Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2

Ghodraan, mientras tanto, se aburría en aquel aposento. A decir verdad, se aburría en su vida, a niveles generales.

Dio por enésima vez una rápida mirada al recinto de piedra, y su mano derecha acarició el brazo escamoso. Quería ser como su padre, un increíble guerrero y un Negumakiano respetado, pero se sentía muy distante de ello. En su lugar solo era un híbrido, un medio humano sin haber conocido jamás el planeta de su madre y un Negumakiano a medias.

Dando un suspiro, ajustó el nudo a la cintura en su túnica celeste, y salió de la casa de piedra sin rumbo fijo. Necesitaba aclarar sus ideas, sentirse un poco en paz consigo mismo, y caminaba sin mucho afán, mientras a sus oídos tremendamente sensibles llegaban los sonidos lejanos de los transportadores aéreos, o las aves en los árboles. Sin embargo, más pronto que tarde llegó a uno de sus lugares favoritos: un frondoso bosquecillo natural, ubicado en la zona más al oeste de la ciudad. Le encantaba porque allí no iba casi nadie, a excepción de unos pocos Negumakianos jóvenes que estaban esperando el reclutamiento de las Yoaeebuii, y se reunían cada dos por tres bajo las sombras de los frondosos y altísimos árboles, a charlar y teorizar sobre las misiones a las que serían enviados cuando tomaran su puesto en los ejércitos.

En cuanto llegó, Ghodraan se sentó entre los céspedes altos y se dejó caer de bruces hacia atrás, estirando los brazos cuan largos eran. Su mirada se enfocó entonces en las ramas gruesas y frondosas de los árboles que parecían entrelazarse unas con otras a muchísimos metros por encima de su cabeza, A lo lejos, sus oídos captaron voces, una charla no muy alta, pero perceptible. Y por un momento maldijo a quien fuese que estuviese allí en aquel momento, perturbándole lo poco de tranquilidad que estaba intentando encontrar. Prestó atención, entonces, y se dio cuenta que eran tres voces diferentes, dos machos y una hembra. Luego uno de ellos se alejó gradualmente, hasta que solamente quedaron dos voces. Con extrañeza, notó que parecían discutir.

Dando un resoplido de fastidio, se irguió para quedar sentado entre la maleza y miró hacia adelante, tratando de atisbar donde se encontraban. A unos cien metros, los pudo distinguir, de modo que se levantó y caminó a paso rápido hacia donde se encontraban. El macho, un Negumakiano con capa gris —señal que era un recluta de las Yoaeebuii—, parecía discutir acaloradamente con una Negumakiana un poco más baja que él, de túnica blanca. No entendía por qué estaban peleando, pero al parecer ella le recriminaba algo a él, algo que negaba profundamente.

A una distancia prudente, Ghodraan se detuvo para observarlos mejor. No quería ser visto, no aún, pero también necesitaba estudiar el panorama. ¿Serían pareja? Se preguntó. No lo creía, era extraño si lo eran, ya que bien sabía que desde hace muchos cientos de años las relaciones afectivas entre los Negumakianos no existían, como bien le contaba su padre desde que era pequeño. Sin embargo, ellos parecían actuar diferente.

Pero algo ocurrió sorpresivamente, que le hizo entrar en alerta. La Negumakiana se giró, negando con la cabeza, pero antes de que se marchara el otro la tomó del brazo, atrayéndola hacia sí. Una exclamación de dolor salió de la boca de la Negumakiana en cuanto le jaló con brusquedad, y entonces todo el cuerpo de Ghodraan se tensó al escuchar aquello. Sin pensar en las consecuencias, volvió a emprender la marcha hacia ellos, pero a paso más rápido esta vez.

—¡Eh, tú! —exclamó. Ambos se giraron a verle en cuanto le escucharon, aunque él no dejo de acercarse a ellos.

—¡Que quieres engendro! —Le insultó el Negumakiano. —¿Nos estabas espiando?

—Es imposible no oír su discusión. ¿Por qué la maltratas? ¿Qué te hizo? No debes hacerle daño.

—Deberías meterte menos en cosas que no son de tu importancia. Un día puedes encontrarte un problema, engendro.

La Negumakiana intervino, en ese momento. Parecía furiosa con él.

—¡Él no es un engendro! —Le gritó. —¿Por qué le dices así?

—¡Porque es lo que es! ¡Una mezcla híbrida y amorfa entre dos razas, míralo!

Ghodraan lo miraba inexpresivo. Sabía que tenía razón, así era como siempre se había sentido durante toda su vida. Sin embargo, lo que nadie sabía, ni siquiera sus propios padres incluso, era que todo aquello no hacía más que infundirle un montón de rabia y odio. Odiaba que lo discriminaran mirándole como un bicho raro desde que era pequeño, odiaba que nadie quisiera formar una amistad con él, y odiaba vivir en solitario. Por eso quería entrar a las Yoaeebuii, para asesinar a cuanta raza invasora pudiera, y así quizá poder tener una herramienta por la cual liberar la impotencia y frustración que todo el tiempo sentía dentro de sí.

—Sí, tienes razón —dijo, asintiendo con la cabeza—, pero aun así y siendo un engendro, como dices, soy más respetado de lo que tú jamás serás en tu vida. Porque mi padre es Agorén, y tú nunca podrás tener el aprecio del rey como lo tiene él, o como lo tengo yo por ser su hijo. Y la próxima vez que te vea haciéndole daño, haré que nunca puedas entrar a las Yoaeebuii, y tu nombre será recordado en la historia como algo marchito, inservible y obsoleto.

Al escuchar aquellas palabras el Negumakiano dio un respingo como si le hubiera insultado, y entonces avanzó hacia él. Ghodraan lo miró, no le temía, la perpetua rabia que le dominaba como una caldera a presión dentro de sí hacía que no le tuviese miedo a casi nada. Además, a fin de cuentas, si lograba entrar a los ejércitos de Negumak, posiblemente tendría que batallar con criaturas más altas o más fuertes que ese Negumakiano de cuarta, pensó.

—Sé quién eres, engendro. Siempre poniendo a tu padre por delante, el gran guerrero adorado por el Alto Rey—murmuró—. Pero estás muy lejos de casa esta vez, y no creo que pueda ayudarte.

Se abalanzó encima de Ghodraan repentinamente, pero este rodó por el suelo lleno de hierba de una forma ágil y certera, esquivándolo. Tenía la fuerza de un Negumakiano como cualquier otro, también su agilidad, pero la ventaja de la estatura pequeña de un humano, y planeaba utilizar eso a favor. Se agachó entonces, estirando las piernas, balanceando el peso de su cuerpo en una y en otra, atento.

—Ven por mí, soldado —dijo, con una sonrisa en su rostro medio escamoso—, a ver que puedes hacerme.

El Negumakiano se giró sobre sus patas invertidas y volvió a arremeter contra Ghodraan. En algún lugar muy lejano de su mente, pudo escuchar a la Negumakiana dar una exclamación pidiendo que por favor, no pelearan. Sin embargo no la escuchó, sentía la adrenalina correr desbocada por su sangre, disfrutando de aquella primera pelea realmente autentica. Volvió a esquivar una segunda vez al Negumakiano, pero antes de que pudiera incorporarse, él fue más rápido y le acertó un golpe con su pata en medio del rostro, derribándolo al suelo.

Ghodraan se sintió atontado por unos momentos. El impacto había sido fuerte, bastante más de lo que pensaba, y sintió como su nariz comenzaba a sangrar ensuciándole la barbilla y los labios, metiéndose a su boca. Entonces, antes de que pudiera ponerse de pie, el Negumakiano lo tomó de la túnica y lo levantó en el aire. Se sintió como si flotara por unos segundos y luego un inconmensurable dolor en cuanto su espalda golpeó violentamente contra el suelo de tierra.

—Te has metido con el equivocado, engendro —murmuró, con rencor.

Levantó una pata dispuesto a pisarle, pero justo cuando la descargaba con toda su fuerza, Ghodraan rodó por la hierba, se puso de pie y de un salto ágil se anudó con sus brazos alrededor del cuello del soldado, colgándose de su espalda. Apenas siquiera podía agarrarlo, ya que era mucho más alto que él, pero no estaba en sus planes asfixiarlo. Por el contrario, le dio un rodillazo en el costado del tórax, y en cuanto sintió como sus fuerzas flaqueaban luego de un quejido de dolor, le dio dos contundentes golpes más, exactamente iguales, hasta que lo hizo caer. Al derribarlo al suelo, cayó de bruces con el Negumakiano, pero sin perder tiempo se colocó encima suyo. Entonces, cerrando el puño derecho, le golpeó en el rostro escamoso y en el cráneo alargado tantas veces como pudo, hasta que sus nudillos se tiñeron de rojo sangre e incluso se le lastimaron.

