
2
Ghodraan oscilaba entre la somnolencia y la lucidez varias horas durante el día. A veces dormitaba, a veces solamente se mantenía despierto mirando al techo blanco de la sala de sanación, mientras sentía como las pequeñas maquinarias le reconstruían el tejido de su cuerpo. Sin embargo, sobre la tarde del segundo día, todo fue a mejor. Se sentía más animado, ya no dormía tanto y hasta incluso tenía ánimos para hablar con algunos de los Negumakianos que trabajaban allí, atendiendo a otros soldados heridos. Sobre el anochecer, la compuerta se abrió. Pudo oírla pero no verla, ya que al estar acostado boca arriba en esa especie de camilla anti gravitatoria, solo podía mirar hacia los costados y hacia el techo.
Sin embargo, en su rango de visión apareció Kiltaara. Estaba hermosísima, el cabello rubio le caía largo y suelto por detrás de la espalda, sobre los hombros. Tenía una túnica blanca doméstica, y todo en ella parecía resplandecer, o quizá no, tal vez solamente era la emoción por volver a verla, se dijo. Kiltaara dio un gemido de ahogo, quizá de pena por verle en aquel estado, y corrió a su lado. Ghodraan levantó el brazo herido, las pequeñas máquinas siguieron su trabajo sin despegarse de él, y entonces le extendió la mano. Kiltaara se la tomó, y sin poder evitarlo, un par de lágrimas se desbordaron de sus ojos, precipitándose hacia abajo.
—Por Woa... mírate como estás... —murmuró. Luego se llevó la mano de Ghodraan a los labios, y le besó los nudillos raspados y heridos.
—Pero pudimos contener el ataque —Sonrió él. Ella también sonrió, a su vez. Aún estaba acostumbrándose a todos aquellos gestos, a sentir emociones, pero le gustaba, se sentía cómoda con ello.
—Tú arriesgaste tu vida, derribaste la nave principal. Tu padre fue a mi celda junto con un guardia, él me contó todo. También me comentó que el rey Miseeua te ofreció un cargo en las Yoaeebuii y lo rechazaste por liberarme. ¿Por qué hiciste eso? Me dijiste que era tu sueño, era lo que querías hacer.
—Tú eres más importante que eso, como le dije al rey y también a mi padre. Te amo, Kiltaara. No quería que estuvieras allí encerrada ni un momento más.
Ella bajó la mirada un instante. Entonces sonrió.
—Eres demasiado bueno conmigo, nadie lo ha sido nunca, ni siquiera mi padre —dijo.
—Me alegra serlo, me alegra ser yo a quien has elegido. Cuando vi el ataque, solo podía pensar en ti, en llegar a las celdas para liberarte de alguna forma. Si los K'assaries lograban tomar la ciudad y llegaban hasta allí... no quiero ni pensarlo. Tenías que haberlos visto, son horribles, no más que bestias asesinas, pero brutales.
—No debías haberte expuesto, casi mueres, Ghodraan. Si tu mueres yo... —Kiltaara hizo una pausa, y negó con la cabeza. —No podría continuar. Allí abajo en mi celda podía oír los ruidos del combate, ¡Estaba desesperada! Y lo único que podía hacer era pensar en ti, y rogar para que nada malo te sucediera...
—Tenía que hacerlo, iban a tomar el único cañón que quedaba en pie. Aun así, me preocupa nuestra situación...
—¿A qué te refieres?
Ghodraan dio un leve suspiro antes de continuar.
—Solo fue una nave nodriza. Una sola nave —dijo, remarcando esta última frase—. Y casi nos diezman. Allí afuera hay ¿Cuántas? ¿Cientos, miles de naves más? Viniendo hacia aquí. No vamos a poder. Nos van a arrasar en cuanto lleguen a Negumak.
Kiltaara presionó la mano de Ghodraan contra sus labios con un poco más de fuerza, como si temiera que se le fuera a escapar como agua entre los dedos, o quizá como una especie de amuleto para infundirle valor. Una lágrima cayó encima de ella, él la notó, pero no dijo nada.
—Siempre hay una forma, solo tenemos que descubrirla. Algo podremos hacer, Woa no nos va a desamparar.
—¿Y qué puede hacer Woa? —preguntó Ghodraan, dando un suspiro. —¿Enviarnos un ejército divino para luchar con nosotros?
—No hables así de nuestro Dios —Le reprendió ella. Ghodraan le brindó una sonrisa divertida.
—No te enojes y dame un beso, que te he extrañado muchísimo.
Kiltaara no pudo evitar sonreír también. Se inclinó encima de él, y le besó los labios con una extraña mezcla entre timidez y delicadeza. Los Negumakianos que trabajaban allí los miraron asombrados, ya que no entendían lo que estaban haciendo. Sin embargo, a ninguno de los dos le importaba en lo absoluto. Eran felices, eran únicos, y nada ni nadie podría romper esa magia que los conectaba. Unos segundos después, se separaron, mientras Ghodraan aún sentía la tibieza de los labios de Kiltaara en los suyos.
—Supongo que mi casa ahora está contigo, y tus padres son mi familia —dijo ella—. Iré a ver como están.
—No, quédate aquí. No te he visto en días, acompáñame. Cántame una canción, charlemos, hazme reír —Le pidió.
Kiltaara entonces salió de la sala unos momentos, y cuando volvió, lo hizo con una silla ergonómica de gravedad cero, construida del mismo material que la camilla donde flotaba Ghodraan. La situó a su lado, la activó, y entonces se sentó en ella regulando la altura de levitación para estar cerca de él. Sin soltarle ni por un segundo la mano, permaneció allí, acompañándole tanto como necesitara.
*****
Mientras tanto, Agorén y Sophia yacían desnudos en la enorme cama de piedra, sobre las mantas de piel animal. Lo había extrañado muchísimo, y era la primera vez en mucho tiempo que realmente tenían la casa para ellos solos, de modo que Sophia planeaba aprovecharlo tanto como pudiese. Justamente, recostada encima del pecho de Agorén mientras él le acariciaba la espalda con una mano, fue cuando le escuchó hablar. Estaba a punto de dormitarse, para su pesar.
—¿Qué pasó aquí mientras no estaba? —Le preguntó. Ella suspiró.
—Bueno, el padre de Kiltaara los emboscó en el bosque, al parecer. Iba armado con otros soldados, reclamaba que volviera con él ya que estaba prometida para unirse a un soldado Yoaeebuii. Hasta donde Ghodraan me contó, hubo una pelea, ya que hubo un combate singular.
—Oh... ¿y ganó?
—No. Kurguunta planeaba ejecutarlo, pero Kiltaara le salvó la vida. Solo que fueron unos tontos, ambos por igual.
—¿Por qué? —preguntó Agorén, sin comprender.
—Porque no escondieron los cuerpos, los cuales por supuesto, encontraron al día siguiente.
—¿Tú hubieras hecho eso?
—Claro que sí, sería mi pellejo el que esté en juego.
Agorén se apartó un poco para mirar a Sophia, sin dejar de abrazarla. La mitad de su rostro estaba cubierto por el cabello rojizo que tanto le encantaba, y desde aquella perspectiva, un halo de ternura parecía rodearla, mezclado con la rudeza que siempre le caracterizaba. Entonces acarició con un dedo las líneas de las marcas que se habían realizado mutuamente en Utaraa, cuando ella entró a los ejércitos por él. Rodeó uno de sus pechos, pasó por encima del pezón, y luego lo sujetó con la mano.
—A veces me aterra cuando tu lado humano sale a flote, y con él, tu salvajismo.
Ella sonrió, y se acercó a su boca. Sin embargo no lo besó, solo habló encima de ellos.
—Sin embargo, a veces parece que lo disfrutas —Luego de decir aquello, le acarició con la lengua el labio superior, besándolo después.
Se entregaron nuevamente a la pasión carnal que tanto disfrutaban, hicieron el amor dos veces, hasta quedar profundamente dormidos. Sin embargo, casi al anochecer, un resplandor azul despertó a Agorén. Al moverse, también despertó a Sophia, quien estaba aferrada por detrás a su espalda.
—¿Qué pasa? —preguntó, de forma somnolienta.
—Es mi cubo.
Se levantó de la cama, se vistió con su túnica negra y manipuló el cubo de cristal ubicado encima de su soporte de piedra pulida. Al instante, apareció una especie de holograma a tamaño real de un general de los ejércitos.
—Comandante, hemos recibido un mensaje para usted, proveniente de un Yalpan, desde el Concejo de los Cinco —dijo el Negumakiano al otro lado. Agorén frunció el ceño.
—¿Son buenas noticias?
