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Capítulo 58

—Me encantan tus dedos —Sakura acariciaba suavemente con las yemas, la mano que Seiyi suspendía por sobre ellos—. Tan largos...y delicados.

Tumbados en la cama, apenas iluminados por las tenues luces de descanso en la habitación, la noche no había terminado en la ducha. El cansancio del día no los había afectado aun, era el hambre del otro y esa necesidad de reconfirmación, lo que los tenía encendidos haciéndose el amor cada vez que los besos y las caricias ya no eran suficientes.

—Es tan grande tu mano...

Seiyi carcajeó buscándole los labios para besarla, y luego morderle suavemente al acabar.

—No, tú eres muy pequeña.

Ella sonrió.

—Me gusta.

—¿Qué te gusta?

—Así. Tú tan grande y yo tan pequeña.

Seiyi ladeó la cabeza sobre la almohada, apoyándola en los cabellos húmedos de Sakura al perder su mirada en lo que la tenía tan entusiasmada, suspirando luego de sonreír, con esa dicha amarga en el pecho que le recordaba en sensaciones lo finito de aquello. Y no iba a aceptarlo.

Y luego vino ese beso que lo tomó desprevenido cuando la chica giró subiéndose apenas sobre su cuerpo. Fue la misma mano que se suspendía, la que ahora se apoyaba en la nuca, para aferrarla dulcemente a la calma caricia que sus labios se brindaban.

Fueron los chispeantes jades los que le observaron al separarse, esa sonrisilla que se mordía al verle picarona, y el sonrojo que floreció después en evidencia de lo que en sus pensamientos atravesaba.

Lucía preciosa.

Era única.

—Estabas enojado esta noche —le dijo con voz bribona.

Él carcajeó.

—¿Qué?

—Y me gustó que me dejaras ver al Conde.

Volvió a carcajear.

—Ese no era el Conde.

—¿No? —abrió grandes sus preciosos ojos.

—Nunca sin iniciarte, Sakura —le acarició el rostro corriéndole algunos cabellos—. Aun no me conoces del todo.

Ella torció la boca.

—Eso es cierto —y le miró a los ojos ahora—, y me encantaría conocerte más.

Él suspiró.

Poca gente realmente lo hacía, pocos tenían el lujo de saber de su historia. Su corazón... jamás nadie había llegado realmente a tocarlo. Y ella, prácticamente si lo tenía en las manos, pidiéndole que le brindara en palabras más que lo que jamás le dio a nadie.

Y quería hacerlo, no había una negativa en su ser para complacerla en ello, pero era la costumbre de su cuidada privacidad tan férrea, que ya por inercia las cosas se daban así. Pero ella valía el esfuerzo. Aun sin ser eterno, valía cada minuto que llenaba de dicha su vida.

Respiró hondo y luego acomodó la cabeza para que descansara mejor sobre la almohada. Y la observó, uno, dos, más segundos. Era preciosa, era mejor que cualquier cosa que habría esperado en su vida.

—Dime, ¿qué quieres conocer?

—Ummm... ¿el hombre indescifrable me lo dice así sin más?

Carcajeó, Sakura se mordió el labio inferior al oír esa grave voz, observando la preciosa sonrisa que le marcaba los hoyuelos ahora. Era una genuina, ese gesto era una clara señal de que el hombre estaba allí, el hombre que pocos veían. No llevaba tanto conociéndolo, pero eran tan claros sus gestos más auténticos, que si le hinchaba de dicha el corazón, más que el ego de saberse la única a quien le brindaba tan legítima reacción.

—A ti, sí —ella abrió más los ojos sonriendo—. Eres mi chica especial.

— ¿Ah, sí?

Él asentía mientras acomodaba la almohada detrás para elevar más la cabeza. Sabía lo curiosa que era la chica, y que vendría una larga conversación.

—Totalmente —le tomó del mentón para llevarla a sus labios, mientras ahora el otro brazo cruzaba por debajo de la nuca.

—Entonces... a ver... comencemos con....

Seiyi carcajeó.

—¿Reclamas y no sabes que preguntar?

—¡No es eso! —le dio un pequeño golpecito en el pecho— A ver, responde a esto: ¿con quién estuve esta noche?

Le sonrió de lado, esa estaba fácil. Demasiado.

—Conmigo.

—No, no. Ese no era el Sei romántico que me folla últimamente.

—¿No estaba romántico? —las risas se le escapaban, aunque la reprimenda que había en esos hermosos ojos, le hacía morderse los labios para silenciarse.

—Nope —le picó la nariz con la punta de dedo índice antes de acomodarse mejor sobre su pecho, lucía más que dulce desnuda, apoyando el mentón entre los brazos cruzados sobre los pectorales—. Estabas más... mandón que siempre.

—¿Si? —le sonrió, más por la preciosa imagen que le brindaba que por lo que inocentemente le exigía.

—¡Deja de responderme con preguntas! —él carcajeó ya sin medirse— Sí, estabas mandón, y duro, y todo... todo enojado. ¡Era eso! Enojado. No puedes negármelo.

—No estaba enojado.

—¿Entonces?

Buena pregunta.

Como respondía a eso, sin admitirle que eran celos los que sentía, que era la primer vez que experimentaba aquello, que si hasta le avergonzaba la imperiosa y troglodita necesidad que le brotó natural por marcarla, por someterla a la exclusividad de su persona, porque no era un opción compartirla, no soportaría verla sonreír en manos de otro, observar los chispeantes jades ilusionados por otras palabras, por otros besos; que casi ni le importaba el sexo ya que no sería lo mismo que otro le robara un orgasmo a que le robara su tiempo con ella, sus te amo, la devoción y felicidad que ahora le dedicaba.

—Te tenía muchas ganas —le dijo luego de tomarse unos instantes—. Hacía casi una semana que no podía follarte.

—¡Porque no querías! Yo te dije que sí-

—No me gusta sino estás bien —luego le besó—. Lo sabes. Y tu período fue particularmente fuerte esta vez.

Ella asintió apoyando ahora el mentó sobre un brazo para acariciarle los labios con la mano que estaba más cerca.

—Creí que estabas celoso —puchereó con los mofletes hinchados.

Seiyi sonrió, le había descubierto aunque no se lo admitiría.

—¿Y porque estaría celoso?

—Por mi reunión con Kakashi.

—Tu reunión —inhaló profundamente para suspirar después, disimulando cualquier molestia— ...me dijiste que salió todo bien.

—Sí —y ahora trazaba una línea por su quijada, con el mismo dedo que antes le acariciaba, sin mirarle —, fue bien.

—¿Pero?

Era ella quien ahora suspiraba intentando sonreír. Y fueron los instantes de silencio que se dieron luego los que le robaron la sonrisa al varón.

—¿Sakura?

—Me pidió perdón —soltó repentinamente, Seiyi encogió el ceño—. Por... por besarme.

Eso.

Ahora se disculpaba.

—¿Y cómo te hizo sentir eso?

Ella se encogió de hombros, sin mirarle aun.

