CAPÍTULO CINCO - LA LLEGADA
Luego de haberse lavado la cara para quitarse la sangre reseca, Agorén y su familia emprendieron camino hacia el aposento de piedra al cual llamaban hogar. Ninguno hablaba, no había ánimos para ello. El simple hecho de saber que la inminente llegada de las tropas K'assaries estaba muy cerca, les daba una sensación de pesadumbre mortal. No miedo, quizá, al menos no para él. Era un soldado, se había preparado para morir en combate desde que era muy joven, pero aún así no quería que eso ocurriese. Ghodraan y Kiltaara salieron de la casa, y en cuanto quedaron a solas, Agorén se quitó la armadura dejándola nuevamente en su soporte de piedra. Luego se quitó la túnica, quedando completamente desnudo. Para Sophia, eso era algo típico en la intimidad de su casa, pero aquella vez era diferente, se sentía diferente. Lo vio sentarse al borde de la cama de piedra, cubierta por las pieles de animales, y apoyando los antebrazos en las rodillas, miró hacia el suelo. Sophia se sentó a su lado y le acarició el cabello, mirándolo con fijeza.
—¿Estás bien, cariño? ¿Qué pasó allí arriba? —preguntó.
—Nuestra flota era grande, las naves de combate de cada ciudad en Negumak salieron allí arriba dispuestas a combatir la flota K'assari. Sin embargo no fue suficiente, apenas destruimos un cuarto de sus naves. Estamos perdidos.
—Aún tenemos oportunidad, no debemos ser pesimistas antes de tiempo.
Agorén la miró de forma directa. El corte en la frente que comenzaba a hincharse, sumado a sus ojos cansados, le daban un aspecto completamente derrotado.
—Vi los cuerpos, Sophia. Cuerpos quemados, flotando por el cosmos junto con los pedazos deshechos de las naves Negumakianas. Y ni siquiera les hicimos mella —dijo—. Y cuando estaba allí arriba, cuando hice la maniobra para atacar el corazón de su flota, lo hice porque era lo que debía hacerse. No pensé en nada, no pensé en nuestro hijo, no pensé en ti, por un momento pensé como un soldado, como el general de las Yoaeebuii que siempre fui, entrenado para acabar con mis enemigos aunque yo mismo me deba sacrificar. Y solo caí en la cuenta de que estuve muy cerca de morir cuando vi esos cuerpos mutilados y quemados flotando frente a mi capsula de extracción. Solo pensé en ti en ese momento, y nunca he sentido tanto miedo en mi vida.
Repentinamente la envolvió en un abrazo, apretándola contra sí mismo. Sus anchos brazos la rodearon por la espalda e incluso le hicieron sonar un par de vertebras, pero Sophia no se incomodó. En el fondo de su corazón podía sentir lo vulnerable que se hallaba en ese momento, de modo que lo abrazó también. Entonces Agorén habló de nuevo, y para su propio dolor, sintió el sollozo en el tono de su voz.
—No puedo perderte, Sophia. No puedo permitirlo. Ghodraan y tú son la razón de mi vida.
Cerró los ojos al escuchar aquello, y lo apretó un poco más contra su cuerpo. Luego se separó de él, le enmarcó el rostro con las manos y lo besó larga y delicadamente. Luego le miró el pecho desnudo, las siluetas de sus músculos bien definidos, y el dibujo sobre la piel. Lo siguió con los dedos, y sonrió.
—¿Recuerdas cuando hicimos esto? —Le preguntó. —¿Aún te acuerdas del día que nos marcamos juntos? En la playa de Utaraa, a quien sabe cuántos kilómetros bajo tierra de la corteza terrestre, lejos del hombre y de cualquier civilización conocida.
—Lo recuerdo. Sería imposible para mi olvidarlo, fue un momento muy especial. Yo te enseñé mi tradición, tú también me enseñaste cosas.
Sophia se sonrojó levemente al escuchar aquello.
—Sí, fueron unos buenos momentos. ¿Te acuerdas cómo nos sentíamos? Los Sitchín amenazaban con invadir el planeta, no sabíamos nada sobre ellos, y tenía miedo. Tenía mucho miedo por no saber si íbamos a sobrevivir o no, o si tu pueblo iba a poder defender nuestro planeta. Sin embargo pudimos vencerlos, y aunque fue difícil nunca nos rendimos. Esta vez será igual, podremos con esto, tú, yo y los ejércitos juntos —mirándolo a los ojos, le acarició una mejilla con su mano, y sonrió—. Los días felices siempre están ahí, Agorén, dentro de nosotros. Aunque todo cambie a nuestro alrededor, esos momentos nunca desaparecerán. Es lo que nos da fuerza para seguir adelante.
Al escucharla, no pudo evitar reír con cierta nostalgia. Apoyó su frente en la de ella, y le besó la punta de la nariz.
—Recuerdo cuando tú me estabas enseñando a querer, y yo te estaba enseñando a tener más seguridad por ti misma. Solíamos reír sin preocupaciones, tú lo hacías bastante más que yo, que ni siquiera sabía lo que era eso. Soñabas con un futuro lleno de esperanzas, y yo en cambio solo disfrutaba de tu compañía. Nunca hubiera imaginado que ibas a convertirte en alguien tan importante para mi vida —dijo—. Me siento afortunado de tenerte, de gracias a ti poder encontrar el coraje para enfrentar esta guerra y, con suerte, construir un futuro mejor después de ella. Aunque no dejo de tener dudas, miedo.
—¿Por qué?
Agorén suspiró profundamente, y bajó la mirada hacia sus manos.
—A veces me pregunto si todo esto vale la pena. Tantas vidas en peligro que serán destrozadas... Y no dejo de recordar a los sabios en el Concejo de los Cinco negándome la ayuda. No puedo evitar cuestionarme si podremos realmente marcar la diferencia.
—Comprendo tus dudas, mi amor. Pero sino luchamos por lo que es nuestro, ¿Quién lo hará? Hay algo más grande en juego aquí, algo que trasciende nuestras propias vidas y aún no lo hemos descubierto. Lo siento aquí —respondió, palpándose encima de la hendidura de los pechos.
—Sí, pero... ¿Y si no somos lo suficientemente fuertes? ¿Y si no estamos preparados para enfrentar lo que viene? Tú no lo has visto, no has subido allí arriba y has visto lo que yo.
Sophia lo tomó del rostro, y lo miró con aprehensión.
—Nadie nace listo para enfrentar una guerra, o una invasión como en este caso, pero hemos pasado por muchas cosas juntos. Creciste en los ejércitos, las Yoaeebuii no han visto jamás un mejor soldado, un mejor general y un mejor comandante que tú. Llevas la sangre real de Ivoleen corriendo por tu cuerpo, por supuesto que estás preparado —Hizo una pausa y suspiró—. Es natural tener miedo, pero debes recordar que no estás solo en esto. Tienes el apoyo de Miseeua y de muchos otros altos reyes en las ciudades de Negumak. Has conseguido alianzas con líderes de poderosas razas que han viajado hasta aquí para ayudarnos, aún a costa de perder su posición en el Concejo. Los generales de los ejércitos te respetan y estiman, y cuando tú hablas y das ordenes, no los ves porque estás muy concentrado en tu tarea, pero yo sí los veo. Veo sus rostros, veo la forma en la que te observan, y no ven a un comandante de las defensas planetarias, ven a un líder. Ven a alguien a quien pueden seguir.
Agorén asintió tenuemente. Sabía que Sophia tenía razón, no iba a negarlo. Pero era tan difícil mantener la compostura en momentos como aquel, donde tan solo faltaba muy poco tiempo para que todo ocurriera, para que Negumak se enfrentara al ataque hostil más importante de toda su historia.
—Hay algo que me gustaría decirte, supongo que te hará feliz.
Sophia lo miro de forma sorprendida e intrigada. Parpadeó un par de veces, y entonces asintió.
—Claro, dime.
—Luego de esto, ya no quiero luchar más. Quiero dedicarme a ti, a nosotros, hacer una vida sencilla y ver pasar juntos los días que estén por venir. No quiero que nos expongamos a nada más, ningún peligro, ni tú, ni yo.
Ella lo miró enmudecida por unos instantes, luego emitió una risilla tenue.
—¿Me estás hablando en serio?
—Claro que sí. Abandonaré mi posición en las Yoaeebuii, cultivaremos nuestros propios vegetales, y seremos felices sin ninguna preocupación que nos mortifique —aseguró.
Sophia entonces amplió su sonrisa, de forma emocionada y quizá hasta agradecida, aunque no se lo dijese.
—No te imagino siendo un granjero el resto de tu vida, pero con tal de verte sano y salvo, nada me haría más feliz —respondió. Agorén dio un leve suspiro, como si estuviera pensando en algo que solo él podía entender.
—¿Recuerdas la primera vez que nadaste desnuda en el lago termal de Utaraa? Yo te veía nadar, liberada, feliz, y me sentía en plenitud por ti. Luego pasamos horas junto al árbol donde luego practicarías con tu arco, contemplamos el atardecer, y tiempo después en ese mismo lugar nos hicimos nuestras marcas, prometiéndonos que siempre estaríamos juntos. Ese momento aún vive en mi corazón, todos los días en que abro los ojos, y te veo junto a mí en esta misma cama. Pero siento que todos los buenos momentos están opacados por una tristeza inmensa —dijo, con la voz temblorosa—. A veces me pregunto si estoy equivocado, si debería rendirme y encontrar una forma de protegerme a mí mismo y a los que amo, dar la orden de abordar las arcas y abandonar el planeta.
—Cariño, ese día fue mágico y siempre lo será. La tristeza que sientes ahora solo refleja cuanto valoras lo que tienes, y es normal. Pero debes recordar que esos momentos felices también pueden volver a tu vida si seguimos luchando, porque no podemos permitir que el miedo nos haga perder la fe en nosotros mismos y en lo que defendemos —respondió Sophia, de forma segura—. La valentía que tienes no está exenta de dudas, pero es tu determinación lo que te lleva a superarte. Si te mantienes fuerte puedes inspirar a otros a seguir adelante, así como me inspiraste a mí cuando te conocí y empecé a amarte. Los buenos pobladores de Negumak, los soldados, los generales, ¡qué demonios, incluso los reyes! —exclamó. —Necesitan que te mantengas fuerte.
Agorén frunció el ceño, pensando en esto último. Tenía razón, tenía toda la razón del mundo, se dijo. Miseeua, los líderes de las razas aliadas, cada general en cada tropa Yoaeebuii, e incluso hasta el pueblo común, todos habían puesto su confianza y fortaleza en él. Porque siempre había sido Eyagaa Ayoo Yisaa, más conocido como Agorén, hijo legítimo del rey Ivoleen, quien había viajado a más de quince planetas defendiendo a las razas más débiles, y ahora se hacía cargo de las defensas totales de Negumak. Si él flaqueaba, entonces no había nada más que hacer, porque cuando llegara el momento final todos necesitaban verlo allí, dirigiendo la resistencia con el mismo aplomo que siempre le había caracterizado a la hora de guiar los ejércitos.
—Tienes razón —respondió, al fin—. Mi corazón está lleno de recuerdos felices y sueños por cumplir, contigo y con nuestro hijo, con todos los que depositaron su confianza en mí para llevar adelante las defensas. Debo convertir esas experiencias y esos anhelos en una motivación para proteger y preservar todo lo que valoro, no puedo dejarme vencer. Gracias por continuar enseñándome cosas nuevas, en verdad. No sé qué podría hacer sin ti.
Sophia sonrió, complacida. Lo cierto era que nunca podría dejar de sorprenderla, pensó. Era increíble como siempre parecía encontrar las palabras justas a todo.
—Estoy orgullosa de ti, Agorén. Eres muy fuerte físicamente, pero tu mayor fortaleza está en tu interior, y nunca has dejado de mostrarla aunque ni siquiera tú mismo te des cuenta de ello. Aún tenemos mucho camino por recorrer, y estoy segura que este no va a ser nuestro fin. Yo quiero creer eso —dijo.
Agorén le apoyó una mano en la nuca, e inclinándose hacia ella le dio un largo y profundo beso en los labios, deleitándose con la tibieza de su aliento, con el sonido calmo de su respiración cerca de su nariz. Y luego sonrió, en cuanto se separaron.
—Me gustaría ir a contemplar la noche una última vez, ¿vienes conmigo? —preguntó.
Sin embargo, Sophia se puso de pie, desanudó su túnica en la cintura y la dejó deslizar hacia los pies. Agorén la miró fijamente, apreciando cada detalle que tanto le fascinaba de su compañera de vida: los firmes y rosados pechos, la cintura adornada con aquellos leves rollitos que marcaban una época antigua con algunos kilos de más, el largo de aquellas piernas blancas y suaves escondiendo en medio el ápice de su pasión. Con suavidad avanzó hacia él, le apoyó las manos en los hombros y lo empujó lentamente hacia la cama, acostándolo boca arriba. Entonces subió encima de su cuerpo, recorriendo el vientre, el pecho y el cuello con la boca, hasta verlo frente a frente.
—Quizá más tarde. Ahora aprovechémonos tanto como sea posible —Le susurró.
Lo besó entonces con apasionada lujuria, como si en aquel beso ardiente y lleno de deseo buscase aplacar la angustiante sensación de miedo, que le causaba la idea de pensar en que aquellas podrían ser sus últimas dos noches en Negumak.
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