CAPÍTULO TRES - LA PRIMERA OLEADA
Durante el correr de los días, Agorén se mantuvo bastante atareado con respecto a los últimos detalles que concernían a la defensa planetaria. Algunos informes —por suerte la minoría de ellos— no eran buenos, pero gracias a la ayuda del Alto Rey Miseeua pudo resolverlos satisfactoriamente: solo un rey fue juzgado y despojado de su título por negarse a colaborar con los costes de las defensas, una de las naves de combate se incendió debido a un mal funcionamiento en los propulsores, y los campos de fuerza que protegían la ciudad de Eeiveuaa estaban tardando más de lo necesario, por lo que tuvieron que destinar algunos constructores extra para terminar cuanto antes con las tareas pendientes.
Finalmente, el día de partir a la sede del Concejo de los Cinco llegó con una mañana clara y despejada, un cielo sin nubes donde se podía ver con perfecta nitidez cada una de las tres lunas del planeta. Agorén se vistió con sus mejores galas: una túnica azul claro, bordada con detalles dorados y negros, se recogió el cabello rubio en una triple trenza que le caía grácilmente por la espalda cubierta por una capa roja, y luego de despedirse de Sophia, Ghodraan y Kiltaara, subió a su aerotransportador para dirigirse hacia el puerto de lanzamiento mayor, donde una nave tripulada lo estaría esperando.
No tardó mucho en llegar al lugar indicado, ya que el aerotransportador era ágil y rápido a pesar de ser un aparato pequeño, y en cuanto bajó del mismo, una comitiva de ocho Negumakianos —los cuales serían su tripulación designada para el largo viaje— lo estaba esperando, con las manos a la espalda y sus vestimentas finas. Juntos ingresaron al enorme establecimiento, mientras escuchaba el sordo zumbido que la gigantesca nave negra emitía, debido a su campo magnético anti gravitatorio. En cuanto los detalles finales fueron ultimados, Agorén y su comitiva subió a la enorme nave triangular. El techo del puerto de lanzamiento comenzó a abrirse a la mitad lentamente, dejando ver el claro cielo en su abertura, mientras la nave aumento la intensidad de su vibración alistándose para tomar vuelo. Adentro, dos Negumakianos destinados para el control de la nave se dirigieron al tablero de luces y hologramas que comandaba el aparato, tocaron una serie de símbolos aquí y allá programando el lugar de destino, y en cuanto ya el techo de aquella estructura estaba abierto por completo, la nave comenzó a elevarse a buen ritmo. Agorén, por su parte, preparó su cámara de aletargamiento y se metió dentro de la misma cuanto antes, acostándose boca arriba y cerrando los ojos, mientras la compuerta se cerraba de forma hermética. Un miembro de la tripulación destinado para ello programó el tiempo de letargo, los pilotos de la nave calibraron el salto cuántico para el viaje automático, y en cuanto la nave cruzó la atmosfera del planeta hacia el espacio exterior, ya todos estaban bien dormidos en sus respectivas cámaras de aletargamiento.
Para Agorén, el viaje duró poco más que segundos, pero en realidad atravesaron cuatro galaxias en su totalidad, curvando el espacio tiempo dos veces para poder llegar más rápido. Aun así, el viaje duró poco más de seis días, y en cuanto la cámara de aletargamiento por fin se abrió de forma automática, sentía que todos los músculos de su cuerpo estaban acalambrados, al estar en la misma posición durante tanto tiempo. Mientras se sentaba en el borde del aparato para recuperar la estabilidad, moviendo la cabeza de un lado al otro de forma lenta y estirando sus extremidades, Agorén miró hacia la sala de mando de la nave, donde mucho más adelante podía ver la estructura circular que formaba la sede del Concejo de los Cinco, rodeando una enana roja en el corazón de la galaxia de Andrómeda. Aún faltaba un poco para llegar, pero a pesar de la distancia, podía ver refulgir las luces y las naves que revoloteaban en semejante construcción tecnológica, y no pudo evitar sonreír. Era un sitio donde siempre le gustaba volver, aunque muchas veces no lo dijera.
