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6

Al día siguiente, Kantaaruee parecía hervir de actividad. Los constructores de la ciudad pusieron todo su empeño en acondicionar la plaza central, con el fin de que acogiera a los pobladores e invitados vecinos que quisieran asistir. De todas las ciudades aledañas solo un rey prometió su asistencia, al menos para acompañar a Miseeua, ya que al igual que Agorén no consideraba apropiado realizar una gran bacanal antes de una lucha. Sin embargo, consideraba que unirse a la celebración no sería algo malo, al menos durante unas cuantas horas. Las ciudades restantes, sin embargo, copiaron el ejemplo de Kantaaruee y también organizaron sus propias celebraciones.

Los cazadores se movilizaron para lograr abatir a dos Gikaaliantee, animales similares a ciervos terrestres de cuatro astas, y a esta expedición se unió Agorén con el propio Ghodraan, quien asistía a su primera cacería. Mientras tanto, los servidores de Miseeua eligieron la mejor cosecha de Uyumee que tenían en sus bodegas, aquella bebida alcohólica que Sophia reconocía muy bien, para poder servir en el banquete. Los músicos preparaban sus instrumentos, ensayaban canciones, mientras que Negumakianos de todas las edades se dedicaban a decorar las fuentes de agua dulce, los árboles, las casas y las iluminaciones de las calles de piedra, con guirnaldas de flores coloridas.

Sophia y Kiltaara estuvieron prácticamente ausentes durante todo el día. Encerradas en los talleres de confección de las Kalgaaniias —Negumakianas que cumplían la suerte de modistas—, no cesaban de probarse túnica tras túnica, eligiendo una tela que les gustara. Al fin, se decidieron por una a la cual su textura era similar a la seda terrestre, pero mucho más suave en comparación y menos brillosa, y luego de explicarle la idea de lo que quería, Sophia se dedicó maravillada a contemplar cómo se fabricaban las túnicas que siempre había conocido y usado: un modelo tridimensional se proyectaba en una gran maquinaria central, que una vez lista, materializaba la tela elegida como si una impresora 3D se tratase. Una vez que las piezas de tela ya estaban confeccionadas a medida levitando en medio de la máquina, una serie de láseres se encargaba de coser cada unión y centímetro de la pieza de ropa, dejándola perfectamente terminada.

Finalmente, el día de la gran celebración llegó. Desde temprano en la mañana, el sonido a los Negumakianos que preparaban el banquete en la plaza central de Kantaaruee se escuchaba incluso desde los aposentos de Agorén. Cerca del mediodía, la música comenzó a sonar, en aquellos instrumentos melodiosos y asincopados que Sophia había podido ver durante su estadía en Utaraa, anunciando que la fiesta daba su inicio. Sin embargo, no fue hasta el atardecer en que Agorén y su familia llegaron a la reunión. Ghodraan se había vestido con una túnica azul claro, ceñida en la cintura y al tórax, marcando cada silueta de su pecho con sensual detalle, al igual que en sus hombros. Agorén, por su parte, se vistió con su túnica de comandante, negra con detalles e insignias bordadas con hilo dorado y plata. Sobre su espalda, portaba un manto escarlata que iba hasta los tobillos, poco más abajo de donde comenzaban las ataduras de sus sandalias estilo griego.

En cuanto Sophia y Kiltaraa aparecieron en la sala principal del aposento, robaron la atención de sus amores casi al instante. Sophia llevaba unas sandalias plateadas, y el vestido rojo confeccionado enteramente en una pieza, era espectacular. Ajustado, evidenciando cada curva de aquel cuerpo rellenito que tantos años le había costado aprender a amar, pero que ahora consideraba hermoso. La línea del vestido estaba por encima de las rodillas, el escote era amplio, la medialuna blanca de sus pechos voluminosos asomaba por encima, suave y tersa. El cabello suelto y rojizo caía por detrás de sus hombros, anudado en una media coleta por detrás de la nuca y adornado con una flor blanca en el costado de la cabeza. Kiltaara, sin embargo, llevaba sandalias negras envolviendo sus finos y delicados pies. El vestido era similar al anterior, pero abierto en la espalda anudado con dos tiritas por la cintura y otras dos por detrás del cuello. Por delante era igual de corto que el de Sophia, pero por detrás de las piernas descendía un poquito más hasta casi las rodillas, justo en el hueco poplíteo. No tenía mucho escote, ya que no portaba tanto busto como Sophia, pero aun así la hendidura de sus pechos se dejaba ver por encima de la línea del vestido azul cielo. Su cabello rubio, peinado en dos trenzas dobles al costado derecho de la cabeza y suelto el resto, le daban un aire de ternura mezclada con la bravura propia de una guerrera nórdica. En el lóbulo del oído opuesto adonde estaban las trenzas, pendía un colgante con una gema azul de no más de dos o tres centímetros, haciendo juego con el color de su ropa y sus ojos.

—¿Qué tal nos vemos? —preguntó Sophia, sonriendo divertida al ver las caras de ambos. Agorén fue el primero que se acercó, seguido por su hijo. Cada uno se puso frente a su respectiva pareja, mirándose mutuamente en claro gesto de asombro.

—Estás bellísima... —murmuró Agorén. —¿Así que esto es un vestido? Deberías usarlo más seguido.

—Normalmente es solo para fiestas, pero... puede haber excepciones —sonrió ella.

Ghodraan miró a su madre, entonces, con los ojos llenitos de asombro.

—¿Esta es una prenda típica de tu planeta, madre?

—Sí, por lo general sí.

Su mano derecha entonces acarició la mejilla de Kiltaara, mientras que su mano izquierda se posó en la curvatura de su cintura.

—Me encanta —sentenció. Luego la miró a los ojos—. Tú me encantas —Y como para reafirmar sus palabras, le dio un breve beso en los labios.

Sophia y Agorén se miraron con cariño, y fue ella quien rompió con la burbuja, esbozando una sonrisa de picardía.

—Vámonos, o llegaremos tarde al banquete —dijo.

Salieron de la casa rumbo al camino que dirigía al corazón de la ciudad. Podrían haberse tomado un aerotransportador, pero la tardenoche estaba agradable para caminar, por lo que ambas parejas se tomaron de la mano y emprendieron la marcha. Agorén estaba fascinado con la apariencia de Sophia, a decir verdad. Si se hubiera imaginado por un momento que aquella prenda sería tan elegante a la par que sensual, sin duda la hubiese instado a que lo usara mucho antes.

Casi cuarenta minutos después, luego de recorrer varios caminos bajo el frescor de la arboleda natural que rodeaba la ciudad, llegaron a la plaza mayor de Kantaaruee. Allí, casi todos los Negumakianos charlaban entre sí, bebían y sonreían de forma amigable, y al ver aquello, Sophia pensó que le hubiese encantado atesorar aquel momento como si de una fotografía se tratase. En los rostros escamosos de los habitantes de Negumak no había más que felicidad, despreocupación, como si no estuviera viniendo hacia ellos una horda de bestias salvajes queriendo conquistarlo todo. Sin poder evitarlo, sus ojos se empañaron un poco al pensar en aquello.

En cuanto entraron al camino que conducía a la plaza central, la luz de las farolas por antorcha le recordó a una estampa casi señorial de la edad media, tal y como siempre le había encantado a Sophia desde la primera vez que puso un pie en Utaraa. Todo parecía adquirir un aire casi místico, mágico de alguna forma. En medio de la plaza se hallaba una gran fuente de piedra tallada y pulida, donde el agua manaba limpia y clara. A su lado, pocos metros más a la izquierda, había una gran mesa central de madera de al menos doscientos metros de largo, repleta de comida. Más de la mitad de la mesa la ocupaban los animales cazados y asados, apoyados en cuatro estacas y troceados para mayor comodidad. A su alrededor había frutas de diversos colores, también algunas verduras que Sophia ya conocía, incluso hasta peces extraños, también asados. Los copones dorados, de un material similar al oro terrestre, estaban rebosantes de bebida alcohólica proveniente de quince barricas ubicadas cerca de la punta más alejada de la propia mesa.

Allí había de todo, desde casi la totalidad de los soldados de las Yoaeebuii, hasta varios generales de renombre, por supuesto que también estaba presente Miseeua, el cual estaba charlando con el rey Gaasiaritee, de la ciudad vecina. Ambos estaban vestidos de forma elegante, con sus trajes y capas adornadas con destellos de piedras preciosas naturales, refulgiendo cuando la luz de las antorchas les bailoteaba encima. En cuanto se unieron a la algarabía, muchos generales, soldados y pobladores comunes de la ciudad levantaron sus copones y vitorearon a grandes voces, celebrando que Agorén estaba allí. Ambos reyes miraron en su dirección, entonces, y caminaron hacia ellos.

—¡Agorén y su familia, que alegría me da tenerlos hoy aquí! —dijo Miseeua. Hizo un gesto con su cetro y señaló a su colega. —El rey Gaasiaritee estaba ansioso de conocerte un poco más personalmente.

—¡Es increíble! —opinó el anciano, con voz profunda y rasposa. —Todo este tiempo he estado al pendiente de tus decisiones como comandante de las defensas planetarias, incluso he sido testigo de lo bien que habla de ti mi buen amigo Miseeua. Sin embargo nunca te había conocido en persona. ¡Y aquí estás! Es un placer, Eyagaa Ayoo Yisaa.

Agorén sonrió al escuchar su nombre real y completo. La última vez que lo había escuchado ocurrió en el Concejo de los Cinco, y no fue en un contexto muy grato que digamos. Le alegraba oírlo esta vez en medio de un momento tan agradable como aquel.

—El placer es mío, señor —dijo, asintiendo con la cabeza.

—Déjame decirte que estás haciendo un muy buen trabajo con las defensas, aunque imagino que no debe ser una tarea muy fácil. No me gustaría estar en tus pies.

—Gracias, mi rey. Me honra escuchar eso —Agorén hizo un movimiento con su brazo hacia la derecha—. Permítame presentarle a mi familia. Sophia, mi compañera. Mi hijo Ghodraan, y su compañera, Kiltaara.

El rey hizo el saludo con los dedos en la frente, los demás le imitaron, y entonces admiró a ambas mujeres por igual, desde la cabeza hasta los pies.

—Es un gusto conocer a todos. Esa vestimenta no es Negumakiana, ¿verdad?

—No, señor. Se llama vestido, es algo clásico de las fiestas de la Tierra. Quise sorprender con algo distinto —respondió Sophia, sonriendo.

—Muy hermoso, sin duda —El rey Gaasiaritee miró entonces a Agorén, y golpeó levemente la punta de su bastón luminoso en el suelo de piedra, como para dar énfasis en sus palabras—. Luego me gustaría charlar contigo más profundamente acerca de lo que ha pasado en el Concejo, para que me cuentes todo de primera mano. Créeme que cuando me enteré, no daba crédito de semejantes palabras. ¿Algo tan importante como el Concejo de los Cinco, en manos de traidores y falsos líderes? Inaudito...

—Claro, señor, podemos charlar cuanto quiera.

—Sin embargo, ahora es tiempo de divertirnos, comer y beber, mientras la noche es joven y hay abundancia —terció Miseeua.

—En efecto, gracias mi rey —asintió Sophia.

Ambos monarcas se giraron sobre sus patas invertidas, luego de asentir levemente con aquel cráneo escamoso y alargado, y tomando un poco de comida de la larga mesa, comenzaron a conversar entre sí. Agorén tomó un copón, al igual que los demás, y se acercaron a la barrica abierta más cercana que tenían para servirse generosamente. Los cuatro se miraron, frente a frente, y Agorén levantó su copa mientras miraba a los ojos a Sophia, aquella humana que había sabido conquistarlo, que le había enseñado lo que era el amor genuino, y quien sería el amor de su vida hasta el fin de sus días. Luego miró a Ghodraan, su bravo y valiente hijo, digno de su sangre. Observó sus brazos fuertes, aquellos hombros anchos y su mentón cuadrado y atlético. No podía estar más orgulloso de él.

—Por ustedes, mi familia y mis amores —Luego miró a Kiltaara, y asintió con una sonrisa—, y por ti, que siempre tendrás un lugar en nuestros corazones por hacer tan feliz a nuestro hijo. Que estemos siempre unidos, y que luego de resistir esta guerra, tengamos un largo periodo de paz. Agaalateei.

—Agaalateei —pronunciaron al mismo tiempo Ghodraan, Kiltaara y Sophia. Esta última antes de beber, se encogió de hombros.

—Salud —comentó, dando un largo trago después. Recordó la primera vez que había tomado aquello, la borrachera casi instantánea que se había pillado. Ahora ya no le picaba casi nada—. Así decimos en la Tierra.

Agorén asintió, y entonces miró hacia la zona más alejada del centro de la ciudad. Entre la muchedumbre de Negumakianos estaban los líderes y algunos cuantos generales importantes de las razas aliadas. Se hallaban apartados y con justa razón, ya que comprendían que aquella no era su tradición, por lo que se mantenían al margen.

—Intentaré hacer que nuestros aliados se integren a la celebración, tienen tanto derecho a estar aquí como cualquiera de nosotros —dijo. Sophia sonrió, conmovida.

—Siempre has sido muy gentil, me asombraría si no lo hicieras.

—Volveré en un momento —Y antes de partir, le dio un rápido beso en los labios.

Agorén se alejó entonces entre la población que festejaba. Algunos iban y venían hasta la gigantesca mesa central, para tomar algo para comer o copones de bebida. Otros conversaban entre sí hablando acaloradamente por encima del sonido de la música. El ambiente era ameno, se respiraba alegría, esplendor, y al llegar hacia el grupo, Agorén hizo una pequeña reverencia.

—¡Mis amigos! —exclamó. —¿Por qué están tan alejados del resto?

Todos lo vieron sin decir nada, pero el primero en hablar fue Xyra, el Yalpan. Asintió con la cabeza, y entonces dijo:

—No queremos ofender ni mucho menos, Agorén. El rey Miseeua nos dijo que podíamos venir, y considerábamos un desprecio no asistir. Pero lo cierto es que en nuestra cultura, no solemos festejar antes de una batalla importante, por eso nos mantenemos al margen.

—Además, no entendemos lo que suena. ¿Eso es música? —preguntó el Valtoriano, con las alas plegadas alrededor del cuerpo, mientras miraba extrañado hacia los Negumakianos que tocaban los diversos instrumentos. Agorén no pudo evitar sonreír. Si algo caracterizaba siempre a la gente del planeta Valtor, era su sinceridad extrema, que muchas veces rozaba con lo grosero.

—En efecto, es música. Se llama Argalaaia, es un estilo que sirve como acompañamiento en reuniones importantes, o fiestas de la realeza —respondió Agorén. Luego miro al Yalpan—. Entiendo lo que dices, es totalmente comprensible. Sin embargo, nuestra tradición es así. Antes de una batalla, como bien comentas, solemos hacer un gran banquete que por lo general dura muchas lunas, aunque este no será el caso. Los Negumakianos solemos beber, comer, cantar y bailar hasta que nuestros cuerpos ya no dan más de sí. Luego descansamos, y nos preparamos para los días previos a la contienda. Es nuestra forma de celebrar la vida, de honrar y despedir a los soldados que nunca volverán a ver otro amanecer. No sabemos quién va a morir, por eso convocamos a todos, generales, líderes y reyes que quieran asistir a celebrar, para que nadie se pierda la ocasión de quizá, compartir una última comida con sus compatriotas.

—Bueno, tiene sentido para mi —opino el Zorgoniano, de forma telepática.

—Sí, para mi también —dijo el Xalthoriano.

—Reúnanse con los soldados, los generales, nuestros reyes, incluso conmigo y con mi familia. Somos aliados, y justamente por gracia de esta alianza, nos sentimos muy dichosos de que ustedes puedan estar aquí esta noche, representando sus razas, y compartiendo nuestra cultura. Coman y beban, disfruten —asintió Agorén, levantando su copón dorado.

El primero en acercarse a la muchedumbre, rumbo a la gigantesca mesa repleta de comida, fue el Yalpan. Al principio lo hizo poco a poco, con cierta timidez. Sin embargo, avanzó más confiado en cuanto vio que los Negumakianos a su alrededor no lo miraban de forma extraña, sino que muy por el contrario, levantaban sus copones de bebida tal y como lo había hecho Agorén hace un instante atrás, casi como si lo estuviesen saludando. Tras su paso, siguieron los demás representantes de las razas aliadas, y una vez que vio cómo se integraban al resto —ya que algunos Negumakianos incluso hasta les sacaban temas de charla—, volvió con su familia.

Casi como si hiciesen gala de esa conexión casi mística que habían tenido en un principio, Sophia giró a verle justo cuando él posaba sus ojos encima de ella, con una sonrisa complaciente. No había un solo día en que no la hallara hermosa como el sol que iluminaba las cálidas mañanas del planeta, o como las flores de Girmaniaa*. Todo en ella era especial, y cada virtud que poseía se acentuaba aún más gracias a aquella vestimenta que él no conocía, pero le quedaba pintada a mano: la blancura de su piel, el cabello rojizo cayéndole por la espalda haciendo juego con el color de la ropa, sus grandes ojos verdes como la hierba más pura.

—No dejo de pensar que eres una belleza digna de admirar —dijo, en cuanto se acercó frente a ella. Su fornida mano derecha le acarició una mejilla, mientras la miraba con la más absoluta ternura—. Me haces desearte.

Sophia no pudo evitar sonreír al escuchar aquellas palabras. Agorén casi nunca era explícitamente lascivo con ella, pero aquel anochecer era distinto.

—Apenas comienzas a beber, y ya estás ebrio —bromeó.

—En lo absoluto, solo digo la verdad.

Con una sonrisa picaresca, le apoyó ambas manos en el pecho, y le guiñó un ojo.

—Pero adoro cuando te pones así. Ya verás cuando lleguemos a la casa —Hizo una breve pausa para darle un mordisquito en el labio inferior, y luego continuó:—, esa túnica negra es de mis favoritas, me pone muy salvaje.

—Quizá no tengas que esperar a que lleguemos.

—¿Cómo? —preguntó, mirándolo con extrañeza.

—Es tu primer celebración así, pero ya verás bien entrada la noche. No te diré nada para que sea una sorpresa.

Sophia abrió la boca para contestarle, pero antes de que pudiera decir nada, el rey Miseeua se acercó a ellos.

—Veo que nuestros aliados se divierten, ¿Qué les dijiste? —preguntó, señalando con un gesto de cabeza. Agorén miró en la dirección hacia donde le indicaba: cada uno de ellos estaba ocupado en algo diferente, ya sea comer, beber, charlar entre sí y con algunos Negumakianos, o incluso admirar los instrumentos musicales que tanto les habían llamado la atención en un principio.

—No les dije nada especial, solo les comenté el motivo de la celebración y los insté a que compartieran la comida y la bebida, nada más.

—Pues has hecho bien —consintió—. Ahora que estas tú aquí, me gustaría que abras la fiesta con algunas palabras para todos. No hay nadie mejor para alentar los corazones de soldados y pobladores por igual.

—Me halaga, Alto Rey. ¿Cuándo creé que sería oportuno comenzar?

—Cuando quieras, ahora mismo si así lo deseas. Bébete ese copón y sírvete otro, te haré lugar en la mesa.

Agorén asintió con la cabeza, mientras Miseeua comenzaba a apartar algunos platos de comida y los utensilios circundantes. Sophia lo miró con asombro y diversión.

—¿Ahora te convertiste en un orador respetado? —bromeó.

—Quizá siempre lo he sido, solo que aún no has tenido oportunidad de escucharme.

—Vaya egocéntrico te has puesto, no te haré más cumplidos.

Agorén rio, al mismo tiempo que le daba un beso en la coronilla de la cabeza, por encima del cabello. Bebió de cuatro largos buches el copón de bebida y entonces caminó hasta la barrica más cercana, sumergiéndolo para llenarlo hasta el borde, haciendo que parte de la cristalina bebida se derramara por los costados. Al acercarse a la mesa, dejo el copón a un lado, se subió a ella y volvió a tomarlo. Al verlo de pie allí arriba, Sophia lo contempló extasiada, con su largo manto rojo pendiéndole de los hombros, y como tantas otras veces, vio en él a un líder nato. Los Negumakianos, por su parte, al ver al comandante encima de la mesa, rodeado de comida y sosteniendo su copón en alto, vitorearon y levantaron los brazos escamosos llenos de júbilo y expectativa. Agorén, entonces, levantó una mano cerrada en puño, todos guardaron silencio y la música se detuvo.

—¡Negumakianos, mis hermanos! ¡Con muchos de ustedes he compartido batallas a lo largo de tantos mundos y planetas vecinos, que ya es imposible recordar cuantos! —exclamó. Muchos generales y algunos cuantos soldados gritaron y gesticularon con sus brazos en alto, volcando bebida. —¡En este tiempo nos complace contar con la compañía de nuevos amigos, que pronto, cuando todo esto pase y sea solo un horrible recuerdo, se transformaran en nuestros aliados más preciados! ¡Aún más, incluso, que aquellos líderes del Concejo que nos han dado la espalda! ¡Les doy la bienvenida a Xyra, del planeta Yalpan! ¡Urghaner, de Zorgonia! ¡Ik'ritael, de Xalthori! ¡Y Takdellah, de Valtor! ¡Comed, bebed, reid y disfrutad, porque esta noche será nuestro último gran banquete en mucho tiempo!

Las razas aliadas e incluso todos los Negumakianos presentes alzaron las voces, apoyándose unos a otros. El Valtoriano desplegó las alas, mientras algunos de sus soldados sobrevolaban por encima, e incluso el propio rey Miseeua levantó su bastón, haciéndolo brillar aún más, como gesto de aprobación. Agorén esperó a que la algarabía pasara, y continuó.

—Como todos sabemos, no son tiempos fáciles. La última vez que tuvimos que celebrar un Retkaliaa** fue hace setuaali soles —Sophia supo que aquello significaba siete mil años, una cifra descomunal para ella, pero muy reciente en la historia de su planeta—. Creímos que no habría nada más por lo cual temer, que podríamos dedicarnos a ser un pueblo pacifico al servicio de defender a los más necesitados, a las razas más vulnerables no solo de nuestra galaxia, sino de galaxias vecinas. Ahora esto no es así, por desgracia. ¡Sin embargo, quiero que me permitan decirles algo muy importante! —exclamó.

En ese momento, todos los Negumakianos que allí estaban golpearon una pata contra el suelo, algo que a Sophia le hizo recordar a aquellas películas medievales que tantas veces había visto de pequeña y adolescente, cuando los ejércitos vikingos o espartanos golpeaban sus lanzas contra los escudos. El estruendo fue general, y miró a todos lados, de reojo, viendo como todos observaban a Agorén expectantes por lo que diría después.

—¡Estoy seguro que Woa tiene un plan para todos nosotros, y que no va a permitir que perezcamos en nuestro derecho por defender nuestro planeta, nuestro hogar! —Esta vez golpearon dos veces, y Sophia sintió que se le erizaba la piel ante la adrenalina y la emoción que le generaba presenciar tal escena. —¡Estoy seguro que nuestros reyes, gobernantes y generales sabrán como dirigirnos cuando la hora final nos alcance! —Tres golpes, y Sophia casi no podía respirar debido a la emoción que sentía. —¡Pero les digo, no permitiremos que nos destruyan, no permitiremos que arrebaten nuestra libertad y nuestra dignidad! ¡Hemos pasado por muchas batallas en el pasado, hemos enfrentado a enemigos más poderosos que nosotros, y sin embargo hemos salido victoriosos. ¿Por qué? ¡Porque tenemos algo que ellos nunca tendrán: la unidad y la fuerza de nuestra comunidad! ¡Nuestra historia está llena de héroes que han dado su vida por Negumak, por nuestras familias y nuestro hogar, y hoy nosotros debemos ser quienes perpetuemos esa historia!

Esta vez, los pisotones en el suelo ya eran continuos, al mismo tiempo que gritaban de júbilo, bebiendo y saltando, henchidos de aliento y confianza. Sophia sintió que las lágrimas le inundaban los ojos, y entonces levantó su copón hacia el Negumakiano que tanto amaba y admiraba, gritando a la par que Ghodraan y Kiltaara, eufóricos. Agorén entonces continuó.

—Como dije, hoy todos y cada uno de nosotros somos esos héroes. Debemos unirnos como nunca antes lo hemos hecho, debemos luchar juntos. Debemos recordar que somos una familia, una comunidad, y que juntos podremos superar cualquier obstáculo que se nos presente. No nos dejemos vencer por el miedo, no permitamos que nuestro interior se llene de desesperación. En lugar de eso, llenemos nuestros corazones de esperanza, de determinación y de valentía. Debemos creer en nosotros mismos y en nuestra capacidad para superar esta adversidad, ¡Como siempre lo hemos hecho antes!

De nuevo, todos gritaron y vitorearon, levantando los brazos, saltando y chocando la frente escamosa de sus cráneos entre sí, al mismo tiempo que parecían darse abrazos, a juzgar el criterio de Sophia.

—Recuerden, no estamos solos —continuó Agorén—. Tenemos el apoyo de nuestros aliados, de nuestros hermanos y hermanas en armas, y de todo nuestro pueblo. Lucharemos juntos hasta el final, y saldremos victoriosos. No nos rendiremos, no dejaremos que nadie nos derrote. ¡Porque somos fuertes, porque somos valientes, porque somos unidos! —gritó. —¡Hoy es noche de celebración, llénense de comida y bebida, bailen y únanse mutuamente como en los viejos tiempos! ¡Por nuestra libertad, por nuestro hogar, por nuestro futuro, lucharemos juntos y venceremos! ¡Yo iré con ustedes al frente de los ejércitos, y resistiremos hasta el final! ¡Y si hemos de morir, entonces moriremos de pie, pero les digo que no estoy dispuesto a someternos a la voluntad de los invasores! ¡Que suene fuerte la música, que se llenen las copones, y que inicie el Retkailaa!

Agorén dio un salto hacia el suelo, bajando de la mesa, al mismo tiempo que la música entonces comenzó a sonar otra vez. Al instante, fue rodeado por tantos Negumakianos como fuera posible, que buscaban brindar con él, y apoyar sus cráneos en su cabeza como símbolo de fraternidad. Luego de unos momentos, logró avanzar entre el tumulto y acercarse nuevamente a Sophia, que lo miraba extasiada. Al verlo llegar, se abalanzó a sus brazos, volcándole un poco de bebida encima del manto.

—¡Eso ha sido increíble! —exclamó, mirándolo a los ojos. —Les has inspirado, realmente te adoran.

Él le miro las mejillas, estaban un poco húmedas aún.

—¿Has estado llorando, mi amor?

—Lo que has dicho me ha emocionado —aseguró. Luego lo hizo mirar a todos, a los cientos de Negumakianos que bebían, comían y bailaban al ritmo de la música. Aquellos con los que Agorén hacía contacto visual, levantaban sus copones y gritaban su nombre—. ¿Los ves? Eres su líder, eres a quien quieren seguir. Y me llenas de orgullo.

En aquel momento, Ghodraan y Kiltaara se acercaron tomados de la mano. En su mano libre, ambos sostenían un copón lleno hasta la mitad.

—Eso ha sido un gran discurso, padre —dijo—. Agalaateei —Levantó el copón hacia él, y bebió.

—¿Y ahora qué sigue? —preguntó Sophia, viendo como la música aumentaba de ritmo y volumen.

—Ahora, nos divertiremos.


*Flor similar al Lirio, de color rosa y con un agradable perfume azucarado, que crece salvaje en la mayoría de bosques Negumakianos.


**Tradición Negumakiana típica, previa a una gran contienda, invasión o guerra, para despedir a los soldados, generales y pobladores que presuntamente morirán tras el combate. 

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