Capítulo 49
—Sei... esto es... ¡es hermoso! —expresó invadiendo con su voz toda la habitación, dándole más énfasis del que esperaba— ¡Perdón! No quise gritar... —y se tapó la boca con ambas manos viéndolo completamente sonrojada.
El varón, caminando un paso detrás de ella, solo carcajeó disfrutando del espontáneo arrebato, indicándole con los ojos que se adentrara tranquila para que fuera por aquello que sabía le gustaría. La elección de la terraza cerrada como lugar de su cena no había sido al azar, buscaba la reacción que estaba observando porque le encantaba complacerla, considerando que el disfrute de la felicidad cantarina de la chica ya se había convertido en uno de esos pequeños placeres que difícilmente dejaría de añorarlo.
Ella asintió, sonriendo emocionada y se separó de los dos hombres, siendo Watari quien último entrara deteniéndose a un paso detrás de su señor.
Y allí fue, prácticamente corriendo, o lo que sus sandalias de tacos algo más alto que lo usual, le permitieran si restarle elegancia, porque nunca abandonó los objetivos que la llevaron a buscarlo esa noche, siendo el principal seducirlo, aunque no quisiera reconocerlo del todo.
La terraza cerrada era un amplio balcón situado en la zona oriental de la última planta de la mansión. Sus paredes y techos estaban vidriados, permitiendo una cómoda vista al firmamento y al bosque de Konoha sin que el clima exterior interfiriera. Seiyi había exigido que esa zona de la casa no se orientara a la ciudad sino a las afueras de la aldea, quitando cualquier contaminación lumínica de la urbe en progreso. La luna y las estrellas coronaban el cielo azul oscuro que se desplegaba hasta el horizonte, brindándole cierta aura de romanticismo y privacidad, la cual Watari se encargó de incrementar con su rápida labor, al preparar la cena para dos.
Colocó la pequeña mesa en un extremo próximo a las ventanas, llenando de velas las repisas cercanas, y con un candelabro alto, decoró el centro. Había pétalos de rosas esparcidos por el blanco mantel, y dos copas de vino, llenas a la mitad con el rosado favorito de la joven, reposando envuelto en la servilleta blanca, la que conservaría los exactos diez grados que le intensificaban el sabor a la bebida.
Ella, perdida en esa vista, poco había reparado de los detalles, y Seiyi no hacía más que observarla con esa sonrisa casi boba adornándole los labios.
—¿Es de su agrado, señor?
—Está perfecto, Watari —suspiró—. Ahora entiendo el tiempo que me pediste para prepararlo.
—Tiempo que el señor supo aprovechar demasiado bien.
Seiyi carcajeó.
—Sí... bueno, eso... se me fue de las manos.
—Me di cuenta, señor.
Seiyi le miró por unos segundos dedicándole esa sonrisa de gratitud que el hombre aceptó asintiendo con el mismo gesto.
—Hiciste bien en interrumpirnos.
Y ahora metía las manos en los bolsillos, disimulando la erección que había comenzado a tomar forma nuevamente, cuando la joven se moviera y esa falda lo hiciera con ella recordándole la disponibilidad del atuendo, una que él había pedido y que le obedeciera tan diligentemente.
Y cuando ella le viera por sobre su hombro, devolviéndole esa limpia sonrisa que coronaba con un sonrojo los jades, lo supo. Y ya no quiso resistirse a nada.
Tal vez era pronto, tal vez la bruma de aquella ruptura que la devastara aún no se hubiera disipado del todo; pero en ese instante no podía dejar de sentir que con sus propias certezas sería suficiente para seguir adelante, que la determinación de la pelirrosa le confirmaba lo que quería recibir. Tal vez estuviera equivocado, pero decidió que no importaba en ese momento, porque fue escucharla reír sorprendida por la estrella fugaz que cruzó de repente el negro firmamento, para saber que ya no dejaría que mediara más tiempo ni distancia entre ellos.
—Watari, déjanos.
—Señor, falta el plato prin-
—No será necesario.
—¿Señor?
—Hasta mañana, Watari.
El hombre quiso replicarle, pero ya Seiyi no estaba a su lado y no le daría lugar a nada más.
Sonrió. Y lo observó sonreírle a la joven cuando llegara a su lado, una sonrisa limpia, genuina y profunda, una que demostraba lo feliz que era al lado de esa mujer, una felicidad tan plena que no le había visto en décadas, y si bien sabía que el control y la estrategia esa noche estarían fuera ni bien él desapareciera, decidió considerar que aquello no sería tan malo.
Y suspiró mientras cerraba tras de sí las dos hojas de la puerta hacia la terraza, llevándose consigo aquel par de sonrisas cómplices entre los futuros amantes, que le alegraban el alma.
—¡Mira! ¡Otra! —exclamó tomándole la mano para acercarlo a la ventana, mientras que con la otra señalaba la zona del firmamento en la que había visto la nueva estrella fugaz— ¡Ya es la segunda que pasa! Estamos de suerte esta noche.
—Sí, de suerte.
—¡No! ¡Otra más! ¡No lo pudo creer! ¿Lo viste, Sei?
Este la veía sólo a ella.
—La verdad, no.
—Pero —Sakura giró para reprenderle y no pudo más que sonreír al encontrarse con esa mirada profunda sobre ella— ... ¡Ya! ¡Sei, mira hacia el cielo, no a mí! —y una risilla juguetona se le escapó— Están pasando cosas.
—Claro que están pasando cosas —y ahora se situaba a su lado, acariciándole el rostro al arrastrar un mechón que se le había soltado del flequillo por el alboroto sobre el sillón.
—¿No sabes si hay algún evento astronómico esta noche?
—Ni idea, Sakura —la voz se oyó profunda, ni se molestó por ocultar el tinte de excitación que la cubrió.
—Mañana voy a investigar esto, es realmente... fascinante —y no pudo evitar el suspiro que se escapó de sus labios cuando dos dedos de Seiyi le acariciaron la piel desnuda de la espalda, desde el hombro hasta el inicio del vestido en su cintura.
Se sentía caliente su tacto, suave y a la vez pesado, electrificando todo a su paso.
—Mmm... Sei...
—¿Qué?
Y ahora la mano se abría, posándose suave y caliente para volver subir lento cubriendo más piel.
El sentir fue fuerte, llevándole a cerrar los ojos en el momento en que esos dedos llegaban a la base de su cuello. Toda la piel se le había erizado, y necesitó apretar las piernas cuando él al fin le hablara cerca de su oído, con esa voz oscura, firme y sensual que tanto le sedujera desde la primera vez que lo escuchó decir su nombre al presentarse aquella noche.
—¿Te gusta esto?
—Me...me encanta —no abrió los ojos al responderle, sólo rodó el rostro hacia donde los dedos del varón, que ahora se hundían suaves en su nunca, le guiaron girando también el cuerpo, que se acercó a él sin necesidad de que nadie pidiera nada—. Tu piel... es tan...caliente.
