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7

Varias horas habían transcurrido desde aquel emocionante discurso que Agorén había brindado a toda la ciudad de Kantaaruee. Muchos Negumakianos ya estaban algo alegres, debido a la ingesta sin pausa de Uyumee. De las razas aliadas, sin embargo, los únicos que aún quedaban en la celebración eran los Yalpanes, y los Zorgonianos. Los otros dos, sin embargo, prefirieron retirarse a descansar casi dos horas después del inicio. Le pidieron disculpas a Agorén por la pronta retirada, argumentando que no estaban acostumbrados a fiestas tan grandes durante horas, y que también tenían un ciclo de sueño diferente al de ellos, por lo que se retiraban a dormir. Agorén les dijo que no había nada de lo que preocuparse ni pedir disculpas, agradeció que hubiesen estado allí, y los despidió al partir.

Una vez que la madrugada había entrado, y ante una orden de Miseeua, la música comenzó a sonar diferente, algo que a Sophia le pareció una extraña mezcla entre la electrónica y el darksinth terrestre. Como si aquella melodía diera inicio a una nueva etapa en la celebración, todos los Negumakianos se emparejaron de a dos. Agorén entonces se acercó, aún no estaba tan borracho como ella, pero observó que se tambaleaba ligeramente. Bebió de un largo buche lo que quedaba en su copón, y lo arrojó a un costado, rebotando entre las piedras del suelo.

—Bebe —dijo. Ella sonrió, aunque sentía la mandíbula muy floja, al igual que la lengua.

—Ya voy muy pasada, creo.

—Bueno, como prefieras entonces —Le respondió. Tomó el copón de sus manos y de un largo trago, se lo vació, arrojándolo a un lado igual que el anterior. Repentinamente, levantó los brazos y dio un paso hacia ella, como si la estuviera cubriendo de algún peligro que solamente él podía ver. Sophia, por supuesto, no pudo evitar reírse.

—¿Qué haces? ¿Qué hacen todos? —preguntó, al ver que todos los Negumakianos hacían lo mismo.

—Es tiempo del Reevalkutaa, la danza de la unión.

—¿Unión? ¿Cómo?

—No preguntes, solo siente la música, deja que ella te lleve y yo te guiaré.

Agorén entonces la tomó de la cintura, la atrajo hacia su cuerpo y comenzó a moverse de forma asincopada a un lado y hacia otro, al mismo tiempo que daba un medio giro en circulo. Sophia no sabía qué era aquello, pero como si la música estuviese programada a una determinada frecuencia o algo similar, comenzó a posicionarse igual que él sin tener noción alguna de lo que hacía. El ritmo era frenético, aunque repetitivo, como si quisiera inducir a quienes la escuchen a una especie de éxtasis similar a un gran golpe de LSD. Sin dejar de mirarla a los ojos, Agorén la tomó de la nuca, metiendo los dedos entre las hebras de su cabello rojizo, mientras que su mano libre bajó desde la cintura hasta la curvatura donde empezaba su trasero.

—Oh, guau... —dijo ella, asombrada.

Giró la cabeza para mirar al resto de Negumakianos, viendo como muchos de ellos se rozaban entre sí al mismo tiempo que bailaban. A simple vista, no sabía reconocer una hembra de un macho —siempre había tenido muchos problemas con aquello por más que pasaran los años, ya que a excepción de que las hembras eran un poco más bajas, no parecían tener otro rasgo distintivo—, pero podía adivinar que allí había de todo. Agorén aprovechó el ver su cuello al descubierto, y acercándose con rapidez, le rozó con los labios mientras subía hasta su oído.

—En este momento, cada Negumakiano y cada Negumakiana está con su compañero de baile, nadie más. Ahora solo somos tú y yo, mi amor. Mírame a mi —Le susurró. El cálido aliento le hizo cosquillas, pero también le provocó una excitación tan instantánea, que nunca se lo hubiera esperado de sí misma. Entonces lo miró a los ojos, aquellos ojos azules y acristalados, sin pupila, que tanto adoraba.

—Sí, te veo a ti... —murmuró.

Agorén entonces sonrió, y mientras continuaba sosteniéndola de la nuca, la inclinó hacia atrás con un movimiento ágil, mientras respiraba con fuerza el aroma de la piel entre la hendidura de sus pechos, por encima del escote. Sophia metió los dedos entre su cabello rubio, y lo empujó hacia sí, como si quisiera retenerlo un segundo más entre sus senos, dando un suspiro de placer. Él entonces la enderezó, y al mismo tiempo que giraba hacia la derecha, pasó el antebrazo por debajo de sus nalgas y la levantó en andas, haciéndola girar con él para luego hacer un desliz corto hacia atrás.

Aquel baile no tenía ningún tipo de sentido, al menos para la Sophia racional, pero en aquel momento, con tantas copas bebidas, con aquel ritmo peculiar y sin fin, todo aquello la hacía ponerse loca de morbo. Por un instante Kantaaruee desapareció a su alrededor, cerró los ojos sonriendo y pudo imaginarse a sí misma en alguna extraña discoteca futurista de algún mundo cyberpunk totalmente ficticio. Agorén sonrió también a su vez, entonces, al ver la expresión de su rostro y darse cuenta que estaba comenzando a disfrutar de la situación.

En un movimiento rápido, se acercó hacia ella por segunda vez, al mismo tiempo que le tomaba de la mano y con la palma abierta, hizo que le acariciase el pecho. Sophia sintió el tacto de aquellos pectorales bien definidos, marcados, que tanto le encantaban, y se mordió el labio inferior mientras lo recorría desde arriba hacia abajo. Su mano continuó recorriendo con lujuria, acarició su cintura, y luego le apretó una nalga. Agorén entonces cerró los ojos, al mismo tiempo que reclinando su cabeza hacia atrás, pegó su pelvis a la cadera de ella y con un movimiento ágil de la mano derecha, levantó la pierna izquierda de Sophia sujetándola del muslo.

En aquel preciso instante hervía de calor. Mucha calor, a decir verdad. No iba a negarlo, se sentía muy húmeda, y todo era debido a que en el breve momento en el cual Agorén puso su pelvis cerca de su cadera, pudo notar por encima de su túnica negra la erección que llevaba. Sin embargo, el baile continuaba. Él soltó su pierna, ella la dejó caer, y al mismo tiempo que apoyaba su mano izquierda en su mejilla, se acercó a ella. Creyó que iba a besarla, pero en lugar de eso, solo dejó entreabiertos los labios y los rozó con los suyos, al mismo tiempo que dejó deslizar la otra mano por la cara interna de su muslo. Solo la rozó allí con dos dedos, justo en su secreta pasión, pero lo suficiente como para arrancarle un leve gemido de placer.

Su manó continuo entonces hacia su vientre, pasó por un pecho y el pulgar acarició el pezón, que comenzaba a endurecerse. Justo cuando ella iba a hacer lo mismo, él se apartó, y giró a su alrededor para abrazarla por la espalda. Aquello era peor, podía notar su dureza en las nalgas, contoneándose al ritmo de la música, enloqueciéndola. Sus manos le acariciaron los brazos, entrelazando los dedos con los de ella en cuanto llegó a las manos, y entonces se las llevó hacia atrás para que lo sujetara de sus propias caderas, moviéndose a la par en una perfecta sincronía. Desde su posición, Agorén agachó un poquito la cabeza para besarle el cartílago del oído, regalándole su agitación.

Sophia sintió que se estremecía, ya no podía aguantarlo, lo necesitaba dentro en aquel momento. Desde su posición, pudo ver como algunos Negumakianos ya comenzaban a introducir su aparato reproductor en la parte trasera de algunas hembras sin dejar de bailar en ningún momento, aquel filamento rojizo como un largo y enorme glande a gran escala. Lejos de horrorizarse, se dejó alimentar por el morbo que la dominaba desde el inicio de todo aquello, y cerrando los ojos, se concentró en Agorén.

Sin pensarlo mucho tiempo, decidió tomar el control de la situación por sí misma. Le soltó las manos y se giró de cara hacia él, moviéndose al ritmo que la música marcaba aunque no la conociese, simplemente por inercia. Le acarició el rostro mientras lo miraba a los ojos, con el índice pasó por sus labios y tomándolo de la túnica, lo atrajo con rapidez hacia sí mientras lo besaba una sola vez, pero al soltarlo, le dio una suave caricia con la punta de la lengua en el labio superior. Sin tener necesidad de comunicarse nada, solo con la mirada puesta en el otro, Agorén la tomó de las nalgas con ambas manos, le levantó el vestido y la irguió hacia él, cargándola en andas. Con manos rápidas, Sophia levantó su túnica dejando el pene al descubierto, hasta que lo sintió entrar poco a poco. Cerró los ojos en cuanto sintió que ya llegaba casi hasta el fondo, dando un gemido de placer con la boca abierta al mismo tiempo que le rodeaba el cuello con los brazos, y sin dejar de moverse al ritmo del baile, Agorén la cargó durante todo el proceso.

Siempre se sentía delicioso el sexo con él, pero en aquella circunstancia, con alcohol de por medio y al aire libre en una fiesta totalmente libertina, el placer se intensificaba al doble, con las sensaciones a flor de piel. Agorén danzaba entonces haciendo pasos a los lados y en círculos, provocando que con cada paso su miembro se moviera dentro de ella con deliciosa sincronía. Loca de placer, abrió los ojos y lo miró mordiéndose los labios, sujetándolo por la larga cabellera rubia con creciente pasión hasta que las cosquillas previas al orgasmo comenzaron a hacerse sentir.

Por fin, él la miró con los rasgos crispados. Sintió sus espasmos dentro de ella al acabar, llenándola con sus fluidos, y entonces se dejó llevar por las contracciones vaginales del orgasmo más placentero y largo que había tenido hasta el momento, tanto que incluso hasta pudo notar que se mareaba ligeramente. Unos momentos después, él la bajó suavemente y al apoyar sus pies en el suelo, se sintió temblorosa, mientras algunas gotitas de líquido se escurrían por el interior de sus muslos. Agorén la abrazó con ternura, y ella hundió la cara en su cuello.

—Te amo —Le susurró con su gruesa voz. Y aunque él no pudiera verla, Sophia sonrió, feliz y extenuada.

—Y yo te amo a ti, cariño ­—respondió—. Mucho.

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