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6

Aquella mañana, Ghodraan salió de las celdas como cada día, luego de visitar a Kiltaara. Le dolía verla tan deshecha en tristeza, quería sacarla de allí como fuese posible, pero sabía que Miseeua no podía saber si Diakeene mentía o no. Él aseguraba ser un testigo visual del hecho, pero quizá si pudiese sacarle la verdad de alguna forma... todo sería diferente. No se iba a mentir, pensaba en capturarlo y torturarle, golpearlo hasta que hablara, quizá cortarle algunos dedos si era necesario. Una parte de sí mismo se asustó con aquello, al darse cuenta que razonaba como un asesino. Sin embargo no podía hacer nada más que esperar, ya habían retirado del bosque los cadáveres de los Negumakianos, y en cuanto el juicio comenzara, analizarían la escena en busca de indicios que esclarecieran el asunto, aunque lo dudaba muchísimo. ¿Qué se podía buscar en un bosque? ¿Huellas de sangre, o signos de lucha? ¿Cómo harían para saber quiénes mentían y quienes no? ¿Les preguntarían a los muertos? Se cuestionaba de forma preocupada.

Mientras avanzaba por la ciudad de Kantaarue con la mirada baja y la tristeza inundándole el pecho, se percató de algo curioso: a pesar de que no había nubes, el cielo parecía estar nublado por algún motivo. Asombrado al ver que su cuerpo no hacia sombra en el suelo de piedra, miró hacia arriba y al prestar atención notó que algo no iba bien. Donde debía estar el sol solo había una figura distorsionada, opaca, como si algo lo estuviese cubriendo, algo invisible y translucido. Entonces fue allí cuando razonó lo que estaba sucediendo, al mismo tiempo que todo ocurría a la vez.

—¡Oh, no! —exclamó, corriendo en cuanto vio las pequeñas capsulas de combate que la nave nodriza desplegaba, una vez que se hizo visible y se despojó de su campo de invisibilidad. La gigantesca nave K'assari era completamente negra, vertical y con grandes ángulos rectos. No tenía ventanas, tan solo un pico afilado en la punta, semejante a una cresta de metal. De los costados, las capsulas de combate automatizadas se desplegaban a raudales, y los pocos Negumakianos que estaban en las calles en ese momento miraban la escena, paralizados por el miedo.

Corrió tan rápido como sus piernas le permitían, mirando de a ratos por encima de su hombro, y cuando por fin llegó a su aposento, entró desbocado al interior de la casa de piedra, haciendo que casi se lleve por delante a la propia Sophia.

—¡Por Woa! ¿Qué te pasa? —Le preguntó, apartándose en el momento justo.

—¡Nos atacan, ya están aquí! —exclamó, jadeando por la loca carrera.

Sophia abrió grandes los ojos, sin poder creer lo que escuchaba, y corrió hacia el exterior. Al levantar la vista hacia el cielo, más adelante, comprobó que todo era verdad: la nave nodriza era enorme, atemorizante, y el cielo estaba plagado de diminutas capsulas que sobrevolaban, buscando objetivos para disparar.

Se giró rápidamente sobre sus pies, volvió a entrar y corrió hacia el soporte de su armadura, quitándola de allí para colocársela rápidamente por encima de la túnica. Ghodraan hizo lo mismo, calzándose la espada a la cintura.

—¡Tenemos que ir a los refugios de la ciudad, ahora! —ordenó ella, mientras se colgaba el arco a la espalda, preparaba un carcaj de flechas y comprobaba las cargas del fusil de antimateria.

—¡No, tengo que buscar a Kiltaara!

Sophia entonces lo tomó por los hombros, preocupada por su seguridad.

—¡Las celdas están bajo tierra, Ghodraan! ¡No va a pasarle nada, tenemos que salvarnos nosotros!

—¡Si los K'assaries llegan a lo profundo de la ciudad, van a encontrar las celdas, y van a encontrar a Kiltaara encerrada allí, sin armas e indefensa! ¡Tengo que rescatarla, madre! —exclamó, decidido.