Seiyi sonrió de lado, respirando pesado ahora, sabiendo que sucedería ni bien ella abriera los ojos. Y fue la mano libre, que ahora se abría sobre la pequeña cintura, la que provocó tal evento.
—Sei —susurró al reparar en los oscuros ojos de esa atractiva excitación que la devoraba, pero fueron los labios del varón los que la llevaron a ponerse en puntas de pie para alcanzarlo— No quiero... no quiero cenar esta noche. Por favor, no me digas que no estoy-
—Yo tampoco —le interrumpió.
Y se acercó a ella inclinándose lento a esa boca, observando cada pequeña reacción en la joven como si necesitara leer hasta el último anhelo antes de que las ganas tomaran el mando, porque sabía que contener esas ansias tanto tiempo ahora le saldría más caro para aferrarse a cualquier estrategia. Y cuando la vio separar los labios, cerrando los ojos al esperarlo, ya no demoraría más nada.
No fue suave el beso que la tomó. No pediría permiso esta vez, ni esperaría a que la pequeña y dulce lengua fuera por la suya. Esta vez no, necesitaba mucho de ella, ya no había planes ni estrategias, no había guiones ni nadie los interrumpiría, era él con su enfermo deseo forjado a fuerza de sentires nuevos, que lo tenía ahora abrazándola para que pegara ese delicado cuerpo al suyo.
Y ella se lo hizo fácil, ella fue por él arrojándose a sus demandas con aquel profundo gemido mientras le envolvía el cuello con los brazos, aferrando las anchas espaldas, hundiendo las uñas en los hombros moviéndose para incrementar el roce entre sus labios.
Al fin lo tenía como quería, al fin le besaba como cada vez lo soñara, y se sentía bien, se sentía plena, ya no huía a nada, ya no buscaba no sentir. Quería eso, deseaba cada cosa que estaba sucediendo. Quería probar a ese hombre, lo necesitaba, probarse a ella y todo lo que sentía, y era eso lo que buscó esa noche al ir a verlo, lo estaba consiguiendo, y le encantaba. Y a la vez no le alcanzaba.
Fue sentir la dureza del varón presionando en su abdomen, para que su centro palpitara y los nervios le revolotearan las mariposas en el estómago. Estaba sucediendo, la paciencia le picaba ansiosa por degustar a ese hombre, y a la vez se sentía como aquella primera vez con Sasuke en la que no supiera nada. Pero no lo era ahora para sus carnes, y tal vez aquello le aliviara, aunque no dejara de ser una primera con él y, a pesar de la incipiente turbación por lo nuevo, poco le importó cuando sus manos tomaron la iniciativa por ella al bajar por el duro pecho buscando los botones de la camisa.
Seiyi gruñó. Esperaba esa señal, algo de cordura aún le quedaba en el cuerpo, y fue sentirla soltar el primero sin demorar a ir por el segundo, en que se separó serio de ella tomándola de la mano luego, para arrastrarla con él.
No le dijo nada, ella tampoco preguntó. Eran las ganas que embriagaban la razón volviendo su cuerpo blando en lujuria y puro en obediencia al varón, quien ahora le miraba con el ceño contraído y las mejillas encendidas en vasta excitación.
Cruzaron esas puertas hacia un pasillo apenas iluminado por líneas tenues de luz blanca en la unión de la pared con el suelo, que tras varios pasos los dejó frente a unas puertas de hoja doble en madera oscura, que contrastaban elegantes contra el gris acero del muro.
Seiyi abrió, jalando suave de esa mano para que entrara primero, y la soltó permitiendo que ella siguiera por su cuenta, mientras él cerraba detrás. La habitación era enorme, y si bien lograba vislumbrar hacia el fondo una amplia cama de acolchados blancos, la suave luz que seguía el patrón de los pasillos, apenas si lograba ubicarla. Fue Seiyi quien con una orden apagara las escasas luces y activara el mecanismo que corrió unas densas cortinas rígidas, abriendo el enorme ventanal que se situaba a la derecha para desplegar la preciosa vista al paisaje hacia abajo, mitad los bosques y mitad Konoha a los lejos, con la brillante luna llena coronando el firmamento.
Al hombre le gustaban las vistas amplias y ella sonrió ansiosa compartiendo aquel gusto, pero más por la expectativa y la excitación que casi si dolía pulsando en su centro. Y se vio sumergida en el disfrute de ese paisaje hasta que sintió las enormes manos tomarle en una caricia suave ambos brazos, a la vez que los labios le recorrían en besos hambrientos el cuello.
—Sei... —fue todo lo que dijo antes de alzar su mano para acariciarle el pesado cabello, que rodó por sobre uno de sus hombros, mientras las caricias del varón bajaban ahora hacia su espalda, desprendiendo los dos botones que le ceñían el vestido a la cintura.
Y se dejó hacer, encogiendo el ceño cuando eran los dientes los que reemplazaron el toque de los labios en su cuello, en sus hombros, con mordidas que apenas si escocían, pero le apretaban las piernas del intenso placer que llegaba como duras pulsaciones.
Gimió al sentirlo alejarse, desatando el vestido a su cuello, y gritó cuando este cayó al fin y Seiyi la tomara de la cintura girándola para besarla de frente luego.
No la observó semi desnuda, sus pechos rozaron la tela suave de la camisa que ahora ella buscaba desprender, aunque él no se lo permitiera con aquel movimiento que le tomara ambas manos llevándolas detrás de la espalda, para fijarlas allí con una, mientras la otra le afirmaba la cabeza a sus vehementes besos al cerrarse en los cabellos. La caricia era dura, y ella sabía que allí ya comenzaba a aflorar el amo, y fue su propia perversión la que festejó aquello expresándose en el gemido que anidó en la boca del varón.
Seiyi sonrió de lado sobre ese beso. Allí estaba, se asomaba la joya que siempre viera, y aunque ella no estuviera acostumbrada a un amo como él, no importaba, no en ese momento. Lo mantendría a raya, a menos que esa pequeña lo demandara, y rogaba que su cordura no se relajara de todo, porque aquello que le hacía sentir con simples besos, era mil veces más fuerte que lo que la esclava más masoquista alguna vez le causara. Y le asustaba, aunque poco podía entender de esa emoción en el momento.
Fue su boca que demandante buscó piel, la que le llevó a jalar de los cabellos para arquear el cuello que la dejó expuesta. Y fue con ese pequeño grito cuando los colmillos la rozaron en otro ángulo, que él se separó apenas sosteniendo esa cabeza firme para que lo viera a los ojos. Y la imagen que obtuvo al tenerla así, excitada, entregada y desnuda entre sus brazos, fue más de lo que esperó encontrar, golpeándole el pecho con aquel sentir que le dejó perdido y agitado.
Sakura respiraba rápido, con los labios entreabiertos e hinchados por sus besos, la mirada afiebrada y vidriosa, y la piel enrojecida aunque la luz fría de la luna que la bañara disimulara esas primeras marcas, y le confirieran el aura hadezca que lo tenía embelesado.
