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Capítulo 60

Afuera llovía otra vez. El alumbrado público ya destellaba con las copiosas gotas, el vidrio que daba a su oficina volvía a distorsionar la vista hacia la ciudad al cubrirse de agua, por quinta vez en lo que llevaba de la tarde.

Daban las ocho.

Sakura estaba en su casa. No había salido en todo el día. Leía un libro en el estar, tal le habían informado hacía menos de cinco minutos. Era lo que estuvo haciendo todo el sábado desde que se levantara y le informaran que él no estaba, que se había ido por compromisos laborales.

Lucía consternada, le comentó el empleado al que ordenó a cuidarla, Watari no sabía de aquello, no se lo aprobaría ahora.

Las viejas costumbres eran difíciles de abandonar, y le fue imposible no echar mano de los recursos que tan bien manejaba. No estaría tranquilo sin tener noticias de ella durante todo el día, porque supo desde el preciso momento en que se levantó, que sólo la distancia podría calmar esa incipiente furia.

Tener gente cuidándola desde las sombras, no sería nuevo, aunque esta vez le molestara en algún punto. Pero no iba a titubear en pequeñeces, y menos ahora en que sentía que su victoria se convertía en apenas una ilusión efímera. Él no era hombre de perder, nunca, ni de rendirse rápido.

Ella leía, seguía leyendo. Eso y descansar, algún dulce que se animó a pedirle a la servidumbre.

Leía el mismo libro que le había visto sobre su bolso al levantarse en la mañana. El libro de Kakashi, lo reconoció ni bien lo alzó, el que ella le regalara dedicándoselo especialmente. El mismo libro del que el peliplata se regodeaba frente a él cada vez que podía, y del que no se separaba nunca desde que lo recibiera, reemplazando a cualquiera de los clásicos de bolsillo que lo acompañaron hasta el hartazgo, aun siendo este más incómodo de transportar por su tamaño.

Excepto ahora.

Ella lo tenía y eso sólo significa que él se lo había dado.

Y aquello confirmaba todo. Las dudas de la chica, ese dolor que se volvía inquieto al recordarle el amor pasajero, la inseguridad que clavó en ella...

Esa desesperada necesidad que le observó mientras la follaba, el ruego tácito por un castigo, la dubitación por el futuro, por él, por las costumbres de su pasado como si eso lo definiera. Era lo mismo que aquella noche en la que el Hatake la abandonara. Lo mismo y a la vez diferente, porque ahora no sólo le reclamaba por olvido, por seguridad; ahora le pedía al amo, suplicaba por él.

No quería considerar que la reacción era fruto de la culpa, buscando expiarla en el castigo de una mano dura. No, no quería, porque eso significaba algo más, algo que siempre estuvo ahí, aquella prudencia que le exigía no ceder ante ella y de la que prescindió, sólo porque no soportaba no beber de ese sentimiento cuando le oyera el primer "te amo".

No en vano se pasó parte de la noche en vela, acariciándole por momentos, viéndola dormir cuando no podía evitar negar lo que supo desde el preciso instante en que observó esa desesperada ansiedad en los jades, al entrar a la cocina.

Suspiró girando la copa entre sus dedos, reparando como mera costumbre en el cuerpo del amargo ámbar al pegarse a las paredes de vidrio. No era nuevo aquello que lo aquejaba, no era nueva su incertidumbre ni la duda de la joven, pero sinceramente esperaba que no sucediera más. Creyó que ya era parte del pasado.

Iluso.

Ese bendito libro no debería ser nada, un simple objeto, pero confirmaba todo.

Idiota en creer en que Kakashi se rendiría, aun alienado por esa estúpida maldición que se había inventado para no enfrentar sus traumas, sabía que la chica era más imponente que cualquier otra persona antes. Y habiéndola probado, iniciado... difícil dejarla ir. Él mismo no podría.

El amargo sabor del wiski le invadió la boca. Un sorbo cargado al que no le dio el tiempo suficiente de templarse en su lengua, tragándolo tan rápido como lo sorbiera. Ardió en la garganta, estirándole los labios sobre los dientes. Espeso, intenso. Un verdadero wiski del Lev, digno regalo de un grande con gustos exquisitos y exigentes.

El wiski del Lev... no podía negar que hubiera preferido que Zulima no insistiera en llevárselo esa tarde. Claro que la rubia no dejaría pasar el tiempo a solas que le brindaba él en su oficina un sábado, y era que aquello no era común en el Hyuga, menos desde que iniciara con la pelirrosa. Tenerlo para sí misma era un lujo efímero últimamente, y no lo desaprovecharía. Menos conversarlo mientras le hacía firmar todos los permisos del club que le esquivó durante la semana.

Aun así, no negaba que fue bueno recibirlo, la rudeza de su alcohol le ayudaba a despabilar las sensaciones que le maltrataban los pensamientos. Pero al mirar nuevamente hacia esos papeles llenos de números que yacían a la izquierda de la botella, papeles que lucían despreocupados la firma del Hatake estampada al pie, no podía menos que provocarle la mueca de asco que escondía la bronca de una verdad que no quería. Y siendo ello revelador, no era lo que necesitaba si buscaba evitar confirmar lo que ya sospechaba. Y de verdad que no lo quería.

Fue ver su firma y la fecha de puño y letra en los balances, para situarlo en Konoha cuando ya no debía estarlo.

"Ah, sí. Se fue esta mañana, yo lo llevé a la estación porque llovía. Tenía que hacerse unos chequeos médicos, me dijo, así que debió posponer el viaje un par de días", Zulima le respondió casi sin interés, mirándose las esculpidas uñas mientras contoneaba las caderas al sentarse de lado sobre el escritorio. No hubo deliberada malicia en la respuesta, y él fue bueno en ocultar la molestia de esa pregunta sin darle pie a nada. Pero fue tan dañina como si hubiera estado la intención en aquello.

«Idiota».

Su amigo era un maldito idiota.

Sonrió con sorna antes de beber un nuevo trago.

El ceño se le contrajo antes de mirar el reloj. Ya habían pasado quince minutos y la bronca aun le apretaba la garganta. Y era que le enfurecía que el otro no la soltara, que insistiera sin prometer nada, que volviera al ruedo a ilusionarla, a robarle sonrisas, a robarle pensamientos. La había sentido dudar sumida en su goce y se odiaba en conocer tanto del placer femenino, porque supo leer que allí, en esos ojos que se cerraban apretados, en las lágrimas que rodaron en medio placer, en sus celos, en su necesidad... estaba él, el Hatake.

Sonrió.

Y le odió.

Y a la vez le entendía. Por dios que le entendía...

Él hizo lo mismo. Él la provocó, le sembró las ganas por él aun cuando ella únicamente veía a su amigo. No se arrepentía, era consciente de lo que hizo. Y que volvería a hacer. Porque eran esos pequeños labios tan deliciosos, sus gemidos, su blanca carne, la forma en que el éxtasis le quebraba la cintura, las mejillas coloreándose en casta pena. Era su voz, su aroma, sus miradas. Era su sonrisa, hasta la furia explosiva del ímpetu joven, hasta sus lágrimas. Era todo. Era toda ella.

Preciosa.

Y era suya.

Ella se lo dijo, y sabía que no mentía.

Como también se lo dijo a Kakashi. Y sabía, aunque no quisiera, que esa promesa seguía en pie, más allá de lo que le reconociera.

Y carcajeó. Fue amarga su risa, apagándola con el último trago que devoró soportando el gordo ardor para vaciar la copa.

Tantas veces se le había burlado, tantas veces intentó en vano entenderlo... Su amigo prendado de una menuda joven, noches robadas, placer irresoluto. Jamás le pasaría a él. Su destino era el más puro hedonismo, los sentimientos iban hacia el respeto y la vida, no hacia una persona.

