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Capítulo 34

Seiyi gruñó molesto cuando sintió que le movieran bruscamente el brazo que cubría sus ojos. No había escuchado a nadie entrar, ni siquiera percibido, señal de que se encontraba profundamente dormido, algo inusual en su persona.

—Vete —se oyó suave pero no menos autoritario, por encima de él.

Un nuevo golpe al codo le hizo caer el brazo hacia atrás, impulsado por su propio peso muerto. Y allí al fin lo vio, sin llegar a detallarlo del todo, pero ya su tenue conciencia le permitió saber quien era. Los ANBUSs que dispuso en la entrada no lo hubieran dejado pasar sino.

—Hatake.

La mirada asesina que el aludido tenía sobre él le hizo sonreír. No esperaba menos, considerando que entre sus brazos y sobre su pecho, acostados en el sillón de la oficina del hokage, tenía nada más ni nada menos que a la joven rosa que tanto su amigo estimara.

—Te dije que sólo la cuidaras.

Seiyi bostezó, evitando desperezarse para no moverla.

—¿Y qué te crees que estoy haciendo?

Hablaban entre susurros para no incomodarla, pero no pudieron evitar que algo de sus voces llegaran a ella. Cuando la chica se removió quejosa, silenciaron cualquier palabra hasta se sumiera en el reparador sueño nuevamente. Y en ese momento, el Hyuga emprendió la tarea de retirarla suavemente desde sus brazos, para pasarla por completo sobre los mullidos almohadones, bajo la atenta mirada del peliplata que parecía estar contando las veces que la tocaba con las manos al moverla.

Sólo cuando al fin estuvo de pie, ambos se dirigieron hacia las ventanas, el punto más lejano desde donde se encontraba la chica.

—¿Qué carajos fue eso Seiyi?

—No empieces —y se frotó los ojos para terminar de despertarse. Realmente había sido el sueño más reparador que tuviera jamás.

—Te dije que-

—Tenía frío. Y estaba desesperada por quedarse sola. No se tranquilizaría sin contacto, y lo sabes.—Se encogió de hombros ante la mirada incrédula de su amigo.— Me importa una mierda lo que pienses, ella lo necesitaba y voy a darle todo lo que me pida, cuando lo pida y la cantidad de veces que lo pida.

Kakashi lo midió unos segundos antes de meterse las manos en los bolsillos y desviar su atención hacia las oscuras calles. Era de madrugada y pronto vería salir a los ancianos acompañados de sus escoltas.

—Que te dijeron.

El peliplata chasqueó la lengua con algo de disgusto, respirando hondo cuando el primero de los miembros del consejo, salió envuelto en su abrigo oscuro.

—Los convencí de que fueron medidas de contraofensiva que se siguen perfeccionando.

—Les dijiste la verdad.

—Sí, pero no están tranquilos con la cercanía del último ataque. Dicen que la información que tenemos no es concluyente.

—Envíe espías.

—Hiciste bien.

—¿Cuántos días nos dieron?

—Tres.

Ahora Seiyi respiró hondo.

—Suficientes.

—Van a tener que ser.

—Serán. El martes tendrás mis datos.

Kakashi asintió, observando al segundo anciano salir caminando lento, apoyado en su bastón de tridente y un escolta que lo sostenía del otro brazo caminando a su misma velocidad. Admiraba la entereza y lucidez que esos sujetos tenían, considerando la edad que ya cursaban.

—Fue bueno lo del enviar al equipo del Uchiha a reforzar la seguridad.

—Son mercenarios, Seiyi.

—Ideales para este trabajo, Kakashi. —remarcó con sorna, frotándose los labios ante la imperiosa necesidad de fumar el cigarrillo que sabía le estaba vedado en ese edificio.

—Hagamos de cuenta que sí.

En ese momento Sakura suspiró profundamente moviéndose en su sueño. Ambos giraron los rostros hacia ella, observándola por unos instantes

—Es exquisitamente sensible, Hatake. Eres afortunado.

El peliplata sonrió. Sí, lo era. Una joya.

—Cuídala.

—Lo hago.

—Hazlo mejor. —Y se miraron en ese instante, midiéndose profundamente, hasta que Seiyi decantara por dirigirse hacia los percheros a buscar su abrigo, volviendo al Hatake segundos después.

—Quédate con los ANBUs en la puerta, así no te joden en lo que resta de la noche y la mañana. Hace frío afuera, no la muevas ahora de madrugada. Por la mañana, llévala a tu casa. —Se colocó el abrigo y luego el comunicador correspondió en su oído.

—¿Me estás dando órdenes a mí?

—Tómalo como quieras, pero ella necesita eso.

Kakashi carcajeó. Su amigo era imposible. Desde que lo conociera fue así, los años sólo le sumaron intensidad y precisión, y obviamente no cambiaría ahora a casi sus cuarenta años.

—El sillón es cómodo.

—Lo compré yo.

—¡Por fin en algo no fuiste tacaño, amigo! —el sonido en el comunicador llamó su atención —Watari, en un minuto estoy abajo. —Cortó la comunicación mirándolo por última vez. —Que descanses, Hatake.

—Tú también. Y con tus esclavas esta vez.

Seiyi le sonrió de lado, burlándose de la situación que comiera en celos a su amigo, antes de emprender el camino hacia la puerta, y la abrió retirándose de esa oficina con el porte erguido que lo destacaba. Uno que se borró por completo al cerrar esa puerta, llevándose consigo la sonrisa de suficiencia que ya no le quedaba.

Aun sentía el calor de la pelirrosa en el cuerpo y su esencia impregnando en cada prenda que vestía. Era hundir la nariz dentro del saco para aspirar ese dulce aroma con el que debería despertar cada día si no hubiera sido tan lento en notarla.

Años siguiéndola, cuidándola para otro, repudiándola por la simpleza de su persona, por lo vainilla de sus actos; para notar la joya que yacía dentro reclamándola cuando ya otro la había atrapado.

—Señor —Watari lo llamó desde el vehículo, a través de la rendija de la ventanilla baja a la mitad. Tenía órdenes de no salir del auto a atenderlo cuando el clima fuera frío. Era un hombre grande y Seiyi lo cuidaba a su modo.

Echó una última mirada hacia los ventanales arriba de la oscura torre, cayendo en la cuenta en ese instante que ella había dormido entre sus brazos las últimas cuatro horas, siendo ese el sueño más reparador que tuviera en días. Y subió al auto al fin, bajando la bufanda cuando cerró la puerta. Tenía algunos copos pegados en las hebras de la prenda, que rápidamente se derritieron con el agradable calor del habitáculo.

—¿A casa, señor?

—Sí —se tapó la boca con el dorso de la mano al bostezar, no estaba realmente cansado sino relajado y la inercia de ese sueño aún lo acompañaba.— Vamos a descansar. Fue un largo día.

—Y uno no tan malo como pintaba esta mañana. —acotó dedicándole una mueca de gusto a través del espejo retrovisor.

—¿Cómo dices, Watari?

—Su sonrisa, señor.

Y en ese instante Seiyi se percató del gesto. Sonreía y como un idiota. Ella lo ponía así, sólo ella le hacía sentir de esa forma.

—Es como dices, en algún punto fue mejor de lo que esperaba.

—Me alegro, señor. —Centró su atención en el cruce de calles, dándole paso al vehículo que se acercaba por la derecha antes de hablar otra vez.— Y no quiero incomodarlo, pero mañana a primera hora tiene reunión con su abogado.

—¿Por el tema de Tsuki?

—Así es, señor.

Seiyi apretó la mandíbula borrando toda dulzura de su rostro. El asunto de Tsuki lo tenía un tanto tenso, las negociaciones por la adquisición de las tierras termales estaban demorando más de lo que le gustaba y no quería tener que viajar en los tiempos turbulentos que comenzaban a agitarse en Konoha. Respiró hondo, nada resolvería esa noche y no quería arruinar la sensación de bienestar que lo invadía, por un tema que simplemente se resolvía con dinero. Intuía que lo que viviera con Sakura le pegaría duro después.

—Perfecto. A primer hora lo quiero en mi despacho.

—Como diga, señor.

Y perdió la mirada en la ventanilla, en dirección este, donde se encontrara la torre por más que ya ni pudiera apreciarla.



La sonrisa de Sakura no podía ser mayor. La claridad de la mañana se colaba suave gracias a las nubes que cubrían el cielo invernal, pero los grandes ventanales de la oficina del hokage no ofrecían ni el mínimo reparo. Aun así, no le molestó en absoluto, porque ni bien la conciencia comenzó a tomar mando de su cuerpo, también lo hizo el bienestar. Sí, se sentía muy bien, al fin bien.

Ya el cuerpo no le dolía, sus músculos descansados ahora le respondían y esa sensación de enfermedad simplemente se había esfumado. Sonrió. Había descansado tan bien durante toda la noche, que poco le importaba en donde lo había hecho.

Y con quien.

Abrió los ojos de repente recordando que quien la abrazara para calmarle el frío, para consolarla en su desazón y ese agudo sentimiento de soledad, fuera Seiyi, el apuesto paciente que el sábado en la madrugada se le había revelado ante ella como un amo. Y uno muy exquisito, que la bañó con su deseo despertando en ella un morbo que la asustó tanto como la había excitado.

