Revólver
A Lucy le habría gustado decir que los días pasaron y nadie se atrevió a penetrar en la propiedad de los Maza, pero no fue así. Los ánimos en el pueblo estaban más que tensos y el padre Aquino había contribuido a alimentar aquél ambiente de odio hacia los Maza, ahora acusados de ser una familia de brujos.
Historias cada vez más inverosímiles empezaron a correr como la pólvora en cuestión de días, desde que el padre de Lucy era el mismo diablo hasta que había sacrificado dos hijos propios en culto a Satanás. Kris Ta y Tom habían empezado a formar parte de dichos rumores y los niños que trabajaban con Lucy también se volvieron objeto de rumores y señalamientos, diciéndose entre los ciudadanos de Última Frontera que eran objeto de magia negra.
Lenny y Lalo habían tomado cierta distancia también, aunque por razones muy diferentes. Básicamente, Lucy los había echado a ambos y ninguno de los dos hizo esfuerzo alguno por acercarse a ella de nuevo, a sabiendas de que su enojo no había venido a menos desde la última vez. Claro, que no contaban con que Lucy necesitaba encararlos más tiempo para que el enojo empezara a disiparse, pero nadie querría estar frente a ella cuando estaba enojada.
Kris Ta y Tom la siguieron ayudando en las labores del campo, recortando la maleza, ayudándola con el nuevo becerro y demás labores. Pronto, una gallina también tuvo a sus crías y Tom se mostró más que feliz de ayudarla a ponerlas en una jaula grande junto a la gallina. Sin embargo, por más que se llenase de trabajo, Lucy no podía ignorar las cosas que ocurrían afuera de su terreno.
Podía sentirse en el aire. Las noticias sobre una inminente guerra civil llegaron a Última Frontera y el padre Aquino alebrestó aún más al pueblo. Por otro lado, Lucy y sus amigos estaban más que enterados de la situación: hora tras hora, Kris Ta recibía las actualizaciones y después de un tiempo, Lucy le pidió que ya no le dijera lo que ocurría. Era comprensible: solo la ponía más tensa.
Aún así, la noticia de que Coatzacoalcos se había vuelto un campo minado (figuradamente) donde (literalmente) había hombres armados en cada esquina, llegó al pueblo. Entre el crimen organizado y las brujas, la gente del pueblo comenzó a armarse también.
Ahora, Lucy dormía con los revólveres gemelos de Billy el coyote, chapados en oro, bajo la almohada. Kris Ta y Tom decidieron copiar el comportamiento de la chica, teniendo al menos las muñequeras con sedantes puestas al dormir.
Y aún así, una noche, ocurrió la feliz tragedia.
El primer estallido hizo saber a Lucy que algún incauto había pisado una de sus minas de sonido. Sin perder el tiempo, apagó la lumbre de la estufa y cogió su escopeta, que descansaba colgada de la puerta antes del incidente. Lucy le arrojó una segunda escopeta, escondida detrás del refrigerador, a Kris Ta. Para Tom tan sólo hubo una hoz, empleada para segar el trigo en épocas de cosecha.
Los tres salieron de la casa tan sólo para ver en la lejanía, colina abajo, a un grupo de personas con linternas y antorchas al borde del terreno. Un segundo hombre intentó cortar la alambrada, pero al ponerle las manos encima al alambre, chilló al sentir la corriente eléctrica pasar a través de su cuerpo.
— Vamos. Creo que ya es hora de darles un sustito.
Tom traía puesta una sudadera negra: tras ponerse la capucha sobre la cabeza, con su tez blanca, la hoz en sus manos y su cuerpo flacucho lo hacía parecer una parca. Kris Ta y Lucy, por su parte, caminaban ya con la intención de abrir fuego hacia los incautos pueblerinos.
"¡Brujas!", ¡asesinas!", gritaban aquellas personas, no más de diez, pero no menos de ocho. Un hombre más intentó dar un paso al frente, pisando otra de esas minas que Lucy había plantado en la línea que delimitaba su terreno. El idiota salió volando por los aires, cayendo de espaldas aún más lejos de la alambrada que antes
— ¿Osan irrumpir en mis dominios? - Preguntó Lucy, burlándose de los campesinos frente a ella.
Tom extendió uno de sus brazos, clavando la guadaña en el suelo para apoyarse y no tropezar mientras bajaba la ladera de la colina, haciendo que los hombres frente a él se fijaran en su apariencia por primera vez.
— La muerte - Murmuró uno - ¡Es la muerte!
Uno o dos tiraron sus machetes al suelo, aterrados, antes de salir corriendo en dirección contraria. El resto, aunque asustados, mantuvo su posición.
— ¡No les conviene meterse conmigo! - Amenazó Lucy - ¡No vuelvan y no tendré que hacerles daño!
Tom siguió avanzando, contribuyendo al engaño, incluso disfrutando de haber sido confundido con la parca. Incluso se permitió sonreír, burlándose de los hombres que habían intentado entrar a la propiedad de Lucy.
— ¡Lárguense! - Vociferó Lucy, haciendo un disparo de advertencia. Un perdigón chocó contra la alambrada, sacando chispas. Los restantes campesinos, lejos de retroceder poco a poco, salieron corriendo, algunos con arma en mano, otros abandonándolas a su suerte.
Tom se quitó la capucha y sonrió, volteando a ver a Kris Ta.
— Lo hiciste bien, cielo - Le hizo saber la chica, echándose el cañón de la escopeta al hombro.
Lucy emprendió el camino de regreso a casa, dejando la puerta abierta para que la parejita entrara después de ella.
Tras dejarse caer en el sillón, Lucy suspiró. Cuando Tom cerró la puerta tras de sí, Kris Ta decidió acercarse a ella y preguntar.
— ¿Estás bien?
— Estoy harta - Expresó Lucy. Esa se había vuelto una frase recurrente para ella, la dijera en voz alta o no.
Tom también tomó asiento en la sala. Los tres, ahí reunidos, tenían la mirada baja, pese a haber espantado a un grupo de personas que intentaron meterse a la propiedad de Lucy. Estaban abatidos, pensando en cuándo sería la próxima vez que los atacaran y en si podrían defenderse a tiempo.
— No sé cuánto más vayamos a aguantar esto - Admitió Lucy - ¿Debería pedir refuerzos a Alba Dorada?
— ¿Quieres hacerlo? - Preguntó Kris Ta.
Lucy negó con la cabeza: no quería deberle un favor a Alba Dorada. No quería tener nada que ver con ellos. Además, no estaba enfrentándose a malasangres, delincuentes o algún cártel. Era campesinos, instigados por un loco religioso para enfrentarse a ella, mientras Aquino se escondía tras las puertas de su parroquia, en la seguridad de las masas. Tras señalarla como la otredad, era muy sencillo satanizarla, que es lo que había hecho a fin de cuentas.
Tontamente, pensó Lucy, ella había contribuido a aquellos rumores, disfrazando a un chico de la muerte y asustando campesinos. Sin querer, había terminado contribuyendo a los planes de Aquino.
— ¿Deberíamos decirle a Lenny? - Sugirió Tom.
— Lo pensaré - Contestó ella. Estaba enojada con su primo, pero quizá era hora de dejar el orgullo de lado y pedirle a las personas en las que confiaba que la apoyaran en esto. Sin embargo, no era tan fácil para Lucy.
Aquella noche, con cada ventana atrancada y las puertas con doble candado, Lucy y sus acompañantes se fueron a dormir, preocupadas.
Para ser justos, Lucy ni siquiera durmió en toda la noche, pensando en posibles planes para deshacerse del padre Aquino cuanto antes sin que la siguieran acusando de bruja.
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