—Dice que pudo hablar con los líderes de Zorgonia, Xalthori y Valtor. Cada uno de ellos está dispuesto a enviar poco más de un cuarto de sus ejércitos. Además, los Zorgonianos pueden brindarnos una flota de varias naves para reforzar la defensa aérea.
Agorén sonrió, complacido.
—Bien, bien, eso es muy bueno —asintió—. Comunique estas noticias a Miseeua, y pídale que de un comunicado a las otras ciudades para que también estén notificadas de esto.
—Sí, señor.
—Por cierto, ¿Cuándo van a comenzar con la reconstrucción de los cañones de plasma y las naves perdidas?
—Cuanto antes, mañana mismo, seguramente —respondió el general.
—Bien, quiero que también comencemos a preparar sitios adecuados de aterrizaje para las naves Zorgonianas a las afueras de cada ciudad. También deben tener una armería, y una zona de repostaje.
—Sí, señor.
—Gracias, general —dijo Agorén, antes de cortar la comunicación. Al girar hacia la cama, vio que Sophia ya estaba vestida y lo miraba con una amplia sonrisa.
—Te dije que siempre hay esperanza, cariño —Le aseguró.
—Iré a darle las novedades a Ghodraan.
—Vamos, iré contigo.
*****
En cuanto llegaron a los salones de sanación, vieron que ambos estaban dormidos. Ghodraan continuaba flotando en su camilla anti gravitatoria, dormido profundamente, al igual que Kiltaara, quien sentada en su silla especial tenía la mejilla apoyada en su mano herida. A golpe de ojo, parecía como si ambos estuviesen apoyados sobre algo invisible, pero de una forma tan tierna que parecía como si se estuviesen mirando con los ojos cerrados, ya que los rostros de ambos estaban enfrentados entre sí. Quizá se habrían dormido de esa forma, pensó Sophia. Ella misma fue quien se acercó a Kiltaara, le apoyó una mano en el hombro, y le dio algunas palmaditas hasta que despertó.
—Ve a descansar, querida. Nosotros nos quedaremos con él por hoy —Le dijo, en cuanto vio que se erguía en su asiento—. Gracias por cuidarlo.
En cuanto Kiltaara apartó la mejilla de encima de su mano, Ghodraan despertó también. Miró a su alrededor confundido, y luego a sus padres.
—¿Cuánto falta para que me levante de aquí? —preguntó. Agorén rodeó la camilla flotante para mirar el estado de sus heridas. Los pequeños aparatos electrónicos reconstruían tejido y cerraban heridas de forma eficiente, pero aún quedaba mucho por hacer.
—Quizá uno o dos días más. No lo sé —Miró a Kiltaara, y le asintió con la cabeza—. Debes tener hambre, en la casa hay comida. Cuando salga de aquí iré por las despensas y llevaré carne de la última cacería.
—Gracias —respondió.
Se despidió con un beso, inclinándose sobre Ghodraan y haciéndole cosquillas con el cabello encima del rostro. Luego salió de las salas, perdiéndose en la distancia, y una vez a solas, Sophia utilizó la misma silla donde Kiltaara estaba sentada hace un momento. Agorén, sin embargo, decidió quedarse de pie.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Sophia.
—Algo cansado, pero mejor. Ahora que puedo ver que Kiltaara está libre, me siento mucho mejor —Ghodraan miró a su padre, entonces—. ¿Cómo te fue en el Concejo?
—Rechazaron mi petición, no van a ayudarnos.
Ghodraan frunció el entrecejo.
—¿Pero acaso han perdido la razón? —preguntó, exasperado.
—Sin embargo, antes de irme tuve la oportunidad de hablar con un capitán Yalpan, y quiere ayudarnos. Ahora mismo, hace un rato, acaban de comunicarme que otras razas van a enviar tropas de apoyo, además de naves. Quería comentártelo para que estés preparado, y al tanto de todo.
—Bueno, al menos... —meditó sus próximas palabras. —Al menos será una buena lucha, podremos dar pelea.
—Eso no lo sabemos aún. He dado la orden de que una flota de reconocimiento e investigación despegue hacia nuestra zona estelar para comprobar qué tan grande es la flota K'assari que viene en camino y a qué distancia se encuentra —explicó Agorén—. En cualquier caso, luego de esto ya nada será igual.
—¿A qué te refieres?
—Si nos vencen, se terminó para Negumak, no hay más. Pero si ganamos, probablemente el Concejo intervendrá en nuestra contra. Las razas aliadas que quieren ayudarnos lo están haciendo de forma oculta, sin la orden, la aprobación ni la supervisión de los líderes del Concejo. Eso va a traer complicaciones, tanto para los Altos Reyes como para mí, y los líderes de las razas que intervengan.
Ghodraan suspiró. Apartó la mirada de su padre, vio el techo blanco y perfectamente iluminado de la sala de sanación, como si estuviera reordenando sus ideas. Luego miró de nuevo a Agorén.
—Debemos poner como primer punto a nuestra supervivencia, nada más. Quizá sea un buen momento para abandonar el Concejo, padre —dijo.
—Lo he pensado, pero no podemos. Hay cuestiones más diplomáticas en medio, no es tan sencillo —Agorén suspiró, y le tomó la mano que hasta hace unos momentos estaba bien custodiada por la mejilla de Kiltaara—. Solo he querido contarte todo lo que está sucediendo, nada más. No sé si vamos a tener éxito o no, pero solo hay una dirección a la que puedo ir, como comandante de las defensas planetarias, como guerrero y como tu padre. Hacia adelante, solo hacia adelante. Y me preocupa no saber qué hacer, me preocupa la clase de ejemplo que pueda brindarte, y me siento culpable por no haber estado aquí cuando la nodriza K'assari llegó a nuestra ciudad.
Ghodraan lo miró asombrado y enternecido. Su padre era alguien recio, quien había aprendido a tener emociones gracias a Sophia, pero normalmente no era alguien que dijera esa clase de cosas, que reconociera de forma abierta que estaba preocupado, que tenía miedo por lo que pudiese suceder.
—Padre, me das el mejor ejemplo que pueda tener —respondió, al fin—. Antes no podía comprender por qué te negabas tanto a mi idea de ingresar a las Yoaeebuii, hasta que esa nave llegó aquí. Me di cuenta que la guerra no es divertida, que es muy distinto a entrenar con espadas de madera, y que si no mataba probablemente moriría despedazado. He visto Negumakianos morir, he escuchado sus gritos, y aun así he intentado mantenerme firme para hacer lo que tenía que hacer, pero fue muy difícil, probablemente lo más difícil de mi vida. Y también estoy asustado, porque entiendo que cuando la verdadera flota K'assari llegue, va a ser muchísimo peor. Nos estás llevando por buen camino, haces todo lo que puedes dentro de lo que puedes y lo que el Concejo te permite. No te juzgues a ti mismo. Agradezco a Woa que seas mi padre.
Sophia observó a Agorén con una sonrisa enternecida. Él a su vez no la miró, pero también sonrió. Entonces apoyó su otra mano libre encima de la mano de Ghodraan, envolviéndola.
—Y yo estoy orgulloso de que seas mi hijo —respondió—. Te prometo que la próxima vez lucharemos juntos, estaré aquí para ti. O será tu madre quien me ejecute.
—No pongas dudas de ello —bromeó ella. Luego miró a su hijo—. ¿Kiltaara está bien, ahora que está libre?
—Sí, está feliz. Y eso me deja mucho más tranquilo, no se merecía estar allí abajo en las prisiones.
—Hay algo que tenemos que resolver con respecto a eso.
—¿Sí? Dime, seguro que podremos encontrar la manera —dijo Ghodraan, de forma decidida.
—Debemos hallar la forma de que ese Negumakiano que testificó en su contra diga la verdad. Solo así podremos librarla de toda posible acusación o investigación futura. Ahora está libre por tu favor, pero no sabemos hasta cuándo será eso posible.
Ghodraan frunció el entrecejo, desconforme al recordar aquello.
—Golpearé a ese maldito hasta que diga la verdad, lo juro —sentenció. Fue en aquel momento donde Agorén, quien miraba la escena sin opinar, hizo su intervención.
—Creo que no va a ser necesario llegar a ese punto —dijo—. Yo soy comandante de las defensas planetarias pero, por supuesto, también mantengo mi liderazgo en las Yoaeebuii. Todos aquí sabemos lo deshonroso que es para cualquier soldado ser expulsado de los ejércitos. Algo tan malo como eso puede cambiar el pensamiento y la voluntad en un santiamén.
Tanto Sophia como Ghodraan le entendieron perfectamente. Este último sonrió de forma ladina.
—No veo la hora de que eso ocurra, sinceramente.
—Por ahora, solo concéntrate en recuperarte, ya habrá tiempo para todo lo demás —dijo Sophia.
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