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3

Una semana después, Ghodraan ya estaba en plenas condiciones de salud. Si bien su pierna presentaba una larga serie de cicatrices allí donde la carne se había quemado, desde el muslo hasta poco más debajo de la rodilla, lo cierto era que no había perdido movilidad ni tendones importantes. Kiltaara no dejó de acompañarlo ni un solo día en la sala de sanación donde estaba confinado, y su amor por ella crecía de forma exponencial con cada muestra de afecto que le brindaba. Agorén, mientras tanto, estuvo bastante ausente no solo en su recuperación sino también posteriormente. Ghodraan no lo culpaba en lo más mínimo, entendía que la tarea de reconstruir los cañones, preparar los puertos de aterrizaje para las naves aliadas y crear una solución a los inhibidores de los campos de fuerza, no era una tarea sencilla, así que lo dejaba hacer.

Poco a poco, la ciudad de Kantaruee fue perdiendo ese toque señorial y pintoresco que le caracterizaba, con sus casas de piedra pulida, la frondosa vegetación que brillaba por doquier y sus estructuras tecnológicas. A cambio, se convirtió casi en un campamento de guerra moderno: cuatro puertos de aterrizaje rodeaban las afueras de la ciudad. Junto a ellos y bien cubiertos, se hallaban nuevos cañones plasmáticos e incluso de los propios hangares no cesaban de salir y entrar Negumakianos a todas horas. Los que se dedicaban a tareas de construcción, sin embargo, descansaban en una suerte de tiendas de campaña octogonales, en el mismo sitio donde trabajaban durante el día.

Sobre la segunda semana de trabajo, las naves aliadas comenzaron a llegar poco a poco. Primero arribaron los Yalpanes, en gigantescas naves de combate que estaban diseñadas para cruzar grandes distancias en el cosmos. De las compuertas de las naves triangulares con puntas redondeadas comenzaron a salir cientos y cientos de soldados de élite. El propio Agorén, junto con el rey Miseeua, se acercaron a recibirlos de forma lo más diplomática posible, mientras que Ghodraan, Kiltaara y Sophia miraban de lejos la escena, admirados por la tez azulada de aquellos seres, su enorme estatura y las vestimentas doradas que les recubrían el cuerpo. Marchaban casi como si fueran un solo cuerpo, en una extraña sincronía que solo ellos podían comprender, cargando extrañas armas de doble cañón al hombro.

Dos días después, a Negumak llegaron los Xhaltories y los Zorgonianos. De nuevo, Agorén y el rey cumplieron con el mismo cortejo de recibirlos, y finalmente, cuatro días después llegaron los Valtorianos. Las plazas de aterrizaje casi no daban abasto, pero no podía sentirse más feliz por el hecho de contar con tanta ayuda. Fue así como Agorén pidió que cada raza eligiera un representante único, el cual informaría de manera debidamente oportuna cualquier noticia que pudiese llegar a acontecer. Por parte de los Yalpanes, Xyra fue el candidato, ya que era quien había hablado con Agorén en un principio. Luego, cada raza eligió a su mejor soldado, quienes demostraban tener una excelente habilidad tanto en combate como en estrategias defensivas.

Sin embargo, y aunque de momento todo parecía fluir a pedir de boca por primera vez en mucho tiempo, Agorén no cesaba de preocuparse. Sophia muchas veces lo encontraba sentado afuera a mitad de la madrugada, escudriñando el cielo, mirando hacia las tres lunas del planeta con las manos a la espalda, como si estuviera analizando algo que solamente él podía comprender. Cuando ella preguntaba que le sucedía, él no decía absolutamente nada, solo ponía excusas y alegaba lo mismo: no poder dormir. A pesar de todo, aquella noche fue la primera en que realmente se confesó. Sophia había sentido el momento en el que se levantó de la cama de piedra, se vistió con su túnica y salió al patio. Esperó unos minutos a que regresara, pero como no lo hizo, se vistió ella también y salió a su encuentro. Lo encontró sentado en la misma roca donde muchas veces se sentaba junto a Ghodraan.

