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Capítulo 40

Seiyi corría cargando entre sus brazos a una inconsciente y malherida Sakura. No contaba con las ventajas de un contrato atándolo a una gran invocación que le permitiera avanzar más rápidamente. Lo suyo eran sus piernas y su terrible resistencia física.

Mientras hubo árboles, avanzó saltando. Ahora sólo le quedaba correr.

—¡Resiste hermosa! ¡Resiste! No se te ocurra dejarnos.

El ataque había sido brutal. Las fuerzas que Kakashi envió redoblando la apuesta, lo habían manejado bien, logrando reducir las filas enemigas con bastante rapidez y tomando más prisioneros, esta vez de jerarquías más altas. Pero se vieron obligados a matar al resto. El odio y la violencia que estos sujetos demostraban ya rayaba la intolerancia, como si estuvieran enajenados, descargando esa bestialidad en los ninjas más jóvenes con menos experiencia, y en los médicos que concentraban su atención y destreza en salvar a los suyos, corriendo una suerte parecida a los caídos del lado contrario.

Las bajas fueron grandes entre las filas de Konoha. Los heridos por las varas comenzaban a desfallecer como moscas hasta que Sakura invocara a Katsuyu multiplicándose para mantenerlos vivos hasta que ella lograra desplegar el negatiboru por ese mismo medio, atendiéndolos a todos por su propia mano.

Y lo estaba logrando, hasta que un grupo la identificara y desviaran la atención de su ofensiva únicamente a ella y a bajar a cualquiera que se impusiera en su camino hacia la chica. La furia y determinación de ese ataque rayaba el sadismo. Y se notaba que conocían el poder y manejo de chakra de la chica, la habían estudiado, y parecían que veían al diablo cuando la miraban, justificando cualquier acción que los llevara a dañarla.

Seiyi lo vio venir antes de que la mayoría de los insurgentes siquiera lo notara, armando estrategias defensivas con el equipo especial que lo acompañaba, momento en el que se revelaron como protectores de la joven, rodeándola con él al frente. Dieron lo mejor y lograron reducir a un tercio del grupo de ataque, perdiendo la vida en el proceso. Sólo uno quedó en pie, uno de los hombres del Lev, malherido y casi ciego por la sangre que emanaba de la gran herida de su cabeza, luchó con todas sus energías, quedando admirado de la fuerza de la pequeña mujer mientras batallaba, la cual herida y con el taijutsu activado utilizó una de las babosas para salvarlo.

Y quedó él. A él no lo reducirían tan fácilmente, no mientras la protegiera. Utilizó el genjutsu evitando que la tocaran y reduciendo a más de la mitad del grupo que se venía sobre ella, cuando sólo quedaron ellos, brindándole el tiempo que Sakura le pedía para salvarlos a todos. Se negó, le gritó, intentó persuadirla para sacarla de ahí, pero la determinación de la joven terminaría matándolo sino cedía a sólo protegerla. Y tomó esa decisión, quedando espalda contra espalda.

Lucharon mano a mano, dando lo mejor mientras ella mantenía activa la invocación sanando tejidos y aplicando el chakra negativo por medio de las babosas.

Lo que hiciera fue asombroso, gracias a ello sobrevivieron los suficientes ninjas para voltear el resultado de la batalla a su favor y liberar nuevamente a ese poblado que funcionaba como punto estratégico para moverse al resto de la zona.

Pero todo lleva consigo una excepción y ese fue el pequeño muchacho que se coló e hirió a Sakura con un kunai, muy cerca de su corazón. Quería matarla y se escabulló tan bien entre medio de los cadáveres de sus compañeros caídos, que nadie notó su presencia hasta que la chica emitió un grito ahogado en sangre. La sonrisa de victoria pronto se le esfumó del joven rostro, cuando la última imagen que pudiera apreciar fuera la furia en los ojos desencajados de Seiyi, quien la descargó brutalmente sobre el cuerpo del pequeño soldado, reduciéndolo a meros trozos de lo que instante atrás era un insurgente.

Con su chakra comprometido en los demás, la invocación se rompió y quedó Sakura librada a su suerte. Sólo lo mantuvo lo suficiente hasta que la batalla terminó y se desplomara al fin en los brazos de Seiyi, susurrándole con las últimas energías una única palabra antes de perder la conciencia.

«Tsunade».

Y allí estaba él ahora. Corriendo.

Solo concentrándose en llegar.

En respirar para no perder velocidad.

Y en pedirle una y otra vez que resistiera.

Sabía que la chica era fuerte, pero tenía esas malditas partículas dentro, sangrando por la herida abierta la cual había sellado con vendas apretadas, sólo lo suficiente hasta llegar a Shizune. Y no sabía qué esperar, apenas si rogar un "quédate conmigo" que sólo ella pudiera escuchar.



—¿Kakashi? —Shikamaru le miraba con los ojos bien abiertos. La noticia le había impactado tanto como a él, pero su preocupación radicaba sólo sobre su superior.

El consejo se removió incómodo cuando el peliplata, completamente fuera de sí mismo, tomó del cuello al joven ninja que oficiaba de mensajero, uno de los encargados de custodiar las puertas de acceso a Konoha y dar aviso de cualquier cambio. Y el cambio esa noche, fue la entrada del ANBU que transportaba entre sus brazos una inconsciente y ensangrentada Sakura.

