5
Una semana transcurrió luego de aquel incidente, y tanto para Ghodraan como para Sophia, fue la semana más larga de sus vidas.
A ella le preocupaba el estado de su hijo, no iba a negarlo. Apenas comía, pasaba las noches en vela y durante el día, no hacia otra cosa más que sentarse afuera con su espada entre las manos como si estuviese esperando algo que solamente él entendía. Había dejado de sonreír, había dejado de hablar, y cuando Sophia no lo veía, lloraba a escondidas. Ella no era tonta, podía oír sus sollozos desde adentro, pero no le decía nada.
Todos los días visitaba a Kiltaara en las prisiones. Ubicadas en los niveles subterráneos de la ciudad, se asemejaban más a una enorme catacumba que a una celda de castigo. Sin embargo, y a pesar de que toda la enorme instalación se encontraba bajo tierra, no era un sitio oscuro y lúgubre, sino más bien perfectamente iluminado. Construida en piedra blanca y luminiscente, los pasillos donde se encontraban las celdas eran largos y anchos, perfectamente podían caminar cinco guardias uno al lado del otro con comodidad, y las prisiones tenían lo mínimo y necesario para retener allí a cualquier Negumakiano. Una maquinaria donde poder hacer las necesidades básicas y una cama ergonómica con levitación magnética donde poder dormir, nada más. La puerta de la misma estaba asegurada por un enorme campo de fuerza translucido y vibrante, controlado por los propios guardias al ingresar a las cámaras subterráneas.
Ghodraan permanecía al menos dos horas acompañando a Kiltaara, charlando en susurros con ella y apoyando las manos en el campo de fuerza, para sentirla un poco más cerca. Ella también acercaba las manos, tocando aquella luz invisible y sonriéndole tanto como podía, pero lo cierto era que emocionalmente estaba devastada. Necesitaba sentir el contacto del aire en su piel, necesitaba sentir la luz del sol, pero por sobre todo necesitaba abrazar a Ghodraan, quien se deshacía en lágrimas cada vez que la visitaba, echando en falta su ausencia. Le susurraba que intentaría ayudarla como fuese posible, que haría todo lo que ningún otro Negumakiano había hecho antes por amor, y preocupada por él, Kiltaara intentaba convencerlo de que no tomara riesgos innecesarios, que ya le encontrarían solución a aquel problema. Sabía que Ghodraan era valiente, y aunque lo extrañaba muchísimo, no se perdonaría a sí misma si se perjudicaba solo por ayudarla.
Para Agorén, mientras tanto, la situación no era muy diferente. Mientras esperaba que su tripulación reacondicionara la nave nodriza para el viaje de retorno a Negumak, se sentía como un prisionero dentro de la sede del Concejo de los cinco. Lo cierto era que no quería estar un minuto más allí. Se sentía decepcionado, casi hasta traicionado por los seres que una vez había jurado proteger, y con quienes sus ancestros formaron una alianza que creía irrompible hasta aquel momento. ¿Cómo podía ser que lo dejaran a su suerte, sin más? Se preguntaba una y otra vez. Caminaba por los pasillos del Concejo con el rostro sombrío, sin hablar con nadie, y aunque lo había pensado más de una vez, lo cierto era que tampoco tenía ganas de seguir insistiendo. Negumak era un pueblo que por sobre todas las cosas, tenía orgullo, y no andaría rogando por un poco de apoyo.
Con las manos a la espalda, observaba a través de uno de los enormes ventanales hacia el resto de la estructura tecnológica, junto con el inmenso y vacío universo al fondo. Le encantaba admirar aquellos paisajes, le generaban una sensación de calma increíble y gratificante, algo que ahora necesitaba más que nunca. Lo único que quería hacer en aquel momento era salir de aquel sitio, volver a su planeta, y tomarse un merecido tiempo para idear una nueva alternativa de defensa. No había demasiadas opciones, o al menos eso suponía. El Concejo ya había dado su veredicto, no podía hacer más nada que aceptarlo, y pensar en aquello lo único que lograba era hacerle sentir cada vez más impotencia. Podía intentar hablar de forma individual con los líderes de cada planeta, ¿pero de qué servía? Quizá podría detener la invasión si alguno le brindaba tropas, pero luego tendría que ser sometido a juicio galáctico por desobedecer una orden directa de los líderes del Concejo. Y lo cierto era que aún tenía intenciones de seguir con vida.
A la distancia y desde su derecha, sintió murmullos de saludo provenientes de algunas razas que iban y venían caminando de un lado al otro. Agorén miró en aquella dirección, y vio que Lumira, con su cuerpo resplandeciente, levitaba avanzando por el pasillo. De forma indiferente, volvió a mirar hacia el universo. Le importaba poco y nada que uno de los cinco líderes pasara a su lado, no iba a saludarla. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando notó que Lumira se detenía a su lado, mirando también hacia el infinito y negro vacío, punteado por las estrellas rutilantes y las galaxias lejanas.