—Agorén, cariño —dijo, en voz baja. En el silencio de la noche, donde apenas corría una leve brisa y los animales nocturnos ululaban por los árboles, él la pudo escuchar con claridad absoluta—. ¿Qué sucede?

—Nada, no puedo dormir.

Como toda respuesta, Sophia se sentó a su lado. Él la miró, mientras ella le acariciaba el cabello largo y rubio, acomodándole un mechón detrás del oído.

—Siempre me dices lo mismo, y siempre hago de cuenta que te creo. Ahora por favor, ya no me lo ocultes más y dime que te sucede. Me preocupa verte así noche tras noche —insistió.

Agorén dejó de mirar al cielo, bajó la cabeza y entonces suspiró. Para sorpresa de Sophia, su voz tembló un instante.

—Tengo miedo, eso es lo que sucede. Aún no tenemos noticias de los expedicionarios que enviamos fuera del planeta, y aunque tenemos apoyo, algo me dice que no será suficiente —dijo—. Quizá nuestros informes tienen razón, y solamente son cinco o seis mil naves arca. ¿Pero si estábamos equivocados y son más? ¿Si lo que vimos en un principio era solamente una parte de la flota? —Hizo una pausa, miró a Sophia directamente, y aún en la penumbra de la noche, se dio cuenta de que tenía los ojos acuosos. —Me has vuelto vulnerable.

Ella lo miró extrañada, casi hasta ofendida.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Para un soldado de las Yoaeebuii es considerado un honor morir en batalla. Nos entrenan para ello, para dar la vida en combate si es necesario, o resistir el dolor más atroz. Sin embargo me aterra profundamente, porque si eso ocurre ya no podré volver a verte nunca más. Te has convertido en la otra mitad de mi vida desde que te conocí en la Tierra, y no me he dado cuenta de ello hasta este momento, donde puedo ver que temo por mi vida. No por mí, pero sí por ti. Todos los mundos, todas las galaxias en el universo tienen un ciclo, un principio y un final, eso lo sé. Pero si este es el final de Negumak, lo único que espero es que cuando llegue el momento, pueda encontrar una forma de salvarnos.

Sophia lo miró con una extraña mezcla entre preocupación y ternura, gracias a su confesión. Le acarició una mejilla, y le dio un corto beso en los labios.

—No vamos a morir, no lo acepto. Quizá la única alternativa sea emigrar, como todos aconsejan. Sé que no te agrada la idea pero no estaría mal que las arcas estén preparadas, solo por si acaso —Se giró de cara a la gran ciudad que se extendía más adelante, con sus puentes dorados y edificios de piedra negra, iluminados de forma resplandeciente y futurista en la clara y apacible noche—. Amo a Negumak tanto como tú, aunque no haya nacido aquí. No me gustaría abandonar el planeta, huyendo como una cobarde, pero si es lo que hemos de hacer para sobrevivir, entonces no es ninguna deshonra. Lo único que quiero es continuar viviendo contigo a mi lado, con nuestro hijo que poco a poco se está convirtiendo en un adulto como tú, y ahora con Kiltaara, que es buena con él.

—Lo sé.

—Sé que es difícil, cariño. Sé que tienes una enorme responsabilidad encima de tus hombros, y que eso te está agobiando cada día un poco más. Pero por favor, no pierdas el rumbo de tus actos, no nos pierdas —Sophia envolvió en un abrazo a Agorén, quien a su vez le rodeó la espalda con sus fornidos brazos, envolviéndola—. Aprovechemos el tiempo que nos queda antes de la guerra, dime que me amas, dile a Ghodraan que lo amas, hazlo antes de que sea demasiado tarde.

Agorén se separó levemente de ella, le acarició el cabello rojizo y le besó la frente.

—Me has enseñado a tener sentimientos, y ahora también me enseñas a vivir —dijo.

—Volvamos adentro, intenta dormir un poco. Negumak te necesita con las ideas claras.

Sophia se puso de pie, le ofreció la mano y Agorén se la tomó, para caminar juntos de nuevo al interior de la casa de piedra.

*****

Al día siguiente los primeros en despertar fueron Kiltaara y Ghodraan. Salieron en silencio del dormitorio, luego de vestirse, y luego se dedicaron a desayunar vegetales y un poco de papilla blanca vitamínica. A la mitad del desayuno se unieron a ellos Sophia y Agorén.

—Buenos días —saludaron. Ghodraan asintió con la cabeza, Kiltaara también.

—Buenos días, padre. ¿Anoche tuviste reunión con Miseeua? —preguntó él.

—No, ¿por qué?

—Te escuché salir al patio, creí que había ocurrido alguna emergencia.

—Siento si te desperté —Se excusó. Sin embargo, Ghodraan miró a su padre con total naturalidad.

—No estábamos dormidos, en realidad, así que no hay problema. Solo me preocupaba por ti —dijo.

Sophia miró de reojo a Agorén con una sonrisa picaresca, y luego bajó su mirada hacia los vegetales rojos que llenaban su plato.

—Se supone que soy yo quien debe preocuparse por ti, no al revés. Siento mucho si te he descuidado durante este tiempo, Ghodraan. Hoy me encargaré de tu problema con el Negumakiano que acusó a Kiltaara, tienes mi palabra.

—Gracias, padre.

—¿Creés que se retracte de sus palabras? —preguntó Sophia, con la boca llena.

—Seguramente lo haga. No creo que quiera vivir el resto de su vida con la deshonra de haber sido expulsado de las Yoaeebuii.

—No entiendo por qué hizo eso... —balbuceó Kiltaara. —Yo no le hecho nada malo, no es mi culpa que haya elegido a Ghodraan como mi compañero.

Él le sonrió, y tomó una de sus manos, apoyada encima de la mesa.

—Está despechado, querida, no debes darle más importancia de la que se merece —dijo Sophia. Ella la miró sin comprender.

—¿Despechado? ¿Qué es eso?

—Es cuando alguien está frustrado, impotente por una situación que no puede controlar. Y esa impotencia le hace sentir enojo, rabia por la otra persona.

—Entonces es una mala emoción, ¿cierto? No como las que Ghodraan me ha enseñado.

Sophia no pudo evitar sonreír. Oír las inocentes preguntas de Kiltaara le hizo recordar a cuando Agorén hacía exactamente los mismos razonamientos.

—Exacto, es una mala emoción, y debes tomarla sin importancia —Le aseguró.

—Comandante, disculpe —dijo una voz, desde la puerta. Todos voltearon a mirar, de pie en el patio se hallaba un Negumakiano ataviado con la túnica clásica de un general de alto rango. Agorén asintió con la cabeza.

—Dime —ordenó.

—Los expedicionarios han vuelto, Miseeua se reunirá ahora con ellos para escuchar el reporte de su misión. ¿Desea que les notifique a los representantes de las otras razas?

—Sí, por favor. Iré ahora mismo, gracias.

El Negumakiano asintió con la cabeza, y girando sobre sus patas invertidas, emprendió el rumbo de nuevo hacia la zona más céntrica de la ciudad. Agorén entonces se levantó de la mesa, y caminó hacia el dormitorio para cambiarse su túnica domestica por una más formal, la negra con bordes e insignias doradas. Sophia también se levantó de su lugar, aunque no iba a cambiarse de ropa, así estaba bien para ella.

—Yo iré contigo, padre —dijo Ghodraan.

—No, no esta vez.

—¿Por qué? —preguntó, con cierto enojo en su tono de voz. Si ya había ido con él a algunas reuniones, no comprendía cual era el motivo para negarse particularmente en esta ocasión.

—Es simple protocolo, las decisiones tácticas solo deben tomarlas y planificarlas los líderes de cada Yoaeebuii. Créeme que lo siento, hijo, en verdad.

—De acuerdo, como prefieras... —asintió. Kiltaara le acarició la espalda.

—Anímate, luego sabremos que pasó.

—Volveremos luego —dijo Agorén, antes de salir de la casa, seguido por Sophia. Ambos subieron al aerotransportador ubicado a un lado del patio, y en cuanto comenzó a elevarse a una altura más que aceptable, Agorén dirigió el aparato rumbo al palacio de Miseeua.

­—¿Sabes? Hay algo que me preocupa con Ghodraan y Kiltaara —dijo ella, repentinamente. Agorén la miró, sin apartar las manos de la consola holográfica de mando.

—¿En serio? ¿De qué se trata?

—Bueno, ellos ya han dormido juntos... varias veces. Creo que no hemos hablado mucho sobre sexualidad con nuestro hijo, ahora que lo pienso. Nunca imaginamos que llegaría este momento —respondió, sonrojada.

—Ya, él tampoco, y sin embargo parece que está aprendiendo bastante rápido. Al igual que yo lo aprendí en su momento, ¿no creés?

—Sí, pero deberíamos advertirle.

—¿Advertirle de qué? —preguntó Agorén, sin comprender.

—¿Qué pasa si deja embarazada a Kiltaara?

—¿Creés que eso sea posible?

—Bueno no lo sé... ¿Pero y si pasa? No quiero que Ghodraan sufra lo que nosotros, de que esté escuchando constantemente que su hijo es un...

Sophia no quiso terminar la frase, pero supo enseguida que Agorén le entendió a la perfección. Apartó un momento la vista del visor de navegación y asintió con la cabeza.

—Consultaré con los maestros sanadores si algo así es posible, si te hace sentir un poco más tranquila —Le aseguró.

—Gracias, cariño.

Pocos minutos después, en cuanto llegaron a los patios reales que bordeaban el palacio de Miseeua, Agorén descendió con su vehículo hasta tocar tierra junto a otros aerotransportadores que allí se encontraban. Descendieron del mismo, y a paso rápido se encaminaron rumbo a la sala de reuniones generales, mientras eran escoltados por dos guardias. Al llegar al gran salón vieron a Miseeua, Xyra y el resto de líderes aliados alrededor de una gran mesa acristalada, que flotaba en el centro del recinto y parecía emitir una luz palpitante y blanquecina.

—Buenos días para todos ­—saludó Agorén, al entrar. Xyra asintió con la cabeza, y Sophia observó maravillada a los líderes de las otras razas. A los Zorgonianos ya los habia visto, era imposible para ella olvidar aquella piel verde oscura y sus grandes ojos brillantes. Sin embargo, le fascinaba el Xalthoriano ubicado a la derecha de aquella extraña mesa. Era mucho más alto que Agorén, e incluso hasta unos cuantos centímetros más que los propios Negumakianos que habían vuelto de la expedición por el cosmos. Todo su cuerpo estaba cubierto por un exoesqueleto similar a huesos grises y anchos, y además, tenía varias extremidades. Dos pares oficiaban como patas, de dos dedos largos y anchos, algo que le hizo recordar a los camellos. Los brazos, con al menos cinco dedos largos, culminaban en gruesas garras. Pero de todos, el más increíble para ella era el Valtoriano. Su piel era extremadamente gris, muy delgado y de forma humanoide, con dos piernas y dos brazos extremadamente largos. Su cabeza tan solo era eso, una cabeza sin rostro visible, a excepción de una fina boca cerca del mentón. En su espalda asomaban dos alas membranosas, con terminaciones tentaculares que al parecer utilizaba para mirar a su alrededor. Sophia se preguntó qué tan grande serían si las desplegase, ya que el Valtoriano llevaba las alas alrededor de su cuerpo, envolviéndose con ellas como si fuera un manto grisáceo.

—Agorén, que bueno verte. Acércate —dijo Miseeua.

—¿Cuáles son las noticias? —preguntó, ubicándose en la punta de la mesa. Uno de los expedicionarios se acercó, entonces, y acercando las manos con las palmas hacia arriba, hizo un movimiento como si estuviese levantando algo invisible. Al instante, un holograma perfecto se elevó desde la mesa, mostrando con absoluta nitidez el sistema solar donde estaba ubicado Negumak.

—Las naves K'assaries no están cerca, pero ya han recorrido más de la mitad de camino —Hizo otro movimiento y enseguida la imagen se amplió. Las estrellas cruzaron raudas alejándose y la vista panorámica se acercó a la flota de naves—. Estimamos que tardarán en llegar unas siete u ocho noches. No más que eso.

—Eso es poco tiempo, las naves K'assaries no suelen moverse tan deprisa. Tienen una propulsión basada en diageterita, ese mineral posee una combustión muy lenta —dijo Xyra. Aunque no movió la boca para hablar, todos le entendieron a la perfección, ya que podían escucharlo dentro de sus mentes—. No lo entiendo.

—Quizá hallaron otra forma de propulsión que aún no conocemos —opinó el Valtoriano. Tenía una voz extremadamente profunda, pensó Sophia, casi de ultratumba. Escucharlo era como oír un fantasma, y sumado a su apariencia casi espectral, no pudo evitar sentir un escalofrío.

—Talvez —dijo el Zorgoniano, asintiendo con su cabeza—. ¿Cuántas naves tienen en su flota?

—Unas kuugarien, aproximadamente —respondió otro Negumakiano. Agorén intervino, entonces.

—¿Ocho mil? Son casi dos o tres mil más de lo que descubrimos en un principio. ¿Por qué?

Los expedicionarios se miraron entre sí.

—No lo sabemos, señor. Quizá los cálculos iniciales no fueron acertados —respondió uno de ellos.

—No, no creo eso. Tenemos bases instaladas en cada luna de cada exoplaneta de nuestro sistema solar, y esas bases son automatizadas. No hay forma de que se equivoquen —dijo Agorén, de forma pensativa. Rodeó la mesa, bajo la mirada de todos, y miró con atención el mapeo holográfico que se mostraba en el aire. Entonces levantó las manos, las acercó al holograma y comenzó a hacer una serie de movimientos específicos para quitar algunas proyecciones y aumentar otras.

—¿Qué estás buscando, Agorén? —preguntó Miseeua.

—Aún no lo sé —respondió—. Pero de algo estoy seguro, si la flota K'assari aumentó de tamaño significa que alguien más se les ha unido.

Finalmente logró amplificar lo que deseaba, y al instante, un detalle saltó a la vista. En efecto, había otras naves que viajaban junto con las nodrizas K'assaries. Xyra abrió grandes los ojos, al igual que el Zorgoniano. El Xalthoriano traqueteó los huesos de su coraza exoesqueletica y el Valtoriano desplegó las alas hacia atrás, haciendo un corto bramido profundo de ira mezclada con sorpresa. Miseeua, por el contrario, se aferró a su cetro como si no diera crédito de lo que veía ante él.

—Es imposible... —murmuró Miseeua, atónito. Sophia miró a todos de forma preocupada.

—¿Qué pasa? —Le preguntó a Agorén, temerosa. Las naves que se habían sumado a la flota mostraban un signo, formado por un círculo central rodeado por tres anillos concéntricos de color rojo. Cada anillo, en su interior, llevaba una inscripción en un alfabeto desconocido para ella.

—Es el emblema de Nefarion, el planeta de donde proviene Drak'nahaar. Él fue quien rechazó mi petición de ayuda ante el Concejo —Sophia abrió grandes los ojos al escuchar aquello, y al mirar a Agorén, comprendió que estaba crispado por la furia—. ¡No le basta con dejarnos morir, sino que también tiene que ayudar a nuestros invasores! —exclamó.

—¡Que un líder supremo del Concejo esté apoyando la invasión a una raza aliada bajo su protección, es algo inadmisible, nunca antes visto! —comentó el Zorgoniano. —¡Esto puede desencadenar en una guerra!

—¿Con que fin puede anhelar la destrucción de Negumak y su pueblo? —preguntó Xyra, negando con la cabeza de forma decepcionada.

—No me importa la burocracia, puede meterse sus motivos donde quiera —dijo Agorén—. Lo que me preocupa es que ahora tenemos que correr contra el tiempo, si queremos al menos plantar batalla.

—Tenemos buenas defensas, tenemos tropas, hemos reparado muchas de las naves y construido nuevas. Los cañones de plasma ya casi están listos, también —dijo un general Negumakiano a la derecha de Sophia.

—¡No es suficiente, todo lo que hemos hecho no va a servir de absolutamente nada cuando ellos lleguen! —exclamó Agorén, frustrado. —Conocen todas nuestras defensas, yo mismo se las dije, y sabrán como evadirlas. ¡No tenía forma de imaginar que nos iba a traicionar de esta forma!

—Oh, por Woa... —susurró Miseeua, con la consternación invadiéndole el semblante. Sophia sentía el nudo en la garganta aprisionándole la respiración, y sin darse cuenta, había comenzado a temblar ligeramente.

—Nosotros podemos interceptarlos a mitad de camino —intervino el Zorgoniano—. Nuestras naves son rápidas y pueden luchar en el espacio, quizá con suerte podamos reducir sus fuerzas si les atacamos allí.

Agorén asintió con la cabeza, mientras observaba el holograma y las naves hostiles. Si iban a atacarlos en el espacio, debían aprovechar el espacio a su favor. Miró entonces al general de las Yoaeebuii que allí se encontraba, y preguntó:

—¿Cuántas bombas de materia oscura tenemos disponibles ahora mismo?

Kiinguanee, señor.

—Bien, fabriquen otras quinientas más, e instálenlas en las naves más rápidas de Zorgonia —Agorén movió entonces una serie de comandos en el holograma, habilitando una especie de simulación. Al instante, se vio reflejado Negumak, rodeado de las naves tanto propias como de las razas que estaban dispuestas a ayudar—. Un cuarto de nuestra flota saldrá a su encuentro en cuanto crucen el cinturón de asteroides de Girkataanee, pero solamente será una distracción —Movió algunas naves con sus dedos y entonces apartó otras—. En ese momento, los Zorgonianos que tengan las bombas de materia oscura en sus naves se desplazarán hacia aquí —indicó, haciendo un movimiento a la derecha—, y rodearán al contingente Nefarí. Una vez que lo tengan a rango de tiro, soltarán las cargas de materia oscura y las dispararán contra sus naves. No es necesario que les impacte, en cuanto las bombas se activen por proximidad, crearán una singularidad en el espacio tiempo que devorará la materia a su alrededor. Cuantas más naves puedan destruir, tanto mejor.

—¿Qué hacemos una vez que ya hayamos soltado las bombas? —preguntó el Zorgoniano.

—Regresen, los superan en número, no van a poder destruir la flota entera. Solo será un intento por reducir sus fuerzas, ahora mismo es lo único que podemos hacer. Los ejércitos en tierra mantendremos una primera línea de observación a las afueras de cada ciudad. Serán nuestros ojos, y darán la alerta cuando los K'assaries atraviesen nuestra atmosfera —Agorén miró al Xalthoriano—. Sus tropas estarán ubicadas en bases subterráneas que nuestros constructores les proveerán adecuadamente. La flota K'assari es demasiado grande para aterrizar en las ciudades, así que lo harán en sus alrededores, y ustedes serán los primeros en verlas. Sin embargo, también habrá otra parte de la flota que atacará por aire con sus capsulas de combate automatizadas, como la última vez. ¿Hemos podido solucionar la inhibición de los campos de fuerza? —Le preguntó al general Negumakiano, este asintió, a su vez.

—Estamos trabajando en ello, señor. Pero vamos de camino a eso, al menos ya descubrimos cual es la tecnología que utilizaron para desactivar nuestros escudos, y estamos revirtiendo el proceso.

—Bien, bien. ¿En cuánto tiempo creé que puedan estar listas las bombas de materia oscura?

—Dos lunas señor, quizá tres.

—En cuanto estén preparadas e instaladas, inicien el ataque aéreo. Que la mitad de nuestras naves más rápidas los acompañen, serán la distracción al frente —Agorén manipuló el holograma y entonces lo desactivó. Luego miró al general, de forma directa—. Comunique todo esto a los mensajeros para que las demás ciudades inicien los preparativos, cada una de ellas proveerá como mínimo cincuenta naves para apoyar la tropa Zorgoniana y fabricará las bases subterráneas de vigilancia en un tiempo no mayor a cuatro lunas.

—Sí señor.

—¿Y cuál será nuestro rol en todo esto? —preguntó el Valtoriano, al mismo tiempo que señalaba con un gesto de su largo y pálido brazo al Yalpan. Xyra también asintió ante aquella pregunta, como si ambos estuvieran pensando lo mismo.

—Ustedes son unos excelentes guerreros, los Yalpanes pueden manipular la materia a su antojo, su mejor arma son sus habilidades psíquicas, y ustedes los Valtorianos poseen la ventaja de tener sus alas proveyéndoles una agilidad única, aún superior a nosotros. Serán nuestra mejor línea de combate en tierra para defender la ciudad —aseguró.

—Bien.

Agorén suspiró, entonces. Miró a cada uno de ellos como si estuviera cuestionándose muchas cosas, y entonces habló, con las manos a la espalda.

—Esto no será fácil, en lo absoluto. No les voy a mentir, probablemente nos masacren y aunque no me guste reconocerlo, he de admitir que quizá la única solución viable es resistir hasta donde podamos, y cuando llegue el momento, abordar las naves arca y abandonar el planeta. Aún si eso ocurre, quiero agradecerles a todos por arriesgar sus soldados, sus naves y su reputación en el Concejo por ayudar a Negumak. Nunca olvidaré esta deuda con sus pueblos —dijo.

—El Concejo es el regente de nuestra alianza —dijo Xyra—, pero no es nuestro dueño. Negumak estuvo presente en muchas de nuestras batallas, no íbamos a dejarlos a su suerte ahora. Yalpan, Zorgonia, Xalthori, Valtor, cada planeta fue apoyado por los Negumakianos al menos una vez en su historia, así que no nos debes nada, Agorén.

—Gracias, mis amigos.

—Creo que eso ha sido todo por el momento —habló Miseeua—. Gracias por venir, les haré llegar cualquier novedad que surja.

Todos asintieron con la cabeza, y poco a poco comenzaron a retirarse de la sala de reunión. Agorén, sin embargo, no se movió en lo absoluto, ya que continuaba mirando a la brillante mesa holográfica como si estuviera cuestionándose pensamientos a sí mismo. Una vez que el último alienígena se hubo retirado del gran salón, Miseeua se acercó a él, mirándolo con detenimiento. Antes de que pudiera decir algo al respecto, fue Agorén quien habló.

—No lo entiendo, se supone que su trabajo es mantener el orden en la galaxia, proteger a las razas indefensas de otras razas hostiles, no ayudarlas a que destruyan a sus víctimas todavía más rápido. ¿Con qué clase de argumento puede justificarse una traición así? —preguntó.