La respiración se le aceleró nerviosa, o quizás apenada. No lo sabía. Temía de lo que su sensei pensaría cuando los encontrara en esa posición, siendo que no había nada de qué preocuparse, pero conociendo lo celoso que el Hyuga lo ponía, no dejaría pasar el asunto y no quería disgustarle. Ya se lo había expresado claramente y reconocido también, sin dejarle pasar alguno que otro castigo cuando como Lomo Plateado advirtiera que su cuerpo le respondía.

Subió lentamente la mirada para suspirar de alivio al encontrarse con la típica máscara negra y esos cabellos plateados revueltos. Era él, era su sensei quien dormía con ella ahora, aunque no notara el momento de la noche en que los hombres cambiaron de lugares. O tal vez no lo habían hecho, quizás Seiyi se fuera antes de que llegara Kakashi, no podía saberlo sólo esperarlo.

Hundió nuevamente el rostro en ese firme pecho aspirando el aroma de la colonia que cada mañana su sensei vistiera, la misma que en ese momento tanto la regocijaba.

Suspiró sin desarmar la sonrisa. Era consciente de que aún le quedaba un arduo trabajo por delante, investigaciones, documentos de autopsias que supervisar, los que le harían revivir esos infortunado momentos, pero que ya no la acongojaban tanto. Seiyi tenía razón en que el descanso le haría ver todo desde otra óptica al día siguiente. Pero intuía que no había sido únicamente eso, porque también había llegado a dormir algo en la clínica sin la mejoría que la regocijara esa mañana. Fue la dedicación tan dulce de Kakashi, aun teniendo que cubrir sus obligaciones, y la de Seiyi que tan precisamente había aplicado en ella, aun sin conocerla en profundidad como su sensei; las que la sacaron de ese pozo.

Se movió para poder retirar el brazo desde debajo de las almohadas, y allí las sintió. Las marcas de Lomo Plateado, y la sonrisa no pudo ser mayor cuando imágenes calientes de los momentos más placenteros de esa noche volvieron a sus recuerdos. Y uno de ellos había sido la mirada del Conde sobre ella mientras Kakashi la masturbaba.

Y no pudo evitar el dejo de preocupación que se coló en el bienestar que la recorría, porque notaba que los últimos minutos había tenido presente a Seiyi en todos sus pensamientos. ¿Qué demonios estaba haciendo ese hombre en ella? Lo que fuera a lo que jugaba, no debía darle importancia. Él era así, debía irlo aceptando, que esa amistad estaría llena de provocaciones y coquetos que no significaban nada, sólo la naturaleza de ese hombre endemoniadamente apuesto y seductor que no podía ser contenida porque en realidad no quería. Ni siquiera debía permitir que el lado dominante que fortuitamente descubriera, llegara a intrigarle, porque hasta ese amo estaba impregnado de la misma naturaleza.

Y aunque algo se agitara dentro de ella con esas verdades, era mejor así. Reconocerlo al fin para aceptar con quien lidiaría. Y eso había sucedido esa noche. Que la contuviera tan bien, hablaba de un hombre con la sensibilidad precisa para ello, fiel a su perfil de amo, y uno bastante apreciado por lo que pudo notar; lo que le llevaba a concluir que una cosa era Seiyi como amigo y otra diferente como amante. Y ella, afortunadamente, solo buscaría y permitirá lo primero.

Restregó el rostro nuevamente contra el pecho de su ex sensei, aspirando una vez más de su aroma, a sabiendas de la tranquilidad que le causaba cada vez que se llenaba de él. Nada era más delicioso que el perfume de la colonia que usaba diariamente mezclada con la de su piel. Siempre le había gustado, y excitado aunque de pequeña no entendiera esa sensación. Y se mordió el labio inferior al percatarse de por cuánto tiempo había deseado al hombre que tenía debajo de su cuerpo, el que la envolvía con esos fuertes brazos que siempre le observara cada vez que debía atenderlo en el hospital, y carcajeó por lo indebido que era ese sentir en el pasado, y que ya no.

Y alzó nuevamente la mirada a ese rostro cuando lo sintió moverse. Estaba despierto, y la observaba.

—Hola, sensei.

Él le sonrió y de inmediato se acomodó hundiéndose más para quedar frente a frente con ella.

—¿Cómo estás, hermosa?

—Mejor. Muchísimo mejor. —le susurró devolviéndole la sonrisa. Sus ojos brillaban al mirarlo.

—Te dormiste todo anoche.

—Sí, me dormí profundo después de que te fuiste. —Y bajó la mirada con un dejo de nerviosismo.— Verte ese rato, realmente sirvió para tranquilizarme.

—¿Ah, sí? —alzó una ceja incrédulo.

Sakura asintió varias veces, dándole un énfasis innecesario a su afirmación.

—Iba a irme ni bien partiste, pero tu... —lo miró cuando sin quererlo casi menciona a Seiyi, prefiriendo no hacerlo—... luego me dormí. ¡Aquí!

Y le sonrió buscándole sus labios aunque sólo pudiera depositarle un casto beso sobre la máscara. No se atrevió a bajársela, por el lugar en el que se encontraban, ignorante de que los ANBUs en la puerta no dejarían que nadie ingresara.

—No sentí cuando te acostaste a mi lado. ¿A qué hora llegaste?

—A la madrugada.

—¿Dormimos toda la noche aquí?

Kakashi asintió aunque no fuera la verdad completa, porque le costó bastante conciliar el sueño una vez que tomara su lugar junto a ella. Desde el momento en que el mensajero enviado por su amigo le dijera que a la oficina del hokage solo podría entrar él al terminar, la intranquilidad que ya le picaba se desbocó en los celos que tanto se esforzaba por ignorar, o mantener apenas a raya. Y fue peor cuando al fin llegara y confirmara lo que temía.

La imagen de su niña rosa envuelta en la capa y durmiendo sobre el pecho de Seiyi, fue un trago amargo que lo mantuvo de pie, inmóvil, al lado de la escena observándolos dormir por unos minutos, hasta que la queja sorda y esa mueca de apacible sueño en el frunce de los dulces labios de Sakura le hiciera reaccionar. Tanta paz había en el delicado rostro de la joven, que hasta si parecía que descansaba en los brazos de su amante, como si esa fuera una imagen que el futuro le restregara como adelanto de lo que debiera soportar, si acaso su cobardía era la que ganaba la disputa.

Y allí, en el leve instante en que su demonio más posesivo le gruñó impaciente, fue que despertó a su amigo para echarlo, aun cuando la idea de que fuera él y solo él quien velara por Sakura proviniera de su propia mano.

En su defensa sólo podía decir que no esperaba eso, que el significado de ese pedido apenas si pretendía que fuera una mera niñera, que tan solo velara porque el niño no se moviera de lugar. Pero era de estúpidos considerar que Seiyi entendiera eso. De él y sus intenciones no podía esperar menos.

—Bueno, algo. El sofá es pequeño para los dos y te lo ocupaste casi todo.

—¿En serio? —arrugó la nariz sorprendida — Me hubieras corrido.

—Necesitabas más ese descanso que yo.

Ella le sonrió besándole nuevamente, aunque solo rozara la máscara, ignorante de la hiel que inundaba de amargura los sabores de la boca del peliplata.

—Qué mal que no me despertaste anoche, cuando llegaste. Tenía muchas ganas de verte.

—¿Si?

—¡Claro! —la sorpresa se le dibujó en el rostro, cuando esos grises iris transmitían una molesta incredulidad— Si... ¿porque lo dudas?

—No lo dudo. Solo pregunto.

—Kakashi, te conozco. Si preguntas eso es por algo y-

—Déjalo. No me hagas caso.

Ella asintió aunque notara la distancia que acababa de poner entre ellos, y en un reflejo de lograr conectar con él, llevó una mano a la máscara para bajarla y besarlo en los labios, pero él se lo impidió.

—Kakashi, ¿pasa algo?

—No —y giró sobre su cuerpo quedando boca arriba.

Sakura suspiró y lo observó por unos segundos. Esperaba que lo de Seiyi quedara sólo entre ellos, pero era evidente que había trascendido el secreto de dos.

Sabía lo que le pasaba a su ex sensei y por quién. Había actuado pensando que quizás lo acontecido quedara en la ignorancia, o bien ya a Kakashi no le importara; pero si ella lo hubiera encontrado durmiendo con otra mujer, aunque fuera la más inocente posible, no estaría tranquila en absoluto.

—Si es por Seiyi, déjame decirte que-

—Yo le pedí que te cuidara —le interrumpió sin mirarla.

—¿Cómo?

—Debía irme. Y necesitabas alguien que te contuviera. Él sabe contener a una sumisa.

Ella asintió, aunque eso no le dejara tranquila. Lo que hizo Seiyi no se sintió como simple favor de amigos, se había sentido demasiado personal.

—Sí, está bien... Seiyi fue muy... me contuvo mucho anoche.

—Pude notarlo —las palabras sonaron ácidas.

—No... no fue nada que él... tenía frío y-

—No hace falta que lo expliques. Él ya lo hizo.

Asintió varias veces, haciéndose pequeña en su lugar. Él sabía todo, completamente todo.

—Está bien.