Antes de perder la conciencia, el soldado le golpeó en el pecho con las últimas fuerzas que le quedaban, haciendo que el extenuado Ghodraan también cayera a un lado. Jadeando, ambos se pusieron de pie tan rápido como pudieron, pero esta vez no se atacaron. El Negumakiano se tambaleaba, mareado debido a la golpiza, mientras que Ghodraan lo miraba con recelo jadeando con la boca abierta llena de sangre. Entonces, sin decir una sola palabra más, lo miró con rencor y se giró sobre sus patas invertidas, para irse de allí trastabillando y sujetándose de los árboles. Solo cuando lo vio alejarse, Ghodraan dio un resuello cansado, cerró los ojos y se dejó caer al suelo, entre la hierba alta.

—¡Por Woa! —exclamó la Negumakiana, corriendo a su lado. —¿Estás bien?

—Sí... —murmuró. —Solo necesitaba recostarme.

—Estás sangrando —Ella le señaló la barbilla, aquella sangre roja le llamaba la atención.

—No te preocupes, ya pasará —Ghodraan se incorporó de costado, escupió un poco de sangre hacia la hierba, y luego se giró hacia ella—. ¿Qué pasaba entre ustedes?

—Discutíamos porque... —Hizo una pausa, como pensando, y entonces negó con la cabeza mientras se sentaba en el suelo, junto a él. —No importa.

—Cuéntame.

—¿Por qué? ¿Por qué te importa? —preguntó, sin entender.

—Porque me importa, y ya. Tenme paciencia, por favor. No suelo hablar muy a menudo con ustedes los Negumakianos —Se sonrió.

—Hablas como si no pertenecieras a este mundo, Ghodraan.

—Me conoces... —murmuró él, mirando hacia el suelo. Sus ojos se posaron en los largos mechones de cabello castaño que se mecían en la brisa, cayendo por delante de sus hombros.

—Claro que te conozco, es imposible no hacerlo. Creo que no hay nadie en Negumak que no conozca la historia de tu padre y la humana.

—¿Cuál es tu nombre?

—Kiltaara.

—Es un lindo nombre —asintió Ghodraan, con la cabeza—. Es bueno poder charlar contigo, Kiltaara. Y te pido que me perdones si me entrometí entre ustedes, creí que te haría daño.

—Descuida, hiciste bien. La verdad es que Diakeene y yo somos compañeros reclutas en las Yoaeebuii, y discutíamos porque me habló de algo muy extraño.

—¿Qué te decía? —preguntó, con asombro.

—Me decía que le sucedían cosas extrañas por mí causa, que cuando me veía sentía algo llamado alegría, y quería saber si yo sentía lo mismo por él. Como le dije que no, se lo tomó a mal y empezamos a discutir, me habló de que le abandonaría y demás cosas que no entiendo. ¿Cómo podría abandonarlo? ¡Somos compañeros en los ejércitos! —exclamó ella, con total naturalidad.

Ante su inocencia, Ghodraan no pudo evitar sonreír.

—Según mi madre, los sentimientos son una naturalidad propia del ser humano, y creo que en parte heredé esto de ella. Pero con el tiempo, y gracias a conocer a mi padre, pudo comprobar que cosas tan simples como el amor, la bondad, el cariño, el miedo, la alegría o la tristeza, son cosas que cualquier ser vivo con conciencia propia puede sentir, en cualquier rincón del cosmos. Por eso lo que le pasaba a él es comprensible, y quizá como no te sucede a ti, entonces no sepas de qué te habla —explicó.

—¿Entonces no era algo malo?

—No, en lo absoluto. La cuestión aquí es que tú no sientes lo mismo por él.

—¿Y entonces que me quiso decir? Explícame, ya que tú entiendes de esto —Le pidió—. ¿Para qué quería que yo sintiera lo mismo?

—Quizá para formar una pareja contigo.

—¿Pareja?

—Sí, algo que va más allá del apareamiento, porque también hay emociones involucradas entre ambos seres. Respeto, cariño, confianza, amor —Ghodraan vio la mirada inexpresiva de Kiltaara y entonces asintió con la cabeza—. El amor es el sentimiento más noble que se pueda tener, es la necesidad y la intención de querer compartir tu vida entera junto al otro ser, incondicionalmente, como compañeros de vida para envejecer juntos y procrear creando un lazo afectivo.

—Vaya, parece ser algo muy importante.

—Lo es, según mi madre es lo más importante de todo.

Kiltaara lo miró por unos segundos. Y entonces preguntó:

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—¿Qué se siente vivir como tú?

La pregunta tomó completamente desprevenido a Ghodraan, que parpadeó un par de veces, sin comprender.

—¿Como un engendro?

—No eres un engendro, no vuelvas a decir eso delante de mí —Le regañó ella.

—De acuerdo, lo siento, pero explícame a qué te refieres.

—Con esa apariencia humana. ¿Qué se siente?

—Podrías averiguarlo, si quisieras —observó él—. Los Negumakianos tienen la capacidad de cambiar de apariencia a voluntad según la raza con la que quieran interactuar.

—Nunca lo he intentado. ¿Tú has intentado alguna vez cambiar de forma a la nuestra?

—No puedo hacerlo, nací sin esa capacidad, por desgracia. Supongo que he heredado más cosas de mi madre que de mi padre, ella me concibió estando bajo la forma humana con la cual conoció a mi padre, por ende, así soy —respondió.

—Bueno, yo tampoco lo he intentado... —Kiltaara respiró hondo, y trató de concentrarse tanto como fuera posible. Mentalmente deseó con todas sus fuerzas ser una humana, o al menos, lo más parecido físicamente a lo que Ghodraan representaba.

Poco a poco, su cuerpo comenzó a cambiar de forma. Primero desde las piernas, que se acortaron, luego su tórax, sus brazos y por último la cabeza. Frente a Ghodraan entonces apareció una bella humana de cabello tan rubio y claro como la propia luz del día, ojos azulinos y pequeños labios delicados, de extrema blancura en la piel, casi tanto como la túnica que llevaba puesta. Entonces lo miró, ansiosa.

—¿Y bien? ¿Me ha salido? —preguntó.

­—Sí, lo has hecho bien. Has elegido una apariencia humana muy bella, a pesar de que nunca viste una.

—¡Sí que he visto! He participado de una misión de reconocimiento a la Tierra, hace casi cuarenta soles.

—¿Has ido a la Tierra y nunca te mimetizaste con ellos? ¿Cómo puede ser posible?

—Solo viajamos alrededor de la órbita del planeta por una cuestión de vigilancia, pero no interactuamos con ellos.

—Ah, comprendo... —consintió él.

—Los humanos tienen cosas muy raras —Kiltaara se miró los brazos—. Siento que las extremidades son muy cortas —Luego se sujetó los pechos, apretándolos por encima de su túnica y sacudiéndolos de arriba abajo—. Y estas protuberancias, ¿qué se supone que sean?

—Las usan para alimentar a sus crías cuando recién nacen, y creo que con fines de apareamiento —Le explicó, mirándola de forma divertida.

—Vaya... me siento muy vulnerable con este cuerpo, casi débil. Pero al mismo tiempo me agrada.

—¿Y por qué te gusta? Alguna razón debe haber —preguntó Ghodraan.

—Porque me parezco a ti.

Él la miró de forma atenta, como si estuviera sopesando sus palabras, directamente a los ojos. Kiltaara le sostuvo la mirada por un instante hasta que se cohibió, y entonces apartó la vista a un lado. Estuvo tentado a preguntarle si se estaba compadeciendo de él y solamente hacía todo eso por lástima, o por el simple hecho de tener la anécdota que contar de que se había "vinculado" por un rato con el engendro del planeta. Sin embargo, era tal la magia emocional que le dominaba en aquel momento que ni siquiera se molestó en seguir pensando en una posibilidad como esa, solamente se dejó fluir, como el agua de los manantiales y arroyos en los cuales había aprendido a nadar desde pequeño, o como la brisa del viento que le mecía los dorados cabellos a ella. Todo estaba sucediendo, todo era real, y se permitió por primera vez en su vida disfrutar de la compañía de otro Negumakiano que no fuese su padre o su madre.

—No sé qué pueda decirte... —murmuró él.

—¿Acaso te he ofendido? Te pido disculpas, yo...

Ghodraan la interrumpió.

—¡No, Kiltaara, en lo absoluto! Jamás podrías ofenderme, al menos no con algo así. Solo que a veces no sé cómo actuar ante otros que no sean mis padres, nadie ha sido amable nunca conmigo, además de ellos. No soy alguien de tener muchos vínculos, a pesar de la reputación de mi padre. Eso me hace ser como un niño, inocente y torpe, sin saber cómo actuar —explicó.

