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Capítulo 67

Seiyi era apuesto.

No podía evitar morderse los labios observándolo tras los cristales mojados del auto al que la había subido minutos atrás.

«Condenadamente apuesto...»

Su piel sensible por aquel éxtasis aun lo necesitaba. No fueron suficientes las caricias que casi si la adoraron recorriéndola cuando, al recobrar el aliento luego de aquel atroz final, se miraran al fin. La feroz entrega que había en esos iris, el reclamo por exclusividad ante el intruso que los observara follando, la devoción que se deshacía en cada aliento. La sensualidad de un nuevo acto que raspaba los límites, que la seducía y la enamoraba si ese pudiera ser el preciso término que definiera aquello que sentía; porque era verle, luego ver a Kakashi, era besarlo y desear más, más de él y de todo, de ese celo encendido, de esa lascivia, de ese sentimiento que contradictorio encontraba el lugar para normalizarse.

Ella le besó al final, él no se lo negó, quizás aquello fue lo más profundo que hicieran antes de que la bajara de la mesa.

Y Kakashi... su nombre, sus ojos afiebrados, enfermos de una lujuria y un celo que lejos de avergonzarla la encendieron aún más, llenándola de aquel descaro que la atrevía. Él estuvo ahí, él la observó y la deseó mientras Seiyi la follaba, incrementando su goce a niveles que jamás creyó posible. Era imposible no buscarlo, era imposible no pensarlo, no repetir ese nombre, uno que susurrara mil veces mientras lo observaba de pie ante ellos. El beso que descaradamente le pidiera hacía instantes, palpitaba sobre sus labios recordándolo vívidamente. Fueron sus dedos los que ahora los acariciaban con tímida castidad, recorriendo lentamente el camino que esos labios transitaron, sintiéndolo de nuevo mientras observaba al Hyuga hablar; porque, que Seiyi la perdonara, pero deseaba a su sensei tanto como lo deseaba a él. Era desvergonzado aquel sentir, casi que si se desconocía, pero no podía evitarlo, como tampoco lo lograba su cuerpo que parecía reclamarlos a ambos.

La intensa llovizna que había recrudecido, golpeaba los cristales reluciendo en los haces de luz que emanaban desde los faros del auto. Le humedecía el pesado cabello y las oscuras ropas. La fina camisa que vestía se le adheriría a la piel resaltando la esbelta musculatura en cada movimiento.

Volteó el rostro hacia ella en ese momento, hablaba con dos Anbus en medio de aquella carretera. El auto estaba en marcha, ella bajo la custodia del chofer, otro Anbu de confianza. No podría advertirla a esa distancia pero no por ello no le causaba la misma sensación que si así hubiera sido, anidando en su centro más ganas de las que ya la humedecían, los muslos resbalaban uno sobre el otro con aquella mezcla de fluidos.

El ceño contraído, ese semblante que no ocultaba la dureza de la molestia que lo tenía alerta. Sus cincelados rasgos embellecían bajo la escasa y focalizada luz. Su musculatura hacía el resto, provocando en ella quizás más que en la primera impresión al conocerle en aquella forzada cita como su paciente.

"Hay una amenaza sobre ti", le dijo cuándo le pidió dulcemente que lo esperara a la salida trasera de la habitación. Luego la cubrió con su sobretodo, acariciando la mejilla al besarla nuevamente cuando la dejó afuera.

Y luego Kakashi, aquella hermosa sorpresa. No lo esperaba pero sabía que no estaría sola por demasiado tiempo. Esos dos hombres se la habían ingeniado durante toda la noche para custodiarla.

Le encantó verle. Le encantó la caricia que le tocó la mejilla, cuando aquellos ojos la contemplaron con un calmo deseo. Amor vio en ellos, o eso pensó. Decidió que era así, sino el beso que le pidiera no hubiera salido desde sus pensamientos. Y ahora, ahora era recordarlos sonriéndole uno, luego el otro bajo la máscara, hablándole en la fiesta, a solas, sus aromas, sus ojos, sus labios sobre ella, tan distintos y tan iguales; para que el deseo por volver a la habitación con sus dos hombres tornara aquel fuerte final, aquel precioso beso, en efímeros, llenándola de una lujuriosa necesidad otra vez.

Apretó las piernas disimuladamente, el sobre todo de Seiyi casi cayó desde unos de sus hombros. Lo acomodó otra vez en su lugar, era cálido y el masculino perfume que brotaba desde la tela la reconfortaba.

Y ahora Seiyi caminaba de regreso hacia ella. Las luces del vehículo le obligaron a entrecerrar más los ojos para soportar el brillo. Un mechón del negro cabello los cruzaba, la figura era imponente avanzando bajo la lluvia.

— Quiero el informe mañana — ordenó antes de abrir la puerta, entrando rápidamente al asiento trasero del auto—. Arranca, ruta de evasión — fue lo que dijo al cerrar para pasarse una mano por el rostro después.

El chófer arrancó sin demora, cambiando la dirección. Seiyi ahora se secaba el rostro y el cuello con una pequeña toalla que retiró de un compartimiento situado frente a él.

Ella simplemente lo observaba, sin atreverse a más, suspirando cuando él finalmente la miró.

Una dulce sonrisa se le estiró tímida en los labios, las mejillas encendidas provocaron lo mismo en él, atrayendo luego a aquella mano que se estiró rosándole suavemente el rostro con el dorso de los dedos.

— ¿Ya está todo en orden? — Casi si susurró la pregunta, fue el suspiro pesado del varón el que le dijo más que sus palabras.

— Casi.

Ella asintió, entendía lo que significaba la escueta respuesta, él le había explicado brevemente todo antes de separarse de ella, cumpliendo lo que le exigiera durante su discusión. Fija en sus ojos, la caricia que la recorría se sentía casta, se sentía efímera. Fue su cuerpo el que respondió a las ganas deslizándole contra él. El abrigo cayó desde sus hombros por simple inercia.

— Preciosa — le dijo sin soltarle la mirada—, estoy mojado.

— Yo también —se mordió los labios provocativa, susurrándole luego—, y por ti.

Seiyi carcajeó.

— Estoy helado...

— No me importa, quiero sentirte.

Le sonrió, él hacía lo mismo recibiéndola, también la necesitaba. Necesitaba saber lo que sentía, medir el paso de Kakashi por ella. El ceño se contraía ahora mientras la mano se abría en ese rostro cuando los dedos de ella se deslizaron por el pecho.

— ¿Cómo estás? —La voz fue profunda, esos ojos buscaban en ella más allá de la respuesta. Casi no habían hablado de lo vivido.

— Muy bien.

— ¿Segura?

Asintió, le lengua humedeció apenas las palabras que brotaron después—. Eso fue tan —la mirada jade se volvía pesada mientras se mordía los labios— ... fue tan ... tan fuerte.

El varón sonreía ahora.

— ¿Te gustó?

Ella asintió otra vez.

— Él mirándonos...

Ella suspiró asintiendo una vez más, no se atrevía a confirmarlo con palabras. La mano del varón que la acariciaba, hundida en sus cabellos, comenzaba a cerrarse. La pregunta encerraba más que pura complacencia, y ella lo sabía. No había forma de que él lo viviera tan livianamente, nada en él era al azar, pero no por ello se negaría a ese placer pecaminoso que le dejó conocer, entendiendo que no fuera tan simple.

— ¿Porque... lo permitiste?

Respiró hondo, no esperaba el reclamo aunque no le sorprendiera, y extrañamente le encendió los celos aunque lo disimularse.

— Porque lo deseabas.

Suspiró. Él la leía tan bien...

— Pero tú... ¿estabas bien con... con eso?

— Tú estabas bien, sólo eso importaba.

Ella volvió a asentir mordiéndose los labios después, el cuerpo descansó en el pecho del varón cuando este la rodeó por los hombros.

— ¿Y no...no te daba... celos?

La carcajada de Seiyi le golpeó el rostro, esa profunda voz parecía vibrar en su cuerpo.

— Preciosa...moría de celos —.Hubo un pequeño jalón en sus cabellos, los labios rosados se le separaron llevando la mirada perla hacia ellos.

Le picaba la boca, quería que Seiyi se la tomara, aún sentía el ímpetu de Kakashi sobre ellos y esperaba más. Sin saber realmente que quería, quería más, sentía su centro hincharse, la sangre fluyendo rápido y fue un segundo soltar ese deseo en aquella encendida sensibilidad que le erizaba la piel, para anhelar al otro también, como si a su otro lado en ese asiento, estuviera observándola, observándolos una vez más.

— Soy tuya —le dijo en un arrebato.

Él sonrió, había satisfacción en el gesto aunque no se lo creyera del todo. Aun los celos le recorría las venas, aun esa pesada lujuria de saber a un tercero buscando lo suyo, le excitaba enfermándolo. Y ella... ella ahora respiraba con dificultad, estaba tan encendida como él, y sabía que en su mente no estaban solos.

— ¿Lo estás pensando?

Ella respingó y luego asintió, mirándolo con pena, con ese incipiente temor al regaño de una niña traviesa. Pero otra cosa no podía, no le gustaba mentirle, lo que tenían no era así.

— ¿No fue suficiente con lo que te di?

Se encogió apenas de hombros, aquello en cierta medida había sido inesperadamente nuevo, excitante, delicioso, no entendía cómo responder a eso, sólo que estaba excitado, deseosa. Sus jades caían rápido sobre esos masculinos labios que se estiraban en una media sonrisa. Y ahora la mano que asía los cabellos la soltaba para tomarle el mentón cuando agachó levemente la cabeza huyendo de su mirada.

Sabía que Kakashi había estado allí con ella cuando llegó a buscarla. Sabía que no la dejaría sola, las ganas que había plantado en él cuando permitió que los observara, tal como hicieran tantas veces antes con otras, como aquellas viejas costumbres de antaño que tanto los divertían. Tal vez esta vez no fue divertido, tal vez fue necesario buscando complacer un espíritu competitivo que se encendía con ese deseo irresoluto del otro, sabía que jugaba con fuego, más teniendo entre sus brazos a esa pequeña rosada que lo amaba tanto como lo hacía con él. ¿Hasta cuanto soportaría esa fiel voluntad sin tentarse? Quiso darle el gusto para que lo olvidara, aunque bien sabía el riesgo que estaba asumiendo, siendo consciente sin quererlo, de que el momento que tanto temía, estaba llegando.

— Dime, pequeña —fue su voz grave, al elevarle el rostro con los dedos que se le posaron debajo del mentón—, sabes que puedes hablar conmigo.

— Sí —susurró mirándolo por un segundo, y luego respiró hondo—. Yo ... pasó que...Kakashi vino mientras te esperaba —y ahora los jades le miraban.

Él asintió, nada cambió en la expresión de su rostro, tal vez aquel frunce que le juntó apenas las cejas.

— Y —suspiró nuevamente removiéndose inquieta, frotándose contra de su cuerpo, estaba excitada, apenada, tal vez temerosa de si acaso le molestaría, y cada segundo que se demoraba, su libido enloquecía.

— Continúa —apuró, ella se removió.

— Sí —pasó saliva—. Y... yo... resulta que yo... yo le pedí que me... me besara.

El ceño de Seiyi se contrajo del todo.

Tal vez esperaba aquello, pero no lo deseaba.

Mierda, ¿a quien le mentía? No, no lo esperaba. No desde ella.

Le enojó que el otro la buscara, sabía que ella estaba vulnerable en ese momento, el peliplata era astuto, demasiado. Y le jodía, le jodía como Kakashi logró aprovecharse de su ausencia, de esa preciosa libido encendida, de esa joven rosa inexperta en sus juegos. Los celos se encendieron, como también la excitación que enferma hizo mella en su cuerpo, era retorcido en aquella lujuria, y fue la mano que le sujetaba el mentón la que regresaba a asirle los cabellos.

Sakura jadeó ante el arrebato, los párpados le temblaron cuando la espalda se le enderezó en el jalón. Sintió su vientre arder y su centro palpitar, ese hombre celoso le enloquecía, imaginar que Kakashi sentiría lo mismo en ese preciso instante, derrumbó cualquier barrera.

— ¿Te gustó besarlo?

— Lo —tragó con dificultad— ... lo deseaba.

— No te pregunté eso.

La respiración de Sakura se descontrolaba. Fijarse en esos duras perlas sólo la encendieron más. Él también estaba excitado, o tal vez esa respiración que se aceleraba era otra cosa. La duda se disipó cuando la pequeña mano que se apoyaba en el pecho del varón descendió al bulto. Sí, sentía lo mismo.

— Sakura —advirtió entre dientes, y luego su mirada se fue hacia el frente, cruzando con los ojos del Anbu que se reflejaban en el espejo retrovisor—. Danos privacidad —.Fue la orden. De inmediato un oscuro vidrio separó el compartimiento trasero al del conductor.

La llevó contra de él cuando al fin estuvieron solos. Ella gimió. Esa firmeza, ese reclamo, era el amo, Seiyi era más dulce.

— No me respondiste.

— Me... me gustó.

— ¿Quieres besarlo ahora?

— Quiero... besarte ahora —la mano le recorrió la longitud por sobre el pantalón—. Déjame besarte.

Debía detenerla, o no, era peligroso ese juego, pero no podía culparla. Él también lo deseaba, él abrió esa puerta, y le encantaba la entrega en esa pequeña inexperta a cualquiera de sus juegos. Tal vez le molestaría menos si fuera otro el tercero, entendiendo que el goce no se sentiría tan intenso. Tal vez debía detenerla, sí, detenerse; pero la deseaba y ella excitada, predispuesta tan lascivamente a su capricho, ese manjar que se le ofrecía, no lo dejaría para nadie más.

