76: Agripa
Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 05 de marzo del año 13 a.C.
Ve a Yugurta caminando en el pasillo, en una dirección contraria a la de ella, lo que inevitablemente llevará a que terminen cruzándose. Nuru se prepara, el otro joven siempre tiene algún comentario a pesar de que ella lo ha rechazado innumerables veces, así que solo es cuestión de tiempo de que vuelva a intentarlo. Cuando finalmente "chocan", Yugurta solo inclina la cabeza como forma de saludo y continúa su camino sin detenerse y sin emitir palabras.
Esto la sorprende demasiado, incluso la hace detenerse y voltea hacia atrás, hacia donde él se ha marchado, tal vez pensando que Yugurta no se percató realmente que era ella. Pero cuando voltea, no hay nadie, Yugurta desapareció.
Exhala aliviada, al menos hoy no tuvo que volver a rechazarlo. Tal vez por fin comprendió que no quiere nada con él, que nunca le dará una oportunidad y que la dejará tranquila como siempre ha querido.
O tal vez, realmente no vio quien era por lo distraído que iba y cuando la cruce de vuelta, comenzará otra vez con la intención de conversar. Ojalá que no, Nuru sigue su camino, si ese día está un poco más distraída de lo normal, nadie dice nada.
Los siguientes días, Yugurta solo la saluda y no entabla ninguna conversación. Esta vez realmente sabe que es ella, pero aún así no dialoga. Parece que por fin la ha escuchado y se rindió con ella.
No sabe por qué se siente molesta.
Roma, Palacio del Emperador, 13 de abril del año 13 a.C.
Livia escucha el llanto de la niña, molesta se dirige a la habitación de Julia, la esposa de Escipión la sigue ya que desde que se hicieron "amigas", no se le ha despegado en ningún momento. La mujer es patética, está tan sola y solo quiere ascender socialmente y cree que la Emperatriz es su mejor amiga. Una tonta, pero que por el momento a Livia le sirve.
—¿Qué sucede con la niña? —interroga a la esclava que tiene en brazos a la pequeña y trata de calmarla.
Ésta parece un poco asustada de ser cuestionada por la Emperatriz, pero también se nota lo nerviosa que está de no poder calmar a la niña, lleva toda la mañana llorando y la esclava solo quisiera dormir un poco porque no lo hace desde anoche cuando Julia le ordenó que la cuidase.
—No lo sé, mi señora —pronuncia exhausta—, ya comió, fue bañada, durmió e incluso la revisó el doctor —menciona mientras la mece.
—¿Y qué dijo? —vuelve a interrogar molesta.
—Está sana, solo que debe extrañar a su madre —responde al borde del colapso.
—¿Y dónde está Julia? —pregunta mientras observa toda la habitación y frunce el ceño al no encontrarla.
—No lo sé, se fue anoche y solo me ordenó que la cuidase, pero ya no sé qué hacer —menciona desesperada.
Livia parece estar enojada, la esposa de Escipión lo nota, algo malo va a pasar.
—Lleva a la niña con la matrona, ella logrará calmarla —ordena y la esclava prácticamente escapa para obedecerle.
Mientras se aleja, también lo hacen los llantos de la niña y reina el silencio en el lugar. Agripina, es la última hija de Julia y Agripa, apenas de unos meses de vida y ya el cuarto vástago del matrimonio. Cuando estuvo con Marcelo, Julia nunca logró concebir y se dudó de su fertilidad, pero ahora llevaba cerca de ocho años con Agripa y ya tenían cuatro hijos. Eso no le gustaba a Livia, al menos ésta última había nacido niña, no era competencia como futuro sucesor de Augusto, pero sí lo eran los dos varones mayores, Cayo César y Lucio César. Livia tenía que hacer algo para asegurar el futuro de Druso y Tiberio, pero ahora podría esperar.
—¿Dónde estará? —murmuró para sí misma, olvidando que estaba con la otra mujer.
—Hay rumores —respondió la otra y Livia ocultó su sorpresa.
—¿Qué rumores?
La mujer pareció dudar, pero en realidad todo parecía más una actuación, como si realmente quisiera contar todo lo que sabía.
—Que la hija del Emperador, su adorada Julia, tiene una conducta un poco indecente —mencionó entre susurros—, que se acuesta con hombres a espaldas de su marido Agripa, mientras éste está en la campaña. Como si fuera una meretriz, pero no cobra.