—Te entiendo, a mí me pasa algo similar. Mi padre es un general importante en las Yoaeebuii, y me sobreprotege demasiado. Claro que no es mi padre legítimo, yo fui creada como todos, pero él me adoptó y vive pendiente de mí, de lo que hago o incluso las misiones que acepto. A veces siento que me ahoga, de alguna manera.

Kiltaara puso los ojos en blanco al decir aquella última frase, y arrugó un poco la nariz. Ghodraan entonces decidió atesorar aquel momento en lo más hondo de sus memorias.

—Yo aún sigo luchando por convencer a mi padre de que me permita entrar a los ejércitos. Quiero luchar, y demostrar mi valor —Emitió un suspiro largo y hondo, recordando que debía volver a la casa antes de que sus padres llegaran, y descubrieran que él no estaba en los aposentos. Seguramente saldrían a buscarlo y no quería que hicieran un alboroto—. Creo que debo irme, lo siento.

Se puso de pie, apoyando una mano en el suelo, y Kiltaara también hizo lo propio, mientras lo miraba con aprehensión.

—Fue bueno conocerte, Ghodraan. Y gracias por protegerme de Diakeene —Le dijo, con una sonrisa.

—También fue bueno conocerte, Kiltaara. Espero que no tengas más problemas con él.

—Yo espero lo mismo...

Él la miró en silencio, admiraba su forma humana, el tono de su voz cuando pronunciaba su nombre, sus manos pequeñas con dedos finos y delicados entrelazados entre sí, por delante de su vientre. Parecía como si hubiese elegido la imágen ideal para deslumbrarlo. Entonces sonrió.

—Adiós.

Se giró sobre sus pies, enfilando el camino de regreso a través de los árboles, cuando escuchó que le llamaba.

—¡Ghodraan, espera! —exclamó.

—¿Sí? —respondió, girándose de nuevo para verla.

—¿Te veré de nuevo? ¿Vendrás aquí mañana? —Le preguntó.

—No lo sé —dijo, de forma totalmente sincera. Entonces le sonrió otra vez—. Pero volveremos a vernos en otro momento, claro que sí. Me gusta este lugar.


*****


Durante todo el camino de regreso, no cesó un solo momento de pensar en Kiltaara. Una parte de su mente le intentaba buscar un cierto paralelismo entre su aspecto humano y su aspecto real, y hasta en la forma Negumakiana le parecía alguien hermosa. Sin embargo, se cuestionaba si no la estaba idealizando, casi involuntariamente. Podía ser posible, y debía actuar con cautela. Nunca antes había tenido contacto con otros que no fueran sus padres, como bien le había dicho. No sabía cómo tratar al prójimo, no conocía absolutamente nada de las relaciones y los sentimientos, y una parte de sí se sentía ilusionado a la par que vulnerable, y debía controlarse ya que solo la había visto una vez. Sus pensamientos fueron interrumpidos, cuando próximo a llegar al aposento de lujo donde siempre había vivido, vio a su padre salir, seguido de su madre.

—¡Hasta que al fin te encontramos, Ghodraan! —exclamó, mientras caminaba hacia él. —¿Dónde estabas? Nos preocupaste.

—Solo necesitaba un poco de aire, nada más.

Agorén lo miró con asombro en cuanto ya estaba lo suficientemente cerca de él. Le apoyó las manos en los hombros y le miró la barbilla, allí donde la sangre comenzaba a resecarse en su mentón.

—¡Por Woa! ¿Qué te paso? ¿Por qué estás herido?

—Nada, no paso nada, solo fue un accidente.

Ghodraan se zafó de las manos de su padre, e intentó rodearlo para ir hacia la casa de piedra, pero Agorén lo tomó de un brazo y lo sujetó junto a él.

—Claro que pasó algo, cuéntame —insistió.

—¡Fui a la arboleda cerca de aquí, donde casi siempre voy sin que ustedes siquiera se den cuenta! —exclamó. —Quería estar un rato solo, nada más. Escuché voces, alguien parecía pelear. Una Negumakiana discutía con otro, al parecer le hacía daño, no lo sé. Solo sé que intervine para ayudarla, hubo una pelea, y vencí.

—Eso fue muy arriesgado, podía haberte pasado cualquier cosa —insistió Agorén. Sophia miraba a ambos, enmudecida.

—Pero no me pasó, padre. Siempre me entrenas, me cuentas tu historia con mi madre, me dices que debo mantener el honor siempre por delante, y lo comprendo bien. ¿Qué clase de honor podría tener si veo que alguien le está haciendo daño a una Negumakiana indefensa y no actúo? No iba a dejar que eso pasara, lo siento —Dio un suspiro, y entonces al notar que Agorén había soltado su brazo, se giró hacia la casa—. Iré a lavarme la cara.

Ambos lo vieron alejarse sin decir una sola palabra, ningún comentario. Agorén lo miraba preocupado, Sophia con sus ojos fijos en el porte ancho de su espalda hasta que se perdió puertas adentro. Entonces miró a Agorén.

—Tiene razón, y lo sabes. Ghodraan actuó bien —dijo.

—Sí, lo sé, pero de todas maneras fue algo arriesgado. Ese Negumakiano podía haberlo matado, o herido de una forma peor. No puede pelear en igualdad de condiciones, por más que sea valiente o tenga nuestra fuerza —respondió él, taciturno.

Sophia se acercó, le tomó las manos y lo miró directamente a los ojos.

—No vas a poder protegerlo por siempre, Agorén. Y cuanto antes puedas verlo, mejor.

A lo lejos, Ghodraan escuchaba las voces atenuadas de sus padres, tras los muros de piedra que conformaban su aposento. Apoyado en el borde de la fuente de agua natural que había en la parte trasera de la casa, miraba el reflejo de su rostro en el espejo cristalino que conformaba la superficie del líquido. Aquel Negumakiano le había dado duro, estaba seguro de ello, sin embargo no le dolía. Lo que más le dolía era la falta de apoyo de su padre. "Solo intento hacer lo mejor, hacer que se sienta orgulloso, que me tome como un igual" se repetía mentalmente una y otra vez, sin entender porque aquello no pasaba. Demostraba que tenía las capacidades, entrenaba con Agorén a diario, y sin embargo, parecía nada ser suficiente.

Hundió las manos en el agua, estaba fría pero no le disgustaba, y se mojó la cara rápidamente, frotando con los dedos en los lugares donde la sangre se había resecado y costaba un poco más de esfuerzo quitarla. También se humedeció un poco el cabello y parte de la nuca, y por primera vez en su vida, Ghodraan se sintió valeroso, casi hasta bello. Quizá lo fuera en verdad, y nunca se había dado cuenta, pensaba. Tenía unas facciones afiladas, los dientes perfectos y alineados, mirada dura y temeraria y el cabello castaño oscuro que le caía largo, le daban a su rostro el marco perfecto de un auténtico guerrero. Aún le faltaba entrenamiento, no cabía duda, pero ya tenía buenos músculos para su edad, y una espalda ancha. Si no fuera porque era un híbrido...

Se salpicó el rostro un par de veces más, como para quitarse esa última palaba de la cabeza, y entonces apareció Kiltaara nuevamente. En su mente, la imagen de ella discutiendo con aquel Negumakiano volvía a repetirse, en una especie de bucle. "¿Qué hubiera pasado si no hubiera llegado a tiempo?" Pensaba. Nunca hubiera podido ayudarla, nunca hubiera podido conocerla tampoco. Quería volver a verla, quería seguir charlando con ella. Sentía un montón de cosas extrañas por dentro, cosas que nunca antes le habían sucedido. Por primera vez en su vida había entablado una conversación con alguien que no fueran sus propios padres, y no solamente eso, sino que hasta se había mostrado gentil con él. O al menos, eso le parecía. Se dio cuenta que estaba sonriendo mientras recordaba el momento en que ella cambiaba de forma, y le decía que le gustaba aquel aspecto porque se parecía a él. Había sido tierno, y lo había hecho feliz con algo muy simple, pero que para su fuero interno significaba un universo entero.

—Hijo —habló alguien por detrás suya, sacándolo abruptamente de sus pensamientos. Al girarse sobre sus pies, Sophia estaba allí, mirándolo—. ¿Estás bien?

—Sí, madre, no te preocupes.

—Tu padre solo intenta protegerte, pero has hecho bien.

Ghodraan la miró con fastidio en el rostro.

—¿Protegerme hasta cuando, eh? ¿Cuándo podré empezar a vivir por mi propia cuenta? ¿No fue para eso que me concibieron? ¿O acaso solo soy su mascota, mitad humana y mitad Negumakiano? —preguntó, con resentimiento.