—No sé... creo que... que me gustó.

—Te gustó...

Fue un nuevo suspiro el que le alzó el rostro con el impulso del pecho, y fue la mano de Seiyi quien la buscó para mirarla a los ojos.

Era firme al llegar, la mirada que la recorría ahora era dura, igual que cuando le saludara al entrar esa noche.

—¿Qué significa eso, Sakura?

La joven tragó. No era por temor aquello.

—Que al fin mi sensei...digo, Kakashi... no se contradice. Que al fin... volvemos a ser... amigos —y le sonrió tímidamente cerrando su balbuceo, como si con ese dulce gesto mitigara la molestia que esa respuesta le causaba.

¿Era bueno aquello?

No, no lo era.

Así habían empezado lo suyo.

—Amigos —fue la misma mano que le sostenía la que ahora le acariciaba los húmedos cabellos — ¿Te alcanza eso, Sakura?

—¿Cómo?

—Lo que sientes...

—Seiyi... necesito un cierre, no un idiota más en mi vida —le dijo seriamente—. Perder a Kakashi de esa forma... no era lo mismo que perder a Sasuke. Sabes lo importante que fue él para mí —este asintió—. Y... y ser amigos... es volver a lo que fuimos y... funciona. Funciona para mí, para que esto —le apoyó la mano en el pecho— sea real y no una excusa.

Ese había sido un golpe, uno verdadero. Ella era sincera y él...

Suspiró.

—Estaba celoso, Sakura —la chica abrió grandes los ojos en sorpresa—. Eso me pasaba esta noche.

—¿De verdad?

Asintió y luego ella no pudo evitar reír. Una nueva carcajada resonó fuerte y él se contagió de aquello tomándole la cintura para girarla y quedar sobre ella.

—¿Te burlas? —le dijo antes de besarle, ella gimió en esos labios rodeándole la cintura con las piernas.

—¡No! —gritó antes de carcajear por las cosquillas que le causaba Seiyi al hundirle los dedos por sus costillas— ¡Ya! ¡Basta! ¡Basta! ¡Traición!

El varón carcajeó antes de soltarle para besarla de nuevo, deslizándose luego de esos labios hacia el cuello.

—Me reía...mmmmm...porque te descubrí...

—Sí, lo hiciste —admitió antes de besarla.

Y luego le acarició el rostro al separarse, observando esos preciosos jades que se fijaban en él.

Sakura suspiró sonriéndole antes de robarle un rápido beso.

—No tienes que estarlo.

—Fue cosa de una vez.

—¿Seguro?— provocó.

Él rio, una grave carcajada.

—Seguro.

—Entonces no va a molestarte que lo visite en la torre.

—¿Y por qué le visitarías?

—Porque es mi amigo.

Nuevas cosquillas se clavaron en sus costillas. Ella carcajeaba gritando, para suplicar después cuando él no se detenía.

—¡Basta! —reía— Sei.. ya —nuevas carcajadas la silenciaban.

Y luego le besó al dejar de castigarla, acariciándole el rostro al tomarlo entre sus manos. Un beso largo, profundo, que se tomó su tiempo para marcarla enrojeciéndole los labios.

—Eres mía — le susurró sobre la boca al soltarla.

Ella simplemente gimió, aun con los ojos cerrados, dejándose agasajar con esa demanda tan caliente que en Seiyi era placer puro.

Y sonrió al fin, antes de verlo, antes de perderse en esos iris que destellaban a perla y que con tal intensidad la observaban.

—Tuya —le respondió y luego suspiró jugando con un mechón del largo cabello que rodó cuando él apenas se separó.

Un nuevo suspiro le contrajo el ceño y él no pudo más que buscarle la mano que le acariciaba para depositarle un suave beso.

—¿Qué pasa hermosa?

—¿Cómo?

—¿En que anda tu cabecita? —y ahora eran sus labios los que buscaba.

Se dejó besar pero el ceño no se le relajó cuando se separaron.

— Sei... ¿puedo preguntarte algo?

—Lo que quieras. Ya te dije.

Ella asintió.

—Es algo... una inquietud mía, tal vez sea una pavada...pero no deja de darme vueltas en la cabeza.

El varón se acomodó alejándose apenas al posarse sobre sus codos

—Dime.

—Hace un tiempo que lo ando pensando.

Él carcajeó.

—Vamos, dime.

—Bueno —respiró hondo—. Esta mañana, luego de la reunión general, Kakashi nos convocó a mí y a otros jefes de la aldea, a una reunión más privada en su oficina.

Seiyi asintió siguiendo el hilo.

—Y cuando llegué, antes de abrir la puerta, sentí tu chacra.

—¿Cómo?

—¡Sí! ¡Te juro que lo sentí!

Seiyi entrecerró el ceño, confundido con aquello. Ese día no había estado allí, ni siquiera para un trámite administrativo. En realidad, hacía semanas que no se aparecía por la torre, su presencia ya no era necesaria, lo que descartaba cualquier energía residual.

—Pero no era yo.

—Nope.

—¿Hinata? ¿Que hacía allí? —él también sabía que la similitud de chacras se daba entre familia.

—¿Hinata? ¡Ah, cierto! Es tu prima —asintió—. Pero no era ella. Y créeme, su chacra no tiene nada que ver con el tuyo.

—¿La escaneaste?

—Cuando te conocí... una vez te confundí con alguien más y allí la escaneé.

—Con alguien más —la miró, ella asentía, y en ese instante comprendió todo.

Una carcajada escapó de sus labios, Sakura le observaba atenta.

—Sasuke, ¿no? —lanzó despreocupado.

—¡¿Qué?!

Él se movió saliendo de encima, para acostarse sobre sus espaldas a su lado, y fue Sakura quien ahora se incorporaba de lado mirándole entre confundida y sorprendida.

—Sei...

—Dime, ¿qué es lo que realmente quieres saber? —le dijo, y luego le acarició el mentón tomándoselo.

—¿Sabías que tú y Sasuke compartían chacra?

—No —suspiró—. Pero no es lo único que compartimos.

Sakura quedó helada. Los ojos se abrieron para luego el ceño contraerse ante la sospecha negada. Aquello acaso significaba que... ¿que eran familia?

—Es lo que estás pensando, preciosa.

—Y... y que crees que...

—Que somos familia.

La boca se le abrió por unos segundos, las palabras no salieron, decantando por cerrar esos labios antes de echarse al colchón, a su lado, mirando el techo mientras procesaba esa confirmación.

Las manos se tomaron sobre su pecho, jalando la sábana que cubrió parcialmente el desnudo cuerpo, y luego una se soltó de ese rezo para parar en la frente.

Seiyi a su lado perdía la mirada quizás en el mismo punto que ella, esperando una réplica, preguntas, tal vez un reproche. Pero nada llegó antes de girar el rostro observándola.

—Preciosa —dijo al fin.

Aunque nada más pudiera mencionar.

—¿Qué clase de... de familia?

Respiró hondo fijando su vista en ella.

—Hermanos.