Era cierto, Julia le era infiel a su marido desde hace años. Y ahora obviamente mucho más, ya que aprovechaba que Agripa tuvo que partir a la campaña para conquistar los territorios que están después del río Danubio, por pedido de Augusto. Sin embargo, nunca había sido tan descuidada, si se escapaba, volvía enseguida y nadie notaba su ausencia, pero ahora ya había faltado más de medio día. Y sí incluso ya había rumores, la situación se estaba descontrolando. Livia sabía que éste sería su final, la propia Julia se derrotaría a sí misma, ocultó su satisfacción y miró a la otra mujer.
—Mejor no hables, no vuelvas a repetir esos rumores porque solo tú saldrás lastimada —ordenó.
La mujer asintió. Julia era la hija querida del Emperador, no era bueno hablar mal de ella si no querías sufrir la ira del hombre más poderoso. Pero a la esposa de Escipión no se le había pasado por alto que Livia le aconsejó que no hablara para no ser castigada, nunca negó los rumores. Así que eran ciertos, algo muy interesante.
Mientras tanto, en una casa cualquiera de la ciudad de Roma, Julia se despertaba entre dos cuerpos masculinos después de una noche llena de alcohol y placer sexual. Totalmente feliz pero con ganas de más.
Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 22 de mayo del año 13 a.C.
Yugurta estaba hablando con Fatma y se veía completamente tranquilo y relajado, incluso tenía una sonrisa en el rostro.
Nuru estaba tratando de no ahogarse, sentía tanta rabia y dolor que no podía comprenderlo, así que solo huyó y dejó a la pareja que siga siendo feliz.
¿Tan rápido encontró a otra mujer para confesarle sus deseos de estar con ella? ¿Tan rápido se cansó de ella? Entonces todo fue mentira, nunca realmente la quiso. La voz en su cabeza le repetía una y otra vez, que era porque Fatma no tenía el rostro desfigurado y lleno de cicatrices como ella, Fatma era linda, no como Nuru.
Cuando Nuru se alejó casi corriendo, Fatma la observó irse y suspiró feliz.
—Nos vio, definitivamente lo hizo y se molestó —dijo emocionada.
Yugurta miró hacia el lugar, pero parecía un poco triste.
—Solo espero que esto funcione —soltó abatido.
—Lo hará —lo tranquilizó Fatma—. Si la reina lo pensó todo, no te preocupes, dentro de poco estarás con Nuru, nos encargaremos de eso.
Yugurta no pudo evitar sonreír ante su entusiasmo. La primera vez que la reina le contó su plan para hacer que Nuru se decida a estar con él, le pareció una estupidez, pero Selene le aseguró que funcionaría. Aparentemente, todos se dan cuenta de lo que tienen cuando lo pierden, así que Yugurta debía demostrar que ya no le importaba Nuru e incluso que se estaba acercando a Fatma; solo así Nuru reaccionaría.
O la perdería para siempre, también era una posibilidad, pero al menos se sacaría la duda. Vaya consuelo.
Campamento romano cerca del río Danubio, 17 de julio del año 13 a.C.
Agripa tosió. Lleva los últimos meses bastante enfermo, parecía que el clima no le favorecía a su salud. Uno de los Legatus que estaba a su lado, lo miró con preocupación
—Agripa —musitó el hombre—, no quiero parecer alguien que se mete en asuntos privados, pero lleva meses así y estoy preocupado. Tal vez debería volver a Roma para que un médico lo revise, ya que los de aquí no han logrado ayudarlo.
Agripa no quería, quería terminar de conquistar estas tierras y llevarle la novedad al Emperador sobre el nuevo territorio, pero el Legatus tenía razón. Llevaba meses decaído, había días que no podía levantarse y otros en que la tos era demasiada. No podía llevar adelante una campaña de conquista de esta forma. No ayudaría en nada al Imperio.
—Quizás le puedan ofrecer otros remedios y luego volver cuando está recuperado —insistió, no quería que el yerno del Emperador piense que lo estaba echando.
Además, si tenía algo grave, no estaría bueno que lo contagie al resto del campamento, eso sería un desastre aún peor, toda la conquista sería arruinada.
—Tienes razón —aceptó—, escribiré una carta a Augusto y en tres días partiré a Roma. Pero antes me aseguraré de ayudarte y dejar todo organizado, ya que tú quedarás al mando hasta que alguien más sea mandado en mi lugar —sentenció.
