Capítulo 42
Soltó el humo del cigarrillo siguiendo con la mirada el lento ascenso, perdiéndose luego en el cielo oscuro y estrellado de esa noche fría que se abría en el jardín frontal al hospital.
La seriedad bañaba su rostro aunque fuera angustia lo que realmente se le retorcía en el pecho. Por qué lo correcto para ella significaba una herida para él.
No le gustó la mirada esquiva con la que Kakashi le saludó al entrar a esa habitación. Ni la ilusión que encontró en los ojos de Sakura cuando no pudo evitar detallarla segundos después. Esa joven estaba enamorada de su amigo, un amor puro y lujurioso que lo tenía preguntándose, por primera vez en su vida, que movimiento hubiera sido el necesario para que esos ojos sólo se posaran en él. Y sabía que no era en sí lo que no hizo, sino la demora en hacerlo. Y ya no podía torcer nada. Tan solo ser un mero espectador que perversamente esperaba su oportunidad, que aun deseándola con ansias, sucumbía al débil ruego de no hacerla sufrir.
Y allí lo tenían, observando a su amigo reencontrarse con la que su ser reclamaba como su mujer, esperando que él reaccionara más cariñoso, no tan solo preocupado como si fuera una pupila más. Aunque entendía que demasiado no podía demostrar frente a una Tsunade que destilaba advertencias con cada exhalación.
Se quedó a escuchar lo suficiente como para saber que aún Sakura se quedaría internada por una semana más, hasta que el chakra de la Senju fuera definitivamente drenado de ese cuerpo y pudiera constatar de que los canales de la chica funcionaran bien. Además de la necesidad de estudiar junto a ella todo el avance que hizo sobre el negatiboru, un jutsu prohibido que ella misma había perfeccionado en su juventud. Las investigaciones de Sakura le interesaban, recalcándolo varias veces sin reconocer el orgullo que se desprendía en cada mención.
Y luego vinieron las preguntas, y esa casi desesperada necesidad en la chica por estar a solas con el peliplata. Nadie más que ellos dos podían notarlo, ya que nadie más que ellos le conocían las pequeñas manías en esos delgados dedos y en esa mirada chispeante. Y fue ver a los ojos a su amigo para entenderlo, para descubrir esa misma necesidad en él, aunque desgraciadamente allí viera algo más que no dejaba de preocuparle. Porque ya no encontraba el mismo brillo y celo que vio semanas atrás, y temió, ya que por un segundo le pareció encontrarse cara a cara con los ojos de aquel fantasma que años atrás habitaba en su amigo.
Pero no quiso darle importancia, no en ese momento. Sólo cumplirle el deseo a la joven. Y fue así que se encontró buscando la excusa que sacara a Tsunade de esa habitación, aunque su tía de la vida tenía de tonta lo que él de bailarina, y pronto entendió lo que tramaba decantando por ceder al capricho de su joven alumna, aunque en los ojos habitaba un deseo de arrastrar a ese peliplata fuera, no solo del lugar sino de toda Konoha.
Una nueva calada profunda y rápida, llenó su garganta de humo drenando la ansiada nicotina hacia los pulmones. Era un mal vicio, lo sabía, pero en momentos como ese le calmaba los nervios.
Y lo necesitaba. Porque no le gustaba ni un ápice como se estaban dando las cosas. Ni lo que sabía que iba a suceder.
—Hace frío para estar fumando aquí.
Seiyi se sobresaltó apenas. No lo sintió venir y eso no era bueno, porque significaba lo perdido que se encontraba en sus pensamientos, y él nunca se perdía. En nada.
—No puedo hacerlo en otro lugar. Vete enterando, esto es un Hospital.
Kakashi respiró hondo metiendo las manos en los bolsillos antes de apoyarse en la pared al lado de su amigo.
Este le miró de reojo cuando terminó de acomodarse.
—No entiendo qué haces aquí. Te conseguí tiempo a solas —le refutó antes de calar nuevamente.
—Tsunade me pidió que saliera.
—¿Y desde cuando le obedeces tanto siendo el hokage?
—Tengo que hablar contigo —fue toda la respuesta que le brindó.
Seiyi sonrió soltando el humo hacia el lado contrario para observar la colilla encendida después. No le gustaba el tono utilizado y esas palabras le decían mucho más que si hubiera sido para su pregunta.
—Habla —y caló nuevamente, siendo esa la última antes de arrojar lo que restaba del cigarro al suelo, apagándola con el pie.
—Los concejales están detrás de Sakura.
Seiyi chasqueó la lengua en disgusto.
—Son políticos —dijo con una mueca de furioso asco, minimizando una situación que bien sabía que podía complicarse.
—Sí, pero el daimyo de la Aldea escondida en las Nubes no.
—¿Qué mierda quiere ese viejo amargado?
—Siempre estuvo detrás de los médicos de Konoha, lo sabes, y ahora encontró una veta para llevarse uno sin esforzarse por el cambio.