Le soltó los cabellos en ese momento, los labios se le separaron cuando la pequeña mano se cerró como pudo sobre su dureza por sobre la tela, y luego la sintió moverse, besarlo mientras lo liberaba lentamente con sus delicados dedos.

Esa pequeña boca, esa suculenta y deliciosa lengua, le recorría la quijada, el cuello ahora, la mano lo masturbaba, lento, torturante, deslizándose apretada por toda su longitud, tal como a él le gustaba.

— Goteas —le susurró mordiéndole apenas el lóbulo de la oreja, su perfume era embriagante.

Él no respondió nada, apenas si la miraba dejándose hacer y ella entendió perfecto que era lo que necesitaba, porque también lo necesitaba, los labios, su lengua, necesitaba degustarlo.

Le sonrió dulcemente provocativa, y comenzó a descender por su cuello, besando el pecho por sobre la tela, el abdomen. Seiyi se removió apenas en el asiento, adivinando las intenciones. Eran esos mismos labios que lo besaron los que ahora recorrían su desnuda longitud, lo envolvían, succionándolo, acariciándole dura pero lentamente. Hubo un gruñido que encontró el camino a expresarse, los ojos se cerraron, la cabeza cayó luego levemente hacia atrás, mientras el brazo libre se estiraba sobre el respaldo para alejar los dedos de aquellos cabellos. Se contuvo, no quería guiarla, necesitaba saber que era lo que le haría. Ella era excelente en aquello, con justa maestría parecía tomar todo de él, aun cuando la piel que su boca succionara fuera menos de la mitad, el resto lo cubría hábilmente la pequeña mano.

Era buena, muy buena, pesándole en las ganas el temor de aquella exclusividad que tanto reclamó. Ahora sabía que sus condiciones podían refutarse y, por primera vez, inconscientemente consideraba que quizás negociar no fuera tan malo, pesándole, hirviéndole en la sangre y en el placer esa decisión que aún sin ser tomada, ya se asomara en su realidad. Los celos otra vez golpearon, la miró como pudo, esa cabeza subía y bajaba tomándolo, el goce era intenso, su final no estaba lejos y se odiaba por aquello, quería más tiempo así. O por lo menos el tiempo que ella decidiera, porque preludio a su final, lo soltó subiendo para tomarle violenta la boca con esos mismos labios, mientras el vestido se enrollaba en esas pequeñas caderas encaramándose a horcajadas sobre su falda.

Hubo una queja, pronto se ahogó en su garganta cuando fuera su centro el que tan hábilmente lo succionara.

— Dios... necesitaba esto —le susurró Sakura sobre su boca, mientras esas masculinas manos se cerraban sobre sus muslos.

Él no le respondió, sólo observó el bamboleo de esos pequeños pechos mientras lo cabalgaba. No era suave, pero si lenta, disfrutaba el recorrido con los ojos cerrados, una mano sobre su rodilla, la otra sosteniéndose de uno de los hombros, eran sinuosos sus movimiento, le enloquecían las caderas recorriéndolo así.

Era hermosa, las mejillas encendidas, los labios enrojecidos por la excelente faena, el placer era intenso, era fuego, era ácido surcándole las venas cuando le viera esa media sonrisa estirarse en la pequeña boquita, los ojos cerrados le encendían los celos.

— No lo pienses —reclamó con voz oscura.

Ella le miró, el vaivén se mantenía.

— No lo hago —y era cierto aquello, sólo quería gozarlo, estar con él.

— Eres mía ahora.

— Toda tuya —le susurró sobre los labios antes de tomarle nuevamente la boca.

Y era cierto, lo sentía cierto, en ese instante no mentía, pero también era verdadero el calor que le recorría el cuerpo desde que los ojos de Kakashi cayeran sobre ella mientras Seiyi la follaba contra la mesa. Los labios del peliplata cuando la besó instante después, como deseó aquél beso, enferma lo deseaba en ese momento, sin ser menos el que Seiyi le devolvía, sin ser menos esas manos que la tocaban, ni el aroma que la poseía. Era que tener uno y al otro cerca, besar a uno, desear al otro, ambos, todo en ellos le encendía como nunca, como si aquello fuera posible, lo dos, para ella.

Gimió tomándole el rostro, aferrándose a ese hombre que ahora se hacía con el control sosteniéndola fuertemente de la cintura, duras estocadas, la respiración pesada golpeando el rostro de cada uno cuando separaron el beso, mas no las bocas. Dios, deseaba aquello, lo deseaba, como deseaba al otro también, mirándola, tocándola, buscándola con los labios. Fue devastador para su piel si quiera considerar aquello, el caliente espasmo que la recorrió desencadenó un orgasmo que la tuvo gritando.

El placer que encontraba en ello era tan inmenso, la dicha que la llenaba era tan plena, tanto que hasta desbordaba en la lágrima que surcaba una de sus mejillas ahora, sin dejar de gemir, ni gozar, en ese final que parecía tornarse infinito. Era tanto que la abrumaba y que por primera vez en ese juego, le preocupaba al caer en la cuenta de la imperiosa necesidad que se formaba de tener al peliplata también con ellos.

Con ella.



Kakashi suspiró. No fue un gran suspiro, pero sí necesario. No fue la exhalación la que necesitaba, sino el oxígeno que aspiró después, sentía el cerebro entumecido y las ganas por sus responsabilidades ya abandonarlo.

El martes le pesaba, como le pesó el domingo, y el lunes; la mañana que siguió a esa noche, y la noche después de esta. Las horas se sentían densas, un alquitrán pegajoso que le jalaba hacia abajo los minutos. El tiempo, cada segundo que pasaba sin señales de ella, parecía hundirlo. Fue tortuoso el fin de semana que siguió a esa fiesta, a ese bendito beso y a lo que sus ojos contemplaran antes. Sus obligaciones no le dieron respiro, los altos diplomáticos que estaban en Konoha requerían su presencia constantemente, y el tema de ese grupo amenazando a varios de los integrantes y promotores de aquel cambio, lo tenían en reuniones con los ninjas y Anbus a cargo cada dos por tres. Y aun así, de su mente ella no salía. Nunca. Ni cuando era su completa atención arrastrado a otro tema. Ella estaba siempre, su sonrisa, su voz, esa mirada lujuriosa que se le deshizo en el cuerpo casi sintiéndola entre sus manos, casi como si hubiera sido él entre sus piernas y no su amigo. El beso que le pidiera, ese sabor, ese calor, lo torturaban recordándole el error que había cometido al sacarla de su vida y el terror que le hervía en los huesos por esa posibilidad, por esa esperanza que ella plantara tan hábilmente con su "te extraño" y ese beso casi si suplicado. Sentía que podía recuperarla, sentía que estaba a un paso, a una decisión y a la vez sabía que debía moverse con cautela.

Era tortuoso, era un infierno no poder hablar con ella, no verla. La necesitaba como jamás lo había hecho, necesitaba saber más, que sentía, que pensaba de esa noche cuando el orgasmo la golpeó con él observándola, cuando sus labios la tomaron, cuando tuvo que pedirle que se alejara porque venía su amante. Necesitaba, la necesitaba con él y a la vez se convencía de que era mejor así, que ella no estuviera cerca, no de aquella forma, no viéndola bajo el placer de otro, abrazado por otro y ella gustosa de ese abrazo. Aunque en el fondo supiera que en ese placer que le nublaba los jades, estaba metida también su presencia.

Suspiró nuevamente, ahora arrojaba el elegante bolígrafo que le obsequiara Kaneko como muestra de su respeto, sobre los documentos que leía y firmaba. Kiyoshi era un joven inteligente, un aliado excelente para Konoha, implacable y de buenos principios, sería un buen amigo sino le cayera tan mal. El objeto rodó hasta frenar su camino en los dedos que tamborilearon sobre su firma, y que pronto abandonaran el ansioso juego para apretar el puente de la nariz. Le dolía la cabeza.

— ¿Ya terminaste? —la voz femenina lo sobresaltó molestándolo. Shizune entraba a paso apurado, ni reparaba en esos ojos cansado que parecían acribillarla, más cuando le tomara las hojas en las que estaba trabajando quitándoselas—. Las firmaste.

— Para eso las trajiste, ¿no?

— Te traje esas otras para que las firmaras —señaló hacia su izquierda, el peliplata siguió con los ojos aquel dedo—. Estas eran sólo para que las leyeras y me dijeras si estabas de acuerdo.

— Mierda —habían sido muchas, le dolía la muñeca.

Sizhune torció la boca. Ya era el quinto error en lo que iban de la mañana, y no daban las diez.

— ¿Y? —apuró.

— ¿Qué?

— ¿Las leíste?

— ¿Crees que voy a firmar algo sin leerlo primero?

— Espero que no —le respondió con algo de exasperación, también estaba cansada, la semana anterior había sido de locos y no pudo parar ni un instante durante el fin de semana. Menos al iniciar la nueva, todos estaban agotados y con la paciencia al límite.

Kakashi exhaló tomando las hojas que le había señalado para repasarlas. Eran menos y con menos texto, aun así el ceño se le contrajo. Estaba harto.

— ¿Y?

Elevó la vista, nada amigable. La mujer lo miraba fijo.

— ¿Qué quieres, Shizune?

— No me dijiste que opinas.

— Los estoy por leer. Dame cinco al menos.

Ella suspiró— ¡No esos, hombre! Los anteriores.

— Ah... dame cinco y te digo todo. Veo que esto también se relaciona, ¿no?

— Así es —tomó nota en su libreta de algo que acababa se recordar y luego lo miró con el ceño contraído— ¿Necesitas algo?

— No.

— Un té, te traeré un té.

— No necesito un té.

— Tienes mala cara, te-

— Tu también y no me ves quejándome.

— ¡Ay, dios! ¿Te pasa algo? —este no dijo nada, concentrándose en la escueta lectura— ¡Que digo! Obvio que te pasa. Canta.

— ¿Eres mi confidente ahora?

— Algo así. Nos conocemos.

Kakashi gruñó sin levantar la vista. Ya casi terminaba.

— Eso es lo que tú crees.

— No es algo que solo creo, pero en fin —suspiró, no iba a lograr mucho— ¿Cuánto dormiste?

— Lo suficiente. Y deja de interrumpir.

— ¿Suficiente para quién?

— No jodas —balbuceó estampando los cinco garabatos que demandan la última hoja.

— ¿Que dices? —Este no volvió a responderle, sólo le extendió los papeles— Dios — suspiró—. No me pagan para esto —se quejó entre dientes—. Menos mal que esto ya termina. Toma — le dijo ignorando la mirada de muerte que le brindaba.

— ¿Mas papeles?

— Sí, son las últimas autorizaciones para los presupuestos de las cenas. Quedan tres encuentros.

Kakashi asintió tomándolos. No los leería, sólo los firmaría, confiaba en su ayudante.

— Y ... estos también. Son los últimos — esperó a que el hombre los autorizara—. Bueno, ahora dime qué opinas.

— Sí, está todo correcto. Es razonable la estrategia.

— Bien. Y me haces esperar para decirlo así, sin más —. Respondió luego de exhalar ruidosamente, Kakashi estaba más que insufrible esa mañana. Desde que arrancaron, casi de madrugada, el malhumor que lo afectaba fue notable para todos, más hacia ella con quien mantenía una cierta confianza que los hacía más cercanos, pero a esa altura de la mañana ya se le agotaba la paciencia para con él.

—¿Quieres una exposición escolar o una respuesta?

— Oukey...entonces, ¿qué les digo?

— Que procedan. Es lo que esperábamos, ¿no?

— Listo —asintió y luego tomó nota en su cuaderno para observarlo fijamente por unos segundos al terminar, suspirando al contar hasta diez, sino le arrojaría una palabrota—. Luces mal. De verdad te lo digo.

— Gracias.

— En serio, Kakashi, te lo estoy diciendo como médico, no como el ayudante del hokage. ¿Dormiste algo todos estos días?

— No te preocupes.

— Las amenazas terminaron, si eso es lo que te tenía-

— Lo sé.

— Bien. Hace un rato vino uno de los Anbus de Seiyi, me dijo que ya redujeron el último grupo por lo que sólo queda a partir de hoy la guardia mínima sobre los afectados—. Kakashi se removió inclinándose hacia el escritorio—. Pero que no quitaron el custodio de Sakura.

— ¿La general Anbu tomó la decisión?

— No, fueron órdenes expresas de Seiyi. Corre por su cuenta.

El peliplata suspiró. Había alivio en ello.

— ¿Por qué no me informó antes?

— Te estoy informando.

— Recién ahora.

— ¡Ay, dios! —miró hacia el techo—. Hace cinco minutos que me lo dijeron, estabas ocupado.

— Bien.

Shizune rodó los ojos y luego revisó la agenda entre sus manos.

— Bueno, vamos a seguir con lo que me trae aquí, y no es para aguantarte —el otro al frente refunfuño, pero no acotó nada audible —. Así me gusta. Calladito. Bien, sigo, Shikamaru se ofreció a supervisar las operaciones mínimas.

— Ok. Estoy de acuerdo.

Shizune sonrió— Él consideró lo mismo, así que ya está operando.

Kakashi ahora se apoyaba en el respaldo de su asiento, mientras se frotaba una sien en lo que ella tachaba notas.

— ¿Te duele mucho?

— ¿Qué?

— Eso —le miró por un segundo señalando con el bolígrafo hacia su cabeza—. La cabeza, ¿te duele?

— No tanto es-

— Tensión y cansancio. Estás agotado mental y emocionalmente, Kakashi. Más emocionalmente que otra cosa y me pre-

— No me vengas con la psicología. Estoy bien.