Luego de que la nave tomara su lugar en uno de los puertos designados, la escotilla de acoplamiento se abrió uniéndose a ella, y en cuanto todo estuvo listo, Agorén y su tripulación cruzaron el puente de embarque hasta el interior del Concejo de los Cinco, donde diversos seres de múltiples razas alienígenas iban y venían de un lado al otro, charlando entre sí o afanados en sus tareas. Un ser humanoide, casi tan alto como el propio Agorén, de piel gris, barbilla fina y ojos muy grandes y negros, se le acercó con rapidez. Era un Emerther, una de las razas fundadoras del Concejo.
—Bienvenido, comandante. Hemos recibido un comunicado por parte del Alto Rey Miseeua que vendría aquí, nos complace tenerlo de visita —dijo—. Permítame guiarlo hacia su recamara, imagino que va a estar acompañándonos durante algún tiempo.
—El cual espero que sea breve —opinó Agorén—. La verdad es que hay muchas cosas que hacer y no quiero estar demasiado tiempo alejado de mi familia.
—Lo entiendo. Pase por aquí.
El Emerther, quien a su vez estaba acompañado de dos seres más semejantes a él pero con la mitad de la estatura, se giró sobre sus pies y comenzó a caminar a paso raudo, siendo seguido por Agorén. Juntos, atravesaron todas las instalaciones perfectamente iluminadas, hasta llegar al sitio donde cada visitante permanecía en una cómoda estadía. El lugar estaba dividido en sectores independientes según las necesidades de cada raza alienígena, y la que correspondía a los Negumakianos tenía una cama confeccionada en la aleación de un extraño acero azul, una réplica de la máquina estilo sarcófago que utilizaban como baño, y diferentes tipos de soportes empotrados en las paredes, para colgar de allí las vestimentas.
—Espero que se sienta a gusto, si necesita alguna otra cosa, solo puede pedirlo a cualquiera de nosotros —dijo el ser gris. Agorén entonces asintió con la cabeza.
—En realidad, me gustaría iniciar con la reunión del Concejo cuanto antes.
—Pero señor... acaba de llegar. ¿No prefiere tomar un descanso?
—Tengo un largo viaje de vuelta, mi planeta está en crisis, y no puedo ausentarme demasiado tiempo. Supongo que es comprensible que lleve prisa —insistió. El Emerther entonces asintió apenas perceptiblemente.
—Claro —aseguró—. Hablaré con los líderes y les informaré que usted ya se encuentra en la base, para que organicen la reunión cuanto antes. Mientras tanto descanse, en breve pasará uno de nosotros por aquí, cuando todo esté listo.
—Gracias —asintió Agorén.
El Emerther se giró y salió por la puerta, la cual se cerró de forma hermética con un siseo en sus compuertas redondeadas. Una vez a solas en la espaciosa habitación, Agorén dio un suspiro y entonces tomó su cubo de cristal, sacándolo de un bolsillo ubicado discretamente en el lateral de su túnica de gala. Lo expandió de tamaño, lo tocó en determinados puntos y una vez que comenzó a levitar en el aire emitió algunas luminarias celestes y verdosas. Esperó a que la comunicación se estableciera y entonces frente a él apareció un holograma perfecto, con el rostro de Sophia.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás? —dijo ella, del otro lado. Agorén sonrió.
—Acabo de llegar, van a organizar la reunión en breve, así que en cuanto termine de coordinar los refuerzos, volveré. ¿Cómo están ustedes?
—Por aquí todo esta normal. Ghodraan está feliz, Kiltaara también, no hay novedades acerca de Kurguunta, y eso me deja mucho más tranquila —Sophia hizo una pausa, y añadió—: Realmente es la primera vez en mucho tiempo que veo sonreír a nuestro hijo.
—Me alegra que sea así. Mantenme al tanto, abriré un puente de comunicación nuevo cuando termine de hablar con el Concejo. Iré a estirar un poco las piernas, y cuando tenga alguna novedad con respecto a las fuerzas de apoyo, te llamaré enseguida.
