces lo que su semblante no llegaría a dejar entender.

Que no quería estar sola.

Seguramente Shizune y Shikamaru lo reprenderían por desaparecer tan temprano, pero eso sucedería mañana, porque esa tarde no regresaría. Hoy no podía faltar a esa cita autoimpuesta.

Ninguno de los amigos y compañeros de Sakura estaban para festejar junto a ella. Sasuke nunca estuvo. Pero sí Naruto, y él se hallaba en misión junto a Sai, Ino y Hinata, sus amigos.

Tsunade nunca fue especialmente atenta para esas celebraciones. Aun así, no se encontraba en Konoha.

Y sus padres habían fallecido en la última guerra ninja.

Estaba sola.

Bueno, no del todo. Estaba él. Siempre estaría él.

—Hace calor hoy, ¿no?

—Hey, me sorprendiste — lo miró desde el suelo, entrecerrando los ojos por la luz del sol que la cegaba.

—No seas mentirosa. Sentiste mi chakra.

Ese día no lo había ocultado, y había sido intencional.

Ella le sonrió.

—Obviamente. Pero quería ver si estabas al tanto de que no te habías escondido correctamente.

—Nunca lo hago alrededor tuyo.

—Mmmm... no te creo— frunció sus labios y sus ojos se estrecharon, retándolo.

El rió, una suave y profunda carcajada que le provocó a Sakura ese sonrojo que tanto lo enloquecía.

—Haces bien.

—Además, no son horas de que el hokage esté... ¿trabajando? ¿Velando por los ciudadanos de Konoha?

—Lo estoy haciendo.

—No, no lo haces. Estas aquí, relajándote. — Le dedicó una mirada de arriba abajo — Y ponte cómodo...– insinuó cuando lo vio apoyarse pesadamente en el árbol en el que ella yacía sentada, aprovechando su sombra.

—Eres una ciudadana ¿no?

—Si pero-

—Y mi favorita, por cierto.

Ella giró para mirarlo nuevamente, con sorpresa en sus ojos. Ese tenue sonrojo aumentó la intensidad ni bien cruzó su mirada con la atenta de él.

Kakashi estaba convencido de que ella ignoraba por completo lo que causaba en los hombres cuando se avergonzaba. Agradecía eso. Y sabía que no tenía ni una pista de lo que causaba en él, porque realmente se esforzaba en que no se le notara.

Era hermosa cuando lucía apenada, cuando no podía controlar las reacciones de su cuerpo. Esos pequeños cambios que se sucedían realzando cada una de sus facciones, le conferían una sutil pero inigualable belleza.

Aunque no era precisamente la beldad de sus rasgos lo que lo tenía provocándola cada vez que podía. Lo que realmente disfrutaba en ella era la turbación que florecía en esos momentos, y la forma en que su cuerpo procesaba la emoción, con extrema timidez, aunque ella no lo fuera. Los colores en su rostro, ese casi imperceptible temblor en los párpados que la obligaba a bajar la mirada, como si se disculpara de las palabras que acababa de escuchar.

Y si bien era una mujer fuerte, decidida, temperamental, esas reacciones eran parte ella especialmente cuando interactuaba con él. Se había percatado de que por más que otros hombres lograran sacarla de quicio a veces, sólo él tenía la maestría exacta para provocar un abanico de reacciones que la sometían a su mando.

Y le fascinaba lo sensible que era a sus incitaciones. Demasiado sensible, casi como si hubiera sido diseñada exactamente para él.

Kakashi le devolvió la sonrisa y lentamente le extendió la pequeña cajita de papel madera, cerrada con un lazo rosa, que traía oculta tras la espalda.

— Estoy seguro de que a esto no lo sentiste.

—¿Para mí?— lo miró unos segundos sorprendida, para luego focalizarse en ese paquetito. La ilusión que asomó en sus ojos en ese instante, no tenía precio.

—Bueno, puede ser...Pero, pensándolo bien... quizás no.

—¡Ya!

Y se lo arrebató en un rápido movimiento, abriéndolo con delicadeza en la seguridad de su regazo, mientras él tomaba asiento a su lado en el suelo, rozándole apenas la pierna con la suya.

