3
Al llegar a la casa y verlos entrar en aquel estado: Kiltaara llorando, Ghodraan sucio de sangre y caminando con lentitud, no pudo evitar sentir temor. Estaba preparando un trozo de carne para la cena, condimentándolo encima de una larga mesada de piedra y quitándole los huesos, cuando dejó todo aquello a un lado y corrió en su ayuda.
—Pero, ¿Qué paso? —preguntó Sophia, casi en una exclamación.
—Kurguunta nos atacó, en el bosque. Lo desafié a combate pero me venció —dijo Ghodraan—. Ella tuvo que matarlo, por protegerme.
—Oh, esto es terrible... —murmuró Sophia. —¿Estás herido?
—No, solo bastante golpeado.
—¡No quería matarlo, juro que no lo quería! —Casi gritó Kiltaara, intensificando su llanto desconsolado. —¡Él había prometido una pelea justa, pero iba a matar a Ghodraan, le pidió la pistola de antimateria a uno de sus soldados, eso no era justo!
—Espera, ¿estaba con más soldados? ¿Los emboscó? —preguntó Sophia, atenta a este detalle. Eso cambiaba las cosas de forma radical.
—Cinco soldados, yo maté a tres —respondió Ghodraan, y luego comenzó poco a poco a sacarse la armadura.
—Entonces no tienen nada que temer, sencillamente se defendieron y tú, Kiltaara, hiciste lo correcto. Salvaste la vida de mi hijo —objetó, mirándola a los ojos. Entonces, Sophia se acercó y le secó las mejillas con las manos, luego la envolvió en un abrazo fraterno—. Te debo mucho, y te estoy agradecida en verdad. Ahora ve, ayuda a Ghodraan, te necesita —dijo, viendo como le costaba esfuerzo desprenderse la armadura.
Sophia se retiró a las recamaras interiores con el gesto de preocupación inundándole el semblante, para continuar preparando la comida, mientras Kiltaara puso manos a la obra. Primero le desenganchó la espada, luego el peto, dejando la túnica sucia de tierra por debajo. Por último, también le quitó la túnica dejándolo completamente desnudo, y observó el cuerpo trabajado y musculoso de Ghodraan. Tenía enormes hematomas violáceos casi ennegrecidos ahí en los costados donde Kurguunta le había pateado, los brazos raspados y las manos heridas. Verlo en aquel estado le dio un montón de pena, porque quizá si ella no se hubiera declarado como su compañera, nada de esto estaría pasando, pensó.
—¿Duele mucho? —preguntó. —¿Hay algo que pueda hacer por ti?
—Me lavaré un poco, no quiero quedarme así. Podrías ayudarme quizá a lavarme la espalda.
—Vamos —asintió ella.
Volvió a vestirse y juntos salieron al patio trasero de la propiedad, donde en un costado del mismo había una especie de fuente colectora de agua, más que nada para el agua de la lluvia, que siempre estaba llena y limpia debido a un proceso natural de filtrado en la misma roca. Ghodraan se sentó en el borde, se inclinó un poco con un quejido de dolor, y tomando agua en la mano, comenzó a mojarse el rostro y el pecho, para quitarse las manchas de tierra y sangre. Kiltaara se apartó un mechón de cabello rubio del rostro, y se acercó para echarle agua por la espalda, frotando la piel con suavidad.
—Gracias por haberme protegido, te debo mi vida —dijo él.
—Tú me has protegido a mi antes, Ghodraan. No podía permitir que mi padre te asesinara como a un animal, porque no lo eres. No eres un engendro, no eres una bestia.
—¿Quién soy, entonces? —Juntó agua con ambas manos y se la arrojó al rostro, no sabía por qué, pero estaba un poco molesto consigo mismo por la situación. Odiaba ver llorar a Kiltaara, era demasiado bella para eso. —Quizá sea la causa de tus desgracias, porque si no me hubieses conocido, entonces no tendrías que haber matado a tu padre. No tendrías que sufrir ahora por él.
Kiltaara entonces lo rodeó para mirarlo frente a frente. Del borde de la barbilla recta de Ghodraan pendían algunas gotitas de agua, y algo tan simple como eso le pareció hermoso, aunque no supiese por qué. Enmarcó su rostro con las manos y lo miró directamente a los ojos.
—No te lamentes, si Woa así quiso que sucedieran las cosas, entonces que así sea. ¿Sabes quién eres? Eres en quien confío, eres con quien quiero estar todo el día haciendo esto de los labios que me has enseñado, eres por quien quiero quedarme en este aspecto de cuerpo, y por sobre todo eres mi compañero. Así como tus padres viven junto uno al otro, así quiero ser contigo. No vuelvas a dudar de eso, o de ti mismo —dijo.
Ghodraan no pudo evitar sonreír con emoción. Aunque la penumbra de la noche era tan intensa como para no permitirle ver más allá del rostro de Kiltaara, se dio cuenta que era más hermosa de lo que pensaba, con los matices de las luces y sombras que se derramaban por su blanca piel, o le enmarcaban el rubio cabello casi en una postal perfecta. Y comprendió entonces que se sentía como si fuera el Negumakiano más afortunado del planeta por haberla conocido. Nada malo podía pasarle mientras estuviera con ella, Kiltaara siempre sería su rincón seguro en el cosmos, en su vida. Y aunque no lo sabía antes, lo cierto era que acabó por descubrirlo en aquel preciso instante: nunca volvería a amar a nadie como la amaba a ella. Y aunque fuese muy pronto para poder hablar de amor, lo cierto era que no le importaba en lo más mínimo, era lo que sentía y dejaría que sus emociones corriesen tan lejos como quisieran.
—Ven, recostémonos —murmuró. Se irguió y juntos rodearon la fuente, para acostarse en el suelo detrás de la misma, sobre la fina y suave hierba. Las estrellas rutilaban en el firmamento y las tres lunas de Negumak podían verse con claridad absoluta. La miró entonces, se apoyó en el antebrazo para estar a la altura de su rostro y entonces la besó con ternura—. Te amo, Kiltaara.
—¿Qué es eso?
Ghodraan no sabía definirlo, al menos a ciencia cierta, pero imaginó que podría simplemente decir cómo se sentía, sin más.
—No sé lo que eso, pero te amo, y nada más. Quiero vivir siempre contigo, quiero que seas tú mi prioridad y yo sea la tuya. Quiero que tú seas dueña de mi cuerpo y yo del tuyo, quiero que tus sentimientos sean solo hacia mí y yo quiero sentir solo por ti. No quiero que te vayas nunca de mi lado, porque siento que si no tuviese tus besos, o si no escuchara el tono de tu voz cuando me hablas, o si no acaricio tus mejillas y admiro tu belleza, mi mundo dejaría de existir. Todo lo que soy, todo lo que quiero ser, lo quiero ser contigo. Supongo que eso es amar.
—Entonces yo también te amo, Ghodraan, porque no quiero irme nunca de tu lado, no quiero alejarme, no quiero ser la compañera de ningún otro Negumakiano más —respondió.
Ghodraan volvió a besarla, más largo y profundo esta vez. Su mano derecha acarició su mejilla mientras lo hacía, luego su cuello, y poco a poco fue bajando hasta apoyarse en su cintura. Kiltaara sentía los pechos muy sensibles, sin saber por qué, y también tenía mucho calor. La piel le hervía como si estuviera asándose a fuego lento.
—Quiero enseñarte algo más —dijo él—. Algo que hacen mis padres, y que yo no he hecho nunca.
—¿Es bueno?
—No sería capaz de enseñarte algo malo.
—Entonces hazlo —asintió ella.
Como toda respuesta, Ghodraan se quitó la túnica y luego ayudó a Kiltaara a quitarse la suya, dejándola a un lado en el suelo. Verla desnuda era un deleite para él: aquel cuerpo esbelto, su piel blanca y suave, los pechos rosados y firmes, sus piernas largas sin ningún vello, era lo más hermoso que había visto nunca y era la primera vez que veía a una Negumakiana de esa forma.
Volvió a recostarse a su lado, tenía la respiración agitada y las manos le temblaban por los nervios de la situación. No sabía que hacer, no quería lastimarla ni hacerla sentir mal, pero también lo deseaba muchísimo y la expectativa era muy alta. Volvió a besarla con profundidad durante unos segundos infinitos, eternos, su mano se apoyó en su vientre y luego subió con suavidad hacia uno de sus pechos. Lo tomó, llenando la mano completamente con él, sintiendo el pezón entre sus dedos que comenzaba a erguirse poco a poco, así como a él le sucedía en otras zonas de su propio cuerpo.
No sabía que hacer ni cómo actuar, solo improvisaba. Abandonó la boca de Kiltaara y entonces le besó el cuello, respiró con fuerza para sentir el olor de su piel, y continuó besando más allá hasta llegar al otro pecho. Quería cubrirla de besos por todos los sitios, desde los pies hasta su boca, porque ella le inspiraba tanta ternura como belleza a partes iguales. Su mano volvió a bajar a su cintura, le acarició el vientre, y luego el muslo de la pierna. Sus dedos temblequeaban de forma trémula pero aun así encontraron el camino necesario.
Mientras su boca descendía hasta su vientre, su mano palpó el pubis, y luego recordó aquel gesto que ella había tenido la primera vez que lo besó, y quiso experimentar lo mismo, así que sus dedos se apoyaron en su entrepierna. Estaba caliente, y mojado. No sabía lo que era aquello, solo sabía que tocar aquella hendidura le gustaba, lo mostraba su propio cuerpo y por lo que notaba también el de ella, ya que la zona estaba resbalosa y cubierta por aquel líquido. ¿Tendría sabor? Se preguntó. Se llevó la punta de los dedos a la boca y probó, tenía un gusto peculiar que no podría definir, era algo que jamás había probado antes pero que no le desagradaba en lo más mínimo.
—¿Estás bien? —Le preguntó, al ver sus rasgos crispados. Kiltaara asintió.
—Sí... —suspiró. —Es lindo...
Continuó experimentando más allá. Separó los labios y amplió el tacto hasta donde podía, y entonces se percató de que podía meter sus dedos dentro. Razonó entonces que si podía meter los dedos, quizá podía meter lo que tenía él también en su lugar. Sus padres nunca le habían explicado aquello, pero consideraba que así funcionaria el cuerpo humano, al igual que muchos animales que había visto reproducirse por las zonas naturales del planeta. Entonces tomó posición encima de ella, se tomó el miembro con la mano y lo acercó a la entrada. Al ver que nada ocurría y que además era un poco difícil, Kiltaara imaginó que debía separar las piernas, y entonces fue mejor.
Ghodraan ingresó a ella poco a poco, sin poder evitar cerrar los ojos. Se sentía delicioso, la tibieza de su calor y su humedad le envolvían provocándole sensaciones que nunca había experimentado antes, pero era como sentir el estallido de mil estrellas a la vez. Entonces, sin poder evitarlo, quiso ver hasta dónde iba todo aquello, por lo que lo metió a fondo, soltando un suspiro de placer.
—¡Ah! —Se quejó ella. Ghodraan se asustó.
—¿Te duele? Lo siento, yo no... —balbuceó, confundido. ¿Cómo podía dolerle a ella y ser tan placentero para él? Se preguntó.
—No te apartes, sigue —pidió Kiltaara. Ghodraan entonces se movió de nuevo, aquello se sentía enorme dentro de sí y cerró los ojos sujetándolo de la espalda para que penetrara tan adentro como fuese posible—. Ah... —suspiró. —Se siente tan bien...
—Dime que sientes... —murmuró él, contra su oído, mientras su mano izquierda se situaba encima del pecho derecho. Luego bajó con su boca hasta allí, le encantaba besarlos, podría decirse que era su parte favorita del cuerpo de Kiltaara.
—Te siento a ti... —respondió, con agitación. —Oh... siento algo...
—Dime que es...
Envolvió con sus labios el pezón de Kiltaara y lo besó con delicadeza, humedeciéndolo. Ella entonces arqueó la espalda.
—No lo sé... es... Ah, por Woa... —gimió.
De repente todo en su cuerpo comenzó a sufrir ligeros temblores, como si un chispazo eléctrico lo recorriera desde la nuca hasta sus pies. Sintió como de pronto todo allí abajo, donde Ghodraan estaba, se volvía más y más cálido al mismo tiempo que parecía pulsarle rítmicamente. Su corazón se aceleró, las piernas le hormigueaban, y de repente tuvo que cerrar los ojos ante el enorme placer que experimentó en aquel instante, desembocando allí entre sus piernas. Ghodraan sintió como el intenso calor y humedad le envolvía más y más, sin poder evitarlo se movió dentro de ella y al hacerlo, sintió como si de repente tuviera algo incontenible dentro. En un arrebato, su boca abandonó el pecho de Kiltaara para subir hasta su rostro y besarla, cerrando los ojos. Solo se apartó de sus labios un instante para emitir un suspiro ronco, mientras sentía que de su miembro salía expulsado algo. No sabía que era, solo podía sentirlo, y era lo más delicioso que le había ocurrido nunca. Sus piernas temblaron, su corazón latía a tope y también había comenzado a sudar en la frente. Sentía espasmos allí abajo, y permaneció unos instantes más dentro de ella hasta que comenzó a notar que el deseo se desvanecía rápidamente. Entonces se apartó de encima suyo y se miró con la respiración agitada, viendo que lo tenía de nuevo a su tamaño normal. También la miró a ella: una sustancia blanquecina y espesa le salía por el orificio, mezclada con lo que parecía ser un poquito de sangre.
—¿Estás bien? ¿Te he hecho daño? —Le preguntó, preocupado. Al recostarse a su lado, ella lo abrazó, aferrándose a él. Tenía la piel hirviendo.
—Estoy bien, me siento de maravilla... nunca me había sentido así.
Kiltaara murmuraba con los ojos cerrados y una sonrisa bailándole en el rostro. Se sentía extenuada pero muy relajada al mismo tiempo, con sus extremidades muy muy flojas.
—El cuerpo de los humanos tiene cosas muy buenas, ¿no crees? —comentó él, acariciándole el cabello y la espalda con los dedos. Ella suspiró.
—Se siente muy bien, y me pone feliz que pueda estar disfrutando esto contigo —dijo.
—A mí también.
Se fundieron en un nuevo beso, mucho más profundo esta vez, y abrazándose, permanecieron un rato más bajo el abrigo del cielo nocturno, contemplando las estrellas.
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