Y ahora... bastó que ella llegara para demostrar que había más, mucho más que esos principios. Que la vida era más intensa, más plena, más deliciosa. Que era el mundo pequeño en sus ojos, e inmenso en el sonido de su voz cuando le susurraba sonriendo, en éxtasis, contemplativa ese "te amo" que le hinchaba el pecho, las ganas, la felicidad.

Maldita ella y maldito él en querer conocerla.

Y ahora era tarde. Ahora entendía todo. La exquisita complicación que ella representaba en su vida, la amargura de convertirse en un competidor cuando jamás lo necesitó. Era la primer vez que sentía que pendía de una decisión ajena, que todo su poder se resumía en un simple sentimiento, y si alguien más lo reclamaba. Y aun así, odiando ser un jugador sin ser el amo, no cambiaría eso por nada.

Porque aun sabiendo que sus posibilidades quizás apenas rayaban poco más de la mitad de la ventaja, no perdería. Menos lamerse las heridas. Él no era esa clase de hombre, nunca lo fue y no comenzaría ahora.

Kakashi era su amigo, los unía una cuasi hermandad, pero Sakura no era negociable. No se corrió antes, no lo haría ahora. Que le perdonara, que se perdonara a sí mismo, porque soltarla ya no era una opción.

Suspiró ruidosamente antes de revisar la copa. Estaba vacía. Fue mirar la botella y decidir que un trago más no era una buena idea, decantando por relajar el cuerpo en el sillón.

—¿Sigues aquí? —la voz femenina se oyó dulce en la entrada, no la había oído abrir la puerta lo que le llevó a contraer el ceño y ella a reír sensualmente— No te pongas paranoico, estaba abierta.

Los tacones sonaron suaves al avanzar, era un felino la morocha, hermosa y peligrosa, tal como antaño.

Seiyi aflojó el semblante, más no la guardia. Mio era oportunista e implacable, siempre lo había sido y los años contribuyeron a afinar un arte que lo sedujo alguna vez.

—¿Terminaron con los papeles?

—Sí...bueno, con la mayoría.

—¿La mayoría?

—Ya fijamos horario de la nueva reunión —se acercó arrojando la cartera y el abrigo a uno de los sillones, para apoyarse de lado en el escritorio. Un mechón pesado cayo cubriéndole parcialmente uno de sus perfectamente delineados ojos—. Tranquilo. Lo pasamos para el lunes. A menos que...

—¿Que vas a proponerme? —provocó Seiyi, ya conociendo la respuesta.

La mujer carcajeó.

—Lo sabes... nuestras viejas costumbres para cerrar tratos. ¿Las recuerdas? Eran muy efectivas.

El Hyuga le devolvió la sonrisa, eligiendo una elegante, seductora pero no demasiado. No le convenía menos, de ella dependían muchos millones y, desgraciadamente, la mujer era consciente de lo que valía su decisión.

—Claro que lo recuerdo.

Ella sonrió de lado.

—¿Y? ¿Qué me respondes? ¿Quieres que cerremos esta misma noche?

Seiyi la miró de arriba a abajo, recorriéndola lentamente, antes de fijarse en sus ojos levantando una ceja.

—¿Ahora lo quieres fácil?

La mujer carcajeó. Sí, esos eran sus juegos. Y los extrañaba.

—Mmmm... los años no me volvieron más paciente.

—Lo voy notando —le sonrió— ¿Qué te parecieron las nuevas condiciones?

—¿Me cambias de tema?

—¿No estamos hablando del trato, acaso?

Una nueva carcajada brotó de esos rojo carmesí, una que intentó ser igual de sensual, pero que no lograba ocultar del todo la frustración que comenzaba a asomar. El hombre se le venía escurriendo en toda la semana, nunca antes le había sucedido. Y sabía que aquello tenía nombre y apellido, y ya comenzaba a molestarle.

—Claro... el trato —chasqueó la lengua poniéndose de pie—. Dos cláusulas no me dejan tranquila. Y hay un pliego que deberá ser redactado nuevamente. Tu abogado cedió —le sonrió antes de voltear yendo hacia el sillón—... mucho más rápido que tú.

Seiyi le devolvió el gesto.

—¿Para eso es el lunes la nueva reunión?

—Estás convocado —le miró extrañado, su presencia ya no era necesaria, para eso había estado toda la tarde—. Va a ser necesario que revises los términos —y ahora volteaba a verlo con una sonrisa ladina—. Claro, a menos que aceptes mi invitación a cenar esta noche.

Seiyi carcajeó poniéndose de pie ahora.

—Ya no cierro tratos así, Mio —y miró la hora desde su reloj.

—¿No? ¿Desde cuándo? —lo observó colocarse el saco, reparando en cómo se le tensaba la musculatura debajo de la camisa obispo oscuro que vestía, el hombre con los años se ponía mejor, y cada vez más difícil— Según recuerdo... mmm... ¿ocho meses pasaron desde la última vez? Sí, ocho. Ganamos mucho dinero, ¿recuerdas?

Seiyi asintió carcajeando. Recordaba muy bien esos días y la complicidad que la morocha había entablado con su madre para lograr un acuerdo más allá de los negocios. El clan de la mujer era fuerte, y a su madre parecía complacerle cruzar sangre fuera de la aldea, un gusto que al principio le molestara pero con los años y su autonomía, pasó a ser menos que un capricho anecdótico del cual se reía.

—Recuerdas bien, mucho —se abotonó el abrigo mirándola, debiendo carraspear para que la mujer acomodara la mirada lasciva con la que le recorría el cuerpo entero—. Pasó un tiempo prudente para que cambiaran mis métodos.

—¿Tus métodos? —carcajeó burlona— Tsk... no seas descarado. Es esa joven rosa, ¿no? ¿Es por ella el cambio?

No le respondió, sólo se acercó a ella a paso calmo ofreciéndole ayuda para colocarle el largo sobretodo.

—Prometo recompensarte cuando terminemos las negociaciones —le dijo gravemente al oído.

—Mmmmm... espero que sepas lo que le gusta a una mujer.

—Ese es mi fuerte —y ahora le extendía el brazo en jarra para que ella se lo tomara— ¿Tienes con que volver al hotel?

—Te tengo a ti —apuró, Seiyi rio—. Pero sé que no vas a acompañarme.

—¿Quieres que te alcance?

—Está bien. Me esperan mi guardaespaldas y mi asistente. Les dije que bajaran cuando vi luz en tu oficina. Quería estar a solas contigo.

Seiyi asintió aferrando más ese brazo que se sostenía al bajar las escaleras, los tacos de la mujer eran altos.

—¿Va en serio?

—¿Cómo?

—Lo que tienes con esa jovencita.

Seiyi carcajeó.

—¿Y esa pregunta?

—Debo conocer a mi competencia —y le miró sonriéndole para suavizar el tono de su advertencia, aunque su estilo fuera tan directo que prácticamente si aquello fue mera ironía.

—¿Competencia?

—Ya es hora de que sientes cabeza, Seiyi. Y yo soy la mejor opción para ti. Lo sabes. Nuestras empresas se beneficiarían, los negocios, nuestros clanes.

—Claro —chasqueó la lengua— ¿Sigues viéndote con mi madre?

Ella se acomodó el cabello con un elegante movimiento de cabeza, antes de sonreírle cómplice. Él carcajeó. Esa fue su respuesta.

—No te molestaría con tus gustos, lo sabes —le dijo casi susurrando, como si aquello fuera lo que necesitaba oír para decidirse—. Sólo dame un anillo, un par de herederos y algunas noche de placer. No soy muy exigente.

Carcajeó coronando su propuesta.

Él asintió palmeándole luego la mano que lo aferraba por el antebrazo, y sonrió levantado la mirada hacia los dos hombres que la esperaban al lado de la puerta.

—Ellos son tus hombres, ¿no?

Ella miró.

—¿Ya me dejas? Oh... y yo que pensé que te había convencido.

—Sigues asumiendo mis respuestas, ¿no? Igual que siempre.

La mujer respiró hondo soltándose de su agarre y le miró parándose en frente.

—Hablo en serio, Seiyi.

—Nunca considero una broma tus palabras, Mio.

—¿Y qué respondes?

Seiyi sonrió sin decir más y luego se inclinó a tomarle la mano desnuda llevándosela a los labios para depositarle un suave beso en los nudillos.

El guardaespaldas se removió inquieto observando el galante gesto.

—Que descanses.

Ella torció la boca dejándose hacer, y volteó comenzando a caminar sensualmente hacia la salida sin retribuirle el saludo. Seiyi la observó hasta que se perdió tras los cristales seguida de sus hombres, contrayendo el ceño ni bien estuvo solo.

Suspiró, y sus dedos fueron casi por instinto al bolsillo interior del abrigo buscando los cigarrillos. Maldijo al no encontrarlos.

Y volteó hacia la salida posterior al estacionamiento privado, saludando al guarda que le abriera la puerta al verlo llegar.

La noche estaba fría, demasiado para ser ya entrada la primavera. La lluvia había cesado aunque no del todo, alguna que otra gota golpeaba el cristal de su deportivo al salir, rugiendo ese V8 al acelerar rumbo a la mansión.

Necesitaba verla y a la vez temía. Temía encontrarse con una nueva duda en esos preciosos jades, con la mirada huyendo, con palabras esquivas. Y a la vez su tenacidad jalaba por ese momento, por someterla, por doblegarla a él reclamando la exclusividad de su persona.

Jaló del cambio para aumentar la velocidad, llevándose dos dedos a los labios, en ese gesto involuntario de sorber del cigarrillo que le brindaba la ficticia calma de la nicotina.

Se miró la mano cuando sus labios no sintieron más que el aire.

Mierda.

Necesitaba uno, su ansiedad se lo reclamaba. Pero ya la mansión se dibujaba en el horizonte y no llegaría a deshacerse del aroma. Le había prometido dejarlo, y era hombre de palabra.

Un trueno se oyó a lo lejos al bajar del coche. Las compuertas del garaje doble se cerraban solas a su espalda, reparándolo del frío de la lluvia que comenzaba nuevamente. El ceño se contrajo al subir por las escaleras hacia la casa. Watari aguardaba en la entrada, recibiéndole el abrigo.

—Buenas noches, señor.

Asintió en respuesta, serio, el ceño contraído era todo lo que necesitó el mayordomo para saber que sólo eran esas las palabras convenientes en el momento, y luego avanzó por los pasillos sin esperar a nadie. Las mucamas se hacían a un lado, la cabeza gacha, un saludo suave. Apuraban el paso preparando la cena.

Watari le seguía dos pasos atrás.

—¿Sakura?

—En el estar, señor. Estuvo todo el día allí —Seiyi no dijo nada, un suspiro delató la búsqueda interna de calma—. Preguntó por usted.

Se detuvo al oírlo. Un par de metros le separaban de la puerta corrediza apenas entreabierta, desde la cual la suave música del jazz melódico asomaba, música que él le había mostrado y que ella había adoptado como propia en poco tiempo. Y no entendió porque, pero ese detalle le gratificaba.

—¿Sí?

—Varias veces, señor —carraspeó— ¿Está todo bien entre ustedes? —No le dijo nada, la mirada clavada en la hendija y en lo poco que desde allí podía llegar a apreciar—. Entiendo. Daré orden de que nadie venga a esta ala —y se retiró sin esperar una confirmación.

El ceño se le contrajo más al deslizar suavemente la puerta. La intención no era entrar sin ser visto, pero agradeció que no hubiera sonidos perceptibles en su llegada, porque al detenerse al filo del primer escalón, la imagen de la joven sentada en el extremo del largo sillón, cubiertas sus piernas hasta la rodilla con una manta térmica a los tonos del tapizado, con su cabello suelto cayéndole por el hombro; fue preciosa. Tuvo ese efecto de bálsamo que le calmó los demonios, que los hipnotizó bajo aquella aura que tanto le fascinara.

Y, por un instante, odió el poder que ella tenía sobre su persona.

Respiró hondo en silencio, el aire salía lento por la nariz, las manos les correspondieron a los bolsillos delanteros de su pantalón oscuro de vestir.

Ella leía.

Era el mismo libro, el libro de Kakashi. Relucía en contraste contra su vestimenta clara, las tapas negras como sello distintivo de la autora, una que conocía gracias a todas las veces que su amigo le había hablado sobre sus obras. Y por eso sabía que la historia que se plasmaba en esas hojas era una intensa, llena de sexo, sensualidad y dominación.

Las mejillas se le encendían ahora, mientras se mordía nerviosa la uña del dedo pulgar. La atención fija en esas palabras, los jades brillaban mientras la otra mano parecía acariciar las hojas.

Se veía hermosa, inquieta. Como esas pupilas se movían siguiendo el texto, las pausas que hacía suspirando al tomar un aire que buscaba calmara. ¿Qué pensamientos cruzarían por esa cabecita, que imágenes invocaría esas hojas? ¿El amo de tinta tendría sus propios gestos al materializarse en su mente, o los del peliplata? ¿A quien añoraría ella en ese instante? Era tonto preguntarlo, pero la existencia de la simple duda, le aceleraba el pulso hirviéndole la sangre, en esa mezcla de sentires que le brindaba un agrio placer.

La vio respirar hondo al alzar la vista. Por un instante creyó que le vería, pero su atención fue directo hacia el ventanal y al nuevo calmo chaparrón que lo golpeaba ruidosamente.

Hubo un gesto de preocupación en ese precioso rostro, las mejillas aun coloradas la embellecían. Y luego miraba la hora desde el reloj pulsera que él le había regalado.

Esas cejas se curvaron más, el nuevo suspiro salió expulsado como una queja, y ahora era la mano que antes se mordía la que acariciaba su rostro. Estaba triste, podía notarlo. ¿Acaso en aquello estaba él?

Hubo un lamento en el nuevo suspiro, y ahora dos dedos acariciaban la delicada cadena del reloj pulsera.

Sí, esa mueca era por él.

Observó el libro luego, quizás regresaría a la lectura, pero no. Fue para colocar el señalador en medio, cerrándolo para arrojarlo al lado, quedando fija la mirada en la lluvia y en la noche que se asomaba por la ventana. Ya no había picardía en esos ojos, ahora el sonrojo lentamente desaparecía.

Le estaba esperando, aquello significaba eso, aunque la espera ya se hubiera hecho preocupación en ese sábado en el que prácticamente si él huyó para soportar la duda.

Y ahora... allí estaba, maldiciéndose inconscientemente por ceder a ella una y otra vez, porque iba dándose cuenta al fin del embrujo que la joven portaba, el mismo que lo tenía a su amigo buscando la revancha. El que lo tenía a él observándola sumido en esas ganas, en ese árido deseo que ardía, cuando podría estar tranquilamente desfogando la bronca en otra para cerrar un trato.

No.

Imposible ya aquello. Imposible no regresar a esa pequeña, a ese lugar.

Y allí estaba, viéndola sufrir por su propia mano, tal vez aún el peliplata y todo lo que plantó su reciente presencia, siguiera picando en los pesares; pero sabía que aquella mirada no era para su amigo. Era para él.

El corazón le martilleó descontrolado una vez más y hubo un dejo de gratificación en aquello, pero no le modificó la seriedad en su rostro. Luego carraspeó llevando los jades sorprendidos hacia su lugar.

—¡Seiyi!

Se removió de un respingo en su asiento, él asintió comenzando a caminar hacia ella.

—Buenas noches, preciosa —le dijo al detenerse a su lado. Ella ahora se incorporaba sobre el sillón quedando apenas más alta que él al ponerse de pie.

—Te fuiste... todo el día.

—Tenía trabajo.

—¿Tanto? Es...es sábado.

No le respondió y ella apretó los labios respirando rápido. Las cejas curvadas en preocupación apenas se movían, mientras esas pupilas le recorrían el rostro buscando la señal que él no le daría. Era ilegible cuando quería.

Y ella bien sabía que significaba la ausencia de gestos.

—¿Estás... estás enojado con... migo? —balbuceó bajando la mirada antes de que dos dedos indiscretos le tomaran apenas el borde del cuello de la camisa.

«Maldita».

Casi que si aquello borraba el día de bronca.

—¿Debería estarlo?

Negó tímidamente y ahora esa pequeña mano se abría sobre su pecho, rozando con las yemas suavemente la tela.

Hubo un silencio, unos instantes. Él la observaba atentamente, ella respiraba rápido acariciando casi imperceptiblemente el pecho sobre la prenda. La mirada clavada en sus dedos, para alzarse al final tímida, buscando los duros ojos que la detallaban.

—Anoche yo... perdona si te hice... daño —le dijo.

—¿Que te sucedía anoche?

Ella negó y luego suspiró.

—No sé —era mentira, él lo sabía—. Ayer fue un día complicado. Una paciente a la que... no lograré salvar, Ino y su bebé —hubo una sonrisa—, y luego —suspiró interrumpiendo sus palabras, la mirada tuvo un brillo momentáneo, negando al final con la duda de si responder con explicaciones era lo correcto. Y luego agachó nuevamente la mirada. Y él supo que allí, justamente allí, estaba el intruso.

Le alzó el rostro tomándole por la barbilla con dos dedos y la miró a los ojos. No había atisbo de nada en esos ónix que destelleaban a perla.

—¿Y luego?

Negó.

Intentó sonreír aunque sus ojos no pudieran.

—N-nada.

—¿Segura?

Le miró.

Aquella no era una pregunta. Si algo conocía del Hyuga era su inteligencia y astucia, y sabía que en esas palabras que parecían buscar, en realidad le estaba dando la oportunidad de ser ella la que la que lo reconociera. Pero... ¿cómo decirle que conversar una vez más con el Kakashi que había sido su sensei, le había movilizado? ¿Que verlo seguir adelante sin ella, que verlo con otra, le había dolido tanto como la primera vez? ¿Que aquellos celos amargos los había trasladado a él como una defensa para no olvidar que no debía volver a relajarse con otro hombre, que le harían lo mismo? ¿Cómo decirle que se sentía insegura de él por culpa de otro?

¿Cómo sin lastimarlo?

No. No era correcto. Eso era algo que ella debía superar por sí misma si quería realmente construir algo genuino con él. Y lo quería.

—Sei.... es que... es complicado.

—Nada realmente lo es.

Negó y eran sus dos manos las que inquietas buscaban ambas solapas ahora.

—Sólo que... yo ...yo —le miró a los ojos, con firmeza, la dubitación caía en esa boquita cuando apenas se mordió el borde de los labios— ¿Confías en mí?

Él asintió luego de suspirar. Imposible hacer otra cosa.

—Entonces, déjame manejar esto a mí. Yo... debo hacerlo sola.

—Sakura...

—Sé que sabes... que entiendes lo que te pido.

La mirada de Seiyi sobre ella recrudeció.

—Entonces sabes que no me gusta que te ocultes de mí.

—No lo hago, Sei.

Hubo un segundo en que todo se detuvo, las miradas se cruzaron midiendo, buscando verdades o dudas. Y fue la mano del varón la que con una suave caricia en la mejilla, relajó el momento.

—Confío en ti.

Ella le sonrió ahora. Él apenas hizo lo mismo segundos después, iluminándole el rostro con aquel pequeño gesto.

Y ahora ella iba por su boca. Él se dejaba besar observándola hacer primero, cerrando los ojos cuando sus manos se apretaron en esa pequeña cintura después.

Fue calmo, fue suave. Le recorría los labios lentamente, luego hacia un lado los separó más para hacer a antojo. Sus lenguas se rosaron, las pequeñas manos le tomaron el rostro, algunos pesados cabellos se enredaron entre los dedos.

Hubo un jadeo, un grave gemido le delató la entrega, ella apretó su cuerpo contra él y luego lentamente se separó de ese beso mirándole los ojos.

—Lo siento —susurró.

Él le acarició la mejilla ahora perdido en esos jades, latiendo el corazón más fuerte ante la tierna disculpa y la forma en que lo decía.

—No te vuelvas a ir así.

La miró y luego respiró hondo.

—Era mejor así, que no estuviera. Créeme.

Realmente no le conocía enojado, pero entendía lo severo que podría llegar a ser. Cuando la miraba con aquella dureza, todo en ella se paralizaba, y no era miedo, era otra cosa.

—Entiendo —le besó nuevamente, él le amasaba la cintura— ¿Y ahora?

—¿Qué?

—¿Sigues enojado?

—No. Ya no.

—Porque lo estabas, ¿no?

—No

—¡Sei! No empieces...

Él carcajeó, ella le sonrió y luego volvía a besarle. Quizás quiso decirle algo más, pero las palabras sobraban. Era un hombre demasiado inteligente, nada que agregara aclararía más aquello. Solo el tiempo.

—Mejor que ya no, porque —un nuevo beso la calló y luego vino el abrazo que la llevó más contra él encendiendo las ganas. Las piernas buscaron envolverle, pero era tan estrecha la falda del ajustado vestido que vestía, que no lo logró.

—Mpf...No me deja —se quejó sobre su boca.

Él carcajeó gravemente sin separarse.

—¿Ya quieres montarme?

Sakura sonrió asintiendo, él le acompañó en el gesto besándola luego.

—Mmm... sabes... que...¿qué es lo que... quiero...en realidad?

—¿Montarme?

—¡No! —él se hundía en su cuello riendo primero, aspirando sin disimulo el aroma de esa dulce piel luego. Era tan hermosa que casi que le dolía algo que aun no sucedía —Yo quiero que ... mmmm...escucha...yo...

—Escucho —nuevos besos sobre su quijada, bajando luego para morderle levemente, la callaron.

—Mmmmm... me gusta eso... que haces...

—¿Si?

—Mmmm... sí...sigue...

Una nueva carcajada y ahora se separaba de ella mirándola a la corta distancia. Tenía los ojos cerrados, las mejillas levemente encendidas y esos labios entreabiertos que lo invitaban a más. Sonrió para luego depositarle un suave beso.

—Ahora, me dices que querías.

Ella suspiró mirándole a los ojos luego. Un pucherito le contrajo los labios.

—Te extraño.

—Estoy aquí.

—Sí, pero durante la semana nos vimos poco.

—Ambos somos personas ocupadas —le susurró levantándole el rostro luego—. No vamos a poder estar juntos todo el tiempo.

—Lo sé... pero-

—Nunca dejo de pensar en ti.

Ella sonrió.

—Yo también... pero tenía tantas ganas de estar así contigo —él le acariciaba ahora, le fascinaba cuando se volvía demandante de su contacto, no era nuevo para él, así siempre habían sido todas las mujeres que pasaban un tiempo en su vida. Pero que ella le reclamara, hinchaba mucho más su ego—. Extraño mucho nuestros mimos, cenar juntos, provocarnos...

—¿Quieres repetir lo de anoche?

Negó.

—Extraño nuestras conversaciones.

Seiyi la miró sorprendido.

—¿Cómo dices?

—Que ...que extraño...

—¿Conversar conmigo?

Ella asintió sonriendo con algo de timidez.

—¿Eso quieres hacer?

—Sí...me gusta mucho compartir contigo —se encogió de hombros—. Cuando me cuentas cosas o me escuchas. Me gusta cómo me miras cuando te hablo, o tus mejillas rosadas cuando te apasionas con un tema.

—¿Me sonrojo? —Ella asintió—. No puede ser, controlo mucho mis gestos cuando hablo.

—Sí. Pero no conmigo —la dulce sonrisa que la adornaba se estiró más en gusto—. Eres tan... tan tú cuando me hablas. Y me gusta mucho estar contigo, con el verdadero Seiyi.

La mirada sorprendida del varón permutó a fascinación. Ella había conseguido en el poco tiempo que llevaba en su vida lo que nadie pudo, y lo había logrado sin que él se diera cuenta. Sacaba lo mejor de sí, bajaba cada una de sus defensas, desnudado su alma aun cuando no era consciente de ello, dejando al descubierto al hombre que se arrojaba al amor sin miramientos, que daba todo de sí, porque eso quería brindarle, su mejor versión. La verdadera.

Y que ella hubiera reconocido aquello, lo gratificaba en formas que jamás había sentido.

La caricia que suave llegó a su mejilla le hizo reaccionar, provocando el mismo gesto. Y luego una sonrisa le iluminó el rostro, borrando todo rastro del estoicismo que lo mantuvo a raya ni bien llegara.

Ahora ya no hacía falta.

—Eres ... eres única, preciosa.

Ella carcajeó mordiéndose los labios en picardía, dejándose arrastrar por los dedos que le tomaron del mentón, para depositarla en los labios del varón.

—Entonces —le dijo al separarse—, tengo una idea que te va a encantar.



Hacía calor, aunque la temperatura no llegaba a ser molesta. El sol comenzaba a piquetear en la piel que quedaba demasiado tiempo expuesta, pero a nadie le importaba aquello en el parque. Un día despejado, sin nubes ni lluvias, luego de un fin de semana de temporal que se extendió hasta entrado el martes. Y parecía no quererse ir, hasta que amaneció el miércoles resplandeciente con aquel sol amarillo en lo alto.

Sakura suspiró tomando asiento en la banqueta que daba al frondoso momiji, que ofrecía una agradable sombra teñida en tonos rojizos. Adoraba aquel rincón más ahora que las tupidas hojas lo ofrecían ese grato reparo.

Apoyó la cartera al lado y luego el cuidadosamente envuelto paquetito con su katsu sando. Le siguió el refresco de lima que había comprado para acompañar al almuerzo.

Contaba con unos cuarenta minutos de descanso que los aprovecharía al extremo. Necesitaba silencio y era por ello que había salido de su oficina para comer, y prácticamente huido de la cafetería cuando unas colegas la invitaron a sentarse junto a ellas, con claras intenciones de continuar hablando del trabajo.

Suspiró al desenvolver el paquete, acomodándolo del otro lado luego de abrir la botellita. Y estiró su cuello rodando la cabeza un par de veces para relajarse.

El fin de semana no había terminado tranquilo. Los momentos exclusivos con Seiyi le supieron escasos, cuando aquella mujer de negocios llegara el domingo a la tarde, acompañada de su séquito de asesores, y lo encerrara nuevamente en el estudio.

No le había gustado, menos al Hyuga, aunque no tuvo demasiado tiempo para quejarse. Veinte minutos después el deber la llamó por un accidente que sucedió a las afueras de Konoha, con tres heridos, dos de ellos de gravedad para cirugía; hecho que la tuvo ocupada hasta la madrugada sin poder regresar a dormir. Y la semana no fue mejor, sobre todo con el inicio del proyecto de conectividad y la instalación de la telefonía en el hospital.

Aun así, a pesar de sus apretadas agendas, Seiyi se las ingenió para estar juntos aunque sea una vez al día antes de ir a dormir; compartiendo la cena o el desayuno, o tal vez unos minutos en la cama en la que se abrazaban y se contaban su día.

Sakura no podía estar más que halagada con la actitud de su novio y reía sola cada vez que lo llamaba así. El Hyuga tenía una reputación entre las féminas, de no ser un hombre fácil de atar menos de domar. Y allí estaba, complaciéndola en todo lo que le pedía, inflando el gusto de aquella fortuna.

Mordió su sándwich, estaba especialmente delicioso ese día, o quizás era el hambre que ya le crujía en las tripas. Y sonrió al recordar la noche anterior y el fallido sexo que los tuvo quedándose dormidos desnudos, él dentro de ella.

Jamás le había sucedido algo así y no pudo más que vivirlo con ternura, al despertar en medio de la noche, abrazados y todos sudados, riendo juntos al caer en la cuenta de la situación en la que estaban.

Le gustaba aquello. Le encantaba la energía que él ponía en la relación que estaban construyendo, en la intimidad a la que llegaron en tan poco tiempo. Porque no hacía más de un año que ella tuvo conciencia de él en su vida, y ya estaban en ese punto que podían reclamar exclusivamente como propio.

Había mariposas en su estómago cada vez que pensaba en ello, y aquella sonrisa que bobalicona quería asomarse. Luego de lo de Sasuke, llegó a creer que ella no estaba hecha para el amor, que esas cosas no le pasarían nunca, no era su destino. Y ahora, no sólo que ya no tenía esas ideas sino que le volvía a suceder, cuando no hacía tanto, era otro el que la tenía así, era Kakashi, su ex sensei, uno de los hombres más importantes de su vida luego de su padre.

Kakashi... nunca imaginó que podía haber vivido lo que pasó con él. Y debía admitir que en algún punto aun le extrañaba...

La sonrisa tembló por un segundo, y fue la fresca brisa que indiscreta arrojó algunos cabellos de su coleta al frente, la que la despabiló.

¿Qué mierda? Pero... ¿que estaba pensando?

Sacudió apenas la cabeza y una risilla nerviosa se escapó de entre sus labios, antes de propinarle un nuevo mordisco al sándwich. Estaba bueno, y ya no hablaba el hambre en aquello.

Suspiró al masticar, calmando esas nuevas mariposas que se sumaron a las que ya tenía, porque fue nombrar al peliplata en sus pensamientos, para que la imagen de un Seiyi celoso, con ese ceño contraído que le endurecía tan sensualmente la mirada, le encendiera las ganas. Seiyi celoso, ¡quien podría imaginarlo! Un hombre como él celoso de...

Carcajeó sin disimulo ahora.

Seiyi celoso de Kakashi le calentaba, tal como le sucedía cuando Kakashi celaba a Seiyi, era mencionarlo apenas como su paciente para que el peliplata se enfureciera. Y ahora el Hyuga, que se contenía cada vez que ella tenía que encontrarse con el hokague, porque iba conociéndolo y sabía que no le gustaba ni un poco; era una delicia. Peor con aquel libro, le advirtió la mirada furiosa cada vez que la encontraba leyendo, razón por la cual se abstuvo de hacerlo durante el domingo, más cuando él comenzara a abrirse a ella de esa forma, conectando más que nunca.

Rio. Le parecía tontamente divertido aquello, esos celos por un objeto inanimado que del otro sólo tenía la pertenencia. Pero no por eso dejaba de entenderle la reacción.

Le fue imposible no verse ella misma en alguna de las escenas. Pero no era tan grave aquello como lo fue el hecho de verlo a Kakashi en el protagonista masculino. Y lo peor, de extrañarlo en ese rol.

Suspiró nuevamente, con algo de temor en aquella exhalación.

Era normal eso, ¿no? Hacía poco tiempo que esa relación había cortado, y fue buena. ¡Muy buena! La había sanado, la había convertido en una mejor mujer, era obvio añorarla. El libro no tenía culpas de nada, sólo que también guardaba cierta parte de aquella historia, y el Hyuga era evidente que lo sabía.

Otro suspiro la relajó.

Siempre sintió curiosidad por ese libro, a Kakashi le fascinaba y ahora al fin entendía el porqué. La trama era atrapante, lo supo desde la primer ver que lo hojeó, aun cuando no entendía demasiado de aquellos fetiches. Y ahora... la tenía armando conjeturas y teorías a cada nada, esperando el momento de poder confirmarlas al leer el próximo capítulo.

Miró su cartera. Adentro reposaba el bendito culpable de aquellos pensamientos, y fue recordarlo tan cerca para que las ganas por leer le picaran. Al fin y al cabo, luego del sábado a la tarde no había vuelto a tocarlo, y sus esfuerzos por retomarlo en algún momento libre en el trabajo, fueron en vano. En días ese era el primer momento que tenía para ella.

Le quedaba poco más de media hora de descanso, una rodilla le tembló en anticipación y no se lo pensó demasiado. Apoyó el sándwich a medio comer sobre el banco, al fin y al cabo estaba satisfecha ya, y rápidamente extrajo el libro, debiendo frotarse las manos antes para limpiarlas.

Sonrió y el cejo se contrajo mientras buscaba el señalador, que se había hundido entre las páginas marcadas. Le faltaba poco para llegar a la mitad y la cosa estaba que ardía.

Los ojos devoraron las oraciones cuando al fin logró abrirlo. Ni necesitó repasar el capítulo anterior, porque casi que ya se lo sabía de memoria al haber especulado tanto por ese momento. Y allí estaba, la dulzura de la joven protagonista, tan tímida, tan sensible, tan impoluta ante el placer que demandaba; arrodillada otra vez con las manos a la espalda. Temblaba y lloraba, ahora se mordía el labio escuchando cada sonido, olfateando el perfume de su amo ya que los ojos los tenía vendados.

Sakura suspiró. Aquello era nuevo.

Los ojos vendados, las manos inmovilizadas, interesante y la respiración se le entrecortó cuando en el párrafo que se abría, era el hombre quien con firme paciencia inmovilizó a la protagonista sobre una banqueta alta de estilo austríaco, el estómago apoyado en la mullida superficie, las piernas atadas a cada pata, abiertas, desnuda. Y ahora eran las manos que le acariciaban los glúteos, hundiendo los dedos, rosando duramente las dulces carnes antes de que el primer golpe con las yemas juntas, le diera sobre los hinchados y bien depilados labios. La chica gritó en las palabras, Sakura simplemente suspiró, conocía muy bien cómo se sentía aquello, como luego de cada golpe Kakashi le acariciaba, con los dedos, con la lengua al final. Como luego la poseía, tal como sucedía entre esas hojas. Una posesión impaciente que debiera hacerse rogar más, pero que llegaba egoísta entre las letras, tal como le hiciera Seiyi el viernes a la noche, duro, unilateral, sin piedad y sumamente excitante.

"Esto es para mí, tu culo me pertenece, tu placer, toda tú", decía el protagonista mientras se hundía sin contemplaciones. La joven lloraba, gemía impaciente, temblaba. Aquello le gustaba.

Suspiró. Seiyi era igual en ese aspecto y le fascinaba.

Y ahora seguía otro párrafo, uno en el que un golpe caía sobre el desnudo glúteo mientras las penetraciones rítmicas recrudecían. Los dedos en la espalda se retorcían, ella gemía ya entregada, poco le importaba que el otro hubiera demandado aquello como exclusivo de su goce. El orgasmo se le formaba en el bajo vientre inevitablemente.

Sakura suspiró, tenía calor ya.

"Tienes prohibido correrte", dijo el hombre y ella escuchó en sus pensamientos la voz de Kakashi, la voz de Seiyi, la mirada pesada de uno, la enfurecida del otro; y no pudo más que apretar el cruce de sus piernas ya sintiendo el calor que le sensibilizaba.

—¿Leyendo pornografía tan temprano?

La voz se oyó cerca por sobre su hombro derecho. El sobresalto la inclinó en el sentido contrario, volcando la botellita de limonada, seguida del libro que cayó abierto lo suficientemente lejos para no mojarse.

La vergüenza por ser descubierta en esa clase de lectura, se mezcló con la furia de la intromisión. El cejo se le contrajo al querer tomar el libro, siendo el recién llegado más rápido en la reacción.

—Oh... recuerdo ese capítulo —fue oírle otra vez, la voz relajada, hasta cansada, para saber quién era.

El sonrojo que le encendió las mejillas por molestia, ahora se extendía a todo su rostro, hasta las orejas.

—¿Se...sensei?

—Hola Sakura —le saludó con esa sonrisa que era solo evidente en las líneas en que convertía sus ojos—. Estaba buscándote.

Y le extendió el libro sin cerrarlo, sólo para incomodarla más. Estaba preciosa con la sorpresa en los ojos, y ese sonrojo que la inmovilizaba.

Ella tragó duro, sin atinar a otra cosa. La casualidad de estar pensando en él y que se le apareciera, la había dejado sin reacción. Otra vez sucedía lo mismo, ¿acaso le leía la mente? No podía presentarsele siempre así, tan de repente, tan casual y oportuno, tan... se veía tan bien.

—Perdón por lo de tu bebida —le dijo al fin, señalando con los ojos la botellita que ahora vaciaba el contenido en el césped al lado del banco.

—¡Oh! —reaccionó cerrando el libro para dejarlo sobre el bolso, y levantar luego la suciedad que había ocasionado. El parque del hospital era un lugar preciado y muy cuidado— No hay... problema... espera —. Fue hasta el tacho que quedaba a un par de metros, para arrojar los restos de su almuerzo y el envase semi vacío.

Kakashi la observó todo el trayecto, sin perderse ni un detalle de la ajustada falda que se ceñía en la cintura, y la camisa que tan bien le marcaba los hombros, y ahora los pechos cuando volteó de regreso. Estaba hermosa, radiante.

Ella le sonrió nerviosamente, limpiándose los dedos en las caderas, él seguía con la mirada cada movimiento, sin poder evitar regresar a sus labios.

—Em... que... ¿qué haces aquí?

—¿Te buscaba? Eso dije.

Ella carcajeó, aún estaba sonrojada.

—Sí, eso dijiste. Pero, ¿no volvías hasta el lunes del encuentro con el daimyo?

Kakashi suspiró metiendo las manos en los bolsillos ahora.

—Sí, así debía ser. Pero, sucedieron cosas.

—¿Cosas? —Se preocupó— ¿Está todo bien?

—Sí, tranquila. No son cosas malas.

—Ah, bien. Yo supuse... nada. Me... me alegro —sonrió nerviosamente y luego quedó viéndole, él hacía lo mismo, no le había despegado los ojos desde que se pusiera de pie.

Una nueva ráfaga le onduló los cabellos de la coleta, soltándole un mechón que fue a parar a sus húmedos labios, y él no pudo más que reaccionar como lo hizo todo el tiempo en que su historia fuera más íntima. La mano que se alzó para quitarle el mechón adherido, actuó por su cuenta, acariciándole le mejilla luego de lograr el objetivo.

Sakura se estremeció sin moverse del lugar. Él le sonrió volviendo a su posición inicial.

Estaba tan hermosa que no pudo evitar las viejas costumbres de espiarla a la distancia cuando le dijeran que la buscara en el parque. Encontrarla bajo la sombra de aquel árbol, con esa mirada calma, satisfecha, esas sonrisas que le ofrecía a la nada pensando vaya a saber en qué; le confortaban y a la vez le removían los celos de ya saberlas de otro. Pero lo que más le fascinó, fue cuando dejó todo para sacar el libro, su libro, el que le diera bajo la lluvia; y se sumiera a leerlo tan absorta de su alrededor que no podía esconder las reacciones que le causaban. El corazón le latía como loco al observarla, porque sabía que era imposible que leyera sin pensar en él.

Se veía hermosa con ese sonrojo que la cubría, su aroma, tan especialmente intenso ese día, con aquel dejo de excitación que la lectura le había provocado. Su fina nariz no se equivocaba. Y eran los labios los que ahora le picaban, secos, deseosos de esos rosados que eran mordidos nerviosamente.

Suspiró.

—Shizune me dijo que tomaste mis controles —dijo al fin.

—¿Cómo?

—Eres nuevamente mi médico, ¿no?

—Eh... sí, sí. Bueno, técnicamente nunca deje de serlo.

—Sí, pero sólo de firma.

Ella asintió. Aquello fue un reclamo.

—Sí, bueno... fue ... fue necesario —agachó la mirada por un momento, él se acercó tomándole del hombro.

—Lo entiendo.

Lo miró clavándose en esos ojos. La cabeza inclinada hacia atrás por la diferencia de altura, el corazón enloqueciendo más cuando el aroma masculino de su colonia, mezcla de pino, salvaje, intenso, le llegara. El aroma de Kakashi, aún no lo olvidaba y le seguía causando lo mismo que antaño, sino era más. Porque antes no conocía nada de él, ni cómo podía hacerle sentir, y fue observar la máscara tensarse para saber que estaba sonriendo, que había entreabierto los labios bajo la tela, y ella los conocía, tan bien, a lo que sabían, la firme suavidad de sus besos, como se sentían sobre su piel.

Se humedeció los propios, Kakashi clavó los ojos en ese pequeña boquita. La deseaba, no había dejado de pensar en ella ni un instante desde que la encontrara debajo de la lluvia. Saberla con su libro, con una parte preciada de él, era saberla recordándolo, y no se equivocaba. Que ella quedara inmóvil frente a él era señal de que lo había pensado, poco o mucho, no importaba, sólo el hecho.

El pulgar sobre el hombro se movió acariciándola, las ganas jalaron acercándolo un poco más, y fue la prudencia la que lo contuvo cuando reparó en que ella no lo detenía.

La soltó, pero no se alejó.

—En el laboratorio me dijeron que tenías los resultados de mis análisis.

—Eh... ¿análisis? ¡Ah! Sí, sí. Yo los tengo.

—¿Cómo me fue?

—Bien —suspiró, era hora de salir de ese obnubilamiento, al fin y al cabo él estaba allí buscando a su doctora, no a ella—. Tienes algunos valores apenas pasando el límite, pero nada grave. Con la dieta que te di y ejercicio, se corregirán.

—Bien.

—Seguiste con la dieta durante el viaje, ¿no?

—Obviamente.

—Pero no el ejercicio.

—¿Me lo habías pedido?

—No, aún no.

—Entonces no te fallé.

Ella sonrió asintiendo.

—Quiero hacerte otros estudios, para confirmar unas dudas que me quedaron. Nada de qué preocuparse, sólo... quiero prevenir.

—Está bien.

Y le sonrió. Ella le miraba y no pudo más que reaccionar igual, quedando prendada del hombre en frente, sin poder decir nada más.

Él la disfrutaba.

—Bueno —dijo al fin respirando hondo—... la dejo tranquila doctora. Así sigue leyendo su pornografía.

Sakura se sonrojó.

—E-eso no es pornografía... y no es mía, es suya.

Kakashi carcajeó.

—Está bueno, ¿no?

—Sí, muy. Es el mejor que he leído hasta ahora.

—Te dije que es la mejor autora.

—Seee... hartabas con esa autora —carcajeó divertida.

—Eh... no era tan hartante.

—Sí, lo eras.

—Qué mala.

—¡No soy mala! Soy-

—Realista —completó interrumpiéndola—. Siempre lo decías.

—Sí...

La miró por unos segundos, ella sonreía. Sus labios estaban hermosos, brillantes, rosados. Las ganas de morderle la boca se descontrolaba en sus pensamientos, picándole en los dedos que ansiosos en ese momento querían solo bajarle la máscara para luego tomarle el rostro.

Suspiró, y miró el libro.

—El capítulo que estabas leyendo, se va a poner intenso. Muy excitante.

—¿Más?

—Mucho, él va a-

—¡Sin spoilers! ¡Sin spoilers!—le interrumpió gritando, él carcajeó.

—Eh... ¿por quien me tomas? No iba a hacer eso.

—Sí, claro.

—¡En serio!

—Kakashi... que nos conocemos mucho.

—Bueno, como digas —ella infló los cachetes fastidiada, él no pudo más que carcajear— ¿Qué te parece el amo?

—¿Yuu? —asintió, Sakura suspiró— Es... es...¡intenso! Tan...

—Excitante —completó y ella se sonrojó profusamente en ese instante antes de asentir.

—Hace cosas...interesantes.

—¿Interesantes? —la miró, no pudo evitar recordar detalles del capítulo, lo había leído tantas veces que era imposible no hacerlo, y la sola confirmación del gusto que había en ella por lo que se describía, intensificó las ganas que ya lo invadían— Sí, es cierto. Hay varias cosas que no probé.

—¿Que no probaste?

Asintió.

—¿Con... con nadie? —no debería haber preguntado aquello, pero fue que salió sin medirlo.

—Contigo.

Sakura se estremeció al oírlo, al tener esos oscuros ojos clavados en ella cuando lo dijo, midiéndola, buscando en sus pensamientos, tal como hacía antes para provocarla. Y tal vez debía reaccionar a aquello, reírse, o empujarlo, o tal vez una respuesta ácida e inteligente de su parte que desarmara el embate. Pero no pudo. En su lugar los jades se quedaron sorprendidos por unos segundos, para sonrojarse más después antes de agachar la mirada.

Preciosa. Estaba preciosa.

Tan a su alcance en ese momento...

—Bueno —dijo al fin—. Se hace tarde.

Ella le miró.

—¿Tienes junta ahora?

—En dos horas. Pero tengo que organizar unos papeles con Shizune y —suspiró—... es un lío.

—No te gustan los papeles.

—No.

Le sonrió.

—Entonces... ¿quieres una cita?

—¿Contigo? Claro.

Ella carcajeó.

—Con tu doctora.

—Ah... con ella. Sí, también quiero una cita.

—¿Cuándo puedes?

—Cuando digas. Primero está la salud.

Le sonrió ampliamente.

—Bueno... ¿te parece mañana a las catorce horas? Antes de que arranque tu tarde.

—Me parece bien.

Ella asintió y luego se agachó hacia su bolso retirando de allí una pequeña libreta de recetas y una pluma. Escribió la fecha y hora, debajo la firmó con su apellido y cargo. Luego se la extendió.

Kakashi carcajeó.

—¿Es realmente necesario?

—Contigo, sí. Vas a olvidarte, así que dásela a Shizune.

—No voy a olvidarlo.

—Te conozco.

—No prestaste nunca atención, jamás olvidé una cita contigo.

—Siempre faltabas a cosas del equipo.

—Del equipo, no de ti.

Ella le miró. En aquello tenía razón.

—Bueno, por si acaso ahora comienzas a olvidarte de mí.

—Eso no va a suceder, Sakura.

—¿No?

—No.

Hubo una brisa, una más cálida que cruzó sus rostros, arremolinado primero la coleta que ya lucía más larga, se había dejado crecer el cabello. Y luego le golpeó a él llevando en su seno el perfume de la joven. Estuvo esa brisa, y el silencio entre ambos. Estaba la mirada que caía en los ojos del otro y se resistía a cortar el contacto. Hubo un instante en que todo pareció detenerse y el suspiro que tembló en los labios de la joven. Y allí, justo allí, él supo que era suficiente.

—Bueno —dijo—. Ahora la dejo. El deber me llama.

—E-entiendo.

Asintió y luego colocó las manos en los bolsillos sonriéndole.

—Nos vemos mañana, doctora.

—Ok. Mañana... hasta mañana sensei.

—No soy ya tu sensei.