Bajó la mirada en ese momento. El ambiente había cambiado por completo y no le pesaría tanto si él siquiera marcara menos distancia. La había castigado antes por menos que eso, y esperaba que ahora fuera igual, recibiendo en cambio la frialdad de la lejanía.

Y en ese momento, lo sintió moverse tomándole el mentón hacia arriba para besarla, con la máscara abajo.

La dulzura y tibieza de esos labios la sorprendieron gratamente, y gimió sobre ellos abriendo los propios para dejarlo entrar. El beso inició suave, pidiendo permiso, para luego colarse demandante y violento cuando ella al fin lo permitió.

Y fue tan solo tras un par de caricias con sus bocas, que él se incorporó girándola para posarse después sobre ella mientras buscaba recorrerle el cuerpo con las manos. Los dedos apretaban cada sección de piel sobre la ropa que intentaban tocar, desesperados, como si quisieran dejar marcas por todo su cuerpo borrando la cercanía que tuviera con otro. Porque iba conociéndolo y la sola mención del Hyuga lo enloquecía.

Sakura suspiró pesado en el instante que le soltó la boca yendo por su cuello, y cuando el mordisco sobre su lóbulo la hizo estremecer, al fin habló.

—Dios... Kakashi... como te extrañaba...

—¿Si? —y le lamió la piel mientras sus manos encontraban el camino para quitarle el buzo de abrigo que vestía dejándola sólo con la camisa, la que pronto subió colando una mano tras la espalda para desprenderle el corpiño.

Y allí fue. Se lanzó contra sus pechos lamiéndolos, besándolos, mordiéndolos sin pena, mientras ella gemía con los labios apretados aferrándole los plateados cabellos.

—Si... —susurró cuando esos labios bajaron en mordiscos por su abdomen, hasta el inicio del pantalón.

Lo desabrochó con prisa, incorporándose sólo el tiempo necesario para quitárselos junto a las bragas. Sakura lo observaba con la mirada encendida. El varón no reparaba en sus ojos o expresión, se dedicaba a escrutar cada sección del blanco cuerpo de la chica, buscando sin reparos la presencia de alguien, presencia que no encontraría y lo sabía, pero la fiera posesiva en el interior del varón no lo entendería hasta que lograra su cometido.

Gimió de sólo notar la mirada del pelitplata cuando le tomó las piernas abriéndolas más, para luego hacer lo mismo con su centro. Con dos dedos separó sus labios mayores untándolos de la incipiente humedad que ya la invadía, y no tardó en bajar su rostro para recorrerla con la lengua. No buscaba estimularla, aunque no pudiera impedirlo. Para Sakura, el solo hecho de sentir el calor de esa boca sobre ella, le estremecía en placer, pero el juego de esa lengua recorriendo cada rincón le hacían saber que lo buscaba a él, a Seiyi. Y lejos de molestarle esa desconfianza, no pudo excitarla más, horrorizándose segundos después al caer en la cuenta del goce perverso que esos celos, que esa competencia, le provocaban. Pero aun así, no lo detuvo, ni a él ni a sus ganas de experimentar el deseo oscuro que el juego de esos dos hombres le estaban proponiendo.

La soltó al fin, incorporándose para mirarla a los ojos, mientras le mantenía las piernas abiertas con una mano y con la otra se liberaba con furiosa prisa la dura erección, que se evidenciaba contra el pantalón.

Sakura desvió su mirada allí, a ese falo duro y caliente, rojo por el deseo enfermo que cargaba, y no pudo evitar que la saliva se alivianara. Kakashi no perdería el tiempo con preguntas, ni siquiera se detendría a verificar si ella también lo deseaba. Con esa mirada de furiosa fiebre se abalanzó sobre ella tomándole la boca en un arrebato violento, al tiempo que con la otra mano se acomodaba para hundirse en ella con la misma intensidad.

Ella gimió, ahogando ese lamento de placer en el varón, un lamento apenas teñido de dolor que la encendió de incontables formas, mientras él iniciaba sus furiosos empellones ni bien la llenara, con esa posesividad que no buscaba la pureza del goce sino el castigo impúdico que la marcara como propia.

Ella lo sabía y lo recibía, lo soportaba sin esfuerzo porque ese hombre encendido en celo era un manjar para sus sentidos. Y cuando la soltara unos segundos por aire, le tomó de la nuca fijándola a sus ojos para que viera claramente al hombre, al amo que reclamaba furioso por un error que no le correspondiera a ella, que fuera de su propia culpa, pero que aun así requería de la descarga en el delicado cuerpo de la joven.

—Eres mía, pendeja.

Ella gimió cerrando los ojos.

—¿Lo oíste? —sus estocadas se envolvieron en salvajismo— ¡Responde!

—¡Sí! ¡Sí, sensei! ¡Sí!... por dios, sí...

Y la besó nuevamente, mordiéndole los labios en el proceso, mientras el placer que lo tomaba a él le llevaba a marcarla más.

Salió de ella de repente, incorporándose en sus rodillas para aferrarla de los tobillos y girarla. Ella gimió por el arrebato cuando le tomó de las caderas respingándole el trasero acomodándose detrás. Y no demoró. La penetró sin contemplaciones hundiendo los dedos en la blanca carne que relucía las marcas de sus latigazos.

—¡Por dios! ¡Qué bien que me follas! —gritó antes de morder el almohadón que estaba a su alcance para acallar sus lamentos.

Y él no pudo más que sonreír, una sonrisa de lado y perversa que contribuía a hinchar su posesividad.

Gruñó manteniendo el ritmo brutal, golpeando con las caderas esas nalgas que tan bien lo recibían, observando sus marcas mientras sentía la presión de ese centro que comenzaba a contraerse succionándolo. No buscaba complacerla, su acto nacía del más puro egoísmo, con la única finalidad de reafirmar su aroma en ella, de encenderle la piel únicamente bajo el toque maestro de sus dedos. Y cuando la vio llevar una mano hacia su centro para estimular su inminente final, se dejó ir sin contar tiempo ni dureza, porque aún enojado sentía que los orgasmos de la joven también le pertenecían, él los permitía y solo él los gozaba.

Fueron los espasmos que lo apretaron, o tal vez fue el gemido que se ahogó en la almohada, no lo supo con certeza; pero cuando la sintió explotar debajo de su cuerpo, se vacío en ella con un gruñido ceñido que lo llevó a hundirse en lo más profundo.

—Dios... sensei... como necesitaba... esto.

No le respondió. Aun con los ojos cerrados disfrutaba de los últimos y suaves bombeos de su miembro en el interior, sintiendo como la apretada hinchazón cedía sólo un poco. Y la acarició al final, en el instante en que los dedos aflojaron el agarre, dejándose caer hacia el frente sobre ella, quien cedió las rodillas permitiendo que ambos quedarán recostados sobre el sofá, aun unidos por sus sexos.

—¿Estás bien? —fue lo que pudo decirle cuando su respiración se regularizó.

—Sí, sensei.

—Bien —le buscó el rostro girándolo con una mano para besarla.

Y luego allí quedaron. Aun el amanecer se tardaría un poco más en llegar a su esplendor, y les daría tiempo para acomodarse. No podían relajarse del todo, al fin y al cabo estaban en la torre, en la oficina del hokage y, si bien esa mañana la mayoría del personal se presentaría cerca del medio día debido al arduo trabajo durante el domingo, no quitaba el peligro de que alguien los encontrara de esa forma.

Kakashi sabía que tenía compromisos, pero ya demasiado la había postergado para hacerlo una vez más. La situación estaba controlada, solo quedaba la espera de novedades. Si se ausentaba durante la mañana, poco afectaría más que retrasar alguna decisión administrativa.

La acarició. No podía decir que sus celos estaban del todo apagados, pero haberla tenido de esa forma los acallaba. Y sabía que pronto el malestar se iría, porque cuando la tuviera en su casa, no pasaría un minuto sin besarla, sin tocarla ni hacerle el amor. Porque era suya, solo suya.



—¿Señor?

Seiyi detuvo el movimiento de sus dedos sobre las teclas del piano, cortando ese estado mántrico en el que se encontraba fluyendo entre sus malestares, esforzándose por no entenderlos, ya que eran tan sólo cinco minutos de lucidez los que necesitaba para reconocer lo que le sucedía, y a aquello que debía hacer, pero no quería.

Porque fue pasar esa noche con ella, en un acto de absoluta castidad en donde el roce más sensual que consiguiera fuera el de sus yemas recorriéndole el dulce rostro; para tener todas las intenciones de su voluntad enfocadas tortuosamente en ella, y en la realidad de que no la tendría. Tal fue el goce de ese momento que lo impulsaron a no querer ver lo que sucedería después, y que tanto le advirtiera Zulima, cuando llegado el día de encontrarla frente a frente sólo como su médico, decidiera posponer la cita porque no soportaría tenerla solo para él en una misma habitación negándose el privilegio de tocarla.

Sólo a la distancia podía permitirse unos segundos de contemplación, para desmenuzar esas claras sonrisas que le iluminaban el rostro, o el leve sonrojo en las mejillas justo debajo de los ojos, como si de esa forma pudiera tenerla un poco exclusivamente suya, hasta que llegara su amigo a llevarse todo. Y era a la distancia, y era sin buscarlo, porque esa era la única forma de soportarlo.