—¡Suéltalo! ¡Kakashi, suéltalo! —el Nara hacía lo que podía aferrándole las manos a su superior, el chico boqueaba completamente rojo, buscando el aire que comenzaba a faltarle —¡Él no hizo... nada! ¡Suéltalo!

Su asistente tomó al chico ni bien cayó de repente, dejando a su atacante con la mirada perdida en la puerta, o el techo, en la nada. Sólo había furia en esos ojos, una que se alternaba con la desolación.

—Kakashi...

—No...no entiendo... que-

—Tranquilízate —le susurró su asistente en tono calmo, ni bien pudo tomarlo de los hombros luego de constatar que él no correría la misma suerte.

Ese hombre de hierro frente a él acababa de quedar noqueado, deshecho ante la noticia. Ni bien escuchó el nombre de la pelirrosa unido a la palabra malherida, soltó todo lo que estaba haciendo, ante la mirada sorprendida y cuestionadora de un consejo que venía advirtiéndole que fuera sensato con su ex alumna.

Ya no quedaba prudencia en sus actos y las confirmaciones de sospechas ya sobraban. Los viejos a sus espaldas le hablaban, pidiéndole explicaciones que no necesitaban, sólo querían oírlo quizás como una forma de sometimiento, o por simple demostración de una autoridad que ya no tenían.

Pero él no les escuchaba. Ni siquiera a Shikamaru. Sólo veía cada tanto esos labios moverse al articular palabras que quizás parecían consejos, o preguntas que lo hicieran reaccionar.

—Llévame...

—Kakashi, respira. Vamos hombre, mírame.

Nada. No había nada ahí cuando lo miraba. Sólo dolor, sólo preocupación y una negación que lentamente iba transformándose en furia mientras caía en el significado de las palabras que le dijera ese mensajero, que ahora se recuperaba en manos de la cadete del Nara.

—Disculpen —dijo al fin Shikamaru, mirando a los ancianos del consejo, al oírlos criticar una reacción que no investía en la profesionalidad que demandaba el cargo—, el hokage va a necesitar unos momentos.

—¿Momentos? ¡¿Acaso ve lo que acaba de suceder?!

El Nara rodó los ojos y tomó del brazo a Kakashi para guiarlo fuera de esa habitación, pidiéndole a otro de sus cadetes que se ocupara de los ancianos hasta que él pudiera atenderlos.

Y lo llevó hasta su propia oficina, situada a escasos metros de la del hokage, cerrando la puerta al entrar.

—Siéntate —este le obedeció más al impulso de la mano que lo jalara que a las palabras—, y bebe. Vamos, bebe—le obligó cuando se negara.

Y respiró hondo pasándose una mano por los tirantes cabellos sobre su frente, observando el semblante de ese hombre imperturbable que ahora lucía poco menos que destruido. Iba a recomponerse, lo sabía, pronto afloraría esa furia que demostrara todas las veces que la pelirrosa estuvo en el medio. Y aún sin compartir en afán, le entendía completamente. Él acaso si estaría apenas mejor si fuera esas noticias sobre Temari.

—Llévame con ella —dijo al fin el peliplata.

—Hombre, date unos segundos, mírate como es-

—¡Llévame con ella! —el grito fue menos que el arrebato que arrojó la silla al suelo cuando se puso de pie de improvisto, tomándole el brazo.

—Está en cirugía, no puedes hacer...

Lo dejó hablando solo cuando salió de esa oficina tan rápido como la puerta se abriera. Debía seguirlo, sentía esa necesidad, pero entendía que era mejor quedarse a acomodar el desastre que la noticia había ocasionado. Pronto vendría la papelería que documentara el incidente, llegando horas después los detalles oficiales de la batalla, y sin el hokage para administrar toda esa información, la responsabilidad caería sobre él. Sin contar al consejo, con el cual debería lidiar usando toda su astucia.

Suspiró pesadamente buscando desde el cajo un cigarro que encendió con dedos temblorosos. Aspiro de ese humo cerrando los ojos por unos segundos, necesitaba calma. Necesitaba pensar. Lo peor, aquello que Kakashi tanto temiera, acababa de suceder. Y aquello que él mismo temía, a un hokage fuera de su centro, acababa de sucederle a él.

Pero no le importaba tanto eso. No esa noche. Solo le preocupaba Sakura y lo que el peliplata estaría viviendo. Él se haría cargo del resto, aunque le demandara el triple de trabajo. Su hokage lo necesitaba.

Y algo le decía que lo necesitaría más que nunca.



Sentado en la banca de la sala de espera a cirugías, solo en la madrugada, con las ropas manchadas de sangre de los insurgentes, y las marcas rojas ya secas de los delgados dedos de Sakura cuando le tocara la mejilla susurrándole el nombre de la ex hokage; Seiyi tenía la mirada fija en esas puertas vaivén que lo separaban del quirófano en donde Shizune la intervenía para cerrarle la herida del pecho.