Ella sonrió y luego lo vio voltear para emprender camino hacia la torre. Ver su espalda, como de a poco se alejaba, jaló algo en su interior. Porque a pesar de los nervios que su presencia ocasionaba, más allá de cualquiera de sus enredos de cama, él seguía siendo su sensei, su ex sensei, su compañero en tantas batallas, aquel ninja al que admiraba, su amigo. Y no lo quería fuera de su vida. Sentía que así, aunque sea siendo un paciente, aquel amigo al que ocasionalmente le invitaba a una charla de té, era mejor que la distancia de desconocidos en la que estuvieron durante meses.

—¡Kakashi! —le llamó deteniéndolo, sin una razón que justificara aquello.

Él volteó.

—Yo... yo —¿que decir? Ese arrebato había cumplido su cometido, pero la dejó expuesta—. No quiero que te vayas...

Le sonrió girando por completo.

—¿Qué sucede?

—Yo —¡mierda!— ...nada... digo...

—¿Dices? —provocó.

—Te detuve por...emmm... me preguntaba si... ¡si tienes alguna novedades para mí!

«¡Eso! ¡Bien pensado!»

Las mejillas se le sonrojaron nuevamente y hubo una pequeña gota de sudor que se marcó en la frente.

—¿Las incubadoras?

—¡Sí! ¡Eso! Las incubadoras.

—Claro que tengo novedades.

Ella caminó hacia él.

—¿No ibas a decirme?

—Sí. Pero en la reunión que está armando Shizune. Ya te llegará la citación.

—Y —dio un paso más hacia él, la cabeza inclinada hacia atrás para verle a los ojos—, no puedes, digo... ¿adelantarme algo?

Kakashi carcajeó.

—No, no puedo.

—Eres el hokage, ¿qué te lo impide?

—¿Impaciente?

«Pequeña impaciente».

—Mmm... ansiosa.

—Es lo mismo.

—No para mí.

Carcajeó nuevamente, una risa grave. Sakura podía ver perfectamente en su imaginación la hermosa sonrisa que se formaba tras la máscara.

—¿Ahora el idioma tiene significado subjetivo?

Se encogió de hombros.

—Claro. ¿Porque no?

Estaba hermosa. Provocativa, porque sabía que lo estaba provocando. Y con que ganas respondería a aquello.

—Pero no voy a adelantarte nada —hubo un pucherito—. Deberás esperar tu turno.

—¿Y cuando llega?

No pudo contener la nueva carcajada.

—Mañana nos vemos en la cita, ¿no?

—¿Significa que me contarás mañana?

—No, pero deberás esperar menos.

—Eres malo, ¿sabes?

Era preciosa. Muy preciosa.

Suspiró.

—Nos vemos mañana.

—Sí.

—Será hasta mañana, entonces.

Esperó unos segundos y luego volteó para irse.

—¡Haz... haz ejercicio!

Volvía a detenerle. Y él le hacía caso girando hacia ella, sonriendo victorioso para sus adentros.

—¿Ejercicio?

—Te... te lo dije antes. Además de la dieta...debes moverte.

—¿Es una orden?

—Médica, sí, e-es una orden de tu médico ahora.

Suspiró.

—Bueno. Me la pones complicada, ¿eh?

—Es por tu salud.

—Ah bien... ya veré como hago.

Le sonrió de lado.

Ella hizo lo mismo.

—¿Algo más?

—¿Cómo?

—Si debes decirme algo más. Me detienes cada vez que intento irme.

Hubo un respingo en la chica y luego el rostro se le encendió en vergüenza.

—Oh... lo-lo siento.

—No te disculpes, me gusta que quieras que me quede.

Ella sonrió nerviosa.

—A...a mí también.

—Y me quedaría con ganas, pero no puedo.

—E-entiendo.

Él suspiró.

—¿Ahora sí hasta mañana?

Ella apenas si asintió.

—Kakashi, por tu ejercicio —él sonrió complacido, volvía a detenerle— ... yo estoy entrenando, digo... estoy dándole unos consejos a un grupo de chunnin en el parque. Si quieres, puedes venir.

—¿A recibir tus consejos?

Sakura carcajeó.

—¡No! A entrenar conmigo. Digo, sino tienes planes o a alguien más para hacerlo...o... digo, sino quieres ejercitarte solo... no es...

—¿Hoy?

—Sí, bueno... nos reunimos lunes, miércoles y jueves a las seis de la tarde, sino se me cruza nada, claro. Pero, no es obligación para-

—Me encantaría —le interrumpió.

Ella volvió a sonreír.

—Bueno, ya lo sabes... si puedes, allí estaré.

—Ok. ¿No me lo anotas?

Carcajeó.

—Si lo necesitas...

—No voy a olvidarlo.

—¡Más te vale!

Él le levantó la mano antes de girar para retirarse al fin, esperando quizás que volviera a detenerle. Le gustaba aquello.

—Nos vemos.

—¡Nos vemos, hokage!

Comenzó a caminar, más lento al principio, esperándola. Luego se dio cuenta de que no sucedería, y era mejor así. Suspiró. Shizune le estaría impaciente si no regresaba pronto, ella y su almuerzo.

Sonrió y ahora apuró el paso metiendo las manos en los bolsillos. Le gustó muchísimo verla. Era en todo lo que pensó durante su viaje, en que excusa encontraría para buscarla, aunque siempre podía echar mano a lo que le había conseguido con el daimyo. Que Shizune le recordara lo de sus análisis, fue la oportunidad que buscaba, y ahora Sakura con sus citas médicas y el entrenamiento, multiplicaba los momentos de encuentro.

Carcajeó solo. Fue preciosa la forma en que buscaba retenerle, tan nerviosa, sonrojada. Como olía a ella y a su excitación, porque la conocía y sabía que cuando le interrumpió la lectura ella estaba excitándose. Y estaba pensando en él. No en vano le había dado aquel libro, uno que además de contar una caliente fantasía, albergaba en su seno una historia tácita de comienzos. Porque fue esa noche, cuando se lo diera de regalo, que todo entre ellos había comenzado.

Suspiró otra vez. Ya la torre entraba en su campo visual, pero aun sus ganas y su mente estaba en aquel parque, bajo la sombra rojiza del árbol que Sakura había elegido.

Ya no soportaba que ella estuviera fuera de su vida. Aun sus miedos pululaban, sus fantasmas aullaban recordándole las razones de la ruptura que él había provocado, pero era más fuerte lo que sentía. Ella, lo que sentía hacia ella, la felicidad que le invadía con solo verle a los ojos, la plenitud de besarla, la calidez de tomarla. Era todo eso, y era más, era mucho más que no tenía palabras asignadas, las razones por las cuales no iba a dejarla ir, ya no. Ya no podía. Ya no quería.

Estaba aterrado. Había fuerzas que jalaban para devolverlo a su solitario sufrimiento, pero era aún más intenso lo que lo movía hacia ella. No sabía cómo iba a manejarlo, lo descubriría en el proceso. Porque si había una certeza en sus pensamientos era que ya no la quería lejos. Que ella correspondía a su vida, a él. Porque ella era la mujer a la que amaba.



Ahhhhhhh!!!!!!

Lo prometido es deuda!!

Mes de diciembre, mes de locura y magia y de... ¡¡un nuevo capítulo!!

Con este regreso al ruedo, dando inicio a la tercer y última parte de esta historia que se viene suuuuuuper intensa, ¡y caliente!

Espero que lo hayan disfrutado. Yo me tomé mucho tiempo porque el trabajo me tenía absorbida (amo mi trabajo y agradezco que este año haya sido un montón, pero no me dejaba concentrarme en LuL jajajajaja), pero aquí estamos, dando este cap que creo, creo, les ha gustado.

Las extrañé muchísimo. Extrañé leerlas. Extrañé escribir. Extrañé la emoción que me da antes de publicar. 

Ahora sí, las leo.

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