—¡Oh! Es... ¡hermoso!

El pastelillo rosado con crema de limón lucía precioso presentado dentro de la caja adornada con brillo comestible. El aroma que golpeó su rostro al abrir las solapas superiores, la incentivó a acercar el preciado paquete a su nariz, en un intento de retener sólo para sí misma la mezcla de sabores que se diluía delicadamente en el aire.

—Y...mmmm....delicioso. Es de cereza con... ¡limón! — giró su rostro para mirarlo sorprendida—Es-

— Sí. Tu favorito— le sonrió debajo de la máscara, una sonrisa clara que se reflejó en la curvatura de sus ojos.

—Cómo... ¿lo supiste?

—Bueno... mi trabajo es saber cosas.

—Sí. Pero estas cosas no te hacen ganar una guerra.

—Mmmm... yo no desestimaría tanto esta clase de información.

Y en un rápido movimiento, casi casual, Kakashi intentó pasar el dedo índice por la crema.

No quería robarle de su preciado regalo. En realidad lo hacía porque sabía lo que ella odiaba que le tocaran la comida, y más si eran dulces.

—¡Hey! —Gritó alejando abruptamente el paquete de su alcance. — ¿¡Qué haces!? ¡Es mío!

El rió por lo bajo disimuladamente.

—Eh, que mala. ¿No vas a compartirme ni un poco?

—¡No! Es mi regalo. — Y le dedicó una trompita mientras fruncía el ceño en evidente enojo, protegiendo con las manos el pastelillo.

En ese instante, ante ese gesto, su sonrojo pasó de un rosado a un leve carmesí, como si esa negativa hubiera investido alguna clase de intransigencia.

Verla tímida, así de avergonzada, lo enloquecía. Pero lo que más le provocó a Kakashi, fue esa pequeña reacción ante su acoso, ese mohín de enojo casi infantil resistiéndose a sus deseos que sólo enardeció lo más recóndito de su naturaleza. Aquella naturaleza dominante, aquella que lo convertía en lo que realmente era.

La miró fijando sus oscuros ojos en los de ella en ese momento, con dureza, una mirada que exhalaba autoridad por donde se la viera. Y ella reaccionó casi instintivamente bajando el contacto visual.

Ese simple, casi inocente gesto, perceptible sólo para su ojo de amo, lo atravesó estremeciendo cada fibra de su ser, exigiendo más.

—Sakura, déjame probar del pastel. — Demandó con voz profunda, suave pero tan firme que le confería una autoridad casi imposible de contradecir. El mismo tono de mando que utilizaba cuando ejercía como superior. Pero en ese momento no se encontraba ejerciendo ningún rango y aun así su tono de voz era el mismo, y aún más penetrante.

Ella quedo inmóvil. Y su sonrojo aumentó cuando lentamente comenzó a alcanzar el pastelito a las manos de su ex sensei accediendo fácilmente a un pedido que, de venir de cualquier otra persona, hubiera rechazado rotundamente.

—No, quiero que me lo des de probar tú.

Ella suspiró comprendiendo de inmediato a lo que se refería y comenzó a acercar diligentemente el postre a los labios cubiertos de Kakashi, no sin antes procurar bajar uno de los costados de la tulipa que contenía el esponjoso dulce.

Hizo todo prácticamente sin elevar la mirada hacia el rostro de su ex sensei. Era consciente de que el pedido iba a exponerlo, debería bajarse la máscara eventualmente para poder morder del pastel.

Su corazón se aceleró ante la oportunidad que se le estaba brindando. Estaban tan cerca y todo sucedía tan lento que, si se movía con la suficiente agilidad, podría al fin conocerle el rostro completo. En tantas ocasiones lo había intentado antes, junto a sus compañeros de equipo o sola. Pero todas fueron un fracaso.

Y ahora, sólo bastaba con alzar la mirada en el momento exacto...Sólo ese simple movimiento y lo vería.

La respiración se le agitó en anticipación cuando sintió como él se deslizaba la máscara tranquilamente hacia abajo. Y no entendía por qué todo se sucedía tan lentamente, él nunca fue así de descuidado.

Pero lo que menos alcanzaba a discernir era porque demonios ella no se podía mover, porque no lo estaba mirando.

Algo en la forma en que él le hablaba ese día, en la profundidad de esos oscuros ojos al mirarla...le hacían sentir la necesidad de obedecerle. Pero, lo más extraño era que no se sentía como una obediencia impuesta. Se sentía bien, se sentía...caliente. Le agradaba demasiado la sensación que le recorría, aun sin comprenderla en absoluto.

Kakashi mordió apenas un trozo. En realidad no quería probarlo, solo le apremiaba provocarla. Había notado en ella un rasgo tan distintivo de obediencia que lo excitaba, de ese peculiar sometimiento que la señalaba como un ser sumamente especial para él, una verdadera joya, que no pudo evitar la necesidad de comprobarlo.

Y no se había equivocado. Su corazón se aceleró con ansias cuando se percató de que ella agachó aún más la cabeza en el instante en que sus labios desnudos se apoyaban sobre el postre. Atento a cada uno de los movimientos de la kunoichi, fue consciente del esfuerzo que le requería no verle descubrir su rostro al comer, obedeciendo esa antigua regla.

Sonrió satisfecho al notar el leve temblor de esos rosados labios, esa respiración pesada mientras se contenía. Y, podía jurar, que llegó a advertir una leve oscuridad bañando el profundo verde de sus iris.

Era perfecta.

Era única.

Lo estaba volviendo loco.

¿Cómo salía de eso?

—Mmmm... La señora Mikune los hace realmente sabrosos.

Sí, eso podía funcionar. Concentrarse en el pastelito...

—Si... — respondió apenas en un susurro de alivio.

—Y tengo once más en la casa de té, esperándonos.

Esos hermosos ojos se abrieron de repente.

—¿Qué?

—Es tu cumpleaños, Sakura. Y siempre te gustaron los pastelitos de limón acompañados de un buen té sencha para festejarlo. Le decías...¿cómo es que le decías?

—¡La combinación de cumpleaños más saludable! —Dijeron al unísono riendo.

—¡Que aburrida!

—¡Ey! ¡No te... burles! Siempre tuve un médico escondido en mi interior.

Ella le sonrió. Una sonrisa radiante. La tristeza que opacaba sus ojos cuando la encontró ya no existía.

Ella brillaba. En ese momento estaba resplandeciente. Hermosa. Y él había logrado eso. Su corazón se aceleró ante la revelación, llenándolo de dicha.

Y sonriéndole, ella se llevó el pastelito a la boca, propiciando un pequeño mordisco exactamente de donde él había mordido antes.

«Interesante.»

—Dios...— susurró poniendo en blanco los ojos por el placer que el sabor diluyéndose en su boca le había generado. — Es tan delicioso...— y gimió con el nuevo bocado.

Y ese sonido provocado por un tan inocente acto, lo recorrió por completo. Ese sonido unido a su naturaleza a flor de piel, a esa sumisión que minutos antes ella esbozó de forma tan natural, arrasó con el sesgo que se había autoimpuesto por tantos años.

Y en ese preciso momento, como si una venda cayera desde sus ojos, la vio.

Al fin la vio por completo.

Esa frágil niña que desde que la conociera por primera vez llamara tanto su atención, había florecido en una hermosa, resilente mujer. Una mujer con una mirada intensa, chispeante, desafiante y tan exquisitamente sumisa ante él. Una mujer con un temperamento indómito que lo desvelaba madrugada tras madrugada, ideando estrategias para domarla aun cuando lo hiciera inconscientemente.

Tan fuerte ante todos y tan dócil frente a sus palabras. Tan inflexible en su día a día y obediente a tan siquiera una de sus miradas.

En ese momento la vio. Vio a la preciosa sumisa que habitaba en su interior, ignorada por todos hasta por ella misma.

Y allí comprendió que eso era lo que siempre lo había cautivado en ella, lo que lo tenía embelesado pensando en esa preciosa mujer cada noche antes de dormir, y cada mañana al abrir los ojos sin comprender la verdadera causa de ello. Que lo tenía tratando de buscar la razón detrás de su comportamiento casi obsesivo para con ella.

En ese preciso momento entendió todo.

Sakura le sonrió.

Y él reaccionó instintivamente haciendo lo mismo.

Era lo único que podía hacer.

Y cuando ella se pasó la lengua por los labios para retirar el merengue que los ensuciaban, no pudo más que prendarse de esa pequeña y rosada boca. La necesidad que se formó en sus propios labios ante esa imagen fue tan abrumadora, que tuvo que romper el contacto para distraerse.

Y cuando ella habló reclamando el resto de su regalo, al ponerse de pie y extenderle la mano invitándolo a acompañarla, terminó de comprender todo lo que le había sucedido durante años.

Era ella.

Era perfecta.

Siempre la había buscado en cada cuerpo que había disfrutado, en cada sumisa que había reclamado por su dominación, en cada éxtasis proporcionado.

Era ella... siempre lo había sido. Su sumisa, sólo suya, porque no permitiría que fuera de nadie más.

Se detuvo cerca de su cuerpo al ponerse de pie, y le acarició el rostro arrastrando con los dedos unos mechones de cabellos que se le habían adherido a los labios pegajosos por el dulce. Ella bajó la mirada en ese momento, tímida ante la caricia.

Y un temblor le recorrió la piel.

Con el dedo índice le rozó por debajo el mentón apenas impulsándolo hacia arriba, y ella instantáneamente respondió elevando el rostro junto a su dócil mirada, que tembló al encontrarse con sus ojos.

La miró.

Ella le sonrió dulcemente sonrojándose ante la caricia.

Se acercó apenas midiendo cada movimiento con toda la intencionalidad de provocarla otra vez, con toda la intención de reconfirmar lo que había descubierto. Y ella suspiró ante su cercanía pero no se alejó, lo dejó avanzar, lo dejó hacer a su voluntad como si la propia estuviera atada al capricho de él.

Como deseaba besarla en ese instante. Cómo ansiaba marcarla como suya.

Para él los besos eran eso, una marca, una unión. Para él besar significaba sellar un contrato. Pero no cualquier contrato, uno profundo.

Y lo anhelaba con desesperación en ese momento.

Lo hubiera hecho. Cuando ella separó apenas los labios ante su cercanía, quizás sin la intención de concretar un beso, reparó en por qué su mente la había sesgado de él tanto tiempo.

Él era un hombre roto. Con un pasado complejo lleno de infortunios que lo marcaron de por vida.

Él era un hombre con una naturaleza compleja, con gustos perversos, y si bien no se castigaba por ello, sabía que esa joven mujer era pura, educada en el seno de una familia tradicional, anhelado eso: un compañero cariñoso y dulce, un marido, una familia...

Y él no podía darle eso.

¿Tradicionalidad? Estaba lejos de ello.

¿Dulzura? Lo suyo era más duro que eso.

¿Familia? Tenía demasiado miedo para ser un buen padre...

Le gustaba demasiado, la deseaba con locura, la quería para sí mismo, y si la incluía en su mundo tarde o temprano su naturaleza se revelaría y ella se horrorizaría. La perdería por completo, ya no podría tenerla en ningún otro aspecto de su vida exceptuando tal vez el profesional, si tenía suerte. Y no lo soportaría...

Prefería tenerla así. Provocarla. Disfrutarla desde los pensamientos presa de sus perversiones, y de su compañía compartiendo momentos en el trabajo o simplemente relajándose ante una taza de té; del bienestar que le causaba con su presencia. Prefería mantener aunque sea estos momentos, hacerla feliz, tenerla a salvo.

Así sería suya.

En la distancia, en la privacidad de sus pensamientos.

Debía conformarse con eso.

Y se odió en ese instante. ¿Por qué tuvo que entender? ¿Por qué tuvo que descubrir la perfecta sumisa que yacía en el interior de su niña rosa?

La observó cuando ella le habló aceptando lo difícil que se le haría su cercanía a partir de ese día, sabiéndola tan perfecta y tan prohibida.

—¿Kakashi?

Él pestañeó rápido.