—¿Si, Watari?

Acarició las teclas una vez más, soltando algún leve sonido agudo al pulsarlas sin quererlo, antes de detenerse por completo.

—Su cita con la doctora Haruno es en media hora. ¿Preparo el vehículo, señor?

Respiró hondo. Y lo pensó, aunque la decisión ya estuviera tomada.

—No.

—Está bien, señor. Enviaré un mensajero a posponerlo una vez más. ¿El lunes le parece bien? Tiene libre la tarde.

—No.

—Entiendo, el lunes no. Según su agenda... —hojeó la pequeña libreta que siempre llevara consigo en el bolsillo interior del saco —...recién podrá el jueves cerca del atardecer. ¿Quiere que-

—Cancélala. —soltó fríamente.

—¿Cancelar? La doctora fue clara con su tratamiento. No debería-

—No lo necesité durante años, no lo necesito ahora.—la voz de Seiyi fue firme, no menos molesta, pero aun así cortés con su servidor.

Watari dudó en responder, su lado más paternal pujaba a insistir con lo que consideraba mejor para la salud física de su señor, pero entendía que lo que fuera que le sucediera con esa jovencita, no le estaba resultando fácil de resolver.

—Como usted ordene, señor. —se inclinó en respeto —Enviaré un mensajero a cancelar, por cortesía.

Seiyi asintió, apenas si mirándolo de reojo antes de voltear y retomar su melodía una vez más. No quería pensar y esa pieza de Chaikovski que se lucía pulcramente en el atril, era la que tenía el justo grado de complejidad para requerir de su completa atención en la ejecución, con la expresividad que aflojara las emociones cambiándolas por otras más agradables.

Estaba furioso, dolido y frustrado al mismo tiempo, en una combinación tan certera en la tortura infringida a su ser, que no lograba expiar el sufrimiento al exculparse en otros. Al exculparse en ella. Porque era ella y esos inquietos ojos, y esa pequeña boca, y su lasciva ingenuidad, y esa despierta lengua, toda ella, la que lo tenía sumido en ese limbo sin mañanas ni horizontes.

Él era un hombre sexual, su cuerpo, la herramienta de disfrute más exquisita y libre que le permitía al sexo mantener su vida en equilibrio. Devorando las emociones y sin sentimientos, porque esos representan siempre la cadena que ata la intención al otro y él siempre se crió y forjó en libertad, a él nadie lo ataba. Nació libre y así sería siempre. Y funcionaba, toda su vida funcionaba en perfecta comunión, uniendo la moral social con su impúdica privacidad la cual compartía con todos aquellos que se asomaran a su propio disfrute. Adoraba a las personas, sobre todo a las mujeres, y así estaba bien. Con ellas, con muchas de ellas, y con ninguna a la vez.

Y todo funcionaba perfectamente.

Hasta que llegara Sakura y, sin ofrecerle nada, sólo esa mirada aquella tarde carente de significado alguno para ella pero que en él destrozara cualquier preconcepto de libertad, la que expusiera ante él una nueva necesidad que invalidaba todo ese mundo suyo tan exquisitamente concebido.

Y ahora, hasta la más suculenta esclava le sabía insulsa durante la faena sino pensaba en ella. Y el solo hecho de simplemente imaginarla mientras otra lo tocaba o le dejaba hacer, le frustraba de formas que jamás había experimentado. Una liberación carnal moderada, apenas física, que le dejaban el cuerpo tranquilo pero no las ganas, no los pensamientos.

Maldita la hora que se preguntó qué demonios tenía. Maldita la hora en que se detuvo a observarla para saciar esa duda. Idiota en caer en el embrujo de esa dulce mirada.

Él, hombre de mundo, hombre de experiencia, en control, de lascivo disfrute; reducido a un mero niño virginal añorando siquiera se le permitiera verla, siendo ese el éxtasis más profundo que se le consintiera.

Golpeó las teclas con las palmas en un arrebato de furia. El sonido disonante inundó la habitación diseñada con una acústica precisa, dejándolo agitado buscando desesperadamente la calma.

Ya Kakashi decía que esa joven era y sería su perdición. Ahora era la de él también, aunque en ese momento fuera el único afectado. La seguridad de que ella podría ser suya se diluía a cada mirada que le dedicaba a su amigo. Estaba enamorada, ya bien Zulima se lo advirtiera constantemente, y contra eso... no podía hacer nada. ¿Robarla? Imposible. El apego sexual era fácilmente derrotado con mejor sexo, y él podía brindarlo. El apego emocional, con una relación sana y más exitosa, y también podría hacerlo. Pero nada de eso sucedía entre Kakashi y Sakura, lo que había allí era real y él apenas si era el tercero.

Por primera vez en su vida debía admitir que estaba fuera, que había perdido.

Respiró hondo una vez. Y luego cerró los ojos repitiendo la acción.

No debería haber tentado a su suerte yendo a la fiesta de Zulima. Buscaba provocarla, buscaba sembrar más curiosidad de la que la chica ya tenía sobre él. Si le gustaba un dominante como su amigo, él sería simplemente irresistible. Y le había salido terriblemente mal. Ella debía ser la que estuviera inquieta, ansiosa, desesperada ahora. No él.

Esa preciosa mujercita, tan sensible, tan única respondiendo de la forma en que le respondió. Tan profunda al buscar consuelo en él por medio de sus palabras. Representaba no sólo el desafío físico de una nueva sumisa, porque sabía que esclava no podría ser; sino más allá, uno intelectual, que si hasta lograba meterse como un excelente oponente en combate.

Era la mujer que llenaba todo en su vida, haciéndole notar por primera vez que esa libertad de la que tanto presumía, ahora le sabía agria al convertirse en soledad.

Chasqueó la lengua y se puso de pie dirigiéndose hacia la licorera al fondo de la sala, afanándose del whisky más caro, el que el Lev le regalara en su viaje por las américas. "Bebida espirituosa para esconder las penas", así la definía Zulima aunque él jamás le había encontrado ese sentido. Era fuerte, era sabrosa, una buena compañía en las charlas de negocios, y nada más.

—Más te vale que me sirvas ahora —le dijo a la botella antes de volcar dos medidas a la copa de boca ancha.

Se la llevó a los labios bebiendo el primer sorbo con cautela. Tal vez midiendo su efectividad, y los ojos se posaron en el enorme ventanal que le ofrecía ese paisaje invernal que tanto le fascinara a Sakura cuando vinieron por primera vez a su casa. Y sonrió, una sonrisa dulce, nostálgica de una historia que no fue.

Y allí lo supo al fin. Debería dejarla ir.

Pero... ¿cómo hacerlo? Nunca tuvo que rescindir a nadie. Él era quien se iba de las personas de las que se aburría. No al revés.

Y se vio a sí mismo huyendo porque sin premeditarlo, tan sólo en un arrebato de autoprotección, tomó la misma decisión que con cada mujer antes, alejarse. Como siempre lo hiciera, como estuvo haciendo durante toda la semana cancelando las citas médicas. No quería verla, pero norra porque no lo aduana, era porque no podía. Le dolía y torturaba en partes iguales, odiándose un poco más a cada minuto porque él nunca fue así.

Bebió un nuevo sorbo cuando las luces de su jardín comenzaron a encenderse anunciando que el atardecer iba a acabarse pronto, y se dirigió hacia el piano una vez más.

Apoyó el vaso en el borde y tomó las partituras descartadas que posaban en el extremo del banquillo doble. Realmente era una tarde de Chaikovski. Sonrió cuando se asomó el movimiento de piano de la Sinfonía Número 4 en F menor. Su favorita, y la que más se adecuaba en ese instante a su estado de ánimo.

La acomodó en el atril quitando la anterior, desplegando los dedos sobre las teclas ni bien se sentó. Con un inicio tímido los sonidos de los primeros acordes inundaron la habitación, seguidos de a poco con la melodía de la mano derecha, acompañándolo en una ejecución propia, que no respetaba los cánones de la obra, sólo la emocionalidad del ejecutor. Se la sabía de memoria siendo su pieza favorita, hizo falta sólo un par de compases para que las notas fluyeran desde los recuerdos tomando el mando de las manos en esa única ejecución.

Y cerró los ojos dejándose ir, sin pensar, sin buscar la excelencia, solo el sentir; fluyendo con los movimientos y los sonidos y las decisiones que tomaba amorfas de palabras.

Así fue, uno con la música, ablandando el pesar que le hincaba el pecho mientras esquivaba entenderlo para no ponerle nombre.

Y cuando el último acorde encontró su liberación en esos dedos que tan delicadamente lo ejecutaron, no fue el silencio esperado el que lo recibiera, sino un pequeño aplauso proveniente desde las puertas, las cuales deberían estar cerradas sin que nadie interrumpiera. Nadie debía...

Abrió los ojos de repente.

El aire se le atoró en los pulmones sin poder evitar que la sorpresa en la mirada se le notara.

Allí, de pie frente a la gran puerta corrediza cerrada, vestida con un pullover al cuerpo de cuello alto en color bordó que tan bien le presumiera la clara piel, y esa falda al tono a mitad del muslo, con sus bucaneras negras de lana y las botas a la mitad de la pierna que la hacían lucir aún más inocente que la dulce sonrisa que adoraba su rostro; lo observaba, con ilusión, y con un destello de deseo en los ojos.

Preciosa.

La miró tomarse las manos al frente luego de ese aplauso, y suspirar nerviosa por el silencio que se generó entre sus miradas a la distancia.

—Sakura... —dijo al fin poniéndose de pie, serio, implacable, con ese estoicismo elegante que le pesaba en la mirada y lo imponía por sobre cualquier aristócrata— ¿Qué haces aquí?

—Primero, buenas tardes, ¿no?

—Es de noche.

—¿Purista? —torció los labios y luego sonrió tímidamente, pero no menos dulce— Entonces, buenas noches, Seiyi.

No le respondió.

—Bueno...—carraspeó nerviosa huyendo de la mirada que la intimidaba, porque moría de nervios aunque intentara que no se le notara, creyendo que tenía éxito en el disimulo ante un Seiyi que poco a poco endurecía su semblante, marcando esa fría distancia como aquella noche en la torre del hokage— Cancelaste tres veces tu cita conmigo. Imagino que estás muy ocupado, y me preocupa tu salud.

—Estoy bien.

—No terminamos el tratamiento de la lesión antigua y... —jugó con los dedos enredados— ...pensé que sino podías acudir, que yo viniera no estaría mal, ¿o no? Digo, somos amigos y... ¿no?

—No.

Sakura abrió grandes los ojos esfumando la tímida sonrisa al fin.

—Digo— Seiyi se corrigió, había sido tosco con la chica y no era su estilo para con las mujeres— , no está mal que estés aquí.— Y en ese instante aflojó la tensión en su rostro. Que ella estuviera allí, en su casa, luego de todo lo sucedido entre ellos, no podía ser en vano. Aun cuando no entendiera como manejarlo, o cuando su instinto le gritara que la despidiera de alguna forma; estaba extrañamente feliz de verla.

—Mejor así —y la sonrisa tímida que nuevamente se esbozó en sus labios, le confirió esa belleza calma que lo enloquecía. Era imposible estar enojado con ella.

—Pero no era necesario que te tomaras la molestia —apuró a acotar en cortesía.

—Sí, lo era —respondió sonrojándose, aumentando la mueca de felicidad que tembló unos segundos en indecisión.— Sino nunca te hubiera oído tocar de esa forma. Sabía que el piano no estaba de adorno aquí. ¿No haces nada sin un propósito, no?

Seiyi le sonrió de lado. Tan perspicaz y tan dulce con ese leve sonrojo.

—Vas conociéndome —y en ese instante, decidió abandonar todo el abatimiento que lo mantenían inmovilizado. Ella estaba en su casa, había llegado por su propio pie aun cuando la amistad que estaban construyendo no fuera tan estrecha como para tomarse ese atrevimiento. Lo que significaba una sola cosa, y no lo desaprovecharía.— Perdona mis modales, de verdad tuve una semana bastante...agitada, y cuando llegaste estaba en un estado de-

—Mántrico —le interrumpió.

—¿Qué...?

—Estabas en estado de mantra. Meditando, resolviendo, relajándote.

Sonrió nuevamente, esta vez adoptando una postura más seductora, liberando su verdadera intención con ella.

—Exacto.

—Yo hago lo mismo, aunque soy menos... sutil.

—¿Si? Y cómo sería eso —y salió de detrás del piano para acercarse a ella, notando como la respiración de la fémina se aceleraba a cada paso que acortaba la distancia entre los dos. Era leve, era contenido. Pero él podía leerlo.— ¿Qué haces cuando te sientes abrumada?

—Rompo cosas —y carcajeó juguetona, una risilla aguda que más que pícara sonó algo nerviosa.

—Créeme que me lo imagino perfectamente. —Y se detuvo a menos de medio metro de ella, distancia que le parecía demasiada pero que así demandaba si quería relajar a esa joven. Y le extendió la mano en invitación— Nuevamente, me disculpo por mis modales.

Ella miró esa mano y luego a los ojos del apuesto anfitrión sin entender demasiado.

—Sakura, ¿me acompañas?

Asintió tímidamente, con los ojos bien abiertos, antes de apoyar los dedos en la palma que la agasajaba, y que pronto la estaba acariciando suavemente antes de jalar para indicarle que caminara junto a él.

—¿Dónde me llevas?

—Me dijiste que te intrigaba el piano. ¿Alguna vez tocaste uno?

—No. Solo lo veía en libros, o desde lejos en algún evento.

—Bueno. Hoy será tu primer vez tocándolo— y le sonrió de lado agachándose apenas para estar más cerca de ella.

Sakura carcajeó por el doble sentido que cargaba la frase, y desvió su mirada a otro lado sin poder evitar el nuevo sonrojo que le invadió el rostro.

Seiyi la soltó al llegar, quitando todas las partituras sobre la banqueta e indicándole que tomara asiento a su lado. Hizo lo mismo ni bien la chica se acomodó y lo miró esperando por él.

—¿Conoces algo de música?

—Sí. En la primaria aprendí a tocar flauta traversa

—¿En serio?

—Sí, ¿por?

—No te hacía chica adepta a la música.

—Pues, no lo soy. Pero mi madre insistió, ya sabes cómo son las madres cuando se les mete una idea —Seiyi carcajeó asintiendo, comprendiendo perfectamente lo que le decía—, y ¡allí fui! Aprendí. Pero no me quejo, no fue mala experiencia y, además, no me fue mal en ello —acotó encogiéndose de hombros, con un dejo de orgullo en la mirada, ya que había llegado a ser una buena estudiante de ese instrumento.

—Entonces, será sólo una introducción sobre el piano — ella sonrió entusiasmada, volcando la mirada sobre el instrumento que Seiyi acariciaba ahora.— Las blancas son los tonos del Do a Si —y tocó ejecutando cada una de las teclas para que ella apreciara la escala, mostrándole donde comenzaba y dónde terminaba— ,las negras son los semitonos, sostenidos delante, y bemoles detrás. ¿Cómo te manejas con ellos?

—Bemoles.

—Me lo imaginé —le sonrió.

—¿Y eso?

—Para quienes vienen de los vientos, los bemoles son más naturales de procesar, por cómo tienen que ejecutarlos.

—¿Aja? ¡Qué curioso!

—Así es —y desplegó la mano derecha sobre el teclado apoyando algunos dedos para armar un acorde mayor—, vamos a comenzar con una fácil. ¿Tienes las notas del feliz cumpleaños?

—¿En serio, Seiyi? —lo miró con sorna.

—No lo dudaba, pero debía preguntar —y se encogió de hombros carcajeando.

—Claro. Claro. Debías.

—Bueno, sólo tienes que ubicar las notas en las teclas y ... —ejecutó una breve frase del tema elegido para que ella lo viera—, prueba tú.

Ella sonrió como un niño con dulce nuevo, y en seguida se puso manos a la obra en la escala aguda que le seguía a la que él tocaba. Arrancó torpe, cómo quién no conoce el instrumento, pero pronto lo fue sacando. Dio un gritillo agudo luego de que el último intento diera resultado. Seiyi simplemente la observaba, con una sonrisa que podía fácilmente permutar a boba, pero que lograba corregirla a tiempo.

Y cuando la canción ya fluía, él se acopló en la escala anterior, sumándole la mano izquierda de la armonía en la vuelta siguiente.

Sakura carcajeó feliz, él le acompañó en el gesto, repitiendo la canción varias veces, aumentando la velocidad en cada vuelta, juego que propuso Sakura y que Seiyi rápidamente adoptó encontrando la diversión en el asunto. Y cuando los dedos comenzaron a trastabillar en errores, las carcajadas le ganaron a la canción hasta que fue imposible encontrar una melodía coherente.

—¡Esto es... genial! —reía acariciando las teclas sin presionarlas, mientras calmaba las risas— ¡Me encanta! ¡Me encanta!

Él la observaba, sonriendo, disfrutándola. La escena que construían, tranquilamente podría ser una que cerrara todas sus tardes.

—¡Qué pedazo de instrumento que tienes aquí! —casi lo gritó entre dientes, sin ocultar el entusiasmo que la invadía.

—Sí, es muy noble.

—Precioso... realmente precioso —acarició la superficie superior de blanco perlado.

Seiyi no podía dejar de observarla, reparando especialmente en la forma en que esos largos dedos acariciaban tan delicadamente la superficie de su piano, sintiéndolo como si lo hiciera en él. Reparó en los ojos de la fémina cuando la percibió viéndolo y quedó allí. En sus ojos, perdido en ese verde que lo transportaba a otro sentir, preguntándose cuáles serían los pensamientos que la asolaban en ese preciso instante, porque sabía que la mente inquieta de la joven no paraba de analizar cada detalle de su persona. No fue consciente de que se acercaba hasta que la vio sonrojarse bajando rápidamente la mirada, pero jamás se movió del lugar. Nunca lo hacía con él, como si lo invitara a cerrar el espacio entre ellos con la pena del decoro que demandaba la dama, siendo él quien siempre detenía todo.

—Tú eres preciosa —le susurró conteniendo las ganas.

—Seiyi... —fue apenas la respuesta improvisada que logró brindarle, sin llegar a evitar que por unos segundos sus ojos se le desviaran deseosos de los labios del varón.

Él sonrió de lado manteniendo solo unos instantes más su posición ganada, y cuando la oyó suspirar decidió que era suficiente. Se alejó de ella girando las partituras en el atril hasta la hoja inicial, para que la cotidianeidad de ese acto le tranquilizara.

—Dijiste que estabas aquí por mi tratamiento.

—¿Q-qué?

—Mi tratamiento. A eso venías, ¿no?

Ella lo miró perdida en otros pensamientos, no escuchaba lo que él le decía. La forma en que la observaba instantes atrás, la cercanía tan peligrosa que le permitió saborear apenas el aire caliente de su aliento, habían encendido en ella unas ganas que eran incorrectas. Las mismas que en la fiesta la llevaron a obedecerle en todo, a sentir los dedos de Kakashi encendiéndola como nunca sólo porque ese hombre frente a ella la observaba provocándola; que si hasta llegó a pensar por un instante que eran ambos los que la tocaban y ese pequeño detalle fue el que disparó el orgasmo cuando los labios del Conde articularan la orden.

Y el descaro de ese acto, y la forma en que la contuviera la noche del ataque, hasta su mirada dura y su lejanía, la tuvo pensando en él cada día. Preguntándose qué carajos pasaba por la mente de ese hombre que aun sabiendo que ella estaba con su amigo, con su superior; no perdía oportunidad de hacerle notar sus intenciones sin temor a que lo rechazara. Porque iba a rechazarlo si tan sólo osaba a hacer algo más.

Si es que acaso reaccionaba a tiempo...

—¿Sakura?

—Que...q-que...

—El tratamiento, ¿me escuchas?

—Eh... ¡sí! ¡Sí! —se sonrojó por completo dudando unos segundos antes de ponerse de pie en un respingo y alejarse de ese banquillo como si quemara.— Estoy aquí por tu tra-tratamiento. Porque me cancelaste... tres veces.

Él le sonrió.

La conocía lo suficiente como para saber que tenía los nervios de punta otra vez y que el tratamiento era una mera excusa. Quería verlo a él. Tan mal no le había salido todo su despliegue, después de todo, aunque no sabía hasta dónde llegaba la intriga.

—Está bien —se puso de pie rodeando la banqueta para pasar a su lado mientras comenzaba a desprenderse la camisa blanca de fibras elastizadas que vestía— Ya que te hice perder el tiempo esta semana, voy a comportarme como un buen paciente ahora, y no te demoraré más.

Y al llegar a los amplios sillones comenzó a deslizar la prenda por sobre sus hombros.

Ella lo seguía con los ojos bien abiertos, reaccionando al fin cuando la camisa ya descubría parte de la ancha y trabajada espalda.

—¡No es necesario! —dijo al fin en arrebato.

Él la observó por sobre su hombro, deteniendo los movimientos por unos segundos para sonreírle al final.

—¿No? Bueno —y se la colocó nuevamente, dejándola desprendida al frente, para girar hacia ella.

La imagen del varón con esos oscuros cabellos recogidos en una media cola, que caían por sobre los anchos hombros bañando la ajustada camisa desprendida, que poco esfuerzo hacía para tapar el pecho musculado y esos abdominales de infarto que se perdían en V en los pantalones de vestir oscuros; le robó el escaso aliento que aún mantenía decoroso en su boca. Y no fue sólo esa imagen la que la sonrojara, sino la mirada felina atenta a ella con esa media sonrisa de elegante desfachatez, que la esperaba.

Y Seiyi la observó por cada segundo en que ella hiciera lo mismo sobre su persona, recorriéndole con los ojos lo que sus manos picaban en acariciar. Le observó cada gesto, hasta la saliva que duramente pasó por la garganta denunciando la incomodidad de la excitación indebida. Así de obvia en su bruto disimulo ella podía ser, que dio un respingo cuando el varón le habló.

—¿Procedemos?

Sakura sacudió el rostro para no seguir viendo y dio un paso al frente deteniéndose dudosa.

—S-sí... voy... ahí voy.

—¿Qué hago? ¿Me quedo aquí, me siento, voy para allá? —instigó provocándola, no le daría respiro, no cuando la comenzaba a tener como quería.

—Sí.

—Sí, ¿Qué?

—Que te sientes... ahí, d-donde estás.

Obedeció y la miró reclamando, sin dejarle opción que acercarse al fin.

Respiró hondo al detenerse en frente dudando de si acomodarse entre sus piernas como lo hiciera semanas atrás. En aquella oportunidad, la cercanía podía incomodarle por respeto al paciente, ahora era por ella, porque el solo hecho de tenerlo cerca le recordaba las sensaciones que el Conde le provocara en su cuerpo, y temía a ser obvia

Pero ella misma se había metido en esa situación, movida por el deber y el bienestar de un paciente que... ¡a quien engañaba! Parte de verdad había en ese motivo, tan cínica no era, pero no toda. El resto era la necesidad de verlo, de hablar con él para saber qué demonios había sido lo que pasara en el club. Su conciencia lo demandaba, la intriga le volvía loca y el resto de aquello que la jalaba hacia él, aun percibiéndolo incorrecto, no tenía nombre ni explicación. Lo que la llevaba a no comprender que mierda le estaba pasando.

Se acomodó dudosa decidiendo al fin adoptar la misma posición que usara antes, intercalando sus piernas entre las de él; y allí se detuvo cuando la cara interna de su rodilla rozó la del varón.

—¿Qué sucede?

—Nada. Sólo que... nada.

—Hemos estado más cerca que esto, Sakura.

La joven asintió y respiró hondo una vez más, sacando de su mente cualquier otro pensamiento y propósito que no fuera el médico.

Frotó las manos para calentarlas y se inclinó metiendo debajo de la tela una palma para apoyarla en el hombro, mientras la otra lo sostenía por detrás. Ese simple contacto con la blanca y caliente piel del varón, le electrificó cada nervio aleteando la líbido de idéntica forma a cuando el Conde la cortejara tan obscenamente esa noche.

Su respiración se entrecortó, obligándola a carraspear para disimularla, aunque el varón tan cerca de ella, percibía cada gesto de la joven deleitándose y sufriéndolo a la vez, aunque se obligaba a ignorar este último sentir.

Fue con un suspiro que ella al fin entrara en su rol de médico, rol que había elegido para esa visita aunque fuera totalmente consciente de que no era del todo cierto, y desplegó el chakra de inspección para analizar la zona, antes de iniciar una vez más el tratamiento. Su ceño se contrajo segundos después, calando la molestia entre sus emociones.

—Cicatrizó mal. Una parte respondió correctamente, pero la otra, no. Seiyi, no tendrías que haber cortado el tratamiento, no por tanto tiempo —respiró hondo— ,sabías que esto era así, te lo expliqué bien.

Él no acotó nada.

—Voy a tener que volver a comenzar en esta zona —inspeccionó un poco más deslizando los dedos hacia un lado.

El varón suspiró, ella no era consciente de todo lo que estaba provocando en él, ni que tenía los ojos cerrados para disfrutarla más.

—Y aquí... Sí, aquí está la cicatriz más grande —suspiró.— ¿Porque no fuiste a las citas?

—No pude, Sakura.

—Me hubieras avisado que estabas tan complicado. Yo hubiera venido aquí. Somos amigos lo sa-

—Lo sé, pero no pude — su respuesta fue tajante, cortando cualquier intención de réplica inmediata.

Ella calló unos instantes, cambiando el chakra en sus manos a uno que anestesiaba levemente la zona antes de comenzar.

En sus pensamientos la molestia encontraba un lugar. Tenía tantas dudas, tantas preguntas. Estaba allí, arriesgándose, porque sentía el temor recorriéndola entre medio de toda esa nebulosa de emociones, como si Seiyi fuera un ser peligroso, frío, calculador, y a la vez con la sensibilidad precisa para cuidarla y contenerla como aquella noche en la oficina del hokage, haciéndole sentir tan única como lo hacía Kakashi.

Chasqueó la lengua inquieta.

—No te creo, Seiyi —dijo al fin.— Vas a tener que darme una mejor excusa que un simple "no pude".

—¿Cómo? —levantó la vista a ella con el ceño contraído.

—Eres un tipo que hace lo que quiere cuando quiere. —Quitó las manos del hombro para separarse apenas y lograr hacer contacto con él, aunque ni bien cayera en sus ojos entendió que no fue la mejor decisión, y menos estando tan cerca. La mirada del varón había mutado a una depredadora que lejos de provocarle más miedo, encendió algo en ella que eligió no entender.— Me...¿me vas a decir que justamente tú no pudiste acudir a una cita médica?

—¿Me llamas mentiroso?

—N-no... —suspiró sonrojándose— Bueno, ¡sí! —dijo con falsa valentía— Porque me mentiste. No fuiste porque me estabas evitando, no porque no podías.

Era imposible negar que le sorprendió que la chica se diera cuenta, lo que sólo contribuyó a agregar una gota más al deseo que lo tenía prendado por ella. Le sonrió poniéndose de pie segundos después. Sakura tuvo que hacer un paso atrás para darle espacio en el momento en que la rodilla rozara la cara interna de sus muslos; pero cuando la sombra del varón la cubrió, necesitó huir aunque no pudiera. Una mano en su cintura apenas presionando le mantuvo la voluntad en ese lugar.

—Eres descarada al hablarme así.

Ella apretó los labios elevando el mentón para no romper el contacto visual ni la firmeza que ya le pesaba. Todo su ser temblaba sin repercutir en su cuerpo porque lo obligaba a mantenerse estoico ante ese hombre que la acechaba. Estaba enojada, quería explicaciones y no iba a ceder, aunque su ser se lo pidiera.

—¿No dices nada a eso?

—¿Q-que te...diría? Piensa lo que ... quieras de mí. S-sabes que es cierto lo que...que digo.

Seiyi sonrió de lado. Posando ahora sus ojos en esa pequeña boca que humedecía nerviosa los labios ahora.

—¿Que es cierto, según tú?

—Que...que me evadías.

La sonrisa se intensificó cuando volvió a sus ojos y se encontró con el sonrojo que resaltaba el jade de esas preciosas pupilas.

—¿Y por qué lo haría?

—Por...por lo que... que me hizo el... el Conde.

La satisfacción le hinchó el pecho en ese instante. Su movimiento había calado, y no pudo evitar carcajear bajo, tan grave y profundo que la obligó a suspirar para soportarlo.

—¿Y qué te hizo el Conde?

—Me... me provocó a través de... otra.

—¿Ajá? Interesante.

—Y me...me... pidió que me ... corriera —la última palabra apenas se deslizó en un hilo de voz.

—¿Si?

—Yo estaba con... Kakashi y-

—¿Y qué pasó?

La respiración de Sakura se descontroló en ese momento, dudando de que responder sin saber cómo reaccionar en el juego en el que la había encerrado el varón. Y cuando quiso siquiera moverse, ahora la sutil mano en la espalda ya no era delicada en la orden. Ahora la sostenían junto a él, pegándola a su cuerpo. La altura de Seiyi la sobrepasaba por más de una cabeza otorgándole aún más imponencia. Y ese cabello oscuro caía por sobre sus hombros envolviéndole el rostro en un aura tan exquisita y dominante, que se encontró a sí misma alternando la mirada entre esos ojos que parecían meterse en ella, y los labios que ya ni sabía cómo evitar desearles, aun siendo consciente de lo incorrecto en ello.

—Yo... le...le obedecí.

Preciosa. Exquisita. Única.

La sonrisa en los labios del varón se desdibujó lentamente, como así también la escasa distancia que los separaba. Y la mano que ahora se apoyó abierta en la nuca de la joven, fijándola a él, le hizo estremecer.

—Fue grandioso, ¿no, Sakura?

Ella asintió apenas, respirando rápido. No notó cuando sus propias manos se apoyaron en el pecho desnudo de Seiyi, tal vez buscando mantener la distancia, o tal vez intentando detenerlo porque sentía que cada segundo que pasaba él estaba más cerca. Pero lo que no se admitiría, era que sólo buscaban tocarlo.

—Seiyi...yo-

No pudo decir más. Los labios le fueron silenciados de repente por un beso que se posó demandante sobre ellos. No fue violento, ni pidió permiso. Sólo tomó la suavidad de los suyos, provocando ese gemido que la llevó a abrirlos más para darle entrada al ímpetu que llegó segundos después. Fueron las manos de Seiyi las que la aferraron a ese contacto, gruñendo al saborearla, porque fue degustar por primera el sabor de esos labios, para que algo dentro de él se rompiera al fin.

Contrajo el ceño ante las sensaciones que lo invadieron, jamás algo tan casto como un beso le había hecho sentir tanto, y esperaba que pronto ella lo empujara deteniéndolo, porque él no lo haría esta vez, encontrando que en su lugar esa boca jugaba con la suya con tal deleite que no hizo más que gruñir en goce al profundizar la caricia.

Y ahora las manos de la chica lo aferraban por las solapas de la prenda abierta, apenas elevándose en puntas de pie para tomar más de él. Y él se inclinaba a ella para fundirse más si acaso era posible, acariciando con los dedos la cintura al colarlos debajo de ese ajustado pullover para sentir la piel, necesitando más. Mucho más.

Fue ese instante de lujuria que invadió su voluntad, en el que la giró recostándola letamente en el sofá sin cortar el beso, posándose con delicada sutileza después. Y fue en el precioso momento en que buscara acomodarse entre las piernas de la joven, que ella empujó apenas su pecho para alejarlo.

—Seiyi... espera... ¿qué... qué hacemos?

Él la miró con ojos afiebrados, y labios hinchados, obedeciendo al pedido de la chica. Lo esperaba, más no lo quería.

No le respondió. Sólo estudió esas delicadas facciones encendidas buscando la debilidad que le permitiera colarse otra vez, porque era deliciosa, era increíble. Lo mejor que con tal castidad había probado alguna vez su vida, y la quería para él, sólo para él; todas las noches, todas las mañana, todos los días.

—Es-está mal... yo...yo...

—¿Este beso?

—No deberías haberme... besado.

—No fui el único que lo hizo, Sakura.

—Pero no debía... pasar, no-

—¿Y por qué no? Me gustas, Sakura. Y sé que yo también a ti.

—No... no es así, Seiyi —y giró su rostro hacia un lado, para evitar cualquier nuevo avance, no se sentía con las fuerzas de resistirlo porque era cierto lo que ese hombre afirmaba, le gustaba, aunque no quería tener nada con él que interfiriera en su relación con Kakashi. Lo empujó del pecho para que quitara su peso de encima, y salir al fin debajo de él, encontrándose con que el varón no cedía.

Lo miró en ese instante, con ojos bien abiertos.

—¡Seiyi!

Él sonrió de lado acercándose nuevamente a ella, frenando a centímetros de besarla, desplegando una nueva provocación. Sabía que ella estaba débil ante su deseo. Esperó unos segundos y cuando la pelirrosa no lo rechazó, su sonrisa se esfumó para darle paso al nuevo beso que iniciara ella cuando en un arrebato elevara apenas la cabeza para tomarlo.

Seiyi gruñó. No podía decir que la reacción de la chica no le fascinara, pero tampoco podía dejar de reconocer que le dolía, porque percibía la contrariedad en la fémina. Esa atracción irresistible que ejercía sobre ella, excitándola no sólo en sentido sexual, se superponía a la moral de evitarlo por fidelidad a una relación que él sabía que sólo estaba declarada del lado de ella.

Pero se dejó llevar igual. Cuando la lengua de la chica no se retiró a la intromisión de la suya, ya poco le importó el escaso decoro que mantenía por respeto a ella. En ese instante gruñó profundizando el beso al soltar todo el peso de su cuerpo sobre el de ella, cuando las manos de Sakura aferraron sus hombros, acariciándole el cuello. Poco le costó colarse entre medio de sus piernas que cedieron el espacio demandado facilitando el contacto, forzando a la falda a elevarse al paso de sus caderas, que no tardaron en presionar contra el centro de la chica.

El gemido femenino que se perdió dentro de su boca sólo lo instó a seguir, y fueron sus manos ahora quienes la acariciaron recorriéndole el rostro, recorriéndole apretado el cuerpo, cuando pujara casi instintivamente para frotar su erección en ella a través de la tela.

Y allí la sintió tensarse. Allí sintió que todo el cuerpo de la pelirrosa se detenía cortando el calor de los movimientos a los que se estaba arrojando.

—Seiyi —susurró sobre sus labios, y cerró las manos que se encontraban ahora sobre su pecho.

Él se detuvo, no sin maldecir mentalmente. Lo que esa mujercita le hacía sentir, siendo lo más vainilla que había hecho en su vida, era exquisito resultando en adictivo si se dejaba llevar.

—Esto... no está bien... —empujó nuevamente, torciendo el rostro, y él suspiró relajando su peso al fin. Se apoyó en los codos, incorporándose hacia el lado para dejarla salir.

Ella inmediatamente se deslizó de debajo de su cuerpo, mirando hacia otro lado porque sabía que si tan sólo cruzaba con esos ojos afiebrados una vez más, ya no se iría de ahí. Se sentía aterrada por la lascivia y escasa resistencia de su voluntad ante el Hyuga, y comenzaba a considerar que cada día sería peor si él seguía provocándola así.

Se sentó acomodando la falda más abajo, dándole la espalda, hasta que Seiyi hiciera lo mismo a su lado, sin mirarla sin tocarla. Sólo apoyó los codos en las rodillas tomándose las manos al frente, impaciente, con ganas de abalanzarse sobre ella nuevamente y no darle oportunidad de arrepentimientos.

Respiró hondo, frustrado, enojado consigo mismo por no haber reparado en ella antes, pero entendiendo que no estaría deseándola de esa forma si las cosas no se le hubieran dado así de difíciles. Lo fácil se le hacía aburrido, y pronto lo desechaba.

Aun así, le molestaba porque por primera vez la incertidumbre le abría un vacío en el pecho que jamás había sentido. Respiró hondo pasándose una mano en los cabellos para retirarlos del rostro, y allí, de reojo la observó.

La chica se tocaba los labios apenas con dos yemas, con una mueca de preocupación en los ojos. Aun lo sentía y se atrevía a considerar que se encontraba tan contrariada como él.

—Sakura —la chica dio un respingo al oírlo, sin animarse a mirarlo — ,no voy a disculparme por lo que pasó, realmente lo deseaba.

—Lo... lo sé.

—Y tú también

No dijo nada. Sólo suspiró agachando la cabeza segundos después, para masticar la culpa que hacía mella en su pecho, mientras las manos se cerraban apretadas en el borde del sillón.

—Igual no estuvo bien, Seiyi —balbuceó al fin.

—¿No estuvo bien para quien, Sakura?

—Ya lo sabes —la voz se oyó débil.

Seiyi se puso de pie en ese instante, comenzado a abrochar la camisa con medida bronca en esos movimientos. La pelirrosa sólo lo observó, de espaldas a ella los movimientos de los brazos al frente tensaban cada músculo de los hombros y de la ancha espalda. La figura masculina era imponente con ese cabello negro y pesado que caía hasta la mitad.

Tuvo que respirar hondo para acallar su propio deseo, y cuando se advirtió anhelando ese beso otra vez, se puso de pie mirando hacia los lados para encontrar su abrigo y bolso, los cuales evidentemente no estaban ahí.

Y sin dudarlo, aun sin sus cosas, no demoró más y comenzó a caminar hacia la salida de la habitación, huyendo de aquello que quebrara su voluntad, cuando la voz del Hyuga la detuvo.

—Tenías razón, estaba evitándote.

Ella se detuvo abruptamente, respirando acelerado por la confesión. Tenía miedo pero aún así giró lentamente, con asombro y dolor en su mirada

—¿Por...porque?

—¿Lo que pasó hoy no te dice nada?

Esos ojos se abrieron más, para llenarse de angustia después y de lágrimas más tarde, aunque no las dejara salir.

—¿Qué clase ....qué clase de juego es este, Seiyi?

—¿Juego?

—Tienes mujeres. Son tus sumisas o esclavas o ...¡como sea! Te acuestas con cuántas quieres, las mejores, ¡diosas!, y cuando quieres las deshechas como nada. Eres rico, eres poderoso, eres.... ¿porque quieres algo conmigo sino es para jugar?

Él entrecerró la mirada.

—¿Porque soy todo eso que dices, asumes que estoy jugando contigo?

Se encogió de hombros para asentir después.

—¿Estás juzgándome, Sakura?

—N-no... sólo que... —se abrazó a sí misma en ese instante y Seiyi tuvo que contener el impulso de ir a terminar el trabajo que ella hacía— Sabes que estoy con Kakashi, con tu amigo y aun así tú-

—Estás con él... –le interrumpió respirando hondo, con amargura luego— ...Pero, ¿él está contigo?

Sakura levantó la mirada de repente sosteniéndola en esos duros ojos que a la distancia parecía envolverla. Y una lágrima rodó segundos después, porque esa pregunta había calado profundo en sus inseguridades.

Seiyi entendió el error de sus palabras al observar el dolor en la pelirrosa, y comprendió que aun siendo verdad había ido demasiado lejos. Su frustración y su furia habían hablado por él e iba notando que las lágrimas de la chica comenzaban a ser su debilidad.

Su mirar se relajó en dolor en ese instante, aunque pronto lo compusiera estoicamente. No quería mostrarse blando ante ella, no presintiendo el desenlace que lo destrozaría después. Intentó acercarse, pero el paso que diera hacia delante, ella lo replicaba hacia atrás. No lo quería cerca.

—No estoy jugando contigo, Sakura.

Ella negó secándose la lágrima intrusa con el dorso de la mano.

—No estoy jugando contigo, Sakura —repitió con voz firme.

Ella esnifó elevando el rostro mientras intentaba quitar el dolor, dejando que el silencio los envolviera a los dos por los instantes en que se contemplaran. Uno tratando de llegar, la otra de huir.

—No te creo.

Seiyi respiró hondo.

—Sino me crees por ti, créelo por él.

La joven quedó inmóvil ante las palabras, sólo abriendo los ojos en duda de su significado.

—¿Qué pretendes?

—Él fue mi amigo y camarada, antes de que nacieras. Fue mi hermano antes de que supiera de tu existencia. ¿Crees que me arriesgaría a perder su confianza por un juego sexual, por un simple revolcón? —la miró duramente, dádole tiempo a que reaccionara, los ojos llenos de lágrimas fue la respuesta.— No soy idiota, Sakura.

Se abrazó una vez más buscando qué hacer, sintiendo como la culpa calaba más hondo porque si ella no lo hubiera permitido, no estarían en esa instancia. Agachó apenas la cabeza intentando no llorar.

—No eres la culpable de nada —le dijo acercándose con éxito esta vez.— Yo soy el imbécil aquí que se dejó llevar. —Le acarició el rostro sintiéndola estremecerse bajo su toque.— No me arrepiento de nada, Sakura, pero te estoy lastimando, y eso no lo puedo soportar.

Ella esnifó conteniéndose, aunque sus ojos ya estuvieran cargados y vidriosos. Lo miró en ese momento, con súplica, contrariada, pidiéndole que se alejara y que a la vez se quedara, o que tan solo le dijera que nada era como ella lo estaba pensando.

—Respondeme algo, Sakura —respiró hondo— ¿estás enamorada de él?

Lo miró a los ojos en ese instante, asustada, dolida. La pregunta le forzaba a sincerarse consigo misma si era que acaso quería responderla. Pero era dejarse llevar por lo profundo de su mirada, y saber que negarse era simplemente imposible. Y allí, con el instinto jalando por salir corriendo, con el pulso disparado y las ganas de pedir perdón atoradas en la garganta, no pudo más que reconocerlo. No solo a él, sino a sí misma.

Asintió tímidamente, aunque esa respuesta hacia él le doliera.

—Bien —respiró hondo una vez más, buscando fortaleza después.— No voy a molestarte más.

—Seiyi, no es-

—Sí, es necesario. Y no lo hago por ti esta vez, Sakura.

La pelirrosa entrecerró apenas el ceño y, en ese instante, Seiyi se alejó de ella yendo hacia la mesa ratona frente a los sillones en donde sw inclinó y presionó un botón, siguiendo su camino después hacia la vitrina de los licores.

La puerta corrediza se abrió casi al momento, haciéndola girar hacia el sonido para encontrarse con la mirada cálida de Watari, quien la saludó con un movimiento de cabeza antes de detenerse al borde del escalón.

—¿Me llamaba, señor?

Seiyi bebió un sorbo de wisky, volteando hacia el hombre con un semblante imperturbable. Del dolor que le demostrara instantes atrás, ya no quedaba nada, como si todo lo que ocurriera entre ellos simplemente no pasara, o para él careciera de significado alguno.

—Lleva la señorita al departamento del hokage.

—Seiyi... —intentó hablar Sakura, siendo silenciada por un gesto del Hyuga antes de darle la espalda otra vez.

Watari asintió dirigiéndose hacia la joven.

—Señorita, por favor, sígame.

Sakura lo ignoró, puesta su atención en el Hyuga, que ahora llegaba al piano con el vaso en la mano, actuando como si ya estuviera solo en la habitación.

—¿Señorita? —volvió a llamarla Watari.

Y en ese instante supo que ya no podría hacer nada. Lo que fuera que estuviera comenzando con Seiyi en esos días, se había terminado.

Y le dolía. Inexplicablemente le dolía en lo más profundo.

Asintió confirmándole al hombre que esperaba al lado de la puerta ya abierta, y se dirigió hacia él brindándole una sonrisa calma y adolorida.

El piano arrancó sus melodías, las mismas que escuchara al entrar, que la llevaron a observarlo una vez más antes de perderse detrás de la puerta que era cerrada por Watari, borrando de su campo visual a un Seiyi que lucía más duro que nunca, pero ni menos intacto.

Sabía que era mejor así.

Pero algo dentro de ella se sentía vacío ahora. Se sentía incorrecto. Y si bien las ganas de llorar ya le raspaban la garganta, no buscaría respuestas para justificarse o tal vez calmarse. Había personas que era mejor dejarlas ir sin explicaciones. Y Seiyi era una de esas.



¡Hola!

¡Llegué! Perdón @Yomiton , tuve antes que darle de comer al perro jajajajaja.. lo puse a dieta y estaba llorando de hambre jajajajaja

Y ahora sí, el capítulo.

Sé que este fue un capítulo que a muchas les ha gustado y a otras para nada, pero déjenme decirles que amé escribirlo, cada párrafo. Ya hacía bastante que quería ese beso, y lo iba a dejar para más adelante,  no estaba planificado aquí pero... simplemente ¡sucedió! y lo... amé jjajajajajajaja.. como si me lo hubieran dado a mí.

Entiendo que es un cap que deja un saborcito amargo, que huele a final y que nos deja con muchas intrigas de qué caminos se recorrerán después, pero nada es lo que parece ni todo es lo que se imaginan.

Así que ...¡gracias por seguir eligiendo esta historia! Porque si bien tenía muchas ganas de escribirla desde que MilleHatake (no puedo mencionarte con el arroba, no me deja, ¡perdón!) me inspirara con sus preciosas historias, todo el apoyo recibido, y sus comentarios y su entusiasmo, realmente alientan a mis ganas de seguirla, inspirándome aún más. Así que, gracias. Muchas, muchas, muchas gracias.

Nos leemos la próxima semana, como cada miércoles.


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