—No te entiendo.
—Me pidieron que Sakura fuera apartada de su cargo aquí en la aldea. Dicen que interfiere con mis decisiones dada nuestra relación —continuó luego de una breve pausa—. Pero que todo quedaba olvidado si se iba como médico a esa aldea.
—Me imagino que te negaste —advirtió.
Kakashi respiró hondo apretando los dientes después.
—La negué, Seiyi.
Este le miró entrecerrando el ceño, confundido.
—¿Qué quieres decir?
—Negué que tuviera una relación con ella.
Seiyi entrecerró los ojos meditando esas palabras, sin poder evitar carcajear después.
—Claro, y te lo creyeron y todo.
—Sí, me creyeron —ahora era el peliplata quien le miraba—, porque creen que la tiene contigo —. La seriedad bañó el rostro del Hyuga en ese instante—. Buscan una cabeza para cortar, y no quieren la mía.
Seiyi sonrió ahora, mirando una vez más hacia el cielo cubierto de estrellas.
—Entiendo.
—No estoy cubriéndome.
—Lo sé —y fue buscar una vez más los ojos de su amigo, para encontrar en ellos lo mismo que él expresaba—, hubiera hecho lo mismo por ella.
Este respiró hondo al escuchar esas palabras, si bien le aliviaba la respuesta aun conociéndola de ante mano, lo seguía sintiendo incorrecto, no por el Hyuga quien ahora se liberaba de las formalidades de un cargo que aceptó por mera cortesía hacia él, sino por ella. Porque la había negado a ella, iniciando así ese destino autoimpuesto que en algún momento sintió que podía llegar a burlar.
—Bien Hatake, hiciste bien —suspiró, aceptaba lo que su amigo había hecho, pero aquello le restaba excusas para compartir con la pelirrosa ahora que no serviría más a la aldea en un cargo que bien lo relacionaba con ella—. Sólo que van a tener que ser más cuidadosos de ahora en más.
Kakashi no le dijo nada. Ni una mueca, ni una palabra.
—Las visitas a tu departamento... puedo comprar el silencio de varios ANBUs ya que estoy en medio, pero no de todos, creo que deberían verse en otro lugar —buscó un nuevo cigarro desde el bolsillo, no entendía que le llevaba a ayudarle con los encuentros que tendrían, tal vez fuera porque había quedado inmiscuido en esa historia y no quería soltarla del todo, o tal vez consideraba que ahora podría estar más cerca que antes—. Quizás les convenga el Lux —le codeó buscándole con la mirada— ¿Qué piensas?
El peliplata huyó a esa mirada, sólo tensando la mandíbula al ver hacia la nada.
—¿Kakashi? —no le gustaba el silencio.
—Sí, sí... veremos.
—El alta será en una semana. ¿No quieres estar con-
—En una semana —repitió interrumpiendolo.
El Hyuga apretó los dientes. La dubitación... era la segunda vez que la observaba en la noche y no le gustaba. Los fantasmas del pasado ya estaban allí, no había creído verlos, los había visto, regresando con todo el yugo de su presencia.
—No la dejes —le dijo al fin. No era lo mejor que podía hacer por él, pero sí por ella.
Y si bien entendía que esas palabras se estaban adelantado demasiado, su estilo no tenía miramientos. Era directo cuando debía serlo. Y aun así, el peliplata no hizo nada, ni siquiera lo miró.
—Kakashi.
—Vamos adentro —fue todo lo que le respondió antes de perderse tras la puerta hacia el hospital.
Fue diferente entrar a su casa sintiéndola vacía. Ya se había acostumbrado a las cosas de Sakura que le habían invadido gratamente cada habitación, impregnando todo no sólo con su tácita presencia, sino también con su aroma.
Y ahora yacían todas tristemente acumuladas en dos cajas y un bolso esperando a que Watari las recogiera, sellando así la mejor época de su vida. Porque aunque quisiera pensar que no, sentía que allí estaba escribiendo su adiós.
El alta de Sakura fue otorgada esa mañana, y tuvo que respirar hondo al reunirse con la pelirrosa al mediodía, explicándole que por cuestiones de seguridad ella debía regresar a su propio departamento. Esos jades preciosos se posaron en él expectantes, ni siquiera tristeza encontró, sólo ese asombro decepcionante que albergaba las certezas que las palabras no querían pronunciar. Asintió luego de unos segundos, aceptando la orden, ya que frente a ella no estaba su ex sensei en ese instante, ni siquiera el hombre, menos el amante. Frente a ella estaba su hokage, y ante él sólo restaba la obediencia, sino había una mejor propuesta que decir.
Fue Seiyi quien con su mirada inquisidora, lo increpó en la puerta del hospital, adivinando aquello que él no contara. Fue él quien le reclamara con ese "No" tan tajante cuando Kakashi le pidiera que la llevara en su lugar al departamento de la pelirrosa.
"Llévala tú, si tienes los huevos" le dijo, y le dejó helado por más que no se le notara.
Fue Ino y Rock Lee quienes la acompañaron al fin, y estuvieron con ella hasta que se acomodara. Quienes ignorantes de lo que entre ellos sucediera, le alentaran pensando que esa mirada opaca en la chica se debía al estrés de la batalla o algún trauma oculto de guerra.
Los golpes en la puerta a su casa le espabilaron y le obligaron a ponerse de pie. Respiró hondo una vez más antes de abrir.
—Tu —fue todo lo que dijo cuando fuera Seiyi quien entrara antes que Watari. El pequeño hombre se inclinó en respeto y él le saludó de igual forma después.
—¿Eso es todo? —señaló las cajas el Hyuga al detenerse en la sala.
—Sí.
—Te ayudo Watari —dijo tomando una caja y el bolso. El hombre hizo lo mismo con la otra más pequeña.
Las depositaron en el baúl del auto bajo la atenta mirada del hokage, quien aguardaba desde el pequeño pórtico que apenas si ofrecía resguardo de la llovizna que comenzara repentinamente.
—Espérame aquí —el hombre asintió entrando al vehículo mientras Seiyi hacía lo mismo a la casa junto al peliplata, que ahora contraía el ceño.
—Siéntate —ordenó como si fuera su propia casa, acomodándose en medio del sillón de dos cuerpos luego de quitarse la gabardina de abrigo. Cruzó las piernas apoyando luego ambas manos sobre las rodillas, mientras observaba a su amigo quien lo detallaba con una mirada asesina en el rostro.
—Dije que te sientes —el tono no fue cortés, y no iba a obedecerle, pero demasiado si ya tenía con todo ese cúmulo de emociones con el cual lidiar, para tener que iniciar una contienda con el Hyuga. Así que simplemente decantó por sentarse, eligiendo el pequeño sillón que quedaba en frente.
—Qué quieres, Seiyi. No estoy para tus sermones.
—Que lástima —le sonrió con ironía, aunque había más de furia en esa mueca, acomodándose luego al estirar un brazo sobre el respaldar.
Kakashi ni se inmutó ante el despliegue de dominio. Su amigo tenía una presencia que pocos podían ignorar, quizás el Lev era el único que estaba a la altura, y él no sería menos. Pero intimidaba. Aunque esa tarde, las ganas por bajarle el altruismo a golpes no se le quitaría tan fácil, pero las dejaría solo en sus pensamientos. Así que simplemente endureció la mirada sobre ese hombre frente a él, iniciando ahora el duelo silencioso que medía intenciones aunque las mismas ya fueran declaradas ni bien abriera la puerta.
—Lo que haces es estúpido.
—No me importa tu opinión.
—Lo sé. Pero a mi me importa ella, y la estás haciendo sufrir.
—Es lo mejor, y lo sabes.
—¿Lo mejor para quién?
—Para ella.
Seiyi chasqueó la lengua. Era cierto lo que le decía, en alguna medida. Los ancianos poco daño podían hacerle a Sakura, pero los políticos sí, si se ensañaban con desprestigiarla públicamente. Y aun así, entendía que valía la pena el riesgo.
—Los ánimos ya se calmaron con los avances en el frente. Aprovecha eso a tu favor.
—No se trata sólo de eso.
—Eres el hokage. Blanquea todo y hazte cargo.
—No es tan fácil.
—Lo es.
Kakashi apretó los dientes.
—Seiyi, sabes que no.
—¡Déjate de pelotudeces, Kakashi! Esa joven te ama y tú a ella. Es la única mujer en tu vida que amaste, ¿y me vienes a decir ahora que un par de políticos rancios va a arruinar lo que tienes? ¿Sabes lo difícil que es lograr lo que ustedes lograron? —se inclinó levemente hacia el frente acercando su contacto visual— Conoces de mujeres, probaste montones y sabes que Sakura es... es única.
El peliplata ni le respondió.
—¿Sabes lo difícil que es encontrar a alguien como ella?
La mirada de su amigo se volvió pesada, hasta hastío había en esos párpados, como si el tema no le interesara. Y fue verlo suspirar para que el desespero hiciera mella en Seiyi.
—Kakashi, piénsalo por un segundo, nada más. Es todo lo que te pido —se humedeció los labios, inclinándose por completo hacia él—. Sabes lo que siento por ella —Kakashi asintió huyendo la mirada ahora—. Te lo digo como amigo, no arruines lo que tienes con ella.
El peliplata suspiró.
—Kakashi, no lo arruí-
—No puedo arruinar algo que no es —le miró firmemente, carente de cualquier emoción.
—¡Pero por favor!
—Seiyi, lo sabes.
El Hyuga se mordió el labio inferior, arrugando la nariz en bronca al echarse hacia atrás.
—Te desconozco.
—No, sólo que no quieres aceptarlo.
—Tu...—le señaló ahora, buscando las mejores palabras que le hicieran reaccionar, pero esos ojos oscuros tan fríos, tan calmos, tan... allí no estaba su amigo y aunque entendía el proceder al protegerla, no compartía en los métodos porque eso la estaba desprotegiendo de lo que ella más amaba.
—Seiyi-
—Esto... esto que haces —le interrumpió—... esa mirada...estás asustado. Muy asustado.
Kakashi respiró hondo esquivando el dedo acusador que lo señalaba.
—Sí, es eso —carcajeó con ironía, con dolor—. Los políticos y los viejos, son una excusa. Una puta excusa.
Su amigo enfrente, se puso de pie en ese instante dirigiéndose hacia la puerta de calle.
Seiyi entendió de inmediato. Lo estaba echando y no se lo impediría.
Le imitó colocándose el abrigo y cuando estuvo a su lado, apoyó la mano en la madera de la abertura para impedirle abrirla.
—Estás por cometer un grave error.
No le respondió, ni siquiera le miraba.
—Mírame, cagón de mierda.
Kakashi respiró hondo, y elevó de mala gana los ojos hacia la furia de su amigo, sólo para que se largara de allí cuanto antes.
—Grábatelo en esa mentecita tuya, porque no voy a volver a repetirlo —apretó los dientes—. Estás cometiendo el error más grande de tu vida. Y sabes lo que va a suceder —se acercó apenas clavándose en esos ojos— No digas que no te lo advertí.
Y sonrió con bronca soltando su agarre para salir de inmediato, cuando al fin el primero la abriera.
No esperó saludos, ni siquiera volteó a ver que carajos hacia su amigo. Se metió en el auto cerrando bruscamente la puerta.
—A lo de la señorita Haruno, Watari.
—¿No esperamos al hokage?
—No. Ya no.
Sakura no podía dormir esa noche. Su confortable cama de plaza y media le resultaba ajena luego de no regresar al departamento por meses. Hasta su aroma ya se había ido. Necesitó rociarla con perfume cuando al fin entendiera que Kakashi no iría esa noche. Por lo menos sintiendo algo familiar notaría menos la soledad. Ya había tomado como propias las costumbres de su ex sensei, sobre todo la de siempre abrazarlo al necesitar conciliar el sueño, o que él le acariciara con sus pies las piernas cuando ella estaba inquieta por las noches.
Suspiró.
Las cajas que Seiyi le trajera esa tarde aún lucían prolijamente acomodadas en el rincón de la cocina en el que él las dejara. No se atrevió a abrirlas para sacar sus objetos, sentía que con ese simple acto se sellaba un adiós que siempre presintió pero que nunca se atreviera a hablar. Ahora, ese silencio, le estaba carcomiendo por dentro, destrozándole las uñas que se mordía sin descanso cuando quedaba absorta en sus cavilaciones.
Y no entendía porque se había dado todo tan bruscamente, y no podía echarle del todo la culpa a él, hubo señales, ella las vio, algunas más sutiles que otras, pero las hubo. Y aunque quiso creer que quizás con el tiempo desaparecerían, siempre presintió que esa era una historia con un final anunciado, aunque decidiera no reconocerlo. Pero el tiempo de ellos parecía haberse agotado, como si su partida a batalla hubiera puesto a correr en máxima velocidad el conteo regresivo de ese final que siempre había estado ahí, aunque la esperanza lo escondiera del camino. Y le dolía, no podía evitarlo.
Y más le dolía cuando a la tarde fueran sus amigos y no él quienes la acompañaran hasta su casa, quedándose allí con ella, mimándola, un buen rato.
Sólo un instante duró la ilusión de verle al llegar visitas más tarde. La decepción pronto se coló en su sonrisa cuando fuera Seiyi quien la saludara al abrir la puerta, haciéndole un galante chiste en el instante en que ella bajara la cabeza al invitarlo a pasar, ocultando su dolor.
No podía quejarse de ese hombre, por más que ya le hubiera robado dos besos y le tentara la sangre cada vez que pululaba cerca. Desde aquella vez que lo viera en el Lux, supo que debía cuidarse de él, no por el peligro que representara, sino por lo que causaba en ella. Siempre le notó un aura familiar, un aura que le atraía por encima de todo, y no le ayudaba en nada esa mirada con la que parecía metérsele debajo de la piel cada vez que le hablaba. Era peligroso, un hombre peligroso para ella, por lo que se sorprendió cuando su guardia se relajó en el instante en que, debajo de esa tienda improvisada en el frente de batalla, él se sentara a su lado esbozando esa galante sonrisa que por primera vez le supo más adorablemente irresistible que otras veces. Algo había cambiado entre ellos a partir de ese instante, sobre todo luego de combatir juntos.
Y tuvo que reconocer al fin, que además de ser descaradamente apuesto y caliente, Seiyi era un tipo sumamente agradable cuando bajaba ese escudo de conquista que siempre lo rodeaba, y aun cuando no abandonara del todo su galanteo, se sentía bien estar con él, se sentía extrañamente...segura. Esas charlas inteligentes que se daban con tal espontaneidad entre los dos, le hicieron la tarde. Y también la cena, porque no la dejó sola cuando sus amigos se retiraran al final, ocupándose de todo, hasta sorprendiéndola con el menú que minutos después le alcanzara Watari.
Estuvo con ella hasta casi la media noche. Fue esa sonrisa amable que albergaba algo de disgusto, la que la despidió, prometiendo regresar al otro día pero con una sorpresa. Y la expectativa que le generó tal incógnita, la mantuvo entretenida un rato, hasta que al fin se recostara.
En ese instante, cuando su cabeza descansara sobre la floreada almohada, el peso de las verdades y la incipiente angustia le golpearon, dejándola con los ojos bien abiertos y entristecidos mirando hacia el techo, para buscar el entretenimiento que la distrajera al jugar sin realmente prestar atención, con las sombras proyectadas desde afuera.
Suspiró.
Unas lágrimas quisieron agolparse en sus ojos, pero las reprimía una y otra vez. Era sabido que eso sucedería, lo tuvo muy claro luego de aquella breve discusión por ese "te amo" que tan espontáneamente había pronunciado. Fue deliberado, fue hasta suicida decirlo, pero lo sentía. Llevaba semanas sintiéndolo, y si se lo dijo tantas veces a Sasuke cuando no se lo mereciera, ¿porque no a su ex sensei que tanto bien le había proporcionado?
Pero él no quería esas palabras, y aunque aceptara con dolor que no fuera del todo correspondida, nunca esperó que él se alejara de esa forma, ni siquiera que se alejara, sus actos no transmitían rechazo. Pero parecía que lo conocía menos de lo que creía y eso le llenaba más de dolor que cualquier repudio.
¿Tan mal leía a los hombres? No entendía, porque los ojos del varón no le transmitieron las mismas señales que percibía ahora, era por ello que siempre creyó que tarde o temprano esa sensación se iría, pero no. No se fue. Y allí estaban los actos, demostrando lo contrario. ¿Qué carajos estaba mal con ella? ¿O con Kakashi?
Y aun así, ni siquiera podía enojarse del todo. Maldijo su suerte y esa forma tan estúpida de enamorarse.
Los pequeños golpes en el cristal de la puerta ventana hacia el balcón de su habitación, apenas si le llamaron la atención. Fueron suaves, buscando sólo anunciarse, no asustarla. Pero la pusieron alerta. Y fue allí en que notó esa energía.
Se sentó de repente en la cama, viendo hacia esa ventana, hacia la sombra de una persona que se traslucía por las cortinas. Y el corazón se le desbocó.
Era él, él estaba allí.
—¿Kakashi?
Un ANBU de máscara de gato la observaba desde la oscuridad que le conferían las ramas del árbol que daba al balcón. Y si bien ocultaba su imagen a cualquier ojo indiscreto, no hizo lo mismo con su energía, dejando que algo de ella se colara para que la chica lo descubriera. Asintió cuando ella mencionó su nombre, y no tuvo que esperar demasiado hasta que le abriera.
—¡Mira que estás todo empapado! ¡Pasa, pasa!
Entró siendo jalado por ella y no dejó de detallarla en todo el proceso, hasta que corriera la doble cortina, ocultándolos más hacia el afuera. Y ella hacía lo mismo, quedando prendada de sus ojos cuando se quitó la máscara del uniforme ANBU. Le sonrió, en medio de la sorpresa y confusión, esos pequeños labios se curvaron para él, deteniéndose en frente, mirándolo con ojos grandes y bien cerca. Tan pequeñita lucía en ese camisón largo y descalza, tan preciosa con sus jades bien abiertos y el leve sonrojo que ahora se encendía. Tan única...
—Viniste —le susurró.
—Sí —fue todo lo que le respondió antes de quedarse perdido en esas pupilas que aún en las penumbras resplandecían.
No podía dejar de mirarla. Tenerla a solas, en ese ambiente tan íntimo, casi que le hacía olvidar el destino que le desgarraba el corazón. La detallaba, prendido en cada pequeño gesto, de cada exhalación que se agitaba a medida que el tiempo transcurría, hasta la pequeña mordedura que ella se auto brindó en el labio cuando sus intenciones la traicionaron acercándose más.
Ninguno sabía exactamente lo que sucedía, o que esperar. Ella sonreía agitada por la sorpresa y por las ganas de tocarlo que ahora se encendían en sus dedos inquietos. Él sólo la miraba con la única certeza de que lo que hacía allí esa noche era un completo error, pero no podría haber hecho otra cosa. Comer le era imposible, leer, entrenar, menos dormir. Nada podía más que pensar en ella, anhelándola. Fue ese impulso de desesperación que le robó todo el aire de los pulmones, el que le llevó a buscar su viejo uniforme ANBU para camuflarse, cuando reparara en aquél cenicero viejo que se olvidó de limpiar, la última colilla del cigarrillo que Seiyi apagara.
Le acarició efímeramente el rostro con dedos helados al quitarse el abrigo.
Ella parpadeó bajo el toque, buscando un poco más de aquel contacto.
—Te extraño, Kakashi.
No le dijo nada. Solo respiró hondo sin dejar de mirarla.
—Siento mucho lo que sucedió.
—No fue tu culpa, preciosa.
—Pero te hizo daño y yo-
—Estás bien ahora —ella asintió varias veces mirándolo a los ojos, con ese leve sonrojo que tanto lo enloquecía—, y eso es todo lo que necesito.
Y se bajó el cubreboca en ese instante, provocando el paso que ella diera para cerrar el espacio que le llevó a aferrar ese masculino rostro con ambas manos para comerle la boca después. Y él se lo permitió, agachando la cabeza para facilitarle la faena, tomándole de la nuca ni bien la sintiera deslizarse en caricia, cuando su otro brazo le envolvió la cintura al pegarla a su cuerpo.
Era desesperación la que se desató uniendo sus bocas. Era sed y ganas, y dolor y dicha.
Eran abrumadores los segundos que apenas se separaban por aire, y las ansias que pronto anidaron en sus manos las que, ya impacientes, recorrían el cuerpo ajeno buscando la piel debajo de la ropa. Fueron los dedos de Sakura los que comenzaron a desvestirlo torpemente momentos después, clavando la duda que lo llevó a detenerla separándola apenas de su cuerpo.
Estaba hermosa excitada, con esa mueca de ruego que le reprochaba la distancia.
—Kakashi, te necesito...
Fue oírla para que en él se desataran las ansias que lo llevaron allí esa noche.
Fue tomarle la boca nuevamente para que ya ella sólo pudiera entregarse, porque ahora era él quien jalaba de las ropas que aún quedaban en su lugar.
Fue Sakura quien golpeó el colchón con sus espaldas desnudas, llevando consigo al hombre que ahora le devoraba el cuello mientras gemía embriagado por el sabor. Que buscaba con los dedos ese centro que se ofrecía ya listo.
Gruñó al acariciarla, y no demoró demasiado por señales, la urgencia por hundirse en ella era aún mayor. Encontró torpemente la forma para acomodar su duro falo en medio del frenesí y penetrarla lenta pero firmemente, ahogando en su boca el gemido que la fémina dejó escapar. Y tampoco fue demasiado el tiempo que esperó a que ella se acostumbrara a la intromisión, las estocadas llegaron casi al instante sumiendo cada centímetro con la misma desesperación con la que le besaba los labios.
Y fue enloquecer al sentirla, invadiendo su interior, mordiendo sus labios, para luego deslizarse hacia su cuello, sus clavículas. Fue verle los ojos cristalinos en placer para tomarles ambas manos sobre su cabeza, dejando esos pequeños pechos libres a la lengua que llegó después, porque no se privó en degustarlos mientras la penetraba, mientras hundía duramente en ella su falo golpeándola con las caderas, que ahora le impulsaban las piernas a abrirse más dejándolo obrar a gusto.
Los gemidos de la chica se confundían con sus gruñidos. Los jadeos se mezclaban cuando los labios enrojecidos ya, se buscaban otra vez. Y todo sin detener el feroz vaivén que la poseía, pero que más lo poseía a él, porque con cada estocada su placer aumentaba pero también el desespero del vacío en el que pronto quedaría cuando la noche acabara.
Eso que hacía estaba mal. No debería haber sucumbido a la necesidad de verla, porque sabía que no sólo su alma querría estar con ella. También su cuerpo y sus demonios, que ahora reclamaban follándola con la pasional violencia del placer insoportable, que la llevó al orgasmo cuando no lo esperaba, y a él a vaciarse dentro de ella segundos después.
Le soltó las muñecas cuando los espasmos en su pene se tranquilizaron, cayendo sobre su pecho al hundir el rostro en el cuello de la chica. Ella respiraba agitada, aun jadeante, con la frente perlada y los ojos cerrados. El placer la invadía, la satisfacción le calmaba, y había una sonrisa que lentamente se abrió espacio en sus labios cuando al fin le escuchara.
—Necesitaba verte...
Y no debió haberlo dicho.
—Yo también, sensei.
No debería haber dicho nada.
Gruñó al salir de ella, ignorando la queja que la joven le hiciera con ese puchero que le contrajo la boquita. Y se obligó a no mirar, porque sino la besaría, cayendo sobre sus espaldas en el angosto espacio que quedaba a su lado. Pronto el brazo libre le funcionó como almohada, mientras perdía la mirada en el techo para no verla a ella.
Y ella lo detallaba, sin atreverse a hacer otra cosa más que quedarse a su lado.
Toda la fogosidad que instantes atrás la envolvía devorándola, ahora se había saciado, como si sólo eso buscara al besarla, aunque se hubiera ocupado de su placer también. Y ahora la sensación de vacío, de distancia, volvía a pender sobre ellos.
—Kakashi-
—Me voy de viaje a la madrugada —soltó interrumpiéndola.
—¿Cómo?
—Tengo que ir a la Aldea escondida en la Niebla.
Ella no dijo nada, sólo se limitó a copiarle el gesto, girando el rostro hacia arriba para mirar el techo ahora, sin ser consciente de que sus dedos buscaban la mano del peliplata que descansaba muy cerca de su cuerpo.
Él se incorporó sentándose al borde de la cama ni bien el leve roce de esos dedos le indicó que ella se acercaba. Agachó la cabeza al darle la espalda, y fue ese suspiro de angustia el que le hinchó los hombros segundos después.
Eso que hacía estaba mal.
Todo estuvo mal.
Ir esa noche. Mirarla. Besarla. Hacerle el amor... si era que a ese acto pudiera llamarle amor, porque sus demonios no hacían más que regodearse del desfogue que encontraron en la chica, de la marca que dejaron acallando los celos, de la angustia que se diluyó por unos minutos en el violento placer. Eso que hizo, eso que hicieron... estaba mal.
Se pasó una mano por el rostro. Le dolía todo y era su culpa. Todo eso era su culpa.
La sintió moverse detrás, y no dudó en reaccionar antes de que le hiciera bajar la guardia.
—Debo irme ahora.
—Pero... no es necesario —se levantó de inmediato, sentándose a su lado, buscándole el rostro que él no permitiría dejarle ver— Puedes... puedes quedarte aquí y descansar.
—No, no puedo.
—Yo te despierto temprano si quieres —y apoyó ambas manos en la masculina espalda, buscando acariciarle con la mejilla.
—No es necesario.
Se puso de pie sin molestarse en quitar las pequeñas manos de encima antes, estas simplemente resbalaron de su cuerpo cuando se alejó comenzando a buscar con la mirada las prendas desperdigadas por el suelo.
Y ella simplemente quedó allí, viéndolo hacer. Sin entender y sintiendo que se alejaba otra vez.
—¿Está todo... bien?
—¿Cómo? —le dijo luego de colocarse los boxers.
—Te siento-
—Estoy bien, Sakura.
—Bueno pero... ¿está todo bien entre...? —suspiró cuando no logró que él le prestara atención. La actitud de su ex sensei no hacía más que recordarle las noches de sexo con Sasuke, en las que él se retiraba ni bien quedaba complacido, y temía que si decía algo más la verdad se revelaría al fin y en ese instante no lo soportaría—. Yo... perdona. Nada.
Se detuvo unos segundos al tomar los pantalones y respiró hondo al verle. Ella lucía dolida, con los cabellos revueltos y las mejillas encendidas aun, con marcas de sus labios en el cuello y pecho que si se apreciaban en las penumbras, hacia la luz del día serían un escandaloso recuerdo de su hambriento paso.
Hermosa. Lucía hermosa. Y entendía lo que le reclamaba, no era menos que lo que él se reprochaba a cada minuto, pero no sabía cómo manejarlo. Y no quería manejarlo. Porque era considerar que quizás su historia pudiera seguir para recordar el vacío que lo enajenó durante días mientras la muerte de la chica era la única posibilidad. Y sabía que obrando de esa forma tan vil la lastimaría, pero sería igual si fuera por unos instantes más comprensivo, porque el Kakashi que le ofreciera semanas atrás, ese simplemente se había perdido. Porque así se sentía, perdido.
—Tengo muchas cosas, Sakura —justificó en un intento de ser un mejor hombre—. Esta guerra tiene muchas aristas y...tengo tantos... Soy el hokage, lo sabes.
Sakura asintió sin levantar la mirada. Quería decirle algo más, iba a decirle que siempre fue el hokage y aun así nunca lo sintió tan lejos como lo sentía ahora, ni siquiera cuando simplemente se veían para entrenar de vez en cuando o a beber té en las tardes lluviosas. Y ahora, parecía que estaba a kilómetros de allí, aun cuando hacía minutos le hiciera el amor con tal devoción y desespero.
—Sí, lo sé. Seiyi me ... me explicó por todo lo que estás pasando.
La mención de su amigo le golpeó la razón con la fuerza de los celos, y tuvo que apretar los labios por no reclamarle. Le sorprendió aunque no le extrañara. Seiyi estaría cerca de ella, se lo advirtió aun cuando le ayudaba como ANBU, y se lo declaró horas atrás antes de dejar su casa. Siempre lo estaría. Y no pudo evitar el ardor de celos que jalaron definitivamente de su malhumor.
—Bien... —comenzó a prenderse el pantalón más bruscamente que antes, acelerando la tarea de vestirse— ,veo que él te está... manteniendo informada ahora.
Sakura no le dijo nada, sólo le observó de reojo mientras este buscaba la camiseta de red en el suelo.
—Entonces, debo considerar que entiendes mi situación —la miró duramente luego de colocarse la ajustada camiseta—, no es necesario que te explique nada más, ¿no?
—Entiendo —dijo al fin, necesitando desesperadamente en ese preciso instante, cubrir su piel de la mirada del varón. Jamás se había sentido tan desnuda en su vida.
Hubo lágrimas que buscaron agolparse en sus ojos. Pero no las dejó. No frente a él, y menos frente a todas esas incógnitas que sabía que esa noche no se aclararían. Si era que alguna vez eso sucedía.
Tomó la manta de abrigo para los pies, lo único que vio más a mano, y se rodeó con ella cubriéndose, para salir de esa habitación metiéndose en el baño después. Encendió la luz y cerró la puerta tras de sí, sin voltear a verle, sólo notando el semen viscoso que ahora bajaba por la cara interna de su muslo. Era mucho, hacía semanas que no tenían sexo y era mucho.
Aguantando el sollozo, tomó papel higiénico y se limpió, activando el chakra de emergencia que le enseñara Tsunade. Si bien le habían aplicado anticonceptivos de resguardo mientras estuvo inconsciente en el hospital, no estaba de menos prevenir. Por más que no le disgustara la idea de una familia con él, en ese instante sentía que no eran nada, ni siquiera alumna y maestro. Meros amantes casuales. Nada.
Kakashi maldijo en silencio al verla perderse dentro del baño, pero no se detuvo a buscarla. En su lugar terminó de vestirse, siendo la máscara ANBU el último elemento que quedó entre sus manos cuando cayó en la cuenta de que ya no había excusas que lo mantuvieran allí. Sólo ella.
Volteó su mirada hacia la puerta del baño, de la cual apenas un leve haz de luz se colaba por debajo, y no pudo evitar acercarse a paso lento, subiendo el cubrebocas en el camino como si esa fina tela le protegiera de algún mal.
Se detuvo silenciosamente frente a la oscura madera, inclinando su rostro de lado al fin, para escuchar dentro. Y no oía nada. Ella estaba allí, quieta, esperando a que él se fuera, así lo percibía en su lectura de chakra.
Cerró los ojos unos instantes sumido en ese dolor que ya le punzaba estrujándole el corazón, cuando un tímido sollozo llegó a él a través de la madera.
Apretó los dientes en ese momento y las ganas por abrir para tomarla y abrazarla fueron levemente menores que su cobardía. La mano que se apoyaba en la puerta se cerró en un puño, apretando con fuerza la máscara que colgaba de la otra. Y como si la única opción que le quedara fuera irse de allí, no hizo más que respirar hondo alejándose de esa puerta, de esa cama, huyendo de esa habitación antes de que la duda lo llevara a cometer un error más. Porque esa noche allí, él sobre ella, dentro de ella, besándola, fue peor que haberle dicho que sí a esa historia. Porque esa noche su comportamiento no fue mejor que el de aquel primer hombre que ella amara, y entendía que lo odiaría por ello. Y le dolía. Y se odiaba.
Y eso era lo mejor.
Que llorara hoy. Que esa noche se desilusionara de él. Que decidiera seguir adelante.
Sentía morir en ese instante, y las lágrimas no tardaron en rodar inconscientes por su rostro debajo de la máscara, encontrando el seco destino sobre el cubrebocas negro que siempre lo protegía. Aunque ya entendiera que no le protegía de nada.
Moriría un poco más al llegar a su casa. Al sentir la ausencia de ella, de su calor y de su mirada. Al olerla en su cuerpo, en sus manos y saber que ya nunca más debería tenerla, siquiera tocarla. Esa debiera ser su decisión, la última con ella.
La peor.
Pero ese dolor que parecía derretirle por dentro en ese instante, era mil veces mejor que volver a sufrir el vacío enloquecedor de las últimas dos semanas.
Porque prefería perderla por su culpa resignando la plena alegría de tener sus sonrisas, a vivir cada día sintiendo que pronto la soledad vendría a reclamarla.
Bueno, bueno, arrancamos con el cronograma de siempre. A publicar los miércoles.
Y se viene el desmadre, porque me parece que a Kakashi le están ganando los miedos. ¿Ustedes que creen? ¿Recapacitará durante el viaje y regresará a reclamarla? ¿O decantará por resignarse?
A las que me odian a Seiyi todavía, ¿a que es un amor? Quiere que su amigo se quede con ella y ustedes me lo siguen odiando jajajajaja
Espero leerlas, ¿eh?
Beso!
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