—¿Si...?

—¿Nos vamos? — Le sonrió, una sonrisa suave, mirándolo desde abajo con sus ojos bien abiertos —Tengo muchas ganas de comer otro. Y de beber ese té que me prometiste.

— Eh... ¡por supuesto!

Se acomodó rápidamente, saliendo de ese embrujo que lo había inmovilizado, y le extendió el brazo en jarra para que ella lo envolviera.

Sakura rió ante el gesto de caballerosidad aceptándolo divertida al comenzar a caminar a su lado.

—¿Sabes? Hoy estás... diferente.

—¿Diferente?— titubeó — ¿Diferente cómo?

—No sé. Me miras distinto, como si fuera algo ¿único?... no sé. Estás más atento a mí. Más... dulce... ¿cómo sabias que estaba aquí?

—¿Una corazonada?

—Vamos...no me mientas— y le dedicó una mirada de advertencia.

—¿Me ves cara de mentiroso?

—No te veo la cara, Kakashi.

—Bueno... vas a tener que conformarte con mis palabras.

Se tomó unos segundos inspeccionándolo incrédula, estrechando los ojos. Pero al final, desistió colgándose aún más de su brazo.

—¿Sabes? Esta vez te lo voy a dejar pasar porque estas más dulce de lo normal y... ¡me regalaste doce pastelitos! Eso para ti debe haber sido una fortuna.

Y soltó una carcajada, una con ganas.

Él no dijo nada. Solo disfrutó de ese momento, de sentirla feliz y relajada. De haber mejorado su día interviniendo en esa forma, haciéndose la idea de que así sería la presencia que él tendría en la vida de Sakura.

—Sí... realmente cambiaste mi humor. — Suspiró y levantó su sonriente mirada jade a él —Ummm... ¿Puedo decirte algo?

—Eh...Nop.

—¡Te lo voy a decir igual!— Y le sacó la lengua.

Todo en él enloqueció con ese mohín.

—Me encanta esta versión tuya.

Si conociera su otra versión no opinaría igual. Aunque no se consideraba a sí mismo un hombre duro, dulzura era una definición bastante vainilla. Y él estaba totalmente fuera de esa liga.

Pero si debía comportarse dulcemente para tenerla así, feliz, no le molestaría hacerlo.

—¿La dulce? ¿Esa?

—Sí.

—¿De verdad?

—Yo no miento— la miró extrañado — ¡De verdad te lo digo! No soy como tú... Que de seguro la estás fingiendo toda a esta empalagosa personalidad.

—Bueno... con eso... es parte de tu regalo de cumpleaños, así que...

—¿Viste? Ya lo decía yo...

—Pero este dura doce horas ¿Ves cómo me esfuerzo por ti? Así que me tienes de esta forma hasta las seis de la mañana. Es mucho tiempo.

—Pero... para disfrutarte así todas esas horas voy a tener que prácticamente...¡dormir contigo!

Él la observó unos segundo riendo por lo bajo. Estaba tan hermosa...

—Ummm...pensándolo bien, no es mala idea, ¿eh?

Ella le golpeó el costado de las costillas mientras se mordía el labio inferior.

—¡No seas pervertido!

—¿Pervertido? ¿Por?

—¡Quieres que duerma contigo! ¡Por eso!

—Que duermas conmigo. Dormir. ¿Qué entendiste? Mmm... me parece que esperabas otra cosa.

Ella se sonrojó hasta las orejas y lo golpeó nuevamente provocando una carcajada en Kakashi.

—Y a mí me dicen pervertido...

—Ya... mejor, déjalo.

—¡En serio! No es mala idea. Tengo un sofá cómodo.

—Kakashi...

—Bueno... tú te lo pierdes.

Ella sonreía caminando apacible a su lado, aunque su rostro completamente enrojecido no se calmaba.

Era hermosa. Era única. Y así, de esa forma, era suya. Porque siempre en secreto sería su sumisa.

Y eso era suficiente.

Debía serlo.

Pero, definitivamente, no podría dormir bien unas cuantas noches más.

.

.

.

Y aquí fue mi primer Kakasaku... así comienza.


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