—Tu naciste y te formaste en las Yoaeebuii como cualquier guerrero, y no supiste que tu padre era un rey hasta que fue demasiado tarde. Pero aun así, tu humildad y entereza te hicieron continuar siendo un soldado de nuestros ejércitos, un general respetado, y sin que te dieras cuenta de lo que estaba ocurriendo, conseguiste ser nombrado comandante de todo Negumak. En poco tiempo ganaste un título, una reputación, un nombre, la estima no solo de muchos reyes, sino también la estima de muchas razas dentro del Concejo.

—¿Y qué hay con eso? ¿Qué tiene que ver mi posición con el hecho de que permitan que seamos masacrados? —preguntó Agorén, molesto.

—Tiene todo que ver —aseguró Miseeua—. ¿Creés que las ambiciones de poder solo ocurren aquí, o en algún planeta olvidado al otro lado de la galaxia, entre el pueblo común?

—No, supongo que no...

—Claro que no. ¿Qué creés que pasará cuando haya que elegir a cinco nuevos sabios para que gobiernen el Concejo? Tu nombre será un fuerte candidato, y probablemente muchos te elijan. Tienes la experiencia de gobernar bien, como lo hiciste en Utaraa luego de la muerte de Ivoleen y como lo hiciste durante toda tu vida comandando los ejércitos de Negumak. Tienes la experiencia en batalla, tienes la fuerza y también el honor necesario, y además tienes el apoyo de otras razas. Es muy probable que termines sentado allí arriba junto a otros cuatro grandes sabios alguna vez —respondió, señalando con su mano escamosa—. A mí me gustaría que eso ocurriese, claro. Pero hay otros a los que no.

—Yo no quiero gobernar, eso es muy complicado.

—Pero ya lo haces, Agorén. Tomas decisiones en cuanto a las defensas, ordenas que se comuniquen cosas a los otros reyes a nivel planetario, creas alianzas con quienes hoy nos están ayudando. Sophia incluso es la prueba viviente de que has marcado un hito en la historia de nuestra raza.

Agorén lo miró extrañado, al igual que ella.

—¿Sophia? ¿Por qué? —preguntó.

—Porque te has vinculado emocionalmente con otra raza ajena a ti. La has convertido en una Negumakiana, aunque haya elegido vivir con apariencia humana el resto de sus días. Has tenido descendencia con ella, y es tu compañera de vida. Ningún Negumakiano ha hecho jamás una locura así, pero tú demostraste que no solo la interacción, sino que la hibridación entre distintas razas puede ser posible, si se realiza con mucho cuidado y hay un cierto porcentaje de compatibilidad en sus genotipos —aseguró Miseeua—. Estás en plena etapa de cambios, Agorén, al igual que nuestro planeta y nuestra raza.

—A veces me siento agotado, temeroso, como si no supiera que hacer. Me gustaría defender el planeta hasta morir, si es necesario, como cualquiera que haya dado su vida al servicio de las Yoaeebuii. Sin embargo, también quiero sobrevivir. Por Ghodraan, por Sophia, y quizá tengan razón. Tal vez debamos preparar las arcas ahora que todavía hay tiempo.

El rey asintió lentamente con la cabeza. Sus escamas grises, producto del paso de los años, parecieron brillar de forma peculiar cuando el resplandor de la mesa holográfica las iluminó parcialmente.

—Hace no mucho, Boaeeii Biaeii me reveló algo sobre ti, y aunque al principio no lo entendía, lo cierto es que ahora lo veo tan claro como el agua. La mente universal cosmológica es sabia, de ella provenimos y a ella volveremos —Le apoyó una mano en el hombro, y lo miró con fijeza—. Tu futuro acaba de comenzar ahora mismo, Agorén, con esto que acabas de decirme. Aún tienes mucho que hacer en los días por venir, y ciertamente, Negumak no es el punto final en tu historia.

Dicho esto, comenzó a caminar rumbo a los salones interiores del palacio, dejándole con un montón de interrogantes en su cabeza. ¿Qué habría querido decir con ello? Se preguntaba.

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