— Dale y dale —se acercó a él aunque su instinto le dijera que no lo hiciera, era más fuerte su sentido del deber y conocía el motivo de ese agotamiento. Era evidente que el hombre estaba en crisis y no se debía al trabajo. Ya llevaba tiempo sabiendo toda esa clandestina historia que lo unió a Sakura y ahora con Seiyi, su mejor amigo. Lo hablaban a menudo con Tsunade, aunque se mantuvieran al margen. Tsunade así lo había decidido mientras viera a Sakura feliz, y ella lo estaba—. ¿Crees que soy tan ingenua para no notarlo? —le dijo casi en un susurro.

Este contrajo el ceño.

— Te vi. Los vi en la fiesta.

— ¿A quiénes?

— A ti y a Sakura —.Y ahora apoyaba los papeles en el escritorio para luego tomarle la frente con la palma encendida en chacra—. Y a Seiyi. Y ...a como la miraban.

Kakashi apenas alzó la vista, lo que pudo debajo de la presión de esa mano, que comenzaba a aliviarle.

— Y a cómo ella te miraba.

— ¿Qué dices?

— Shhhh... quieto —carraspeó—. ¿Te tiene loco, no es cierto?

— No sé de qué hablas.

— Si, pongámosle que no sabes —el varón quiso zafarse—. ¡Quieto, carajo!

Suspiró rindiéndose, lo que le hacía estaba surtiendo efecto.

— ¿Te va calmando?

— Sí...

— Bien. Estás muy tenso —deslizó la palma hacia la nuca—. Déjame irradiar un poco aquí —. Él se inclinó brindándole espacio, se sentía bien el alivio que comenzaba a relajarlo—. Uh, sí. Muy tenso. ¡Ya cálmate hombre!

Kakashi respiró hondo. Por un segundo se permitió cerrar los ojos hasta que ella le soltó.

— Listo. Con esto debería poder estar bien por un tiempo.

— Gracias —intentó sonreír, pero el cansancio fue más fuerte que la mueca. Ahora que el dolor ya no le molestaba, podía realmente notar el estado de su cuerpo. Shizune le observaba.

— Kakashi, no tienes citas hasta después del almuerzo. ¿Porque no te tomas lo que queda de la mañana y vas a descansar?

— No puedo.

— ¡Sí que puedes! Solo un par de horas. Ya está todo en orden. Shikamaru y yo estamos trabajando muy bien en equipo, y lo peor ya pasó con la cena del sábado.

El peliplata negó, pero no podía ocultar que estaba de acuerdo con ella.

— Mira. Sé que no has dormido nada todos estos días. Es... es evidente —replicó señalándole el rostro—. Y también sé que no todo tiene que ver con el trabajo pero... no importa —le sonrió— . En serio. Ve y descansa un rato.

Este no decía nada. Sólo la miraba con el ceño contraído.

— Voy personalmente a llamarte si surge algo. ¿Mejor así?

— ¿Sólo tú?

— Sólo yo. Nadie más sabrá. Ve.

La observó por unos segundos, esta ahora articulaba su ultimo "ve" en silencio.

— Está bien.

Shizune sonrió, tomando todos los papeles entre sus manos.

— Que descanses —le dijo en voz baja y salió de la oficina, corriendo a toda la gente que estaba en los pasillos, al asignarle a los gritos tareas para darle el paso libre al hokage.

Kakashi sonrió al escucharla, Shizune era única, y luego suspiró poniéndose de pie para salir segundos después, tomando el camino que lo llevaba por las puertas traseras. Ese día no se sentía como él mismo, normalmente no le importaría dar explicaciones, porque en realidad no las daba nunca. Aun siendo hokage, hacía usualmente lo que quería, aunque honrara siempre el cargo. Pero esa mañana en particular, sentía que todo se le iba de entre las manos, que nada tenía un verdadero sentido, excepto ella. Estaba agotado, la ansiedad aún lo movilizaba pero no sabía por cuanto, y aun así sabía que de verla, por un segundo si quiera, todo ese malestar se esfumaría instantáneamente.

Avanzó, casi que si huyendo. Con las manos en los bolsillos y la mirada al frente, una que no buscaba realmente observar el camino, confiaba en las reacciones instintivas de su cuerpo si se cruzaba algún obstáculo, no en vano pasó más tiempo entrenando que durmiendo durante su vida; eligió un camino y simplemente los pasos se sucedieron.

No se dio cuenta cómo llegó a ese lugar, no era verdaderamente consciente de su caminar, sólo tenía en mente llegar a su casa, aunque no fuera realmente en ello en lo que pensara porque era Sakura la que ocupaba todo sus espacios. Parecía que la sentía cerca en todo momento, parecía que la veía en las cabelleras claras entre la gente, que la oía en esas agudas risas femeninas que saltaban de vez en cuando entre el murmullo de las conversaciones.

Fue esa brisa que le arrojó el aroma de flores del parque, y el niño que pateó la pelota que le golpeó la pierna, los que lo hicieron reaccionar.

— ¡Perdón hokage! —le dijo angustiado.

Él le sonrió, devolviéndole el juguete, y necesitó detenerse unos segundos luego para observar los alrededores intentando ubicarse. Y no era hacia su casa el camino que había tomado.

El ceño se le contrajo, tal vez fue la sorpresa la que le obligó a respirar hondo cuando descubriera al fin el sendero que su cuerpo había elegido. Era el que lo llevaba la zona de práctica, a los míticos troncos en donde entrenaba al equipo siete al iniciar, en donde la entrenaba. El lugar que ella eligiera durante las tardes para mantener su destreza en forma, cuando se ejercitaba a solitario, aunque no estaba sola, él desde las sombras normalmente le hacía compañía.

Metió las manos en los bolsillos. Hubo quizás una nostálgica sonrisa que se ocultó al mundo debajo de la máscara. Su gris y pesada mirada recorrió cada árbol deteniéndose en aquel en que la observó aquella tarde, cuando la buscaba con los pastelitos de limón de regalo para su cumpleaños. Podía decir que ese día entendió todo, y bajó la guardia, no se atrevió antes a reconocerlo pero ahora lo sabía.

Sonrió nuevamente. Luego suspiró antes de echar a andar, sin cambiar el rumbo. Dejando que su cuerpo lo llevara a donde anhelaba, y no era hacia su solitaria casa, a su cama vacía, aquella en la que ya hacía casi una semana en la que no dormía, porque era sólo apoyar sus espaldas en ese colchón para sentirlo helado, inmenso, solitario. Era su sofá, aquel en la planta baja, el fiel testigo mudo de sus noches de insomnio, de su angustia, de aquel vacío al que se había acostumbrado, y no dejaba de pesarle desde que la viera a los ojos en medio de su goce, desde que ella le pidiera aquel beso que le abría las puertas.

Fue detenerse junto al árbol, tal vez el más alejado. Aquel cálido día estaba lleno de gente, grupos por todas partes disfrutando el inicio de las vacaciones para los jóvenes y niños, época del receso escolar, aunque los futuros ninjas no se relajaran buscando seguir con sus confrontaciones espontáneas para mantenerse en entrenamiento. Había varios grupitos de ellos.

Hubo un nuevo suspiro, fue una mano la que acarició la corteza, sus ojos recorrieron el resto, observando las ramas, las hojas y luego más allá, hacia la gente. Hacia esos jóvenes que rieron, hacia el grito de victoria de las chicas. Hacia aquel anciano que meditaba y más allá. Había gente, quizás no tanta, eran sus ojos los que parecían contar demás buscando tal vez en cada rostro, en cada gesto, una combinación especial, buscándola.

Eran esas esperanzas, eran esas ganas que ya se transformaban en necesidad, era todo en él hurgando en el paisaje, en las personas. Sin entender bien porque de aquel instinto, igual lo hacía, aunque no existían motivos que la situaran en ese lugar a esa hora. Pero era todo en él que ahora se aceleraba cuando aquella cabellera se asomara tras las ramas de un cerezo, confundiendo su color con el delicado follaje florecido.

Sus piernas lo llevaran más cerca, buscaron el mejor ángulo para confirmar lo que sospechaba. El corazón enloqueció, hubo una calidez que lo detuvo cuando todas las sospechas cobraran certeza.

Era ella, era Sakura.

Sentada en una pequeña banca, la corta falda apenas que si ocultaba las cotoneadas piernas. Inclinada hacia el frente sus jades se hundían en la lectura. La cabellera suelta, era enroscada ahora por la mano libre, para acomodarla por sobre uno de los hombros, mientras que acariciaba con un dedo el lomo del libro al sostenerlo.

Era su libro el que leía, aquel que le prestara bajo la lluvia, aquel que encerrara tanta historia, cómplice de sus inicios. Hubo una sonrisa que se estiró aún más cuando descubriera ese detalle.

Estaba hermosa, esas suaves facciones, tan entregadas a lo que en esas página se escondía. La lengua le humedecía los labios ahora, tal vez leyera aquel párrafo en donde el protagonista besaba a su sumisa por primera vez, era recordar las oraciones para revivir el primer beso entre ambos. Sakura se lo robó plantándole una nueva necesidad en su vida, la de besarla. La lengua se los recorrió ahora debajo de la máscara, por dios que moría por sentirla en ese momento. Observarla era caer en un nuevo embrujo cada vez, estaba bellísima, siempre lo estuvo, la luz que se colaba entre el follaje cuando la brisa los movía, le sembraba destellos en los cabellos. La blanca blusa de seda hacía lo suyo al brillar un poco más. Esa piel, esa blanca piel, suave, cálida... las yemas de los dedos le picaron dentro de sus bolsillos por sentirla.

Y fue aquella ráfaga que sopló con más fuerza, la que le soltó la página que apenas sostenía con un dedo, girándosela, desconcentrándola, robándole luego un rosado mechón que le envolvió el rostro. La vio quejarse al quitarlo, nadie la oiría. La vio sonreír molesta cuando algunos cabellos le picaron debajo de la nariz, sin advertir que él también sonreía. La vio suspirar acomodando el libro en la falda, contrayendo el ceño cuando el sol apenas la encandiló al mirar hacia la gente. La vio peinarse con los dedos enroscando nuevamente el cabello hacia un costado, la vio quedándose inmóvil cuando sus jades lo encontraron a la distancia.

Estaba lejos, pero no tanto. Estaba a la distancia suficiente que no irrumpiera en la intimidad de su lectura, pero que fácilmente la incluiría en su burbuja.

Y ahora era ella la que lo encerraba en la suya.

Los dedos lentamente dejaron la faena, los ojos fijos en sus grises. Los labios apenas se le separaron. Había gente al rededor, pero ya no había tanta, ya no quedaba nadie más que ella, que él.

No supo bien que hizo, quizás le sonrió debajo de la máscara, porque ella de repente hizo lo mismo, el pecho se le agitaba en ese vaivén cada vez más rápido, y como vino esa sonrisa hubo un sonrojo que le encendió las mejillas.

No se movieron de sus lugares. Él no avanzó. No podía.

Ella no se puso de pie. No lo dudó, sólo ni siquiera supo que era lo que hacía más que observarlo. Solo acarició delicadamente el lomo del libro, como si acaso lo acariciara a él de esa forma. Él lo sintió así.

Y luego alguien la llamó. Bajó la mirada tomándose el rostro con las manos, antes de girar hacia la voz.

Seiyi avanzaba entre la gente. Y él se ocultaba detrás del árbol que le brindaba sombra en aquella calurosa mañana, disimulando su chacra. El Hyuga no ostentaba de una percepción tan afinada, pero su herencia genética era excelente, lo detectaría si sospechaba, y no quería ser descubierto. No necesitaba que le recordaran otra vez aquello que dejó ir, aquello que por derecho era suyo pero que tan fácilmente regaló. No, peor...que con tal descaro echó de su vida.

Apoyó la cabeza en el árbol. El ancho tronco resguardaba su cuerpo, y ahora cerraba los ojos tratando de desviar su atención de aquella banca. Aun la sentía. Sentía esa energía inquieta arremolinarse en otro, sentía su sabor, sentía su aroma. La sentía. La deseaba, por dios que daría lo que fuera por cinco minutos para tocarla, para besarla.

— Hokage sama... ¿está bien?

La voz de un niño lo sacó de sus tortuosas cavilaciones. Miró hacia abajo, mas allá la madre se acercaba, abochornada por el descaro de su infante.

— Sí, pequeño... todo bien .

— ¿Está cansado?

— ¡Irumi! ¡Deja de molestar! —la acalorada mujer le sonreía mientras jalaba el brazo del pequeño al llegar—. Disculpe hokage sama... disculpe que lo haya molestado.

— No es molestia —le sonrió y miró al pequeño que ahora hacía una trompita cuando su madre lo arrastraba llevándolo, mientras se inclinaba varias veces en respetuoso saludo.

Él levantó la mano sonriendo, una sonrisa que disimulaba el lío que era por dentro. Le salía bien eso. Y luego le guiñó el ojo al niño quien carcajeó por el gesto. Y los vio alejarse. Mejor. Quería estar solo.

Respiró hondo buscando la energía de ella, ya no estaba. También se había ido.

El corazón le latía con fuerza, le había gustado encontrarla. Pero no pudo evitar maldecir, ahora le sería imposible pegar un ojo.



Sakura se mordía una uña con la mirada perdida en el paisaje, que pasaba rápido a través de la ventanilla del lado del acompañante en el deportivo del Hyuga. Estaba ansiosa.

El almuerzo al que Seiyi la invitara en aquel acogedor restaurante de la colina, fue muy romántico, si quisiera definirlo de alguna forma. Un pequeño oasis que le permitió aunque sea por un par de horas disfrutar de la exclusiva compañía de su hombre, porque el fin de semana de trabajo no terminó con las obligaciones del Hyuga, todo lo contrario. Ya desde el domingo al mediodía las reuniones se lo robaron, apenas que lograron conversar algo antes de caer rendidos, para a la mañana despertar temprano sola en aquella cama.

Entendía la situación y sabía que no iba a durar mucho más así. A ella también la asaltaron las obligaciones ni bien pisara el hospital. Era consciente de que lo había desatendido la última semana, con las presentaciones del proyecto y los almuerzo de negocios como si fuera una empresaria más.

Pero no era aquello lo que la tenía inquieta. Ya le había tomado el gusto a ese nuevo rol, el entusiasmo de los que la rodeaban la había contagiado al fin. Pero las ocupaciones no lograban tapar nada. Su corazón no se olvidaba de lo vivido, no quería olvidarlo. Adoraba ese sentir, ese revoloteo en el estómago, ese deseo enfocado en ella, hasta aquel temor que asomara detrás de la indiscreción le resultaba adorable, electrizante.

Ella no olvidaba, no, menos su cuerpo. Este estaba convencido de que quería más, mucho más...alimentándose con aquella distancia, porque mientras más situaciones la absorbían alejándola de Seiyi, más pensamientos le asaltaban, más sensaciones cosquilleaban sobre su piel, erizándole, ardiendo.

Lo vivido con esos dos hombres la había dejado prendada de todo lo que sintió alguna vez por cada uno, y de lo que aún sentía. De todo lo que encontró en uno, luego en el otro. Las ganas se volvían insoportables, la hinchaban, ya casi que si le molestaba robándole concentración. Las fantasías ya rayaban lo insoportable llevándola una y otra vez a situaciones hipotéticas en donde se repetía la escena, cada vez peor, cada vez más descaradas, añorando que Kakashi ya no se quedara sólo mirándolos.

Respiró hondo.

Deseaba tanto que Seiyi la castigara... Ya no era simple lujuria, necesitaba que ese hombre le mostrara su lado más perverso, el que aún sabía que medía en cierta forma con ella. Necesitaba que subiera la vara de su placer, que la moviera de donde había quedado, porque si no sería imposible no seguir deseando al peliplata, solo o mirando, besándola, entre ellos, porque simplemente ya no querría dejar de hacerlo. Necesitaba que de alguna forma reescribiera la experiencia con otra más fuerte o simplemente diferente, y a la vez deseaba que dejara todo así.

No entendía que juego abría Seiyi, sabía que no fue planeado pero tampoco deliberado, ese hombre tenía siempre todo bajo control, y no quería pensar ni meditar que carajos buscaba con aquello, no quería arruinar el placer del momento, lo que le estaba sucediendo la hacía sentir única, deseada, una completa diosa. Se negaba a pedir que terminara y a la vez necesitaba saber a hacia donde carajos iba, porque no pudo ni por un instante en esos benditos días que siguieron a aquel juego, a aquel beso, dejar de pensar en Kakashi, dejar de desearlo, dejar de necesitar casi desesperadamente a Seiyi.

Le hacía falta, por dios que le hacía mucha falta que la follara, la contuviera, la castigara o tan solo se enojara con ella. No podía echarle la culpa por su ausencia, realmente el hombre aprovechaba cada minuto libre para estar junto a ella, pero no le era suficiente.

Y ver a Kakashi esa mañana sólo sirvió para empeorar todo. No en vano instintivamente había huido a cualquier fortuito contacto. ¿En qué estaba pensando cuando fue hasta el parque? ¿Qué mierda tuvo en cuenta cuando eligió aquel lugar para relajarse? Era peligroso, sabía que el peliplata tenía cierto gusto por leer allí, y de todas formas lo eligió, aun cuando su instinto, el que permanecía apenas cuerdo, le advirtiera que no fuera. ¿En qué carajos pensaba cuando tomó esa decisión?

En nada.

O quizás sí, quizás anhelaba secretamente que ese encuentro se diera, porque necesitó ir justamente a ese lugar, necesitó escaparse del hospital a leer ese libro, precisamente ese libro, el que ella le regalara y que él le prestara, un libro que encerraba tanto simbolismo para esa relación; como si ese descaro allí y justo allí debajo del cerezo, a metros de su árbol, metiéndose en esa preciosa y excitante lectura, calmara en algo su libido y sus fantasías.

«¿Por qué carajos fuiste?»

Suspiró, profundamente, sin advertir que lo hacía. Era tanto lo que bullía dentro, el deseo, las ganas, los juicios, y el descarado anhelo por algo que debía considerarlo ya como fortuito, que no se repetiría, que no debía repetirse. Y ella deseando a otro debía pesarle, aquello estaba mal, pero por alguna razón, no lo sentía así, no había culpa, no en ese instante. Sólo dudas, sólo anhelo, sólo deseo irresoluto y ganas, muchas ganas, tanto que hasta casi si la frustraba. Seiyi le hacía falta, ese almuerzo al que la invitó tan espontáneamente, apareciéndose en la plaza, lo sintió como un bálsamo, tal vez un rescate o una oportunidad de saciar ese fuego que hervía.

Pero no. Solo media hora de exclusiva soledad que les tomara el viaje, para que luego no los dejaran ni cinco minutos en paz en aquel apartado y hermoso restaurante. Era que Seiyi siempre fue un hombre ocupado, pero esa semana, realmente comenzaba a fastidiarle, a tal capricho que en ese instante no podía sentir otra cosa que no fuera frustración.

Un nuevo suspiro intento aliviarla y ahora Seiyi estiraba la mano libre para acariciar la suya que, posada en su regazo, no dejaba de mover los dedos.

— ¿Sucede algo, preciosa?

— ¿Eh? ¿Cómo? —le miró con terrible sorpresa en los ojos.

— No dejas de suspirar —le sonrió manteniendo la vista en la carretera, se abría una curva en el camino.

— ¿Quien, yo?

Carcajeó.

— ¿Quien más está aquí, a mi lado? —y le soltó para bajar un cambio.

Sakura asintió luego intentó sonreír pero no pudo. Estaba ansiosa, enojada y que Seiyi le preguntara, en el preciso instante en que su mente no hacía más que reclamarle, contribuía a complicar más su estado.

— Nada —le dijo cortante—. No me pasa nada —y desvió la mirada hacia la carretera, el ceño contraído.

El hombre a su lado volvió a carcajear. Sí, le sucedía algo, y sabía que era lo que la tenía así.

La conocía, más de lo que a ella le gustaría admitir. Aquel momento en la fiesta, tan caliente y nuevo para ella, había dejado marca, era imposible que no y no esperara menos. Lo tenía medido, como tenía medido que ella pensara a su amigo, era imposible que no le sucediera eso; y que ahora necesitara de él más que nunca. Había encendido una exquisita libido, plantando un nuevo y exótico sabor, uno que él disfrutaba y demasiado, había abierto una puerta y no con cualquier hombre. La había abierto con alguien quien significaba más que simple carnalidad para ella, alguien que conocía las palancas de su placer tanto como él lo hacía y que la cuidaría a cada paso, cada mirada, cada exhalación. Y era que menos no se merecía, ella era demasiado valiosa para que otro si quiera osara a desearla. Que fuera Kakashi en cierta medida era tolerable, aunque le encendiera ese ácido veneno de los celos, jugando un enfermo papel en el placer.

No poder atenderla como fue debido, en aquello no tuvo injerencia, pero lo usó a su favor. El estado en el que se encontraba esa preciosa mujer, era delicioso. Y él sabía lo que ahora necesitaba, lo que la calmaría prendándolo de él una vez más.

— No pasa nada. Bien —la sonrisa se le estiró conteniendo la carcajada cuando la miró de reojo. Tenía ya los cachetes inflados y la boquita contraía al frente, intentaba ocultarlo tras la mano en la que había apoyado la cabeza, pero no lo lograba—. Miénteme mejor.

Ella volteó de inmediato. La furia le endureció los jades calvándolos en él, este miraba al frente, sonriendo. Los hoyuelos en sus mejillas se marcaban, las oscuras cejas enmarcaban más esos perlas. Ni hablar de la camisa ceñida que vestía, una que arremangada hasta mitad del ante brazo, se contraía sobre sus bíceps y pectorales con cada movimiento.

— ¿Qué? ¿Crees que te miento? —Este se encogió de un hombro, conteniendo la risa sin mirarla—. ¿Eh? ¡Dime! ¡Ahora dime en la cara mentirosa!

Giró apenas, fijándose en esos jades antes de humedecerse los labios y replicó:

— Mi mentirosa.

Sakura abrió lo boca en ese instante. Su rostro enrojecido era clara evidencia de la furia que la invadía y ahora giraba medio cuerpo en el asiento para verlo de lleno.

— ¡Y tienes el descaro de decírmelo tú! ¡Justamente tú!

— Sí, yo —provocó—. Porque yo no te miento.

— ¡Ah! ¡Pero no puedes ser más caradura! ¿En serio, Seiyi? ¿No mientes?

— Nope —dijo lentamente, mirándola por unos segundos antes de tomar la carretera secundaria, una que se hundía en un túnel de árboles a un par de kilómetros al frente.

— ¿No? O sea que además de mentiroso eres negacionista.

— Negacionista, que definición. No la tenía. ¿Cuándo fui negacionista, según tu?

— ¿Cuando? ¡Hoy! ¡Hoy mismo! Me sorprendiste buscándome en el parque para-

— Estabas preciosa debajo de ese árbol. La falda que llevas —le miró las piernas desnudas, la falda se había subido considerablemente al adherirse apenas al tapizado de cuero del asiento—... te queda fantástica

— ¡No me cambies el tema, carajo!

— Ok, ok —y carcajeó—. Sólo era un cumplido.

— Y gracias por eso pero no quita que me mentiste. Me dijiste que íbamos a tener un almuerzo a solas.

— Y lo tuvimos.

— ¡Te llamaban cada cinco minutos, Seiyi! ¿¡Qué clase de conversación puedo tener contigo si te vas a cada rato!?

— Buen punto —y carcajeó.

— ¡No te rías! ¡Es feo eso! ¡Hace días que prácticamente no te veo!

— Pero ahora sí me ves —las sombras y luces comenzaron a jugar sobre sus rostros al entrar al hermoso túnel. Sakura no se percataba de ello, ni a donde se dirigían sumida en su pelea y enojo.

— Sí, pero...¡me estás llevando de regreso! ¡No estuvimos ni una hora juntos!

— Estamos juntos ahora.

— Pero, pero...eso no vale y —su boquita se cerró en una trompita involuntaria, preciosa. Los cachetes inflados no ocultaron la frustración. Y ahora miraba hacia la ventanilla acomodando su cuerpo de frente para alejarse de él—... ¿Sabes? Eres... eres imposible y-

— Estás hermosa —le interrumpió.

— Ya cállate.

— No tienes una idea de cómo me gustas cuando te pones así —una grave carcajada coronó la frase, haciéndola suspirar, sabía lo que la provocaban aquellas risas.

— A mí no.

Seiyi guardó silencio por unos instantes, mientras giraba en el camino pedregoso que daba a una entrada. Estaba abierta. Sakura seguía absorta en el paisaje sin notar nada. O se hacía la tonta. Volvió a carcajear humedeciéndose los labios antes de comenzar a desacelerar, el camino era más sinuoso llegando a la estancia, su casa de campo.

— No tienes idea de cómo me excitas.

Ella suspiró, ahora le miraba. La furia no cedía pero era evidente que aquello le gustaba.

— No me mien-

— Silencio —la calló. La voz fue grave y ya no había sonrisas.

La respiración de Sakura se aceleró en ese instante, creyendo entender todo. No advirtió que apretó las piernas, aquello ya lo sentía su cuerpo.

Seiyi aparcó y la miró una vez más. Ella estaba inquieta pero aún había furia en esa mirada. Se acercó y le tomó del mentón con algo de rudeza.

— Dime preciosa —jaló acercándola—, ¿esa es forma de mirar a tu señor?

— No.

— ¿Entonces? —ella respiraba rápido ya, estaba excitada y a él le fascinaba que reaccionara tan rápido—. Te quiero dulce y dispuesta. ¿Puedes hacer eso?

— No... no lo sé.

El apretón se intensificó.

— Intenta otra vez.

La respiración ya se le entrecortaba. Dios, como había esperado por eso, y ahora lo tenía, mezclado con la frustración, el enojo y un enorme deseo.

— Sí.

— Sakura...

— Sí, mi señor.

Le sonrió y luego le soltó el mentón para desabrocharle el cinturón.

— Espera aquí.

Asintió, sabía lo que tenía que hacer, y él bajó, caminando hacia el hombre que venía a recibirlo con los brazos abiertos.

Carcajearon, conversaron unos minutos. Y luego el hombre asentía seriamente, muy concentrado en lo que su empleador le decía, sin mirar hacia el auto.

Cuando Seiyi volteó a buscarla, el escaso personal que estaba en sus tareas, se apresuró a salir del lugar, retirándose hacia una entrada que Sakura bien sabía que llevaba hacia las casas del personal de servicio, las cuales quedaban a una prudente distancia que brindaban completa privacidad a los ocupantes de la estancia principal. Conocía perfectamente el lugar, Seiyi la había llevado cuando comenzaron a salir.

Suspiró para disimular en algo la ansiedad que la invadía. Quería eso. Lo deseaba lo estuvo esperando desde que salieran de la bendita fiesta, imaginando una y otra vez todo lo que le haría.

El seco sonido de la abertura de la puerta le provocó un respingo, aun cuando había seguido de reojo todos los movimientos de su hombre. Agachó más la cabeza y luego sintió la mano que le acarició el hombro. La miró apenas y enseguida depositó la suya sobre esos dedos que la esperaban, para guiarla a descender.

— Sígueme.

Un nuevo suspiro y sus piernas obedecieron antes que se diera cuenta.

Dios, necesitaba tanto eso.



El trasero le ardía. Todo el viaje de regreso le molestó, aunque las caricias que Seiyi le brindaba cada que podía sobre su mano, mientras conducía, la reconfortaban. Pero ahora, los pasos debían ser medidos sino quería que se le notara la molestia. La escalera que debía enfrentar, se convertiría en un desafío, uno más que divertido. Tenía prohibido auto curarse. Había marcas también en su cuello, estratégicamente dispuestas para que la liviana camisa sin mangas que vestía las cubriera, pero no para quien hurgara. Nadie debía hurgar, pero sabía que Seiyi no iba a confiarse de eso, era consciente que ella se había expuesto en ese beso, no sólo al contarle, sino también al pedírselo a Kakashi. Admitió en ese acto las ganas, y aquello sin ser una declaración explícita, era lo que su astuto Hyuga necesitaba para confirmarlo. Estaba esperando que él tomara medidas en algún momento. Y ahora se excitaba sabiendo que ya había comenzado a soltar esa tan caliente posesividad que le fascinaba.

Una suave sonrisa se dibujó en sus labios al comenzar a subir las escaleras, cada paso le recordaba algún azote, alguna mirada, esas duras embestidas. Tuvo que morderse los labios cuando el recuerdo del beso que le plantó al despedirla frente al hospital, golpeó sus pensamientos. Se sentía plena, aliviada, la mirada cansada pero chispeante. Sentía su cuerpo renovado, la burbujeante ansiedad que la invadía, ese deseo que ya le quemaba abrumándola, enojándola; estaba calmo, estaba satisfecho. Seiyi era un excelente lector, era un amante duro y considerado, y con ella... ya iba notando que le daría todo lo que quisiera, tal vez más, tal vez hasta aquello que aún no sabía que quería.

El piso de su oficina privada estaba bastante calmo, aún faltaba rato para el reinicio de la jornada de la tarde, por lo que el personal era mínimo. Mejor, podría caminar algo más distendida. Con el pasar del día bajaría sola la molestia, pero aún los azotes eran muy recientes y casi que si podía sentir cada uno, cada yema después aliviándola.

Entró en su pequeña sala, Noozomi no estaba detrás del escritorio. Tal vez la chica había usado algo más del tiempo asignado de su almuerzo. No le molestó, se lo merecía, pero no por ello no le extrañaba. Noozomi no era de tomarse esas atribuciones sin consultarle.

Suspiró apretando la tira de la cartera cuando entró a su despacho, la puerta se abrió fácilmente, no la dejaba con llave durante el día. Pasó y fue directo al escritorio, encima se encontraban unos documentos con el sello del hokage que le cobraron la atención rápidamente. El ceño se contrajo y por alguna extraña razón el corazón comenzó acelerársele en el pecho.

— ¡Doctora Haruno! —La entrada de Noozomi fue estrepitosa, haciéndole respingar cuando la puerta golpeó la pared al abrirse completamente de repente— ¡Oh, lo siento! —Dijo al notar su arrebato—. Perdón, pero ¿no me oyó? Venía llamándola y —respiró hondo un par de veces, recobrando el aliento—... subí muy rápido y... perdón, perdón.

— Deberías hacer más ejercicio —le reprendió. Esta asintió intentando sonreír, para luego abanicarse con la mano libre— ¿Que sucede? Digo, por la urgencia que traes.

— Quise hacer... lo más rápido —se acercó con un vaso de café de venta perfectamente encastrado en la bandeja de cartón— ...tenía que tenerlo listo para cuando llegara.

Se lo extendió sonriendo. Sakura no entendía nada. Dejó los papeles y tomó el vaso de telgopor envuelto en su protector de cartón. Era de la cafetería a la que Seiyi la llevaba, decía siempre que esa pequeña cafetería usaba las mejores semillas.

Adoraba los café de avellana con espuma de leche y moca que preparaban en ese lugar. Sinceramente, necesitaba uno exactamente así en ese momento, la revitalizaría y... ¡dios! Esa fue la sorpresa al retirar la tapa.

Miró a Nozoomi con el ceño fruncido, el estupor era claro en sus ojos. Esta sonreía cómplice.

— ¿Cómo sabías...?

— Me llamaron hace un rato. Me dijeron que para esta hora, debía tener ese preciso café sobre su escritorio, que lo iba a necesitar. Sólo que la cafetería estaba llena y me demoré de más y-

— ¿Quién te pidió esto?

— Su novio.

— ¿Qué? —eso era imposible. En la última hora Seiyi nunca se movió de su lado.

— Bueno, no él, él. Su secretaria. Pero técnicamente fue él, porque él le dijo a esa chica que me dijera y... ¡Awwww! ¿No es dulce?

No sería esa la justa definición de Seiyi, pero sí, su atención lo era.

Las mejillas en Sakura se le encendieron, no de pena, era una suave calidez que la reconfortaba. Sí, Seiyi sabía lo que ella quería, siempre, y también lo que necesitaba, justo en el momento en que lo necesitaba.

Robó con un dedo un poco de espuma, llevándosela a los labios. La moca de ese local era exquisitamente única.

— Sí, es muy dulce.

— Y atento. Y guapo. Y ... ¡dios! Tan, taaaan caliente.

— Noozomi —advirtió.

— ¡Sólo digo lo que veo! —levantó las manos a los costados, mostrando las palmas en son de paz—. No toco, no deseo. Decir la vedad no está mal.

Sakura negó carcajeando. Su secretaria era terrible, y luego suspiró. Realmente le caía de maravillas aquel café, salieron tan rápido del restaurante que no pudo ni decir que quería uno. Y ahora, luego del intenso sexo, ya era indispensable.

— Bueno, perdón que no llegué a tiempo.

— No hay drama.

— Es que la idea era que lo tuvieran en su escritorio cuando llegara. En fin —suspiró—. Vino Shizune.

— ¿Dejó esas hojas?

— Sí, y me dijo que necesita reunirse con usted hoy sí o sí. Revisé su agenda y pude colocarle la cita a las dieciocho.

— Tengo pacientes hoy.

— Sí, hasta las diecisiete y treinta. Cancelaron dos turnos y le moví dos más para el viernes así la liberaba.

Sakura sonrió algo nerviosa mirando hacia el sobre, sobre todo, al sello del hokage. Aquella marca tan distintiva le causaba cosquillas en el abdomen, y luego bebió un sorbo de su café.

— ¿Te comentó algo?

— ¿Quién? —la miró con ojos grandes .

— Shizune.

— ¡Ah! No, no. Sólo me dio el sobre, me dijo que era urgente y se fue cuando le confirmé a qué hora podía ir.

— Ok —. Y ahora suspiraba mordiéndose el borde del labio. Una uña rascó levemente el vaso, hincándose en el mullido cartón protector cuando en un reflejo quiso apoyar medio trasero en el borde del escritorio. No fue buena idea—. Bien —. Miró a su secretaria enderezándose de repente, las mejillas le ardían.

Noozomi la observó con extrañeza pero luego le sonrió.

— Entoooonceees... me retiro y la dejo disfrutar tranquiiiiiila del rico y caro café que el buenorro de su novio me hizo traerle como sorpresa. Y —se acercó sólo un poco mirando en dirección al cuello—... ¿me deja hacerle una atrevida sugerencia? —preguntó casi en un susurro.

Sakura entrecerró el ceño tocándose el lugar en donde los ojos de la chica caían. Esta carcajeó cómplice.

— ¡Ahora entiendo la urgencia del cafecito! —Volvió a carcajear bajito—. Digo, maquíllese un poquito ahí. ¡O auto curese! Usted puede hacer eso. ¡Lo que daría por poder hacer eso yo! ¡Dios! Las que me ahorraría.

La pelirrosa se sonrojó aún más y luego fue hacia detrás del escritorio, restándole importancia. La verdad, huía de esa adorable metiche.

— Ya, ya... ¿no tienes trabajo que hacer, Noozomi?

— Eh... ¡sí, sí! ¡Me voy! Me voy! —salió rápidamente, a paso cortito por sus altos tacones, antes de que su superior cambiara el carácter, porque poco le costaba. Aunque antes de cerrar la puerta se asomó asumiendo el riesgo—. Disfrute del café, doctora. Su primer cita no llega hasta dentro de una hora —. Guiñó y cerró rápidamente.

Sakura ni intentó replicar. Agradeció cuando se quedó sola, sentándose lentamente. Entrecerró los ojos al apoyar el trasero. Escocía, aunque aquello le robó una sonrisa. De solo recordar la forma en que Seiyi la miró luego de las tres primeras nalgadas, su centro se humedecía nuevamente. Ese hombre le calentaba hasta la última fibra en su ser, y aquello que tanto le gustaba de él, a veces hasta le causaba temor. Porque ella no era la única que lo deseara, aunque sí la única que en esos momentos recibía sus atenciones.

Sacudió la cabeza. No era bueno ir por ese camino, ya muchas veces Ino se lo había recalcado cuando, entre conversaciones de amigas cada que la visitaba, ella le expresaba el temor por lo bien parecido que era su novio.

"Gallo viejo ya no pisa cualquier gallina", le decía al recordarle que ese hombre ya había experimentado de todo durante toda su vida. Que ahora buscaba lo que los ancianos bien llaman, sentar cabeza y las mieles de una vida familiar.

Vida familiar... a ella también le encantaba la idea. Su carrera había ocupado por completo la adolescencia y ahora su juventud. Pero siempre quiso ser una esposa, una madre, tener un hogar lleno de risas y llantitos y desorden del que deja el amor de la familia. Todo el tiempo soñó lograrlo con Sasuke, aunque él no compartía el mismo anhelo. Le dolió cuando al final, al tocar esa panza con esos niños que pateaban, niños que cargaban la energía del Uchia mezclada con otra que no era la de ella, le confirmara al final que ese sueño solo quedaría encerrado en aquel mundo onírico.

Y ahora... ahora tal vez era posible. Un nuevo sorbo y la calidez le inundaban el corazón al recordar cuando Seiyi le dijera que no era un problema para él que no se cuidara. Le encantó aquello, pero era muy pronto en ese momento.

Ahora, pasando casi un año, ya no era tal loco considerarlo aunque...

Su mano libre rosó el sobre, recorriendo suavemente el borde cerrado con las yemas, luego el sello del hokage, y hubo tal vez una energía, una electricidad que le erizó cada poro subiendo por su piel.

Kakashi.

Aquel sello lo había puesto él, reconocía esa improlijidad del apuro. Aquello le pertenecía. Y le recordó que alguna vez consideró lo mismo con él, aunque otra vez estaba sola en aquel anhelo.

Suspiró.

Era imposible no ver esos ojos en sus pensamientos, la forma en que siempre la miraban, esos grises y profundos ojos, esa mirada pesada y calma, su voz oscura, sus palabras tranquilas, en control...

Dios, le extrañaba, le extrañaba tanto.

— ¿Por qué me alejaste? —susurró.

Y ahora el corazón se le aceleraba cayendo en la cuenta que en un par de horas estaría en el edificio en el que él pasaba la mayoría de sus horas.

Él estaría allí, cerca. Muy cerca. Más cerca de que lo que estuvo esa mañana al cruzarse en el parque. Tan a su alcance.

La respiración acompañó a aquel corazón enloquecido y ahora era la piel la que se erizaba por otras razones, porque el beso que le pidiera aún podía sentirlo. Sentir no solo el roce, revivir cada una de las sensaciones que vinieron con esa casta unión.

Quería verlo. Tenía tantas ganas de verlo...

Perderse en sus ojos, acariciarle la mejilla al bajarle la máscara, sentir sus manos rosando lentamente las suyas. Sonreírle y verle sonreír. Preguntarle que sentía, que sintió esa noche, que sintió al besarla.

Dios, le deseaba.

Y ahora, le temía.

Porque tenía a un hombre al que amaba, que le daba toda la seguridad que necesitó siempre, que la adoraba. Al que deseaba, el que la había follado minutos atrás, siempre viéndola a los ojos, porque nunca le permitió cerrarlos, esa era la condición astuta que impuso en esa caliente sobremesa. Sabía que sino, en sus pensamientos lo sumaría a Kakashi, y su posesividad no lo permitiría, suficiente fue con jugar con ese infierno, ahora ese lujo estaba vedado.

Y no podía dejar de desear al otro, no podía dejar de pensar en su maldito ex sensei. Era el hombre que le permitió descubrir lo que era sentirse amada, deseada, lo que era el placer, lo que significaba que alguien te cuidara. Y el amor, ese estuvo, no había forma de que Kakashi se comportara así sólo por ser caballeroso, sabía que la había querido en algún punto y ella, ella lo había amado... quizás Kakashi fue el amor de su vida, ahora comenzaba a aceptarlo. Sólo que no estaba segura si aquello ya era pasado, porque Seiyi sin dudas subió el amor a otro nivel, uno mucho más alto al demostrarle lo que significaba ser la prioridad en la vida de alguien. Porque con él experimentaba lo que era tener un hombre de verdad a su lado, alguien que bregaba por ella más allá de la cama, alguien que la reconocía, que la sumaba a su proyecto de vida. Seiyi sin dudas era el hombre de su vida.

Y aun así... aun así anhelaba al peliplata.

¿Tal mal estaba? ¿Eso era correcto?

Bebió otro sorbo, las cejas se curvaron en angustia. Suspiró luego de tragar hurgando con la cucharita de plástico en el fondo, sabía que había chocolate derretido. Una sonrisa se escapó al encontrarlo, efímera se esfumo pronto al ver por el rabillo del ojo aquel sobre.

No, no era correcto pensar así. No era correcto anhelarlo. No era correcto nada de eso, y por un momento odió a Seiyi por abrir esa puerta, por permitir que Kakashi se quedara esa noche iniciando todo ese torbellino, quizás siendo consciente muy en el fondo que de haberlo echado, tal vez le sucedería lo mismo.