Cumplido el plazo de los tres días y con la campaña siguiendo su rumbo, Marco Vipsanio Agripa se encaminó hacia Roma entre fuertes resfríos y cansancio.
Roma, Palacio del Emperador, 20 de agosto del año 13 a.C.
—¿Estableciste contacto con alguien de adentro? —interrogó Livia a su esclava.
Ésta asintió.
—¿Es confiable?
Volvió a asentir. En realidad era confiable mientras se le pagara unos buenos denarios, pero por el momento era confiable porque sabían que esta meretriz odiaba demasiado a Attis.
—Perfecto. Dile que esté atenta, dentro de poco moveremos la primera parte del plan y obviamente si todo sale bien, ella será recompensada —la esclava asintió y se marchó sabiendo que tenía trabajo.
Livia sonrió ante el espejo, había permitido durante años que la prostituta de Attis se vuelva la preferida de Augusto, pensando que éste la descartaría al poco tiempo, pero no. Así que sería ella la que se encargaría de que su marido no la vuelva a ver nunca más.
Roma, capital del Imperio Romano. Burdel "Granadensis", 04 de septiembre del año 13 a.C.
Attis se preparó para su salida con el patricio. No sabía quién era porque nunca lo había visto, aparentemente era un extranjero que la vio en el mercado y quedó obsesionado con su belleza. Así que solicitó su presencia en su casa a las afueras de la ciudad, una de las zonas donde las familias más ricas podían tener propiedades. Incluso Drimylos le había asegurado que su fortuna podía rivalizar con la del Emperador, que ni se le ocurra rechazarlo.
Attis pensó que Augusto podía solicitar su presencia, solía hacerlo una vez por semana, pero todavía no lo había hecho y ya era entrada la noche. Así que si aún no lo hizo, no lo haría hoy, ya lo conocía. Entonces, ¿por qué desaprovechar esta oportunidad? Mañana estaría con Augusto.
Si un hombre tan rico la quería y podía sacarle una buena cantidad de dinero, no la desaprovecharía. Porque obviamente, Attis no era una mujer barata, a ella solo los hombres ricos podían tenerla y a todos les encantaba lo prohibido, así que su fama aumentaba y el dinero que pagaban por pasar una noche con ella, también lo hacía.
Esa noche se fue feliz y se subió a la carreta que la llevaría con su cliente, sabiendo que había tomado una buena decisión. Pero tal vez no lo había hecho, ya que no se percató que la carreta imperial también llegó al burdel y que la meretriz más nueva, una joven preciosa de rasgos exóticos, se subió a esa carreta, siempre vigilada por la prostituta que se había jurado vengar de Attis y que ahora servía a Livia. Todas confabuladas para destruirla. Incluso, la esposa de Escipión se había asegurado de que su marido no estuviera esa noche controlando la entrada, ya que él se daría cuenta del cambio de meretriz.
Esa noche, Augusto se sorprendió de no ver a Attis en su habitación ya que la había solicitado. Sin embargo, no se quejó porque quedó gratamente enamorado de la nueva joven.
Roma, Palacio del Emperador, 30 de septiembre del año 13 a.C.
El banquete de recibimiento que había organizado Augusto para su gran amigo Agripa había finalizado, todos estaban yéndose a sus habitaciones a descansar. Agripa saludó a cada uno de sus hijos que cada día estaban más grandes, se quedó una rato más con la pequeña Agripina que apenas conocía, ya que cuando tenía unas semanas de nacida, él tuvo que irse a la campaña y recién ahora volvía.
—Esposa mía —saludó a Julia cuando entró.
Ella trató de disimular su desagrado hacia el hombre, no le convenía.
—¿Te ha visto el médico? —interrogó.
—Sí, me ha medicado y ya me siento mucho mejor —respondió—. Cree que pudo ser el clima y como ya no soy tan joven, a veces afecta más —explicó.
Julia asintió, su marido tenía casi la misma edad que su propio padre, por eso nunca le había gustado. Ella siempre había preferido a los más jóvenes, como su primer esposo Marcelo o sus innumerables amantes, ya que ellos eran mucho más divertidos en la cama y tenían más resistencia. Agripa era aburrido.
—Ven esposa mía, mi ausencia ha sido larga y quiero compartir el lecho contigo —expresó el hombre.