La observó unos segundos contrayendo el ceño cuando lo sintió demasiado, torciéndole la mueca de pesada excitación en una de furiosa lujuria. No entendía que le hacía esa pequeña mujer, que veneno le metía por las venas con solo mirarlo, pero ya ni el deseo definía lo que con tan poco le estaba causando.
—¿Qué me haces? —susurró entre dientes.
Y ella simplemente jadeó su nombre.
Y la besó para luego morderle los labios. Apretó el agarre en esas muñecas para robarle una queja. Y la miró a los ojos para en un arrebato, soltarla alzándola entre sus brazos para llevarla a la cama.
Ella prendida de sus ojos, detalló el masculino rostro en todo el recorrido, que no midió tiempo ni distancia, arrojada a ese capricho que no conocía ni entendía, sabía que esa noche no controlaba nada. ¿Estaban jugando o era simple deseo? No, de simple no tenía nada. Lo que sucediera entre ellos nació denso desde el primer día, oscuro, caliente, único en aquella conexión que les dejara el deseo atado más allá de sus costumbres y decencia. Si era para con su sensei esa obediencia tan natural, con él fue desde un principio simplemente innegable, aun cuando tan solo fuera un desconocido paciente.
Jadeó ni bien la posara en el centro de la cama, dejando ella caer las manos a los costados de la cabeza, palmas arriba en absoluta entrega, y él no demandaba menos aunque no lo dijera. Y le vio enderezarse sobre ella, observándole cada rincón del cuerpo como si intentara memorizarlo. Y luego llegó esa mano, que le acarició con delicadeza los labios bajando luego por el cuello, las clavículas, el valle de sus senos, rozando la piel de su abdomen con ese tacto pesado que le dejaba surcos de fuego, marcando el mismo camino que recorrían otra vez esos oscuros ojos, para detenerse al fin en el elástico de las pequeñas bragas de encaje, a tonos pasteles como su vestido.
—Esto —enganchó un dedo comenzando a jalar para bajarlas, obligando a Sakura a alzar las caderas al deslizarlas por los glúteos— ,no lo quiero cuando estés conmigo.
—¿Sin... sin bragas?
—Siempre disponible —le miró a los ojos todo el tiempo que tardara en quitar de sus piernas la pequeña prenda, guardándosela en el bolsillo derecho del pantalón luego.
Y ahora le tomaba de un tobillo al ubicarse frente a ella, alzándole la pierna hasta su pecho para desabrocharle cómodamente la hebilla de la sandalia, y quitarla de su pie luego de besarle el empeine. Arrojó el zapato a alguna parte de la habitación, acariciando los gemelos luego, mientras propinaba cortos besos en el tobillo si dejar de detallarle los afiebrados jades.
El pecho de Sakura subía y bajaba rápidamente, la imagen del varón con esa mirada pesada, el cabello negro cayendo por los anchos hombros, tocándola con tal devoción, era insoportablemente erótico y ya le tenía los dedos inquietos cerrándose apretados ante cada toque.
Y cuando dejara esa pierna tomando la otra para repetir el proceso, tuvo que morderse el labio conteniendo ese gemido que le estremeció el cuerpo, ni bien los dedos rozaran la piel. Seiyi quemaba en cada toque, sus ojos sobre ella ardían, sus besos, sus dientes. Y moría por verle sin barreras, sentirle dentro, sentirle moverse.
—Sei...ya no-
—Shhhh.
Y no apuró ante la queja, él mandaba, ella recibía lo que a él se le antojara darle. Sus dedos fueron lentos al quitar el otro zapato, disfrutando de ese cuerpo que temblaba sólo con simples toques, satisfaciéndole el hambre de su masculino ego.
Allí fueron esos dedos, descendiendo pesados, casi rasguñando si fuera las uñas las que anduvieran aquel camino sobre la carne, una mano por el frente, la otra por la cara interna, haciéndole jadear cuando frenaran a milímetros de su centro.
Quiso hablar, quiso decirle algo, pero él negó con un simple gesto, y fueron los dientes los que callaron sus labios, mientras los dedos jalaban las sábanas conteniendo ese deseo que le hinchaba los pliegues y le azuzaba las ganas.
Le deseaba, ya no soportaba la espera y él lo sabía, como sabía también que ni bien su piel tocara la de ella, le sería difícil detener algo, medir placeres, deducir preferencias.
Y se acercó posando el codo a su lado para aflojar el cuerpo luego.
—Mírame —demandó con voz oscura haciéndole abrir los ojos al instante, y cuando al fin le viera, le dio aquello que buscaba, al guiar los dedos que recorrieron delicados la húmeda raja.
Ella jadeó. Él gruñó complacido.
Todo el cuerpo de Sakura se arqueó, sus piernas se abrieron apenas ante la abrumadora sensación. Y fue el segundo recorrido el que la llevó a jalar más de las sábanas cerrándole los ojos, separándole más los muslos cuando él volviera con ese suave castigo.
—Quemas...—gimió.
Él sonrió en medida perversión observando atento cada gesto, fascinado por cómo los rasgos de placer descomponían ese rostro en uno más bello. Y ahora era un dedo el que buscaba hundirse, reconociendo por su propia mano la estrechez que lo engulliría luego. Y gruñó al sentir esas paredes apretándolo, al iniciar el lento vaivén de masturbación que la tenían tensando cada músculo ante su toque.
Ella jadeó impaciente, dijo su nombre casi rogando, apretó los ojos y los dientes. Hacía meses que no tenía sexo, hacía semanas que lo único que deseaba era tenerle dentro, y él retrasaba el momento con esa dulce agonía que la tenía temblando, dudando entre soportar lo que él decidiera darle o simplemente pedirlo.
—Sei... por favor...
No dijo nada. Sólo le observaba retorcerse ante cada estímulo, y cuando decidiera al fin sumar otro dedo a la ecuación, ella gritó abriendo más las piernas.
Estaba mojada, lista y dispuesta, pero era estrecha. Ya se imaginaba lo que su amigo debió sentir al estar dentro de ella, y le comieron los celos y las ganas de borrar aquella experiencia. Pero prefirió prepararla, él sin ser más grande, si lo era en ancho, y no se mediría una vez que estuviera dentro. Si quedaba cordura en él, era esa. Ya el resto lo hacía en pura inercia a lo que sus ganas exigieran.
Ganas que ahora exigían meterse en ella, lamerla, morderla, besarla. Estaba hermosa, su cuerpo reaccionaba tan bien a lo que le hacía, y fueron tantos días conteniendo todo, que fue cruzar con esos jades que afiebrados se abrieron buscándolo en aquel ruego, para que todo vestigio de reparo se fuera simplemente al diablo.
Sacó los dedos en medio de una queja, y se incorporó sólo lo suficiente para quitarse la ropa. Fue torpe en el proceso, y nunca lo había sido, era que jamás había necesitado tanto sentir a una mujer como lo hacía con ella, y esos jades impacientes que le recorrían con hambre, le tenían en un estado de tal excitación que no podía hacer otra cosa que no fuera desesperar por sentirla.
Y cuando la última prenda se deslizó con violencia desde su cuerpo, le tomó un tobillo separándole los muslos para colarse en medio luego. Le comió la boca al llegar, al tiempo que una mano lo acomodaba para hundirse en ella ni bien su lengua hiciera lo mismo en aquella boca. No midió fuerza, no midió tiempos, sólo sintió la humedad bañándolo y el calor abrazador envolverle apretado, y fue gruñir contrayendo el ceño, porque siendo un placer conocido y explotado hasta el cansancio con tantas, era todo nuevo lo que ella le provocaba. Nuevo, intenso, único. Era lo mismo y a la vez un iniciado, que temblaba ante cada nueva estocada que duras se abrían paso con violencia; que le besaba con locura, respirando cuando ya su cuerpo se lo implorara, que le tomaba el rostro para verle a los ojos cuando por instantes se separaban. Que le apretaba las caderas en dolorosas caricias cuando ni siquiera su vaivén le eran suficientes.
Todo, quería hacerle todo, menos no le acallaría el hambre que en ese instante le envolvía en aquel libidinoso desespero. Porque jamás había sentido algo como aquello, jamás había necesitado con tan enferma carencia hundirse en un cuerpo, meterse en esa piel, poseerla. Porque eso era lo que hacía en ese instante, poseerla.
Y le miró en el momento, le miró a los ojos, con fiebre en los propios; con los iris oscuros y esa furia que le contraía el ceño en medio de la lujuria que lo tenía embriagado y confundido, que le brindaba la justa sensibilidad para sentir todo lo que ese pequeño cuerpo le soportaba, y a la vez entendía que aquello no sólo en la superficie quedaba, no era solo esa piel la que lo consentía, era ella, eran esos ojos, eran esos labios enrojecidos que articulaban su nombre en cada nueva estocada. Y fue eso, y fue ese brazo que enganchó por el codo la pierna de la chica abriéndola más, dándose más espacio para llegar profundo. Fue la violencia de sus caderas las que la tuvieron gimiendo con los ojos cerrados, arqueando ese cuerpo en búsqueda de mayor recorrido.
—Mírame —demandó.
Ella solo gemía.
—¡Mírame!
Y fue una orden que ni siquiera debió entenderla para cumplirla.
—Eres mía.
No dijo nada, su visión estaba borrosa, solo podía concentrarse en una cosa, esos oscuros ojos que lucían hermosos, que lucían enojados, que se resaltaban en el sonrojo de un rostro masculino en enferma excitación, con los cabellos pesados cayendo por un lado, los músculos hinchados y ese vaivén que la empujaban golpeando en placer su cuerpo. Era fuerte. Era único.
Y hubo un simple instante en que la razón le recordara a aquel que le había enseñado el goce en todo aquello, y no la follaba igual que este sin dejar de ser menos exquisito. En donde uno era dureza, el otro era fuego puro. En donde uno era una clara exigencia, el otro simplemente robaba todo de ella. Eran tan parecidos y a la vez diferentes. Y era tan fuerte, que ni una de las fantasías de esos días se acercaba siquiera a aquello que le hacía.
Era intenso, era fuego, las olas de placer que subían desde su vientre, que bajaban para hincharlo, le tenían dolorosamente sensible, le tenían sintiendo cada centímetro que la frotaba, le tenía contando cada uña que se hundía en su piel, gozándola, pidiendo clemencia y a la vez necesitando mucho más.
—¡Mírame, Sakura! No cierres los ojos —demandó entre gruñidos, percibiendo que era imposible no estar compitiendo y a la vez odiando aquello— Estás... conmigo ... ahora. ¡Conmigo!
Ella gimió.
—Sei...yi...
Y él le besó, le besó como pudo sin detener la violencia de esas estocadas que ahora tocaron algo en lo profundo, que la llevaron explosivamente a un éxtasis que no previó ni midió. Ni siquiera pudo contenerlo.
—¡Dios mío! ¡Sei! ¡No pares, no pares!
Ese pequeño cuerpo se contrajo entre sus brazos, temblaba en cada estocada, gritando su nombre, hundiendo las pequeñas uñas en la piel de su espalda.
Y cuando el goce le aflojó las fuerzas, salió de ella tomándole los tobillos para girarla boca abajo, respingándole el trasero ni bien ella apoyara las manos a su lado.
Y la tomó, con fuerza, con violencia aferró esas caderas, hundiéndose en ella una y otra vez, mientras la oía gemir desvergonzadamente, y gozaba un nuevo placer intensificado por el reciente orgasmo, aun temblando por lo que cada estocada tocaba en su interior, pinchando el dolor que se degeneraba en inmediato placer y le tenían rasguñando las sábanas, ahogando sus gritos en la tela que ahora mordía.
Él no se detuvo, ni por un instante consideró hacerlo. Sólo mantuvo el ritmo, mantuvo su placer, clavando los dedos en esas caderas que tan bien se le ofrecían en aquel arco que quebraba la cintura dejándole expuesta a su deseo.
Y fue aquel gruñido, aquellas arremetidas que hincharon más el falo que ahora se hundía duro y firme, los que la llevaron a un nuevo orgasmo, uno más corto pero no menos intenso, que la tuvo temblando al gritar su nombre otorgándole dueño al éxtasis, y que le robó hasta la última gota en esa explosión que derramó el goce masculino en ella.
Y así quedaron, con los resabios de un vaivén que mantenía fundidos en una apretada caricia sus cuerpos, mientras los dedos relajaban un cierre, mientras la respiración buscaba calmarse.
Fue el cuerpo de Seiyi el que se soltó antes, debiendo sostenerse con una mano que apoyó en el colchón al caer hacia delante, bañándola con sus cabellos, arrojándole su aliento descontrolado en el cuello, mientras la otra mano aun lo sostenía por su cadera manteniendo la intromisión que ella gozaba con los últimos y más suaves espasmos.
—Sakura... —susurró mientras ella aún luchaba por respirar normal, con los ojos cerrados y las manos sosteniendo esas suaves sábanas, empapadas con su saliva.
Le sonrió, cuando lograra algo de cordura en ese éxtasis que se prolongaba sensibilizando su piel. Le sonrió, había sido grandioso aquello. Él no pudo verle, pero fue como si lo hiciera, con ese beso que le depositara sobre un hombro antes de, en un último esfuerzo, llevarla con él de lado a la cama.
Y la abrazó cuando sus cuerpos tocaron el colchón, aún unidos, acariciando su abdomen bajo, honrando con cariño aquella unión. Le besó el cuello, los hombros, la quijada, acariciando los cabellos con el brazo que pasó por debajo de la cabeza para acunarla. Y ella le buscó, giró el rostro para besarle, un suave y dulce beso que supo ajeno a lo que hicieron instantes atrás, pero que encajaba perfecto en el sentir que en ese momento le invadía.
Un beso casto que no terminó rápido, que pronto demandó más, fundiendo sus bocas en una lenta caricia que no le restaba pasión por la velocidad, mientras los dedos sobre ese abdomen se entrelazaban, uniendo más que cuerpos en lo profundo.
Y como si el cansancio que los mantuviera enlazados como novatos amantes ya simplemente se esfumara, fueron esas caricias las que iniciaron un lento vaivén que buscó llevar el cariño a nivel menos casto. Lentas comenzaron a rozar su interior, lentas erizaron cada poro en la pelirrosa porque era tal su sensibilidad, era tal el calor que de la piel de ese hombre emanaba, que era imposible no desear más aunque su hambre estuviera satisfecha.
Lento, suave, profundo así comenzó, temblando en su interior algo más que solo placer, contando con caricias que sus bocas se brindaban mutuamente, aquellas palabras que prometían más que noches de cama. Porque así se sentía, porque era una certeza que habitaba en ellos aun cuando nada más se mencionara.
Fue su gemido, fue esa pequeña separación para respirar, la que le llevó a mirar los labios hinchados de su amante, la que la llevó a buscar los ojos ahora que mantenían la expresión de placer que le contraía el ceño pero que de furia ya no tenía nada. Era una mueca diferente, era una entrega, ya no se resistía al entender, poco importaba en ese instante racionalizar algo, sólo sentir, sólo tomar del otro lo que uno brindaba.
Se miraron, pero no fue un simple recurso de goce, porque en aquella mirada se sintió como si al fin se encontraran. No hubo necesidad de pedir nada, solo ese lento vaivén que ni siquiera con el empuje llegaba a desenfocar al otro, porque ahora no eran cuerpos, no eran manos entrelazadas; era más, era más profundo, era más intenso que hasta si el aire pareció abandonarles cuando algo más les ocupara el pecho.
Y nadie detendría aquello, aunque asustara, porque ese placer no se vio teñido del caliente dolor que los incitara antes. Había otra cosa, había un temor a aquello desconocido y anhelado por él, y doloroso para ella porque sabía que sabor tenía el perder.
Pero no importó. No importó cuando de sus labios escapó aquel gemido, aquel pedido que lo incitara a más.
—Sei, ya no me alejes...
—Eres mía ahora.
Y la calma los abandonó, aumentando la intensidad de aquellas estocadas, girando ella para aferrar ese rostro besándole de nuevo, mientras él sólo la amarraba a su placer abriéndole las piernas. No hubo búsqueda de finales, ni de orgasmos, no hubo búsqueda de complacer ansias, sólo sentir, acariciar, entregar más de lo que el otro pedía, porque ninguno entendía nada en ese instante. Y tal vez el tiempo los sorprendería al correr a un ritmo que su goce no entendía, porqué aislados de todo sólo existían ellos en esa pequeña burbuja. Y tal vez sí, los sorprendería o quizás fuera ese nuevo orgasmo que les arrolló suavemente cuando sus cuerpos sobreestimulados respondieron a una biología, que lejos de terminar algo, más los unía.
La luz que entraba desde la amplia pared vidriada, no le molestó antes, aunque ahora calara en ese ceño contraído llevándola a girar el rostro hacia el otro lado mientras abrazaba la almohada que funcionaba como tal y como un añadido al colchón que le brindaba alivio a la cintura.
Pero no fue aquello lo que la despertó, sino el beso que se posó suave entre sus omóplatos, picándole la piel de la espalda con los cabellos que cayeron después.
—Mmmm —susurró en somnoliento placer cuando no terminó allí, y comenzó a subir a su cuello, corriendo los cabellos que la coleta alta ya no sostenían.
La noche fue larga, sus cuerpos no se detuvieron hasta que despuntara el alba y al fin pidieran un respiro, agotados, saciados, aunque aún con ganas.
"No te vas mañana" le susurró él cuando la abrazara en el último orgasmo. Y ella le sonrió.
"No, sino dejas de besarme", le dijo antes de que le comiera la boca con calma.
No sabía cuánto había dormido, pero no era suficiente. Así le reclamaron sus músculos cuando quiso moverse, mientras el varón ahora le mordía suavemente el lóbulo de la oreja.
—¿Vas a seguir durmiendo, preciosa?
—Mmm... ¿vas a dejarme hacerlo?
Seiyi carcajeó, metiéndose debajo de las sábanas ahora, antes de emitir la orden que corriera la primer capa de cortinas que no quitaba la iluminación pero si la atenuaba.
—¿Eso es un no? —dijo antes de carcajear de nuevo cuando sintiera la dureza del varón apretarse contra su cadera, mientras las manos le tomaban de la cintura para girarla.
No hubo más palabras, el beso que llegó ni bien quedara sobre sus espaldas le obligó al silencio, uno apenas interrumpido por el gemido que le robaron los dedos estimulándola. Incitación que apenas si necesitara unos instantes para dejarla lista, era su cuerpo reaccionando a él tan lascivo, que se vio sorprendida deseando lo que vendría luego cuando se acomodara entre sus piernas hundiéndose en ella lentamente.
El hombre era tan incansable como insaciable, la primer noche se lo dejó claro, y lejos de preocuparle aquello le excitaba solo considerar lo que significaba estar disponible a él cada vez que anduviera cerca, y lo mucho que disfrutaría de ello, porque si algo le había sorprendido en esas horas juntos en sexo, fue que el Hyuga no sólo buscaba orgasmos. El sexo para él era liberación, sí, pero sobre todo eran caricias, otra demostración física del gusto. El éxtasis era un delicioso complemento que él se permitió pocas veces durante la noche, y esa mañana entendía que buscaba eso, solo poseerla, acariciarla, besarla de esa forma tan íntima y profunda. Aunque en su propio cuerpo aquello significara otra cosa, porque por primera vez el desgraciado hacía cualquier cosa respondiendo con pequeños orgasmo que la tenían temblando a poco. Entendía que no eran un final, pero tampoco eran nada. Era esa sensibilidad tan exacerbada que él supo alimentar a maña, a miradas, a palabras tan sensualmente articuladas.
—Que me haces... —le susurró Seiyi sobre esos labios, y era que aquello hasta a él le sorprendía.
Siempre fue de sesiones largas, de no guardarse las ganas en nada, pero lo que hacía ya era otra cosa. Porque no se trataba solo de sentirla, su cuerpo buscaba más y aun no entendía qué era lo que lo tenía tan hambriento.
—¡Sei! —gritó de repente aferrándose a los hombros cuando una serie de temblores azotaron su cuerpo, prolongados con los movimientos el tiempo suficiente para sentirla aflojar el agarre y la curva de la cintura.
Le buscó la boca luego, besándola con ganas mientras se mantenía dentro. Y le acarició los cabellos viéndola a los ojos, estudiando esos jades extasiados que ahora le sonreían.
—¿Vas a despertarme así cada mañana?
—Mmm... si duermes cada noche a mi lado, ¿por qué no?
Ella carcajeó.
—¿Dices que depende de mí?
—Siempre dependió de ti —y le besó.
—¡Ya! Te recuerdo que eras tú el que me alejaba —le rodeó el cuello ahora, acariciándole los largos cabellos que caían por un lado, al acomodárselos sobre el hombro—. Claro... todo yo ahora.
Él le sonrió con calma ternura mientras detallaba esos iris moverse observándolo.
—Te di todo en el primer beso. Sólo que no lo notaste.
—No fue así.
—Sí, lo fue.
—¡Qué no!
—Sabes que no puedes negar eso —y le besó antes de salir de ella, había notado la pequeña mueca por su peso.
Ya demasiada intensa había sido la noche, era consciente de que su libido demandaba demasiado y ella disfrutó cada segundo con su aguante, y sabia que no le diría nada pero él la conocía lo suficiente como para reconocer los límites.
Y se recostó sobre sus espaldas al lado de ella, quien pronto se acomodó de lado, jalando del brazo para que la envolviera cuando posó el mentón en el pectoral observándolo. El varón la miró con seria calma, segundos después.
—Está bien, no voy a negarlo entonces.
—¿Cómo?
—Me dijiste que no podía negar que me diste todo en el primer beso.
—Así es —la mano que le abrazaba ahora le delineaba la espalda, y ella no hacía más que mirarle, con esa leve sonrisa en los labios.
—¿Y es cierto?
Él suspiró.
Si debía responderle por aquella vez, estaba seguro, porque si se remitía al preciso instante en el que estaban, no había más que caos en su interior, uno que iniciara desde el momento en la noche que al fin la tuviera. Un caos maravilloso de sensaciones nuevas que no analizaría en ese instante, porque lo único que quería era seguir sintiendo, sintiéndola a ella.
—Tan cierto como cuando te digo que eres la primera que lo logra.
Ella levantó la cabeza en ese instante.
—Sei... ¿qué dices?
—Shhh.
—No, espera. No puedes soltar alg-
—La decisión siempre fue y va a ser tuya —le tomó de la nuca girándola para quedar sobre ella una vez más, y le besó ni bien la acomodara, corriendo la mitad del peso de su propio cuerpo al lado para no aplastarla—. Dame esta oportunidad. Déjame demostrarte lo que obtendrías.
Y el nuevo beso la tuvo asintiendo mentalmente a aquella propuesta, siendo tan parecida y a la vez diferente a la que experimentara con Kakashi, abofeteándose mentalmente al compararlos otra vez. ¿Qué le pasaba? Uno era parte de su pasado, uno que inició en experimentación e incertidumbre, y que debió obligarse a dejar atrás. Otro era el presente, y quizás el futuro, comenzando con promesas que si se mantenían luego de que el calor del sexo se disipara en la cotidianeidad y las zonas grises de sus personalidades, sería real.
Pero debía dejar de hacer aquello, no era sano buscar similitudes o diferencias, y se lo propuso, como también se propuso darle una oportunidad a eso que ahora le arremolinaba el estómago y le hervía en la sangre.
—Sei, demuéstramelo —le susurró decidida sobre los labios y él le sonrió, para luego contraer el ceño en esa nueva mueca de profunda seriedad con la que le observaba acariciándole las mejillas con los pulgares.
—Eres única.
—Tú también —y se mordió el labio, contemplando lo apuesto que lucía ese hombre viéndola así, con el cabello revuelto que de pesado ni se despeinaba, y con esa mirada entre encendida y enfurecida que le teñía los pómulos en aquel sonrojo de excitación. Ya estaba duro nuevamente y debió suspirar al notarlo, sobre todo advirtiendo que su cuerpo respondía a aquello mojándose de inmediato. ¿Qué carajos le sucedía?
Y fue su estómago el que cortó el momento, gruñendo sin reparar en el aura sexual que los rodeaba.
Seiyi abrió los ojos en sorpresa carcajeando segundos después.
—¿Eso fue tu estómago?
—¡Ay, si! —Sakura se sonrojaba por completo— ¡No! ¡Qué vergüenza!
—¿Tienes hambre?
—Bueno... anoche no cenamos.
Y allí cayó. La cena. Ni siquiera la habían tocado.
—Ou...
Y ahora era Sakura la que carcajeaba cuando fuera la barriga del varón quien también reclamara por lo mismo.
—¡Se sincronizaron nuestros estómagos!
Y rieron juntos, separándose Seiyi definitivamente para levantarse de la cama.
—Esto se soluciona rápido.
Se dirigió a la mesa de noche de la derecha, levantando el tubo de un aparato que Sakura sabía se llamaba teléfono. Lo había visto en el proyecto que le comentara Kakashi, el cual aprobaría esa misma primavera para iniciar las conexiones. Y sonrió.
«Kakashi...»
—Desayuno francés para dos —habló al tubo luego de unos segundos—. Sí, en mi habitación.
Y cortó yendo hacia una habitación que se encontraba a metros de la cama, la cual encendió las luces cuando este entró. De allí salió vistiendo unos pantalones flojos en color negro, portando en la otra mano una remera en los mismos tonos.
—Vístelo —Sakura se lo tomó sorprendida—. Pronto vendrá el desayuno —y le sonrió antes de perderse en el baño, atándose un rodete bajo mientras caminaba.
Sakura le siguió con la mirada en todo el camino, la imagen del varón así vestido era muy sexi, y le encantaba la soltura y cotidianeidad con la que se movía por el lugar con ella presente, y luego suspiró al bajar la mirada a la ropa que le diera. Lo desplegó notando al fin que era la prenda que completaba el atuendo que él vestía, y entendió que debía cubrirse si alguien más viniera. Y así lo hizo, quedándole enorme al caer por un hombro el cual le dejó descubierto, llegando a tapar apenas sus glúteos al ponerse de pie sobre el colchón.
—Estás hermosa.
Dio un respingo al oírlo a sus espaldas, y giró debiendo sostener la suelta remera sino quería que se le viera nada.
—No debes ocultar nada de mí.
—Estoy... desnuda debajo de... esto.
—Nada que no haya visto ni vaya a ver, Sakura —le sonrió con advertencia, debía dejar de ser tan tímida con él cuando no estaba excitada, aunque aquel rasgo le supiera más grandioso que una molestia.
—Lo mismo... no sé... si viene alguien...
—Acércate —le dijo, deteniéndose a un lado de la cama. Y esta avanzó, tambaleándose al caminar cada vez que el pie se hundía en el colchón, apoyándose en esos anchos hombros bruscamente al llegar.
Él elevó la cabeza, la joven quedaba más alta en esa posición, y pronto sus manos correspondieron sobre los muslos que se erizaron por la indecorosa caricia.
—Eres preciosa, ¿lo sabes?
Ella carcajeó.
—No, no lo sabía.
—Pues sí, lo eres —Sakura le tomaba el rostro entre sus manos ahora— ,y me encantas.
Carcajeó divertida nuevamente.
—¿Te encanto?
—Sí.
—¿Soy un hada ahora?
—Eres la reina de las hadas.
Una nueva risilla escapó mordiéndose los labios antes de mover las piernas, cuando sintió esos inquietos dedos colarse debajo de la remera para acariciarle los glúteos.
—¿Vas a empezar de nuevo?
—¿Empezar? Nunca se acaba conmigo —le besó con ganas—. Vas a tener que acostumbrarte a eso.
—Uy... ¿me vas a dar tantos orgasmos como anoche?
—Más.
—¿Más? ¡Qué sacrificio va a ser acostumbrarme!
Ahora era Seiyi quien reía, con esa carcajada grave que le embellecía el rostro, con los leves hoyuelos que le marcaba la sonrisa que adornaba los labios.
—¿Me besas?
Y no le demoró tomándole la boca en un profundo beso, aunque no pudiera extenderlo demasiado. Los dos toques a la puerta a su habitación les interrumpieron, típicos de Watari cuando le llevaba algo allí, a un lugar al que únicamente accedía él, su mayordomo y un sirviente de confianza para hacer la limpieza, porque nadie más en la casa podía hacer tal tarea.
Le soltó yendo hacia la puerta a paso calmo, mientras Sakura le seguía con la mirada, deleitándose con esa ancha y trabajada espalda, y aquel trasero que el pantalón tan bien le resaltaba.
—¿Qué miras? —le dijo ya en la puerta, sonriendo a espaldas de la risilla que le llegó como respuesta.
—Señor.
—Buen día —se corrió—. Pasa, Watari.
Este entró con su semblante serio, arrastrando delante el carro con las bandejas. Las había decorado románticamente tal como hiciera la noche anterior con la mesa, sonriéndole dulcemente a la señorita que ahora se arrodillaba de repente en la cama jalando esa remera para tapar más las desnudas piernas.
—Buenos días, señorita Haruno.
—B-buenos días —suspiró antes de sonrojarse por completo— ...Watari.
Este asintió deteniéndose al lado de la pequeña mesa, para intentar comenzar a acomodar la vajilla y servir el desayuno.
—Deja Watari, yo lo hago.
—Como diga, señor —e hizo una pequeña reverencia, soltando el carro, sin moverse de allí, más que para sonreírle nuevamente a Sakura.
Seiyi carraspeó llamándole la atención.
—Disculpe. ¿Quiere revisar si está todo lo que pidió?
El Hyuga entrecerró el ceño ante la pregunta, nunca hizo eso ni el hombre se lo sugeriría, ambos se conocían demasiado como para aquello, pero no pudo evitar sonreír negando luego cuando lo advirtiera observarla con esa mueca de boba satisfacción en los labios.
En cierta medida, ella en la habitación de su señor era el elemento disonante que le brindaba aquella alegría, ya que ninguna mujer jamás, ni siquiera la madre, había entrado al dormitorio privado de la mansión. Era el santuario del hombre, uno muy bien cuidado. Cada esclava siempre tuvo su propia alcoba en donde la visitara hasta que saciara las ganas, sin contar con el salón de juegos que se encontraba en el mismo piso, pero en el ala opuesta.
—Está todo perfecto —apuró colocándose molesto frente al campo visual del hombre.
Este pestañeó.
—Entonces, ¿se le ofrece algo más, señor?
—Que nos dejes solos, Watari —respondió en un tono algo más bajo, logrando que el hombre se inclinara hacia él luego.
—Está radiante —le susurró ahora que ella no le veía, y la distancia no le dejaría apreciar más que un leve cuchicheo.
—¿Cómo?
—Y usted también —le guiñó un ojo—. Y yo que me preocupaba...
Seiyi carcajeó poniéndole la mano en el hombro
—No se nos ofrece nada más —dijo en un tono audible y le tomó del codo luego, para guiarle a la salida, aunque este frenara antes de que le cerrara la puerta.
—¡Disculpe, señor! Tengo un mensaje —carraspeó—. Madame Bollieu solicitó una-
—No estoy para nadie hoy.
—Llegó la encomienda.
—Entonces envía todo a la estancia. Lo están esperando.
—Entiendo ¿y qué hago con las modelos?
Sakura se removió incómoda, provocando esa sonrisa en Seiyi, ya que por más que no la viera, iba entendiendo que la mención de otras mujeres alrededor suyo, no le gustaba para nada.
—¿Llegaron?
—En quince minutos, señor.
—Dales el desayuno y dispón traslado hacia la estancia. El equipo y la revista las esperan allí. Bollieu sabe qué hacer, tiene todo arreglado y bajo control. No me necesita hoy.
—Perfecto. Entiendo que se quedan toda la semana ¿la estadía está incluida también?
Seiyi encogió el ceño. Se había olvidado del detalle, en realidad, la idea original era que se quedaran en la mansión, pero ya no le encontraba sentido a aquello. Todo ese despliegue fue más una ayuda a Bollieu para garantizar las ganancias del proyecto, aunque iba a entretenerse en el proceso. Y las ganancias ya estaban a salvo, ahora sólo restaba garantizar la comodidad de las empleadas.
—Buen punto —lo pensó unos segundos—. Consigue estadía en la estancia, Raoul estará encantado con un dinero extra, así que no repares en gastos.
—Perfecto, señor. Nadie le —carraspeó nuevamente— ...les molestará en lo que resta del fin de semana.
—Dije del-
—Dijo del fin de semana, señor.
Este sonrió. El zorro de su mayordomo, que tanto temía fuera demasiado rápido esa noche, ahora se aseguraba que aquello que hicieran se repitiera más de un día.
—Sí, dije eso.
El hombre le saludó inclinando la cabeza, y giró para retirarse rápidamente.
—¡Watari!
—¿Señor? —volteó.
—Dile a Bollieu que me mande diez de los mejores vestidos de la colección Coucher de solei, con zapatos, abrigo y accesorios.
Watari sonrió.
—No le va a gustar.
—Te los dará igual, toda la colección es mía.
Este asintió con la mueca de satisfacción hinchándole el pecho, nada le gustaba más que molestar a esa mujer, y acomodó el chaleco jalándolo de los picos hacia abajo antes de alzarle el pulgar en un gesto nada elegante para su puesto, y giró retirándose del lugar prácticamente corriendo.
Seiyi negó riendo, mientras cerraba la puerta. Conocía la estima que tenía el hombre para esa jovencita rosa, congenió con ella desde que se la mostrara por vez primera. "¿De verdad le gusta, señor?" Fue la pregunta que le formulara aquella vez, una que le hizo por cada nueva esclava que pasaban a recoger en ese gesto casi ritualezco de iniciación a su harem. Pero esa tarde, la pregunta sonó diferente, porque era distinta la mirada que le observaba esperando la respuesta. Y no hubo palabras, recordaba que sólo le sonrió y luego la miró a ella, y en ese preciso momento fue cuando Watari habló nuevamente, y le dijera aquello que casi caló más fuerte que si la revelación hubieran sido sus propias palabras. "Sí, le gusta. Y es perfecta." Y sabía que no la estaba viendo como la novedad de turno.
Esa jovencita pelirrosa le cambiaría la vida, ese fue su pálpito al enojarse con Kakashi cuando la encomendara a su cuidado, él no estaba para niñero y ahora...
Ahora la misma jovencita le miraba duramente, con los mofletes hinchados en enojo y ese ceño contraído, que se acentuaba con el cruce de brazos que enfriaba su aura.
—¿Qué?
—El desayuno francés... es por esa gata, ¿no es cierto?
—¿Bollieu?
—La gata.
La miró una vez más y luego rompió en carcajadas. Realmente le fascinaba la pequeña, y reclamando celosa, casi que era un manjar en todo sentido.
—¡No te rías! —se levantó a los tropezones desde la cama, increpándolo de frente ni bien llegara a su lado. Tan pequeña lucía descalza y apenas vestida con sus propias ropas, que esa cabeza y media que él le llevaba hasta le enternecía—. Vi cómo te mira, como te ... toca. Cariño de aquí, secretitos al oído y eso —puso cara de estirada con el pucherito armando trompita— ... esos pucheritos de consentida caprichosa.
Seiyi reía.
—¿Que tienes con esa?
Podía mentirle y terminar todo allí, podía aclararle que el reclamo estaba de más, él no era hombre que diera explicaciones, pero no lo haría. Le prometió ser sincero con ella, ir en serio, y lo sería. Drásticamente.
—Tenía.
—¿Qué? ¿Que tenías? ¿Que...? ¡Sei!
—Fui el ... lo diré simple, "el soltero de confianza". Pero fue hace años —lo pensó— ,más de una década, aunque suena... ¡mierda! Cómo pasa el tiempo.
—¡Sei! ¡No cambies el tema! —suspiró— ¿Soltero de confianza?
—Ella y su marido son swingers.
—Sui... ¿qué? —apretó los dientes— ¡Me estás cargando! ¿Es casada y dices que...? ¿Le fue infiel contigo?
—No, no, no —y ahora buscaba una silla para sentarse, tomándole las manos para jalarla y meterla entre sus piernas, dejándola cerca aunque ella se resistiera. Y le abrazó el cuerpo.
—Les gusta compartirse y verse manteniendo sexo con otras personas —Sakura abrió los ojos—. Los conocí por unos negocios con su marido, y luego invertí en un proyecto de modas de ella. Y ahora es la mejor diseñadora de Francia, fue una excelente inversión.
—¡No me cambies el tema!
—Te estoy contando que-
—Pero te acostaste con ella —le interrumpió.
Y eso era únicamente lo que le había quedado de aquella explicación.
Sonrió calmo antes de hablar.
—Con ellos.
—¿Qué? ¿Con... con el marido también?
Carcajeó mientras negaba.
—Él estaba ahí, participando —ella abría más los ojos—. Sabes de que hablo, lo viste en el club.
Sakura asintió y suspiró luego, desarmando el cruce de brazos segundos después. Y fue un instante en que aflojó el semblante, en el que él aprovechó para besarla nuevamente. Le encantaba cuando se ponía así, le pudo observar esas reacciones posesivas por primera vez el día anterior y ya supo que sería algo que la haría irresistible a sus ganas, porque ya le tenía duro y aun ni si quiera le había tocado.
—Te besó.
—Sí, Sakura
—Conoce tu cara de placer.
Seiyi carcajeó nuevamente, ¿esa era la preocupación?
—Conoce más que eso de mí.
Agachó la mirada ahora, jugando con uno de los mechones de su cabello, y luego asintió comprendiendo que la competencia era grande, que quizás ella fuera una más de tantas. Y no le gustó, no entendía porque justamente ahora ese detalle que tan bien conocía antes de meterse con él, en ese instante le molestaba.
—Sakura, soy un hombre con mucho pasado. Eso nada va a cambiarlo
—Lo sé.
—Pero ahora estoy aquí, contigo. Y esa es la historia debe importarte.
Le miró.
—Tú, aquí, y yo. Ahora, mañana, pasado y el que sigue, y el otro, y otro. No antes.
—¿Muchos días?
Seiyi sonrió.
—Todos los que decidas seguir conmigo.
—Realmente quieres ...¿quieres seguir esto? —se señaló a ambos repetidamente.
Este respiró hondo, entendía que siempre fue claro en sus intenciones con ella, pero aún le desconfiaba. Era en vano repetirlo en palabras, ya que solo el tiempo le sacaría de la duda.
—¿Tú lo quieres?
Su boca se cerró en ese instante, quedando fija en aquellos ojos que con tal tranquilidad y profundidad le esperaban.
Y asintió al fin luego de soltar el mechón con el que jugaba, dejándose llevar por esa sonrisa que pronto le provocó besarles. Era mujer de besos, no podía resistirse a ellos, ni lo quería. Y esa boca era tan deliciosa que era imposible desear otra cosa cuando la observaba.
—No dejes de besarme... Sei —le susurró.
—Imposible ya.
—Me gusta mucho besarte —y le depositó un corto pico, y luego otro—. Me gustas mucho...
—Tú también —le sonrió, carcajeando cuando el estómago de Sakura volviera a rugir.
—¡Inoportuno!
—Ya, vamos a comer —y de dio una pequeña nalgada para que ella se corriera, poniéndose de pie luego para acomodar las bandejas sobre la mesa—. Tengo muchos planes para este fin de semana.
—¿Tienes trabajo? —se sentó en la silla que él le indicaba, ubicada frente a la suya en la pequeña mesa.
—Sí.
—Bueno —la sonrisa se disipó— ...nos veremos el lunes entonces, ¿no?
—No, Sakura —y ahora tomaba asiento mientras destapaba las bandejas con los quesos y los huevos revueltos en manteca— ¿Acaso escuchas lo que te digo?
—¿Cómo?
—Anoche te dije que tú te quedas conmigo —le sonrió—. Todo el fin de semana.
¡Hola! Buen día, buen día...
Les dijo que hoy venía tempranito, y cumplí. je je je
Porque este cap debía ser publicado así, para que lo tuvieran "disponible". Es muy necesario tomarse el tiempo para disfrutarlo, bueno, a quienes le guste ...esto. A quienes no, no me podrán decir que no lo leyeron con gusto culposo, ¿o no? jajajajajaja
Bueno, antes que nada, GRACIAS.
Gracias por las demostraciones de apoyo, y por la comprensión, y por seguir ahí semana tras semana, y por aguantarme este tiempo en el que estuve muy ocupada con el trabajo. De verdad, Gracias.
Ahora sí, las dejo para que sigan y me preparo para leerlas. ¡Y para seguir con el próximo cap!
Nos leemos. ¡Besos!
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