Y se odiaba porque era grandioso lo que sentía, le encantaba y se negaba a dejar de sentirlo. Todo un delicioso error que debería dejar de al lado. Pero no podía. No, no podía.

Esos ojos viéndola con enfermo deseo mientras Seiyi la follaba. Ese celo que le quemó en los dedos hundidos en la quijada cuando su hombre le exigiera exclusividad. Y esas miradas calientes sobre ella cada vez que los imaginaba jugando con su cuerpo, los dos; no uno, los dos juntos, como si ese fuera la descarada y enferma ambición que ahora arrastraba su deseo.

Estaba mal eso.

Estaba muy mal.

¡Pero por dios que no quería que terminara!



Las manos le sudaban. Hacía bastante tiempo que no le sucedía eso.

Esperando frente a la recepción de la torre del hokage, la cual su uso se implementó con la venida de todas las delegaciones del país del Fuego, varias veces necesitó frotar disimuladamente las palmas contra la tela de su falda para quitar la humedad. No le gustaba la sensación.

Estuvo ansiosa toda la bendita tarde. Los nervios se le crisparon cuando su hábil secretaria le avisara que había llegado el taxi para alcanzarla a la torre. Tuvo que contener el aliento para que no se le notara, y maldijo por lo púber que parecían las reacciones incontrolables de su cuerpo, que con éxito lograba ocultar. O al menos eso creía.

Estaba en peligro su compostura en ese momento. No pudo dejar de pensarlo ni un minuto, aun teniendo ocupaciones, ¡y vaya que las tuvo! Esos minutos de viaje se le hicieron segundos y ahora la escueta espera frente a un escritorio, le quitaban todas las posibles excusas. No desear verlo le era imposible, y ya la culpa quería comenzar asomarse, ni mencionar el temor. Tenía miedo de verle otra vez, de ella y de lo que sus ganas hicieran cuando lo tuviera en frente.

«Seguro que no te lo cruzas. No, es imposible. Si no lo buscas, no lo encuentras. ¿No? Así que no lo buscas, ¿estamos de acuerdo? ¿Sí? ¡Promételo!»

Era su conversación interna, una tortuosa, una que se mezclaba con sensaciones, y nervios, y ganas. Casi que si la promesa la miraba con desconfianza desde el rincón en el que la había dejado.

— ¡Doctora Haruno! —el administrativo que tenía su turno en la recepción, le llamó la atención al regresar—. Me informa la señorita Kikazawa que suba y la espere su oficina. Ella se desocupa a la brevedad.

El corazón se le disparo con aquella sugerencia. Ir a la oficina de Shizune significaba estar a menos de tres metros del despacho de Kakashi. Esa oficina estaba justo al lado, comunicada por una puerta interna. El escritorio estaba muy cerca de esa puerta y podría escucharle si apenas alzara la voz. Su perfume, ese siempre invadía todo y le sería imposible no sentirlo... dios, no se esperaba a aquello. Asumió que se encontrarían en una de las salas privadas, o allí mismo, no en su maldita oficina de secretaria ejecutiva.

¡Maldita sea! Estaría muy cerca, demasiado, y aquello agitaba sus ganas tanto como su cordura.

«¡Cálmate mujer, cálmate! No eres una niña. Es tu ex sensei, tu hokage ahora, nada más.»

— ¿Doctora? —acotó el chico cuando no obtuvo respuesta—. ¿Necesita que la acompañe?

— Eh... ¡no, no! Sé dónde queda... solo que —sonrió nerviosa— ... Nada. Ahí subo — respondió.

Este le asintió con una cordial sonrisa, y ella emprendió el camino, apretando la tira de su cartera para darse coraje, y soltar ese enorme suspiro cuando el chico no podía ya verla.

Había recorrido esas escaleras cientos, miles de veces. Con su anterior hokage, Tsunade, junto a Kakashi como su sensei, visitándolo a él ya como su hokage. Miles y miles de pasos que brindó nerviosa en su momento, pero de otra clase, nervios que venían desde la inseguridad por un examen a rendir, o una misión complicada, o tal vez para dar malas noticias o excusarse por sus fallas en una misión. Pero esa vez, los nervios venían de otro lado, eran mariposas que revoloteaban y dolían, que le robaban el airea, que se incendiaban con el picor que le devolvían sus ardidas nalgas al rosarse contra la tela de la falda. No era bueno tener ese recuerdo en ese instante, recordar los dedos de Seiyi, tan hábiles y precisos en sus castigos como lo fueran los de Kakashi. Tan calientes...

«¡No, no, no, no, mujer! Piensa en cachorros, piensa en flores...»

Los dientes se apretaron, sacudió apenas la cabeza para despejar los pensamientos. Y ahora recorría el último escalón. Un par de metros y estaría dentro de la oficina de su amiga. Al lado de la del hokage.

Un par de ninjas pasaron apurados a su lado, la saludaron. Ella les devolvió el gesto. Más allá otro grupo hablaba. Y ahora su andar se frenaba frente a esa puerta, sintiendo el alivio que le bridaría un refugio si aquello fuera una zona de guerra. Porque lo era sin serlo. El peligro por verlo le encendía la piel. Porque si encontrarlo a la distancia esa mañana había disparado tantas cosas, tenerlo cerca, tan cerca, le enloquecía las ganas. La culpa comenzaba a hacer el resto, ahora esa no faltaba complicando el cuadro. Y el deseo...ese...¡ese era un desgraciado!, ese la llevó a mirar de reojo la otra puerta detenido el paso que la pondría a salvo, aquella puerta cerrada, la que daba a la oficina de él, acelerándole mas todo al sugerirle que quizás no era tan malo asomarse, tal vez saludar. Eso sería educado de su parte, al fin y al cabo era la doctora oficial del hokage y...

«¡No! ¡Basta!»

Suspiró sacudiendo apenas la cabeza. Algo más se dijo a sí misma, no reparó en que, solo que se brindaba aliento para tomar ese picaporte al fin y seguir empujando la bendita puerta. Y ahora la piel se le crispaba, la espalda le quedaba rígida al escuchar la voz, aquella calma y gruesa voz, que avanzaba por el pasillo circular dando instrucciones precisas. Se acercaba y rápido. Debía irse de allí y....

«¡Mierda!»

No le dio tiempo a maldecirse un poco más mientras se acostumbraba a la idea de que cedería a esas ganas que la torturaban. Fue imposible no girar hacia el sonido. Sus ansias querían verlo, lo necesitaba, aunque su razón jalara con pocas fuerzas hacia el otro extremo.

Los jades bien abiertos lo esperaron, fueron largos segundos en los que los dedos que sujetaban el picaporte se fijaron más a ese trozo de metal, como si fuera un salvavidas. Y el pecho se agitó cuando la figura se hizo visible, completamente visible, estoica, alta, en control con esa capa de hokage, la que vestía para reuniones formales flameando en cada paso. Jamás había reparado en lo que esa puta prenda en aquel hombre la calentaba. El poco aire que entró a sus pulmones ahora se le atoraba cuando él alzara la vista y sus grises se encontraban al fin con ella.

Dejó de hablar, detuvo la marcha. El hombre a su lado la miró extrañado, luego a su hokage reanudando la conversación. Podía oírles tranquilamente, sabía que se trataba de un tema de seguridad en las rutas comerciales y luego él le sonrió, desviando su mirada al hombre. Algo le respondió, esas palabras no las entendió, solo su timbre, grueso, calmo, en completo dominio. Dios, amaba esa voz.

Y ahora el hombre se rascaba la sien, estaba algo preocupado y se iba al encuentro de otros tres que venían detrás.

La respiración se le aceleró más, si acaso era posible, cuando Kakashi fijó toda su atención en ella habiéndose librado de la compañía que lo ocupaba, y con el mismo paso que lo llevo hasta allí, como si su presencia no le causara nada, se acercó.

Necesitó tragar varias veces para aclarar la garganta, soltar el picaporte para acomodar cabellos que no molestaban. Estaba nerviosa, pero igual sonrió cuando él se detuvo cerca.

— Hola, Sakura.

— Ho-hola, hokage sama.

Kakashi suspiró.

— Sabes que no tienes-

— ¡Pero quiero! —respondió en un arrebato—. Debo. E-es lo mejor a-aquí.

Él le sonrió, ella hizo lo mismo. Hubo unos segundos en que sólo sus ojos fueron el único punto de contacto. Estaba hermosa, con esa mirada dulce, brillante, insegura de que debía y que no, él sabía que sólo quería acariciarle, y fueron sus dedos los que se frotaron entre ellos aliviando a medias esa necesidad.

— Bueno... digamos como que estás en lo correcto —.Dijo al fin, dando un paso más cerca, paso que enderezó más la espalda de Sakura, como si lo esperara—. Fue una linda sorpresa encontrare. Estás aquí por Shizune, ¿no?

— Sí. Ella me citó hoy.

Kakashi asintió.

— Debe ser por el almuerzo con Kaneko. ¿Te avisó que se pospuso?

— No, no. ¿Qué sucedió?

Kakashi respiró hondo.

— Lo que sucede todo el tiempo en estos días.

— Reuniones de último momento —completó Sakura y luego carcajearon.

— Sí, es una...verdadera locura —y su cabeza punzó en ese instante. Las molestias por el cansancio estaban regresando y no pudo evitar ser evidente ante ella, el dolor fue violento al anunciarse, lo que le contrajo el ceño obligándolo a presionarse el puente de la nariz.

— ¿Estás bien? —Reaccionó de inmediato Sakura, la mano casi que iba en camino hacia él.

— Sí... solo es...

— Luces cansado. ¿Estás durmiendo lo suficiente? En tu posición, el estrés-

— Hokage sama —interrumpió el hombre que lo acompañaba en el pasillo, los otros tres quedaron hablando entre ellos—, si le parece bien, podemos ir pasando a la sala. ¿Está reservada la principal?

Kakashi miró por sobre el hombro del sujeto, hacia atrás.

— No, es la segunda. No somos tantos.

— Ai. Cuando usted diga.

— Aun no llegan Hiroshi y Ruo, ¿no?

— Así es, están demorados. Pero me avisaron que vienen en camino.

Kakashi miró a Sakura ahora. Esta le observaba con esos jades bien abiertos, un leve sonrojo los coronaba, estaba nerviosa la boquita contraída daba evidencia de ello. Lucía tan hermosa, encontrarse había provocado en ella lo mismo que en él, y no quería desaprovecharlo. Tenerla cerca, junto a él luego de aquella noche, dudaba que se diera fortuitamente otra vez en el futuro cercano.

— Avísenme cuando lleguen. Tengo unos asuntos que conversar con la doctora Haruno.

El hombre asintió, luego la miró saludándola con un gesto de cabeza, y se retiró buscando a los otros que conversaban entre ellos más allá.

— Kakashi —susurró Sakura— , no tenemos nada que tratar ahora mismo, si tienes que irte..

— Tú no tendrás que hablar conmigo, porque yo sí tengo que hablar contigo — y le sonrió, aunque el dolor no le permitiera expresar la mueca del rodo bien.

— ¿Tienes una jaqueca, no?

— Algo así —minimizó sonriendo nuevamente, con el esfuerzo necesario para que saliera bien esta vez—, nada grave. Ven, vamos a mi oficina — y dio los escasos pasos que lo llevaron hasta la puerta de al lado. Sakura le siguió.

— ¡Hokage sama! ¡Hokage sama! —fue un nuevo llamado que lo retuvo antes de siquiera tomar el picaporte— ¡Qué bueno que le encuentro!

Era Shikamaru con una urgencia que pocas veces se le había visto. Tenía la frente perlada por el apuro y una serie de documentos arrugados entre las manos.

Kakashi suspiró, el ceño se contrajo otra vez y hubo una nueva punzada de dolor que le frunció aún más el rostro.

— ¿Que sucede?

— Llegaron los primeros informes desde los puertos, y tengo a Naruto en la recepción.

— ¡¿Naruto?! —exclamó Sakura.

— Oh, perdona Sakura. No te vi. Buenas tardes.

— Hola, Shikamaru.

— Sí, Naruto —acotó Kakashi—. Inicia como ayudante del hokage. Lo que me faltaba...

Sakura y Shikamaru carcajearon.

— ¿En serio?

— Sí, desde que nació Boruto pidió comenzar a prepararse en las cuestiones administrativas — aclaró Shikamaru.

— Sigue firme en lo de ser hokage, por lo que veo —acotó Sakura.

— ¿Pensaste que lo olvidaría? —susurró Kakashi inclinándose levemente hacia ella.

Ésta carcajeo bajito negando. Naruto siempre fue insistente y aquello que se le ponía entre cejas, lo lograba. Ser hokage fue su sueño de niñez, ahora tenía la edad y la madurez necesaria para hacerlo realidad.

— Bueno —interrumpió Shikamaru—, hoy es un día algo intenso. ¿Le digo que venga mañana para iniciar?

— Estamos algo ... complicados, sí. Pero creo puede comenzar —. El Nara suspiró pesado en queja, guardaba la esperanza de que no, pero en el fondo sabía que el intenso de su amigo le tocaría a él—. Que te ayude con las reuniones a organizar para lo que resta del día y mañana. Y que participe en las que tú debes estar. De oyente.

— Ok, ok.

— Aclara la reserva en los casos que amerite.

Este asintió sin mirarlo mientras buscaba de entre los documentos que traía, un sobre en particular extendiéndoselo al final.

— ¿Y esto?

— El consejo.

Kakashi frunció el ceño aún más.

— Cartón lleno —balbuceó entre dientes.

— Bueno, los dejo. ¿Te reúnes con Shizune ahora, Sakura?

— Bueno sí, me citó a esta hora, pero creo que está demorada.

— Sí, temas menores, pero no tarda. Acabo de cruzarla. ¿Van a tratar los temas del almuerzo con Kaneko?

— Sí, en parte sí.