Julia ocultó el escalofrío que sintió y la repulsión, pensó que no iba a querer estar con ella. Ya tenían cuatro hijos y había dado a luz a dos posibles sucesores, ¿por qué tenía que seguir haciendo esto?
—¿No hay posibilidad de contagio? —preguntó tratando de escapar de esta situación.
—No, el médico me lo aseguró, sino nunca te lo pediría —pronunció.
Luego se llevó a su esposa a la cama y disfrutó de su compañía, mientras ella pensaba en sus amantes.
Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 08 de octubre del año 13 a.C.
Nuru observó con ojos tristes como Yugurta pasaba de largo y la ignoraba. Nunca pensó que esto le dolería tanto.
—Nuru, ¿estás bien? —preguntó Selene.
—Sí, mi señora, ¿por qué pregunta? —respondió.
—Llevo rato llamándote y nada —explicó.
—Lo lamento, no la había escuchado, perdóneme —pronunció arrepentida.
Selene quiso tranquilizarla, no había sido para tanto, pero justo en ese momento apareció Fatma.
—¡Mi reina! —gritó feliz al acercarse. Nuru la miró con odio—. Le traje sandía, Adeona dice que son sus favoritas y ya empieza a hacer calor, le hará muy bien.
—Gracias Fatma —contestó la soberana.
—Mi señora, iré a ver si el príncipe y la princesa se encuentran bien, creo que es hora de su baño —interrumpió Nuru y antes de que pudieran detenerla, se marchó.
—Creo que me odia —dijo Fatma—, pero eso significa que nuestro plan está funcionando.
Selene admiró su entusiasmo, solo era una esclava y había sido la mejor amiga de Saliha, así que nunca la había querido. Pero Selene había seguido el consejo de la reina Amanirena de Kush y comenzó a acercarse a todos los sirvientes del palacio para tenerlos de su parte y ahí conoció a Fatma. Quien no era mala, sino alguien realmente energética y divertida que parecía encantarle la vida de los demás.
Así que cuando Selene decidió intervenir para ayudar a Nuru y Yugurta, no tuvo mejor idea que pedirle ayuda a Fatma. La esclava aceptó encantada y desde ahí fingía estar enamorada de Yugurta para enojar a Nuru y que de una vez por todas aceptara sus sentimientos.
—Todo saldrá bien, mi reina —expresó Fatma.
Selene esperaba que tuviera razón.
Galia Comata, 19 de octubre del año 13 a.C.
Tiberio observaba la pequeña frazada que había recibido como regalo, o más bien su hijo, ya que había cumplido su primer año de vida. El pequeño Nerón dormía plácidamente envuelto en ella.
—¿Y eso? Es hermosa, ¿quién la envió? —interrogó Vipsania al entrar.
Tiberio se sorprendió, ya que pensó que estaba solo, pero se recompuso inmediatamente.
—Mi madre —respondió sin titubear.
—La Emperatriz realmente se ha lucido como abuela, es hermosa —expresó al acercarse y también observar a su hijo.
Lo amaba tanto. Tantas lágrimas y desilusiones para ser recompensada con este pequeño, era lo mejor que le había pasado.
—Le enviaré mi agradecimiento —dijo al pasar, pero Tiberio pareció ponerse nervioso.
Tomó la carta que estaba a un costado y la arrugó sin que fuera muy evidente.
—No te preocupes, ya lo hice —agregó él.
Vipsania no le dio más importancia y volvió a mirar a su hijo. Sin embargo, unas semanas después cuando estaba tapándolo para que pudiera dormir, se percató que la frazada tenía el escudo del reino de Mauretania bordeado en una esquina. Vipsania vio su felicidad hecha pedazos.
Roma, Palacio del Emperador, 05 de noviembre del año 13 a.C.
Attis ya se estaba vistiendo porque Augusto le aclaró que hoy no podía quedarse a dormir, que tenía que volver rápido al burdel.
—Estuviste muy callado hoy, mi amor —murmuró al acercarse para besarlo, pero Augusto la esquivó.
—Estoy cansado y ocupado —respondió.
—Me imagino, hace bastante que no solicitabas mi presencia, pensé que me habías abandonado —dijo con falso enojo, jugando con él, esperando que le pidiera disculpas y la recompensara con algo.
—He estado muy ocupado, por eso necesito que te vayas rápido —contestó seco el Emperador.
Fue ahí cuando Attis notó que hoy estaba más extraño de lo habitual y ni siquiera tenía humor para sus juegos.
—Está bien, no te distraeré más —pronunció seria—. Pero al menos, ¿tengo una recompensa por haberte esperado tanto tiempo? —preguntó juguetona.
Augusto le dirigió una mirada enfadada, se dio cuenta que había cometido un error, se excedió, pero ¿qué había cambiado?
—Parece que solo te interesan los regalos, pero te olvidas que es una recompensa que te doy cuando me divierto contigo —explicó enfadado—. Y hoy realmente me aburriste, últimamente me aburres —continuó—. Así que vete antes de que me enoje de verdad.
Attis estaba estupefacta, pero se marchó sin decir nada más, temiendo las consecuencias de su enojo.
Roma, Palacio del Emperador, 18 de diciembre del año 13 a.C.
Agripa se llevó la pequeña tela bordada a la boca para sofocar la fuerte tos que le había agarrado y después de unos momentos, pudo respirar con tranquilidad, pero cuando retiró la tela de su boca notó las manchas de sangre.
Unos golpes en la puerta lo distrajeron, rápidamente la guardó en su bolsillo y fue a abrir, era el mismísimo Emperador.
—Augusto, ¡qué extraño verte aquí! —pronunció pero dejándolo pasar a la habitación matrimonial.
Julia no estaba, se había sentido mal y había ido a visitar al médico, temía haberse contagiado. Ya que si bien él no había mejorado, tampoco había empeorado con la nueva medicación. Claro, hasta la sangre de hace un rato, pero Agripa no creía que sea nada grave, tal vez todavía le faltaba acostumbrarse al clima.
—Venía a felicitarte y quería ser el primero que te lo dijera, ya que el médico acaba de confirmarlo —dijo feliz el romano.
—¿De qué hablas? —interrogó un poco desconcertado.
—Julia está nuevamente embarazada, serás padre por quinta vez —respondió—, me harás abuelo y traerás un nuevo heredero —terminó abrazando a su viejo amigo.
Agripa no podía creerlo, Agripina su última hija apenas llegaba al año y ya tendría otro hijo. Pero si Augusto estaba feliz, él también, todo sea por el bien de Roma.
—¿Estás bien? Te noto un poco pálido, ¿tomaste la medicación? —preguntó el Emperador.
—Sí, no te preocupes, debe ser la buena nueva —soltó con humor—. Ven, tomemos una copa de vino para celebrar la llegada del nuevo niño —invitó a su amigo.
Cualquier inquietud o problema quedó olvidada con el alcohol.
Caesarea, capital del Reino de Mauretania, Palacio real. 11 de enero del año 12 a.C.
Selene observaba como Nuru terminaba de guardar sus stolas, la mujer vivía callada y con semblante triste, pero aún no se había quebrado y eso estaba impacientando a la soberana.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir así? —inquirió.
—Ya casi termino —respondió, pensando que se refería a la actividad que estaba haciendo en ese momento.
—No me refiero a eso —contestó Selene y Nuru justo había terminado de guardar la última, así que no le quedó otra que enfrentar a su señora—, sino a Yugurta.
Nuru pareció descolocada ante la mención del hombre e inmediatamente parecía que quería escapar de esta conversación, pero Selene ya estaba cansada así que no iba a permitírselo.
—Ni se te ocurra huir, vamos a hablar de esto ahora —dictaminó.
—¿De qué quiere hablar, mi señora? —dijo agotada, al mismo tiempo que la obedecía y se sentaba a su lado, mirándola con ojos tristes.
Selene casi se sentía culpable, Nuru estaba así porque pensaba que Yugurta y Fatma estaban juntos, cuando no era así, sino que todo formaba parte de un plan que ella misma había organizado.
—Sobre cómo te sientes con respecto a los rumores de Yugurta y Fatma —soltó sin rodeos—. Y no me lo niegues, todo tu ser está envuelto en dolor y tus ojos lloran, así que no me mientas.
Nuru no respondió inmediatamente, sino que se tomó su tiempo en el que se distrajo mirando un punto fijo en la pared, como si dilatar la conversación la ayudaría, pero pareció darse cuenta que no porque finalmente decidió enfrentarla.
