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Prólogo.

El salón principal de los Salvajes de la Luna olía a madera vieja, carne asada y humo. Afuera llovía mucho y de vez en cuando un relámpago cruzaba el cielo iluminándolo. La gran mesa de piedra ocupaba el centro de el espacio, tallada con símbolos antiguos que recordaban los días de gloria de los Khan. Sentado en el trono de madera oscura decorado con cabezas de lobos talladas, Robert observaba a su consejo con expresión impasible.

A su derecha se encontraba Aenis Blake, su joven beta y mano derecha, permanecía sentado con los brazos cruzados, su mirada perdida en algún punto de la pared y su semblante serio como siempre, al lado estaba el comandante Khalstone, su consejero naval, un hombre de al menos cincuenta años, de mirada penetrante y postura recta. Al frente el panorama parecía más amigable, se encontraban su esposa Crystal y su hijo Damon, quienes sonreían y hablaban entre ellos en voz baja. A su lado izquierdo, como siempre, se encontraba Agony, su hija mayor, su heredera.

Robert golpeó la mesa suavemente con los dedos, un gesto que bastaba para atraer la atención de todos. Aclaró su garganta antes de hablar.

— Es algo tarde, hagamos esto rápido para que pueda irme a la cama — se quejó mientras se frotaba el rostro con ambas manos.

— Mi Alfa, esto llego poco antes de que iniciara la tormenta — dijo Khalstone, extendiendo un pergamino enrollado. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y reverencia —. Lo trajo una paloma blanca.

Robert frunció el ceño. Aquello solo podía significar una cosa.

"Cuando recibas un mensaje de una paloma blanca, sabrás que es ella. Cuídala Rob, prométeme que la cuidarás"

Las palabras de su hermano retumbaron en su cabeza, de pronto fue como si estuviese ahí, parado frente a él, diciéndole aquellas palabras, recordándole su promesa.

Tomó la carta, sus dedos se detuvieron un instante sobre el lacre, dudosos, como si al romperlo también se rompiera una barrera que lo había protegido de recuerdos incómodos, como las promesas que hizo a su hermano o su verdadero lugar en la manada.

Mientras leía las palabras escritas con tinta negra, su mandíbula se tensó.

Mi Alfa:

Le escribo desde un lejano y oculto lugar lejos de mi hogar. He permanecido en el exilio más de diecisiete años por una buena razón, he cumplido las últimas órdenes que me dio el Alfa Emon Khan, he cuidado a su única hija y heredera ocultándola de sus enemigos y manteniéndola a salvo.

Ella ha crecido, esta por cumplir la mayoría de edad, es casi una mujer, debe saber la verdad y volver a su hogar; el reino entero reza por su regreso, la manada reza por su regreso, y yo también.

Es por eso que pido su autorización para poder llevar de vuelta a Amaris hasta la manada de Los Salvajes de la Luna, no hay lugar más seguro para ella que su hogar, el que pronto gobernará.

Espero su pronta respuesta y envío mis saludos. Espero verlo pronto.

Evan Karwolf.

Cuando terminó, alzó la vista lentamente, mirando a cada miembro del consejo.

Todos esos años sin una señal de vida lo habían hecho creer por mucho tiempo que él jamás tendría que preocuparse de nuevo por ellos, los creyó muertos, creyó incluso algunos cuentos que se escuchaban en el pueblo, todo lo que indicara que nadie lo quitaría de su lugar.

— Evan Karwolf sigue vivo — anunció de pronto, su voz grave resonando en el salón —. Y no es el único. Ha estado protegiendo a la hija de mi hermano, Amaris.

Un silencio sepulcral cayó sobre la sala. Crystal entrecerró los ojos, Damon observó a su padre con curiosidad infantil, y Agony inclinó la cabeza como si evaluara la situación. Fue Khalstone quien rompió el silencio, inclinándose hacia adelante.

— ¿Qué más dice en la carta, Alfa?.

Robert dejó caer el pergamino sobre la mesa.

— Pide mi autorización para regresar a los Salvajes de la Luna — informó Robert sin muchos ánimos. — . Dice que no hay lugar más seguro para Amaris que su hogar.

— ¿Autorizará su regreso, mi Alfa? —preguntó Aenis, sus palabras cargadas de escepticismo.

Robert asintió con la cabeza, su expresión oscura como una tormenta. No le agradaba en lo absoluto tener que aceptarlo, ¿pero qué opción tenía? Había hecho promesas a su hermano, él había sido bueno con él al nombrarlo como su heredero... hasta que su hija cumpliera la edad.

— Le permitiremos regresar, pero bajo su propio riesgo — respondió Robert después de unos segundos más de silencio. — Envíe mi respuesta, comandante. Dígale que los Salvajes de la Luna los recibiremos en las puertas de nuestra manada, que no espere trato especial o mayor seguridad, mis guerreros no saldrán de la manada por simples visitantes, y mucho menos por fantasmas del pasado.

Khalstone, con una chispa de devoción en sus ojos, habló de nuevo.

— Mis hombres podrían encontrarlos en el camino, mi Alfa — dijo, Robert lo miro furioso y el hombre intentó mantenerse firme. — Traer a la niña aquí sería un acto de lealtad hacia el difunto Alfa Emon.

— Haz lo que quieras — respondió Robert con desdén —. Nadie te seguirá, Los Salvajes de la Luna no abandonan su tierra.

El consejero guardó silencio, aunque sus labios temblaron como si quisieran objetar. Nadie más dijo nada, todos parecían bastante tensos ante la conversación que acababan de tener los dos hombres.

Robert hizo un gesto con la mano, dando por concluida la reunión. Mientras todos comenzaban a levantarse, Robert posó su mirada en Agony, su hija, quien permaneció un par de segundos más sentada antes de suspirar y comenzar a levantarse.

— Agony, quédate un momento.

La joven se detuvo al escuchar a su padre, inclinando ligeramente la cabeza antes de acercarse al trono. Su andar era elegante y seguro, su larga y rojiza cabellera se movía sobre su espalda en gruesas ondas causadas por las trenzas que usaba para entrenar y montar.  Una vez frente a él, Robert se reclinó en su asiento, estudiándola en silencio durante unos instantes.

— ¿Qué sucede, padre? — preguntó Agony, su tono respetuoso pero firme, tal como él esperaba de ella.

Robert apoyó un codo en el brazo del trono y dejó que su mirada vagara hacia la ventana más cercana. Afuera, la lluvia golpeaba con fuerza el suelo y las nubes cubrían por completo las estrellas y parte de la luna. Pero aún así se podía ver una parte de ella, una pequeña y luminosa parte.

Reconocía ese destello en la mirada de Khalstone, sabia que la noticia se propagaría pronto, la última hija de la Luna volvería a su hogar, la legítima heredera estaría de nuevo en su tierra, y el Alfa Robert que había cuidado de la manada por casi dieciocho años quedaría en el olvido para todos.

No si él podía evitarlo.

— Una amenaza para tu futuro se aproxima — dijo finalmente a su hija, sus palabras lentas, cada una cuidadosamente seleccionada —. La niña que durante años hemos tratado como un fantasma ha decidido regresar, y lo que viene detrás de ella, no me gusta.

Agony frunció ligeramente el ceño, pero no mostró más que una chispa de sorpresa. Robert asintió mientras su mirada volvía a posarse en ella, evaluándola.

— Evan Karwolf dice que la chica pronto gobernará su hogar — respondió el. — . Este hogar.

Agony cruzó los brazos, su postura tensa pero controlada.

— No es su hogar — musitó en voz baja, Robert asintió. — . Ni siquiera lo conoce, probablemente no le interese mucho después de viajar por el mundo más allá de los reinos toda su vida.

Robert soltó una risa seca.

— Lo sé, pero el pueblo la recuerda, recuerda a su madre también y aunque ella no tenga intención alguna de quedarse aquí, tomará vida por sí mismo, todos la preferirán sobre nosotros, ella tiene la sangre de Emon...

— Igual que tú, padre — interrumpió la joven.

Robert asintió.

— Igual que yo — repitió. — . Pero ella es hija de la reina Esmeray, y yo no. Ella no solo es la legítima Alfa, sino también...

— La legítima reina — susurró Agony. Robert miro de nuevo al horizonte.

No quería siquiera pensarlo, pero tenía que hacerlo.

— ¿Crees que ella lo sepa? — pregunta Agony. Robert la mira nuevamente y suspira.

— Es eso lo que me preocupa. No se si recibiremos a una chiquilla mimada y dispuesta a actuar como reina, o a una inocente que quiera irse apenas llegue. Pero Evan siempre ha sido un estratega hábil, un beta legendario, y aunque esa niña no desee gobernar, no podemos subestimar la voluntad de su protector — la chica asintió, Robert respiro profundo. — . No sé si tenga la magia de su madre, pero se que en sus venas corre la sangre de un Alfa. Se transformará pronto y se convertirá una amenaza.

Agony inclinó la cabeza, reflexionando sobre sus palabras. Era una mujer lista, sabia que su padre estaba diciéndole todo por una razón. Quería algo de ella.

— ¿Qué esperas de mí, padre?

Robert se levantó lentamente del trono, su figura imponente proyectando una sombra alargada sobre la sala.

— Espero que sigas siendo la hija que he criado, mi heredera, mi arma más valiosa. Si esa niña regresa, será tu deber y el mío proteger lo que hemos cuidado por años. Esta manada nos pertenece ahora, no a ella. A la mierda los legítimos herederos.

Agony asintió sin vacilar, sus ojos brillando con determinación.

— Lo haré, padre.

Robert puso una mano en su hombro, el peso de su toque cargado de intención.

— Confío en que así será.

Agony hizo una reverencia y se retiró en silencio, dejando a Robert solo en el gran salón. Este regresó a su trono, pensativo, mientras sus ojos seguían clavados en la apenas visible luna. Su mente trazaba planes, maquinaciones y posibles movimientos, cada uno de ellos dirigido a asegurar que Amaris Khan nunca lograra reclamar lo que alguna vez fue de sus padres.

Para Robert, no había lugar para la legitimidad en el poder, solo para la fuerza y la estrategia. Si Amaris Khan planeaba reclamar su lugar tendría que enfrentarse a un Alfa dispuesto a todo por mantenerse en el trono.

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