— Voy a acompañarlas el jueves.

— ¡Qué bien! ¿Por algo en particular o...?

Lo miró a Kakashi en ese momento, este le clavaba una mirada asesina que le dijo más que cualquier palabra. El Nara rodó los ojos.

— Emmm... creo que el hokage va a explicarte mejor que yo. ¿No es así, hokage sama?

— Crees bien —dijo el aludido—. Adiós, Shikamaru —agregó volteando para abrir la puerta, dando final a la conversación.

Shikamaru respiró hondo y luego saludó con la mano a Sakura quien carcajeó bajito, saludándole también.

— ¿Estás muy adolorido? —Le susurró cuando este abría la puerta.

Kakashi casi que si gruñó en respuesta e iba a acotar algo cuando la voz de Shizune les llamó la atención.

— ¡Sakura! —Avanzaba prácticamente si corriendo— ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón!

El peliplata suspiró girando a verle con cara de pocos amigos. Ya eran demasiadas las interrupciones y esa última sólo significaba que su tiempo con Sakura terminaba.

— ¡Hola Shizune! No te preocupes, en serio. Entiendo.

— Se me complicó la tarde —tomó un par de papeles que traía—. Lo bueno es que lo pescaste a Kakashi.

— ¿Pescar?

— Y ahora qué quieres Shizune —acotó el peliplata.

— Toma. Esto es lo que me pediste para la reunión que tendrías que estar tendiendo ahora mismo.

— Hiroshi y Ruo están demorados.

— Bien. Bueno... entonces te da tiempo de leer lo que te traje —sonrió y luego miró a Sakura—. ¿Quieres café o té? Porque yo muero por un café. Busco algo de beber y pasamos a mi oficina.

Kakashi miraba a su secretaria ya con verdadero disgusto, Sakura no sabía que pensar de aquello, hasta casi que si le daba gracia.

— Emmm... lo que tú tomes está bien para mí.

— Café será. Espérame en mi oficina.

— Hablo unos temas con Kakashi y voy para allá

— Ok. No te demores que-

— ¡Señorita Kikazawa! —Uno de los jóvenes cadetes extranjeros se acercaba corriendo, ya tenía una disculpa en los ojos antes de si quiera interrumpirles, inclinándose en respetuoso saludo cuando vio a su hokage—. ¡Buenas tardes hokage sama!

La aludida suspiró pesado antes de hablar, buscando una calma que ya le escaseaba, la pelirrosa bien sabía que su amiga no tenía entre el catálogo de virtudes la paciencia. En aquello era muy similar a su tía.

— ¿Que pasó ahora, Liam?

— Me me dijo.... que que la avisara cuando llegara la la llamada.

La mujer volvió a suspirar.

— Dios... ¿y ahora llamaron?

— ¡Sí, señora! —se enderezó.

— ¿Está en espera?

— ¡Sí, señora!

— Bueno —un nuevo suspiro, y ahora miraba a Sakura—, me vas a tener que dar unos quince minutos más.

— No te hagas problema.

— Sí, Shizune, no te hagas problema — agregó Kakashi.

— Nadie te dio vela en-

— El respeto —le cortó bruscamente Kakashi.

El joven cadete ahora se sonrojaba, incómodo no sabía dónde meterse aunque intentó sonreír cuando escuchó a Sakura carcajear por lo bajo.

— ¡¿Y tú de que te ríes?! —le reprendió la morocha— ¡Ya! ¡Ve y dile que voy!

— ¡Sí, señora! —el chico ya casi que temblaba— La la llamada está en en la central.

— ¡¿En serio?! ¡¿Hasta ahí tengo que ir?!

— Su su interno no funciona.

La mujer maldijo entre dientes, nadie le entendería aunque era evidente que no se trataban de palabras bonitas. Y ahora miraba a Kakashi— ¡Te dije que mi teléfono no funciona! —Este se encogía de hombros—. Liam, ve y dile que estoy en camino.

— ¡Sí, sí, señora! — se inclinó ante su hokage y salió corriendo a cumplir la orden.

— Perdón Sakura —esta negó sonriendo—. Cuando te desocupes, ve a mí a oficina, por favor. No quiero demorarte más.

— Ya, tranquila. Ve que no hay problema de nada. Dejé mi tarde reservada para ti.

La mujer suspiró una vez más,— Gracias, eres muy linda —y echó a andar a paso apurado.

— Tiene razón —el varón habló tras su espalda.

Y ahora Sakura respiraba hondo mirando a Kakashi, quien abría definitivamente la puerta al despacho principal. El estómago se le contrajo al sentir otra vez ese nerviosismo revoloteando. Estarían a solas al fin , en aquel lugar, uno en el que pasaron tantas cosas y que ya nunca más le sería indiferente.

Solos, cerca, demasiado cerca.

Tuvo que respirar hondo antes de seguirlo, él la observó pasar a su lado cuando se corriera para luego intentar cerrar la puerta, porque ahora era un nuevo cadete el que interrumpía.

— ¡Hokage sama!

Kakashi miró hacia el cielo intentando disimular su disgusto, no fue muy eficiente en aquello, el muchacho se sonrojó inclinándose varias veces en disculpa.

— ¡Disculpe hokage! ¡No quería interrumpirle! ¡Acepte mis disculpas por favor!

— Ya, ya. Dime que sucede.

— Me informan que los señores Yamamoto y Tuksomi ya están en camino.

El peliplata suspiró, luego el ceño se le encogió cuando una nueva punzada le azotara la sien. Aquello le había molestado. Una nueva interrupción y sólo para acotar algo que ya bien sabía.

— Lo sé.

— Lo esperan en la sala chica.

— Cuando lleguen me buscas —le respondió señalándole con una mano la puerta.

— ¡Sí, señor! Y además el señor Uzumaki le envía saludos agradeciéndole la oportunidad en estos días en que-

— Si, sí, gracias —le dijo callándolo, para ahora tomarlo cordialmente del hombro empujándolo fuera, para cerrar la puerta con llave tras de sí.

— Al fin.

Sakura lo observaba con una leve sonrisa en los labios.

— ¿Nos encierras?

— No quiero más interrupciones.

Y ahora carcajeó suavemente mientras lo observaba acercarse, con una sonrisa en los labios bajo la máscara y el ceño contraído.

— Odias las interrupciones.

— Me conoces bien.

El tono fue grave en la respuesta, él cerca, muy cerca, más cerca que en una conversación casual, pero aún fuera de su alcance. La colonia que vestía le golpeó el rostro, disparando las hormonas que le coronaron los jades con aquel precioso sonrojo.

— Sí... son muchos años juntos.

Él asintió, luego tuvo que respirar hondo para disimular lo que ella le provocaba. Estaba hermosa, más hermosa que nunca.

— Bueno, sí. Mucho de todo —y ahora se tocaba la sien otra vez.

— Te duele.

— Es soportable, no te hagas problema.

— Sí, claro —le dedicó una mirada incrédula yendo detrás del escritorio para tomar su mullido sillón por el respaldar, girándolo—. Sabía que me responderías eso —.Luego palmeó el cómodo asiento invitándole a sentarse—. Ven.

— Estoy bien, en serio.

— No fue una sugerencia, Kakashi.

Este carcajeó y luego sonrió asintiendo. Le obedecería, al fin y al cabo le encantaba cuando lo cuidaba así.

— ¿Así está bien? —provocó al sentarse, apoyando las espaldas en el respaldar. Sakura se acomodaba a su lado.

— No era tan difícil, ¿no?

— Bueno, dicho así, siento como que va a salirme caro.

Ella carcajeó— ¡No seas exagerado!

— ¿Crees que lo estoy siendo?

Ella rodó los ojos sonriéndole y luego le apoyó la palma en la frente—. No. Estás siendo muy...tú.

— ¿Y eso es malo por?

— No es malo —buscó un mejor ángulo y ahora Kakashi cerraba los ojos cuando la otra pequeña mano correspondía en la nuca, en el exacto lugar que más le dolía. Ella le conocía, demasiado bien.

— Oh, sí —gimió al inicio del tratamiento, encogiendo mas el ceño cuando ella comenzó a irradiar el preciso chacra que atacaría su jaqueca. Su energía era más fuerte que la de Shizune, mas focalizada a sus propios canales, como si hubiera sido diseñada exactamente para él. Y dolió al comienzo, fueron miles de agujetas que entraron por su piel, aliviada la picosa molestia sólo por aquella voz que suavemente le susurraba que pronto pasaría. Y era cierto, siempre lo fue y siempre lo sería, con ella cualquier dolor o sufrimiento se desvanecerían, porque con ella, sólo con su sonrisa, con esa limpia mirada jade, ya tenía el mundo completo, se sentía en casa, calmo, satisfecho. Seguro.

— ¿Mejor? —dijo suavemente sin dejar de irradiarlo.

Él respiró hondo, el alivio era notable, y su cuerpo se relajó cuando el último vestigio de dolor se esfumó.

— Sí...

— No abras los ojos aún —y bajó apenas la palma para taparlos—. Trataré de quitarte esas bolsas, no estás descansando.

— No es tan así. Algo dormí...

— No me mientas. Conozco tu energía y estaba alterada.

— Está alterada por muchas reuniones.

— Mpf...ya, ¿por quién me tomas?

— ¿Por mi hermosa doctora? —Intentó escaparse de su agarre para verle.

— ¡Ya!—jaló de los cabellos de la nuca para sujetarlo.

— ¡Ah! Acabas de curarme.

— ¡Quieto! —Reprendió y la luz verde salió de su palma refrescándole la piel de los ojos.

Aquello se sintió demasiado bien y fue el grave gemido que escapó de la garganta del varón, el que la estremeció, recordándole lo excitantes que eran los sonidos de ese hombre, como la transportaban a orgasmos insoportables cuando le hablaba entre gemidos, en aquellas tardes de domingo ocultos en su casa.

Suspiró.

Aquello no era bueno. Necesitó tragar antes de cortar el chacra separando apenas la mano. Con los ojos cerrados, Kakashi no podría advertir esa intensa mirada jade que le recorría, que observaba cada detalle de sus cejas, la línea rasgada de sus pestañas, la cicatriz tan distintiva que lo cruzaba. Y ahora le acariciaba al retirar suavemente las manos, las yemas no se separaban de la piel, no quería, no podía soltarlo; y aquella demora en abandonar el contacto la evidenciaron.

Intentó casi huir cuando fue consciente de su indiscreción. Fue la mano que Kakashi le posó en la muñeca la que la detuvo devolviéndola nuevamente sobre la mejilla, fue el pulgar que le rosó la sensible piel de la cara interna la que la tuvo suspirando otra vez, fueron esos grises ojos que se abrieron pesados los que la prendaron.

El tiempo se detuvo. Sólo oía su corazón y el leve siseo del aire atravesando la máscara. El vaivén de su pecho no era calmo, el de él tampoco. Y ahora las yemas se movían raspando suavemente sobre aquella tela que le molestaba. Él lo haría por ella, lo deseaba más, y fue en un tranquilo movimiento que ahora su rostro se revelaba de nuevo.

Los jades cayeron sobre esos definidos labios que se separaron al notarla. El pulgar se movió indiscreto para rosarlo.

— Están...secos. No te hidratas bien.

— No —le respondió y ella se humedeció los propios como si así a la distancia fueran los de él los que rosaba con la lengua.

Y ahora su vista se alzaba. Aquella mirada gris, pesada, calma, la esperaba. Y la estremeció al encontrarla.

— Porque te descuidas tanto — la miraba, estoico, tranquilo se dejaba tocar—. Eres un hombre importante y-

— Ahora estás aquí, cuidándome.

Ella suspiró, luego asintió.

— Ahora... pero ¿cuándo no estoy... aquí?

Él respiró hondo antes de hablar. Dudó en las palabras que elegiría para responderle, o quizás no eran esas las que quería decir. Nada importó cuando ella se removió y el necesitó que se quedara ahí, justo ahí, cerca.

— No dejo de pensar en ti —y le sonrió. Una suave mueca que le estiró los labios arrastrando a esos jades nuevamente a ellos.

El peliplata tenía una hermosa sonrisa, con dientes perfectamente alineados, blancos. La pequeña muesca que se hacía en sus comisuras al estirarlos, la volvía loca, eclipsados luego por el lunar en su recto mentón que acompañaba en el movimiento a la piel. Le delineó la quijada, es lo que pudo si quería soportar esa terrible necesidad que ya ardía en su boca, deseaba besarlo, por dios que le deseaba. Deseaba que él la besara, que no le permitiera pensar en nada más, que no le dejara considerar lo terriblemente incorrecto de aquello y lo desesperadas que estaban sus ansias, su cuerpo, sus manos, todo en ella.

Él la acarició en ese instante. La mano que le sostenía la muñeca la abandonó para rosarle suavemente con las yemas el rostro, invitándola, eso leía porque eso es lo que quería, que la invitara a besarlo, que la arrastrara a él, a ese asiento, a su falda, sobre su pecho.

— Yo... yo también pensé en ti —. Le dijo casi en un susurro. Le miraba la boca, él quizás hacía lo mismo, o tal vez observaba el recorrido de los propios dedos por sobre la mejilla.

— ¿Sí? — Ella asintió. Ahora su mirada limpia, sin inocencia pero con esa dulzura que si hasta le confería castidad, se perdía en sus grises—. ¿Y qué pensaste?

Suspiró ante la pregunta y por su mente pasaron tantas imágenes... reales del pasado, fantasías, el recuerdo de sus ojos enfermos de celo y lujuria al observarla en los brazos de Seiyi. Fue eso, fue lo que toda su vida sintió por él, lo que sentía, exacerbado y opacado por su propia lascivia. Era irresistible y estaba mal desearlo. Le miró la boca otra vez, sus labios se abrieron, y luego los dedos le temblaron sobre esas mejillas.