—Pensé que sería feliz cuando Yugurta por fin me dejara en paz, pero solo me estoy ahogando en mi propio dolor desde que lo vi con Fatma —comenzó relatando—. Solo puedo culparme a mí misma de haberlo perdido y haber sido tan tonta.
—Era lo que querías, ¿por qué ahora te consideras una tonta? —preguntó.
Selene sabía la respuesta, pero quería que Nuru lo dijera en voz alta, que lo aceptase de una vez por todos. Porque el problema no eran los sentimientos, sino que Nuru se negaba a ellos.
—Porque lo quiero, pero creí que verlo ser feliz con otra no me dolería —expuso—, pero sí duele.
—¿Y por qué crees que sería feliz con otra si siempre te quiso a ti? —insistió la reina.
—Ya no me quiere —dijo triste pero intentando disimular una sonrisa—, porque no soy mujer para que él tenga un futuro, ya estoy arruinada —señaló su rostro, donde la palla que siempre llevaba puesta ocultaba sus cicatrices.
—Deberías dejar que él decida su futuro, tal vez solo quiere un futuro contigo —contraatacó—. Sabes, creo que Yugurta te sigue queriendo, creo que nunca dejará de hacerlo, solo se alejó porque tú lo obligaste a hacerlo —continuó y Nuru parecía derrotada cada vez más—. Pero te diré algo, si estás dispuesta a luchar por él y dejar todos tus miedos atrás, te ayudaré a conquistarlo.
—¿Mis miedos? Él está con Fatma —expresó.
—Ustedes no son felices juntos porque tú lo quisiste así —siguió Selene—, solo cuando tú quieras ser realmente feliz, podrás estar con él, sino no tiene sentido. ¿Quieres ser feliz? —cuestionó.
Nuru pensó en todo lo que siempre la retuvo de acercarse a Yugurta, estaba desfigurada y nunca podría ser la mujer para formar una familia, estaría condenando a Yugurta a un mundo de infelicidad. Pero ahora, era ella la condenada a un futuro infeliz y lleno de dolor. Tal vez sí...¿tendría una oportunidad?
—Sí —susurró apenas, conteniendo las lágrimas.
Selene sonrió con cariño y la abrazó con fuerza, Nuru necesitaba esto, sentir el apoyo de alguien.
—Te prometo que lo serás —dictaminó.
Y por primera vez, Nuru le creyó, creyó que tal vez podría llegar a ser feliz después de tanto dolor.
Roma, Palacio del Emperador, 26 de marzo del año 12 a.C.
Desde hace algunas semanas, Julia ya no dormía con su esposo debido a que se había debilitado bastante y apenas podía levantarse, así que el médico le había recomendado reposo absoluto y tranquilidad. Así que se había ido a otra parte del palacio, ella estaba más que dichosa de no tener que compartir lecho, mucho más ahora que su vientre estaba más grande cada día. Sin embargo, lo visitaba todos los días, más para cuidar las apariencias ante su padre que porque realmente le importaba el viejo de su marido.
—Buenos días, espero que hoy te sientas un poco mejor —musita como formalidad al entrar a la habitación, pero solo fue recibida por el silencio.
Algo extraño, Agripa siempre había sido muy educado y contestaba sus saludos, aunque sea para no ser descortés.
Una esclava llegó corriendo y tocó en la habitación privada del Emperador. Fue Livia quien abrió.
—¿Qué sucede? —interrogó, detrás de ella Augusto se terminaba de acomodar la toga.
—Emperador —llamó al romano y éste la miró, indicando que podía continuar—, debo comunicarle que Marco Vipsanio Agripa acaba de fallecer, su hija Julia lo encontró muerto cuando fue a visitarlo esta mañana.
Augusto ya no escuchó nada más, ni siquiera se percató cuando Livia echó a la esclava o se acercó, sabía que le estaba hablando pero él no era consciente. Sin embargo, cuando los brazos de su esposa lo rodearon, todo el peso lo invadió y comenzó a llorar. Su amigo, el que había conocido cuando apenas eran unos niños y que siempre había estado a su lado y lo había apoyado en todo, con el que luchó por el bien de Roma; ese amigo había muerto. Lo había abandonado, nunca sintió tanto la soledad como ahora.
Nadie se percató en ese momento que la historia de la familia estaba a punto de cambiar para siempre, la vida del futuro sucesor de Augusto daría un drástico giro sin vuelta atrás y marcaría su forma de gobernar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro