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María la Sangrienta


Minutos antes, Lucy ya estaba asomándose por la ventana en la puerta trasera del caserón: frente a ella, podía verse claramente a esa idiota, Fanya, coquetearle a Lalo desde que le abrió la puerta. Para ser sincera, a Lucy le sorprendió sobremanera verla dentro de casa de María la Sangrienta: en lo que a ella respectaba, aquella viuda loca no tenía parientes.

Sin embargo, ahí estaba, la chica que intentó hacer pedazos el autoestima de Lucy cuando iban en preparatoria (quien fue descubierta por una estricta profesora de ciencias mientras se cambiaba a sí misma las calificaciones de su examen). Aquella chica había colaborado brevemente con el Quincunce y después, con el Triunvirato, en ambas ocasiones, para perjudicar a Alba Dorada. Ahora que la tenía enfrente, Lucy no podía siquiera conceder que Fanya estaba ahí fortuitamente y no tenía nada que ver con el hecho de que un sicario borracho hubiese intentado volarle los sesos con un arma.

— Prepárate - Advirtió Lucy a su amigo, quien parecía de lo más distraído viendo hacia la cocina de aquella casona: aquella suripanta no tenía porqué coquetearle a su novio.

Gavin parpadeó un par de veces en cuanto escuchó a su amiga y llegó a pronunciar una pregunta que se volvió inaudible para Lucy, quien tomó un par de piedritas y las aventó contra una cacerola tirada en el patio trasero de la casa.

El efecto fue el esperado: el estruendo llamó la atención de Fanya al interior de la construcción y tanto Lucy como Gavin se refugiaron a un costado de aquella pared, ocultos por si acaso Fanya decidía revisar los alrededores, cosa que de hecho no ocurrió, aunque tras el primer disparo de escopeta, Lucy decidió que esa sería su señal para irse, llevándose a Gavin tras de sí.

Se perdieron detrás de una arboleda que les ayudaría a acortar camino hacia el centro del pueblo, aunque Gavin volteó a ver atrás justo antes de entrar y seguir a Lucy: entonces dejó salir un sonido de exclamación, sorprendido.

— ¿Qué viste? - Preguntó Lucy solo después de haberse puesto a cubierto entre los árboles.

— Había una señora viéndonos - Soltó Gavin cuando llegó junto a ella - Era canosa y arrugada... también tenía los ojos un poco hundidos, creo, no sé.

Lucy suspiró: la vieja homicida los había visto después de todo y la próxima vez que se la cruzaran a ella o a Fanya, probablemente querría matarlos (Lucy no tenía claro si a Lalo también o si le perdonarían la vida. Tampoco quería averiguarlo).

— Quedamos de vernos con Lenny en la plaza del pueblo - Le recordó Gavin a su amiga - ¿Vamos de una vez? De seguro tu novio estará ahí también.

Lucy suspiró y dejó salir todo el aire de sus pulmones: después, asintió con la cabeza, sin emitir ni un solo ruido. Tomó aire y siguió avanzando por delante de Gavin: ahora sí que tenía el tiempo contado para detener a Fanya, a María la sangrienta y vete a saber quién más, pero si no se apresuraban, o los matarían al dormir, o Alba Dorada vendría a arrestar gente a lo estúpido y cuando nadie se diera cuenta, los prisioneros se fugarían sin razón aparente, como la mayoría de las veces que los de Alba Dorada arrestaban a alguien. Si le preguntaban a Lucy, era mucho más fácil darles un tiro en la nuca y caso cerrado, pero según el primo Lenny, algo como eso sería una fuerte violación a los derechos humanos de los delincuentes.

En fin, la plaza del pueblo, sí.

Lalo ya estaba ahí, pero por lo visto, acababa de llegar: tenía sudor en la frente y se veía algo agitado, pero fuera de eso, seguía viéndose tan atractivo como de costumbre, si le preguntaban a Lucy. Cuando los vio acercarse, Lalo dejó de recargarse en la maceta de piedra a sus espaldas y recorrió unos cuántos pasos antes de llegar a donde su novia estaba.

— Fanya es la sobrina de María la sangrienta y creo que es quien te quiere muerta - Declaró Lalo - Ella es la que me recibió y...

— Lo sé.

— ¿Crees que siga resentida por lo de la profesora Mendel? - Mostró su preocupación, tan genuinamente preocupado por la seguridad de su novia que Lucy no pudo evitar sentir ternura, aunque tampoco le gustaba sentirse sobreprotegida.

— No, no creo - Expresó Lucy, restando importancia a ello - Al menos, no creo que sea su única motivación: nadie pagaría un sicario para matar a su rival de la prepa, creo. Al menos nadie normal. Yo digo que le encargaron limpiar las afueras y sólo buscaba una excusa para ensañarse conmigo. No lo sé - Añadió ella, intentando darle un motivo "válido" a quien parecía estar detrás de todo esto.

— ¿Y si ella es el sicario de verdad y sólo mandó a Billy el coyote para despistarte? - Sugirió Gavin.

Los novios voltearon a verlo, sin creer ni una palabra de lo que había dicho: les hacía más sentido la teoría de Lucy.

El teléfono de Lucy empezó a sonar: ella lo sacó de un bolsillo de sus pantalones y revisó quién era antes de contestar.

— Es Lenny. Espero que sea urgente - Dijo para sí misma mientras deslizaba su dedo en la pantalla, contestando a la llamada en el acto - ¿Sí?

— Se escapó - Fue lo primero que dijo su primo - Billy el coyote, se nos escapó. Vine a verlo apenas y parece que rompió la cadena.

— Nosotros ya sabemos quién lo contrató - Contestó ella, tratando de poner al tanto a Lenny para no gritarle, estresada porque el pistolero ebrio se les había ido de las manos - María la sangrienta y su sobrina.

— ¿Sobrina? - Empezó a decir Lenny, sin entender lo que estaba ocurriendo.

No había tiempo de explicarle, así que Lucy soltó lo más urgente al principio:

— De seguro irá a verla y le dirá lo que ha ocurrido. Tenemos que adelantarnos o...

— Prepararnos bien e ir a la casona bien armados - Sugirió Lalo.

Lucy odiaba admitirlo, pero su novio tenía razón: Fanya tenía, cuando menos, una escopeta en esa casa, así que podría ser peligroso colarse sin el equipo adecuado. Por fortuna para ellos, Keith había dejado un generoso arsenal en casa de Lenny y tanto él como Gavin y Lalo habían tenido la misma idea, así que...

— Los veo en mi casa en veinte minutos - Les dijo Lenny - Hay que prepararnos.

Sin Keith a la vista, el grupito empezó a coger armas, chalecos y munición suficiente para cazar a todos los lobos grises mexicanos existentes.

Lucy cogió tres revólveres y unas cuántas cajas con municiones, que echó a una pequeña mochila que se echó al hombro mientras seguía metiendo cosas dentro: observó atentamente los cartuchos de dinamita y consideró que quizás y sólo quizás, eran demasiado para entrar a una casa, pero al ver una granada de mano pintada de color azul, decidió que se la llevaría solo por si acaso.

Lenny llevaba consigo una pequeña hacha y una glock estandarizada, además de un par de cargadores: eso debería ser suficiente para patrullar los alrededores (en compañía de Keith) mientras Lalo, Gavin y Lucy entraban a la casa. Gavin eligió un par de pistolas de bengalas y un machete: Lalo se decantó por un par de guantes eléctricos, suficientes para entumir y contraer músculos, pero no para ocasionarle un derrame a quien recibiese sus golpes.

— Si algo pasa, Gavin va a disparar una bengala al exterior de la casa, ¿entendido? - Preguntó Lucy - Así Lenny sabrá que debe entrar.

El grupo asintió: no era arriesgado, ya que Keith seguiría afuera, de encubierto, aunque Lucy no lo sabía: el plan consistía en que tres entraran y Lenny patrullase alrededor por si veía a alguien seguirlos e intentar emboscarlos por la espalda. Una vez adentro, dos subirían al segundo piso y el tercero se quedaría en el primer piso, intentando no quedar muy al alcance de una escopeta que casualmente estuviese en manos de Fanya o algo por el estilo.

— Tiren a matar - Ordenó Lucy - No me importa si en Alba Dorada se enojan si podemos decir que fue en legítima defensa, aunque yo les haré un hoyo en la cabeza si tengo el chance.

Los tres hombres a su cargo asintieron: frente a ella había tres agentes de Alba Dorada de distintos rangos y hoy, los tres estarían bajo sus órdenes: su mejor amigo, su primo y su novio, los tres temiendo tirar a matar, mientras ella,, por otro lado, estaba más que dispuesta.

— ¿Listos? Entonces vamos - Exclamó la chica, dispuesta a acabar con eso de una buena vez.

Lenny se adelantó para encontrarse con Keith, quien ya estaba vigilando la casona desde la hierba alta, con rifle en mano, esperando a que alguien se asomara para abrirle un hoyo en la cabeza: en uno o dos minutos, Lucy y los demás vendrían y Lenny quería asegurarse de que no vieran a Keith.

El chico, por su parte, estaba bastante fresco, acostado en la hierba con el rifle a un lado suyo y una bolsa llena de granadas recargada en su entrepierna.

— Si alguien te viera, te haría explotar las canicas de un tiro - Lo regañó Lenny.

— Si alguien me viera, Lucy te asesinaría - Contestó Keith - ¿Cuándo empezamos a patrullar? Ya está anocheciendo.

En unos minutos, Lucy y los demás tirarían la puerta de María la sangrienta: cuando por fin llegaron, Gavin arrojó con todas sus fuerzas una granada de mano, asegurándose de atravesar el cristal de una de las ventanas con ella. A los pocos segundos, se escuchó una explosión interna y pedazos de astillas salieron volando hacia el exterior junto con los restos de aquella ventana rota.

— Ya es hora - Lo apremió Lenny, instándolo a levantarse - Tú de un lado y yo del otro.

Keith se encogió de hombros. ¿Qué más daba?

Sin embargo, tan pronto como se pusieron de pie, Lenny escuchó la voz de aquél borracho imbécil y se arrepintió de haber deseado encontrárselo en cuanto escuchó el familia sonido del tambor girando a sus espaldas.

— Hola güerito - Saludó Billy el coyote - Espero que me extrañaras.

Sonaba cansado: probablemente no había comido mucho desde que se liberó, pero tampoco se había embriagado.

— Las manos arriba, Maza - Ordenó el matón - Primero quiero hacerle otro agujero al güerito, a ver si ahora sí se muere.

Lenny no iba a permitirlo: si por accidente, Lucy se encontraba el cadáver (o al menos la sangre) de Keith tirado ahí, a kilómetros de donde oficialmente murió, haría demasiadas preguntas que culminarían con el homicidio de Lenny. Estúpidamente, pero a sabiendas de que Keith no traía chaleco antibalas, lo empujó a un lado y recibió un tiro del revólver de Billy el coyote.

— ¡Imbécil!

El sonido de un segurito rompiéndose puso en alarma a Lenny, que se aseguró de rodar varios metros en dirección opuesta a Billy y Keith: de seguro el imbécil había decidido que la mejor manera de matar al borracho era aventarle una granada a la cara.

No estaba muy equivocado: la explosión tiró de espaldas a Keith, mientras que a Billy lo hizo soltar su arma tan pronto como el explosivo le reventó en la pierna: sin buena parte del pantalón y las piernas con pedazos al rojo vivo y otros, con hollín encima (a veces ambas), Billy el coyote pegó un chillido que se habría escuchado en la habitación más aislada de la casona.

Al escuchar el sonido de un segundo segurito siendo retirado, Lenny rezó internamente, deseando que la gente del pueblo no decidiera llamar a la policía (o peor, a Alba Dorada) al escuchar el alboroto. Pronto, una segunda explosión arrancó más gritos de Billy el coyote, haciéndolo aullar al tiempo que cayó al suelo.

— ¡Por favor! ¡Por favor no! - Chillaba - ¡Maldito enfermo!

Un tercer segurito fue retirado, pero ahora, la explosión fue más lejana. El imbécil de Keith pretendía matar del miedo a Billy o algo por el estilo, pensó Lenny: un cuarto y quinto seguritos fueron retirados y esta vez, Billy no volvió a gritar.

— ¿Qué mierda hiciste? - Reclamó Lenny - ¡Me van a correr por esto!

Keith negó con la cabeza.

— Cuando el jefe Eleazar dice "rienda suelta", significa rienda suelta - Fue lo único que dijo Keith - Y Billy ya había matado a siete u ocho. No creo que les moleste encontrarlo así, si es que lo reconocen.

Sin recuperarse aún del shock, Lenny se mantuvo a una distancia prudencial de Keith, no fuera que le arrojase una de esas cosas a él.

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