Encogió un hombro, se sonrojó y al fin habló con la atención puesta sobre lo anhelado.

— No...no lo sé —. Era lo mejor que podía decir, aunque no fuera verdad.

— ¿No lo sabes? —la voz fue grave trayendo nuevamente los jades a su mirada—. Eso es mentira, pequeña —. Ella respiró hondo—. Y sabes que puedo fácilmente averiguar la verdad.

— Es... es —una mano cayó de ese rostro hacia su hombro. Intentó a alejarse pero él estrechó el espacio logrado al incorporarse del respaldo—... no, déjalo... así...

— Porque lo dejaría.

La respiración se le descontrolaba, él estaba más cerca y podía jurar que deseaba que le tomara la boca en ese instante. Por dios que lo deseaba tanto...

— Porque es... no puedo olvid-

Los golpes en la puerta la respingaron. Kakashi maldijo por dentro, la expresión de su rostro no disimuló el disgusto cuando volteó hacia la puerta, en el mismo instante en que Sakura se separaba de él. No la dejaría irse, no esta vez. Se puso de pie y con habilidad pasó una mano por la cintura de la chica, llevándolo contra él.

— ¿Quién es?

— ¡Hokage sama! Está ahí, que bueno que está en su oficina. Lo buscaba.

— Me encontró. ¿Qué quieres?

El joven, la voz detrás de la gruesa madera sonaba a la de un joven cadete, hizo una pausa. Su hokage estaba molesto.

— ¿Pue-puedo pasar?

— No. Habla.

Sakura lo miraba, apenas inclinada hacia atrás, una mano apoyada sobre el pecho del varón, manteniendo una distancia casi inexistente, una que le cayera en gracia al decoro que quería mantener contrario a sus deseos. Le observaba el rostro, las duras facciones que tanto le atraían. La grave voz retumbaba en todo su cuerpo, no era calma como instantes atrás, pero no por ello le disgustaba.

— El... el señor Tuksomi está en la recepción.

— ¿Él solo?

— Sí. Yamamoto aún no llega.

— Llévalo a la sala, junto al resto.

— Pregunta por usted.

— Cuando estén todos me avisas.

— Pero, hoka-

— ¡Estoy ocupado!

— ¡Ai! —Fue lo último que se escuchó. Kakashi esperó unos segundos y volvió la atención a la pelirrosa entre sus brazos. Ella se sonrojaba, el vaivén del pecho se expresó como pudo cuando él la apretó más contra el suyo.

— Ti-tienes que irte, Kakashi.

— Ibas a decirme algo.

— Vinimos aquí a .... hablar.

— ¿Quieres hablar?

— Tú... tú querías hablarme de-

No la dejó decir más. El arrebato le capturó el rostro con una mano y la boca con sus labios. Sakura gimió ante el contacto, por dios que era todo lo que quería, que él la callara, que le borrara las dudas con su imposición, que la tomara. La mano sobre el pecho se aferró a la tela sobre la que posaba, los ojos se cerraron, el ceño se contrajo en gusto y sus ansias hicieron el resto al dejarse llevar por el placer y el medido ímpetu del varón, sumando su propia vehemencia cuando la mano libre encontró el camino a la nuca para sujetarlo a su boca.

Hubo un gruñido, hubo otro gemido femenino, los labios se tensaban abriéndose más, porque querían más, tomar más del otro, con el límite que la física imponía. Le siguió la lengua cuando fue la piel la que ya no lo lograba. Y luego el abrazo que rodeó su pequeña espalda y los anchos hombros cuando ella se pusiera en puntas de pie.

Había hambre, había sed, había anhelo y condena y lascivia. Ya la lujuria quedaba chica en aquel encuentro. Quizás la culpa quiso plantarle una duda, fue la inconsciente habilidad del peliplata quien la guió los dos cortos pasos que necesitó para llevarla contra el escritorio sentándola para tenerla completamente a su disposición. Hábil sí, porque cuando aquel marcado trasero rosó bruscamente la tela al subir por el borde, fue el ardor el que le recordó el castigo de otro amo, y lo delicioso que era el hombre que se colaba ahora ente sus piernas cuando descaradamente le alzara la falda. Su centro se hinchó, fue inevitable que las fantasías que la asolaran todos esos días volvieran, ahora con otro actor y un nuevo espectador tácito. Y eso era un elixir para su sistema, haber probado a los dos de aquella forma la había dejado adicta a una sensación difícil de olvidar, difícil de querer dejar ir.

La cintura se quebró dándole más llegada, él empujó contra esa pelvis, rozándola. Su dureza era evidente, y ella deseaba aquello. Lo deseaba a él.

— Sensei —susurró cuando los labios del peliplata la soltaron bajando por su cuello.

Sus manos lo acompañaron en el movimiento, tomándole los cabellos para evitar que saliera de ahí, y que ahora jalaba la capa del hokage echándola fuera de ese cuerpo cuando regresara a su boca. Quería sentirlo sin barreras, sin nada en medio, quería tener más, mucho más.

Y ahora se miraban a los ojos, por un segundo despegaron sus bocas por aire, quizás buscando alguna clase de confirmación. Nada fue medido desde que el primer beso se desatara, nada fue preguntado, sus cuerpos accionaban por memoria. Eran quizás un desastre en ese instante, los labios hinchados, los párpados pesados y era ella la que volvía a devorarlo tomándole el rostro, indicándole que nada debía detenerse. Era él quien subía la apuesta al jalar de esa camisa fuera de ese cuerpo, la piel blanca, suave, perfumada de sus pechos; los dedos no tardaron en sentirlos en una caricia pesada que arrastró el corpiño. Ella se dejaba hacer, él también cuando esas inquietos manos bajaron por su abdomen rasguñando la tela al pasar, llegando cinturón del pantalón como su objetivo. Cuando tiraron de ese botón que no podía desprender, cuando enredara la camisa de su uniforme abriéndola, cuando le envolviera el rostro nuevamente llevándolo contra de sus labios porque no podía dejar de besarlo.

Era mucho lo que sentía, era fuego, eran ganas. Aquello no estaba bien pero no quería detenerlo, porque lo necesitaba, porque por dios que sentía excelente, sus ansias, ese denso deseo por fin comenzaba a ser pleno, por fin dejaba de torturarle las entrañas.

Lo deseaba, lo deseaba tanto y lo que sucedía estaba más allá de su control, del control de cualquiera. No estaban en un lugar seguro, menos las circunstancias, había gente que los esperaba, sus posiciones estaban en juego. Y aun así parecía que aquello no existía, el peligro, los riesgos, las consecuencias. Era el hambre más denso, era la lascivia de sus cuerpos más intensa, y había más, mucho más entre ellos. Algo más profundo que volvía a encontrarse en ese camino de pura lujuria. Aquello no tendría otro fin que no fuera en la unión de sus cuerpos.

— ¡Hokage sama! —la voz del joven cadete se alzó suave detrás de la puerta. Luego devinieron los tres golpes que pasaron desapercibidos—. ¡Hokage sama! ¿Sigue ahí?

Nuevos golpes. Más intensos.

— ¡Mierda! —maldijo sobre esa boca. Sakura abría los ojos ahora cuando lo sintió detenerse.

— ¿Me escucha?

— Kakashi... te... te buscan —dijo con los ojos abiertos en susto. Fue en ese instante que cobró cuenta de la desnudez de su torso, las tiras del corpiño caía por los lados.

— Lo sé —y la besó nuevamente buscando calmarla.

Nuevos golpes y ahora ella le detenía tomándole de los hombros mientras que con los codos cubría sus pechos.

— ¡Kakashi! —regañó entre dientes, para no ser oída.

Kakashi maldijo por lo bajo y luego se quitó la camisa, lo que aún quedaba sobre su cuerpo, para envolverla por los hombros, cubriendo su hermosa desnudez.

— ¿Qué... qué estamos haciendo? —los golpes no cesaban y él ahora le miraba a los ojos tomándole el rostro entre sus manos, luego de cerrar la camisa en el frente, que le lucía enorme.

— Esto no es un error —le dijo y luego le abrazó.

— Sí —dijo alzando la voz, para que el intruso diera cuenta de él.

— ¡Oh! ¡Hokage sama! ¡Está ahí!

— Que necesitas.

— Los señores Yamamoto y Tuksomi ya están aquí. Me dijo que le avisara cuando-

— Gracias —le interrumpió—. Me desocupo y voy.

— Pero señor, están aquí y-

— ¡Dije que me desocupo y voy!

— ¡Sí, señor! ¡Como usted diga, señor! Les informo —se escucharon murmullos y movimientos de personas, para luego el silencio total. Kakashi y Sakura hicieron lo mismo por unos instantes, sus respiraciones agitadas golpeaban el cuerpo del otro, ella estaba prácticamente escondida entre los brazos del varón.

— Ya se fueron —le susurró luego de escanear la energía detrás de la puerta.

— ¿Eran más de uno? — sonó temblorosa la voz.

— No importa eso.

— ¡Kakashi! —alzó la vista, él se acomodó para verla, acariciándole el rostro cuando se asomó con esa expresión entre preocupada y culpable—. ¿Que estábamos haciendo?

— No tienes la culpa de esto.

Era lo que necesitaba escuchar, por dios que lo necesitaba, eso y más. Y ahora el perfume varonil le golpeaba una vez más, la mirada caía nuevamente sobre esos cincelados e hinchados labios, el cuerpo le reaccionaba y era que las ganas no se iban, a pesar de lo incorrecto en ello, a pesar del peligro y de que el tiempo no estaba de su lado. Aún necesitaba más se ese hombre, y no tuvo que decir nada más, él la besó con calma segundos después. Gimió ella sobre esa boca, dejándole hacer, haciendo en consecuencia, el tiempo que él le permitiera.

— Sakura... pequeña... no quiero dejarte —. Ella suspiró y volvió a besarlo, esta vez sus dedos buscaron el camino a través de la camisa para tomarle el rostro.

— Está mal esto —le dijo sobre su boca el gruñó antes de besarla otra vez, sus manos amasando los muslos abiertos que le apretaban las caderas.

El sonido de personas fuera de la oficina se arremolinó en la puerta. Alguien entraba ahora al recinto del al lado, y eso fue suficiente para que cortaran lo que hacían, el aliento pesado del uno le golpeaba en el rostro del otro, las miradas se buscaban presas de ese embrujo que se negaban a soltar.

— Ven a mi casa esta noche —dijo él, no supo de donde salió aquello—. Ven conmigo esta noche.

Sakura le miró, luego le acarició los labios. Aquella propuesta resonó en su cuerpo encendiéndole hasta la última célula.

— No... no sé si eso-

— Seiyi tiene una cena esta noche —¿qué carajos estaba diciendo? —. Regresará tarde.

— Como...

Nuevos sonidos los sobresaltaron. Alguien hablaba dentro de la oficina de Shizune, no era una mujer, pero era alguien. Y ahora cerraba bruscamente la puerta al retirarse. Sakura respingó por el sonido.

— Kakashi...

— Te estaré esperando —le dijo fijo en sus ojos.

Ella dudó, el pecho se agitaba. Lo incorrecto de aquello lo hacía enfermamente tentador. Y luego asintió, la timidez cubrió con un sonrojo imperceptible las mejillas, ella ya lucía acalorada. La sonrisa de Kakashi dijo el resto, esa hermosa sonrisa, limpia, seductora. Luego la besó, fue un beso corto pero no memos profundo, que tomó de ella ese gemido que le cerró los ojos antes de separarse y comenzar a acomodar la ropa.

Ella le observó hasta que le alcanzo la blusa pidiéndole la camisa en trueque.

— Estás hermosa —le dijo, ayudándole a bajar del escritorio, esperándola mientras ella se ponía las ropas faltante acomodando el resto. Le acarició la mejilla mientras se peinaba con los dedos, y se subió la máscara cuando la vio aplicarse el jutsu médico que le descongestionara los labios, mejillas y cuello.

No dijo más al tomar la capa, sólo se volvió antes de abrir la puerta.

— Kaneko va a proponerte unas investigaciones para unir tratamientos oncológico tradicionales con chacra.

— ¿Cómo?

— Era eso lo que quería comentarte.

— Ah... bien —respondió y luego sonrió.

— Voy a liberar a Shizune para que regrese al hospital, así te ayuda. Por si quieres tomar la propuesta.

— Ok...

Luego respiró hondo.

— Estás bellísima —dijo al final.

Ella sonrió luego necesitó morderse un labio cuando lo vio terminar de colocarse la capa antes de quitar la llave de la puerta.

— Nos vemos.

Asintió en respuesta observándolo partir.

El corazón comenzó a latirle rápido en ese instante. Encontrarse esa noche. En su casa, a solas, luego de casi hacer el amor sobre el escritorio de su despacho.

¡Dios!

Se pasó la mano por el rostro cuando lo sintió arder. Había vergüenza y excitación, y ganas, culpa, miedo, placer. Era todo tan confuso y exquisito, que no lograba entenderlo del todo.

Y luego levantó la vista hacia esa puerta, tomando el bolso y demás cosas para salir de ahí, para buscar a Shizune y dejar de pensar en la cita que había aceptado, y en lo que ello le iba a convertir.



Hoy se cumplen 7 meses exactos desde mi última publicación.

Se podría decir que hicimos un parón de middle season jajajajajaja... pero no, no fue así. Fueron circunstancias que me tuvieron ocupada. Pero aquí estamos de regreso!

Gracias, gracias, gracias, a todos. A las chicas de LuL que me tuvieron taaaaaaaanta paciencia, y que me alentaban semana tras semana. Y a todos los que me escribieron, y releyeron esta historia, y tuvieron paciencia. Muchas gracias.

Bueno, ahora, las leo...

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