Con las manos tomadas el frente, los codos apoyados en sus rodillas y la katana descansando en la pared del al lado a su silla, no hacía más que repetir el nombre de la pelirrosa en sus pensamientos, considerando que los esfuerzos que había realizado no fueron suficientes, pero no la dejaría morir. No sabía cómo lo lograría, pero no lo permitiría. Esa mujer no se le escarparía de entre los dedos. No a él.

Llevaba años sin hablarse con su madre, en esa eterna rivalidad que ella siempre mantuviera para llevarlo a la cima de los Hyugas. Era la promesa de la mujer y en su exigencia lo había alejado de ella, pero también le había convertido en el implacable hombre de negocios y mejor estratega que era. Y aun habiéndose prometido jamás volver a hablarle, menos pedirle un favor, allí se encontraba esperando a que ella encontrara a Tsunade. Era la única que podía porque era la única que sabía cómo atraer a la mujer cuando se encontraba en las sombras, evitando tan efectivamente que cualquiera diera con ella.

La Hyuga había sido la mejor amiga de la Senju, compartiendo no sólo en intensidad en combate, sino también en vicios, aunque la primera tuviera un autocontrol superior y por ello le ganara la mayoría de las veces quedándose con todo el dinero de la rubia, el cual de alguna forma le devolvía. No le gustaba que su amiga pasara necesidades, nunca lo permitió, dándole desde el anonimato una vida cómoda que la shinobi supo aprovechar muy bien.

—Te dije que la protegieras —la voz de Kakashi ni lo inmutó cuando se detuvo frente a él tapando de su campo visual la puerta que esperaba se abriera en cualquier momento—. Te estoy hablando, imbécil.

—Y yo escuchándote, Kakashi —le respondió incorporando el cuerpo al apoyarse al respaldar.

—Fallaste.

Seiyi respiró hondo.

—Está viva, no fallé.

Kakashi apretó los dientes mirando hacia un lado. Inspiró una gran bocanada de aire reteniéndola en los pulmones por unos segundos, y cuando exhaló al fin su mirada se volvió más dura sobre Seiyi, quien en ese instante se preparaba para todo.

Y no tuvo que esperar demasiado. El Hatake le tomó por las solapas del uniforme ANBU levantádolo en un solo jalón de la silla, empujándolo con rudeza contra la pared.

—¡Está en el quirófano! —el primer golpe en puño sobre su mejilla derecha, le giró el rostro.

Pero no hizo nada. Sabía cómo se sentía su amigo, él estaba igual, y ese castigo que le brindaba lo sentía como merecido.

—¡Le dieron con las varas! ¡Querían matarla! —un nuevo golpe le giró el rostro nuevamente. Seiyi contrajo el ceño ahora, mientras un hilo de sangre se desprendía desde su labio roto por el último azote.

Kakashi respiró agitado unos instantes, soltándole las solapas para ahora, con la misma mano, apretarle el cuello. Era un hombre fuerte, pronto el aire que podía pasar por su garganta mermó, llevándolo a Seiyi a aferrar esa muñeca. Su amigo estaba fuera de control, lo que no era habitual en él desde que el sexto lo rehabilitara, y podía detenerlo, contaba con la destreza justa, pero le entendía, comprendiendo en lo profundo aquello que lo movía a reaccionar como un animal herido, y sabía que no le escucharía sino desfogaba todo ese miedo que lo enfureció tanto. Así que lo dejó hacer con él, un par de golpes más no le cambiaría en nada.

—¡Te dije que no la dejaras ser un héroe! ¡Te lo pedí! ¡Te lo rogué, carajo! —un nuevo puño ahora le quitaba el poco aire que entraba al hundirse en su estómago—. ¡Tú deberías estar ahí! —señaló hacia el quirófano— ¡No ella!

Seiyi hundió los dedos en el apretado espacio entre su cuello y la mano del furioso peliplata, demostrándole que el daño era evidente pero que no haría nada para detenerlo, aunque pudiera.

—Cal...ma..te —le dijo como pudo—..., no eres...así.

Y allí, en ese instante, Kakashi gruñó apretando sólo un poco más antes de soltarlo, haciéndole perder la estabilidad que mantenía al Hyuga de pie contra esa pared.

Se tambaleó aferrándose de la silla que estaba más cerca, mientras tosía acariciándose la garganta. Kakashi ahora le daba la espalda, con las manos en los bolsillos como si de esa forma no fueran a salirse e ir por su amigo una vez más.

Respiró hondo, y su mirada fue al techo cuando el Hyuga detrás carraspeó para acomodar su malherido voz antes de hablarle.

—Si la detenía a ella —tosio acomodando la garganta—, no podría haber frenado la horda de insurgentes que se le venía encima. Tenías razón... la esperaban.

Kakashi agachó la cabeza pero no volteó. En su lugar las manos se le apretaron en los bolsillos, aunque Seiyi no pudiera notarlo.

—Perdí a todos mis hombres.

—Uno no.

—Era del Lev —suspiró incorporándose ahora, para acomodar el chaleco después—. Ella lo salvó.

—Salvó a muchos.

—Sí. Sin ella no hubieran logrado...esa victoria.

Kakashi respiró hondo ahora.

—A costa de su... —no quiso decirlo, era como hacerlo realidad. Aún en medio de su furia, no podía creer que ella no estuviera allí de pie, hablándole, enojada por enviar al Hyuga a protegerla.

Seiyi no dijo nada, pero asintió a sus espaldas. Le dolía más que al peliplata esa verdad, y aunque la admiraba por la destreza y fuerza que demostró a esa corta edad, no podía evitar odiarla en ese instante, porque gracias a ello podía perderla.

Se acomodó en ese instante, enderezándose sin poder evitar el quejido de dolor cuando una punzada que subió por la espalda le quemó toda la espina. Conocía la sensación, pero decidió ignorarla atribuyéndosela a los golpes de la batalla, o de Kakashi.

—¿Te revisaste las heridas? —preguntó al fin el Hatake, demostrándole algo de interés, y esa era una clara señal de que se estaba calmando.

—Aún no.

—Ve yo espero aquí.

—No, voy a esperar cont-

Kakashi giró el rostro en ese instante, mirándolo con furia.

—Dije que te vayas —demandó entre dientes.

Seiyi apretó la mandíbula enderezando la espalda. Entendía que su amigo estaba intransigente, y le respetaba. Pero no por ello iba a privarse de saber del estado de la chica. Se lo mereciera o no, lo necesitaba.

Se midieron unos segundos, sabiendo ambos que ninguno retrocedería, y cuando el Hyuga dio un paso al frente para ser él quien ahora lo enfrentara, las grandes puertas vaivén se abrieron dando paso a una agotada y pálida Shizune.

Ambos hombres relajaron la ofensiva, yendo a su encuentro con esa mirada ávida de buenas noticias, aunque el semblante de la mujer ya le anticipara que no cubriría sus expectativas.

—Caballeros, seré breve —suspiró sin esperar una respuesta—. Cerré la herida de kunai, perdió mucha sangre así que ya le estamos transfundiendo. Pero sigue en coma. El ataque con las partículas es brutal, más que en cualquier soldado que haya visto antes. Si fuera otra persona ya estaría...

Se detuvo en ese instante, aunque la expresión de sus ojos cerrara la oración. Kakashi se removió, Seiyi endureció el semblante. Ninguno se animó a preguntar nada dejando que Shizune debiera continuar por su cuenta.

Respiró hondo mirándose las manos ahora, ganando algo más de coraje para seguir. Estaba preocupada y agotada.

—Tiene el byakugou activo, lo que la mantiene con vida. Pero las partículas siguen ahí e intentan todo el tiempo llegar a los canales de chakra

—¿Hicieron algo para sacarlas? —preguntó al fin el peliplata.

—Sí. Uno de los médicos cayó, pero logró sacar una parte. Yo seguí, y no logré mucho más. Disculpen, pero si continuaba no iba a poder terminar la cirugía.

—Entiendo —dijo Seiyi debiendo luego carraspear para poder formular la pregunta que ambos temían— ¿Qué pronósticos tienes?

—El byakugou no es completo, mucha energía fue utilizada en la batalla y las partículas merman su chakra a cada minuto que pasa —el semblante de los hombres luchaba por mantenerse estoico—. Aun así, ella es fuerte. Y una luchadora —. Miró a Kakashi a los ojos en ese instante—. Soportará lo suficiente hasta que llegue Tsunade.

—Shizune, no sabemos dónde está Tsunade, ¿cómo le-

—Él sí sabe —dijo la mujer señalando a Seiyi.

Kakashi lo miró, reclamándole explicaciones.

—Yo no, mi madre —suspiró—, está en camino.

Shizune asintió y miró a Kakashi una vez más.

—Ella está estable por ahora. Le infundiré chakra en dosis bajas para no amedrentar a las partículas. Lo haré cada día prolongando la energía vital que mantiene el byakugou activo. Pero sólo puedo hacer eso. Y mantenerla cómoda y estable. El resto... depende de ella.

—Y de Tsunade —completó el Hyuga.

—¿Seguirá en coma?

—Sí Kakashi, y es lo mejor. Conozco la técnica, mi tía la usó muchas veces y es lo correcto. Así aguantará.

El peliplata asintió y miró a Seiyi ahora.

—¿Cuándo vendrá Tsunade?

—No lo sé. Le envié un mensaje urgente a mi madre, ni bien Sakura entró a cirugía. Sólo resta esperar.

—Más te vale que-

—¡Córtala, Kakashi! —le detuvo.

Shizune los miró a ambos entrecerrando el ceño, pero estaba demasiado exhausta como para investigaciones o siquiera confrontaciones, así que se limitó a decir lo que le restaba como médico.

—Por favor, caballeros, compórtense. Están en un hospital —ambos se alejaron uno del otro respetando el pedido, y cuando la densa atmósfera al fin se alivió un poco, Shizune volvió a hablarles—. Ni bien la pasen a la habitación, una enfermera vendrá a avisarles así pueden verla unos instantes.

Kakashi asintió y Seiyi simplemente le miró, sin hacer nada más. Ahora Shizune observaba al Hyuga reparando en las numerosas manchas de sangre y alguna que otra evidente herida.

—Tu, ven conmigo para que un médico te revise.

—No es nec-

—Dije que vengas conmigo, Seiyi —demandó con autoridad—. No sabemos si hay partículas en tu cuerpo.

El hombre suspiró, tomando el arma que descansaba contra la pared, de mala gana y le obedeció. Había secciones de su cuerpo que habían comenzado a doler luego de que se relajara y no quería llevarse sorpresas más tarde.

Miró a Kakashi por sobre su hombro al pasarle al lado advirtiendo que volvería, y echó a andar detrás de la médico.

El peliplata suspiró cuando quedó a solas, la ansiedad lo invadía y sentía que tenía que romper algo o simplemente salir corriendo de allí si quería aliviarse, pero aún así su imagen era calma, como siempre. Sólo el leve movimiento de la pierna derecha le delataba, y tal vez los puños demasiado apretados dentro de los bolsillos. Pero nada más. El resto era el habitual perezoso e ilegible Kakashi Hatake.

Y odiaba ser él mismo en ese instante.

Odiaba cada una de las decisiones que lo puso en esa situación, porque no sufriría menos de no haber aceptado vivir esa historia con ella, pero de seguro no estaría tan desesperado y perdido como se sentía en ese momento. Porque era un desgarro lo que ardía en su pecho, ese vacío frío que le quemaba y que dos veces en su pasado lo había asaltado con esa sensación tan insoportable que le inmovilizaba todo. Pensar le era imposible. Hasta respirar le costaba. Sólo le quedaba reaccionar y esa insoportable necesidad por verla. Eso era todo lo que quería y que lo mantenía en pie en ese instante.

El tiempo parecía haberse detenido y el dolor comenzó a transformarse en ese acto insufrible que le aceleraba el corazón. Respiró hondo, gruñó. Caminó sólo un poco hacia un lado. Y nada le calmaba.

Sólo el deseo de verla.

Sólo tocarla.

Y no soportó esperar un segundo más.

En un arrebato, abrió las puertas vaivén y entró en el área restringida. Una enfermera pronto salió a su encuentro, frenando en seco al constatar quién era, pero aún así su deber debía imponerse.

—M-mi hokage... no se puede e-estar a-aquí. Por fav-

—¿Dónde está Sakura?

—¿L-la doctora Haruno?

—Me oyó claro —demandó con el ceño contraído.

La chica abrió sus ojos en sorpresa y algo de temor. Nunca había visto a ese ninja, uno de los más poderosos de la aldea, así de enojado. Siempre su imagen era calma y tolerante, pero ahora veía todo lo contrario en ese semblante.

—La están... —tragó duro—, la están lle- llevando a la habi-

—Cual.

—La dos B.

—¿Por dónde?

—Por... por a-allí, hokage.

No le dijo nada ,volteó en dirección hacia donde la chica había señalado y echó a andar. Necesitaba verla. Su cordura dependía de ello.

Un par de médicos le miraron sorprendidos, corriéndose de su paso cuando lo vieron avanzar implacable, debiendo un enfermero de gran tamaño detenerlo cuando quiso tomar la mano de la chica desde la camilla, al encontrarla al fin mientras la entraban cuidadosamente a la habitación.

—Hokage, por favor espere...— le rogó el gran hombre, con súplica en los ojos. Sabía que no era un rival para su gobernante, pero debía imponerse y le admiraba tanto, que hasta tocarle le parecía una ofensa. Y Kakashi le entendió.

Obedeció, sin reparar demasiado en el hombre, con la mirada puesta en la pequeña mujer que tenía el cuerpo desnudo debajo de las sábanas blancas que la cubrían hasta los hombros, con tres clases diferentes de suero conectadas a la vena de la mano izquierda. Tenía algunos cortes en su rostro los que ya lucían cicatrizados gracias al byakugou, y le había lavado el cabello que de seguro estaría lleno de sangre.

La tez pálida no le ayudaba en su desespero, pero por lo menos verla había calmado en algo ese vacío. Sólo en algo. Le faltaba tocarla y sentir la tibieza y suavidad de la clara piel.

Poco le importaban los susurros de las enfermeras del ala de cuidados especiales, quienes observaban con curiosidad su comportamiento y la expresión en sus ojos, entendiendo la estima que le tenía como alumna, pero sin lograr encasillar en ese sentimiento la abrumadora desesperación que destilaban sus ojos.

Poco le importó el médico que vino a hablarle brindándole datos del estado de la joven, datos que ya conocía. Sólo asintió cuando le vio los labios moverse en el permiso para entrar a verla. Ni siquiera registró el tiempo que le había brindado, ni esperó que se retiraran de la habitación. Ni bien la terminaron de acomodar en esa cama, se posicionó a su lado acariciándole el cabello y la frente antes de inclinarse más cerca para sentir su aroma, tomándole la mano libre de agujas. Y la observó. Cada detalle de ese pálido rostro como si la intensidad de sus ojos fuera a despertarla al fin. Porque el nudo de su garganta sólo se iría cuando esas jades pupilas se posaran en las suyas y le sonrieran como le hacía cada mañana.

¿Cuándo la había dejado ir a esa misión suicida? ¿En qué pensaba al ceder a las demandas de dos viejos? Sabía que él era el único que la hubiera cuidado bien. No debía haber dejado esa misión en manos de Seiyi.

Él tendría que haber luchado a su lado. Él. Sólo él.

Cada batalla en la que estaban juntos, por más dura y peligrosa que fuera, terminaba con ambos vivos, enteros, abrazados. Porque la abrazaba siempre, de una forma disimulada, pero la apretaba contra su cuerpo ni bien todo terminaba, porque así sabía que ella estaba bien, que una vez más la había protegido.

Y esta vez no fue así.

¿Cómo permitió que eso sucediera?

—¿Hokage sama? —una enfermera le llamó la atención susurrando su cargo con respeto. Su tiempo había terminado y él simplemente no lo notaba. Ni siquiera la notaba a ella—. ¿Hokage? La paciente debe descansar.

Él suspiró en ese instante, reconociendo a la mujer que le hablaba con una dulce sonrisa en los labios, y se incorporó apenas retirando la mano que le acariciaba los cabellos, pero sin soltarla.

—Disculpe, hokage. Pero debe retirarse. Por favor.

Asintió apretando los dientes. Y se tomó unos segundos más acariciando con el pulgar el dorso de esa flácida mano que descansaba sobre el colchón.

Y la soltó al fin, comenzando a caminar lentamente hacia la puerta.

—¿Cuándo puedo volver?

—Mañana a las diez tendrá el horario de visitas.

Asintió y giró para retirarse porque si la observaba sólo unos segundos más, no se iría de allí jamás.

Al levantar la vista a la ventana que daba del pasillo a la habitación, lo vio. Seiyi la observaba desde afuera. A su lado Shizune le decía algo, que no llegaba a entender.

Salió a su encuentro. Y allí los escucho.

—Tuviste suerte. Esas partículas-

—¿Te dieron? —le interrumpió Kakashi.

Él asintió sin quitar la mirada de esa pequeña mujer que yacía inconsciente mientras la enfermera controlaba los sueros inyectando medicamento en uno.

—Le dieron tres veces, Kakashi. Logró aislarlas con el byakugan. Pero si yo no lo obligaba, no sé qué sería de él ahora.

—¿Pudieron limpiarlo?

—Sí —respondió a secas Seiyi, como si poco le importara su salud.

Shizune suspiró negando, esos hombres eran demasiado cabezas duras normalmente y, cuando Sakura estaba en medio, se volvían inmanejables. Sólo ella lograba que le hicieran caso y... los miró con el ceño contraído. Ambos perdían la mirada en esa ventana hacia la chica. Ambos con la misma preocupación en los ojos, uno imperturbable fiel a su estilo, el otro furioso. ¿Qué carajos sucedía ahí?

Negó una vez más y se retiró a paso cansado. No averiguaría nada esa noche. Estaba exhausta.

—Te dieron —afirmó al fin Kakashi, como si esa expresión justificara la misión que le encargara.

Seiyi a su lado no respondió, sólo la observaba. Ahora que la enfermera no estaba, sólo la respiración lenta de la chica era el único movimiento que se alcanzaba a percibir por la escaza luz de la lámpara de mesa. Ni siquiera era conscientes del momento en que le habían asestado. Toda su atención estaba en protegerla, en tenerla a salvo para brindarle el tiempo que ella necesitara para cumplir su objetivo de ayudar al escuadrón. Y lo hizo.

—Caballeros —la voz de la misma mujer que instantes atrás la atendía, se oyó desde la sala de enfermeras, justo al lado de la habitación de Sakura—. No se puede estar aquí fuera de los horarios de visita.

Los hombres ni la miraron. Apenas si se movieron hasta que la mujer carraspeó. En ese instante emprendieron la marcha hacia fuera en silencio, sin siquiera reparar el uno en el otro. Solo había una intención en sus pensamientos y era estar con ella, rogando que despertara pronto.

O que tan sólo despertara.



Los días pasaron, pronto una semana había transcurrido. Ya las calles no lucían heladas y las temperaturas eran más calmas. Una parte de las tropas habían regresado, siendo relevadas por grupos más frescos que mantenían la posición en las fronteras.

Las capturas logradas en el último ataque, en el que participara Sakura, habían dado sus frutos. La extracción de información fue brutal, siendo Seiyi quien lo hiciera sin que Kakashi se lo pidiera. Fue solo verse a los ojos mientras confirmaban la entrega de prisioneros esa tarde gris días atrás, para entender todo. Si él hijo del Colmillo blanco era temido en los interrogatorios, su amigo no se quedaba atrás. Nadie sabía cómo lo hacía, sólo era Kakashi quién conociera el secreto del genjutsu que portaba de parte de la sangre Uchiha. El Hyuga hacía los interrogatorios siempre solo, o con el peliplata a su lado. Nadie más. Y así funcionaba para la aldea, pero no para los insurgentes quienes no corrieron con demasiada suerte.

El estado de Sakura se mantenía estable pero no salía de peligro. Shizune cada día quedaba exhausta debilitando su propia salud al brindarle más de la energía que podía dar, para mantenerla fuerte. Sentía que la joven lo necesitaba cada vez que la escaneaba. No decía nada, no era necesario, pero no podía continuar en esa situación mucho tiempo más. No por ella, sino por su amiga.

Cada tarde era testigo de cómo Seiyi se colaba sobornado a alguna enfermera para estar al lado de Sakura fuera de los horarios de visita. Se sentaba a su lado y la observaba acariciándole la mano a veces, otras simplemente mirándola con una expresión de ternura y dolor, como si albergara sentimientos profundos por esa joven. Desaparecía minutos antes de que Kakashi entrara. Y otra vez se repetía la escena, pero con un hombre diferente.

No decía nada de lo que veía, aunque ambos hombres eran conscientes de su mutua presencia. Poco les importaba lo que ella opinaba.

Y si bien el Hyuga no se veía bien, el estado de Kakashi era peor. Cada día que transcurría sin novedades diferentes de la salud de la pelirrosa, y sin saber un ápice de Tsunade, la desesperación en la mirada del hokage se teñía de oscuridad. Era profunda, densa y lo estaba consumiendo.

Sólo trabajaba, al igual que su General, quien cuando no estaba sentado al lado de esa cama, dirigía sus empresas, y de allí a la torre.

Shizune estimaba que uno sabía del otro, no podían ser tan idiotas de ignorarse, pero no lograba deducir que demonios sucedía si sacaba de la ecuación el romance, lo que le hacía tomar en consideración como verdad lo que los rumores retumbaban por los rincones. No era mujer chismosa, pero tampoco ingenua, y cuando el río sonaba fuerte y traía hojas flotando, era porque la crecida venía.

Sólo que no se podía imaginar cómo jugaba el Hyuga en esa fórmula. Y mejor era no considerarlo siquiera. Ella solo quería que su amiga se recuperara y luego, tal vez, eventualmente le contaría.

Fue quizás esa noche oscura de tormenta, una de las primeras tormenta de lluvias copiosas a escasas dos semanas de iniciar la primavera, en que Shizune entendió todo cuando vio la desolación en la mirada del Hyuga luego de escanearla con el byakugo, como lo hacía cada tarde antes de retirarse. Ella era consciente de lo que había diagnosticado horas antes. El estado de Sakura empeoraba y debía decírselo a Kakashi en breve. Seiyi estaba allí de incógnito, se suponía que ella no se enteraba y tampoco quería comprometer a buenas enfermeras que seguramente habían cedido, no a los encantos del Hyuga, sino a la presión del terror que infundía con esa severidad que tanto lo caracterizaba, y que era tan persuasiva en esos días.

Se cruzó con él en el pasillo cuando se retiraba, a apenas diez minutos de que el peliplata llegara. Se detuvo frente a ella sin cambiar un ápice la expresión de desolación en esos oscuros ojos que destelleaban a perla. Había una pregunta tácita con esa pequeña esperanza que colgaba de ellos, y que ella tuvo que hacer trizas al negar.

Lo vio cerrar los ojos unos segundos para luego apretar la mandíbula y retirarse sin decir nada, sin saludos, sin confirmaciones. Como de incógnito había llegado, así terminó yéndose esa tarde.

Y no tuvo que esperar demasiado al entrar a la habitación de Sakura, para revisarla una vez más. Con esperanza buscó un error en su diagnóstico, uno que sabía no existía. Fue la voz de Kakashi quien la sobresaltó y no hizo falta decirle más cuando alzó la mirada hacia la de él.

Sakura moría.

Lentamente sus energías se disipaban. Ella había brindado demasiado en el campo de batalla dejando poco para sí misma, o tal vez confiaba en que Tsunade aparecería antes. No lo sabía. Pero el chakra de su tratamiento médico que le infundiera cada tarde, ya no era suficiente. Ni siquiera el de dos médicos más que día tras día repetían en vano el mismo procedimiento, en un intento de retrasar lo inevitable.

—No puedes decirme eso, Shizune.

Ella negó. No podía contradecir el parte de estado, el cual había revisado más de cinco veces.

—No... por favor —agachó la cabeza sosteniéndose la frente con una mano. No se podía decir si lloraba, pero ella sabía que lo estaba destruyendo con ese reporte.

—Ven —le dijo acercando la silla a la cama, que día tras día utilizará tanto él como el Hyuga.

Le obedeció sentándose lentamente. Tomando esa mano pálida entre las suyas mientras le miraba al rostro.

—Kakashi, lo... lo siento. De verdad.

No le dijo nada. Ni un gesto, nada. Y entendió que sobraba allí.

Ese hombre estaba enamorado de su amiga. Profundamente enamorado.

Como el que acababa de irse.

Los rumores eran ciertos sólo en la parte de la relación, no en la de la aventura. Eso no era ni remotamente una aventura. Pero aun así, sabía que debía tener al consejo prendido de su yugular como una sanguijuela con esas novedades.

Apretó los dientes al cerrar la puerta sintiéndose impotente, rogando a quien fuera, no creía en dioses, pero necesitaba que Tsunade apareciera. Sólo ella con ese descomunal manejo de chakra podría salvarla.

Suspiró y se alejó de esa habitación sin poder mirar una vez más atrás. Le dolía estar perdiendo así a su amiga y le quemaba por dentro no poder hacer más. Y le dolía el sufrimiento de Kakashi. Conocía su historia y lo que había luchado para recuperarse, ese sería un terrible revés para el hombre. Le había visto con tal alegría meses atrás, que le llevaba a preguntarse qué le sucedía aunque poco le importara saber el porqué, sólo verlo bien. Ahora lo sabía. Cuando ya era tarde para felicitaciones.

Y no podía hacer nada para ayudarle.

Sakura se le desvanecía entre las manos.

Kakashi sufría.

Seiyi le odiaría.

Ya no podía hacer nada. Por ninguno de los tres.



—¿Señor? ¿Está allí?

En las penumbras de la habitación, Seiyi bebía su tercer medida de whisky mirando hacia la nada desde el ventanal del estar que tanto le gustara a Sakura.

Nunca llegó a imaginarse que la casa de la que tanto se enorgullecía, construída en detalle a su gusto, se sintiera tan vacía sin ella, aun si nunca hubiera vivido con él. Bastaron un par de visitas para imaginarla fácilmente en ese lugar cada día, disfrutando de los espacios que él había ideado y que con tanto gusto se los hubiera regalado por tan sólo ver por un segundo más esa mirada brillar cuando las luces del jardín se encendieran. Hubiera llenado de luces todo Konoha sólo porque a ella le gustaba verlas encender.

Y ya no sucedería más.

Ella no despertaría.

Lo presentía y su byakugo le confirmó. Y ya no sabía qué hacer.

Su madre no le respondía. Los agentes que puso a buscar a Tsunade, no tenían noticias de ella. Como si le hubiera tragado la tierra.

Ni siquiera el Lev había servido, con sus redes de casinos, apuestas y prostíbulos.

Nada.

—¿Señor? —repitió Watari, y recién en ese instante Seiyi respondió, como si una nebulosa se disipara ante la voz de su mayordomo.

—Sí, aquí estoy —dijo, aunque el hombre pudiera apreciar su figura por el intercambio de luces y sombras.

—Tengo en la oficina a uno de los hombres de su madre.

Seiyi giró de repente, con los ojos bien abiertos.

—¿Cómo dices?

—Encontraron a Tsunade.

Corrió hacia el pequeño hombre tomándolo de los hombros.

—¡Por favor, repítelo!

—Que encontraron a Tsunade, señor. Llega mañana.

Seiyi sonrió. Estaba algo borracho. Las pupilas le brillaban, pero no podía precisar en ese instante si era sólo por el alcohol. Apretó los hombros del hombre dejando escapar una risotada de alegría.

Watari sonrió entendiendo la emoción de su señor. Adoraba a ese muchacho, un hombre ya, como si fuera su propio hijo. Lo había criado desde pequeño, siendo él quien estuviera en cada etapa del chico, dedicándose a ese pequeño pálido de cabellos oscuros que siempre se escondía detrás de sus largos sacos, como si en él radicara la familia que no pudo formar.

—Llévame con él, ahora Watari —se acomodó el cabello soplando en su mano para apreciar el aliento. Apestaba a whisky y no tuvo que preguntarse cómo solucionarlo, cuando Watari le extendió una menta.

—Se ve bien, señor.

—Gracias.

Y comenzaron a caminar uno al lado del otro, a paso apurado. Seiyi daba grandes zancadas manteniendo la elegancia y una velocidad que intentaba ocultar su desespero.

—¿Te dijo algo más? —preguntó al detenerse detrás de la puerta al despacho principal.

—Así es. Me dijo el precio, señor.

Seiyi sonrió y luego chasqueó la lengua.

—Es alto, ¿no?

—Conoce a su madre, señor.

La sonrisa no se movió un ápice.

Sí, la conocía. Y sabía que iba a pedirle algo que no le agradara, y no sería precisamente dinero. Eso le sobraba.

Pero no le importaba.

—Tráenos algo de beber, Watari —el hombre asintió con un pequeño inclinamiento—. Esto será largo.



¡Hola! Hoy llegué en tiempo y forma, ¿no? ¡Yey! ¡Bien por mí! jajajajaja

Me estuvieron diciendo por ahí (*guiño* *guiño*) que esperaban hoy un encuentro del tercer tipo, y pues, creo que no hubo. ¡Perdón! Pero esta parte de la historia tiene que ser así. Sólo tenganme paciencia que después se verá multiplicada y recompensada. ¡Muy multiplicada! jajajajaja

Espero que entre lo que se pueda, se haya disfrutado del cap, el cual no hubiera quedado así de no ser por mi adorada MilleHatake. ¡Gracias por tu dedicación preciosa! Por tu culpa esto existe y por tu ayuda sale cada semana. ¡Gracias!

La semana que viene estaré de vacaciones y no creo que cuente con demasiada conectividad como para poder publicar. Les aviso porque tal vez no pueda subir cap nuevo, pero de seguro estaré escribiendo a full (las vacas me inspiran jajajajaja) y por ahí les tengo una sorpresa después. Y sino, ¡el que avisa no traiciona jajajajajajaj!

Gracias por el aguante. Nos vemos!

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