—Aquí estaré esperando —aseguró ella, sonriendo.
—Adiós, Sophia. Te amo.
Como toda respuesta, ella arrojó un beso hacia el holograma de Agorén en su cubo, y entonces cortó la comunicación. Volvió a reducir de tamaño el instrumento, metiéndolo en aquel bolsillo casi invisible de la túnica, estiró la capa roja que le caía por detrás de la espalda, y entonces se dirigió a la puerta corrediza. En los pasillos iban y venían seres de toda diversidad y morfología, los cuales algunos saludaron al pasar y otros no. Agorén estaba acostumbrado a ello, había visitado la sede del Concejo varias veces en su vida como para saber que aquel lugar era un punto en común en el cosmos, y lo tomaba con la naturalidad que se merecía. Caminó sin rumbo fijo hacia la derecha, sus pasos no hacían eco en el suelo lustroso casi acristalado ni tampoco dejaban sombra alguna, ya que la luz blanca parecía emanar de todos los sitios al mismo tiempo.
Momentos después, y tras una larga recorrida a casi todo el complejo tecnológico, notó que las luces de las paredes y el techo poco a poco comenzaban a perder intensidad, hasta llegar a una amplia estancia llena de estatuas a tamaño real. Todas eran diferentes y tenían posturas solemnes, y esbozó una sonrisa al recordar que aquel lugar era el Salón de los Homenajes. Allí estaba la imagen de cada uno de los fundadores del Concejo de los Cinco, y cada estatua estaba confeccionada con piedras y minerales oriundos del planeta de origen de cada ser, a modo de honor. Recorrió cada una de ellas, admirándolas en silencio y respetando a dos o tres alienígenas que también estaban allí, haciendo sus reverencias en sus estatuas correspondientes. Finalmente, encontró la que le correspondía a su raza, confeccionada en roca basáltica negra, trabajada y pulida, con detalles en un mineral azul llamado Iameeralitee. El Negumakiano que representaba la estatua estaba de pie en sus dos patas, con un cetro en la mano derecha y una larga túnica. Se trataba del rey Yoaguuka, el primer Alto Rey en la historia de su civilización. Agorén entonces se puso los dedos índice y medio en la frente, y reverenció hacia adelante.
—Agiaayoo, Yoaguuka... —murmuró.
Mientras permanecía con la cabeza baja, su mente comenzó a cavilar en todo lo que estaba ocurriendo, dicho sea de paso, en todo lo que había ocurrido durante los últimos años de su larga vida. Intentó recordar cómo era la misma antes de todo aquello: vivía para los ejércitos, solo pensaba en mejorar como guerrero, entrenando a diario. Luego se dedicó a dirigir, a servir a su raza siendo el mejor general que los ejércitos de la Yoaeebuii pudieran haber conocido jamás, y así fue, hasta que conoció a Sophia y rompió todos los votos de sus leyes. Sin dudarlo, sin temor a las consecuencias, sin pensar en nada que no fuera en ella y en su valor. Y ahora, tras tanto tiempo, podía tener la familia que por fin había soñado sin saberlo. Aunque claro, el destino muchas veces era como un niño, caprichoso, cruel y malintencionado, porque en el momento en que más feliz estaba la seguridad y supervivencia de su raza pendía de un hilo.
—Ah, aquí está, siento interrumpirlo señor —Agorén se giró al escuchar la voz, y pudo ver tras él al Emerther que lo había recibido—. El Concejo está listo para recibirlo, sígame por favor.
En silencio, salieron del Salón de los Homenajes y se encaminaron a la zona más amplia y alejada de toda la inmensa estructura galáctica. Tardaron un buen rato en llegar al salón de reuniones, ya que todo aquel sitio tenía proporciones realmente titánicas, pero al fin y conteniendo su ansiedad lo mejor que pudo, una inmensa puerta de metal dorado, también corrediza, los recibió tras un largo pasillo. Al abrirse, una espectacular vista pudo verse. La altura del salón era de varios pisos, casi dos o tres naves nodrizas Negumakianas puestas una encima de otra, en comparación con un ancho de varias de ellas. Las paredes están cubiertas de un material translucido que permite la entrada de la luz y ofrece una vista panorámica de las estrellas que se encuentran en el exterior, rodeando la gigante sede. Las luces interiores, además, están diseñadas para iluminar el ambiente en tonalidades azules, moradas y verdes, creando un ambiente casi caleidoscópico.
En el centro del salón hay una especie de plataforma circular iluminada de colores blanco y celeste, y junto a ella hay una pantalla holográfica apenas visible, utilizada para mostrar imágenes y datos de diferentes planetas, galaxias y especies alienígenas según lo requiera la situación, además de varios terminales de comunicación que permiten la conexión directa tanto con otros planetas aliados al Concejo de los Cinco, así como a sus naves de transporte y de combate. Al mirar hacia arriba, admirado, Agorén pudo ver en el techo del salón una inmensa cúpula acristalada que permite ver el espacio exterior y las estrellas cercanas, la cual además también sirve como pantalla para la proyección de imágenes y datos, creando un ambiente inmersivo y fascinante. Una parte de sí mismo sintió vértigo, como si estuviese flotando directamente en el cosmos abierto e infinito.
Tras él, la puerta se cerró. El Emerther se situó en un rincón de la sala con los brazos por delante, y Agorén caminó hacia la plataforma del centro, bajo la atenta mirada de los cinco líderes supremos: Xylophor, líder alienígena de la especie arbórea. Su cuerpo está hecho de una sustancia parecida a la madera, y tiene ramas y hojas que se extienden desde su cabeza hasta sus pies. Su altura es inmensa, casi el doble que el propio Agorén, y sus ojos son grandes y verdes, brillantes como esmeraldas. Xylophor tiene una personalidad tranquila y sabia, y es conocido por su habilidad para comunicarse con otras especies.
A su izquierda se hallaba Z'kor, el líder alienígena de la especie acuática. Con un cuerpo delgado y esbelto, piel escamosa de color azul oscuro y una cabeza con forma de aleta, Z'kor tiene dos grandes ojos negros, que le permiten ver en la oscuridad de las profundidades tanto marinas como del cosmos. Puede respirar bajo el agua y fuera de ella, y su cuerpo está adaptado para soportar tanto la presión del fondo del océano como el vacío absoluto del espacio exterior. Z'kor era renombrado por su inteligencia y estrategia en la toma de decisiones, y aspiraba que fuera su mayor aliado en aquel momento, ya que lo que más necesitaba Negumak era templanza y sentido común.
Drak'nahaar es el líder alienígena de la especie reptiliana, ubicado junto a Z'kor. Tiene piel escamosa de color verde oscuro, y su cuerpo está cubierto de espinas y crestas que lo protegen de los ataques de otras razas. Sus ojos son amarillos y brillantes, y su boca tiene afilados dientes que resguardan una lengua bífida. Drak'nahaar tiene una personalidad agresiva y desconfiada, producto de tantos milenios al servicio bélico de su planeta, pero gracias a ello, logró ganarse una reputación por su inmensa habilidad en la batalla y en la estrategia militar.
Junto a él se hallaba Lumira, y Agorén no pudo evitar sonreír al verla, al recordar que era la alienígena que a Sophia más le había encantado, ya que era líder de la especie luminiscente. Su cuerpo está hecho de un material cristalino que brilla intensamente en la oscuridad, porta dos grandes ojos azules y su cabeza tiene pequeñas protuberancias en la parte superior, semejante a delicadas antenitas. Lumira tiene la habilidad de emitir luz y energía, siendo capaz de sanar a otros seres vivos solo con el poder de su toque, y todos la respetaban por su sabiduría y compasión para el prójimo.
Por último se encontraba Graxos, el líder alienígena de la especie insectoide. Tiene un cuerpo segmentado con una armadura dura y brillante, y seis patas delgadas y agiles. Sus ojos son grandes y compuestos ubicados en dos pares simétricos, y su boca es muy pequeña, diseñada para libar. Graxos tiene la habilidad de comunicarse telepáticamente con otros seres vivos, además que su inteligencia y astucia son altamente valoradas por todos los allí presentes.
—Bienvenido al Concejo de los Cinco, Eyagaa Ayoo Yisaa, mejor conocido como Agorén, de Negumak. ¿En qué podemos ayudarte, y por qué has convocado a una asamblea del Concejo? —preguntó Graxos. Su voz era aguda y flemática.
—Gracias, sabios líderes. Como bien sabrán, Negumak está en peligro ahora mismo. Se acerca una migración masiva de K'assaries a nuestro planeta, hemos reforzado las defensas ya existentes y construido algunas nuevas con la tecnología que disponemos, yo mismo me he encargado de ello como comandante interino de las defensas planetarias.
—Lo sabemos, hemos oído las noticias, algo realmente terrible —comentó Lumira, de manera pausada y serena. Su voz era musical, casi melodiosa, y al escucharla cualquiera podría sentir una paz absoluta, pensó Agorén.
—Sin embargo, no va a ser suficiente con lo que tenemos. Nuestros cálculos estiman que los K'assaries nos superarían en cuatro a uno, y no sabemos si han mejorado su tecnología armamentística. He deliberado mucho con el Alto Rey Miseeua, y se ha mostrado de acuerdo conmigo en que nuestros ejércitos no van a ser suficientes para detener el ataque.
—¿Qué solicitas, entonces? —preguntó Xylophor, con su voz profunda y seseante, casi como el sonido del viento. Al hablar, algunas hojas de su cuerpo parecieron vibrar ante aquel movimiento.
—Necesitamos apoyo de las razas aliadas, que envíen al menos un cuarto de los ejércitos de cada planeta a nuestro favor, si queremos sobrevivir. De lo contrario, Negumak solo podrá aguantar quizá una o dos lunas, y si tenemos suerte incluso. Pero no vamos a poder resistir mucho más que eso.
—Un cuarto de cada planeta es una cifra de soldados bastante alta, Agorén. ¿Tienen los recursos necesarios para alimentar a cada uno de ellos durante el tiempo que dure esta guerra? —preguntó Z'kor, en un tono bajo y grave.
—Lo tenemos, su excelencia. Y en cualquier caso, podremos conseguir lo que haga falta. Nuestro planeta es rico en recursos, comida y agua no nos faltan jamás, podremos abastecerlos —aseguró.
—Sin embargo, los K'assaries son una de las peores razas a la hora del combate, invasores por naturaleza y tremendamente agresivos, todos sabemos esto —intervino Drak'nahaar. Su voz era profunda y gutural, con un tono amenazante y peligroso. Hablaba de manera rápida y cortante, y Agorén conocía aquello, era propio de los líderes militares que han visto demasiadas cosas en la batalla—. Aún si cada raza aliada cediera incluso la mitad de sus tropas a la defensa de Negumak, habría muchísimas bajas. Hablando con sentido común, no creo que ningún planeta quiera arriesgar la vida de nada menos que un cuarto de sus ejércitos por prevenir una invasión ajena. Eres general, Agorén, entiendes de lo que estoy hablando.
—Lo entiendo, señor, pero necesitamos esas tropas. La vida de cada Negumakiano depende de ello —insistió Agorén.
—También depende de ello la vida de los planetas aliados que envíen parte de sus ejércitos al combate —dijo Z'kor—. Si Negumak no pudiese resistir el ataque, sería cuestión de tiempo para que los K'assaries se reagrupen y decidan invadir al resto de planetas cercanos en la galaxia. Los cuales, evidentemente, estarían en desventaja numérica igual que ustedes ahora mismo. ¿Ya han evaluado la posibilidad de emigrar a otro planeta?
—Se debatió la idea, pero no estamos de acuerdo. Es nuestro hogar, tenemos derecho a estar allí y tenemos derecho a defenderlo, no huiremos como cobardes.
—No sería un acto de cobardía, sino de sentido de supervivencia, Agorén —dijo Xylophor—. Tú mismo lo has dicho, los superan en cuatro a uno, no tienen opción.
Agorén resopló por la nariz, comenzando a impacientarse. Sentía que la charla se estaba alargando más de la cuenta, y que el Concejo solamente estaba dándole excusas completamente banales para no prestar la ayuda necesaria, algo que evidentemente, lo enfurecía aún peor.
—Tenemos opción si combatimos, si las razas aliadas colaboran con nosotros. Nos superan en número, ¿y eso qué? ¡Puede solucionarse, solo necesitamos los soldados suficientes! —exclamó, exasperado. Luego, por unos segundos, pareció recordar que estaba hablando con el Concejo de los Cinco, y entonces se tranquilizó. —Los Negumakianos hemos prestado servicio siempre que fue necesario, protegimos al planeta Char'koth de los Zephyrianos, sangramos también por los Vindraxianos —Miró a Xylophor directamente antes de decir aquello: —Mi señor, usted lo recordará, Negumak estuvo presente defendiendo Florionia, su planeta ganó la batalla de las Tres Galaxias gracias a la flota Negumakiana, sangré por usted junto con mi ejército y volveríamos a hacerlo si es necesario. Nosotros nunca dejamos abandonado un planeta aliado en un momento de necesidad.
—Es cierto, los Negumakianos siempre han sido un pueblo honorable. Sin embargo, también se han ganado muchos enemigos en el proceso, principalmente tú, Agorén —dijo Drak'nahaar. Su lengua bífida pareció sisear por entre los dientes, mientras lo miraba fijamente—. Todavía recordamos tu incursión a la Tierra, donde rompiste un juramento por ley del Concejo, te vinculaste personalmente con una especie inferior y no conforme con eso, has traído contigo a una humana, para que viviera como una Negumakiana más, gracias a la biotecnología que posee tu civilización. Ivoleen pudo haber perdonado tu error, pero el Concejo no ha olvidado esta falta.
—Sophia ha demostrado no una, sino varias veces ser digna de compartir nuestra sabiduría y planeta, yo la amo y ella a mí. No entiendo a qué viene esto.
—Ah, el amor... un sentimiento humano que no solo te volverá débil poco a poco, Agorén, sino que además acabará por matarte si no tienes cuidado —opinó Z'kor. Lumira entonces intervino en la charla.
—O también acabará por salvarlo, a él y a muchos otros. ¿No es cierto que muchas veces un buen amor puede salvar del abismo oscuro, a un corazón abandonado y triste? Incluso nosotros mismos somos el resultado del amor al prójimo que tuvieron los fundadores del Concejo de los Cinco, cientos de miles de años atrás, con el fin de proteger a las razas más vulnerables del cosmos —dijo.
—Está bien, dejemos a tu humana y el incumplimiento de tus juramentos a un lado —prosiguió Drak'nahaar—. También nos han llegado informes de que hace no mucho, has organizado el derrocamiento de uno de sus Altos Reyes. ¿Qué puedes responder a eso?
—Le diré lo mismo que le dije a Miseeua cuando fue necesario, mi señor —dijo Agorén, con las manos a la espalda, bajo la capa roja—. Todos somos habitantes de Negumak, desde los soldados hasta los reyes, y todos debemos colaborar en su defensa. No voy a permitir que un rey quiera aportar menos que los demás, solo porque necesita decorar con nuevas piedras preciosas su salón real.
—Sin embargo no tienes la moralidad para impartir justicia sobre lo que es correcto o no, cuando tú mismo quebrantaste una de las principales reglas para mantener el equilibrio cósmico, ¿lo recuerdas? —dijo Z'kor—. Nunca interactuarán con una raza inferior, para evitar la alteración de su evolución natural. Así dice la ley. Sin embargo, como si esto no fuera suficiente, tampoco tienes el cargo designado para destituir un Alto Rey, por lo cual también has sobrepasado los límites del Concejo.
—¿Van a castigarme por ello? Sepan disculparme, sabios líderes, no quiero sonar irrespetuoso. Pero siento que he venido a pedir ayuda y al final, lo único que lograré es que me ejecuten, tal vez —respondió Agorén, mirándolos con el mentón en alto—. ¿Ese es su objetivo?
—No, no es nuestro objetivo ni tampoco vamos a castigarte —dijo Lumira. Su voz seguía escuchándose tan dulce y suave como al principio, pero había un deje de fortaleza en las palabras que usaba, como si no hubiera lugar a discusión—. No lo haremos porque sabemos que has tenido una buena razón para hacer estas cosas, y porque además tu reputación todavía precede a tus errores. Pero lo cierto es que Negumak se está alejando poco a poco de la armonía y justicia que intentamos impartir, y eso nos preocupa. Por ahora, el Concejo deliberará sobre tu petición —miró al Emerther gris que estaba de pie cerca de la puerta, y ordenó: —Acompáñalo afuera, por favor. Te haremos saber cuándo hayamos tomado una decisión, Agorén.
Asintió con la cabeza y se dejó guiar hacia afuera de la enorme sala, escoltado por el Emerther. En cuanto la puerta corrediza se abrió y Agorén cruzó el umbral de la misma, el Emerther se giró y volvió dentro de la sala, cerrando tras de sí. Agorén entonces se quedó en el pasillo completamente solitario, con la incertidumbre de sus pensamientos azotándole la mente de forma incontenible. No sabía lo que pasaría, y por el bien de su planeta, rogaba que le ayudaran. Si lo querían castigar después, o despojarlo de todos sus títulos y privilegios que lo hicieran, quizá hasta le hacían un tremendo favor al tener que vivir sus días alejado de las batallas y los ejércitos, lo aceptaría con gusto si a cambio de ello permitían que las razas aliadas les ayudasen.
El tiempo se hizo interminable en aquel pasillo iluminado completamente de blanco, tanto que Agorén comenzó no solo a aburrirse, sino que a sentir como la ansiedad lo consumía por completo. Al fin tras tanto esperar, la puerta se volvió a abrir con un siseo, y el Emerther apareció tras ella.
—Entre, por favor.
Agorén ingresó a la sala a paso rápido, expectante, con el corazón latiéndole a más no poder en el pecho. Se volvió a colocar de pie en la plataforma central de la enorme estancia, bajo la atenta mirada de los cinco alienígenas frente a él.
—Eyagaa Ayoo Yisaa, mejor conocido como Agorén del planeta Negumak, has de saber que el Concejo ha tomado una decisión —dijo Z'kor—. Todos hemos votado a favor de tu petición, a excepción de Drak'nahaar. Por lo tanto, nos vemos obligados a denegar lo que nos pides.
Agorén sintió que el todo el universo se desplomaba sobre sus hombros. Parpadeó un par de veces, atónito por la respuesta, y entonces negó con la cabeza.
—¿Cómo? —preguntó, anonadado. —¿Por qué?
—Las decisiones del Concejo siempre deben ser unánimes. Si uno de los integrantes no está de acuerdo en algo, entonces no podemos hacer nada, desgraciadamente —intervino Graxos. Agorén sentía que los ojos le ardían de la rabia.
—¡Están condenando a muerte a un planeta entero, seguramente no seamos capaces de repeler la invasión! —exclamó. —¡Espero que puedan seguir viviendo en paz luego de saber que todos moriremos!
—Y nosotros esperamos que Woa lo acompañe en la batalla. Ojalá puedan vencer, general —respondió Drak'nahaar. Luego miró al Emerther apostado a un lado de la puerta—. Acompáñalo a la salida.
Agorén lo miró con la tensión de la furia más absoluta inundándole cada rincón de su cuerpo, y se alegró de no tener su espada a mano, porque juraba por su propio hijo que le hubiese saltado encima a ese maldito para rebanarle el cuello, aunque luego lo arrojaran al cosmos hasta que se asfixiara.
Sin embargo, se giró sobre sus pies y se dejó llevar hacia el pasillo, otra vez. Fue allí cuando comprendió perfectamente que no solo el Concejo de los Cinco era una burda patraña diplomática, sino que además, Negumak estaba a su suerte.
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