—¡Ghodraan! —exclamó ella, herida en su amor propio. —¡Nunca vuelvas a decir una cosa así, jamás!

—Lo siento madre, pero es lo que pienso a veces. Sé muy bien que padre está alargando el momento para que no entre en las Yoaeebuii, puedo notarlo, las excusas que pone son muy banales. Que si el entrenamiento, que si esto, que lo otro... No soy tonto.

—Como digo, solo intenta protegerte, aunque muchas veces sus métodos sean un poco cuestionables. Pero créeme si te digo que has hecho bien —Sophia se acercó, le acarició el lado escamoso del rostro, y entonces sonrió—, y si debes hacerlo de nuevo, hazlo.

—¿Aunque padre reniegue de ello?

—Sí, aunque tu padre lo haga —aseguró Sophia—. Agorén me defendió, arriesgó su vida por hacerme entrar a la ciudad subterránea de Utaraa, allá en la Tierra. Si tú debes hacer lo mismo para seguir tu camino, entonces hazlo. Ya tienes edad suficiente para ser un poco rebelde. Yo también fui rebelde, de lo contrario, no estaría aquí.

—Imagínate la cara que pondría padre si te escucha decir eso ­—bromeó él, con una sonrisa ladeada. Sophia también sonrió, y se acercó a él como si quisiera contarle un secreto, apoyando sus manos en sus hombros y acercándose a su rostro.

—Y puedo decir cosas peores.

—¿Ah sí?

­—Sí. Como que por ejemplo me empieza a gustar tu rebeldía, siempre y cuando la apliques para algo bueno, jovencito —afirmó ella. Le dio un abrazo y entonces se apartó de él, segundos después—. Ahora ve a descansar, y come algo. Iré a ver que está haciendo tu padre.

Ghodraan asintió con la cabeza, viendo como Sophia se alejaba de nuevo a la entrada de la casa de piedra. Al llegar al patio, vio a Agorén con las manos a la espalda, mirando hacia adelante, contemplando la ciudad que se erguía a la distancia, con sus naves transportadoras sobrevolando las calles de aquí para allá y el gran arca encima del palacio del rey, levitando como una silenciosa opción de escape.

—¿Cómo está él? —preguntó, en cuanto escuchó sus pasos acercarse. Sophia entonces le apoyó una mano en la ancha espalda, y él la rodeó por los hombros.

—Estará bien.

—A veces creo que me odia por protegerlo.

—No te odia —sonrió ella, en tono bromista.

—¿Qué le dijiste?

—Que fuera un poco más rebelde, siempre y cuando lo utilizara para una buena causa.

Agorén se giró hacia ella, observándola, y entonces sonrió. Le dio un beso en la coronilla de la cabeza, en medio del cabello pelirrojo, y la estrechó un poco más contra sí.

—No sé por qué no me asombra. No podías darle un mejor consejo viniendo de ti —dijo.

—En realidad te usé a ti de ejemplo, Agorén. ¿O ya te olvidaste de cuando luchaste frente a los guardias de Utaraa para hacerme entrar a la ciudad? Arriesgaste tu vida por mí, eso es un acto de rebeldía bastante grande.

Él la miró de soslayo, conteniendo la risa, y entonces le apoyó las manos en las mejillas, bajando la cabeza para salvar la diferencia de altura y poder mirarla a los ojos. Esos ojos hermosos que le enloquecían de amor, al igual que todo en ella, como la tersura de su piel o sus labios. Se los acarició con el pulgar, y Sophia lo miró conteniendo la respiración. La volvía loca que hiciera eso.

—Y lo haría de nuevo, tantas veces como fuese necesario —sentenció.

Ella se acercó a él, pero en lugar de besarlo, solo cerró los ojos y le susurró contra su boca.

—¿En qué piensas, mi amor?

—En que mañana deberé comenzar a preparar las defensas planetarias. Siento que es una tarea excesivamente enorme para mí, pero tengo que iniciarla cuanto antes, no podemos esperar —respondió, también en susurros, saboreando el cálido aliento de Sophia.

—Podrás hacerlo bien —Le aseguró ella. Se detuvo un solo momento para rozarle con la punta de su lengua el labio superior, y sonrió con picardía—, como muchas otras cosas. 

Hasta que al fin, lo besó.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro