Pistolero
En casa de Lenny, Keith parecía haber instalado toda una base de operaciones: con mantas de estampado militar, había cubierto por completo una esquina de la sala, colocando cajas de provisiones sobre las mantas: sobre una de ellas, se encontraba un rifle de aire con el cañón peligrosamente largo, como si Keith fuese a cazar a un elefante con esa cosa.
Lalo, ubicado a una distancia prudente de él, observaba atentamente el equipo y provisiones que había traído consigo Keith, preguntándose cómo planeaba sacar a las calles del pueblo lo que parecía ser un pequeño cañón de Gauss portátil, que por lo visto se cargaba con ambas manos y lucía como una enorme ametralladora.
— Ni siquiera voy a preguntar de dónde sacaste esa cosa - Balbuceó Lalo, tratando de concentrarse en algo más mientras Keith rebuscaba entre sus cosas - ¿Lenny sabe que...?
— Sí.
— ¿Y no le molesta que...?
— No - Sentenció Keith - Todo sea por defender a Lucy, ya sabes.
— Keith... ¿exactamente qué hacemos aquí? - Preguntó finalmente Lalo, tras al menos un par de minutos de verlo rebuscar entre aquellas municiones, suficientes para surtir a un pelotón entero.
— Quiero ir por la cabeza de Billy el coyote - Confesó el chico de lentes, sosteniendo una escopeta y una pistola semiautomática, como pensando en qué sería mejor llevarse consigo. Muerto el perro se acaba la rabia, ¿no te parece?
— No sé cómo funcionen las cosas en donde estabas, pero no creo que sea buena idea salir a la calle y dejar a una persona como coladera.
Keith recordó la noche anterior: literalmente, Billy el coyote había matado a tiros a un pobre diablo al interior de la cantina de mala muerte del pueblo. Si un día lo encontraban muerto al lado de la carretera, no creía que fuese a importarle a nadie.
Sin embargo, y Keith no quería admitirlo, Lalo tenía razón en algo: no podía salir a la calle con un cañón en la mano y esperar que nadie lo viera. Por el momento, se suponía que debía de seguir manteniendo un perfil bajo y eso del perfil bajo no era precisamente salir a la calle como si fuera Rambo.
— Al menos déjame acompañarte - Le pidió Lalo.
— Ah, es que me vas a acompañar - Le aseguró Keith - ¿Quién me va a ayudar a cargar el cadáver de Billy si no vienes?
Lalo se masajeó mentalmente la cabeza, intentando relajarse: después de meses sin tenerlo cerca, se le había olvidado cómo era Keith en realidad. Claro, en su momento tuvo el récord de más misiones cumplidas en todo Alba Dorada, pero aquellos informes no mencionaban también las salvajadas que cometió él para cumplir dichas misiones. Desde hacerle creer a un rehén que lo iba a tirar de cabeza a un río hasta dispararle balines de metal a alguien con un rifle de aire tan sólo para saber en qué dirección se había escapado otra persona, Keith era por lejos el miembro menos ortodoxo de Alba Dorada.
"Y él es el que está cazando sicarios del Quincunce", pensó Lalo, rezando porque Alba Dorada no enfrentase demandas por abuso de poder, exceso de violencia y delitos de lesa humanidad después de esta misión.
— Mira, yo sé que no muchos aprueban mis métodos - Se detuvo a explicarle Keith, consciente de que Lalo estaba, cuando menos, un poco espantado - Pero nadie puede cuestionar mis resultados. Sé que lo que hago no está bien y muchas veces, había otra manera de resolver las cosas, pero no tengo tiempo ni paciencia para ser el policía bueno. Por eso estás aquí, bro. Además, ellos no se van a tentar el corazón para enfrentarme, así que desde hace un tiempo, decidí no tenerles consideración tampoco.
— Fue cuando te balearon durante el asedio, ¿no?
Keith asintió con la cabeza mientras se guardaba una pistola tipo escuadra en el bolsillo: al final, había decidido que con eso sería suficiente para confrontar a un ebrio matón de jefe anónimo.
— ¿Vas a venir o no? Trae un arma tú igual.
Lalo se sintió tentado a decirle que él solo pensaba observar, pero reflexionó justo antes de abrir la boca: si iba a ir a plantarse cerca de un par de locos armados, quizás sería prudente llevar con qué defenderse también.
Salieron a pie de casa de Lenny, que estaba en quién sabe dónde y volvería quién sabe cuándo. Lalo aún no podía pensar una razón válida por la que no querría que Lucy supiese de él. Además, pensaba Lalo, ella se daría cuenta enseguida y se iba a enojar todavía más con Lenny.
Siguieron andando colina abajo, caminando junto a las cercas que delimitaban el camino con los sembradíos: no era la primera vez que una vaca, caballo o cuatrimoto le pasaban encima a la siembra, supuso Lalo. Por fortuna, el pueblo estaba suficientemente lejos cuando avistaron la silueta de un borracho apoyado sobre la cerca, como si estuviese esperando a alguien.
— ¿Quién eres? Esta es propiedad privada - Indicó Lalo, sin saber si ya era momento de sacar el arma de su bolsillo.
— El camino es de todos, princesito.
— Escucha Billy - Se adelantó Keith - Será mejor que te vayas, ¿entiendes?
— No puedo. Estoy esperando a la chica que vive en aquella casa - Señaló el matón, apuntando a donde vivía Lucy - Aunque no me molestaría practicar con ustedes.
Keith desenfundó su arma a toda prisa y le apuntó a la cabeza de Billy, quien no se movió ni un centímetro.
— ¿Para quién trabajas, imbécil?
— No me digas imbécil, imbécil.
Esto iba a ser complicado. Billy el coyote parecía tener nervios de acero (o ser muy estúpido, cualquiera de las dos valía por lo mismo en esta situación).
— Mira, mi amigo Lalo ahí atrás podría matarte a tiros con los ojos cerrados - Alardeó Keith, señalando a Lalo con el pulgar izquierdo, mientras le apuntaba al pistolero con su mano dominante.
— No, yo... - Articuló Lalo antes de que Billy el coyote le diera vuelta al tambor de su revólver y vaciara tres tiros a los pies de Lalo, quien no pudo evitar dar un brinco hacia atrás.
Billy se desternilló de risa.
— Son Alba Doradas, ¿verdad? Malditos engreídos, mira que mandar a dos completos imbéciles a arrestarme. ¡Llevo siete agentes muertos, imbéciles! Dudo mucho que puedan hacer algo contra mí
Billy extendió ambos brazos, como exhibiéndose a Keith y Lalo. Keith consideró seriamente la opción de agarrarlo a tiros ahí mismo y marcharse, pero tendría que llenar mucho papeleo si se le ocurría (y realmente preferiría evitarse la fatiga de sentarse por horas a llenar formularios justificando haber matado a sangre fría a un sicario a las afueras de La Ciudad.
— Te doy otra oportunidad - Contestó Keith, tratando de mantener ese tono bromista y despreocupado que lo caracterizaba, aunque genuinamente estaba preocupado por la integridad de su compañero.
Billy decidió no aguardar y le apuntó ahora a Keith, quien se echó a un lado justo cuando vio al sicario apretar el gatillo de su oxidada arma. ¿Realmente un borracho había matado ya a siete ex agentes de Alba Dorada?
— De seguro los mataste dormidos - Se burló Keith, tratando de provocarlo - Porque no hay manera de que no puedan esquivar a un idiota tan lento como tú.
Billy vació las últimas dos balas del tambor, pero falló e inmediatamente corrió a ocultarse tras la valla mientras recargaba su revólver. Keith le quitó el seguro a su escuadra y, en cuanto vio salir a Billy el coyote, empezó a dispararle, una bala a la vez, obligándolo a bailar y dar brinquitos para evitar los proyectiles dirigidos a sus pies, la verdad sea dicha: era muy hábil esquivando tiros.
— Podríamos hacer esto todo el día - Le echó en cara Keith - ¿Por qué no sueltas ese pedazo de fierro y vienes con nosotros?
Lucy salió corriendo a caballo en cuanto lo supo: Gavin se estaba mensajeando con Lenny para advertirle sobre lo de Billy el coyote. Era como si todos estuviesen complotando para ocultarle las cosas y eso a ella no le gustaba en lo absoluto. Estos idiotas creían que ella era demasiado frágil, demasiado estúpida como para participar en esto.
Se equivocaban.
A estas alturas, de seguro Lenny ya vendría de camino, pero poco le importaba. Su primo era el primero que debería comprender que ella no era ninguna inútil, pero al parecer, era quien más se esmeraba en sobreprotegerla y ella odiaba que se comportara de ese modo.
En algún momento, Lenny se le emparejó mientras sus caballos trotaban a medio camino entre el pueblo y el rancho. Ella al inicio se negó a escucharlo, pero conforme Lenny trataba de explicarle, empezó a suavizar su semblante y dejó de apretar las riendas del caballo con tanta fuerza.
— Dijiste que no querías tener nada que ver con Alba Dorada - Reclamó Lenny - Bueno, esto es una misión oficial de Alba Dorada.
— ¿Cuándo pensabas decirme que Billy el coyote viene por mí? - Espetó ella, indignada.
— ¿Me habrías escuchado? Sólo te cagarías encima de Alba Dorada por arrastrarte siempre a sus problemas - Se quejó Lenny - ¿No es así?
Ofendida, Lucy evitó contestar a eso, aunque era verdad y ella lo sabía. Sin embargo, eso no era lo único que tenía que discutir con Lenny.
— ¿Quiénes más estarán aquí? - Quiso saber ella - Gavin no es el único al que ocultas, ¿verdad?
— De repente ya te interesan los asuntos de Alba Dorada, ¿no?
"Entonces así va a ser", se dijo para sus adentros.
— Sí. Creo que es imposible huir de ustedes, estorbosos malnacidos.
— ¡Yo fui parto natural! - Reclamó Lenny. Debajo de esa aparente despreocupación, esperaba que Lucy no viese a Keith al llegar a donde Lalo les había dicho que estaban. A lo lejos, pudieron ver tres figuras apuntándose entre sí con sus armas.
Sí, ahí estaba Keith, haciendo bailar el zapateado a ese pobre diablo, a juzgar por lo poco que veía a tal distancia.
De su lado, Lalo y Keith también se habían dado cuenta de que dos jinetes se acercaban a toda velocidad hacia ellos y uno (probablemente) era Lucy.
— Mierda - Balbuceó Keith antes de tirarse por debajo de la cerca, dejándole a Lalo el complicado trabajo de apuntarle a Billy el coyote.
En cuestión de segundos, aquellos dos jinetes se detendrían detrás de Lalo, así que Billy evaluó sus escasas posibilidades de escapárseles. Sin embargo, también reconoció a la chica de tez blanca y larga cabellera que venía hacia él.
Ya sabía qué hacer.
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