Capítulo 51
—El resultado del encefalograma lo confirma. Cualquier actividad mínima que hubiera ni bien rescatamos a Nagato, ya no existe —Tsunade desplegó el último rollo del estudio médico que demostraba aquella afirmación, y lo señaló golpeando con la uña sobre el escritorio en varios puntos— ¿Ves? Plano. Este lo repetimos esta mañana.
—Entiendo —le respondió el peliplata con el semblante serio, demasiado concentrado en una gráfica que bien podía no entenderla si la mujer frente a él no se lo explicaba—, por lo que me dices este hombre murió cuando lo rescatamos.
—No sería tan así.
—Explícate.
—Este hombre ya tenía muerte cerebral. La actividad que observamos al principio, fue una estimulación eléctrica artificial para acceder al área que les permitía activar el jutsu, y generar el metal de las partículas
—¿Manipularon su cerebro para ejecutar su habilidad natural?
—No sólo su cerebro, sus canales de chakra también. Fue algo aberrante por la forma en que abusaron de ese cuerpo con experimentos, pero no puedo negar que requirió de un genio para hacerlo.
—El médico capturado.
—Así es —apretó los dientes, entiendo que un conocimiento así sólo podía venir de su compañero de equipo, Orochimaru—, uno sádico pero brillante. Ni hablar de las posibilidades médicas que esto abre.
Kakashi meditó unos segundos aquellas palabras.
—¿Nagato sufrió?
—Había daño, pero él no estaba consciente. Aun así, no deja de ser inhumano.
—¿Cuál es tu sugerencia?
—Está vivo sólo por la asistencia mecánica que le damos. No va a recuperarse, Kakashi. No hay posibilidades de que regrese —respiró hondo—. Sugiero desconectarlo.
—Matarlo.
—Ya está muerto.
—¿No seríamos peores que ellos así?
—Su cuerpo ya estaba deteriorado antes de la batalla con Naruto. Lo dimos por muerto en ese momento, y no fue así. Quedó en manos de estos depravados. Se mantiene vivo a duras penas, lo que le hicieron... ya viste los informes, no me hagas repetirlo— continuó—. En años no recibió un mejor trato que el que le estamos dando ahora, Kakashi, y aun así su condición médica no mejora ni mejorará. Entiende que su vida es vegetal, podemos mantenerlo, utilizando muchos recursos del hospital, a lo sumo un par de semanas, tres máximo. Y nada más.
El peliplata lo pensó unos segundos.
—Bueno, ¿esa es tu única sugerencia?
—Sí. Como médico, es la mejor opción.
—¿Y cómo humano?
Ella suspiró.
—También.
Se apoyó en el respaldo de su asiento mirando a la nada ahora, buscando otra posibilidad. No podía negar que lo que la Senju le decía era lo correcto, pero no dejaba de sentirse como si se estuviera rindiendo.
—No me convence —le dijo al fin.
—Sakura opina lo mismo que yo —lanzó de inmediato.
Kakashi levantó la mirada hacia ella en ese instante, sorprendido por la mención, endureciendo todo su semblante segundos después.
—Te dije que no la metieras en esto.
—Sí, me dijiste —respondió Tsunade esbozado esa media sonrisa de suficiencia— Y no la metí... oficialmente.
Kakashi gruñó fijando su mirada que ya ahora encogía el ceño.
—Ella es quien más conoce el caso, lo sabes. Solo pedí su opinión en un par de temas. Nada grave, Hatake.
Se quedaron viendo, midiéndose unos instantes, hasta que el peliplata relajara la postura.
—Entonces, ¿esa sería la decisión final?
—Mía o de ella, sí.
—Pero es mía.
—Si aún estuviera en tu lugar, esa sería.
—Bien —. Apretó el puño, no era que dudara en dejar ir una vida, solo que veía la injusticia en aquello y le hubiera gustado que se dieran segundas oportunidades para ese joven—. Bien. Hazlo —dijo al fin.
Tsunade respiró hondo, aquello la tenía tensa. Ya estaba vieja para esos trotes, aunque su cuerpo luciera siempre joven.
—Perfecto. Cuando Sakura regrese de su fin de semana, lo desconectaremos —lo miró con hastiada advertencia ahora, ante la reprimenda que había en los ojos del hombre—. Ella es la directora del hospital, sin su autorización sabes que no puedo aplicar esos procedimientos.
Kakashi asintió.
Entendía lo que aquello significaba. El procedimiento demandaba una reunión formal entre cabezas, lo que la pondría en esa oficina en breve. No le molestaba, estaba lejos de eso la posibilidad de verla, pero no por ello no le ponía nervioso. Y odiaba sentir eso, porque había logrado acallar su sufrimiento en cierta medida, luego del alta del hospital por su enfermedad y ya no cruzar con ella, ya que aquella vez, aunque fuera sólo unos segundos en que sus ojos hicieron contacto, fue regresar al principio de ese duelo.
—Hazlo hoy.
—Ella no está, acabo de decírtelo.
—Es lunes.
—Sí, pero se tomó el fin de semana. Adelantó un par de francos que tenía a su haber.
—No me fue informado.
—No tiene que darte explicaciones por eso, Kakashi —advirtió.
Gruñó.
No estaba.
Seiyi tampoco.
Así le había mencionado la líder ANBU cuando le pidiera una breve audiencia con la anterior cabeza de la organización para cerrar unos pendientes menores. Aquello sólo podía significar que...
Cerró el puño que descansaba sobre la mesa, sin darse cuenta.
—Lo dedujiste —fue Tsunade la que lo sacó de esos pensamientos.
—No sé de qué hablas —pero por las dudas bajó esa mano delatora a su regazo.
—Vamos, Hatake. Que de idiota tienes lo que yo de bailarina. Y bailo muy mal.
—No es de mi incumbencia.
—¡Claro que no lo es! —soltó los papeles con violencia, apoyando ambas manos en el escritorio para inclinarse hacia el frente después. La furia caló en la mirada de la mujer haciéndole dudar en retroceder—. Par de degenerados... ¡lo hicieron al final! Se la pasaron entre ustedes, ¿no?
Ahora era molestia lo que había en los ojos del peliplata, y no era por la inmiscuida de la quinta.
—No.
—¡Te dije, idiota, te dije que la reclamaras!
—Ponte de acuerdo, Senju. Me pediste que la dejara.
—Te dije que la reconocieras o la dejaras —rodó los ojos—. Y me hiciste caso, claro, solo a la parte que te convenía —continuó ahora ella enojada— ¿Sabes lo que esa chica sufrió por ti, pedazo de idiota?
—El respeto...
—Ahora están hablando un pendejo y una mujer adulta, olvídate de los formalismos —se impuso, y el Hatake ya no haría nada para contradecirla, cuando le miraba así todo se paralizaba en él— ¡Y ahora la tiene el pendejo de mi sobrino! ¿Sabes lo que significa eso?
El varón apretó los dientes fija su furia en la mujer.
—Idiotas. Los dos unos degenerados —se separó del escritorio mirándolo con asco—. Voy a castrarlos a los dos si ese imbécil la hace sufrir.
—No la va a hacer sufrir.
—No, claro...Va a follarla hasta que se canse. Así son ustedes.
La simple mención de esa verdad, que entre ellos sabían que no venía por el lado que la rubia creía, le ardió hasta en las ganas. Era consciente de aquello, las advertencias de Seiyi fueron claras, pero no por eso no albergaba la vana esperanza de que no fuera así, que esa mañana verlo en el pórtico de la casa de la pelirrosa solo significara que la estaba conteniendo. Pero no. Y ahora... ahora ya estaba. Sabía que Seiyi tenía lo suficiente y a veces en demasía, para lograr enamorarla al fin. Y eso era mejor, lo mejor para ella. Pero para él...
—No va a ser así con ella.
—¿No? —apretó los dientes— ¿Cómo lo sabes?
No le dijo nada.
—Tsk —rodó los ojos—...Y ahora me vas a decir que ese idiota mujeriego está enamorado.
La mirada de Kakashi luchaba por ser estoica. Jamás le había costado tanto mantener su cara de póker.
—Si tanto quieres saber, deberías hablarlo con él. No me van los chismes.
—Claro —y ahora se enderezaba cruzando los brazos al frente— No te van. Que conveniente.
Kakashi la midió unos segundos, ella hacía lo mismo. Nadie cedería espacio.
—¿Terminamos ya? —dijo al fin el peliplata.
—Sí —y sonrió desarmando el cruce de brazos para comenzar a tomar todos los elementos de prueba que había llevado, observándolo de reojo luego con un dejo de preocupación en la mirada.
El estado del hombre no era el mejor, y sabía que la ruptura con Sakura tenía que ver con eso. Conocía muy bien el pasado del peliplata, y si bien aún dudaba de las intenciones de este hacia su ex alumna, era evidente que no fue una más en su vida. Y eso, para ella, era mérito suficiente para una tregua.
Respiró hondo relajando al fin su aura.
— ¿Tú estás bien? —le dijo
—¿A qué viene esa pregunta?
—Te veo delgado —respondió guardando los estudios en su bolso.
—Soy delgado.
—Te veo más delgado.
El hombre suspiró aflojando su guardia también.
—Mucho trabajo, Tsunade.
—Hace años que es así, y recién ahora bajas de peso —continuó sin dejar de hacer lo suyo— ¿Estás comiendo bien?
—Sí, estoy comiendo.
—¿Y durmiendo?
—También.
—No me mientas.
—Entonces no preguntes.
Se calló en ese instante fijando la mirada ámbar en la oscura de él.
—Entiendo —le sonrió aunque dicha mueca no llegó a sus ojos—. Cuando necesites hablar, me buscas.
No respondió.
—Bien, mañana al regreso de Sakura, ponemos en marcha el trámite. Ella vendrá a informarte oficialmente, como corresponde.
El varón asintió.
Tomó el resto de las cosas del escritorio y le miró una vez más. El silencio se hizo entre ellos, un silencio que no distaba de lo incómodo, siendo tolerable pero igual de inexplicable, que se mantuvo hasta que la rubia aceptara al fin que su ayuda no era requerida ni apreciada en ese instante. Y que no importaba si le comprendía o si sabía cómo calmarle el alma, el hombre estaba cerrado en su decisión y dolor, y no lo soltaría hasta que tocara fondo.
—Tsk...no tiene caso —volteó yendo hacia la puerta, saludándolo al abrirla—. Hasta luego, hokage.
Y él simplemente respiró hondo al quedarse solo, aunque aquella tranquilidad en el ambiente poco duraría. Minutos después entraba una apurada Shizune con la agenda a cumplir para el resto del día.
Kakashi le miraba asintiendo a cada horario que esta le explicaba, delegando algunas tareas menores, pero lo hacía en automático. No sabía exactamente qué le decía, sólo era consciente a duras penas de las palabras que él emitía. Su puesto de hokage le salía naturalmente, y agradecía aquello, porque en ese instante su mente, sus pensamientos, habían quedado en una sola palabra, en una sola persona.
Sakura.
La simple mención de su nombre le había dejado el ánimo en un hilo, pero era soportable. Ella fue un bálsamo en su solitaria vida, fueron esas vacaciones que siempre curan el alma y que permiten resistir el resto del camino, y esperaba no tener que enfrentarla pronto para no revivir recuerdos, para no añorar lo bueno, y ahora... en menos de veinticuatro horas quizás la tendría en frente.
Y tal vez aquello solo sería suficiente para tenerlo intranquilo, pero era la confirmación de que su amigo al final había logrado cumplir aquella advertencia, que ahora le abría una llaga en el pecho, le drenaba la bilis al alma.
Saber si quiera que la tocara, que posara sus labios en ella, ya era suficiente tortura, el solo imaginar que los demonios del Hyuga buscarían la forma de desfogarse en aquella joya que él descubriera, ya lo estaba enloqueciendo.
«No vayas por ese camino...»
Que ella tiñera de sonrojos esa mejillas, con los ojos vidriosos al asomarse a la perversión en el varón, le mataban.
«Basta».
Que gimiera, que su vocecita se quebrara ante un orgasmo desde la mano del Hyuga, uno que lo multiplicaría en cientos, porque conocía lo insaciable que era su amigo. Y él no podría ni debería detener nada.
«Basta».
Que ese te amo que tan bellamente le regalara ahora, eventualmente, se lo dijera a él, sellando cualquier posibilidad en su vida, simplemente le...
«¡Basta!»
—Shizune.
La mujer se calló la boca alzando la mirada.
—Voy a tomarme el almuerzo.
—Pero tienes que-
—Pásalo para mañana —y se puso de pie quitándose la casaca de hokage para dejarla sobre el apoya brazos de su asiento—. Regreso en una hora.
Y sin esperar nada, salió de su oficina a paso calmo pero firme, sin voltear por saludos ni confirmaciones.
Necesitaba despejar la cabeza, necesitaba algo de aire.
Aspiró una gran bocanada al salir del edificio ignorando a cualquiera que se le cruzara, mientras metía las manos en los bolsillos. El aire estaba fresco, pero del fresco agradable aunque el sol ya comenzaba a sentirse en sus ropas oscuras. Aun así, lo disfrutó. Hasta que la brisa que provenía desde el parque, llegara cargada no sólo de alivio sino del aroma de los cerezos a punto de florecer, y en ese instante, odió poseer aquel fino olfato que le permitiera distinguir tantos tintes de aromas, porque le recordó que ahora vendría la época en que aunque agotándose al extremo, llenándose de trabajo o de sexo, todo le recordaría a ella.
—Su cumpleaños...
Suspiró. Sí, pronto lo sería.
Y le picó en el alma, le ardió en los pensamientos, porque allí estaba fresco el recuerdo de su anterior cumpleaños, aquel en que al fin notara que era lo que lo tenía tan prendado. Aquel en que al fin descubriera la joya que se ocultaba detrás de ese gusto culposo, al que confirió en el pasado a meras fantasías o juegos de roles, aquel que lo impulsara a jalar de su suerte llevándola por completo dentro de su vida, y de su cama.
Y se maldijo sin palabras. Se odió sin demostrarlo, y al fin respiró hondo rindiéndose a su suerte.
Caminar por el parque no le serviría de nada, y fue ese par de shinobis que pasaron y le saludaron alegres, los que le hicieron entender que de seguir por allí, pronto encontraría a alguien quien lo tendría conversando. Y no tenía ganas de estar con nadie, menos de ser descortés, porque lo sería.
Necesitaba estar solo, despejar los pensamientos, o hacer algo que le quitara ese remolino de emociones que le estaba ahogando por dentro. El dolor que viviera en el pasado, todo ese miedo convertido en agonía, regresaba a él cargado de fuerzas y cargado de algo nuevo en su seno que no entendía, y ni siquiera intentaba entenderlo.
Estaba roto, lo sabía. Seguía funcionando por mera inercia, por esa inteligencia y extrema experiencia que lo hacían competente para su cargo aun siendo joven. Pero si no fuera por eso, estaría perdido y aun así no le importaba.
Era una mierda de persona. Había dejado atrás lo único bueno en su vida para no sentir aquello que sentía, y allí estaba. Ni siquiera se lamía las heridas, porque no quería cerrarlas. Sabía que de curarse no tendría otra alternativa que volver hacia ella, buscarla, reclamarla. Porque la necesitaba con desesperación aunque se esforzaba por negarlo. Y si acaso ella le dijera que sí nuevamente, en breve estaría en esa misma situación porque su maldición era la única constante en la vida.
Mierda.
Había llegado a la cima del monte de los hokages. Sólo el viento era el único sonido que zumbaba en los oídos y aun así, estando completamente solo, no lograba calma.
Era un maldito.
Un idiota.
Un enfermo.
Ya no soportaba más ser él mismo, ya no había espacio para otro dolor y sabía que vendrían más, porque verla, tenerla frente a él, sólo sería la sal que se escurriría por la herida para reanimar todo, los sufrimientos, el hedor, la agonía.
Necesitaba callar aquello, y fue así que sin darse cuenta, su cuerpo lo dejó frente a las puertas del club.
El Lux.
Zulima estaba dentro, sentía su chakra, buscaba su chakra.
La puerta principal estaba cerrada, ni siquiera intentó abrirla, a esas horas el club no funcionaba.
Así que fue por la de atrás, la del servicio, sacando del bolsillo la mano que jalaría de la barra que le daría paso.
Fue Ruik quien le recibió en ese instante, deteniendo lo que hacía con una caja de bebidas apoyada en el hombro. El tipo era inmenso, tanto en alto como ancho, y le miraba siempre con esa cara de furioso asco cada vez que le cruzaba. El idiota lo odiaba, y le entendía. Había notado la forma en que miraba a Zulima y eso sólo venía de alguien enamorado.
Enamorarse de Zulima... que error, pobre muchacho. ¿Pero, quién era él para juzgarlo? Cada quien se arruinaba la vida lo mejor que le salía.
—Buenos días Riuk.
Fue un gruñido la respuesta.
—¿Está Zulima?
—No.
Kakashi no dijo nada, sabía que aquello era mentira y tampoco esperaba otra respuesta, se dignó simplemente a asentir y siguió avanzando para pasar al lado del hombre, quien le observó hasta que se perdiera en los pasillos que daban hacia las oficinas.
Zulima hablaba con alguien en su despacho, algún proveedor de bebidas por lo que llegaba a apreciar, y tal vez no debiera interrumpirle pero tenía la puerta abierta, señal de que ya había terminado o bien pronto lo haría. Así que no dudó en asomarse golpeando apenas con el nudillo de su dedo índice sobre la madera terminando de anunciarse.
La rubia giró en ese instante, esbozando la enorme sonrisa que estiró los pulcramente pintados labios en rojo carmesí.
—¡Kakashi, qué sorpresa! Pasa.
—Espero no interrumpir.
—No, ya terminábamos —y agitó la mano señalando el sillón en el que siempre se sentara el peliplata cada vez que aparecía, cumpliéndose ya casi una semana desde la última vez—. Entonces, ¿tomaste nota?
—Sí Zulima —respondió diligente el proveedor quien no había reconocido al hokage, pero le miraba con intriga— , agregamos más wiski, un cajón de los más añejados.
—La semana que viene hacemos la transferencia sin falta.
—Despreocúpate. Lo despacho mañana, así los tienes para el fin de semana.
—Gracias.
El hombre asintió tomando los papeles antes de ponerse de pie y le saludó, volviendo la atención al Hatake que tenía la mirada perdida en algún punto. Le saludó también, aunque este ni lo reparara, y se retiró.
—Ummm... que linda sorpresa —le dijo la rubia con voz melosa al quedar solos, y pronto estaría de pie yendo hacia él para dejarse caer a su lado, acariciándole algunos mechones de cabello que quedaron a su alcance, ni bien se ubicara rozándole el hombro con sus enormes pechos.
—Sí.
—¿Si? ¿Sólo un "sí"? —sonrió con malicia, ya comenzaba a tomarle la mano a los estados emocionales de esta nueva versión de Kakashi, y no podía negar que le encantaba— ¿Vienes a visitarme cuando se te da la gana y así me saludas?
—No empieces, Zulima.
La mujer le observó unos segundos sin perder esa sonrisa que le pervertía el rostro, mientras su dedo enroscaba el mechón de cabello que instantes atrás apenas si acariciaba. Y jaló provocado esa molestia que le llevó a contraer el ceño al peliplata.
—Ups —dijo y se puso de pie yendo a su escritorio a paso pesado, en donde cada uno retumbaba fuerte con el golpe de sus tacones agujas en el concreto, mientras contoneaba esas caderas entubadas en la apretada falda negra que le cubría hasta las rodillas.
Del primer cajón del escritorio extrajo un cigarrillo que encendió sin dejar de observar a ese hombre que lucía enojado, pero aún más dolido aunque aquel sentir lo ocultara debajo de esa mueca de hastiada molestia que ella tan bien pasaba por alto. Y fue reparar en él por simples segundos, para saber de inmediato la razón de su presencia.
Le sonrió luego de dar la primera calada. La mirada se le volvió pesada cuando notó el leve agite de ese pecho que ahora se aceleraba. Le estaba esperando, a ella y a su dura mano.
Y sonrió perversa, mordiéndose la uña, antes de voltear caminando los escasos pasos que la llevaban a la puerta. La cerró lentamente llavando luego con dos vueltas.
Kakashi suspiró al oír aquel seco sonido, pero no movió la mirada para constatar nada, sus ojos estaban firmes al frente, en un punto entre el suelo y la pared, aunque no agachara la cabeza. Era consciente de porqué estaba allí con ella.
Y ella también.
Así, sumiso y necesitado, era como lo prefería, se lo dijo muchas veces, aunque aceptara rendir su dominio en el pasado para intentar aquella convivencia que los convirtió en algo parecido a una pareja. Había cariño, había mutuo disfrute y ansias complacidas, había amor aunque este fuera solo desde ella.
—Así que aquí estamos de nuevo —se detuvo frente a él, cruzando una brazo debajo de esos pechos en aquel movimiento que los elevaba más asomándolos desde el pronunciado escote de la blanca camisa de seda.
Caló arrojando el humo a un costado luego.
—Tardaste esta vez.
—El trabajo.
—Shhhh —se acercó un paso pateándole suavemente el pie para que abriera las piernas—. Conmigo no sirven las excusas.
Y fue ese pie que elevó hundiendo el agudo tacón en el almohadón entre sus piernas, para apoyar la punta del estileto en el bulto después ejerciendo una leve presión.
—Vamos de nuevo —y se inclinó—. Tardaste esta vez.
Caló otra vez, fija en ese rostro duro que contraía el ceño tratando de disimular aquello que ya su respiración bien evidenciaba, aunque no la mirara a los ojos.
Kakashi no respondió de inmediato, debiendo aguantar el quejido que le provocara aquel pie presionando más duramente.
—No lo necesité... antes.
La sonrisa perversa se ensanchó, pero no aflojó la presión.
—¿Y hoy sí?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
—Sí... señora.
La presión aumentó, haciéndole escapar una nueva queja, que más que dolor aquello ya se trasformaba en otra cosa, porque si bien sus testículos sentían la tensión, la erección en su falo comenzaba a tomar forma.
—¿Y qué pasó?
—Recuerdos.
Caló nuevamente y se inclinó, posando un dedo debajo del mentón para subirle el rostro. Inmediatamente Kakashi desvió la mirada al lado, tenía prohibido verle a los ojos.
—Qué pasó.
Tragó duró. No quería responderle, aquello lo haría ver más débil de lo que ya se sentía, pero dolía, y estaba allí para exorcizar esos sentires, para volver a ser el Kakashi gris en el que se convirtiera luego de que la echara de su vida.
—Mañana debo reunirme con... ella.
Zulima chasqueó la lengua. Comenzaba a detestar la simple mención de esa muchacha, aunque no la nombrara, y sobre todo a la fijación que el peliplata tenía con ella.
Y luego le arrojó todo el humo que guardaba sobre el rostro. Lento, pesado, asegurándose de que él se ahogara con eso.
Kakashi tosió, pero soportó la posición como también aquel pie que ahora se balanceaba levemente punzando en dolor.
—¿Y dejas que te afecte eso?
No respondió.
Y ella sonrió con un dejo de malicia presionando más pesado en el bulto, reclamando la respuesta.
—No...no puedo evitarlo.
—Mmmm... no puedes —movió el dedo en el mentón para que ahora fuera la uña la que le impulsara, clavándose en la piel a través de la máscara—. Tan duro, tan dominante, y una simple muchachita te doblega... ¡Ay, mi lindo perrito! ... Parece que no hubieras aprendido nada de lo que te enseñé —y ahora apretaba los dientes— ¿Acaso me hiciste perder el tiempo?
El cejo del peliplata se contrajo más. El pie en sus testículos, la uña debajo del mentón y toda aquella sensibilidad que ahora explotaba en su piel debajo de la oscura excitación que no quería, a la que se resistía, pero a la que caía una y otra vez porque la necesitaba.
—Perdón...señora...
—Lo admites... me gusta eso —carcajeó y ahora se acercaba a esos labios aun cubiertos—. Dime... ¿qué debo hacer contigo?
Y ahora era ella la que comenzaba a agitar su respiración, aunque la mantuviera en relativo control.
Kakashi tragó duro en ese instante. Su cuerpo deseaba aquello, estaba esperándolo con locura, pero él, el hombre, no hacía más que añorar a su niña rosa saboreando el deseo de ese instante como incorrecto. Y la adrenalina lo invadió, en anticipación al doloroso placer, en conciencia de esa falta que cometería, pero fue recordar que tanto Seiyi lo había logrado que estaría ella bajo su cuerpo, para que la escaza voluntad que aún lo mantenía en sus cabales, simplemente fuera derrotada.
—Haga conmigo lo que mejor le parezca.
—Mh —sonrió quitando el dedo bruscamente para relamerse los labios después con esa mirada perversa en los ojos.
Y se incorporó alejando su cuerpo para quitar el zapato después, mientras el peliplata agachaba la mirada ahora, respirando pesado. Lo observó, para frente a él calar una vez más detallándolo con ojos depredadores, disfrutando con anticipada satisfacción a ese hombre que volvía a ella y se doblegaba en cuerpo buscando el castigo que le limpiara el dolor, o al menos lo anestesiara por un tiempo. Porque sabía que ese sometimiento era en excusa, era un medio para no sentir lo que le abrumaba; porque el hombre que conocía, lomo plateado, el ninja promesa de Konoha que entrara a su vida en aquella fiesta en la que el Lev la presentara, no se estaba sometiendo a ella, y era cuestión de tiempo para que se revelara. Y ansiaba eso, porque ser su sumisa fue la mejor experiencia de toda su vida.
—Sabes que detesto cuando te descuidas así y más si lo haces por ella.
No le dijo nada.
—¡Responde!
—Sí, señora. Lo sé.
—Ya te castigué antes por esto.
—Sí, señora.
—Y no lo corriges.
—Lo intento se-
No llegó a terminar la frase, sus palabras se vieron interrumpidas por el bofetón que le giró la cara.
—¡No me sirve que lo intentes! ¡Eres un hombre y me traes excusas de un niñito malcriado y estúpido! —caló el cigarrillo arrojando el humo adelante, sin importar darle en el rostro— No quiero más excusas.
—Sí, señora.
Caminó hasta el escritorio hundiendo el cigarrillo en el cenicero para apagarlo, y luego tomó una de las sillas del escritorio, arrastrándola hasta frente del sillón, a escaso medio metro.
—Dame el cinturón de tu pantalón.
Kakashi se puso de pie y se lo desabrochó quitándoselo luego para entregarlo sin demorar.
—Bien —de piel al lado de la silla, lo detalló, era tan alta como él sobre todo sobre sus tacones, y lo veía tan sometido que ya hasta si estaba mojada ansiando que la atendiera, porque eso haría con él ese día, disfrutarlo sólo para ella—. Ahora desnúdate.
El peliplata no hizo más que obedecer sin levantar la mirada del suelo, y comenzó a ejecutar la tarea quitándose primero las botas para luego hacerlo con los pantalones. Zulima supervisaba todo el proceso atentamente, con sus brazos cruzados al frente y esa mirada dura y altiva que ya se teñía en lujuria, y cuando el varón frente a ella tomó todas las prendas que se había quitado para doblarlas prolijamente y dejarlas en el suelo, detrás del sillón como cada vez, la rubia suspiró negando.
—¿Vas a volver a desobedecerme?
—No señora. Hice lo que pidió.
—Dije desnúdate. ¿Estás desnudo?
Y no lo estaba, aun vestía los boxers negros, que para nada ocultaban la enorme erección que se apretaba contra ellos, y la máscara que le cubría el rostro y el cuello. Había sido así en las dos sesiones anteriores, y le incomodaba quitarse la máscara, quería mantener su rostro oculto aunque Zulima ya lo conociera, pero aquello le daba cierto margen de protección, o así lo sentía.
—No, señora.
—Bien... muy bien. Veo que aún no perdiste la poca inteligencia que te queda —y le tomó el rostro por el mentón, apretando esos dedos en su carne al elevarlo—. Ahora, sé buen chico y desnúdate de una puta vez —siseó.
Le soltó despectivamente alejándose un paso para observarlo mejor al ejecutar la nueva tarea.
Y allí fueron ambas prendas, siendo la máscara la última en ser quitada, al demorar más de lo que la mujer esperaba.
Zulima sonrió cuando el varón se acomodó completamente desnudo nuevamente frente a ella, agachando ahora la mirada luego de abrir levemente las piernas al llevar las manos tras su espalda, como siempre ella se lo indicara.
—Muy bien —lo detalló de arriba a abajo un par de veces antes de apoyar el índice en la punta de su erección para presionar—. Duro y goteando... ¿cómo estamos hoy cachorrito, eh? —y ahora ese dedo abandonaba el pene para comenzar a recorrer con la uña pintada de rojo furioso, los abdominales, trazando una circunferencia hacia su espalda al arrastrarlo apretado por el cuerpo pálido del varón caminando alrededor de él— Muy, muy bien.
Y se detuvo detrás, inclinando el rostro por sobre un hombro al clavarle las uñas tomándole un glúteo.
—Estas más delgado que la última vez, cachorro. ¿Estás comiendo bien?
—No, señora.
—No te estás cuidando como te pedí.
—Tiene razón, señora.
Intensificó la presión en ese glúteo provocando un escalofrió en Kakashi que lo endureció aún más.
—El castigo va a ser peor ahora.
—Eso espero, señora.
Zulima carcajeó satisfecha y lo soltó para ir hacia su escritorio. Del último cajón extrajo una fusta de lengua plana, la correa con collar y preservativos. Ese día pensaba follárselo, no lo dejaría pasar esta vez porque el castigo para ese hombre sería entregarse por completo durante esa sesión, nada de no follar, ni besar. Nada. Que le exigiera quitarse la máscara, ya debería ser el principal indicio de lo que sucedería.
—Palabra de seguridad.
—No es necesaria, señ—
—¡Palabra de seguridad, dije!
Kakashi respiró hondo para controlar la respiración. Sabía lo que eso significaba.
—Morado, señora.
—Bien.
Posó sobre la silla la fusta y la correa con el collar para que él la viera, y luego lo rodeó deteniéndose detrás.
—Tómate de los codos.
Kakashi flexionó los brazos detrás de su espalda, tomando con cada mano el codo contrario a la espera de Zulima, quien no tardó en pasar el cinturón entre ambos brazos, rodeándolo con dos vueltas para luego prenderlo jalando del extremo libre y hacer presión hasta que este gruñera. Era un ninja entrenado, debía atar fuerte para que no se zafara y más para que le doliera. Eso iba a dejar marca.
Le acarició el apretado trasero cuando este quedo libre para ella, contemplando luego su trabajo. Y sonrió. Le encantaba tener al varón inmovilizado y a merced de ella, con esa piel blanca y pegada a los trabajados y estilizados músculos. Era un hombre muy atractivo, uno que le había gustado y vuelto loca desde que lo conociera.
—Bueno, cachorro —le habló lentamente tomando ahora el collar del cual prendía la corta correa—, alza la cabeza —e inmediatamente se la colocó haciendo una leve presión antes de soltarla para que el varón regresara a su sumisa posición gacha.
Sonrió ante su obra, caminando luego hacia la silla para tomar la fusta.
— Eres consciente de que voy a castigarte, ¿no?
—Sí, señora —este respondió.
—Abre las piernas.
Le obedeció separándolas más, provocando un leve temblor en el miembro que se alzaba duro y rojo frente a ella.
Y allí fueron sus dedos, posando el índice en la apertura para ejercer algo de presión y robarle la gota de líquido pre seminal que ya comenzaba a brotar.
—Como goteas —llevó ese dedo untado a los labios del varón—. Lame —ordenó siendo obedecida de inmediato—. Fíjate lo pendejo que eres que ni siquiera esto controlas. Tantas horas de entrenamiento, ¿y para qué?
Le tomó el mentón de repente alzándole el rostro con brusquedad. Kakashi desvió su mirada a un lado cuando esta se situó cerca.
—Voy a disfrutarte mucho hoy, cachorro. Mucho... espero que me demuestres de que estás hecho y que algo de lo que te enseñé aun te queda en esa cabezota.
Le sonrió soltándole luego, para que este volviera a su posición inicial, caminando lento con cada tacón, golpeando el piso al ubicarse detrás.
—Quiero que cuentes.
—Sí, señora.
—Bien —y fue el primer fustazo que impactó en el medio del glúteo derecho, coloreándole de inmediato en el respingo que provocó.
—Uno.
Y fue un segundo, un poco debajo del primero, tiñendo en un rojo más fuerte la carne.
—Dos —jadeó. No podía decir que realmente lo disfrutaba, no él, pero sí su cuerpo, sí aquella necesidad de expiación y de no sentir que ya lo abrumaba.
—Eso fue porque no estás comiendo bien. Confié en ti cuando me dijiste que te cuidarías, y no lo hiciste. ¿Tan incapaz eres?
Y fue un tercero, el cual golpeó en la curva hacia la pierna, causando mucho más escozor.
—Mmm... tres.
—¡Hasta en eso eres un inútil!
Volvió a golpear duramente, un poco más hacia el interior, en una zona sensible entre sus piernas, sensación que era casi de quemazón.
—Cuatro.
Un nuevo golpe en el mismo lugar lo tuvo gimiendo, provocando ese leve temblor que le hizo apretar los dedos aferrados a sus codos.
—Cinco... cinco...—y cerró los ojos esperando el siguiente golpe, el cual no llegó. En su lugar unos dedos suavemente recorrieron las calientes marcas, erizandole los poros de la piel en las piernas y luego la espalda.
—¿Aun te sigue provocando esto? —la voz de Zulima se sintió dulce sobre su hombro y él no pudo responderle, perdido en esa sensación y en la expectativa de lo que seguiría, pero fue la mano que le rodeó la cintura aferrándole el erecto pene, la que lo tuvo gimiendo en sorpresa— Tan duro, tan caliente... mmmmm... me gusta —e inició el lento y tortuoso vaivén de masturbación que lo tuvo temblando — ¿Te gusta cachorro?
Asintió, mordiéndose el labio inferior, apretando los ojos con el ceño contraído, negándose a disfrutar de aquello pero necesitándolo con locura. Desde la última vez con Sakura, no se había liberado ni una vez. Zulima se lo prohibió desde el primer castigo que le diera en aquella súplica para soportar el dolor que le quemaba el alma. Y ahora, estaba poco menos que desesperado por una atención de esas, aunque supiera que no lo merecía. Ni de su propia mano.
—Ohhhh... pobrecito. ¿Estás excitado?
—Sí...mmmm... señora.
Le soltó de repente, alejándose para impactar un fuerte fustazo en el otro glúteo. Kakashi dio un respigo abriendo los ojos de repente.
—Pero no te lo mereces. Pendejo idiota —un nuevo fustazo castigó la curva del glúteo— ¡Y cuenta carajo!
—¡Seis! ¡Siete!
Uno nuevo enrojeció aún más las carnes haciéndole gritar el número ocho. Zulima sabía usar aquella herramienta, y no estaba siendo delicada en absoluto, siendo el último golpe uno que apenas si rasgara la piel, considerándose extremo aunque en esa situación entendía que lo merecía.
—Y ese fue por seguir lloriqueando por esa... pendeja —escupió despectivamente azotando un nuevo latigazo que esta vez fue a parar en la cara interna del muslo provocando un escozor aún mayor.
—¡Nueve! Señora... nueve... dios...
—¿Dolió?
No dijo nada, no debía. En su lugar apretó los dientes sabiendo que vendrían más. Y así fue. Tres más impactaron sobre sus abductores, colándose en la abertura de las piernas, cada uno acompañado del grito grave que le dio un número al nuevo dolor.
Zulima se detuvo de repente, contemplado su obra la que le robó aquella sonrisa maliciosa al notar cada marca enrojecida sobre esa piel, sobre ese culo que tanto le gustaba. Y allí fue, acariciándole suavemente al principio para confortarlo, para luego apoyar sus enormes pechos en la espalda amasándole cada glúteo con una mano después.
Kakashi gruñó. Aquello ardía y le disfrutaba en partes iguales, y no entendía si le dolía más la piel lastimada, o la erección que ya empujaba violenta las carnes de su miembro.
—Dime algo, cachorro —frotó los pechos masajeando la lastimada carne duramente después— ¿Sabías lo que hacías cuando la soltabas a la pendejita, no?
—Sí...sí, señora.
—Entonces, ¿porque luces tan arrepentido ahora?
—No —respiró jadeante, sentía la garganta seca— ...no lo sé.
—¿No lo sabes o no quieres decirme?
—No lo... sé.
—Mentira.
Y se alejó de él, tomando nuevamente la fusta que había colocado debajo del brazo, para situarse luego enfrente.
—Mírame —ordenó.
Kakashi dudó. Eso era nuevo.
—¡Mírame de una puta vez! ¿O eres sordo ahora?
Alzó la cabeza abriendo los ojos luego, encontrándose con esos azules duros y oscuros que lo observaban perverso. La rubia estaba disfrutándolo, sabía leer el goce de impartir aquello en las miradas de los amos, él era uno aunque en ese momento, por más incómodo que se sintiera, por más ganas de terminar aquello que tuviera, era menos que un esclavo. Eso que sucedía, lo necesitaba, lo buscó y lo soportaría porque esa era la única forma que había encontrado de no sentir aquel vacío que lo consumía día tras día.
—Eres muy, muy lindo cachorro —le sonrió—, y así excitado, confundido... mmmm... una delicia.
Se acercó aferrándole bruscamente el hinchado pene, que ahora dolía por la dura erección que le castigaba. Y apretó provocándole un gruñido al varón.
—Mmm... caliente....—jaló comenzando a masturbarlo una vez más.
Kakashi abrió los labios, la mirada le tembló buscando cerrarse en placer, pero fue la advertencia en los ojos de Zulima quien le detuvo, obligándole a fijarse en ella.
—Ahora vamos a probar con la verdad, ¿si?
No pudo responderle, sólo tragó duro por aquella garganta seca.
—¿Querías dejar a la pendeja?
—S-sí...
—¿La dejaste?
—Sí —apretó los ojos cuando la masturbación aumento el ritmo— ...señora, sí...
—¿Fue la decisión correcta, cachorro?
—Sí...
—Entonces dime, ¿porque estás mal?
Trago duró una vez más.
—Por qué —los ojos de Zulima le miraban duramente mientras encrudecía los movimientos de la mano, percibiendo la clara tensión en el cuerpo del hombre, estando el final de aquello muy cerca—...no...no —gimió cerrando los ojos, el placer era insoportable— ... ella... ella es mi ...
—¡Mierda, Kakashi! —gritó de repente, soltándole el pene para oprimirle los testículos, cortando aquel inminente éxtasis.
El varón gruñó frustrado, apretando los dientes y los puños. El cejo se le contrajo y fue furia la que caló en los ojos al mirarla de nuevo.
—Tienes prohibido terminar —siseó entre dientes, estrujando un poco más aquel sensible órgano.
El varón sólo la miraba, el enojo permutaba a asco, permutaba a esa rabia caliente que se mezclaba con el dolor y las ganas de desfogue. Era denso, a otra mujer en su lugar le asustaría aquello, pero a Zulima le regocijaba el ego, porque cuando Kakashi la miraba así, sabía que lo tenía en el punto que quería.
Sonrió de lado, con esa oscura perversión desfigurándole el rostro, y luego le soltó alejándose unos pasos.
—Eres tan cobarde que ni puedes decirlo —espetó con asco—. Me das lástima — y luego le miró la hinchada verga unos segundos para volver a los labios entreabiertos y jadeantes de ese rostro que le enloquecía—. Pero me gusta.
Y soltó la fusta arrojándola a algún lugar del piso, para luego llevar sus manos al cierre de atrás de la falda. Lo bajó lo suficiente para aflojarla, alzándola luego para dejar al descubierto sus diminutas bragas blancas. Y le sonrió antes de deslizarlas abajo por las piernas, quitándola primero de un pie y luego del otro.
—Arrodíllate —demandó al dejar su prolijamente depilado pubis desnudo. Ella dejaba poco bello, pero lo dejaba. Jamás acató aquella orden de Kakashi, a ella le gustaba así.
Este la miro entrecerrando más el ceño. Era nuevo aquello y sabía lo que significaba aunque no lo quería.
—Vamos —y ahora tomaba el extremo de la corta cadena colgando desde su cuello, y jaló bruscamente hacia abajo—. No tengo todo el día. ¡Arrodíllate carajo!
Este lo hizo de mala gana, gruñendo cuando sus rodillas golpearon el piso debiendo mantener la cabeza en alto por aquel collar que halaba hacia arriba, restándole movilidad. Aún seguía con las manos atadas, lo que no le brindaba ese sostén adicional en los movimientos.
Zulima acerco la silla bien frente al varón, y luego subió una larga pierna a ella, acercando su abierto centro a la cara.
—Ahora, lame cachorro. Y hazlo bien. Quiero un orgasmo —apoyó dos dedos de su mano libre sobre los labios vaginales, abriéndolos para descubrir el rosado clítoris.
Kakashi le miró desde abajo, enrojecido su rostro de furia y frustración y fue aquella sonrisa dura acompañada del tirón en la cadena, la que le advirtió sobre la desobediencia. No lo quería, pero debía. Era su castigo.
Sacó la lengua y la pasó sobre aquellas suaves carnes, provocando el gemido femenino que no tardó en brotar de esa garganta, que no tardó en empujar las caderas más hacia el frente exigiendo aquello que el varón tan bien sabía brindar. Y él conocía que era lo que a la rubia le gustaba, y sabía que no debía demorar, pero estaba enojado y aun entendiendo que podía detener todo con una única palabra, se resistió a ello porque simplemente merecía lo que estaba pasando, él lo había buscado.
Y movió la lengua, de arriba a abajo, y en círculos, la movió rápido y lento, como a ella le gustaba, siendo los gemidos femeninos la señal clara de la excelencia de su trabajo. Uno que a pocas había complacido, pero que sobre todo le había robado tantos orgasmos a su joven alumna.
Fue considerar aquello, fue cerrar los ojos unos instantes soportando todo, lo que traicionó a sus ganas cuando imágenes de su niña rosa retorciéndose gustosa bajo el castigo de su lengua, le asaltaran las memorias. Fue rememorar y fue sentirlo, su sabor, su calor; fue encender su cuerpo con ese simple momento guardado en los pensamientos, y tal vez fue eso o fueron las ganas que de repente le invadieron, aquellas que lo encendieron en furia y en lujuria, y en frustración y anhelo; lo que le otorgó a los brazos la suficiente fuerza y destreza para soltar el amarre que lo tenía inmovilizado, lastimando la piel de sus muñecas en la faena.
Fue la primer mano que salió del encierro, la que aferró una de las anchas caderas de la mujer, llegando lo otra segundos después.
La fémina abrió los ojos mirándolo confundida, encontrándose con el rostro del varón hundido en su entrepierna mientras las grandes manos le sostenían en ese lugar, llenándola de un goce que ahora se tornaba intenso.
—¡Oh, dios! —dijo cuándo sintió su orgasmo cerca, pero él no la dejaría.
Salió de su centro de repente levantándose, arráncandole de la mano aquella correa que lo mantenía bajo su mando, para rodearle la cintura luego al aferrarla a él en el momento en que la movió arrojándola con violencia sobre el sofá.
—¡Kakashi!
Pero no podría decir más. Una mano le tomó un tobillo colocándolo sobre su hombro para abrirla a su gusto, mientras la otra ágilmente le amarraba dolorosamente una muñeca sobre la cabeza. Y la penetró sin mediar posición, sin buscar un ángulo, sin tener confirmaciones.
Zulima gritó tomándole del cuello con la mano libre, aunque poco podría lograr con aquello. La mirada furiosa del varón ahora le desfiguraba el rostro en una lujuria densa y bestial que empujaba contra ella con violencia, hundiéndose una y otra vez, buscando aquel placer egoísta que quebraría todas las reglas de la rubia.
Y fue verle, y fue morir en placer recordando los días como sumisa y lo duro que era él, como se desfogaba dejándola con ganas, como la castigaba, agotándola, enamorándola cada vez.
Y sonrió cerrando los ojos, dejándole hacer lo que quisiera con ella, porque en ese instante los roles ya no existían. No eran amo y sumisa, ni él ni ella, era un hombre adolorido que buscaba hundir sus penas en el cuerpo femenino, desfogar las ganas, ahogarla en el semen que escupiera.
Y así fue, como la liberación llegó en aquel gruñido casi de animal que le golpeó las caderas para hundirse hasta el fondo, en aquella mirada enrojecida que le hinchaba las venas, que le teñía el rostro de furia, y luego de lágrimas cuando al fin todos sus músculos se relajaron ante las ansias complacidas.
La miró unos segundos al salir de la nebulosa del placer. La mujer estaba extasiada, habiendo obtenido su propio orgasmo vaya a saber en qué momento. Y salió de ella de inmediato como si aquel toque le quemara, sentándose en el extremo del sillón, dejando escapar el lamento que luego se acalló en las lágrimas que le siguieron. Depositó la cabeza entre sus manos, apoyando los codos en las rodillas y allí quedó. Ardiéndole las nalgas, ardiéndole el ego, sintiéndose liviano pero condenado, doliéndole todo pero a la vez aliviado.
Zulima estiró las piernas quedándose una rato más recostado, hasta que el desfogue que había sido profundo, comenzara a bajar impulsado por la gravedad. Y allí se puso de pie, reteniendo con una mano los fluidos, para ir hasta el escritorio y tomar los pañuelos de papel con los que se limpió luego.
El varón, aun sumido en su miseria, no hacía nada más que respirar agitado, calmándose de a poco, mientras ella terminaba de acomodar el desastre que le había dejado.
—Desobedeciste —dijo al fin.
—Ya cállate.
—Te recuerdo que-
—Morado —dijo con voz cansada, alzado apenas la mirada a la nada—. Ya terminamos.
La mujer respiró hondo, recogiendo sus bragas del suelo luego para colocárselas.
—No te cuidaste.
Kakashi suspiró y ahora sí la miro aunque ella ni reparara en él. Había dolor en esos ojos, lo que sucedió fue incorrecto aunque lo necesitara y ahora, podía decir, que había cierto alivio en su cuerpo, pero no en su alma.
—¿Tú te cuidas?
Ella carcajeó.
—¿Por quien me tomas? —y se bajaba la pollera ahora, subiendo el cierre segundos después.
—Eso estuvo mal.
—Lo dirás por ti —dijo Zulima tranquila, acomodando la blanca camisa dentro de la pollera, para peinarse su pulcro y lacio cabello con los dedos después—. A mí me encantó.
El varón suspiró. Estaba cansado, su cuerpo agradecía aquello pero su alma se sentía en jirones. Se sentía ultrajado, y a la vez había cierto regocijo perverso en esa sensación de alivio, que le sonreía jactándose de que se merecía aquello.
La mujer lo observó unos segundos para relajar el semblante después, saliendo completamente de los papeles del juego. Y ahora le dolía la situación del varón, entendía lo que era sentirse así de perdido en la vida por un amor que no podía ser, y en el caso del peliplata era peor porque no debía, y era por su propia decisión.
—Kakashi —le susurró al fin sentándose a su lado lentamente, antes de acariciarle con cautela el cabello—. Lo siento mucho.
Él asintió, pasándose una mano por el rostro luego, dejándose jalar por esos brazos que lo rodearon llevándolo al mullido pecho femenino. No buscaba nada con el gesto, solo confortarlo, como su sumiso, como su hombre, como su... amigo.
Y él la abrazo también luego, soltando el peso de aquella pena que lo llevó a suspirar hondo para no llorar. Ella le acariciaba los cabellos al acunarlo, apretándole el cuerpo en ese abrazo que no quería más que reconfortarlo.
—¿Quieres que no hagamos más esto?
—No... no lo sé... ahora no...
—Shhhh... está bien, sin decisiones ahora, ¿ok?
Asintió sin salir de ese escondite que le hacía sentir mejor que todo el despliegue de dominio que ya le ardía en las carnes.
Y se quedaron así por unos minutos, quietos, abrazados, hasta que la rubia suspiró separándolo levemente.
—Debo tratar tus heridas, Kakashi —le dijo mientras que con los dedos buscaba la traba del collar en su cuello para quitárselo.
—No hace falta.
—Sí. Yo necesito tratar tus heridas —y le miró a los ojos.
Él asintió entendiendo, era la ama la que hablaba y no podía faltar a eso. Así que se recostó boca abajo una vez que la rubia se puso de pie, regresando segundos después con un ungüento desinflamatorio en una mano y la máscara en la otra.
—Toma, póntela. Estarás más cómodo así.
El varón asintió agradeciendo el gesto, y vistió la máscara rápidamente acomodándose después al descansar el rostro sobre los brazos flexionados dejándola esparcir la crema sobre las marcas de la fusta.
Apretaba los puños de vez en cuando, dando un respingo en aquellas más profundas.
—Fui dura esta vez, ¿no?
—Lo merecía.
—Si... te lo merecías —suspiró no estando de acuerdo con aquella afirmación, para quedar en silencio ahora, mientras terminaba de atender con esmero marca por marca.
Y cuando concluyó se alejó de él estirando la mano para ayudarlo a incorporarse sin que rozara el untado trasero con el sillón, para que no se quitara la medicina.
—Espera un rato a que se absorba —asintió poniéndose de pie—. Te ayudo a vestirte.
Fue por las prendas, entregándole primero la camisa mientras ella buscaba los calcetines.
—¿Almorzaste ya?
—No —se colocó el chaleco.
—Le voy a pedir a Riuk que nos prepare algo.
—No deja, como en la calle antes de volver a la oficina.
—¡Kakashi!¡No me jodas!
—Te lo prometo, Zulima —y extendió la mano para tomar los boxers bajo la mirada suplicante de la mujer—, en serio, almorzaré. No te miento esta vez.
Ella suspiró.
—Esta vez.
—Sí —y se agachó buscando los pantalones que se calzó rápidamente— ¿El cinto?
—Aquí está.
Y cuando la última prenda estuvo en su cuerpo se miraron, uno de pie frente al otro, siendo ella la que primero sonrió con preocupación en los ojos.
—No me gusta la forma en que me miras —él se encogió de hombros— ¿Estarás bien?
—Voy a intentarlo.
—Kakashi...
—Estaré bien.
Ella se mordió el labio dudando de acercarse. Moría por besarlo, pero no lo hizo durante el castigo cuando hubiera podido, menos lo lograría ahora.
—Esta noche pasare por tu casa a-
—No, Zulima.
—Me preocupas.
—No lo hagas —ella respiró hondo—. En serio, sabes lo que me pasa y es algo que debo... es un problema mío. Lo sabes.
—Sí, pero quiero ayudarte.
—No puedes. Esto que hacemos... no está funcionando.
—Siempre dices lo mismo y regresas.
Él asintió, endureciendo su semblante ahora.
—Recházame la próxima.
—Kakashi...
Y negó cuando ella intentó acercarse, girando luego para dirigirse a la puerta. Abrió sin mirar atrás y salió sin despedirse, cerrando con suavidad, como si nada sucediera.
Caminó el largo pasillo hacia la salida trasera, metiendo las manos en los bolsillos al soportar la furiosa mirada con la cual lo siguió Riuk todo el corto trayecto en que lo cruzara, antes de empujar la puerta a la calle.
No le saludó ni le dijo nada, tampoco el otro lo haría. Sólo quería largarse de allí sintiéndose peor que antes pero a la vez mas aliviado, recordando a Sakura al instante ni bien la cálida brisa le golpeara el rostro al girar la esquina. Regresando con aquella imagen la certeza de que Seiyi al fin había cumplido la advertencia. Y no pudo evitar apretar los dientes, enojado, dolido, ácido. Porque si bien sabía que ella estaba en mejores manos ahora, no dejaba de sentirlo injusto, incorrecto. Ella era de él, así todo su cuerpo la reclamaba, su alma, sus ganas. Él la descubrió, la formó, la cuido. Él le devolvió las sonrisas, la convirtió en una mujer plena, le vio florecer ese amor sano que ella le declarara y que él debiera rechazar.
Era suya, no de Seiyi.
Y aun así no podía regresar a ella.
Y fue ese porqué que golpeó sus pensamientos el que le hizo dudar de él mismo por primera vez.
¿Qué mierda había hecho?
Se detuvo frente al parque ahora girando el rostro para observar los cerezos con esos nudos próximos a florecer.
Ella era suya.
Y a la vez no le correspondía.
Y fue recordar esos preciosos jades observarlo por última vez a través de aquella puerta de hospital, para al fin sonreír en lo que llevaba del día.
Ella le buscó esa vez. Aun no le olvidaba...
Cerró los ojos respirando hondo una vez más, comenzando a palpar la ansiedad que se removió debajo de su piel al recordar que en horas la tendría en frente. Que en horas ella estaría sola con él. Y lejos de regocijarle en gusto, no podía sentirse más que aterrado.
Sakura respiraba tranquila con la cabeza apoyada de lado sobre la mullida almohada y ambas manos, una sobre la otra, a su lado.
Seiyi, semi sentado a su derecha, con un libro abierto en el regazo, el que escasamente si había leído, la observaba. Una leve sonrisa le estiraba los labios en aquel momento de calmo placer.
Ya era pasada una hora del mediodía, pero no había apuro en salir de la cama. El alba los había sorprendido despiertos esa mañana, ella cómodamente recostada sobre su desnudo cuerpo con el mentón apoyando entre ambos brazos en el pecho del varón, conversando animados luego de una larga sesión de sexo en la que ninguno buscó finales. A propuesta de Seiyi, experimentaron el sexo sólo como caricias, mirándose mientras se tocaban, él dentro de ella, ella rodeándole con las piernas y los brazos, él moviéndose lento, ella besándole tranquila mientras le acariciaba los cabellos. Y en el medio, sus miradas se cruzaban cada vez que él le pedía, porque cuando se arrojaban al disfrute, era ella la que se perdía en aquello, cerrando los ojos al entregarse a su cuerpo.
Fue una nueva conexión la que los unió, sintiendo él que quedaba atado a ella como nunca había advertido en su vida. Sintiendo todo propio y a la vez ajeno, como si ella pusiera un límite, como si ella aun permitiera una competencia tácita que no se nombraba pero se percibía.
"Te estoy haciendo el amor" le susurró en un momento antes de pedirle nuevamente que le mirara, buscando con aquello el contacto que no sólo le llenaba sino que le permitía acceder a su alma. Porque era sentir la presencia del otro cada vez que ella no lo miraba, cada vez que le ocultaba el rostro de su alcance, o no era su nombre el que los labios repetían durante el alienante goce. Era una idea que se instauró en los pensamientos, primero como una vana sensación por un pasado tan intenso como cercano, y luego ya cobró cuerpo atormentándole hasta esos celos que decidió ignorar a fuerza de convencimiento.
Ella estaba con él por primera vez, no existía Kakashi en aquel lugar. No ese día, ni esa noche, ni ese fin de semana. No aún. Pero no podía evitar tenerlo presente.
Suspiró profundo.
Estaba hermosa.
Y sonrió luego de retirarle suavemente algunos cabellos desde el rostro.
Tranquilamente aquello podría ser cada mañana en su nueva vida, ella a su lado, en su cama, en su cotidianeidad, y sería el hombre más feliz, entendiendo que esa plenitud la estaba viviendo por primera vez en su vida.
Y aun considerando que era estúpido sentir esa incomodidad punzándole, temió. Temió por que ella no eligiera quedarse al fin, temió de su amigo si intentaba volver, porque sabía que era el único que podía hacerle sombra. Y en ese instante se propuso que no permitiría que ese temor se convirtiera en más que un pensamiento, porque si de algo estaba seguro, era que esa mujer le enloquecía y le calmaba, le sumaba a su vida el condimento que la mejoraba, que le hacía sentir que todo valía la pena, que estaba más vivo que nunca. Se la merecía y ella se merecía un hombre que le diera todo, su amor, su placer, su vida.
Y aun siendo tentado a decantar por las cursilerías románticas, entendía que el éxito de esa empresa dependía una vez más de sus habilidades de conquistas, porque el peliplata tendría más de una ventaja si decidía regresar al ruedo, y no se daría el lujo de perder contra ninguna.
La chica se removió de repente, suspirando en su sueño, dejándolo inmóvil por unos segundos para no despertarla por su culpa. Y decidió al fin retirar la mano, solo observándola desde esa breve distancia.
Respiró hondo luego de desviar la mirada hacia la ventana, pasándose una mano en el rostro, para llevar los cabellos hacia atrás.
Era la primera vez que estaba tan seguro de algo y a la vez dudando de su esmero. Y decidió no pensar más aquello, poniéndose de pie de la cama para ir hacia el parque que se abría a través de la puerta ventana. No vestía nada, tampoco le importaba el decoro, estaban solos y el clima era agradable. El sol estaba cálido a esa hora prometiendo un día de altas temperaturas. Se oía el canto de las aves y el crujir de las ramas al moverse por el paso de la brisa, no había humedad como los días anteriores siendo ese una excelente ocasión para recorrer la finca.
—¿Sei?
Volteó el rostro al escucharla.
Sakura venía caminando en dirección a las ventanas, con ese porte somnoliento y los cabellos despeinados, envuelto su cuerpo en una enorme sábana que arrastraba detrás, para cubrir la desnudez.
—No encontré el camisón y —le miró la entrepierna cuando este giró a su encuentro— ...estás desnudo.
Seiyi le sonrió, tomándola en el abrazo que la llevó contra de su pecho.
—No hay nadie.
—No lo sabes, es muy grande todo esto.
—Igual, no me importa —y agachó el rostro para besarla mientras ella ahora le rodeaba como podía el cuerpo con su misma sábana.
—Ese trasero...es... mío, señorito.
El varón carcajeó.
—¿Tuyo?
—Sí. Mío —hizo un puchero enojada—. Ese musculoso y precioso trasero es mío. ¿Ok?
—Mmmm...sí, tuyo... pero no.
Abrió los ojos grandes, asombrada mientras el otro reía ya divertido por la provocación.
—¿Cómo qué no?
—Es mío. Tú lo tocas y lo miras.
Sakura carcajeó deslizando las manos que se posaban en los anchos hombros hasta los glúteos y apretó clavando las uñas.
—Sólo yo toco y sólo yo miro. ¿Sí?
—Mirar no creo que seas la única.
—Desnudo sí.
—Ummm... veremos.
—Yo no comparto, señorito.
—¿No?— carcajeó.
—No, no, no.
—Que egoísta.
—Muy.
El varón le miró los labios ahora balanceándose para aferrarla mejor a él, y cuando sus manos fueron hacia los glúteos de la fémina, esta se impulsó para subirse a sus caderas rodeándole la cintura con las piernas. Y ahora si le envolvió nuevamente el cuello antes de besarle con ganas.
—Buenos días, guapo.
—Buenas tardes, guapa.
—¿Tardes?
—Es más de la una.
—¡Dios! —sonrió mordiéndose el labio inferior— Por eso tengo tanto hambre.
Seiyi carcajeó caminando con ella encima para entrar a la habitación, dejando un camino de la sábana que ahora abandonaba sus cuerpos.
—Usted siempre tiene hambre.
—¿Y por qué será?
—Mucho ejercicio.
Ambos rieron antes de dejarse caer sobre el colchón, y fue la nueva sesión de besos que comenzó tranquila la que pronto encendió las ganas.
—Espera —susurró Sakura sobre sus labios, cuando él buscó entrar—...espera un...momento... necesito ir.. al baño.
Seiyi gruñó molesto sonriendo sobre esa boca, y le besó una vez más antes de girar para dejarla salir de debajo del cuerpo.
Sakura prácticamente si corrió al sanitario en suite con el que contaba la habitación, siendo seguida por la atenta mirada de Seiyi, quien suspiro al quedar a solas mirándose luego la erección que sobresalía de entre sus piernas.
Carcajeó.
Era hombre libidinoso, no representaba una novedad aquello, pero sí las desesperadas ganas que tenía a cada rato por poseerle, como si aquello fuera una marca suya, cayendo en cuenta que al día siguiente terminaría el plazo de exclusiva mutua compañía. Deberían regresar a Konoha y aquello extrañamente le ponía nervioso.
La seriedad ganó un lugar en su rostro. Agradeciendo que Sakura no volviera tan rápido, se levantó y buscó el pantalón gris del piyamas para vestirlo, saliendo de la habitación luego, con rumbo a la cocina. Sakura le dijo que tenía hambre, daban ya cerca de las dos de la tarde, así que decantó por la idea de hacerle algo de comer, aunque de cocina supiera apenas lo básico de su entrenamiento ninja de supervivencia.
La cocina era enorme, tradicional pero con aquellos cómodos elementos modernos que facilitaban la vida del cocinero. Estaba todo a mano, con fuentes de fruta fresca que los caseros dejaran dispuestos, pan y bandejas de verduras. Más allá, la enorme heladera de dos puertas y una pequeña cava que solo lucía, en aquel lugar, vinos que se utilizaban para preparar comidas.
Y suspiró al observar todo, encogiendo el ceño para pasarse una mano luego por los cabellos y llevarlos atrás. ¿Por dónde comenzar?
—Mmm... Qué mirada, guapo.
Aflojó todo el semblante ni bien la oyó, sonriéndole a mirarla.
Sakura tenía una mirada pícara apoyada de lado en la entrada a la enorme habitación, mientras se recogía el cabello en una coleta alta preparándose para una tarea en la que intuía iba a tener que intervenir.
—No me esperaste en la cama.
Vestía una remera de Seiyi, que le cayó por un hombro al bajar los brazos y que apenas si le tapaba el trasero. Ya no le avergonzaba estar tan desnuda todo el tiempo, había perdido ese pudor luego de dos días en donde el sexo fue moneda corriente, más importante que comer o dormir.
—Me dijiste que tenías hambre.
—¿Y por eso esa seriedad? —y encogió ceño copiándole la mueca.
Seiyi carcajeó.
—No me decidía que prepararte de desayuno.
—¿Desayuno?
—Bueno.... almuerzo.
Ahora fue Sakura la que carcajeó.
—¿No te decidías o no sabías que hacer?
Seiyi chasqueó la lengua sonriendo después cuando esta se detuvo a su lado, cruzando los brazos provocadora. Tan pequeña lucía y le buscaba saña.
—No se te escapa nada, ¿no?
—Tan infalible no soy, pero ... no te hago un hombre con habilidades culinarias.
—¿Prejuiciosa?
—Observadora.
La miró por unos segundos alzándola entre sus brazos en un impulso después. Sakura gritó de sorpresa, quejándose cuando su trasero desnudo se apoyara en el frío mármol de la mesada.
—Voy a borrarte ese juicio de un plumazo.
—¡Bájame! —forcejó entre los brazos del varón, carcajeando— ¡Está frío!
—¿Frío?
—¡Mi trasero se congela, Sei!
—Tú trasero —sonrió de lado con esa deliciosa perversión, que no hizo más que tenerla negando al leer en esos ojos lo que pasaría después.
La tomó de la cintura rápidamente, girándola para apoyarle el torso sobre el mármol, dejándole las piernas colgando y el trasero a su merced.
—¡Sei! ¡No! —las carcajadas ya brotaban con ganas cuando sintió que le levantaba la remera dejando sus carnes al aire, y pataleó buscando soltarse— ¡No, no! ¿Qué vas a hacerme?
—Sacarte el frío.
Con una mano le sostuvo el cuerpo mientras la otra le acariciaba los redondos glúteos, y cuando ella no se lo esperaba, una primera nalgada le azotó firme el lado derecho.
Ella gritó dando un respingo, más por la sorpresa que por el picor.
—¡Sei! ¡Qué haces! —carcajeó removiéndose.
—¿Esto, dices?
Una nueva dio en el mismo lugar y luego otra.
—¡Ay! ¡Pica!
Sakura reía, gritando a cada golpe, y cuando el cuarto le azotó la izquierda, las risas fueron suplantadas por un gemido que no hizo más que oscurecer la mirada del varón, fijándola en ese rostro que apenas si podía apreciar desde esa posición.
Dos cachetazos más y ahora el culo lucía enrojecido, mientras la fémina rasguñaba el mármol con la cabeza apoyada de lado, mirándolo como podía mordiéndose un labio.
Y ahora era esa caricia que la recorría reconfortante terminando de encender lo que el dolor iniciara. Y cuando la confirmación de que ella no se movería, le llegara con esa mirada encendida, fue el varón quien se movió detrás, agachándose para abrirle las nalgas.
La lengua llegó después, recorriéndole las dulces carnes, reconfirmando la excitación con la humedad que recogiera a su paso, para luego perderse en su ano, el cual sostenía abierto con los dedos pulgares.
—Sei...oh, dios —dio un respingo, la sensación era nueva y si bien lo consideró algo sucio en la primer impresión, no tardó en ceder a ese goce segundos después, al recordar lo bien que se había lavado todas sus partes luego de ir al baño. Iba conociendo a Seiyi y sabía que era hombre que, en el sexo, no tenía límites. Ni tabúes.
Gimió, apretó las manos y los dedos, pero nunca se movió de esa posición. Lo dejó hacer, lo dejó estimularla a como le viniera las ganas, hasta que el placer le hinchó tanto sus carnes que se sorprendió pidiendo lo que salió de sus labios.
—Házmelo... Sei.
Él se asomó mirándolo perverso, ella le esperaba.
—Házmelo por ahí.
La mirada fue oscura ante el pedido, solo unos segundos fijo en aquellos suplicantes jades, le bastaron para entender que la chica iba en serio. Y él no le negaría nada, menos aquello.
Se puso de pie en ese momento, no la haría esperar y él estaba listo y dispuesto. La tomó entre los brazos alzándola y la llevó hasta su habitación posándola en la cama antes de quitarle la remera.
La dejó recostada, buscando los preservativos y el lubricante desde un placard, y regresó a ella desnudo. Ella le observó colocarse la protección untándola con el gel luego, y se dejó hacer cuando le tomó las piernas elevándoselas.
—Tómalas y ábrete —ordenó y Sakura obedeció pasando sus manos por la cara interna de las rodillas, jalando para dejarse expuesta.
Y allí fueron sus dedos, untando su pequeño ano con abundante gel, que se sintió frio al comienzo, hundiéndose en sus apretadas carnes buscando dilatarla luego.
Fue la lengua del varón que ahora azotaba su clítoris mientras otro dedo se sumaba más abajo, abriéndola, jalando en esa circunferencia que cedía dolorosa y complaciente.
No supo cuándo, estaba con sus ojos cerrados sumida en ese goce, pero fue sentir la presión del ancho miembro sobre la entrada la que la tuvo viéndolo entre asustada y deseosa. Los ojos del varón expresaban lujuria pura, como si aquello fuera un nuevo paso en esa marca que parecía querer poner sobre ella, empujando firme pero lentamente mientras el gel hacia su trabajo dejándole el paso al placer en aquella zona.
Ella gimió, él gruñó cuando las ganas le ganaron a la prudencia y fue esa estocada dura que lo tuvo completamente dentro.
Le miró, observó cada detalle de ese delicado rostro que se enrojecía, y ahora le quitaba los brazos de las piernas para llevarlos arriba.
—Déjalos ahí, no los muevas —los ataría si pudiera, estaría completamente amordazada si fuera por él, pero aquella casa era de su madre, no tenía los elementos ni estaba preparada. Así que tuvo que contentarse con ello, así funcionaría, mientras ella fuera obediente.
Y ahora apoyaba los gemelos sobre sus hombros, posando las manos a cada lado del cuerpo de la joven, acomodando sus piernas para lo que vendría. Seria duro, otra cosa no podría, no luego de aquel ofrecimiento.
—¿Palabra de seguridad?
—¿Es... es necesario?
—Sí.
Le miraba duramente y Sakura entendió de inmediato.
—Elíjala usted, mi señor.
Fue perverso lo que le vio en los ojos en ese instante, fue profundo y caliente, cayendo en la cuenta en ese momento que sobre ella, dentro de ella, tenía al mismo hombre que viera en aquella fiesta en el Lux, ya no era Seiyi.
—Blanco.
—Entiendo.
Su estilo no requería de aquel seguro, no le gustaba sentirse limitado. Era amo de atar a las esclavas a su caprichoso placer sin ninguna clase de control de parte de ellas, y así lo elegían. Pero Sakura era diferente, el momento, la entrega de ella merecía más que aquello, y se sentía correcto así. Funcionaba. Por lo menos en ese instante.
Empujó apretando la penetración y ella gimió contrayendo el ceño, hubo una leve molestia en eso, una que le picó el perverso placer que hinchó su centro.
—Mírame.
Y lo hizo.
—Sin sonidos, hasta que te diga.
La chica asintió, apretando los labios como demostración, dándole la rienda suelta que vendría cuando él se retiró lentamente, deslizando su longitud hacia afuera para arremeter con fuerza, entrando luego.
Ella se mordió los labios conteniendo duramente el gemido que le echó la cabeza hacia atrás, como la única licencia que se permitió para expresar el goce que le recorrió la espina. El roce del varón era duro, picaba y se sentía profundo y ella quería más aunque, sabía que no podía pedirlo.
Y fue así que su mirada permutó a una licenciosa súplica cuando este comenzó a moverse, lento primero acostumbrando el apretado orificio a su tamaño, para luego volverse intenso aunque no muchos más rápido.
El Hyuga la miraba estoico, sólo el leve tinte en las mejillas y las pupilas dilatadas eran testimonio de su estado, el resto se perdía en la dureza de aquel amo que apenas si comenzaba a mostrarse, uno que prometía el desespero en la enajenante lujuria que de su mano proveía.
No vio furia en el entrecejo, esta vez no. Se veía cómodo con aquello y comenzó a dudar de cuanto se contenía en ese vaivén que le pegaba en las caderas hundiéndose reclamante, cada vez más violento.
Y fue el placer el que tornó sus parpados pesados que amenazaron cerrarse, pero logró mantenerse fija en aquellos oscuros ojos que destellaban a perla, en aquel duro y apuesto rostro que la seducía en cada mueca, y que ahora se le antojaba irresistible aumentando el goce de un acto tan físico que si hasta se volvía salvaje.
El varón gruñó sobre ella doblando más rodillas para conferirse el apoyo que requerían sus movimientos. Y se volvió violento al tomar una de las piernas por el tobillo para abrirla. Golpeó sus caderas en una seca puja que lo obligó a gemir mientras se perdía en esos jades que suplicaban por placer. Entró violento una y otra vez, llegando más profundo en cada una, para tomar de ella más, queriendo tomarlo todo.
Adoraba el sexo anal, era uno de sus castigos preferidos, pero en ese instante, era más que eso; era una marca, un logro, un nuevo hito, que le permitía conocer otro rincón de ese delicado cuerpo, robarle más placer, robarle otras muecas.
Gimió descontrolado. Aquello que le hacía, ese simple sometimiento y la forma en que lo miraba, era único. El silencio de la habitación sólo lo llenaban sus masculinos gruñidos, y adoraba ver el esfuerzo que ella hacia porque, aun sin estimularla para su orgasmo, la chica gozaba de aquello como si fuera para ella. Y ya no lo era. Porque aquello era un regalo para el amo, para su perversión, que ahora quería probar más de ella.
Sus estocadas se volvieron duras, rítmicas, marcando una profundidad que si hasta podía resultar insoportable, y fue ese leve gemido femenino que se escapó indiscreto, el que le tuvo sonriendo perverso.
—¿No das... más?
Nunca detuvo sus movimientos.
Ella negó mordiéndose el labio, con los ojos nublados en lágrimas.
—Así ...me... gusta —y ahora su cuerpo iba más arriba doblando apenas a la chica para que esta más se abriera.
Y el ritmo aumentó, en velocidad y dureza. Y fueron más jadeos los que bañaron su rostro, deteniéndose ajustados de repente.
—Tócate.
No lo entendió pero no demoró en llevar una de las manos estimulando su clítoris.
Una lágrima rodó ante el nuevo placer, y necesitó apenas unos instantes para que todo en ella explotara, apretado los labios para no cerrar los ojos.
Y él la observó, reparó en cada espasmo de ese cuerpo, en cada mueca, en los labios apretados en obediencia, en las lágrimas que ahora resbalaban impulsadas por el vaivén de esas caderas que la empujaban al penetrarla. Y no demoró. Aun queriendo retrasar aquel final, no pudo evitarlo, porque lo necesitaba. Necesitaba terminar en ella, aunque ahora su semilla no la marcara, pero si aquel acto que la llevó a sonreírle cuando el varón abriera los ojos luego de disfrutar el último de sus espasmos.
Le sonrió él también aflojando el cuerpo luego, al quitar las piernas de la chica desde sus hombros para que las estirara. Y ella le rodeó el cuello con los brazos ni bien él llegó a su alcance, rompiendo una orden para besarle.
—Estuviste maravillosa.
Ella asintió mordiéndose el labio inferior al sonreírle pícara. Aún no tenía permitido hablar, provocando esa risa sensual en el varón ni bien reparara en la dudosa obediencia.
—Ya puedes hablar.
Sakura le dio un corto beso y luego le miró los labios que aun lucían hinchados. El varón era condenadamente apuesto, y esa mirada dura, aun enrojecido por la excitación, y el cabello cayéndole al lado, se le antojaban irresistibles.
—Te contuviste, ¿no?
Contrajo el ceño por unos segundos y luego le sonrió acariciándole el rostro.
—Sí.
—¿Por?
—No es el momento.
—Sabes que ... que me gusta eso.
Carcajeó grave acariciándola de nuevo. Era perfecta.
—Lo sé. Pero yo decidiré cuando.
Sakura asintió, mirándole los labios otra vez.
—Me gustó.
—A mí también.
Y le besó luego alzando la cabeza, para luego acariciarle los cabellos mientras se perdía observándole la quijada, los hombros, abriendo grandes esos jades tal como hacía cada vez en que se asbstraía en sus pensamientos.
—Pero...—dijo al fin él.
—¿Pero?
—Hay un pero, ¿no?
Sakura contrajo el ceño, ahora seria.
—Yo no dije eso.
—No, lo estás pensando.
Negó.
—No, nada —y enredó un dedo en un largo y oscuro mechón que ahora cayó del otro lado.
—Dime. Habla conmigo.
Sakura suspiró.
—Es que —le miró a los ojos ahora— ...no sé... vas a enojarte.
—No podría enojarme contigo.
—No estoy tan segura.
—Pruébame.
Hizo un puchero clavándose en sus ojos para medirle, y no pudo aguantar más cuando este le alzó una ceja invitándola a hablar.
—Bueno, te tomo la palabra —suspiró—. Es que...por un momero creí que ....que iba a conocer tu otro... lado.
—¿El amo?
Asintió.
Él le sonrió con tranquilidad.
—Ya llegará el momento.
—Sí... eso espero.
—¿Eso esperas? —le acarició nuevamente, sintiendo que la erección comenzaba a ceder y deberían ir pronto a higienizarse— ¿Qué sucede Sakura?
—Nada en sí... solo que siento que... no sé, tú me conoces tanto y yo...
—Tú no a mí.
Asintió mirándole a los ojos con algo de timidez ahora.
—Sigues siendo un misterio. Y... y no me disgusta eso.
—Lo sé.
—Pero me gustaría —respiró hondo ahora, con una leve mueca de preocupación curvándole las cejas— ...me gustaría mucho conocerte más.
Seiyi le sonrió nuevamente pero no dijo nada, mirándola a los ojos luego.
—¿Dije algo...que te molestó? Perdón, no quise-
Él negó poniéndose serio, porque aquel pedido había calado hondo avergonzándole en las dudas que lo asolaron instantes atrás. Ella le demostraba con unas simples palabras, que elegía confiar en él aun sabiendo poco de su vida, lo que él no confiaba conociendo todo.
La chica borró toda sonrisa, siguiéndole en el gesto.
—Voy a mostraste todo de mí, Sakura —dijo al fin.
Le acarició recorriéndole con la mirada cada centímetro de ese precioso rostro que ahora le miraba ilusionada.
—Todo.
Y ahora su dedo pulgar le rozaba el labio inferior abriéndoselo mientras él descendía.
—Todo a su momento —selló antes de fundirle la boca en un dulce pero profundo beso.
No voy a decir mucho, sólo que sé que posiblemente no les haya gustado demasiado....jijijijiji... pero ¡¡no me pude resistir!!
Necesitaba ver a Kakashi así y a Seiyi también. Necesitaba mis dos machos mostrando otra faceta, y no dejan de ser mis machos alas dominantes... ¡Ay, sí! No me maten.
Las leo y acepto toooooodassssss sus opiniones. Gracias.
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