—¿Esperando con ansias el regreso a tu planeta, Agorén? —Le preguntó, quizá iniciando tema de charla. No pudo evitar dar un suspiro al pensar en ello.
—Supongo que sí, mientras tenga un planeta donde volver. Luego, quien sabe —respondió, sin poder fingir el tono de molestia en la voz.
—Estás enojado con nosotros.
Agorén se tomó unos segundos para meditar sus palabras. Había votado a favor de su petición, no consideraba justo que descargara su frustración con ella, pero tampoco podía mentirle.
—Enojado no es la palabra. Decepcionado, más bien —dijo—. Negumak siempre ha sido una raza fiel al Concejo, siempre ha respetado las alianzas y ha acudido en ayuda de quien lo necesita. Sin embargo ahora, en nuestro momento de mayor necesidad, estamos solos. Lo siento, pero no puedo sentirme de otra forma.
—Y créeme que muchos de nosotros lo podemos entender. Sin embargo, la justificación a nuestra decisión es mucho más compleja de lo que crees.
—¿Hay una justificación para dejar que un planeta entero sea invadido? Con todo respeto, permítame dudar.
—Claro que la hay, para todo en el universo hay justificación. A veces acertada, a veces no, pero lo cierto es que la hay —aseguró Lumira, con su voz cálida y melodiosa, casi inspirando una infinita paciencia y ternura en quien la oía—. Permíteme que te lo explique, quizá así entiendas un poco más.
—Me gustaría —Agorén se giró hacia ella, poniéndose de lado en la ventana, para mirarla con atención.
—Los Negumakianos siempre han sido una raza respetada, citada como ejemplo en muchas culturas y planetas, tanto aliadas como no. Sin embargo y en los últimos tiempos, su pueblo ha sucumbido ante los bajos sentimientos del corazón. Traiciones, mentiras, engaños, asesinatos y ambición de poder. Basta con recordar algunas cosas que tú sabes muy bien, como el hecho de la muerte de Ivoleen, traicionado por uno de sus generales. Reyes ambiciosos que no quieren colaborar en las defensas planetarias, como tú bien has dicho, envidias y celos injustificados que están ocurriendo ahora mismo perjudicando a tu familia, mientras tú estás aquí.
Agorén no pudo evitar alarmarse al escuchar aquello. Frunció el ceño y miró el rostro resplandeciente de Lumira con curiosidad y temor al mismo tiempo.
—¿Con mi familia? ¿Qué está pasando? —preguntó. Sin embargo, ella continúo explicando, ignorando su interrogante.
—Todo esto ha roto el equilibrio en la polaridad cósmica del bien y del mal, tú no sabes cómo funciona, pero Ivoleen podía sentirlo a la perfección, era uno de los pocos reyes que podía ver más allá. Por ende, la única forma de reparar ese equilibrio cósmico es con una irremediable extinción. Durante eones ha pasado esto, no solo con ustedes, sino con todos los planetas de todo el universo conocido. Cuando una civilización llega a romper el límite moral de lo bueno y lo malo, y comienza a tener una baja vibración energética, no hay otra manera. Esa raza debe morir, para recomenzar.
—No es justo, los humanos son mucho peores que nosotros, y sin embargo los hemos ayudado a sobrevivir cuando los Sitchín planeaban invadirles. ¿Por qué entonces unos tienen derecho sobre otros? ¿Por qué ellos deben ser ayudados y nosotros debemos resignarnos a morir?
Lumira le apoyó los seis dedos de la mano izquierda en el bíceps de Agorén, que al contacto sintió como si el cosquilleo eléctrico de la estática le erizara.
—Es curioso que tú preguntes esto, cuando tú mismo también has contribuido, sin saber, a que esto sucediera. Has matado a tus semejantes por proteger a una humana, y aunque haya sido por una buena causa, lo cierto es que todo eso fue acrecentando el desequilibrio.
—¿Y acaso ustedes no están contribuyendo a su propio desequilibrio, al negarse a brindarnos ayuda y mostrarse indiferentes? ¿Qué tienen que decir acerca de su propia dualidad? —preguntó Agorén, de forma mordaz. Lumira pareció sonreír.
—Claro que sí, y a su tiempo, nosotros también nos extinguiremos. Todo forma parte de un ciclo, Agorén —Había dicho aquello de forma tan calmada que incluso no pudo evitar sorprenderse. Al notar su desconcierto, ella asintió—. Sin embargo, las alternativas no están agotadas para ustedes, al menos no aún. Eres alguien noble de corazón, aunque a veces cometas errores, como cualquier ser vivo con conciencia propia. Aférrate a eso, y cuando llegue el momento, sabrás perfectamente lo que debes hacer.