Sin esperar respuesta, giró en su lugar y salió corriendo hacia el sitio donde sobrevolaban las naves. No quería pasar por ahí, pero era la forma más corta de llegar a los accesos a los calabozos, ubicados bajo la ciudad. A la distancia le llegaron gritos, alaridos de horror de los pobladores al sentirse atacados, ya que las capsulas habían comenzado a disparar hacia los pocos que aún no habían tenido tiempo de refugiarse. Comenzó a correr más fuerte, debía llegar cuanto antes, en su mente solo veía el rostro angelical y dulce de Kiltaara, casi como si le pidiese que por favor no la dejara allí abajo, condenada a morir sola en medio de la invasión.

El aire se cargó de estática, como el vacío que precede al impacto de un rayo. Ghodraan lo pudo sentir en lo profundo del pecho y en los vellos de su cuerpo, y de la cresta metalizada de la nave se iluminó un haz de luz, seguido de un sonido eléctrico y chasqueante. Un destello blanco pareció iluminar todo a su alrededor, y el láser impactó de lleno en uno de los cañones de plasma ubicados en el lado norte de la ciudad.

—¡Corran, huyan de aquí! —ordenó hacia algunos pobladores rezagados, mientras se cubría la cabeza. El estruendo había sido brutal, a lo lejos se podía ver el humo invadiendo todo, el cañón de plasma ya no se veía, completamente destruido—. ¡Que movilicen las Yoaeebuii, rápido!

Las capsulas comenzaron entonces a disparar hacia tierra, impactando en las casas de piedra y en los árboles, con sus haces de luz. Uno de los disparos estuvo a punto de impactar en Ghodraan, pero este se lanzó a último momento al suelo, rodando por la tierra. Se cubrió la cabeza mientras veía la escena a su alrededor, mientras el polvo y la tierra flotaban por todas partes. Todo era un caos: los Negumakianos corrían como despavoridos, los primeros escuadrones de las Yoaeebuii, alertados por lo ocurrido, comenzaban a invadir las calles para dispararle a las capsulas de combate. Sin embargo, era inútil. Por cada capsula que lograban derribar, la nave nodriza expulsaba cien más de su interior. Las alarmas de ataque comenzaron a sonar por doquier, un ruido penetrante y agudo, que se repetía de forma sistemática. Los pobladores comunes intentaban huir a sus casas, en vano, ya que algunas capsulas habían bajado a tierra y entonces los K'assaries comenzaron a descender.

Eran horrendos, a criterio de Ghodraan: extremadamente altos, casi de tres metros o quizá más. Bípedos, con una complexión musculosa, la piel gruesa y escamosa de color gris oscuro parecía estar recubierta por una especie de moco viscoso que la hacía brillar ligeramente al sol. Sus ojos, grandes y de color rojo intenso, tenían una pupila vertical que se desplazaba ligeramente para seguir objetos en movimiento. El cráneo era bastante grande en comparación con su cuerpo, con una mandíbula afilada y dientes que sobresalían de la misma. No parecían portar armas de ningún tipo, quizá sencillamente no las necesitaban, porque en cuanto las primeras tropas llegaron al lugar, vio con horror como un grupo de K'assaries se abalanzaba encima de los Negumakianos. A uno de ellos lo tomaron entre dos bestias con sus mandíbulas, y como si fuera un simple vegetal, lo partieron al medio con sus fauces. Las tripas cayeron en las piedras, dejando un rastrojo de sangre negra.

Ghodraan miró hacia el cielo, a medida que se erguía. Del lado norte de la ciudad aparecieron las primeras naves Negumakianas, que pasaban rasantes por la zona de combate, disparando sus pulsos electromagnéticos para derribar las capsulas. Luego, vio pasar la segunda flota, contrarrestando algunos ataques con sus cañones de energía. Todo el ambiente se llenó de olor a humo, sangre y tierra, y el estruendo era ensordecedor. Desorientado, asustado y sin saber adónde ir, lo único que pudo hacer fue mirar a todas partes para intentar encontrar una posición segura con la cual cubrirse.

Corrió tras unos árboles, viendo como desde la parte oeste de la ciudad se acercaban corriendo con rapidez al menos veinte tropas de las Yoaeebuii dispuestas a repeler el ataque por tierra, mientras que del otro lado, el contingente K'assari destrozaba a los primeros Negumakianos que habían llegado. Al mirar en esa dirección, comprobó que su madre también se acercaba en la distancia, corriendo tan rápido como podía. Decidió salir de su escondite, entonces, y alcanzarla a mitad de camino. En cuanto llegó a su lado, momentos después, Sophia bajó el arma y lo tomó por los hombros.

—¿Estás bien? ¿Estás herido? —preguntó, desesperada. Ghodraan asintió con la cabeza, tenía el cabello lleno de motas de tierra y la armadura sucia.

—¡Estoy bien, madre!

—¡Ve a los refugios, ahora! ¡Hazme caso! —Le ordenó. Sin embargo, Ghodraan no se movió.

—¡No te dejaré aquí sola, usa tu arco! ¡Yo usaré el arma!

Sin embargo, Sophia no pudo responderle. Un K'assari los observó, y al instante corrió hacia ellos haciendo su sonido gutural y retumbante, similar a un hondo rugido. Sophia abrió grandes los ojos, y con rapidez, levantó el rifle de antimateria y disparó. El proyectil impactó de lleno en el pecho de la criatura, la cual se desplomó al suelo con un agujero que le traspasaba al otro lado, mientras se retorcía en el suelo, agonizando.

Un estrepito pareció alertarlos de repente, un sonido a madera quebrandose los obligó a mirar a todas direcciones, hasta que el propio Ghodraan observó lo que pasaba: uno de los disparos de las capsulas K'assaries había dado de lleno en el tronco de un árbol cercano a su posición, el cual comenzaba a caerse. Justo en el momento en que Sophia le apuntaba a otro K'assari, él la tomó del brazo, arrastrándola consigo.

—¡Corre, ahora! —exclamó.

Comenzaron a correr hacia adelante, donde a unos pocos cientos de metros de allí las tropas Negumakianas luchaban de forma incansable contra las criaturas en tierra. A su espalda, el gigantesco árbol cayó en peso muerto haciendo que la tierra retumbase bajo sus pies, y sin dudarlo ni perder tiempo, Sophia continuó disparando a cualquier K'assari que se moviera frente a ella. Sin embargo, Ghodraan tenía vista libre para ver todo el panorama a su alrededor, y aunque los Negumakianos combatían con valor y apremio, lo cierto era que cada vez aparecían más capsulas en el cielo. No solamente sobrevolando y disparando por doquier tanto a las naves de combate aéreas como a todo lo que se movía en tierra, sino que además cada vez era mayor el número de K'assaries que descendía de ellas. Pronto estarían diezmados, y la solución viable era una única alternativa, derrumbar la nave nodriza de alguna manera.

Giró sobre sus pies y miró hacia atrás, donde a poco más de un kilómetro de su posición el gigantesco cañón de plasma se elevaba majestuoso. Algunas capsulas ya estaban acercándose a él volando con rapidez, y si aquellas bestias lograban destruir el cañón, entonces la ciudad de Kantaruee estaría perdida, ya que se quedarían sin defensas pesadas. Sin dudarlo, haciendo acopio de todo el valor que tuviera en aquel momento, emprendió la carrera para defenderlo.

—¡Ghodraan, no! —gritó Sophia, al comprender lo que estaba dispuesto a hacer. Sin embargo ya era tarde, él no la oyó, solamente tenía en su punto de enfoque el cañón de plasma y las naves que volaban hacia él.

Corrió tan rápido como sus piernas le permitían. No lo creía posible, a decir verdad, pero era tremendamente necesario que llegara antes que las capsulas K'assaries o todo estaría perdido. Por detrás suya, el fragor del combate tanto en aire como por tierra era descomunal. A su izquierda y por encima de su cabeza, oyó un estampido y una potente luz pareció iluminar más que el propio día, y al instante, se sintió empujado a un costado debido a la onda expansiva de la explosión: una nave Negumakiana había sido abatida a pocos cientos de metros de su posición, desplomándose al suelo. Ghodraan trastabilló, y estuvo a punto de caer, pero a último momento logró recuperar la estabilidad para continuar corriendo.

Apenas levantó la vista un segundo, lo suficiente para comprobar que algunas capsulas habían descendido más adelante, y de ellas bajaban a tierra al menos veinte K'assaries. Tuvo miedo, la verdad era que no lo iba a negar, pero también sabía que había estado toda su vida preparándose para un momento como aquel, donde por fin pudiese hacer uso de sus habilidades tras tantos años de entrenamiento. Era su oportunidad para ser quien de verdad quería ser, por lo tanto, desenvainó la espada sin dejar de correr, y apresuró el paso dando un grito con todas sus fuerzas, ansioso por llegar al combate cuanto antes.

De la base del cañón asomaron unos cuantos soldados de las Yoaeebuii, dispuestos a defender el ataque, los cuales se trabaron en lucha con los K'assaries. Su piel era demasiado gruesa, era necesario por lo menos dos o tres disparos de sus pistolas de energía para contenerlos lo mejor posible, pero por lo visto, no era suficiente. Sin embargo, en cuanto aquellas criaturas horribles se percataron de que Ghodraan se acercaba, algunos de ellos corrieron hacia él haciendo su sonido gutural y rugiente. Ghodraan se detuvo, esperando el movimiento de su oponente tal y como había hecho Kurguunta en su enfrentamiento, y en cuanto la primer bestia se abalanzó hacia él, dio un hábil giro con la espada en sus manos, cortándole una de las patas.

Dos K'assaries arremetieron contra Ghodraan al mismo tiempo. Uno de ellos recibió un golpe de espada en su hombro, el cual ingresó profundo por la piel escamosa, tiñendo el filo de la misma con espesa sangre verdosa. Sin embargo, en cuanto iba a girar para atacar al otro, un tercer K'assari que se había unido a la pelea tomó de la cintura por detrás a Ghodraan y lo lanzó varios metros más lejos, haciéndolo rodar por el suelo y soltando la espada. Estaba desarmado, y sabía que era vulnerable, pero lo que no se imaginaba era que aquellas criaturas fueran tan ágiles en consideración a su altura. El K'assari que lo había tomado por sorpresa avanzó rápidamente hacia él y lo tomó con sus garras por el brazo derecho, levantándolo en el aire y clavándoselas en la carne. Ghodraan gritó, sintió el calor tibio de su propia sangre correr por el antebrazo, y justo cuando se proponía desgarrarle el vientre con sus dientes, le blandió una potente patada en el costado del cuerpo. El K'assari se dobló sobre sí mismo, haciendo un rugido de sorpresa y dolor mientras que lo soltaba de nuevo al suelo.

Al verse liberado, Ghodraan corrió hacia su espada. Al ver que el segundo K'assari arremetía contra él, dio un salto hacia adelante esquivándolo. Cayó de bruces en la tierra, pero no le importó, a pesar de que su brazo herido le dolía demasiado, y se arrastró con rapidez para tomar la empuñadura de la espada. En cuanto giró sobre su espalda, vio que el K'assari al que había pateado para liberarse de sus garras se abalanzaba de lleno hacia él. Por instinto, Ghodraan levantó la espada como si fuera una estaca, haciendo que la bestia cayera encima de ella. La hoja afilada entró limpia por el cráneo, saliéndole por detrás de la cabeza, matándolo al instante y cayendo encima de su propio cuerpo, empapándole de sangre la armadura y parte de la túnica.

Se apartó tan rápido como pudo el cadáver de la criatura muerta, y poniéndose de pie, esperó a que el K'assari restante le atacara. La criatura rugía y babeaba como un animal, pero por algún motivo que Ghodraan no comprendía, parecía tener inteligencia suficiente como para moverse como si estuviera planificando su siguiente estrategia. No le sacaba los ojos de encima, su padre le había enseñado que siempre debía anticiparse a su enemigo, y así fue. En cuanto el K'assari dio el primer paso hacia él, Ghodraan lo esquivó a un lado y le tajeó la espalda con su arma. La bestia dio un alarido de sorpresa, mientras la sangre verdosa le teñía por detrás, y en cuanto se giró de nuevo para atacarlo por segunda vez, Ghodraan lo remató apuñalándole el vientre.

Lo dejó caer al suelo, y entonces miró hacia el cañón. Las tropas Negumakianas que habían acudido en su defensa se hallaban demasiado ocupadas para notar que él estaba allí, al igual que los propios K'assaries, por lo tanto debía aprovechar aquella oportunidad vital antes de que más fuerzas enemigas descendieran de las capsulas que sobrevolaban el cielo. Corrió tan rápido como su adolorido cuerpo le permitía, esquivando cadáveres por doquier, y solo deteniéndose unos breves instantes cada pocos metros, para blandir su espada contra cualquier K'assari que se le aproximase lo suficiente como para ser capaz de cercenarle las piernas o los brazos.

Sin embargo, observó lo peor. Cuatro K'assaries lograron atravesar las compuertas de acceso al cañón, ingresando al mismo. Aún a pesar de que todavía le faltaban unos cuantos metros para llegar allí, Ghodraan pudo escuchar con perfecta claridad los gritos desgarradores de los Negumakianos que operaban la artillería, siendo despedazados por aquellas criaturas. Sucio de sangre, herido en el brazo y jadeando de agotamiento, decapitó a un K'assari que se interpuso entre él y la puerta, e ingresó al cañón. El recinto donde estaba ubicada la sala de control era espacioso y lleno de luces. El tablero holográfico con comandos y símbolos estaba salpicado de sangre, al mismo tiempo que las paredes y el suelo a su alrededor. Vio a cinco Negumakianos muertos, incluso el grupo de K'assaries aún continuaba destrozando a uno de ellos, cercenándole las extremidades con sus fauces con violenta saña, sin importarle siquiera que ya estaba muerto.

Ghodraan corrió hacia ellos, dio un salto de impulso y al caer apuñaló a un K'assari por la espalda. La hoja de la espada entró limpiamente, atravesando el tórax y saliendo por el pecho. Al ver que uno de sus compañeros se desplomaba al suelo, los demás abandonaron el cadáver para rugir de ira y sorpresa. El primero de ellos desplegó sus garras y se lanzó hacia Ghodraan, quien desenterró la espada del cuerpo muerto de la bestia y girándola en el aire blandió el arma. Sin embargo, al dar la estocada, el K'assari interceptó la espada con sus garras, deteniéndola. Ghodraan abrió grandes los ojos, sorprendido, ya que nunca se hubiera imaginado que tuvieran la dureza suficiente para detener el filo de la espada sin sufrir algún daño.

Forcejeó con él tanto como pudo, intentando liberar su arma. Otro K'assari corrió hacia su posición dando un zarpazo rápido en el aire, pero Ghodraan giró alrededor de la criatura que le retenía su espada, intentando utilizar su cuerpo como una suerte de escudo improvisado. Al parecer la idea fue buena, ya que las garras del K'assari atacante impactaron de lleno en la espalda de su compañero, y no pudo evitar sonreír ante ello. Lo bueno, al menos, era que tenían demasiada fuerza bruta pero carecían completamente de noción táctica a la hora del combate. Solo sabían gruñir, babear, desgarrar y morder, y planeaba utilizar aquello a su favor tanto como fuese posible.

Volvió a sujetar la espada en cuanto el K'assari se derrumbó al suelo, soltando su hoja. Una tercer bestia planeaba atacarlo por detrás, acercándose rápidamente, pero Ghodraan giró sobre sus pies y le cercenó la cabeza, cortándole el cráneo por la mitad. El último K'assari lo tomó por sorpresa, para su desgracia. Con un golpe certero de sus garras, se las clavó en la parte alta de la espalda, cerca de los omoplatos, y lo levantó en el aire. Ghodraan no soltó la espada, pero sintió que sus fuerzas mermaban considerablemente, al mismo tiempo que daba un alarido de dolor. La sensación era horrible, como si un fuego vivo lo estuviera consumiendo desde adentro hacia afuera. No sabía si las garras de aquellas criaturas eran venenosas o simplemente era lo que se sentía de forma normal cuando uno era apuñalado, pero lo cierto es que se trataba de un dolor indescriptible. A pesar de todo, sabía que si no actuaba rápido moriría allí, con toda probabilidad, de modo que haciendo uso de las últimas fuerzas que le quedaban, miró en una fracción de segundo la espada en su mano derecha, y girando la empuñadura la clavó hacia atrás, en el abdomen de la bestia.

Ambos cayeron al suelo, Ghodraan encima del K'assari, mientras la sangre de ambos se mezclaba y reptaba por el suelo lustroso de la cabina de control, al ser liberado de sus garras. Cerró los ojos y dio un gemido de dolor, mientras que sin poder evitarlo, una lágrima se resbaló por su mejilla sucia de sangre y tierra. No quería morir allí, no quería hacerlo estando lejos de Kiltaara, se repetía una y otra vez. Con manos temblorosas, se puso de pie con lentitud, envainó la espada y caminó tambaleante hacia el tablero holográfico de mando. Debía actuar pronto, ya que temía perder la conciencia debido a la cantidad de sangre que estaba perdiendo. Notaba el brazo entumecido, y la espalda empapada. Al mirar a su costado, comprobó que el borde de la armadura bajo su espalda tenía gotitas de sangre que caían poco a poco al suelo.

Miró hacia arriba, donde una suerte de pantalla holográfica mostraba el visor del cañón de plasma. Afuera, la ciudad era un caos, capsulas de combate tanto K'assaries como Negumakianas sobrevolaban el cielo de un lado al otro, disparándose mutuamente. En tierra, los ejércitos de las Yoaeebuii contribuían tanto como podían al luchar contra las tropas bestiales de los K'assaries. Sin embargo su objetivo no era ni las tropas, ni las capsulas, sino más adelante. La nave nodriza de color negro oscuro se elevaba controlando todo, soltando más y más capsulas, como una plaga de langostas.

No conocía los controles, pero los podía intuir. No eran difíciles, al menos para su criterio. Había viajado con su padre muchas veces a través de la galaxia, desde que había tenido la edad suficiente para acompañarle, y le había visto manipular los comandos una infinidad de veces, casi con fascinación admirable. De modo que intentó hacer lo mismo ubicando dos cosas fundamentales: el apuntado y la capacidad de disparo. Marcó entonces la nave nodriza como objetivo en el sistema de control del cañón, toqueteando aquí y allá algunos símbolos específicos. Aunque la sala de control no se movía, según el visor holográfico pudo ver como el cañón de plasma rotaba de forma frontal hacia la nave, y entonces, como si los K'assaries que tripulaban aquella nave se percatasen de que los estaba apuntando, tomaron dirección hacia él.

Debía moverse con rapidez. Intentando ser todo lo ágil que su adolorido cuerpo le permitía, toqueteó los comandos holográficos en los paneles, calibró la potencia plasmática al máximo posible, y en cuanto la cresta metalizada de la nave nodriza se iluminó, Ghodraan disparó. El cañón expulsó a gran velocidad una gigantesca bola de plasma de color azul intenso, pero al mismo tiempo, la nave nodriza también había disparado su potente ataque laser, cargando el aire de estática e iluminando todo de un blanco tan cegador como resplandeciente. El disparo de plasma impactó de lleno en la nave, haciendo que las llamas estallaran dentro de ella y dejándole un agujero gigantesco en el costado izquierdo, mientras que aquel laser golpeaba la maquinaria del cañón.

Sophia miró con horror como la nave nodriza caía al suelo, humeando y casi destruida por la mitad, aplastando sin distinción a soldados de ambas facciones, mientras que también las capsulas automatizadas de combate se desplomaban a tierra al no tener su mando de control activo. Sin embargo, el cañón de plasma también se derrumbaba sobre sí mismo, en una tormenta de chispas, fuego, escombros y polvo. Y hacia allí había ido Ghodraan, se dijo, mientras en su cabeza se repetía aquella imagen de verle correr empuñando su espada.

—No, por Dios, por Woa o quien mierda sea, por favor, no... —murmuró, con los ojos llenos de lágrimas. —Él no... él no...

A su alrededor, la contienda no existía. Solamente podía ver hacia la nube de polvo y humo que antaño era el cañón de plasma, y entonces corrió hacia él. Corrió con todas las fuerzas posibles, intentando llegar deprisa, ya que cualquier segundo podría ser vital. No sabía si Ghodraan estaba herido de gravedad o muerto, pero si había una sola posibilidad de salvarlo, entonces quería llegar a tiempo. Un K'assari corrió tras ella, pero Sophia se giró y le descargó varios disparos del fusil de antimateria. A la distancia, vio que por delante otro corría también hacia su posición, por lo que decidió abatirlo acabándose la carga completa del arma. No iba a perder tiempo en recargar, así que la arrojó al suelo con descuido y sujetando el arco que llevaba colgado a la espalda, tomó una flecha de su cintura y lo preparó sin dejar de correr.

Jadeaba más por miedo que por el cansancio en sí mismo, por el miedo de encontrar a su único hijo muerto, el milagro de su vida, asesinado por aquellas criaturas. Un K'assari arremetió contra ella, pero Sophia se detuvo una fracción de segundo para tensar el arco y dispararle directo al cráneo. La flecha entró directa en medio de los ojos, haciendo que la criatura se desplomase al suelo, y sin perder un ápice de tiempo continuó corriendo, mientras el sudor y las lágrimas le cubrían el rostro y el cabello rojizo le latigueaba al viento.

A medida que se acercaba, la nube de polvo y humo la envolvía poco a poco, hasta que una vez en el sitio, notó que respirar era casi imposible. Toda la estructura del cañón estaba destruida, en llamas. Los escombros reinaban por doquier, y sin poder ver nada más allá de algunos pocos metros, se colgó el arco a la espalda y puso las manos alrededor de la boca.

—¡Ghodraan! ¡Háblame, por favor! —gritó. Sin embargo, no obtuvo respuesta.

Los segundos se hicieron eternos. El calor de las llamas era intenso, había muchos cuerpos desparramados por el suelo, tanto de Negumakianos como de los propios K'assaries, pero mirase adonde mirase no veía a su hijo. ¿Habría podido escapar? Se preguntaba.

—¡Ghodraan! —gritó otra vez y con todas sus fuerzas, a tal punto de que la garganta le había comenzado a doler. Había comenzado a llorar con más intensidad, sin poder evitar la angustia. No podía perderlo, no podía perder su único hijo, no podía... no podía... se repetía una y otra vez, mientras caminaba en cualquier dirección mirando a todas partes, esperando encontrarlo, o verlo salir de la bruma humeante que rodeaba los escombros.

Al fin lo vio, varios metros por delante de ella. Estaba tirado en el suelo, boca abajo. La armadura sucia de sangre y tierra, y en los sitios donde la túnica sobresalía por debajo, las llamas consumían la tela poco a poco. Encima de su espalda tenía algunos trozos de metal retorcido y algunas piedras, quizá había podido salir a tiempo, pero si hubiese tardado un poco más... pensó. Desesperadamente corrió hacia él, dando una exhalación ahogada de pánico, y se abalanzó a su lado para apagarle las llamas con las manos tan rápido como podía. Parte de la tela se había pegado a su piel ampollada y burbujeante, al rojo vivo, pero por fortuna pudo ahogar las volutas de fuego que lamían las piernas de su hijo. Le quitó de la espalda los escombros y los trozos de metal, viendo los profundos surcos donde las garras del K'assari le perforaron, y no necesitaba tener conocimientos en enfermería para darse cuenta de que el panorama era muy complicado.

—¡Ghodraan, hijo! —exclamó, acariciando su cabello con manos temblorosas. Le tocó el rostro, lo palmeó con suavidad pero insistencia. Estaba inconsciente por completo.

Con cuidado de no herirlo más, lo giró boca arriba y pasando sus brazos por debajo de su cuerpo, lo levantó en andas, para cargarlo. En aquel instante, agradeció con toda la fuerza de su espíritu haber sido convertida en una Negumakiana, gracias a Agorén, y tener sus aptitudes tanto de fuerza como de resistencia física. De otra forma solo podría arrastrarlo, y con toda seguridad no sería capaz de salvarlo, se dijo.

A medida que se apartaba del lugar, con rumbo a los aposentos de sanación ubicados cerca del palacio de Miseeua, lo miró con preocupación. Ghodraan pareció recobrar la consciencia por un instante, y movía los labios de forma apenas imperceptible. Pero no abrió los ojos.

—Te vas a poner bien, te lo prometo... —Le susurró, aferrándolo más contra sí misma. Al hacer este movimiento, pudo notar que el movimiento de los labios de Ghodraan se debía a que en efecto, estaba murmurando algo, con las casi inexistentes fuerzas que aún resguardaba en su golpeado y lacerado cuerpo. Sophia acercó su oído, y escuchó:

—K... Kiltaara...

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