Sakura giró de repente, viéndole con asombro.

—Medio hermano, en realidad.

Se incorporó ahora, sosteniendo con una mano la sábana cubriendo su pecho, ocultando la piel. El ceño no se decidía entre contraerse en enojo o relajarse en sorpresa. Los labios abiertos formaban la mímica de alguna palabra que no salía en sonido.

Seiyi la observaba, calmo, profundo, estoico. Pero no ilegible. Esperando.

—Sei... cuando... ¿cuándo pensabas decírmelo?

Suspiró.

—¿Sinceramente? —Sakura le increpó con la mirada— No lo sé.

Los cachetes se le inflaron ahora, el enojo era la emoción dominante.

—¿No se te ocurrió pensar que eso era importante para mí?

—¿Lo es?

—¡Sei! —le gritó sentándose en la cama— ¡Me acosté con él! ¡Fue mi primer amor, mi primer hombre! ¡Y es tu hermano! Yo...

No le dijo nada, sólo la observaba.

—¡Esto está mal! ¡Oh dios! —ahora se tapaba la boca— Me acosté con ... con dos hermanos.. yo... en que me ... dios.

—Sakura.

—¡Cállate! Solo... solo... cállate.

Seiyi se incorporó también, sentándose a su lado, apoyando el peso del cuerpo en la mano que posó en el colchón cerca de ella, rosándola.

—¡No! ¡Aléjate! Estoy-

—Enojada, lo sé —y ahora le tomaba por los hombros, la chica se sacudió intentando quitárselo en vano—. Y no voy a alejarme.

Sakura resopló. No había lágrimas, pero sí una gran molestia. Y aunque la relación recién descubierta le hubiera impresionado, sabía en el fondo que no era eso lo que la enojaba, sino el hecho de que habiéndole prometido dejarse conocer, le ocultara aquel detalle tan importante en su vida.

La respiración se le aceleró cuando le rodeó los hombros con los brazos, cuando sintió el calor de su pecho en la espalda, pero no dijo nada.

—No busqué ocultártelo —le dijo en el oído—. Sólo que no suelo contar de mi vida. Soy nuevo en esto.

Ella se mantuvo en silencio, tensa entre sus brazos.

—Nunca me abro a nadie, Sakura. Nunca muestro mi vida. Soy un hombre solitario.

—No te definiría así. Siempre estás rodeado de mujeres.

Seiyi carcajeó suavemente apretándola más a él.

—Eso no significa que estén en mi vida. Y lo sabes. Eres una mujer muy inteligente, conoces la diferencia.

La respuesta no provocó nada en apariencia, sólo la respiración que agitada apretaba las manos que se cerraba tomando la sábana sobre el pecho, en contra de los firmes antebrazos del varón.

Y aunque el enojo aún pululaba, debía admitir que en aquello él tenía razón.

Hubo un movimiento, un suspiro, un pequeño jalón que le aflojó apenas los músculos. Y él lo notó.

—Es la primer vez que quiero compartir mi vida con alguien —le susurró gravemente, destruyendo las barreras que ella levantara—. Y es contigo.

—Quiero creerte.

—Entonces, créeme. Porque estoy siendo peligrosamente sincero.

Ella se movió pidiendo espacio, uno que el varón concedió al aflojar su abrazo, y giró apenas viéndole a los ojos.

—¿Peligrosamente?

—Para mí, preciosa.

Suspiró.

Y luego volvió a moverse. Él la soltaba observándola acomodarse frente a frente. Aun la sabana le cubría el pecho aferrada por esa pequeña mano, marcando una distancia. El disgusto seguía allí frunciéndole el ceño, pero ya la mirada se relajaba. Y él, estoico, se clavaba en sus ojos, buscando leerla. Y la leía, perfectamente.

—¿Hace mucho que sabías de esto?

Asintió.

—Desde mis trece, cuando lo descubrí al regresar una temporada a Konoha.

Apretó los labios.

—¿Y... cómo lo descubriste?

Seiyi respiró hondo. Aquello le pesaba y hablarlo, era revivirlo cada vez. Aunque estuviera superado, no por eso no dolía. Más allá de la distancia que marcaba la muerte del que era su padre biológico, no por eso logaba evitar sentir todo lo que había perdido. Lo que podría haber sido. Lo doloroso que en sí fue.

—Contraté un investigador privado.

—¿Cómo? —se inclinó, la mueca de enojo ya se relajaba dando paso a una de empatía. La mirada del varón había permutado, había un dejo de dolor en esos oscuros ojos, un dolor que no pudo ni quiso ocultar— ¿Tu mamá no te lo dijo?

—Mi madre —suspiró intentando sonreír— ... Ella siempre me decía que mi padre fue el amor de su vida y que murió defendiendo la aldea.

—No le creías.

—La familia Hyuga no tiene relaciones fuera del clan. O no las tenía. Viejas costumbres para preservar el byakugan —Sakura asintió, conocía aquellas usanzas de antaño, sobre todo en los clanes con un rasgo genético tan marcado y un dominio del chacra particular—. Y yo era diferente. Muy diferente. No me parecía a nadie. Mi byakugan no despertaba, y mis ojos picaban cada vez más.

La sorpresa en Sakura fue más evidente.

—¿Tienes el sharingan?

Seiyi asintió.

—De tres tomoes.

Respiró hondo. Y luego se inclinó más hacia él, soltando la sábana en el proceso. Fue la mano libre ahora que le acariciaba el rostro, provocando ese suspiró en el varón que le llevó a cerrar los ojos con el contacto. Se sentía confortable aquello, el dolor que le invadía era particularmente más intenso que otras veces, o quizás ya hacía demasiado tiempo que no lo hablaba. Pero sabía que en realidad era el efecto de ella, de él abriéndose a ella como jamás lo había hecho con nadie. Por qué nadie, excepto Watari, aquella figura paterna envestida en un traje de mayordomo, que le cambió la vida desde que entrara a ella cuando cumplió sus seis; sabía de detalles tan precisos como los que estaba contando.

—Sei... ¿cuándo despertaste el sharingan?

Sakura sabía muy bien como cada tomoe despertaba en los Uchiha, el dolor, el miedo, el trauma que debían sentir atravesándolos para conseguirlo, y Seiyi no podía ser la excepción.

El varón abrió los ojos. La mirada era dura, pero no por estoicismo. Era dura por el dolor que intentaba contener.

—Cuando lo enfrenté.

—¿A tus trece?

Asintió.

—¿Solo?

—Sí.

—Eras un niño —y ahora se acercaba más tomándole el rostro con ambas manos, las cejas se le curvaron en ese instante y ella supo que enfrente, ahora, tenía al hombre—...no fue bueno, ¿no?

Negó.

Y luego respiró hondo.

—Era mejor cuando creía que estaba muerto.

Una lágrima rodó por el rostro de Sakura, ella expresaba todo lo que él no llegaba a demostrar, y le abrazó luego, envolviéndole el cuello con los brazos, besándole las mejillas, los hombros, llenándolo de pequeños y cortos besos antes de simplemente apretarlo a ella.

Y él se entregó al consuelo, abrazándola después, aferrándola apretada a su cuerpo cuando los brazos le rodearon la cintura y espalda, hundiendo la nariz en esos cabellos que aún húmedos le permitían absorber la mezcla de aromas del shampoo y de la cálida piel de su mujer. Se sentía bien aquello, ese contacto, se sentía cálido, lleno. Por primera vez apreciaba el alivio emocional brindado desde la mano de una mujer, que estaba con él porque era a él a quien buscaba, no al amo, al empresario o el excéntrico casanova. No a ninguna de sus facetas, sólo a él, al hombre.

Y se sentía bien.

—Perdóname —le susurró ella suavemente.

—No tienes por qué pedirlo.

—Yo... yo te hice revivirlo.

—Quería contártelo.

Y se quedaron así. Largo rato hasta que los sollozos de Sakura cesaron y se separó de él mirándole a los ojos.

—No me molesta que Sasuke sea tu hermano.

—Lo sé.

Le sonrió.

—Y tienes, de repente... ¡tienes tres sobrinos!

Fue Seiyi quien ahora sonreía.

—Sí.

—¿Te gustan los niños? Tienes madera para eso...

Él carcajeó apenas.

—Bueno, estoy descubriéndolo, ¿no?

Ella asintió, sonriéndole tiernamente luego.

Y nuevamente el silencio los tomó para la mutua contemplación, una en la que cada uno descubría nuevos matices en el otro. Fue la mano del varón que se alzó acariciándole le mejilla, secando con el pulgar los restos de lágrimas en ambos lados de ese delicado rostro.

Eran esos jades que inquietos le recorrían, la sonrisa calma que le reconfortaba. Él simplemente le miraba acariciándole, tratando de deducir que pensamientos atravesarían esa inquieta mentecilla, porque aun conociéndola tanto, por momentos se le escapaba, se volvía una entera sorpresa por donde podían andar sus pensamientos, siendo todo posible en esos momentos. Y así, fuera de su control, así inquieta, le fascinaba.

—¿Puedo... puedo verlo? —preguntó ella al fin, tímida en su voz.

—¿Qué?

—Tu sharingan.

Seiyi sonrió y luego respiró hondo. No lo usaba muchas veces, Kakashi le había enseñado a controlarlo y a utilizarlo, pero aun así, siendo tan útil, se negaba a hacerlo, repudiando en cierta media ese lado de su genética que lo ataba a un ser tan despreciable como Fugaku. Fue Itachi quien cambiara las perspectivas, su comprensión, la profundidad de sus pensamientos, lo agobiante de su dolor. Esas eran otras historias, y sabía que le hablaría de ellas eventualmente, no porque fuera necesario ahora sino porque quería que ella supiera todo de él.

Le acarició luego, cerrando los ojos por un segundo para abrirlos con sus iris completamente rojos, y los tres tomoes acomodándose en su lugar.

Sakura sonrió ampliamente con una dulce sorpresa en sus jades, y no pudo resistirse a tomarle nuevamente el rostro entre sus manos, acariciándole, perdiéndose en esos iris que le contemplaban, que le recorrían cada minúscula mueca en ese rostro que se tornaba más feliz a medida que transcurrían los segundos. Porque aun habiendo sido testigo de esa habilidad en varios hombres, verla desde Seiyi, un hombre que ocultaba una parte de su vida a todo el mundo, la convertía en alguien más especial que antes. Convertía la relación que ellos tenían, en una aún más única, íntima. Propia.

—Te veo un poco más, ahora —le susurró, con felicidad en esos labios.

Y él sonrió, dudando al principio pero entendiendo después que significaba aquello.

Y fue él quien le tomara el rostro entre sus manos luego, acercándola, curvando las cejas en esa mueca de sinceridad que ella comenzaba a disfrutar cada vez más. Porque aun teniendo en frente a ese hombre duro, en control, con ese frío estoicismo que lo volvía inalcanzable; ella podía al fin tocar al verdadero ser que yacía en el centro. Y no era su mérito el que lo hacía, sino él que se abría a ella torpemente que si hasta le enamoraba más con ello.

—Sólo tú me ves.

Y le besó después, calmo, suave, profundo, cerrándole los ojos en aquel gemido que soltó todo dejándose llevar una vez más.



—¿Es un varón?

—¡Sí!

Los chillidos de emoción de Sakura e Ino se hicieron oír claros en los pasillos del hospital. Algunas enfermeras las miraron molestas, otras con una sonrisa en sus rostros cuando observaron como la pelirrosa le tomaba tiernamente la pancita a su amiga.

Era el horario de salida de un viernes demasiado ajetreado para el gusto de cualquier profesional, pero que terminaba calmo, por lo menos para los médicos que se retiraban, cerrando una semana que para la pelirrosa había sido intensa con aquella reunión con el hokage.

—¡Me imagino como debe estar Sai!

—Aun no lo sabe —la rubia torció la boca con una mueca de tristeza—. No pudo venir al control.

—¡Oh, que mal! Con la ilusión que le hacía estar en cada uno —Ino asentía—. No quiero ni pensar en cómo se debe sentir.

—Mal, enojado. El cadete que me envió para avisarme, me dijo que estaba molesto con ese caso que se complicó en último momento —suspiró—. Está viviendo el embarazo con mucha intensidad.

—¡Ni que lo digas! —carcajearon.

En aquello, más de una mujer la envidiaba a la Yamanaka. Un joven ninja, prominente y apuesto, que la cuidaba en su embarazo como si la tuviera entre algodones, era el sueño de cualquier mujer en la aldea. Lo atento que estaba a ese niño, sin saltarse ninguno de los controles, tenía a las enfermeras quejándose con sus propios maridos o novios, reclamando más atenciones.

—Bueno, esta noche se lo diré. Pasaré por la florería a buscar unas flores azules para darle la noticia. No sé, un pequeño gesto que le mitigue el enojo.

—Buena idea esa, ¿eh? —lo meditó unos segundos asintiendo tras cada pensamiento— De verdad te digo, ¡muy buena!

—Soy ingeniosa, ¿viste?

—¡Muy! ¿Cómo se te ocurrió?

Ino se encogió de hombros.

—No sé —se acarició la panza con una mano, mirándose el bulto que había crecido considerablemente la última semana — ...mientras se me caían las lágrimas escuchándole el corazoncito a mi pequeño machito, creo que ahí vino la inspiración.

Sakura suspiró con una mueca de ternura.

—Me hubieras llamado...yo hubiera estado allí.

—No quería molestarte —le miró—. Estabas con tu paciente a la hora de mi consulta.

Sakura torció la boca en duda.

—La de la cirugía del miércoles.

—Ah, sí ,sí —y ahora la mirada se le entristecía.

—¿Todo salió bien? Las muestras de las que me contaste...

—Bueno, es ... complicado.

—¿Quieres hablar de eso? Te tenía preocupada el caso.

—No, amiga. Ahora —sacudió la cabeza sonriendo ampliamente luego—, quiero celebrar la vida.

Aquello le confirmaba a Ino el diagnóstico de la paciente. Bastante consternada la había visto a su amiga ese tarde cuando salió de la cirugía. Había tenido que recurrir de emergencia a la medicina tradicional, lo que significaba que la dolencia era mucho peor de lo que se previó con los estudios preliminares.

—Cuéntame más de esa sorpresa con flores.

—Bueno, no se me ocurrió mucho más que eso...tengo tantas ganas de ver su reacción que no lo medité tanto.

—Te entiendo y —su boca se cerró estirándose en una sonrisa— ...hablando de roma...

Los ojos de la pelirrosa se clavaron al final del pasillo y en aquel hombre de blanca piel y oscuros cabellos, apuesto y alto, con las hebras más largas adheridas al rostro por el agua que escurría de ellos. Le sonrió a la mujer a su lado. Una sonrisa enorme, antes de echar a correr cuando esta hizo contacto.

—¡Sai! —le gritó Ino abriendo los brazos.

—¡Mi sirena! —y la tomó en aquel abrazo que contenía las ganas por alzarla al cuidarle la panza. Pero no contuvo el beso que vino después, uno que tuvo a la rubia ruborizándose y gimiendo al sentirle tan apasionado.

A pesar de ese carácter tan frio en el varón, era notable la pasión que había entre ellos. Y ahora, ternura en aquella mirada que parecía pedir perdón por si sola.

—Lo siento mucho por no venir.

—No hay problema.

—Quería estar aquí.

—Lo sé.

—Hice todo lo posible y-

—Está bien, ahora estas aquí.

Sakura los observaba, dando un paso hacia atrás cuando pudo, sobraba en aquella reunión y la verdad, no quería interrumpirles en nada. Era un momento muy íntimo.

—Buenas tardes, Sakura —la sobresaltó Sai al saludarla.

—Eh... ¡hola! —le sonrió y luego miró a Ino— Yo... eh, estaba de salida. Tengo que irme y-

—¿Traes paraguas? —interrumpió Sai.

—¿Paraguas?

Él asintió sonriéndole mientras rodeaba con el brazo a su esposa.

—Llueve a cántaros.

—¡¿Que!? —gritaron ambas mujeres.

—La ropa —se quejó Ino—... Pero si el pronóstico daba soleado hasta el domingo.

—Se equivocaron esta vez —le sonrió tiernamente para besarle después.

—Se arruinó nuestro picnic —un pucherito le enterneció la queja—. Íbamos a ir mañana, ¿recuerdas?

Él asintió acariciándole.

—Algo se nos va a ocurrir. Ahora será mejor que esperemos aquí un rato hasta que pare. No quiero que salgas con esta lluvia.

—Chicos —Sakura carraspeó, pintada nuevamente en aquel cuadro —, yo les dejo.

—¿Ya? Pero, te vas a mojar si sales.

—¡No hay problema!

—¿Cómo que no hay problema? No quiero que la madrina de mi bebé —Sai asintió, ya sabiendo de aquello y de la religión elegida— se me enferme. Ven con nosotros a la cafetería, aunque sea un rato.

Sai miró a Sakura ahora, con una enorme y dura sonrisa, de esas que amablemente eran hasta más crudas que las palabras que siempre soltaba. El chico era directo, aunque con los años y gracias a su compañera, aprendió a comunicarse de otras formas, formas algo más amables aunque no menos certeras. Y Sakura le entendía siempre, cayéndole pesada la mayoría de las veces esa ácida sinceridad que escupía cada vez que hablaba. Aunque, esa tarde, no le ofendiera, de verdad quería regresar temprano a casa, tenía intenciones de sorprender a Seiyi apareciendo antes. Le había prometido cocinarle ella una de estas noches y esa, justamente esa, necesitaba un momento hogareño y cálido con él.

Desde aquella confesión, desde esa noche en que sintió que había conocido un poquito más de él, la conexión entre ambos se había vuelto única. Aun sabiendo que le quedaba un mar por descubrir, sintió que la complicidad y el entendimiento que había amanecido en su relación, los había vuelto únicos, exclusivos. Que ese esfuerzo, aun siendo poco, era enorme, se lo decían esos oscuros ojos que parecían ahora brillar más y no por su herencia genética. Había otra cosa, existía ese dejo de vulnerabilidad que le mostraban un hombre más profundo e intenso que el estoicismo que le hacía ilegible.

Y moría por disfrutarlo. Cada jornada terminada le llenaba de mariposas el estómago contando involuntariamente los minutos por verle, por encontrar esa sonrisa esperándola en la acera, una tan apuesta y tan suya que la notaría aun a kilómetros de distancia. Y le enojaba saber que aun habiendo terminado a tiempo, la lluvia ahora frustraba sus planes, porque sabía que Seiyi no la dejaría regresar caminando.

—Te agradezco, pero me van a estar-

—¡Vamos! Hoy saliste antes. Tu precioso noviecito tardará en llegar.

—¿Novio? —le miró Sai— ¿Ya son novios?

—Sí, oficialmente hace casi dos semanas, ¿no?

—Sí...más o menos —respondió rápidamente la pelirrosa, observando su reloj pulsera—, y ahora, se me hace tarde —se abalanzó sobre su amiga, estampándole un enorme beso en la mejilla—. Te quiero mucho, disfruta a tu familia.

Y luego le sonrió a Sai, saludándole con la mano. No se le daban bien los besos con él.

—¡Nos vemos chicos! —y aferrando su bolso, salió de allí antes de que a la rubia se le ocurriera alguna excusa innegable para detenerla.

Cuando tomó la curva hacia el pasillo que conectaba a la enorme sala de espera de la entrada, suspiró aliviando el paso. La cartera se le resbalaba por el peso debiendo acomodarla cada tanto, y el piloto de tela que sostenía en su otra mano, se le antojaba más que una molestia ahora que podía presenciar la calma pero torrencial lluvia que mojaba los cristales de la entrada.

La locura de la gente ya había mermado. La mayoría corría a sus autos en las calles, otros se habían resignado a esperar que disminuyera la intensidad, o que les vinieron a buscar, tomando asiento en las butacas de la sala. Un par maldecían más allá, pegados a los vidrios.

Ella sólo suspiró.

Le gustaba la lluvia, aunque justamente esa tarde le era más que inoportuna.

Apoyó la cartera en la butaca que tenía cerca, para colocarse el fino piloto. No era mucho pero funcionaría rudimentariamente como capa de abrigo, se notaba que la temperatura había bajado. Lo abotonó hasta arriba, subiendo las solapa para protegerse el cuello. Esperaría en la galería externa, se notaba que ya las gotas no eran tan gordas como para salpicarle. Además, un poco de agua no le haría daño. Sabía que Seiyi o Watari no tardarían en llegar y se estacionarían en la zona de descenso de pasajeros. Siempre lo hacían, a esas horas estaba permitido, pero igual no le gustaba hacerles esperar.

Se colgó la cartera y salió a paso largo, saludando al guardia de la puerta que le sonrió antes de abrirle.

El aire estaba frío, cargado de ese aroma que hasta si le revitalizaba. No pudo evitar sonreír al aspirar una enorme bocanada, recordando las quejas de Naruto cuando le llovía durante las misiones. El rubio odiaba que se le metiera agua detrás del cuello, decía que le helaba hasta el ombligo. Y Kakashi siempre reía cuando le escuchaba el comentario cada vez, aunque se lo conociera de memoria. Ya que casi parecía un ritual durante las misiones lluviosas.

Sonrió. El ritual de la lluvia...ella tenía uno también, y era mirar a su sensei cuando lo escuchaba reír por lo bajo sobreponiéndose en sus oídos a la chillona voz del rubio. El contraste en esos timbres le fascinaba, el agudo del niño y el profundo del hombre. Le observaba ni bien le oía reír. Le gustaba como los ojos se le contraían a dos finas líneas, marcando esas arruguitas en el borde externo, mientras la filosa quijada temblaba. Siempre le pareció un hombre apuesto, más cuando le guiñaba el ojo al advertirle el descaro. Ella se sonrojaba agachando la cabeza de inmediato, y luego llegaba la mano que le tomaba la capucha de su propia capa subiéndola para taparle el cabello.

"Si el cabello está seco, se conserva mejor la temperatura ", le decía.

Ella asentía. Recordaba el calor en sus mejillas, aunque más recordaba lo áspero de aquellos dedos que le rosaban el rostro al cerrarle los bordes para protegerla más. Y la rozaban accidentalmente, cada vez.

Siempre la cuidó.

Siempre.

—Kakashi... —susurró por lo bajo, soltando ese anhelo que hasta si le causaba nostalgia. Sonrió después, mordiéndose el labio cómplice de una chiquilinada. Era un buen recuerdo.

—¿Si?

Sakura se sobresaltó, dando un respingo que pretendía alejarla desde donde esa profunda voz le respondía.

—Eh... ¡hola, Sakura! —el hombre apoyado de lado en una columna, con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo el típico libro icha frente a su rostro, le sonrió saludándole casual.

—¿Ka...Kakashi?

—Eh... creo que —se miró—, sí, soy yo —y le sonrío nuevamente.

Sakura carcajeó tomándose el pecho, antes de devolverle el gesto.

—¡Me asustaste!

—Perdón, no era mi intención.

—¿Seguro?

Y ahora era él quien carcajeaba cerrando el libro luego de hacer una pequeña marca en la hoja en que se encontraba leyendo.

—Sí, no te había visto —era una mentirilla blanca, la había observado durante su ronda luego de encontrársela de casualidad en un pasillo. Su conversación con Ino, aunque no oyera una palabra, había sido grato verla tan feliz. Y ahora... estaba hermosa.

—¿Que te trae por aquí? —suspiró calmándose— Ya te hacía de viaje.

—Yo también —giró apoyando las espaldas en la columna ahora—. Salgo mañana al medio día.

—¿Y estás bien? Digo, de salud. ¿Te pasa algo?

—No, no. Luego de tu dieta —Sakura sonrió mirándolo gratamente sorprendida, aquello le confirmaba que le había hecho caso—, Shizune me insistió con unos chequeos y no quiso demorar más tiempo. Así que aquí estoy, haciéndome los análisis, para comenzar.

—No me dijo nada.

Se encogió de hombros.

—Cayó hoy con el pedido, firmado por ella. Y prácticamente si me obligó.

Sakura asintió —Hizo bien.

—Supongamos que sí.

—Sí, hizo bien, Kakashi —su tono fue mandón, y ahora él carcajeaba por lo bajo— ¿No sabes a que médico te derivó?

—No, no me dijo nada.

—¿Y que otro estudio te pidió?

—Hasta ahora, sólo los análisis. Pero me recetó de todo. Eran dos hojas de pedidos.

Sonrió.

—Típico de Shi. ¿Y no te comentó nada más?

—Te dije que prácticamente si me obligó a venir. Me trajo ella de la oreja y me dejó en la puerta del laboratorio.

—Exageras.

—No, en serio.

—¿Te trajo de la oreja?

—Mmmm... más o menos —se rascó el mentón con el índice, sosteniendo el libro entre sus otros dedos, y en ese instante ella pudo constatar cual era el título que leía. Su regalo, el autografiado— ¿Que me haya tomado del cuello de la camisa cuenta?

—¡Nooo! En serio? —una carcajada se le escapó, debiendo taparse la boca con la mano.

Kakashi carcajeó asintiendo.

—¡Créeme que sí!

—¡Es capaz!

—Muy.

Ambos rieron ahora, unos segundos en los que se miraron cómplices, hasta que Kakashi suspiró calmándose, para solo contemplarla.

Estaba hermosa. Muy, muy hermosa.

—Veo —Sakura carraspeó—... veo que estás leyendo el libro... el que te regalé.

Él lo alzó volteándolo para verlo.

—Eh... sí. Es mi título favorito.

—Pensé que ya lo habías leído.

—Dos veces —le respondió.

—¿Dos?

—Esta es la tercera.

Sakura sonrió. Un leve sonrojo le coronó los jades recordando aquella noche en que se lo entregara, y las que vinieron después, y tuvo que huir de los ojos de Kakashi cuando sintió las mejillas arder.

—Me intrigaba ese... libro —Kakashi carcajeó. Ahora él recordaba la mirada que tenía cuando se lo regaló. Sí, claro que le intrigaba— Y parece que te gusta...

—Te dije, es mi favorito

Ella asintió, y fueron ahora las manos las que se aferraron a las tiras de su cartera, cuando no tuvo coraje para volver a verle en el silencio que se hizo entre ambos.

—¿Quieres leerlo? —rompió él aquella pausa.

—¿Cómo? —y ahora tenía su atención de nuevo, cuando le extendió el libro algo ajado ya por el uso.

—Te interesa la trama, recuerdo que lo hojeaste pero yo no te dejé leerlo —ella asintió—. Bueno, ahora podrías. Toma. Te lo presto.

Ella dudó mirando aquel objeto, pero luego su mano soltó la seguridad que la apretaba y se estiró para tomarlo.

Fue un pequeño y efímero instante, pero se dio aquel roce entre su índice y dos dedos del peliplata, uno que la sonrojó más de lo que debía, haciéndola huir con el objeto que fue a parar contra su pecho.

—G-gracias.

—Gracias hacen los monos. Tiene una vuelta debajo.

—¿Q-qué? —ella lo volteó buscando la marca que él dibujaba en el aire con los dedos. Pero no había nada— No hay...

—Que me lo tienes que devolver.

Le miró sin entender y luego carcajeó al caer en la cuenta.

—¡Bien que lo mencionas! Porque no pensaba hacerlo —le dijo con el ceño contraído luego de mostrarle brevemente la lengua— Ahora que recuerdo, me costó mucho conseguir esa dedicatoria. Podría... quedármelo, ¿no?

—No, es mío. Me lo regalaste.

—Primero me lo regalaron a mí.

—Te invalida el segundo regalo.

—Igual, ya lo tengo yo —provocó, riendo por lo bajo—, y no pienso devolvértelo.

—¿No? —ella negó, él ya carcajeaba— Bueno, tendré que persuadirte entonces.

Las carcajadas de la pelirrosa aumentaron.

—Sabes que soy muy persuasivo cuando quiero —advirtió.

Ella asentía guardando ahora el libro de tapas negras en su bolso. La lluvia había recrudecido y no quería que se humedeciera por salpicaduras.

Hizo un paso atrás cuando las primeras gotas dieron contra los dedos desnudos de su pie, acercándose sin querer al peliplata.

—Veremos qué tan efectivo resultas esta vez. Me he vuelto inmune a ciertas... estrategias.

Él carcajeó.

—Pero no conoces todas las que tengo.

—Aprendo rápido.

Le guiñó un ojo al terminar de cerrar el cierre de su bolso, y él no pudo más que sonreír divertido.

—¿Estás retándome?

Se encogió de hombros antes de mirarle pícara, antes de que un nuevo sonrojo la invadiera.

Kakashi no pudo evitar reír, siempre le gustaron esas tímidas provocaciones, aunque ahora se volvieron más descaradas. La chica estaba más segura de sí misma, y le encantaba. Ella sabía bien que buscaba con eso, y no pudo más que incitarle aquel gesto, porque él también conocía las reacciones de ese menudo cuerpo debajo de su yugo. Y no pudo más que desearla en aquel instante.

Fue la mirada la que no logró contener esas ganas, aunque las disimulara. Fue ese nuevo sonrojo y esos parpados que se entornaron sumisos. Fue la inclinación en esa cabeza, fue su mano que le buscó en el aire la pequeña de ella que colgaba a su alcance. Fue ese instante tan corto, tan dulce, tan suyo... y no fue nada a la vez, cuando suspiró cortando aquello.

—Bueno... veremos.

Ella asintió. Y luego sus manos volvieron a la seguridad de la tira que aferraron.

Le sonrió.

Y el silencio se hizo otra vez, un silencio de palabras pero no del bullicio ni de sonidos de la calle.

—Llueve mucho —le dijo nerviosa, buscando charla nuevamente.

—Sí...

—El pronóstico se equivocó esta vez.

—¿No había anuncio de tormentas?

—Nope.

Ambos llevaron sus ojos hacia el cielo que se asomaba frente a ellos. A esa altura del año y a esas horas, las nubes apenas se apreciaban. Estaban cerradas, señal de que seguiría lloviendo.

Ella le miró. Él aún seguía absorto en el cielo.

Le encantaban sus ojos. Esa mirada pesada y calma, como se estiraban cuando sonreía genuinamente, los párpados siempre entornados en un cansancio inexistente, siempre profundos, analíticos, dulces cuando la miraba al besarla.

Suspiró desviando la atención a la gente.

—¿Estás a pie?

—¿Cómo?

—Digo... para irte —le sonrió señalando la lluvia—, parece que no quiere parar.

—Ah... no, no. Me vienen a buscar —metió las manos en los bolsillos. No tener el libro le dejaba los dedos libres y ella estaba tan hermosa, tan cerca... — ¿Y tú?

—También.

Ambos sabían quienes los estaban cuidando, pero ninguno lo mencionaría. Los nombres molestaban.

—Me dijiste que... que te vas mañana al medio día.

—Así es.

—¿Cuándo regresas?

Él le miró, sonriendo de lado cuando ella hizo lo mismo.

—En una semana. ¿Por? —continuó— ¿Vas a extrañarme?

Una risilla se le escapó.

Sí, le extrañaría. Nunca había dejado de hacerlo, aunque hubiera sentires igual de fuerte en su pecho que competían por aquello.

—Lo decía por tus análisis.

—Lo sé.

—Estarán listos el... el miércoles, calculo. No sé qué te pidió Shi.

Él se encogió de hombros.

—Supongo que me enteraré a mi regreso.

Un nuevo silencio los calló. Ella suspiraba mirando el cielo ahora, cambiando el peso de pierna al aferrar nuevamente la cartera. Él la observaba con disimulo.

—Quieres...digo... ¿te parece que los vea?

—¿Para qué? —provocó.

—Para estar seguros. Siempre seguí tu salud y... bueno. Si quieres-

—¿Volver a ser mi médico? —le interrumpió anticipándose.

Sakura asintió sin mirarlo. Debiendo suspirar luego. Se sentía nerviosa.

—Técnicamente, nunca dejé de serlo.

—¿Qué cosa? —sabía a qué se refería, pero necesitaba jugar con ella. Solo un poco. Solo provocarla, como lo hizo toda su vida.

—Tu médico, Kakashi —le miró con reprimenda—. El médico del hokage.

—Ah, eso.

—¿Que esperabas?

—Nada.

—No, esa pregunta no fue un nada —ahí iba, ella respondiendo exquisitamente a sus incitaciones, y le encantaba—. Estabas esperando otra respuesta que-

—En serio, Sakura. No esperaba nada de-

—¡En serio, ni nada, ni ocho cuartos! —le calló— Suelta lo que pretendías. No seas odioso.

—¿Odioso? —carcajeó, esa descripción de su persona era nueva— Bueno, si insistes... ¿que quieres que sea?

—¡Kakashi! ¡Te conozco!

—¿Si?

—¡Sí! ¡Y sé que te referías a otra cosa!

—¿Como a qué?

Ella abrió la boca para replicar y luego la cerró hinchando los colorados mofletes al darse cuenta de que nuevamente había caído en otro de los juegos del peliplata. Tal como lo hacía meses atrás, y luego terminaban en arrumacos, esos besos tan cargados y en...

Carraspeó.

—Nada, nada... déjalo ahí.

Kakashi reía por lo bajo y luego respiró hondo observando a la parejita que pasó corriendo de la mano bajo la lluvia, arrojando chillidos de emoción que lo sobresaltaron.

—Bueno —carraspeó— ...al menos veo que me recuerdas en todo momento.

Sakura pestañeó rápido.

—Que...

—Nada.

—¡No, no, no! ¡A que te refieres! Ahora sí me lo dices.

—Me gusta que te acuerdes de mí —se encogió los hombros, riendo nuevamente—. No es para tanto escándalo.

—Que estás diciendo...

Un bocinazo a metros de ellos los sobresaltó. Ambos miraron en la dirección del sonido y del rugir de un motor deportivo.

En frente la acera, un despampanante Jaguar F-Type, en rojo metalizado, bajaba apenas la ventanilla del lado del acompañante.

Un exuberante auto, digno de quien lo manejaba. La exuberante rubia que la miró apenas por unos segundos antes de centrar toda la atención en el hombre a su derecha.

—¡Kakashi! —fue la voz que lo llamó. Una femenina, profunda.

Sakura suspiró.

Era Zulima.

—Llegó —Kakashi le hizo señas con la mano—. Nos vemos a mi regreso Sakura.

—¿Nos vemos? Espera...

—Eres mi médico ahora, ¿no?

Ella asintió.

—Bueno —y le saludó antes de subir más las solapas de su chaleco— ...recuerda la vueltita.

—Pero... llévalo si vas de viaje.

—Prefiero que lo tengas tú —y le guiñó el ojo sonrojándola—. Así no me extrañas tanto.

—¡¿Qué...?!

Y salió corriendo debajo de la lluvia dejándole con el reclamo atorado en la boca.

La rubia le abría la puerta estirada desde adentro, ni bien el varón estuviera a un paso de ella. Entró tan rápido como cerró, sin voltear a verla, sólo siguiendo con lo suyo, y el auto salió rugiendo rumbo a la calle colectora.

Sakura levantó la mano en saludo, aunque fuera en vano, nadie le devolvió nada. No la había visto en el apuro por la lluvia y por reunirse con Zulima. Al fin y al cabo, fueran lo que fueran, estaba con ella ahora.

Sonrió aceptando aquello. La molestia por sus provocaciones se transformó en la risilla que luego escapó tímida. Esos eran sus juegos, siempre lo fueron. Se coqueteaban, se molestaban de esa forma, simulando una atracción, una relación que... que no existía.

Ese era su juego...

La sonrisa que seguía allí, lentamente se desdibujó al observar el vehículo perdiéndose en la esquina.

La mano libre que intentó saludarle, otra vez buscó la seguridad de esa tira a la que aferró como un salvavidas.

Kakashi seguía con su vida.

Volvía a ser el de antes con ella, sin mensajes dobles, sin buscarla, sin presiones. Igual que antes. El sensei, el hokage, el... amigo. Volvía a estar en su órbita, siempre presente pero lejos. Allí, en el lugar que estuvo toda su vida de adolescente y adulta. Cerca, pero lejos. Con ella y a la vez con nadie. Tan íntimos en su relación y a la vez tan... desconocidos.

Y era lo más sano. Lo mejor.

Cada uno por su lado, viviendo la vida como querían, como les gustaba. O como les salía. Parado cada uno en su vereda, mirando al otro con una sonrisa, tal vez un consejo, o una provocación.

Y era lo correcto.

Porque siempre lo fue.

Y estaba bien.

¡Muy bien!

Pero, ¿porque le ...dolía?

La correa crujió debajo de la fuerza de sus dedos. Aflojó el agarre dejando ir aquello, y suspiró después afirmado la intención, y luego miró hacia el otro lado, hacia el lado en donde llegaban los autos, no donde se perdían.

Y allí venía.

El deportivo negro de Seiyi, el auto que siempre conducía cuando la buscaba, el que a ella más le gustaba.

Aun no le veía dentro, pero pronto lo haría, y el corazón se le llenó de esa calidez que él le causaba ahora, acelerándole el pulso sólo en anticipación a verle sonreír.

Lo vio frenar, la lluvia no mermaba. Se preparó para salir corriendo a su encuentro, cuando las balizas se encendieron y él bajó de inmediato con el paraguas cerrado en una mano. La lluvia le golpeaba el rostro, las anchas espaldas, el cabello.

Sonrió quedándose en su lugar, al refugio de ese techo viéndole avanzar rápido. El oscuro cabello se le mojaba, pero era la sonrisa que le dio al llegar la que la tuvo haciendo lo mismo.

No hubo palabras, solo abrió el paraguas y ella se refugió debajo tomándole el brazo que él le brindó para llevarla más junto a su húmedo cuerpo.

Y corrieron hacia el auto.

Ella carcajeó.

Él la abrazó al llegar, saliendo debajo del paraguas para abrirle la puerta, sosteniendo ese refugio el tiempo que le llevara a ella entrar sin mojarse.

Y cerró luego, cerrando el paraguas después. Se empapaba, pero no importaba, ella estaba a salvo ya.

—Te mojaste —le dijo cuando entró.

—No importa —y le sonrió estirándose para recibir el beso que ella buscaba.

—Vas a resfriarte.

—No. Porque conmigo duerme la mejor doctora de toda Konoha.

Ella carcajeó antes de darle un nuevo beso que demoró algunos segundos más degustándolo.

—Vine lo antes que pude.

—Ya lo sé.

Y la soltó para emprender la marcha hacia su casa junto a ella, doblando en la esquina en el sentido contrario al que Kakashi había ido.

Ella miró hacia la calle que ahora quedaba atrás, para luego suspirar cuando el dolor de recordarlo junto a la rubia regresara, y observó al hombre a su lado, que concentrado manejaba debajo de una lluvia torrencial.

Y sonrió mordiéndose el labio después antes de apoyarle la mano en la rodilla más cercana.

—Sei...

—¿Mhm?

—Te amo, ¿sabías?

Él sonrió de lado y le miró por unos segundos.

—¡Qué bueno!

Ella carcajeó.

—¿Eso vas a responderme?

—Sí —y rio.

—Así no se seduce a una mujer que te abre su corazón.

—Cierto.

—¿Y?

Él se encogió de hombros.

—¿Eso es todo?

—No.

—¡Ay, dios! —rio— ¡Te pusiste misterioso!

No le dijo nada, solo carcajeó gravemente y luego le tomó la mano que intentaba apretarle la rodilla que instantes atrás acariciaba, para besarle los nudillos después.

—Mujer impaciente.

Sakura se mordió el labio inferior al observarle la sonrisa de lado estirarse, esa sonrisa que tanto le gustaba.

—Sí, muy impaciente —se acercó todo lo más que el cinturón de seguridad le permitió, susurrándole después—. Porque no veo la hora de llegar y comerte esa boca tentadora que tienes.

Seiyi sonrió y luego carcajeó seductoramente.

—¿Sólo eso vas a comerme? —provocó, la risilla de ella le dejó saber que no.

—¿Vas a dejarme comerte algo más?

—Depende.

—¿Depende de?

—Tu paciencia —y la miró.

Sakura carcajeó seductoramente antes de morderle el lóbulo de la oreja, buscando con su mano libre el bulto que acarició al llegar.

Lo volvía loco. Esa pequeña mujer, lo hacía feliz, más que ninguna antes. Y sería su perdición, lo sabía, pero aun así, no se privaría de vivir nada con ella. No esa noche, ni mañana, ni los días que vendrían. Porque si había una certeza en la incertidumbre de aquella novedad, es que siempre buscaría la forma de que ella lo eligiera.


Más cortito esa vez, pero creo que no menos emocionante, ¿no?

Y creo que va a haber mucha gente feliz con esto y otra... no tanto. Pero confíen en mí cuando les digo que se va a poner bueno, muy muy bueno, y que lo que algunas sospechan... bueno, digamos que la realidad no está tan lejos de esas sospechas je je je 

Gracias por el aguante ahora que actualizo cada quince días. De verdad, muchas gracias ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!


Ahora sí, las leo.

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