Dicho aquello, Lumira se apartó de su lado y continuó avanzando por el pasillo luminoso, mientras era saludada por los alienígenas con los que se cruzaba. Agorén la observó unos momentos, pensativo, y luego comenzó a caminar con rumbo a los hangares de abordaje. Quería irse de allí cuanto antes, no solo que estaba preocupado por las palabras que había escuchado, sino que necesitaba volver junto a Sophia y contarle las novedades, incluso hasta charlar con Miseeua e intercambiar ideas, buscando alguna alternativa. Sin embargo, al girar por el recodo del enorme pasillo luminoso, fue interceptado por un alienígena más alto que él. Su piel era azulada, lisa, sin vello. Sus grandes ojos oscuros lo observaban con fijeza y las antenas membranosas con las que estaba coronada su cabeza ovoidal se movían con lentitud. Agorén conocía esta raza, era un Yalpan.
—Disculpa, ¿podría charlar un momento contigo? —dijo este ser. Agorén asintió con la cabeza.
—Dime.
—Mi nombre es Xyra, sé a qué has venido al Concejo, y entiendo que necesitas ayuda.
Agorén entonces lo miró extrañado. Sabía bien que los Yalpanes no utilizaban la voz para comunicarse, sino que lo hacían telepáticamente, como tantas otras razas igual o más evolucionadas que ellos. Pero su afirmación le llenaba de curiosidad, a lo cual no pudo evitar preguntar:
—¿Cómo lo sabes?
—He escuchado la conversación que has tenido con Lumira, y también muchas razas permanecen expectantes ante el futuro incierto de Negumak, aunque no lo reconozcan. Es una lástima que se te haya negado el auxilio —aseguró.
—Lo sé. Pero no podemos hacer nada más que resistir, y que sea lo que Woa quiera que sea, nada más. Sinceramente, estoy cansado de toda esta tonta burocracia.
—Los Yalpanes podemos ayudar, quizá no con un cuarto de nuestras tropas, pero podemos colaborar en la lucha —dijo. Agorén lo miró con asombro.
—¿En verdad? Si lo hacen romperán con un mandato del Concejo. ¿Por qué quieren arriesgarse por nosotros?
—Nuestra sociedad se basa en la cooperación, la igualdad y la armonía. Conocemos de lo que son capaces los K'assaries, nosotros mismos nos hemos enfrentado a ellos alguna vez. Los Negumakianos siempre han sido justos y generosos con nosotros, no sería equitativo de nuestra parte que ahora nosotros ignoremos su pedido de ayuda —dijo Xyra—. ¿Cómo han formado sus defensas?
—Cañones de antimateria para la defensa aérea, campos de fuerza para proteger las ciudades más importantes, y reforzamos la armamentística para nuestros ejércitos. También reparamos e instalamos mejorías en nuestras naves de combate.
—¿Tienen algún sistema de antigravedad que puedan utilizar? La antimateria es útil, desintegrará las naves en las que impacte, pero no será suficiente.
—No, no tenemos dispositivos de antigravedad. ¿Por qué? —preguntó Agorén.
—Las naves K'assaries funcionan con impulsores de gravedad inversa, lo que les permite moverse a velocidades hipersónicas. La mejor forma de derribarlas es disparándoles un haz de energía antigravitatoria, eso hará que en un sector determinado a partir de la onda de disparo el impulsor invierta su polaridad, haciendo que el mismo motor de la nave duplique la gravedad del planeta. Su propio impulsor se convertiría entonces en un arma en su contra —explicó Xyra.
—Es una buena idea, pero por desgracia, ya no tenemos tiempo para construir dicha tecnología. Empleamos casi la totalidad de nuestros recursos en lo que hicimos hasta ahora.
—Bueno... eso es malo, pero no es algo que podría determinar la supervivencia o no. Con buenos ojos puestos en cada cañón y con una defensa establecida estratégicamente para contenerlos, no debería haber problema. Al fin y al cabo, los K'assaries no son más que bestias dominadas por el impulso de su naturaleza hostil, podremos con ellos, o eso quiero creer.
—¿Cuántas tropas podrían enviarnos? —preguntó Agorén, con motivación en el tono de su voz. Al fin podía ver una luz de esperanza.
—Quizá unos cuarenta mil Yalpanes de élite. En poco tiempo podremos arribar a Negumak, si estás de acuerdo.
Con una sonrisa, Agorén le apoyó una mano en el brazo largo y delgado del alienígena.
—No podría estar más de acuerdo, Xyra. Negumak está en deuda con tu pueblo —respondió.
—Entonces está hecho —aseguró el Yalpan—. Nos veremos en breve.
Asintió con la cabeza en silencioso saludo y caminó alejándose de Agorén, dando pasos lentos y gráciles debido a su altura. Él lo observó, complacido. A fin de cuentas quizá no todo estaba perdido, como bien le había dicho Lumira. Quizá había una esperanza más para el planeta de Negumak y su gente. Casi como si los hubiese llamado con la mente, dos Negumakianos que comandaban la tripulación de su nave se acercaban gradualmente por el pasillo. Al llegar, uno de ellos saludó con el típico gesto y le indicó:
—La nave está preparada, señor.
—Volvamos a casa, entonces —aseguró Agorén.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro